Watchman Nee Libro Book Las reuniones
LAS REUNIONES
LAS REUNIONES
Lectura bíblica: He. 10:25; Mt. 18:20; Hch. 2:42; 1 Co. 14:23, 26
I. LA GRACIA CORPORATIVA SE ENCUENTRA EN LAS REUNIONES
La Palabra de Dios dice: “No dejando de congregarnos” (He. 10:25). ¿Por qué no debemos dejar de congregarnos? Porque cuando estamos reunidos Dios nos imparte Su gracia personal y corporativamente. El no sólo nos concede la gracia personal, sino también gracia corporativa, y ésta sólo se encuentra en la asamblea o reunión.
Previamente hemos hablado sobre la oración. Sabemos orar individualmente y no dudamos que Dios nos escucha. Sin embargo, hay otra clase de oración que a fin de recibir contestación tiene como principio que dos o tres se junten en el nombre del Señor. La oración individual no puede lograrlo. A fin de que Dios conteste, los asuntos importantes deben ser presentados en las reuniones y se debe orar por ellos corporativamente. La gracia corporativa de Dios llega al hombre solamente en las reuniones. Uno puede pensar que la oración individual por ciertos asuntos es suficiente para hallar la misericordia de Dios, pero la experiencia nos dice que no es así. A menos que dos o tres, o todos los hermanos se reúnan a orar, Dios no contesta. Si no nos reunimos a orar con los demás, algunas de nuestras oraciones no recibirán respuesta.
Hablamos también de cómo al leer la Biblia. Dios nos da Su gracia cuando leemos la Biblia solos; sin embargo, la revelación de algunas porciones de la Palabra no se da al individuo, sino que Dios concede Su luz a la asamblea, cuando todos están reunidos. Allí algún hermano es guiado a leer un pasaje de la Palabra, y aunque no se hable sobre ese pasaje en particular, el hecho de que toda la asamblea la lea, le da a Dios la oportunidad de derramar Su luz. Muchos hermanos testifican que pueden entender más la Palabra de Dios en las reuniones, que cuando la estudian individualmente. Dios abre cierta porción de Su Palabra por medio de otra porción, de tal manera que mientras una persona habla de un pasaje, la luz brilla en otro pasaje, y de esta manera la luz y la gracia se reciben en forma corporativa.
Al no reunirnos con los demás, aunque obtengamos una porción individual de la gracia, perdemos gran parte de la gracia, la gracia corporativa que Dios concede solamente en las reuniones. Es por esta razón que la Biblia nos exhorta a no dejar de congregarnos.
II. LA IGLESIA Y LAS REUNIONES
Una característica predominante de la iglesia es que se reúne. El cristiano jamás puede substituir las reuniones con búsquedas personales. Dios tiene cierta gracia reservada exclusivamente para las reuniones, así que si no nos reunimos con los demás, no recibiremos esa porción.
En el Antiguo Testamento Dios ordenó a los israelitas que se reunieran. A esta reunión la Biblia la llama congregación. En el Nuevo Testamento la revelación se aclara más, porque se dice claramente que no debemos dejar de congregarnos. Dios no está interesado en individuos que se instruyen en la Palabra solos. A fin de recibir la gracia corporativa debemos asistir a las reuniones, y juntarnos con los demás hijos de Dios. Aquel que se olvida de las reuniones, no obtiene gracia. Por consiguiente, es una insensatez dejar de congregarse.
La Biblia proporciona mandamientos y ejemplos claros acerca de las reuniones. Cuando el Señor estuvo en la tierra, El se reunía con Sus discípulos en el monte (Mt. 5:1), en el desierto (Mr. 6:32-34), en las casas (2:1-2) o a la orilla del mar (4:1). La noche antes de Su crucifixión, pidió prestado un salón grande en un aposento alto para reunirse con Sus discípulos (14:15-17); y después de Su resurrección, se apareció en el lugar donde ellos estaban reunidos (Jn. 20:19, 26; Hch. 1:4). Antes de Pentecostés, los discípulos estaban reunidos unánimes orando (v. 14) y así estuvieron hasta que llegó el día de Pentecostés (2:1). Vemos que después de ese acontecimiento, todos ellos continuaron firmes en la enseñanza y en la comunión de los apóstoles, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y aunque poco tiempo después fueron perseguidos y tuvieron que regresar a sus propios lugares, continuaron reuniéndose (4:23-31). Pedro, después de haber sido puesto en libertad, se dirigió a la casa en donde se congregaban los discípulos (12:12); y en 1 de Corintios 14 leemos que toda la iglesia se reunía (v. 23). Todo aquel que forme parte de la iglesia debe reunirse con ella.
