Watchman Nee Libro Book Resistid al diablo
RESISTID AL DIABLO
RESISTID AL DIABLO
Lectura bíblica: Jac. [Stg.] 4:7; 1 P. 5:8-9; 2 Co. 2:11
Al diablo se le conoce también como Satanás (Ap. 12:9). Dios lo había creado como un querubín (Ez. 28:12-14) y un arcángel (Ap. 12:7; Mt. 25:41). Pero un día se rebeló contra Dios queriendo elevarse al nivel de El. Por lo cual, Dios lo juzgó (Is. 14:12-15; Ez. 28:15-19) y como resultado llegó a ser Satanás, el adversario de Dios. En el texto original Satanás significa “oponente u adversario”. El diablo se opone a todo lo que Dios hace y siempre está en contra de los hijos de Dios.
Examinemos la forma en que el diablo ataca a los hijos de Dios, y cómo ellos lo resisten.
I. LA OBRA DE SATANÁS
Veamos cuatro aspectos de la obra que realiza Satanás.
A. Satanás actúa en la mente del hombre
En 2 Corintios 10:4-5 dice: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas ante Dios para derribar fortalezas; al derribar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y al llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. Esto nos muestra que las fortalezas de Satanás se componen de lo que es elevado, y desde ellas rodea la mente del hombre. Para que el Señor pueda ganar terreno en nosotros, tiene que derribar las fortalezas de Satanás, pues así combate los pensamientos del hombre y los lleva cautivos.
1. Los argumentos y las tentaciones de Satanás
¿Qué son los argumentos? La palabra griega correspondiente puede traducirse “imaginación” o “pensamiento”. Muchas veces Satanás nos asedia con imaginaciones. Los hombres son insensatos; piensan que éstas son sus propias ideas, cuando en realidad son fortalezas de Satanás que impiden que la mente se someta a Cristo. Muchas veces Satanás siembra cierta idea en nuestra mente. Si creemos que ese pensamiento procede de nosotros mismos, caemos en la trampa. Frecuentemente surgen pensamientos sin motivo alguno; sencillamente son imaginaciones. Muchos de los que llamamos “pecados” son imaginarios; no son reales. La mayoría de los conflictos que surgen entre los hermanos y las hermanas, proceden de nuestra imaginación; son completamente infundados. En muchas ocasiones Satanás pone un pensamiento absurdo en nuestra mente, y nosotros ni cuenta nos damos de su obra. Cuando él pone una idea en nuestra mente, y nosotros la aceptamos, accedemos a su obra. Si rechazamos la idea, rechazamos su obra. Muchos pensamientos no son nuestros, sino que están conectados con Satanás. Debemos aprender a rechazar tales pensamientos.
Casi todas las tentaciones de Satanás empiezan por la mente. El ve que los hijos de Dios se levantarán y lo resistirán vehementemente si los ataca abiertamente. Esta es la razón por la cual nos tienta solapadamente, poniendo pensamientos en nuestra mente sin que lo advirtamos. Una vez que dicho pensamiento entra en nosotros, comienza a dar vueltas en nuestra mente. Si al acariciar un pensamiento, más nos parece que tenemos la razón en cuanto a la acción sugerida, hemos caído en la red. El pensamiento que hemos aceptado es la tentación de Satanás. Si rechazamos el ataque de Satanás en nuestra mente, cerraremos la entrada más vulnerable que tenemos a sus tentaciones.
Gran parte de las desavenencias que se presentan entre los hijos de Dios radican en la mente; no son verdaderos problemas. Algunas veces cuando uno ve a un hermano, siente que él tiene algo contra uno, o que hay cierto distanciamiento. Esto puede convertirse en una barrera, cuando en realidad no sucede nada. Dicho “problema” no es otra cosa que el ataque de Satanás en la mente de uno, o en la mente de un hermano o hermana. Tales problemas son innecesarios. Los hijos de Dios deben rechazar esos pensamientos y sentimientos repentinos. Deben aprender a no ceder frente a Satanás.
Quisiéramos hacer una advertencia. No debemos preocuparnos demasiado por los pensamientos generados por Satanás. Hay personas que se van al extremo de no prestar atención a ningún pensamiento que venga de Satanás; pero hay otras que se van al otro extremo de dedicar demasiada atención a los mismos. Una persona puede ser fácilmente engañada si no está alerta en cuanto a los pensamientos que vienen de Satanás; y al mismo tiempo, puede perder la razón si se obsesiona con ellos. Si una persona pone mucha atención a las tentaciones de Satanás, su mente se llenará de confusión, y será presa fácil de Satanás. En el momento en que una persona aparta sus ojos del Señor, se hallará en problemas. Por una parte, necesitamos ver que Satanás ataca nuestra mente; por otra, debemos comprender que tan pronto rechazamos sus ataques, éstos se acaban. Si una persona tiene que rechazar a Satanás día y noche, su mente no está bien, y va por mal rumbo. Por una parte, debemos conocer los ardides de Satanás, porque si los ignoramos, seremos engañados; por otra, no debemos preocuparnos demasiado al respecto, porque eso también nos conduce al engaño. En el instante en que ponemos nuestros ojos en Satanás, él obtiene lo que desea. Esta distracción nos inutilizará, y nos obsesionaremos con sus pensamientos día y noche. Cualquier hermano que se ocupa demasiado en tales pensamientos ya ha sido engañado. Debemos aprender a ser equilibrados. No es correcto preocuparse excesivamente. Si la mente de una persona está ocupada constantemente con los pensamientos de Satanás, en realidad está cediendo terreno a Satanás. Nunca debemos irnos a los extremos.
2. Cómo rechazar los pensamientos de Satanás
¿Cómo podemos rechazar los pensamientos que vienen de Satanás? Es fácil. Dios nos dio la mente; así que no es de Satanás. Solamente nosotros tenemos derecho a usarla; Satanás no tiene potestad sobre nuestra mente. Lo único que debemos hacer es no permitirle pensar por nosotros. Satanás sólo puede usurpar nuestra mente con engaños. Nos pondrá un pensamiento, y nosotros pensaremos que proviene de nosotros, cuando en realidad viene de Satanás. Cuando descubrimos que aquella idea no es nuestra, vencemos.
