Watchman Nee Libro Book cap.9 El ministerio de la palabra de Dios

Watchman Nee Libro Book cap.9 El ministerio de la palabra de Dios

CONOCEMOS LA PALABRA DE DIOS POR MEDIO DE CRISTO

CAPÍTULO NUEVE

CONOCEMOS LA PALABRA DE DIOS POR MEDIO DE CRISTO

UNO

El ministro de la Palabra de Dios recibe la revelación acerca de Cristo, pues a Dios le agradó revelar a Su Hijo en él. No sólo debemos promulgar la Palabra de Dios, sino que también debemos saber que Jesús en verdad es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Podemos memorizar: “Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, en unos cuantos minutos; pero lo que cuenta no es memorizar, sino la revelación. El Señor dijo: “No te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos” (Mt. 16:17). Para conocer a Cristo necesitamos revelación. Dios escoge al ministro de la Palabra y, por Su misericordia, le da revelación acerca del Hijo. Esta revelación le muestra al ministro quién es Jesús de Nazaret. Ante la visión del Hijo de Dios se desvanece todo lo que antes valorábamos tanto, a saber, la santidad, la justicia, la luz, la vida y sólo queda Cristo.

No hay nada en el universo, ni siquiera las cosas espirituales, que pueda compararse con Cristo. El lo es todo y en todo. Cuando Dios nos revela a Cristo, nos damos cuenta de que fuera de El no hay nada. Sin El, nadie puede tener vida, luz, santidad ni justicia. Cristo lo es todo. El es Dios, el Hijo de Dios, el Verbo de Dios, el amor, la santidad, la justicia, la salvación, la redención, la libertad, la gracia, la luz y la obra misma. Cristo lo llena todo y en todo. Todo lo que vimos en el pasado se opaca ante la luz divina. Nada puede resistir esta gran revelación. Moisés, Elías, Pedro, Jacobo y Juan ya no están aquí, sólo Jesús permanece. El lo es todo y lo llena todo. Cristo es el centro y la universalidad de todo y de Dios mismo.

Cuando una persona es conducida a Cristo y lo llega a conocer íntimamente, esta experiencia le permite conocer la Palabra de Dios y lo hace apto para ministrarlo a los demás. Todo ministro necesita que Cristo le sea revelado, ya que no es posible suministrar algo que uno no posee. No se puede impartir a un Cristo que uno mismo no conoce, ni suministrar un conocimiento fragmentario de El. El ministerio no se fundamenta sobre “fragmentos” de Cristo, ni se edifica sobre un conocimiento incompleto acerca de El. Desde la época de Pedro y de Pablo, todo aquel que participa en el ministerio de la Palabra, tiene una revelación fundamental acerca de Cristo. Es necesario que Dios nos lleve a conocer a Su Hijo cara a cara y en lo más profundo de nuestro ser. Cristo tiene que ser para nosotros Aquel que lo trasciende todo, que lo es todo y que lo llena todo. Cuando esto sucede, podemos ministrarlo a los demás. A partir de entonces, la Biblia cobra vida para nosotros.

¿Podemos ver este asunto? La revelación que Dios nos da, nos permite conocer a Cristo. Esto es muy distinto de proclamar que Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo del Dios viviente y el Ungido sólo por haberlo leído en la Biblia. Es posible que el estudio bíblico nos permita entender algo acerca de Cristo, pero eso no equivale a la revelación ni a experimentarle. En el paso por este mundo, muchas personas rodean a Cristo y lo “aprietan”, sin tocarlo realmente. Necesitamos que Dios tenga misericordia de nosotros, pues es vital que recibamos Su luz y Su gracia a fin de que Su Hijo sea revelado en nosotros. Esto no depende del estudio de la Biblia ni de escudriñarla, sino de que Dios tenga misericordia de nosotros y nos dé revelación, nos ilumine y nos dé la percepción interior. Sólo entonces la Biblia se convierte en un libro nuevo y vivo. Los pasajes que anteriormente no comprendíamos adquieren luz. Antes de recibir esta revelación, cuanto más hablábamos de la Biblia menos la entendíamos. Lo que leíamos parecía lógico, y aún así, no lo comprendíamos. Pero cuando vemos a Cristo, la iluminación interior que recibimos permite que la Palabra escrita de Dios se aclare. Es entonces cuando comenzamos a entender la Biblia. Esta revelación fundamental acerca de Cristo nos permite saber quién es El.

