Watchman Nee Libro Book cap.9 Libro de lecciones nivel 4: La vida
PRESERVAR TODO NUESTRO SER PARA LA VIDA DIVINA
Lección nueve
PRESERVAR TODO NUESTRO
SER PARA LA VIDA DIVINA
Lectura bíblica
1 TS. 4:4; 1 Co. 12:3; 1 Ts. 5:16-19; 2 Co. 7: 1; Hch. 24:16; 1 Jn. 1:7-9; Ap. 12:10-11; Ro. 6:6; 2 Ti. 2:22
Bosquejo
- Preservar nuestro espíritu para la vida divina
- Ejercitar nuestro espíritu para tocar a Dios
- Mantener viviente nuestro espíritu
- Guardar nuestro espíritu para que no sea contaminado
- Resolver cualquier ofensa en nuestra conciencia para mantenernos vivientes
- Descongestionar las arterias de nuestro corazón psicológico
- En cuanto a la mente
- En cuanto a la voluntad
- En cuanto a la parte emotiva
- Preservar nuestro cuerpo
Texto
¡Aleluya! Hemos sido salvos y regenerados; la ley de vida y la luz de la vida están en nosotros; tenemos el sentir interno de la vida divina y hemos sido introducidos en la comunión de esta vida; Dios nos compró para Su satisfacción, y por causa de Su amor, hemos consagrado todo nuestro ser a El. Al parecer ya tenemos todo lo que necesitamos y hemos hecho todo lo que se tiene que hacer; sin embargo, hay todavía muchas experiencias por vivir en nuestra vida cristiana. Tal vez lo hayamos obtenido todo, pero ahora necesitamos que todas estas cosas pasen a formar parte de nuestra experiencia diaria, una por una, de modo que crezcamos en la vida divina hasta la madurez plena.
En esta lección, aprenderemos cómo preservar todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— para llegar a ser personas constituidas de la vida divina. [Por causa de la caída nuestro cuerpo fue arruinado, nuestra alma fue contaminada y nuestro espíritu murió. Sin embargo Dios, en Su obra de plena salvación, está salvando todo nuestro ser, haciéndolo absolutamente completo y perfecto. Para esto Dios está preservando nuestro ser, al no permitir que nuestro espíritu sea contaminado con ningún elemento de la muerte (He. 9:14), que nuestra alma siga siendo natural y parte de la vieja creación (Mt. 16:24-26), ni que nuestro cuerpo sea arruinado por el pecado (1 Ts. 4:4; Ro. 6:6). Esta obra de preservación y santificación detallada nos ayuda a llevar una vida santa con el propósito y finalidad de que maduremos plenamente para poder presentarnos ante el Señor en Su parusía (Su segunda venida)].
I. PRESERVAR NUESTRO ESPÍRITU PARA LA VIDA DIVINA
A. Ejercitar nuestro espíritu para tocar a Dios
[Nuestro espíritu se compone de tres partes: la conciencia, la comunión y la intuición. Nuestro espíritu es, principalmente, el medio por el cual tenemos comunión con Dios. Cuando tenemos comunión con Dios, tenemos contacto con El. Este contacto nos da espontáneamente un sentir de Dios, una consciencia o percepción de El. La intuición denota aquella sensación directa, aquella percepción consciente de algo, que proviene de Dios. A través de la intuición se nos hace saber cuando estamos correctos o equivocados. Si estamos equivocados, seremos condenados por nuestra conciencia, pero si estamos correctos, seremos justificados por ella. Nuestra conciencia, por lo tanto, nos acusa y condena, o nos excusa y justifica. La manera de preservar nuestro espíritu es, en primer lugar, ejercitarlo para tener comunión con Dios. Si no ejercitamos nuestro espíritu de esta manera, permaneceremos en una condición de muerte.
Cada vez que nosotros los cristianos vamos a una reunión de la iglesia, necesitamos participar activamente en ella. Debemos orar, alabar o dar una palabra de testimonio. Esto es ejercitar nuestro espíritu y no dejar que permanezca inactivo o en una condición de muerte. Lamentablemente muchos santos no preservan su espíritu al ejercitarlo así; al contrario, dejan que su espíritu permanezca pasivo e inerte, como que dejaron su espíritu en la tumba]. Y usted, ¿está su espíritu ahora mismo en una tumba? ¡Oh, Señor Jesús! En 1 Corintios 12:3 dice que “nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo”. Invoque al Señor para que ejercite su espíritu y sea vivificado.