Satanás siempre tienta y ataca a la persona de una manera subrepticia y cubierta. El no se anuncia a voces diciendo: “¡Aquí vengo!” En lugar de eso, nos engaña con mentiras y falsedades. El no nos deja ver que es él quien está detrás de cierta acción. Una vez que estamos conscientes del ataque de Satanás y lo ponemos en evidencia junto con sus disfraces, es fácil resistirlo. El Señor Jesús dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8:32). Los hechos son verídicos. Una vez que conozcamos los hechos, seremos libres. El poder de Satanás está en sus mentiras; una vez que éstas fallan, su poder se desvanece. Por consiguiente, cuando vemos el hecho de que Satanás nos está atacando, somos libres. Algunos hijos de Dios afirman que Satanás es el instigador que yace detrás de todos los ataques, pero no tienen la certeza en sus espíritus de que los ataques provengan en realidad de Satanás. Aunque dicen resistir a Satanás, desconocen la realidad de la obra que él realiza y, como resultado, no pueden resistirlo. Sin embargo, en cuanto identifican la actividad de Satanás, lo pueden resistir, y tan pronto lo resisten, él huye.
Satanás ataca nuestra mente principalmente por medio de engaños. El nos hace creer que sus pensamientos son nuestros, cuando en realidad son suyos. Cuando sacamos a la luz sus mentiras, rechazamos el pensamiento que viene de él. Resistir significa rechazar. Cuando Satanás nos ofrece un pensamiento, debemos decir: “No lo quiero”. Esto es lo que significa resistir. Cuando trata de sembrar otra idea en nosotros, debemos decir: “No la acepto”. Y si trae otra, debemos repetir: “No la acepto”. Si hacemos esto, él no podrá hacernos nada. Un siervo del Señor que vivió en la Edad Media dijo: “Uno no puede evitar que los pájaros vuelen sobre su cabeza, pero si puede impedir que hagan nido en sus cabellos”. Tiene toda la razón. No podemos evitar que Satanás nos tiente, pero sí podemos impedir que anide y gane terreno en nosotros. Nosotros tenemos tal potestad. Si no prestamos atención a los pensamientos que entran en nuestra mente, ellos cesarán.
Por el lado positivo, necesitamos ejercitar nuestra mente. Muchas personas tienen una mente perezosa. Esto facilita la entrada de Satanás. Leemos en Filipenses 4:8: “Todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, a esto estad atentos”. Debemos estar atentos ejercitando nuestra mente con relación a lo espiritual. Si una persona siempre pone su mente en cosas pecaminosas, Satanás le puede inyectar pensamientos fácilmente, pues no piensa muy diferente a Satanás. Pero si constantemente ponemos nuestra mente en cosas espirituales, Satanás no podrá sembrar sus pensamientos en nosotros fácilmente. El puede inyectar sus ideas en las personas pasivas, porque tienen demasiado tiempo disponible o porque sus pensamientos no están claros.
Otro aspecto que merece atención es que nuestra mente no debe ser atraída por pensamientos satánicos, como les sucede a muchas personas. No tienen interés en las maravillosas experiencias espirituales de otros hermanos, pero se interesan mucho cuando se trata de esparcir chismes. Puesto que se complacen en las obras de Satanás, no pueden rechazar los pensamientos satánicos. Todos los pensamientos sucios que entorpecen nuestra comunión con el Señor y debilitan nuestro amor a El, vienen de Satanás. En primer lugar, no contemplaríamos tales pensamientos si no nos atrajesen. Si inclinamos nuestro corazón a estas cosas, fácilmente penetrarán en nosotros. Por tanto, debemos aprender a rechazar todo lo que venga de Satanás.
Prestemos especial atención en rechazar todo pensamiento sucio. Satanás siempre pone pensamientos sucios en el hombre para inducirlo a pecar. El punto de partida es un pensamiento sucio. Si permitimos que cobre fuerza, dará como fruto el pecado. Por eso, debemos rechazar todo pensamiento que venga de Satanás.
Sin embargo, se presenta un gran problema: ¿qué podemos hacer si el pensamiento no se va después que lo hemos rechazado? Solamente necesitamos resistir una vez esos pensamientos indeseables. Uno resiste una sola vez; nunca debemos resistir dos veces. Leemos en Jacobo 4:7: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros”. Debemos creer que cuando resistimos al diablo, él huye. Es incorrecto continuar resistiendo por temor a que el diablo todavía ande alrededor. ¿A quién hemos de creer? La Biblia dice que resistamos y que él huirá. Si una voz interna nos insinúa que él no ha huido, ¡esa debe ser la voz de Satanás! Muchas personas prefieren creerle a Satanás y, por consiguiente, son derrotadas. Cuando hemos resistido al diablo, debemos declarar: “Ya resistí al diablo; ya se fue”. La duda de que él todavía esté rondando es una mentira y no procede del Señor. El diablo tiene que huir. No tiene motivo alguno para quedarse. Entendamos claramente que debemos resistir una sola vez y que no necesitamos resistir una segunda vez. Resistir la primera vez glorifica el nombre de Dios; resistir una segunda vez pone en duda la Palabra de Dios.
Mucha gente comete el error de usar sus sentimientos para verificar si el diablo huyó. Ellos se preguntan: “¿Ya se fue el diablo?” Cuando sus sentimientos les dicen que no se ha ido, ellos tratan de resistirlo de nuevo. Si uno resiste una segunda vez, indudablemente lo hará por tercera vez, cuarta, centésima y una milésima vez. A ese paso terminaremos sintiéndonos completamente impotentes para rechazarlo. Pero si después de haber resistido la tentación una vez, no le hacemos el más mínimo caso al asunto, experimentaremos la victoria. Debemos prestar atención al hecho que consta en la Palabra de Dios y desentendernos de nuestra propia percepción. El hecho radica en que tan pronto resistimos al diablo, él huirá. Si no creemos que él ha huido después de haberlo resistido, nuestra percepción nos está engañando. Si creemos a esta percepción, el diablo regresará. Debemos aprender a creer en las gloriosas palabras de Dios. Una vez que hayamos resistido al diablo la primera vez, no necesitamos hacerlo de nuevo, porque el asunto ya está resuelto.
Esto es lo que Satanás hace en la mente del hombre. Debemos darnos cuenta de que él ataca la mente del hombre. Tenemos que rechazar todo pensamiento que venga de Satanás y, al mismo tiempo, debemos tener presente que una vez que rechazamos sus insinuaciones, el asunto termina. No debemos preocuparnos excesivamente por sus ataques, porque si lo hacemos, nuestra mente se confundirá, y habremos caído en la trampa que el diablo nos tiende.