¿Qué significa la palabra iglesia? Iglesia es la traducción de la palabra griega ekklesia:ek significa “salir” yklesia significa “congregarse o reunirse”, o sea, la reunión de aquellos que han sido llamados a salir. Dios no sólo busca al que ha salido, sino que quiere que éste se congregue. Si los llamados se mantuvieran separados, no habría iglesia.
A partir del momento en que creímos en el Señor Jesús, tenemos que congregarnos con los hijos de Dios. Esta es una necesidad básica que tenemos que atender. No debemos pensar que es suficiente con ser un autodidacta cristiano, que se encierra a solas en su casa a orar y a leer la Biblia pensando que no necesita reunirse. Debemos descartar este pensamiento. La vida cristiana no se edifica sólo a nivel individual, sino al reunirnos.
III. LAS FUNCIONES DEL CUERPO SE MANIFIESTAN EN LAS REUNIONES
En 1 Corintios 12 se habla del Cuerpo, y en el capítulo catorce, de las reuniones. Ambos capítulos hablan de los dones del Espíritu Santo; excepto que el capítulo doce habla de los dones en el Cuerpo, mientras que el catorce, de los dones en la iglesia. Uno nos habla del Cuerpo, y el otro de las reuniones. Así que vemos el Cuerpo en el capítulo doce, y en el capítulo catorce vemos el Cuerpo en acción. Según estos dos capítulos, el funcionamiento mutuo de los miembros del Cuerpo se expresa y realiza específicamente en las reuniones. La ayuda mutua, la influencia mutua y el cuidado mutuo de los miembros (los ojos ayudan a las piernas, las orejas a las manos, y las manos a la boca) se manifiestan mucho más claramente en las reuniones. Muchas respuestas a nuestras oraciones y la luz que como individuos no podemos obtener, las recibimos cuando asistimos a las reuniones. Lo que vemos como individuos jamás puede compararse con lo que vemos en las reuniones, porque todos los ministerios designados por Dios operan en las reuniones, pues éstas son la meta de ellos. El creyente que raramente se reúne con otros, no tiene mucha oportunidad de ver al Cuerpo funcionar.
Además de ser el Cuerpo de Cristo, la iglesia también es la morada de Dios. En el Antiguo Testamento la luz de Dios iluminaba el Lugar Santísimo. En el atrio estaba la luz del sol, y antes del velo, en el lugar santo, ardía el candelero que contenía aceite de oliva; pero en el Lugar Santísimo no había luz natural ni artificial, sino la luz de Dios. El Lugar Santísimo es la morada de Dios, y allí está Su luz. Así que cuando la iglesia se congrega como morada de Dios, recibe Su luz. Dios manifiesta Su luz en la reunión de la iglesia. Cómo sucede esto, no nos damos cuenta; pero podemos decir que es el resultado del funcionamiento mutuo de los miembros, lo cual permite que la luz de Dios se exprese en el Cuerpo.
Dice Deuteronomio 32:30: “¿Cómo podría perseguir uno a mil, y dos hacer huir a diez mil, si su Roca no los hubiese vendido, y Jehová no los hubiera entregado?” Si uno persigue a mil, ¿cómo pueden dos hacer huir a diez mil? Esto es extraño. Aunque no sabemos cómo sucede, es un hecho. Según el hombre, si uno puede perseguir a mil, dos perseguirían a dos mil. Pero Dios dice que dos pueden perseguir a diez mil, lo cual equivale a ocho mil más. Dos individuos separados, pueden perseguir a dos mil, pero si estos dos se juntan, pueden perseguir a diez mil. Vemos aquí el funcionamiento unánime de los miembros, quienes juntos persiguen a ocho mil más de los que perseguirían si lo hubieran hecho individualmente. Una persona que no conoce el Cuerpo de Cristo, ni le interesa reunirse, perderá ocho mil. Por lo tanto, necesitamos aprender a recibir la gracia corporativa. No piense que la gracia personal es suficiente. Lo que caracteriza a los cristianos es que se reúnen. El creyente jamás puede substituir las reuniones con sus búsquedas autodidácticas. Necesitamos ver y ser sobrios en esto.