DOS

¿Cómo revela Dios a Su Hijo en nosotros? No es fácil explicarlo. Hasta el momento ni siquiera Pablo pudo describirlo. ¿Cómo podemos saber si alguien ha recibido o no esta revelación? Algunas personas afirman que han visto la revelación y tienen la certeza de que es así, pero otras no pueden decir lo mismo. Podemos luchar, laborar, meditar y esforzarnos sin lograr ver nada; pero el día que Dios nos concede Su misericordia, al instante nuestros ojos se abren.

Es posible que digamos: “Señor, sé mi todo; lléname completamente y en todo”, sin entender lo que decimos. Pero cuando Dios nos concede Su misericordia y nos revela a Su Hijo, espontáneamente y sin ningún esfuerzo decimos: “Gracias Dios, Cristo es mi todo. Todas mis experiencias espirituales del pasado, mis obras, mi búsqueda, mi amor, mi fe, mi justicia, mi santidad, mi victoria y todo lo que no es Cristo, queda atrás. Cristo lo llena todo y en todo”. Cristo está sobre todo y lo llena todo. Basándonos en esta revelación entendemos la Palabra de Dios. Primero conocemos al Hijo de Dios, y luego la Biblia. Todo se vuelve diáfano y empezamos a entender lo que antes no comprendíamos.

Necesitamos ser como niños. ¿Cómo sabe un niño lo que es una vaca? Hay dos maneras: por haber visto una o por medio de una fotografía. ¿Cuál de estas dos maneras creen que puede darle al niño una mejor idea de una vaca? La vaca que aparece en la foto es más pequeña que la vaca de la realidad, y el niño puede pensar que ése es el verdadero tamaño de la vaca; pero si lo llevamos a ver una vaca de verdad, su entendimiento cambia. Después de verla, percibe la realidad, y cuando le mostramos la fotografía de una vaca, inmediatamente reconocerá lo que es. Nosotros debemos ser como los niños. Que Dios nos permita conocer a Cristo y tocarlo aunque sea una vez, a fin de que al leer la Biblia de nuevo, la luz que hay en ella nos haga ver todo con claridad. Cuando la experiencia es correcta, todo lo demás tiene sentido. Una vez que esto se establece, todo cae en su lugar.

Si le damos una Biblia a alguien y sólo le hablamos de su contenido, no logramos mucho. Un hermano leyó muchos libros de Botánica. En cierta ocasión leyó acerca de una planta con la descripción de sus hojas y fores. Con esta imagen en su mente, fue al monte a buscarla, pero no la pudo hallar. Es relativamente fácil aprender una palabra viendo el objeto que representa, pero no es tan fácil identificar un objeto simplemente comparándolo con su descripción. Aquel hermano fue a buscar la planta siguiendo la descripción del libro, pero no la encontró. Lo mismo sucede cuando tratamos de identificar a una persona. Al principio, aunque la veamos en una fotografía, en realidad no la conocemos; pero cuando la vemos en persona, al ver su foto de nuevo, la podemos identificar. Esta es la experiencia que los hijos de Dios tienen en cuanto a Cristo. Esta fue la experiencia de Pablo y de Pedro. Un día Dios tuvo misericordia de ellos y pudieron conocer a Cristo. El Señor dijo: “No te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos” (Mt. 16:17). Esta revelación depende de la misericordia y la gracia de Dios. Conocemos a Su Hijo porque a El le agradó revelárnoslo. Desde el día que lo conocimos, empezamos a entender la Biblia, ya que para conocer la Biblia, primero tenemos que conocer a Cristo.