B. Satanás actúa en el cuerpo del hombre
La Biblia nos muestra claramente que muchas enfermedades físicas son el resultado del ataque de Satanás.
La fiebre que tenía la suegra de Pedro era un ataque de Satanás, y el Señor Jesús reprendió aquella fiebre (Lc. 4:39). Sólo se reprenden entes que tienen personalidad. No podemos reprender a una taza o a una silla. La fiebre es un síntoma, pero el Señor no reprendió el síntoma, sino a Satanás, quien era la causa. Por eso, tan pronto como el Señor reprendió la fiebre, ésta desapareció.
En Marcos 9 vemos el caso de un niño sordomudo. A los ojos del hombre la sordera y la mudez son enfermedades. Pero el Señor Jesús reprendió al espíritu inmundo, diciendo: “Espíritu mudo y sordo, Yo te mando, sal de él, y no entres más en él” (v. 25). La mudez y la sordera del niño eran los síntomas externos de una posesión demoníaca; no eran enfermedades ordinarias. Muchas enfermedades son definidas médicamente, pero hay muchas que son ataques del diablo. La Biblia no dice que el Señor curó la enfermedad, sino que la reprendió. Las llagas que aparecieron en el cuerpo de Job no podían ser sanadas con la medicina, pues no era una enfermedad causada por agentes físicos; era un ataque del diablo. Si uno no combate primero al diablo, no podrá eliminar una enfermedad como éstas.
Reconocemos que en muchas ocasiones las enfermedades se producen cuando se descuidan las leyes naturales. No obstante, en muchos casos, son producto de los ataques de Satanás. En tal caso, necesitamos pedirle al Señor que reprenda la enfermedad, y ésta se irá. Este tipo de enfermedad viene de repente y se va de la misma manera. Es un ataque de Satanás, no una enfermedad común.
El problema radica en que Satanás no desea que se descubra que él ha causado cierta enfermedad. El se esconde detrás de síntomas conocidos, y nos hace creer que toda enfermedad es el resultado de causas naturales. Si le permitimos esconderse detrás de síntomas que consideramos naturales, la enfermedad no se irá. Una vez que ponemos en evidencia la actividad de Satanás y lo reprendemos, la enfermedad se va. Un hermano tenía una fiebre muy alta y un terrible malestar. No podía dormir y no entendía qué le sucedía. Cuando comprendió que aquello era obra de Satanás, oró al Señor por ese asunto, y al día siguiente ya no tenía fiebre.
Cuando un cristiano se enferma, debe determinar primero la causa de su enfermedad. Debe preguntar: ¿Existe alguna causa válida para que yo tenga esta enfermedad? ¿Se debe a causas naturales, o es un ataque de Satanás? Si no hay una razón justificable y usted descubre que de hecho es un ataque de Satanás, debe rechazarla.
La acción de Satanás en el cuerpo del hombre no solamente produce enfermedad, sino también muerte. Satanás ha sido homicida y mentiroso desde el principio (Jn. 8:44). No solamente debemos resistir la enfermedad que nos viene de Satanás, sino también sus acciones homicidas. Toda noción de muerte como escape de cualquier cosa es idea de Satanás. Satanás indujo a Job a pensar en la muerte. El no solamente hizo esto con Job, sino que también trató de hacerlo con todos los hijos de Dios. Toda noción de suicidio, deseo de morirse y o de partir prematuramente son tentaciones de Satanás. El instiga al hombre a pecar y también a buscar la muerte. Inclusive el temor del peligro cuando uno está viajando, es un ataque de Satanás. Debemos rechazar estos pensamientos y no permitir que permanezcan en nosotros.
C. Satanás actúa en la conciencia del hombre
Leemos en Apocalipsis 12:10: “Ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche”. Esto nos muestra que parte de la obra de Satanás es acusarnos, lo cual lleva a cabo en la conciencia del hombre. Tan pronto como una persona es salva, su conciencia es avivada y empieza a reconocer el pecado. Satanás sabe esto; sabe que el Espíritu Santo toca la conciencia de los hijos de Dios y los hace conscientes del pecado. También sabe que el Espíritu Santo los guía a confesar y a pedir perdón ante Dios. En consecuencia, se anticipa a imitar la obra del Espíritu santo y genera acusaciones en la conciencia del hombre. Este ataque es bastante común entre los hijos de Dios y causa muchos estragos.
Muchos hijos de Dios no pueden diferenciar entre la desaprobación del Espíritu Santo y la acusación de Satanás. Como resultado, vacilan antes de resistirse. Esto le concede a Satanás más terreno para acusarnos. Muchos hijos de Dios pudieron haber sido de gran utilidad en las manos de Dios, pero sus conciencias se debilitaron grandemente por el ataque de Satanás. Ellos son constantemente bombardeados con las acusaciones y el sentir de haber pecado. No se atreven a estar en pie ante Dios ni ante los hombres. Como resultado quedan incapacitados espiritualmente por el resto de sus vidas.
Es cierto que debemos prestar atención a la reprensión del Espíritu Santo, pero también debemos rechazar la acusación de Satanás. Notemos la diferencia que existe entre la desaprobación del Espíritu Santo y la acusación de Satanás. En muchas ocasiones lo que consideramos una reprensión de nuestra conciencia es una imitación, pues en realidad es una acusación de Satanás.
1. La diferencia entre la acusación de Satanás y la reprensión del Espíritu Santo
¿Cuál es la diferencia entre la acusación de Satanás y la reprensión del Espíritu Santo?
En primer lugar, toda desaprobación que el Espíritu Santo pone en nosotros, comienza con una leve percepción, que se va intensificando y nos muestra nuestros errores. Por su parte, la acusación de Satanás es una sensación interior continua y agobiante. La amonestación del Espíritu Santo crece paulatinamente; pero las acusaciones de Satanás son las mismas de principio a fin. Con el paso del tiempo, la indicación del Espíritu aumenta gradualmente, pero la acusación de Satanás es un constante e invariable remordimiento.
En segundo lugar, cuando atendemos a la reprensión del Espíritu, el poder del pecado disminuye en nosotros. Toda reprensión del Espíritu Santo debilita el poder del pecado y el pecado mismo. No sucede lo mismo cuando Satanás nos acusa, pues cuando lo hace, vemos que el poder del pecado es mucho mayor que antes.