El Señor nos promete dos clases de presencia, según lo indicado en Mateo 28 y en Mateo 18. En Mateo 28:20 el Señor dijo: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo”. Esto se refiere a Su presencia con los individuos; y en Mateo 18:20: “Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos”, lo cual se refiere a Su presencia en las reuniones. La presencia del Señor en el individuo y Su presencia en las reuniones son dos asuntos diferentes. Algunos sólo conocen la presencia del Señor con ellos como individuos; pero este conocimiento no es suficiente, porque la presencia más irresistible y poderosa se experimenta en las reuniones. Cuando estamos con todos los santos, podemos tocar esa presencia que como individuos no podríamos. Tenemos que aprender a reunirnos con los hermanos porque es en las reuniones donde experimentamos la presencia especial del Señor, la cual es una gran bendición.
Cuando los hijos de Dios se juntan es natural que actúen en mutualidad. No sabemos cómo funciona esta mutualidad del Cuerpo a en las reuniones, pero sabemos que esto es un hecho. Cuando un hermano se pone de pie, podemos percibir la luz; si otro se levanta, sentimos la presencia del Señor; si alguien ora, tocamos a Dios, y si testifica, sentimos el suministro de vida. Es imposible explicar este fenómeno, porque va más allá de las palabras. Cuando el Señor regrese sabremos con exactitud cómo opera el Cuerpo de Cristo en mutualidad. Todo lo que podemos hacer ahora es obedecer el mandato del Señor.
Posiblemente usted no haya dado importancia a las reuniones porque acaba de ser salvo, y desconoce lo que es la luz del Cuerpo y lo que es la acción y eficacia del mismo. La experiencia nos dice que muchas lecciones espirituales solamente las podemos aprender en el Cuerpo. Así que esperamos que el creyente aprenda a reunirse como es debido desde el comienzo de su vida cristiana.
IV. UN PRINCIPIO PARA REUNIRSE
¿Cómo debemos reunirnos? El primer principio en la Biblia sobre las reuniones es que todas las reuniones son conducidas en el nombre del Señor. En Mateo 18:20 dice: “Congregados en Mi nombre”, que también puede traducirse: “Congregados bajo Mi nombre”. ¿Qué significa congregarse bajo el nombre del Señor? Significa estar sujeto a Su autoridad. El Señor es el centro y cada uno es atraído hacia El. Las reuniones no tienen el fin de visitar hermanos que nos simpatizan, ni escuchar la prédica de alguien, sino el de estar congregados con todos los santos bajo el nombre del Señor. Si el motivo por el cual nos reunimos es escuchar una predicación, me temo que estaremos bajo el nombre del predicador y no bajo el nombre del Señor. Algunos hombres usan sus propios nombres para atraer a las personas, lo cual da por resultado que el pueblo se congrega en el nombre de ellos. Pero el mandato divino requiere que nos congreguemos bajo el nombre del Señor.
Debemos congregarnos bajo el nombre del Señor porque El no está con nosotros físicamente (Lc. 24:5-6). El nombre está presente cuando la persona no está. Necesitamos el nombre del Señor porque El está ausente físicamente. El cuerpo del Señor está en el cielo, sin embargo, nos dejó Su nombre y prometió que si nos reunimos bajo Su nombre, El estará en medio de nosotros, lo cual significa que Su Espíritu estará en medio de nosotros. Aunque el Señor está sentado en los cielos, Su nombre está en medio nuestro. El Espíritu Santo es el que sostiene el nombre del Señor, y es el guardia que protege y defiende el nombre de Cristo. Así que dondequiera que esté y se manifieste el nombre del Señor, allí está el Espíritu Santo. Debemos reunirnos, bajo el nombre del Señor.
El segundo objetivo por el cual nos reuniones es edificar a otros. En 1 Corintios 14 Pablo nos dice que el principio básico sobre el cual nos reunimos es la edificación de los demás, no de nosotros mismos. Por ejemplo, hablar en lenguas edifica al que habla; sin embargo, la interpretación edifica a los demás. En otras palabras, toda actividad que sólo edifique a una persona, está al mismo nivel de hablar en lenguas. El principio de la interpretación de lenguas es dispensar en los demás aquello con lo que nosotros hayamos sido edificados, para que ellos también se edifiquen. Por esta razón, no debemos hablar en lenguas en la reunión si no hay nadie que las interprete. No debemos hablar algo que sólo nos edifique a nosotros mismos y no a los demás.