TRES

El punto principal es éste: ¿Estamos simplemente ministrando conocimiento bíblico, o hemos tenido un encuentro con Cristo y hemos recibido la revelación acerca de El? ¿Nos hemos encontrado con el Señor? ¿Tenemos un conocimiento fundamental acerca de El? Cuando esto sucede, podemos entender la Biblia. Ahora, en nuestra lectura diaria de la Palabra, cada pasaje tiene sentido. Así que, primero conocemos al Señor íntimamente y luego por medio de la Biblia. Una vez que adquirimos el conocimiento personal, la Palabra de Dios llega a ser comprensible y armoniosa. Las porciones que antes no comprendíamos, ahora están llenas de revelación, y lo que pensábamos que no tenía importancia, ahora cobra significado. Todo armoniza, concuerda y tiene sentido. De ahí en adelante, pasaremos nuestros días en la tierra conociendo la Palabra. Día tras día, lo que vemos concuerda con lo escrito en la Biblia. Tanto la Biblia como lo que vemos dan el mismo testimonio. No recibimos toda la revelación de una vez y para siempre, sino poco a poco. A medida que pasan los días, más vemos. La Biblia por sí sola no se puede entender; necesitamos la luz y la revelación internas.

Una mente desorientada siempre tiende a adoptar una postura intelectual. El hombre piensa que puede estudiar la Biblia y que con un poco de esfuerzo puede llegar a entenderla. Pero eso no sucede. Cuando el Señor Jesús nació, muchos judíos conocían muy bien las Escrituras; por eso, cuando Herodes les preguntó en dónde había de nacer Cristo, los principales sacerdotes y los escribas contestaron sin vacilar que en Belén de Judá; incluso citaron un pasaje que dice: “Y tú, Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los príncipes de Judá, porque de ti saldrá un gobernante, que apacentará a Mi pueblo Israel” (Mt. 2:6). Ellos sabían citar acertadamente las Escrituras, pero no conocían a Cristo. Aunque conocían la Palabra, no la usaron para buscar a Cristo, sino para tratar de matarlo. Se valieron del conocimiento que tenían para ayudar a Herodes en su intento de matar al Ungido de Dios. ¡Cuán errada puede estar una persona versada en la Biblia! Es terrible lo que el hombre puede hacer con el conocimiento superficial de la Biblia.

Cuando el Señor Jesús vino a la tierra, se cumplió la Escritura al pie de la letra. Quien nunca ha leído la Biblia tiene excusa si no reconoce esto, pero no el que conoce las Escrituras. Al ver que las Escrituras se cumplían, los fariseos debieron darse cuenta inmediatamente de que Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios. Pero no se percataron de ello. Los fariseos no reconocieron ni aceptaron a Cristo. Bordaban pasajes bíblicos en sus vestiduras y en sus cintos; conocían las Escrituras; presentaban las profecías bíblicas; podían recitar las doctrinas y enseñanzas de las Escrituras; pero excluían a Cristo. Esto nos muestra que es posible tocar las Escrituras sin tocar a Cristo. Los fariseos hicieron de las Escrituras un simple material de lectura, una fuente de estudio, y un medio de investigación doctrinal. Ellos entendían las doctrinas, pero rechazaban al Salvador.

Simultáneamente, había otro grupo de personas que no tenía conocimiento bíblico. Uno de ellos era un recaudador de impuestos, y otro, un pescador. En el libro de Hechos se dice de ellos que eran “hombres sin instrucción e indoctos” (Hch. 4:13). Con todo y eso, conocían al Señor, es decir, conocían a Cristo, porque Dios les había revelado a Su Hijo. En Cesarea de Filipo, Pedro recibió esta revelación. En lo profundo de su ser supo que Jesús era el Ungido de Dios, el Hijo de Dios. Jesús en Su ministerio es el Cristo de Dios; en Su persona, es el Hijo de Dios; y en Su obra, es el Cristo de Dios. La iglesia se edifica sobre esta revelación. Esta revelación es grande. Mateo, por su parte, era un recaudador de impuestos sin conocimiento previo de la Biblia, pero al conocer al Señor, todo se aclaró para él y pudo exponer el Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento. Estas personas sin instrucción e indoctas conocían al Hijo de Dios y conocían la Biblia. No es como el que conoce un objeto por medio de una foto, sino como el que reconoce en la foto a alguien a quien ya ha visto. Mateo primero conoció al Señor, y luego indagó en los libros del Antiguo Testamento acerca de El. Para conocer las Escrituras primero debemos conocer a Cristo.