En tercer lugar, la amonestación del Espíritu Santo nos conduce al Señor, mientras que la acusación de Satanás nos desanima. Cuanto más nos corrige el Espíritu Santo, más fortalecidos somos interiormente para afrontar nuestro problema ante el Señor. Pero las acusaciones de Satanás nos llevan a la desesperación o a la resignación. La desaprobación del Espíritu Santo hace que acudamos al Señor y dependamos de El; la acusación de Satanás hace que nos centremos en nosotros mismos y nos desanimemos.
En cuarto lugar, si el Espíritu Santo nos corrige, confesaremos el pecado al Señor, lo cual si no nos trae gozo, por lo menos nos traerá paz. Tal vez surja el gozo, o tal vez no, pero siempre habrá paz. Sin embargo, la acusación de Satanás es totalmente diferente. No hay ni gozo ni paz, ni siquiera después de confesar los pecados. Esto es como acabar de pasar por una enfermedad grave o después de ver un drama; cuando ha pasa todo, no queda nada. La amonestación del Espíritu Santo produce gozo, o por lo menos paz; pero la acusación de Satanás no conduce a nada.
Quinto, la desaprobación del Espíritu Santo nos trae a la memoria la sangre del Señor, pero la acusación de Satanás siempre trae consigo el pensamiento: “La sangre de nada te sirve; el Señor no te perdonará”. Este pensamiento estará presente aun cuando sepamos que la sangre de Cristo está disponible. En otras palabras, la corrección del Espíritu Santo nos guía a creer en la sangre del Señor, mientras que la acusación de Satanás hace que perdamos la fe en la sangre del Señor. Cuando llega cierto sentimiento, simplemente examine si recuerda la sangre del Señor o si la menosprecia. Esto nos indicará si el sentimiento es una amonestación del Espíritu Santo o una acusación de Satanás.
Sexto, la corrección del Espíritu Santo es poder de Dios; lo levanta a uno y lo hace avanzar más rápidamente. Así uno seguirá con celo renovado, hará a un lado su confianza en sí mismo y tendrá más fe en Dios. Sin embargo, la acusación de Satanás debilita la conciencia, y ésta queda herida ante Dios. No tienen fe en sí mismos, ni tienen fe en Dios. Si bien es cierto que la amonestación del Espíritu Santo nos debilita a nosotros y nuestra confianza en nosotros mismos, también es cierto que nos infunde más fe en el Señor. No sucede lo mismo cuando Satanás nos acusa, pues además de dejar de confiar en nosotros, hace que perdamos la fe en el Señor. Como resultado nos volvemos débiles.
2. Cómo vencer las acusaciones de Satanás
En Apocalipsis 12:11 dice: “Y ellos [los creyentes] le han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y despreciaron la vida de su alma hasta la muerte”. Vencieron a Satanás, quien acusaba a los hermanos. ¿Cómo podemos vencer nosotros?
Primero, vencemos por la sangre del Cordero. Por un lado, cuando pecamos delante del Señor, debemos confesar nuestras transgresiones; por otra, podemos decirle a Satanás: “¡No necesitas acusarme! ¡Hoy me acerco al Señor por Su sangre!” Para vencer a Satanás, debemos proclamar ante él que fuimos perdonados por la sangre del Cordero. Todos nuestros pecados, grandes y pequeños, fueron perdonados por la sangre del Cordero. La Palabra de Dios dice: “La sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7).
Debemos darnos cuenta de que la sangre del Cordero es la base tanto de nuestro perdón ante Dios como de nuestra aceptación en El. No debemos tener el atrevimiento de creernos buenos, pero tampoco debemos cometer la necedad de condenarnos mañana y tarde. Es tan insensato envanecerse como encerrarse en uno mismo. Todos los que se consideran buenos, son necios; y también lo son quienes no ven el poder salvador del Señor. Son tan insensatos quienes creen en su propio poder como los que no creen en el poder del Señor. Necesitamos comprender que la sangre del Cordero satisfizo todo lo que Dios exigía y venció todas las acusaciones de Satanás.
Segundo, vencemos por la palabra de nuestro testimonio, la cual declara los hechos espirituales y la victoria del Señor. Debemos decirle a Satanás: “¡No me molestes! ¡La sangre del Señor ya borró mis pecados!” Necesitamos ejercer nuestra fe y declarar que Jesús es el Señor y que El ganó la victoria; necesitamos expresar la palabra de nuestro testimonio y hacer que Satanás oiga esta palabra. No solamente debemos creer con el corazón, sino que también debemos declararlo verbalmente a Satanás. Esta es la palabra de nuestro testimonio.
Tercero, debemos menospreciar la vida de nuestra alma hasta la muerte. “La sangre del Cordero” y “la palabra del testimonio de ellos” son dos condiciones necesarias para vencer a Satanás. Menospreciar la vida del alma hasta la muerte no es más que una actitud frente a la misma. No importa lo que Satanás haga, aun si trata de matarnos, debemos seguir confiando en la sangre del Cordero y declarar Su victoria. Si perseveramos en esta actitud, la acusación de Satanás cesará, y él no nos podrá vencer. Por el contrario, ¡nosotros lo venceremos a él!
Algunos hermanos y hermanas se abren tanto a las acusaciones de Satanás que dejan de discernir si el sentir interior es una acusación de Satanás o una amonestación del Espíritu Santo. Ellos deben dejar de confesar sus pecados por un tiempo. El Señor no desea que actuemos insensatamente. En vez de eso, deben orar al Señor y decir: “Si he pecado, confieso que lo he hecho y te pido que me perdones. Pero ahora Satanás me acusa. Oro a Ti pidiéndote que quites todos mis pecados. Desde este momento, todo está cubierto por Tu sangre y no dejaré que nada me perturbe”. Quienes se hallan en tal condición deben hacerlo todo a un lado, temporalmente, para poder identificar claramente entre la acusación de Satanás y la corrección del Espíritu Santo.