B. Mantener viviente nuestro espíritu
El apóstol Pablo dijo: [“Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús para con vosotros. No apaguéis al Espíritu” (1 Ts. 5:16-19). Regocijarnos, orar y dar gracias equivale a ejercitar nuestro espíritu. Cuando ejercitamos nuestro espíritu de esta manera, hacemos que se vivifique. Ejercitar el espíritu para mantenerlo viviente es la primera de las maneras en que podemos resguardarlo.
Por causa de la caída, nuestro espíritu ha entrado en una condición de muerte. Nuestro espíritu, por lo tanto, debe vencer esta condición. El espíritu de un incrédulo está absolutamente muerto. La mayoría de las personas que nos rodean, sea en la escuela, en el trabajo o en el vecindario, están completamente muertas en sus espíritus. ¿Ha sido usted santificado, separado de la condición de muerte espiritual?] Nosotros debemos luchar para rescatar nuestro ser de aquella condición ejerciendo nuestro espíritu. “¡Alabad a Jehová, invocad Su nombre! Haced célebres en los pueblos Sus obras, recordad que Su nombre es engrandecido” (Is. 12:4). Cuando hacemos esto nosotros [sacamos nuestro espíritu de su condición de muerte y cooperamos con el Dios Triuno, quien está operando para santificarnos. El desea separarnos de todos aquellos cuyos espíritus están muertos. Debido a que hemos sido regenerados, tenemos que ser diferentes. Necesitamos mostrar que nuestro espíritu está viviente, esto es, que no está en condiciones de muerte. Así que nuestro espíritu debe regocijarse, orar y dar gracias al Señor.]
C. Guardar nuestro espíritu para que no sea contaminado
[Otra manera de preservar nuestro espíritu se presenta en 2 Corintios 7:1. En este versículo Pablo dice: “Puesto que tenemos estas promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. Este versículo indica que debemos abstenernos de toda contaminación de carne y de espíritu. Necesitamos permanecer lejos de todo aquello que contamina nuestro espíritu. Esta es la razón por la que debemos evitar mirar cosas malignas, tales como fotos inmundas. Tales fotos no sólo contaminan nuestros ojos, sino que también contaminan nuestro espíritu. Como resultado, no podrá orar hasta que primero le pida al Señor que lo limpie de toda contaminación.]
D. Resolver cualquier ofensa en nuestra conciencia para mantenernos vivientes
Aunque tratamos de resguardar nuestro espíritu, muchas veces somos afectados por la muerte y la contaminación que impera nuestro alrededor. Nuestra conciencia, la parte más notable de nuestro espíritu, se sentirá perturbada. Estos sentimientos nos indican que tenemos un problema con Dios, que la comunión en la vida divina ha sido interrumpida. Es posible que aunque hayamos intentado ejercitar nuestro espíritu, no obtengamos ningún alivio. Para que la comunión se restablezca y disfrutemos de nuevo la vida divina, debemos resolver toda ofensa que haya en nuestra conciencia hasta que no quede ninguna (Hch. 24:16). Esto se cumple cuando nos arrepentimos y confesamos nuestros pecados (1 Jn. 1:7-9) hasta que la comunión en la vida divina sea restaurada y recobremos la paz interior.
[Podemos clasificar estos sentimientos de la conciencia en tres categorías: la primera es el sentimiento que tenemos hacia el pecado. Si hemos pecado ante Dios o ante el hombre, la conciencia inmediatamente percibirá condenación. La segunda categoría es el sentimiento que tenemos hacia el mundo. Si amamos otras cosas o estamos ocupados con otras cosas aparte de Dios, la conciencia también nos comunicará un sentimiento de condenación.] La tercera categoría es el [sentimiento que tenemos respecto a cualquier otra cosa que no sea pecado o del mundo. Por ejemplo, el descuido y la falta de rigor en nuestra vida diaria no son cosas pecaminosas ni mundanas, pero aún así, nuestra conciencia se siente perturbada por ellas. Si alguien deja tirada por todos los lados ropa y otras cosas, dejando el cuarto en desorden, la conciencia le reprimirá.]
[Todas estas categorías de sentimientos que nuestra conciencia genera, son producto de las ofensas que hemos cometido, ya sean ofensas contra Dios o pecados en contra del hombre, los cuales hemos cometido a propósito, con ciertos motivos, palabras o acciones. Por lo tanto, estos sentimientos pueden considerarse como sentimientos de ofensa. En sí mismo, este sentimiento de ofensa perjudica seriamente nuestra condición espiritual. Cuando este sentimiento agobia nuestra conciencia, nuestra comunión con Dios será obstaculizada, y nuestra condición espiritual decaerá. Por lo tanto, siempre que un cristiano tenga este sentimiento de ofensa que afecta su conciencia, debe ir inmediatamente al Señor para confesar su pecado y reclamar el lavamiento de la sangre preciosa. Algunas veces también es necesario ir ante los hombres para resolver el problema. Entonces el sentimiento de ofensa se desvanecerá, y la conciencia será liberada del mismo. Por consiguiente, resolver los problemas de la conciencia, hará que, por un lado, nuestra conciencia adquiera agudeza y sensibilidad en su capacidad perceptiva y por otro lado, se sentirá segura, en paz y libre de toda ofensa.