Muchas personas invierten el orden. Quieren conocer la Biblia primero y luego a Cristo, pero lo único que logran es obtener conocimiento bíblico. Por la misericordia de Dios, Mateo y Pedro recibieron la revelación de Cristo, lo cual les permitió entender las Escrituras. Es posible que nosotros no entendamos lo que esto significa ya que no somos judíos, pero si lo fuéramos y viviéramos en la tierra de Judá en el Antiguo Testamento, y estudiáramos las Escrituras según la letra, ellas serían un misterio para nosotros. Hoy, el Antiguo Testamento sigue siendo un misterio para muchos incrédulos y para muchos teólogos. Pero Pedro, Mateo, Juan y Jacobo conocieron a Jesús de Nazaret; Dios les reveló a Su Hijo. Por eso, cuanto más leían la Palabra, más revelación recibían. Cada pasaje les indicaba que lo que estaba ocurriendo era el cumplimiento de las Escrituras. Al leer de Génesis 1 hasta Malaquías 4, reconocían que Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios, el Cristo. Ellos no llegaron a conocer las Escrituras por medio de las Escrituras, sino por medio de Cristo. El que conoce a Cristo, conoce la Biblia. Muchos que profesan ser cristianos, han leído la Biblia por años, pero no la entienden. Sin embargo, una vez se dan cuenta de que Jesús es el Salvador, su concepto acerca de la Biblia cambia, y ésta se transforma en un libro nuevo para ellos.

La revelación procede de Cristo; así que para conocer la Biblia, primero necesitamos conocer a Cristo. La revelación de Cristo y la revelación de la Biblia van juntas. La experiencia nos indica que es inútil estudiar la Palabra por sí sola. Tal estudio no garantiza que uno llegue a conocer al Señor, ni que obtenga revelación. Debemos recordar que conocer al Señor equivale a conocer la Biblia. Esto fue lo que experimentaron los doce discípulos, y más adelante, Pablo. Este pertenecía a la secta de los fariseos, los cuales se caracterizaban por ser eruditos de las Escrituras. A pesar de ello, ellos no conocían al Señor. Pablo era un fariseo fiel y devoto que conocía muy bien las Escrituras. No obstante, él perseguía a los que seguían el Camino (Hch. 9:2; 22:4). Esto nos muestra que uno puede conocer muy bien la Biblia y a la vez perseguir al Señor Jesús. Tal fue el caso de Pablo, quien aborrecía y perseguía al Señor. El era perverso y buscaba a los creyentes, tanto hombres como mujeres, para llevarlos atados a Jerusalén. El fue un perseguidor implacable de la iglesia hasta el día cuando Dios resplandeció sobre él. “Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor?” (Hch 9:1-6). Y le preguntó: “¿Qué haré, Señor?” (Hch. 22:10). Pablo supo que Jesús era el Hijo de Dios, no por haber estudiado las Escrituras, sino porque Dios se lo reveló. En este pasaje, Pablo verdaderamente cayó en tierra. Cuando su cuerpo cayó, cayó su yo y todo su ser. Pablo fue humillado tanto en su hombre exterior como en su hombre interior. En el libro de Hechos y en sus epístolas, vemos que a Pablo se le reveló que Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Después de recibir esta revelación, el Antiguo Testamento adquirió luz y vida para él.

Si nuestro interés al leer la Biblia no es conocer a Cristo, no podremos penetrar en ella. Para muchas personas la Biblia es un libro complejo y misterioso. No importa cuánto oigan de la excelencia de dicho libro, no lo podrán entender. Para nosotros este libro es cristalino, pero para ellos es muy complicado. Esto se debe a que ellos no conocen a Cristo. El que conoce a Cristo, conoce la Palabra de Dios. Son pocas las personas que han encontrado a Dios leyendo la Biblia. En Su misericordia a Dios le place alumbrarlos de esta manera y salvarlos. Pero normalmente conocemos la Biblia cuando ya conocemos a Cristo. Dios guió a Pablo a explicar en sus epístolas quién era este Jesús. Al leer Romanos, Gálatas y Efesios encontramos a un hombre cuyo entendimiento del Antiguo Testamento era diáfano. ¿De dónde adquirió Pablo este conocimiento? El primero conoció a Cristo, y por medio de este conocimiento entendió las Escrituras.