3. Cómo ayudar a quienes están oprimidos por la acusación de Satanás
Nunca debemos agregar más cargas a la conciencia de aquellos que están oprimidos por las acusaciones de Satanás. En primer lugar, debemos ayudarles a hacer solamente lo que ellos puedan. Si les pedimos que vayan más allá de su límite, se sentirán aún más condenados. Debemos ayudarles a obtener fortaleza ante el Señor para seguir adelante, antes de exhortarlos o de instarles a avanzar. En segundo lugar, cuando veamos claramente la obra del Espíritu Santo, debemos elevar la norma un poco, ya que al actuar el Espíritu del Señor y el espíritu de avivamiento, la palabra del Señor tiene el poder de aumentar la capacidad de la persona. Si elevamos la norma sin que actúe el Espíritu del Señor, no estamos ayudando a las persona que se sienten condenadas; por el contrario, le estamos dando la oportunidad a Satanás de acusarlos aun más.
No debemos ser imprudentes señalando las faltas de las personas. Supongamos que un hermano ha caído en cierta área, pero todavía puede orar, leer la Biblia y asistir a las reuniones. Si usted está seguro de que puede ayudarlo, un pequeño impulso será suficiente para que sobrepase el problema. Pero si usted no tiene la certeza ni la capacidad de levantarlo, cuando le saque a colación las faltas, lo único que logrará será desanimarlo de que siga orando, leyendo la Biblia y reuniéndose. No debemos apagar el pábilo humeante, sino volverlo a encender, y no debemos quebrar la caña cascada, sino sostenerla. No debemos ponernos como ejemplo haciendo así que la conciencia de otros se sienta acusada. Debemos aprender a actuar sin ofender la conciencia de los demás.
A aquellos que están bajo la acusación de Satanás debemos mostrarles Hebreos 10:22: “Purificados los corazones de mala conciencia con la aspersión de la sangre”. Al rociar la sangre, nuestra conciencia debe dejar de sentirse culpable. La vida cristiana debe mantenerse libre de toda condenación en la conciencia. Cuando un cristiano percibe que su conciencia lo reprende, se siente débil ante Dios y perderá fuerza en todos los asuntos espirituales. La meta de Satanás es desviarnos de este principio y con ese fin nos acusa incesantemente. Necesitamos aferrarnos a este principio aplicando la sangre. Cuanto más trate Satanás de hacernos sentir culpables, más debemos aplicar la sangre a todos nuestros pecados. Los creyentes lo vencieron, no por su propia fuerza, sino por la sangre del Cordero. Debemos declarar: “Satanás, reconozco que he pecado. Pero el Señor me redimió. No niego que sea un deudor. Sí soy un deudor, pero el Señor pagó mi deuda”. No tratemos de contrarrestar la acusación de Satanás negando que seamos deudores, pues podemos derrotarlo declarando que nuestra deuda ya se pagó.
D. Satanás actúa en las circunstancias
Todas las circunstancias son dispuestas por Dios. Sin embargo, muchas de las cosas que nos rodean, aunque son permitidas por Dios, son parte de la obra directa y activa de Satanás.
Tomemos el caso de Job. Le robaron los bueyes y los asnos, se le cayó la casa y le mataron a todos los hijos. Todas éstas fueron circunstancias que lo rodearon. Aunque fueron permitidas por Dios, Satanás fue instigador directo del ataque.
La falta que cometió Pedro es otro ejemplo. El mismo fue la causa parcial de esta falta, pero parte se debió al ataque de Satanás en las circunstancias. El Señor le había dicho: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lc. 22:31). La falta que cometió Pedro fue el resultado directo de la obra de Satanás; sin embargo, Dios lo permitió.
El aguijón de Pablo era expresamente obra de Satanás. Pablo dijo: “Me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás, para que me abofetee” (2 Co. 12:7). Aquel aguijón provenía de Satanás, quien usa las circunstancias para atacar a los hijos de Dios.
Vemos un ejemplo más claro aún en Mateo 8, cuando el Señor Jesús les dijo a los discípulos que fueran al otro lado del mar, pues sabía que tenía que echar fuera poderosos demonios en el otro lado del mar. Después de entrar en la barca El y Sus discípulos, en el mar se levantó una tempestad tan grande que las olas cubrían la embarcación. El Señor estaba dormido. Los discípulos lo despertaron desesperados diciendo: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (v. 25). Algunos de los discípulos eran pescadores y marineros diestros, pero aquellas olas eran más de lo que ellos podían controlar. El Señor los reprendió por su poca fe, se levantó y reprendió a los vientos y al mar. Pese a que los vientos y el mar no tienen personalidad, el Señor los reprendió porque el diablo estaba actuando detrás de ellos. Satanás agitó el viento y las olas.
En conclusión, Satanás no sólo ataca nuestro cuerpo, nuestra conciencia y nuestra mente, sino que también se vale de las circunstancias para atacarnos.
¿Cómo debemos reaccionar al ataque de Satanás en el ambiente? Primero, debemos humillarnos bajo la mano poderosa de Dios. En Jacobo 4 y en 1 Pedro 5 nos se dice que resistamos al diablo y que también nos humillemos ante Dios. Cuando Satanás nos ataca en las circunstancias, la primera reacción que debemos tener es someternos a Dios. Si no nos sometemos a Dios, no podemos resistir al diablo y nuestra conciencia nos condenará.
Segundo, debemos resistir al diablo. Cuando los hijos de Dios se encuentran con adversidades y situaciones imprevistas y se percatan de que son ataques de Satanás, deben resistirlas. Una vez que resistan los ataques, éstos quedarán atrás. Por una parte, deben humillarse bajo la mano de Dios, y por otra, deben resistir las actividades de Satanás en todo lo que los rodea. Cuando se humillan y se mantienen firmes, Dios les mostrará que la adversidad que les sobrevino es obra de Satanás. De esta manera, ellos podrán diferenciar entre lo que proviene de Dios y lo que proviene de Satanás. Una vez que vean claramente y resistan al diablo, el ataque desaparecerá.
Tercero, debemos rechazar toda forma de temor. Satanás tiene que hallar la forma de establecerse en los hijos de Dios antes de poder actuar en ellos. El no puede trabajar donde no tiene una base. Por consiguiente, su primer ataque tiene como fin obtener un frente de ataque desde donde dirigir sus fuerzas. No debemos cederle nada de terreno. Este es el camino de la victoria. El temor, por ejemplo, puede convertirse en la peor fortaleza de Satanás. Cuando Satanás trata de hacernos pasar por sufrimientos, lo primero que hace es llenarnos de temor. Una hermana muy experimentada en la vida cristiana me dijo en cierta ocasión: “El temor es la tarjeta de visita de Satanás”. Una vez que uno acepta el temor, Satanás se infiltra; si rechaza el temor, el diablo no podrá entrar.