Cuando nos reunimos es muy importante pensar en los demás. Podemos hablar mucho sin edificar a nadie. Si las hermanas pueden formular preguntas en la reunión o no, depende del mismo principio: no debemos preguntar solamente pensando en nuestro propio beneficio. Antes de preguntar debemos pensar si lo que deseamos saber menoscabará la reunión. En la reunión se puede ver claramente si la individualidad de un hermano ha sido eliminada. Algunos que sólo piensan en sí mismos, cuando llegan a la reunión hacen todo lo posible por compartir un mensaje o un himno que tienen en mente, sin importarles si el mensaje ayudará a la reunión o si el himno avivará a la congregación. Estas persona perjudican las reniones.
Algunos hermanos han sido creyentes por años, pero todavía no saben reunirse. A ellos les da lo mismo el cielo o la tierra, el Señor o el Espíritu Santo; todo lo que les interesa es su propia persona. Piensan que con tal que ellos estén presentes, aunque no haya nadie más, ésa es una reunión. Para ellos, en su arrogarcia, el resto de los hermanos no existe. Cuand hablan en la reunión, no se detienen hasta quedar satisfechos; al final, los únicos que están contentos son ellos. Estas personas tienen “un sentir” que deben compartir; pero tan pronto abren la boca, los demás se ven obligados a recibir ese “sentir” y llevárselo a sus casas. A otros les gusta hacer oraciones largas hasta agotar a los demás. Cuando alguien rompe el principio de la reunión, toda la iglesia sufre. No debemos ofender al Espíritu Santo en las reuniones, porque si lo hacemos, perderemos todas las bendiciones. Si al congregarnos, nos interesamos por las necesidades y la edificación de los demás, honraremos al Espíritu Santo, quien hará la obra de edificación para que también nosotros seamos edificados. Cuando hablamos descuidadamente y no edificamos a otros, ofendemos al Espíritu Santo, y como consecuencia nuestras reuniones son en vano. Cuando nos reunimos, no debemos pensar en sacar algo de la reunión para nuestro propio beneficio. Si pensamos que lo que diremos beneficiará a otros, debemos hablar, pero si sólo nos beneficiará a nosotros, debemos callar. Siempre que nos congreguemos, tengamos como principio cuidar de los demás.
Por supuesto, no debemos estar callados todo el tiempo. Si bien es cierto que a veces lo que decimos perjudica, también el silencio lo hace. Ya sea que hablemos o nos quedemos callados, si no nos preocupamos por los demás, la reunión sufre. Tanto hablar como guardar silencio deben traer beneficio a la reunión. Siempre recordemos que todo lo que hagamos en la reunión debe edificar (1 Co. 14:26). Todos debemos asistir a las reuniones con la meta de beneficiar a otros, no a nosotros mismos. Jamás debemos hacer tropezar a los hermanos, ni con nuestras palabras ni con nuestro silencio. Debemos aprender a hablar con el propósito de edificar al Cuerpo. Lo que hagamos tiene que edificar a otros. Si hacemos esto, al final nosotros mismos seremos edificados.
Si no estamos seguros de que edificaremos a otros con lo que digamos, es mejor que lo consultemos con los hermanos que tienen más experiencia. Debemos ser humildes desde el principio, sin pensar que somos importantes. No pensemos que podemos cantar y predicar bien y que somos notables. Es preferible que no hagamos ningún juicio de nosotros mismos. Los hermanos que poseen madurez espiritual nos pueden indicar qué es lo apropiado. Hablemos si nos animan a hacerlo, y hablemos menos si es esto lo que nos recomiendan. Nuestras reuniones serán excelentes si cada uno de nosotros se humilla para aprender de los demás. Cuando esto sucede, los que llegan sienten que Dios está en medio de nosotros. Este es el resultado de la función del Espíritu Santo. Espero que pongamos atención a este asunto, porque si lo hacemos, nuestras reuniones glorificarán a Dios.
V. EN CRISTO
Debo mencionar aquí otro asunto. Cada vez que nos reunamos y tengamos comunión en mutualidad, debemos recordar que somos uno en Cristo. Leamos algunos versículos.
En 1 Corintios 12:13 dice: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. La palabra sean indica que no hay distinción. El Cuerpo de Cristo no tiene distinciones mundanas, porque en un solo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.
En Gálatas 3:27-28 dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. No hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Fuimos bautizados en Cristo Jesús y también fuimos revestidos de El; por tanto, no hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, porque todos nosotros somos uno en Cristo.