CUATRO

Para ser ministros de la Palabra, tenemos que conocer a Cristo. Si le conocemos, conoceremos la Biblia y podremos servir como ministros de Su Palabra. Si no nos conformamos a esta norma, no podremos ejercer la función de ministros. Pablo vio una gran luz que le permitió conocer a Cristo. Al ser salvo, fue inmediatamente a la sinagoga a anunciar que Jesús era el Cristo. En Hechos 9:19-20 leemos: “Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco. En seguida comenzó a proclamar a Jesús en las sinagogas, diciendo que El era el Hijo de Dios”. Sin embargo, los judíos no creyeron su mensaje. ¿Qué hizo entonces? “Saulo mucho más se fortalecía, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo” (v. 22). Puesto que los judíos creían en el Antiguo Testamento, Pablo los confundía al citar porciones de las Escrituras que demostraban que Jesús es el Cristo. ¡Qué sorprendente! Días antes, este hombre había perseguido a los que invocaban este nombre y los había llevado atados al sumo sacerdote. ¿Cómo pudo demostrar por medio de los escritos del Antiguo Testamento que Jesús es el Cristo? Esto nos muestra que la base del ministerio de la Palabra es conocer a Cristo.

Permítanme repetir: nosotros tenemos la Biblia muy en alto. El fundamento de la palabra de Dios es la Biblia. Sin embargo, no podemos ser ministros de la Palabra dependiendo de la Biblia solamente. Si bien es cierto que los que no leen la Biblia no participan en la Palabra de Dios, los que la conocen pueden no ser ministros de la Palabra. Conocer a Cristo nos hace aptos para participar en este servicio. Si deseamos ser oráculos de la palabra del Señor, necesitamos que Dios nos ilumine y nos muestre que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Comprender esto hará que demos un giro de ciento ochenta grados, nos olvidemos de todo lo que sabemos y nos humillemos ante Dios. Una vez que conozcamos al Señor de esta manera, la Biblia será un libro nuevo, revelador y fácil de entender.

Los apóstoles, como por ejemplo Mateo, Pedro, Juan y Pablo, tenían la revelación que les permitía conocer a Cristo. El Señor Jesús le dijo a Pedro: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). El edifica la iglesia sobre este entendimiento. La roca a la que alude el Señor no sólo es Cristo, sino también la revelación acerca de El. El Señor Jesús dijo que lo que Pedro entendió no se lo había revelado carne ni sangre, sino el Padre que está en los cielos; por eso lo llamamos revelación. La roca es Cristo, el Hijo de Dios. Conocemos esta roca por haber recibido revelación. El Señor dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia”. Esto quiere decir que la iglesia se edifica sobre Jesús como el Cristo y como el Hijo de Dios. Este es el fundamento de la iglesia. Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella, porque su fundamento es Cristo. Este fundamento es el Hijo de Dios. Además debemos prestar atención al hecho de que sólo podemos conocer a Jesús de Nazaret como el Cristo y como el Hijo de Dios por medio de la revelación divina, no por la interpretación bíblica enunciada por carne y sangre. En la actualidad muchas personas predican la Biblia, pero sus exposiciones proceden de la carne y la sangre. El conocimiento que procede de la revelación proviene del Padre que está en los cielos y está por encima de todo ello. La palabra de Dios nos conduce a conocer a Jesús de Nazaret, y la iglesia se edifica sobre la roca de la revelación acerca de Cristo.

Recibir la revelación acerca de Cristo fue crucial para Pedro, Pablo, Juan y Mateo; y también lo es para la iglesia ahora. Para servir a Dios en el ministerio de la Palabra, necesitamos esta revelación fundamental, pues sin ella podremos enseñar acerca de la Biblia, pero no ministraremos a Cristo. La función del ministro de la Palabra es servir a Cristo e impartirlo a los demás, con base en la revelación de Jesús. La iglesia se edifica sobre este fundamento. Así que necesitamos esta revelación, ya que sin ella la iglesia no tiene fundamento. Es necesario recibir la revelación y la certeza de que Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo de Dios. “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Jn. 5:1). Todo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios, es engendrado de Dios. La vida y el poder de Dios le permiten a esta persona conocer a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios. Cuando Dios nos da este conocimiento fundamental y lo podemos ver claramente, nuestro entendimiento de la Biblia cambia por completo. Ya no predicamos la Biblia, sino que impartimos a Cristo a los oyentes cuando ministramos.