Todo temor es un ataque de Satanás. Aquello que uno teme, eso mismo le vendrá. Job dijo: “Porque el temor que me espantaba me ha venido, y me ha acontecido lo que yo temía” (Job 3:25). A Job lo sobrevino precisamente lo que temía. El ataque que Satanás lleva a cabo utilizando lo que lo rodea a uno, viene por lo general en forma de temor. Si uno rechaza el miedo a cierta cosa, ésta no le sucederá. Pero si uno permite que el temor permanezca, le dará a Satanás la oportunidad de poner en el camino lo que uno teme.
Así que los hijos de Dios pueden resistir la obra de Satanás rechazando, en primera instancias, el temor. Cuando Satanás trata de infundirnos temor, no debemos entregarnos a ese temor, sino decir: “¡No aceptaré nada que el Señor no haya preparado para mí!” Una vez que la persona es librada del temor, está fuera del alcance de Satanás. A esto se refiere Pablo cuando dice: “Ni deis lugar al diablo” (Ef. 4:27).
¿Por qué no debemos temer? Porque es mayor el que está en nosotros, que el que está en el mundo (1 Jn. 4:4). Si no sabemos esto, temeremos.
II. RESISTIMOS A SATANÁS POR FE
En 1 Pedro 5:8-9 dice: “Sed sobrios, y velad. Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe”. La Palabra de Dios nos muestra claramente que resistimos a Satanás por la fe. No hay otra manera de resistirlo. ¿En qué debe reposar nuestra fe? ¿Cómo debemos usar nuestra fe para resistirlo? Examinemos lo que la Palabra de Dios dice al respecto.
A. La fe en que el Señor destruyó las obras del diablo
En primer lugar debemos creer que el Señor se manifestó, es decir, vino a la tierra, para destruir las obras del diablo (1 Jn. 3:8). El destruía las obras del diablo por donde iba. Por lo general, la obra de Satanás no es muy obvia; él se esconde detrás de fenómenos naturales. Pero el Señor lo reprendió en todos los casos. Sin duda, El estaba reprendiendo a Satanás cuando reprendió a Pedro en Mateo 16:22-23, cuando reprendió la fiebre de la suegra de Pedro en Lucas 4:23 y cuando reprendió al viento y a las olas. Aunque el diablo se escondía detrás de los fenómenos naturales, el Señor Jesús lo reprendió directamente a él. Dondequiera que el Señor iba, el poder del diablo era destruido. Por eso El dijo: “Pero si Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, entonces ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt. 12:28). En otras palabras, adondequiera que el Señor iba, Satanás fue echado afuera, y el reino de Dios se manifestaba. Satanás no podía permanecer donde el Señor estaba. Por eso el Señor dijo que El se manifestó para destruir las obras del diablo.
También debemos creer que cuando el Señor se manifestó en la tierra, no solamente destruyó las obras del diablo, sino que también dio autoridad a Sus discípulos para echar fuera demonios en Su nombre. El les dijo: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo” (Lc. 10:19). Después de ascender El dio Su nombre a la iglesia para que ésta continúe Su obra en la tierra. La autoridad que El usó en la tierra para echar fuera demonios la dio a la iglesia.
Debemos distinguir entre lo que tiene el diablo y lo que nosotros tenemos. El diablo tiene poder, pero nosotros tenemos autoridad. El Señor Jesús nos dio la autoridad que puede vencer el poder de Satanás. El poder no prevalece frente a la autoridad. Dios nos dio la autoridad, y sin duda Satanás fracasará.
Usemos un ejemplo para comprender cómo la autoridad está por encima del poder: un semáforo puede controlar el tráfico de un cruce. Cuando la luz roja se enciende, los peatones y automóviles tienen que detenerse. A nadie se le permite cruzar cuando la luz roja se enciende. Los peatones y los autos tienen mucho más poder que el semáforo. Sin embargo, ni los peatones ni los vehículos se atreven a avanzar cuando el semáforo está en rojo, pues éste representa la autoridad. Vemos, entonces, que la autoridad prevalece sobre el poder.
En todo el universo la autoridad está por encima del poder. No importa cuán fuerte sea el poder de Satanás, hay un hecho cierto: el Señor Jesús dio Su nombre a la iglesia. Este nombre representa Su autoridad. La iglesia puede echar fuera demonios en el nombre del Señor. Podemos invocar el nombre del Señor para combatir el poder de Satanás. Agradecemos a Dios porque el nombre del Señor es inmensurablemente mayor que el poder de Satanás. La autoridad que sustenta el nombre del Señor vence el poder de Satanás.
Los discípulos salieron en el nombre del Señor y cuando regresaron contaron que se habían sorprendido. Ellos le dijeron al Señor: “Aun los demonios se nos sujetan en Tu nombre” (Lc. 10:17). El nombre del Señor tiene autoridad. Al darnos Su nombre nos da Su autoridad. El Señor dijo: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os dañará” (v. 19). Todo aquel que desee resistir a Satanás debe reconocer la diferencia entre la autoridad del Señor y el poder de Satanás. No importa cuán grande sea el poder de Satanás, la autoridad del Señor lo vence.
Debemos creer que Dios dio Su autoridad a la iglesia, la cual, a su vez, puede echar fuera demonios y resistir al diablo en el nombre del Señor Jesús.
B. La fe en que la muerte del Señor destruyó a Satanás
En segundo lugar, debemos creer que el Señor Jesús destruyó por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (He. 2:14). La manifestación del Señor Jesús destruyó las obras del diablo, y Su muerte destruyó al diablo mismo.
La muerte del Señor constituye la mayor derrota para el diablo porque no solamente es un castigo [para él], sino también el camino de la salvación [para los creyentes]. En Génesis 2:17 Dios habló de la muerte: “Porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Esta muerte es un castigo. Satanás se deleitó al oír esta palabra. Puesto que el hombre moriría si comía el fruto, Satanás lo indujo a comer dicho fruto, para que la muerte reinara en el hombre y así poder reclamar la victoria. Al mismo tiempo, la muerte del Señor constituye el gran camino de salvación. Dios dijo: “El día que de él comieres, ciertamente morirás”. La muerte es, entonces, un castigo. Pero el Señor ofrece otra muerte, la cual es el camino de la salvación. La muerte puede castigar a los que pecan, pero también puede salvar y librar a quienes están en pecado. Satanás pensó que la muerte sólo podía castigar al pecador. El se asió de este hecho y reinó mediante la muerte sobre el hombre. No obstante, Dios salva y libra al hombre del pecado por medio de la muerte del Señor Jesús. Este es un aspecto profundo del evangelio.