La sangre del Señor es la única arma que podemos usar para vencer las acusaciones y ataques de Satanás. Apocalipsis 12:10-11 nos dice que Satanás nos acusa delante de nuestro Dios día y noche, pero que podemos vencerlo por medio de la sangre del Cordero. En 1 Juan 1:7 y 9 nos dice que si confesamos nuestros pecados, Dios perdonará nuestros pecados, y la sangre del Señor nos limpiará de toda injusticia.]
Así que, cada vez que confesamos en conformidad con el sentimiento de nuestra conciencia, estaremos libres de condenación, y debemos tener la sensación de vida y paz. Si la condenación persiste, simplemente debemos declarar ante Satanás que él tiene que irse, porque Dios nos ha perdonado según Su palabra. ¡Aleluya! Dios es recto y justo; El nos perdona y nos lava de nuestros pecados tan pronto confesamos los mismos. Mientras estamos diciendo: “Oh Señor, perdóname”, El ya nos ha perdonado.
Después que somos salvos, el sentimiento de nuestra conciencia aumenta a medida que la vida divina crece en nosotros. En la medida en que esta vida crece, el sentir de nuestra conciencia también crece. Mientras más crece la vida divina en nosotros, más rico y agudo es el sentimiento de nuestra conciencia. El crecimiento en vida afecta el sentir de nuestra conciencia, y el sentir de nuestra conciencia ayuda el crecimiento en vida. Estos dos, en una relación recíproca de causa y efecto, nos llevan hacia adelante en el sendero de la vida.
II. DESCONGESTIONAR LAS ARTERIAS DE NUESTRO CORAZÓN PSICOLÓGICO
[Nuestro corazón psicológico tiene tres arterias principales. Estas arterias son también las tres partes del alma: la mente, la voluntad y la parte emotiva. Es importante conocer de una manera práctica cómo mantener estas arterias descongestionadas. La manera de hacerlo es realizar una confesión exhaustiva y cabal ante el Señor. Por experiencia he aprendido que necesitamos permanecer un largo período de tiempo delante del Señor confesando nuestros defectos, fracasos, derrotas, errores, maldades y pecados.]
A. En cuanto a la mente
[Podemos empezar confesando toda inmundicia y pecado que ocupa nuestra mente y pensamientos. La arteria de nuestra mente se puede comparar con un conducto obstruido con lodo, que necesita ser limpiado para permitir el libre curso del agua. Al confesar nuestros pensamientos uno por uno, estaremos removiendo toda obstrucción de dicha arteria. Cuando confesamos así, debemos reconocer delante del Señor cuán natural es nuestro conocimiento respecto a muchos asuntos.] Puede ser que nuestro conocimiento del Señor, de la iglesia, de los santos y de nuestros padres sea conforme a nuestro concepto natural y no conforme al Espíritu ni a la palabra de Dios. Necesitamos confesar al Señor y decir: “Señor, perdóname. Aunque te amo, mi entendimiento sobre muchas cosas es todavía natural. Libérame”. [Esto ejemplifica la clase de confesión que debemos hacer con respecto a nuestra mente.]
B. En cuanto a la voluntad
[¿Qué hay con respecto a nuestra voluntad? Si al respecto vamos al Señor, El nos expondrá completa y detalladamente al punto que tendremos la impresión de estar siendo examinados bajo un microscopio divino, pues, los gérmenes que anidan en nuestra voluntad saldrán a luz uno por uno. En particular, nos daremos cuenta de lo rebeldes que somos y lo poco que entendemos lo que significa ser sumisos al Señor. Necesitamos confesar uno por uno los gérmenes de rebelión que abriga nuestra voluntad. Es posible que el Señor le muestre que hace muchos años usted estaba equivocado en cierto asunto, y luego quizás El prosiga a mostrarle en qué erró al tratar con cierto hermano o hermana. Cada vez que le sea revelado algo, necesitará confesar. Debe agradecer al Señor que está siendo expuesto bajo Su luz. Al confesar todo lo que el Señor expone en cuanto a nuestra voluntad, descongestionamos la arteria de nuestra voluntad.]