Leemos en Colosenses 3:10-11: “Y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. Tanto Gálatas 3:28 como Colosenses 3:11 usan la expresión no hay. Las distinciones no deben existir porque estamos revestidos y siendo constituidos del nuevo hombre. Este nuevo hombre fue creado según Dios (Ef. 4:24), en el cual no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, esclavo ni libre. Solamente Cristo es el todo y está en todos. Sólo existe una entidad y todos debemos ser parte de ella.
Al leer estas tres porciones de la Escritura, notamos que los creyentes son uno en Cristo, y que en el Señor no hay distinciones sociales. En el nuevo hombre y en el Cuerpo de Cristo no hay diferencias de ninguna clase, por eso, si introducimos en la iglesia estas distinciones, la relación entre los hermanos tomará una dirección diferente.
Hasta aquí hemos mencionado cinco distinciones: la distinción entre griego y judío, entre libre y esclavo, entre varón y mujer, entre bárbaro y escita y entre circunciso e incircunciso.
Estudiemos las dos distinciones que hay entre el griego y el judío. Estos provienen de dos grupos étnicos y dos países diferentes, sin embargo, en el Cuerpo de Cristo, en Cristo y en el nuevo hombre, no hay ni judío ni griego. Los judíos no deben jactarse de ser descendientes de Abraham y pueblo escogido de Dios, ni deben despreciar a los extranjeros. Debemos darnos cuenta de que tanto los judíos como los griegos ya fueron hechos uno en Cristo, y en El no hay fronteras. En el Señor todos somos hermanos. Los hijos de Dios no deben estar divididos en clases, porque el Cuerpo de Cristo y el nuevo hombre son una sola entidad. Si traemos a la iglesia nuestro parentesco o nuestros gustos regionales, todavía desconocemos la iglesia de Cristo. Estamos en la iglesia, y en ella no hay distinción entre judío y griego. Para los judíos es difícil dejar esas distinciones; sin embargo, la Biblia dice que en Cristo no hay judío ni griego y que Cristo es todo y en todos. En la iglesia solamente existe Cristo.
Los judíos y los griegos también tienen otra distinción. Los judíos tienen celo por su religión, mientras que los griegos son intelectuales. Históricamente, cada vez que se habla de religión, uno piensa en los judíos; y si es de ciencia y filosofía, en los griegos. Esta es una diferencia de carácter. Sin embargo, no importa cuáles sean sus diferencias, tanto los judíos como los griegos pueden ser creyentes. Aquellos que tienen celo por la religión y aquellos que son intelectuales pueden ser creyentes, porque en Cristo no hay distinción entre judíos y griegos. Uno es sensible a la conciencia, y el otro a la razón y la deducción. ¿Son estos dos diferentes? Según la carne, sin duda ambos tienen una actitud diferente, ya que uno actúa según los sentimientos y el otro según el intelecto; pero en Cristo no hay distinción entre judíos y griegos. Los que son amables, indiferentes o se dirigen por la intuición pueden ser creyentes. Cualquier persona puede llegar a creer.
Al creer en el Señor, debemos dejar atrás nuestro antiguo temperamento, porque éste no pertenece a la iglesia. Muy a menudo la iglesia sufre daño porque muchos traen a las reuniones su gusto natural y sus propias características. Cuando aquellos que no les gusta hablar se reúnen, se vuelven un grupo silencioso, y si hablan mucho se vuelven un grupo hablador; de la misma manera, los fríos se vuelven fríos, y los cálidos se vuelven cálidos, y como resultado se van formando distinciones entre los hijos de Dios.
Sin embargo, en Cristo, en la iglesia y en el nuevo hombre no hay cabida para el temperamento natural. No pensemos que los demás están equivocados porque el carácter de ellos es diferente al nuestro. Tenemos que darnos cuenta de que a ellos tampoco les agrada nuestro carácter. Si somos rápidos, o calmados, fríos o cálidos, intelectuales o emotivos, puesto que recibimos al Señor, debemos abandonar esas características, porque de lo contrario traemos esos elementos a la iglesia, los cuales son la base para mucha confusión y división. Cuando traemos a la iglesia nuestro propio carácter hacemos de ello una norma, y es el criterio que usamos para medir a los hermanos; de tal manera que quienes tienen características similares a las nuestras son clasificados como buenos hermanos, pero no sucede lo mismo con los que son diferentes a nosotros. Aquellos que se compaginen con nuestro carácter son juzgados bien, pero si disienten, son juzgados mal y cuando esto sucede, la iglesia sufre. Tales distinciones no deben existir en la iglesia.
La segunda distinción es la distinción entre los libres y los esclavos, la cual Cristo también eliminó. En El esta distinción no existe.