La muerte del Señor en la cruz no solamente nos libra de nuestros pecados sino también de la vieja creación. Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con el Señor. Aunque Satanás reina por medio de la muerte, cuanto más reina por la muerte, peor es su suerte, porque su reino llega a su fin con la muerte. Puesto que ya morimos, la muerte no nos puede hacer daño; ya no reina sobre nosotros.
“El día que de él comieres, ciertamente morirás”. Dios dijo esto para que el hombre no comiera del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Pero el hombre comió y pecó. ¿Qué se podía hacer entonces? El pecado se paga con la muerte; esto es irreversible. Sin embargo, hay un camino de salvación, el cual consiste en pasar por la muerte. Cuando el Señor Jesús fue crucificado por nosotros, la vieja creación y el viejo hombre fueron crucificados con El. Esto significa que la autoridad de Satanás sólo llega hasta la muerte. La Escritura dice: “Para destruir por medio de la muerte al que tiene el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (He. 2:14).
Damos gracias y alabamos al Señor porque ya estamos muertos. Si Satanás nos ataca, podemos decirle: “¡Ya estoy muerto!” El no tiene autoridad sobre nosotros pues estamos muertos. Su autoridad sólo llega hasta la muerte.
Nuestra crucifixión con Cristo es un hecho que Dios ya efectuó. La Biblia no dice que nuestra muerte con el Señor pertenezca al futuro; no es algo que esperemos experimentar algún día. La Biblia no nos dice que procuremos la muerte, sino que nos muestra que ya estamos muertos. Si una persona todavía procura morir, obviamente no está muerta. Pero así como Cristo murió por nosotros gratuitamente, asimismo Dios puso a nuestra disposición la muerte de Cristo. Si un hombre procura ser crucificado, aún está en la esfera de la carne. Así como creemos en la muerte del Señor por nosotros, de la misma manera necesitamos creer que morimos en El. Ambas cosas requieren un acto de fe y no tienen nada que ver con el esfuerzo humano. Cuando tratamos de llevar a cabo estos hechos, nos exponemos al ataque de Satanás. Tenemos que asirnos a los hechos ya cumplidos y declarar: “¡Te alabo Señor y te doy gracias porque ya estoy muerto!”
Debemos ver que ante Dios morimos juntamente con Cristo; es un hecho consumado. Una vez que tengamos esto en claro, Satanás no podrá hacernos nada. Satanás sólo puede hacerles daño a los que no han muerto. El sólo puede gobernar a aquellos que están luchando contra la muerte y que van apenas camino a la muerte. Pero nosotros ya no peleamos contra la muerte, pues ya morimos. Satanás no nos puede hacer nada.
Para resistir a Satanás, debemos comprender que la manifestación del Señor fue una manifestación de autoridad, y la obra de Su cruz libró a todos los que estaban bajo la mano de Satanás. Satanás ya no tiene autoridad sobre nosotros, pues estamos muertos; estamos por encima de él. La obra de Satanás sólo llega hasta la muerte, y después ya no pueda hacer más daño.
C. La fe en que la resurrección del Señor puso en vergüenza a Satanás
En tercer lugar, debemos creer que la resurrección del Señor puso en vergüenza a Satanás; de modo que ya no puede atacarnos.
En Colosenses 2:12 dice: “Sepultados juntamente con El en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados juntamente con El, mediante la fe de la operación de Dios, quien le levantó de los muertos”. Este versículo habla tanto de la muerte como de la resurrección. El versículo 13 presenta el hecho de que nosotros estábamos muertos y resucitamos; el versículo 14 nos muestra lo que realizó el Señor al morir; y el versículo 15 nos dice que el Señor Jesús despojó a los principados y a las potestades y “los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. El versículo 20 dice: “Si habéis muerto con Cristo”, y en 3:1 leemos: “Si, pues, fuisteis resucitados juntamente con Cristo”. Este pasaje comienza con la resurrección y finaliza con la resurrección; y entre el principio y el fin se habla de triunfar en la cruz. Debemos permanecer en resurrección para triunfar en la cruz.
¿Cómo podemos hacer esto? La declaración que hicimos anteriormente lo explica: el Señor murió, y nosotros morimos en El. Satanás, quien tiene dominio sobre el viejo hombre, sólo nos puede perseguir hasta la cruz, pero la resurrección está fuera de su alcance. Así como Satanás no tenía nada en el Señor Jesús mientras estaba en la tierra (Jn. 14:30), tampoco tiene nada en El ahora que está en resurrección. Satanás no tiene absolutamente ningún lugar ni ninguna autoridad en la nueva vida. No puede tocar nuestra nueva vida.
Cuando el Señor Jesús estaba en la cruz, estaba rodeado de innumerables demonios, los cuales pensaban que podían destruir al Hijo de Dios. Esto pudo haber sido una gran victoria para ellos. No tenían idea de que el Señor Jesús iba a morir y luego saldría de la muerte y vencería la autoridad de la muerte. Este es un hecho glorioso: el Señor no pudo ser retenido por la muerte. Por eso, tenemos la confianza de decir que la vida de Dios vence la muerte.
¿Qué es la vida de resurrección? Es una vida que no puede ser afectada por la muerte, que trasciende la muerte, que va más allá de los linderos de la muerte y que no puede ser retenida por la muerte. El poder de Satanás se extiende solamente hasta la muerte. El Señor Jesús demostró con Su resurrección cuán grande es el poder de Su vida, pues con él desmenuzó el poder de Satanás. La Biblia llama a este poder “el poder de Su resurrección” (Fil. 3:10). Cuando este poder se expresa en nosotros, todo lo de Satanás es derribado.
Podemos resistir a Satanás porque tenemos la vida de resurrección, la cual no tiene nada que ver con Satanás. Nuestra vida procede de la vida de Dios; es una vida que no puede ser retenida por la muerte. Satanás no puede tocar esta vida, porque su poder sólo llega hasta la muerte. Debemos mantenernos en la resurrección y mirar triunfalmente hacia atrás por medio de la cruz. Colosenses 2 habla de triunfar en resurrección. Dicho capítulo habla de la resurrección, no de la muerte. No triunfamos sobre la muerte por medio de la resurrección, sino en la resurrección.