C. En cuanto a la parte emotiva
[La arteria de nuestra facultad emotiva también necesita ser descongestionada. Darnos cuenta de la seriedad del problema que tenemos con respecto a nuestras emociones hará que nos sintamos profundamente afligidos. Tal vez desfallezcamos y nos sintamos sumamente avergonzados ante el descubrimiento de nuestra verdadera condición emocional. Nos daremos cuenta de que en muchas ocasiones odiamos lo que debiéramos amar, y amamos lo que debiéramos odiar. Al penetrar en la luz del santuario, veremos que nuestra parte emotiva constituye el aspecto más horrendo de nuestro ser porque no la usamos apropiadamente. Tanto nuestro gozo como nuestra tristeza pueden ser naturales. Mientras el Señor nos expone, quizás nos sintamos avergonzados por la manera en que hemos expresado gozo y tristeza, y porque éstas han tenido a menudo características naturales y carnales, incluso fueron la carne misma. Con razón nuestro corazón psicológico no funciona normalmente.
Si tomamos el tiempo necesario para quitar todo lo que obstruye las tres arterias principales de nuestro corazón psicológico, percibiremos que todo nuestro ser habrá sido vivificado. Nuestra mente, voluntad y parte emotiva estarán en una condición sana. Todo el “lodo” en estas “zanjas” habrá sido removido.]
III. PRESERVAR NUESTRO CUERPO
[Para preservar nuestro cuerpo, debemos llevar una vida que nunca obedezca al viejo hombre ni a nuestra alma. Romanos 6:6 dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El para que el cuerpo de pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos”. Si no vivimos conforme al viejo hombre, el cuerpo de pecado será anulado. Esto significa que el cuerpo de pecado no tendrá función alguna, estará “desempleado”. Pero si vivimos de acuerdo al alma, usaremos nuestro cuerpo para servir al viejo hombre. Por tanto, lo primero que necesitamos para preservar nuestro cuerpo es dejar de vivir conforme a nuestra alma.
En segundo lugar, si queremos preservar nuestro cuerpo, debemos guardarnos de involucrar nuestros miembros en cualquier actividad pecaminosa. Por ejemplo, debemos guardar nuestros ojos de contemplar imágenes malignas y debemos guardar nuestros oídos de escuchar cualquier cosa impura. Mucho de lo que se transmite por la radio nos contamina. Son muchos los santos que han dado testimonio de no poder soportar las conversaciones malignas que se oyen en la escuela o en el trabajo. Muchas personas del mundo son capaces de sostener conversaciones inmundas sin tener el menor sentimiento de vergüenza. Así que necesitamos guardar nuestro cuerpo de ver y escuchar cosas que lo contaminarán y lo arruinarán. Esto es preservar nuestro cuerpo en santidad.
Pablo nos demuestra la importancia de preservar nuestro cuerpo de esta manera al presentarnos en el capítulo cuatro (de 1 Tesalonicenses) el mandato de que nos abstengamos de fornicación. Abstenernos de fornicación es preservar nuestro vaso, nuestro cuerpo, en santificación y en honor. Así que, para preservar nuestro cuerpo, no debemos presentar nuestros miembros a lo que es pecaminoso.]
[El mundo de hoy está lleno de contaminación e inmundicia, lo cual hace que nos es muy difícil preservar nuestro cuerpo; por todos los lados nos encontramos con elementos contaminantes.] Los jóvenes no deben probar, ni siquiera acercarse a nada que los contamine. Si huyen (2 Ti. 2:22) de tal contaminación, entonces podrá crecer en vida con otros que invocan al Señor. Mientras vivamos en esta tierra, necesitamos preservar nuestro cuerpo.
En conclusión, debemos preservar nuestro espíritu, alma y cuerpo ejercitando nuestro espíritu, confesando nuestros defectos y pecados, y manteniéndonos lejos de todo lo que contamine. De esta manera, en vez de ser atrofiados en nuestro crecimiento, experimentaremos la vida divina y el crecimiento de la misma. ¡Que el Señor sea misericordioso con nosotros para recordarnos diariamente que debemos resguardar nuestros cuerpos para la vida divina!
Preguntas
- ¿Cuáles son las tres partes de nuestro espíritu?
- ¿Cuál es la función principal de nuestro espíritu?
- ¿Alguna vez ha sido condenado por su conciencia? ¿Cuándo y respecto a qué?
- Busque varios versículos en la Biblia que demuestren que nuestro espíritu tiene tres partes.
- ¿Qué es nuestro corazón psicológico?
- Describa según su experiencia, qué obstruye más las arterias de su corazón psicológico.
Citas tomadas de las publicaciones de Lee y LSM
- Life-study of First Thessalonians [Estudio-vida de 1 Tesalonicenses], págs. 204-214.
- La experiencia de vida, págs. 106-110, 115, 118.