Pablo escribió 1 Corintios, Gálatas y Colosenses en tiempos del Imperio Romano cuando se practicaba la esclavitud. En aquel entonces, los esclavos no tenían libertad, eran tratados como animales o herramientas y eran propiedad exclusiva de sus amos. Los hijos que nacían de ellos se convertían automáticamente en esclavos. La distinción entre el libre y el esclavo era inmensa. Sin embargo, Dios no permite que tal distinción exista en la iglesia. Las epístolas que mencionamos nos muestran que no debe haber libre ni esclavo, porque Cristo eliminó esta distinción.
La tercera es la distinción entre varón y mujer. En Cristo y en el nuevo hombre, no existe tal distinción. Ambos están al mismo enivel; el varón no ocupa una posición especial ni tampoco la mujer, porque Cristo es el todo y está en todos. Tanto el hermano como la hermana son salvos por la vida de Cristo, el Hijo de Dios. El varón se ha convertido en un hijo de Dios y también la mujer. En Cristo no hay varón ni mujer, porque en El todos somos hijos de Dios.
La distinción entre bárbaros y escitas se origina en la cultura. Existen muchas diferencias culturales; sin embargo, Pablo nos dice que en Cristo todas ellas fueron eliminadas.
Debemos aprender a hacernos judíos para los judíos, y para los que están sujetos a la ley, como si nosotros estuviéramos bajo la ley (1 Co. 9:20). Nuestro comportamiento, cuando estamos con personas de otras culturas, debe adaptarse a sus culturas, guardando la unidad en todo lugar. No importa qué tipo de cultura tengan las personas con quienes nos relacionemos, debemos ser uno con ellos en Cristo.
Por último, la distinción entre la circuncisión y la incircuncisión tiene que ver con la apariencia de piedad en la carne. Los judíos llevan la marca de la circuncisión en sus cuerpos, lo cual significa que pertenecen a Dios, que le temen y que rechazan la carne. Pero dan demasiado énfasis a este asunto; Hechos 15 nos muestra esto. Vemos allí cómo algunos judíos trataron de obligar a los gentiles a circuncidarse.
Los creyentes, por su parte, también tienen “apariencia de piedad en la carne”. Por ejemplo: el bautismo, el cubrirse la cabeza, el partimiento del pan, la imposición de manos, etc., pueden llegar a ser nuestra apariencia de piedad. Aunque todos estos asuntos tienen un significado espiritual, tienen a su vez apariencia de piedad en la carne. Todas estas cosas son espirituales, pero muchas veces las usamos para separar a los hijos de Dios, jactándonos de que otros carecen de ello, lo cual resulta en desunión. Cuando hacemos esto, rebajamos estos asuntos del nivel espiritual que tienen y los convertimos en marcas de la carne y desarrollamos, en principio, el mismo problema de los judíos de jactarse de la circuncisión. Así que el bautismo, el cubrirse la cabeza, el partimiento del pan y la imposición de manos se han convertido en nuestra “circuncisión”. Cuando hacemos diferencia entre los hijos de Dios basándonos en estas cosas, estamos haciendo distinciones de acuerdo con la carne. Sin embargo, debemos recordar que en Cristo no hay distinción entre la circuncisión y la incircuncisión. No debemos usar ninguna marca de la carne para diferenciar entre los hijos de Dios, porque en Cristo somos uno. La vida de Cristo es una sola, y todas estas cosas están fuera de ella. Por supuesto, es bueno tener la realidad espiritual que acompaña estas manifestaciones; sin embargo, si alguien tiene la realidad espiritual, pero no la marca física, no lo podemos excluir. Los hijos de Dios no deben permitir que esto afecte la unidad en el Señor y la unidad en el nuevo hombre.
Todos somos hermanos, somos el nuevo hombre en Cristo, miembros del Cuerpo y parte del mismo. En la iglesia no debemos hacer ninguna distinción más allá de Cristo. Todos estamos en un nuevo terreno, en el nuevo hombre creado por el Señor y en el Cuerpo edificado por El. Debemos ver que todos los hijos de Dios son uno. No demos lugar ni a la superioridad ni a la inferioridad, y eliminemos de nuestros corazones todo pensamiento denominacional y sectario. Si hacemos esto, no habrá ninguna división en la reunión de la iglesia de Dios ni en la comunión entre los santos. Tenemos que poner atención a estos asuntos en las reuniones y expresar esa vida en nuestro andar diario. Qué Dios nos bendiga.