Al resistir al diablo los hijos de Dios deben declarar con una fe firme: “Gracias doy a Dios por haberme resucitado. Satanás, ya no puedes hacer nada. ¡No tienes poder! ¡Esta vida está muy por encima de ti! ¡Satanás, aléjate de mí!”
No podemos hacerle frente a Satanás basándonos en la esperanza. Sólo lo podemos detener en la resurrección, el terreno del Señor. Este es un principio fundamental. Colosenses 2:12 nos dice que debemos creer en “la operación de Dios, quien le levantó [a Jesús] de los muertos”.
Necesitamos mantener ante Satanás la posición que tenemos ante Dios. La Biblia nos dice que cuando nos acerquemos a Dios lo hagamos con manto de justicia (Is. 61:10; Zac. 3:4-5), el cual es Cristo. Necesitamos vestirnos de Cristo para acercarnos a Dios. De la misma manera, necesitamos vestirnos de Cristo cuando enfrentamos a Satanás. Dios no halla pecado en nosotros cuando nos vestimos de Cristo. Tampoco Satanás puede hallar nuestros pecados cuando estamos en Cristo. Cuando nos mantenemos en esa posición, Satanás no nos puede atacar, pues allí somos perfectos ante Dios y también ante Satanás. ¡Qué hecho tan glorioso!
No debemos temerle a Satanás. Si tenemos temor de él, se reirá de nosotros y dirá: “¡Qué persona tan necia! ¿Cómo puede ser tan insensata?” Todo aquel que le teme a Satanás es un tonto, porque ha olvidado su posición en Cristo. No tenemos razón para temerle. Hemos trascendido sobre su poder. Podemos mantenernos firmes en nuestra postura y decirle: “¡No puedes tocarme! ¡No importa cuán fuerte seas ni cuántos recursos tengas, te has quedado atrás!” En el día de la resurrección del Señor, llevó cautivo al enemigo y lo expuso a vergüenza pública. Hoy estamos permaneciendo en el terreno de la resurrección, y ¡triunfamos por medio de la cruz!
D. La fe en que la ascensión del Señor es superior al poder de Satanás
En cuarto lugar, debemos creer que la ascensión del Señor lo puso por encima del poder de Satanás. En Efesios 1:20-22 dice: “Resucitándole [a Cristo] de los muertos y sentándole a Su diestra en los lugares celestiales, por encima de todo … no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. Esto significa que el Señor Jesús ya está sentado en los lugares celestiales y está por encima de toda potestad de Satanás.
En Efesios 2:6 dice: “Y juntamente con El nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús”. Esta es nuestra posición como cristianos. El Señor Jesús resucitó, está sentado en los lugares celestiales por encima de todo poder de Satanás. Nosotros fuimos resucitados juntamente con Cristo y estamos sentados en los lugares celestiales con El, por encima de todo poder de Satanás.
Efesios 6:11-13 dice: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las estratagemas del diablo … y habiendo acabado todo, estar firmes”. El capítulo dos nos muestra que estamos sentados en los lugares celestiales juntamente con el Señor, y el capítulo seis, que necesitamos mantenernos firmes. El capítulo dos dice que necesitamos sentarnos, mientras que el capítulo seis dice que necesitamos estar de pie. ¿Qué significa sentarse? Sentarse significa descansar e indica que el Señor venció y que nosotros ahora podemos reposar en Su victoria. Esto es lo que significa depender de la victoria del Señor. ¿Qué significa estar firmes? Quiere decir que la guerra espiritual no consiste en atacar, sino en defender. Estar firme no indica atacar; sino defender. Debido a que el Señor obtuvo una victoria total, no necesitamos seguir atacando. La victoria de la cruz es completa, y no es necesario atacar. Aquí podemos ver dos actitudes: una es sentarse, y la otra estar firmes. Nos sentamos a descansar en la victoria del Señor, y estamos firmes resistiendo a Satanás y no permitiéndole quitarnos la victoria.
La guerra cristiana se basa en rechazar la derrota, no en pelear por obtenerla. Ya vencimos. Peleamos desde nuestra posición de victoria, para mantener nuestra victoria, pues ya está en nuestras manos. La lucha que se menciona en Efesios, es la guerra que pelean los vencedores. No llegamos a ser vencedores luchando. Necesitamos distinguir entre estas dos cosas.
¿Cómo nos tienta Satanás? El trata de hacer que nos olvidemos de nuestra posición de victoria; trata de poner un velo sobre nuestros ojos para que no veamos nuestra propia victoria. Si cedemos a sus tácticas, pensaremos que la victoria está lejos y fuera de nuestro alcance. Debemos recordar que la victoria del Señor es completa. Es tan completa que toda nuestra vida está incluida en esta victoria. Una vez que creemos, vencemos. Satanás está derrotado, y nosotros hemos vencido en Cristo. Satanás quiere robarnos la victoria que hemos obtenido. Su obra consiste en probarnos para descubrir secretamente si tenemos fe. Si no sabemos que la victoria ya es nuestra, fracasaremos. Pero si estamos conscientes de nuestra victoria, su obra fracasará.
Por consiguiente, contraatacamos la obra de Satanás con la obra del Señor Jesús. Nosotros resistimos a Satanás por medio de la manifestación, la muerte, la resurrección y la ascensión del Señor. Hoy nos mantenemos firmes en la obra consumada del señor. No necesitamos tratar de vencer de algún modo cuando Satanás nos ataca. Cuando tenemos el más leve pensamiento de procurar vencer, ya fracasamos porque nuestra posición es incorrecta. Cuán grande es la diferencia entre una persona que trata de vencer y una que resiste sabiendo que ya venció. Resistir al diablo significa que lo resistimos por la victoria de Cristo.
Este asunto requiere revelación. Necesitamos ver la manifestación del Señor, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión. Debemos estar conscientes de todas estas cosas.
Como cristianos debemos aprender a resistir al diablo. En toda circunstancia debemos decirle a Satanás: “¡Aléjate de mí!” Que Dios tenga misericordia de nosotros para que tengamos esta fe. Espero que tengamos fe en las cuatro cosas que el Señor efectuó por nosotros, y que podamos tener una fe firme que resista a Satanás y rechace su obra sobre nosotros.