Todo aquel que desee ser ministro de la Palabra necesita experimentar lo que Pedro, Mateo, Juan y Pablo experimentaron. Algunos hermanos no tienen mucho conocimiento de la Biblia; sin embargo, tienen algo especial: se humillaron ante el Señor en alguna ocasión, y saben que Jesús de Nazaret, el Cristo de Dios, está muy por encima de todas las actividades. Este Jesús, quien es el Hijo de Dios, lo trasciende todo. Si uno tiene esta comprensión, sabe exponer la Biblia y llega a ser un excelente ministro de la Palabra. Debemos recordar que el ministerio de la Palabra se basa en conocer a Cristo. No basta tener conocimiento bíblico. No digo que la exposición bíblica no tenga ningún valor, ni que conocer la Biblia sea perjudicial, sino que una persona que no conoce a Cristo y lee la Biblia superficialmente, no es apta para ejercer el ministerio de la Palabra, dado que éste se basa en una revelación profunda de Cristo, no en la revelación aislada de ciertos pasajes de la Escritura. Sin esta revelación, aunque hayamos memorizado toda la Biblia, no podremos ministrar la Palabra. Cuando uno tiene esta revelación, el conocimiento y la exposición de la Biblia no sólo serán válidos, sino también vivos. Sólo entonces todo redundará para el bien del ministerio. Sin la revelación interna, lo externo tiene muy poco valor. Si tenemos claridad interior, lo externo armonizará con lo interno.

El ministerio de la Palabra requiere que uno conozca al que yace detrás de la Palabra de Dios. Necesitamos conocer a esta persona, pues sólo así tendremos un cimiento para comunicar a Cristo por medio de las Escrituras. El ministerio de la Palabra de Dios consiste en conocer a Cristo y ministrarlo por medio de la Palabra. No es lo mismo conocer a Cristo que conocer la Biblia. Uno no necesita postrarse ante la Biblia a fin de conocerla, pues la consulta diligente en libros de referencia y una buena memoria son suficientes. Pero para ser un ministro de la Palabra, uno primero debe ser quebrantado por Dios. Si buscamos a Dios sinceramente y un día nos encontramos con El, Su luz nos permitirá ver claramente. Esta revelación requiere que sacrifiquemos todo lo que somos. Implorar a Dios pidiendo misericordia implica rechazar nuestras propias ideas y decisiones, y pedir esa luz que vence, la cual hace que nos postremos a los pies de Jesús de Nazaret y lo proclamemos como Señor. Entonces decimos: “Señor Jesús, desde este momento reconozco que Tú lo eres todo, lo trasciendes todo y lo llenas todo”. Esta luz espontáneamente producirá un mensaje en nosotros que nos constituirá ministros de la Palabra.

CINCO

¿Qué hace un ministro de la Palabra? Podríamos decir que traduce lo que es Cristo en términos comprensibles usando la Biblia, es decir, toma las palabras de la Biblia para presentar a Cristo, y el Espíritu Santo toma esas palabras y las convierte de nuevo en Cristo dentro de los oyentes. Tenemos que conocer a Cristo; necesitamos una revelación básica y un conocimiento fundamental de El. El ministro de la Palabra expresa a Cristo mediante las palabras de la Biblia. Puede ser que esto le suene un poco extraño, pero es un hecho. Tal ministro sabe que Cristo es una persona viviente, y que la Biblia está llena de El. Por la misericordia de Dios, él conoce y ve a Cristo en la Biblia. Para él ésta es un libro abierto, y cuando habla de cierto pasaje, historia o enseñanza, lo hace con plena convicción. Tengamos presente que es muy importante que se lleve a cabo este proceso de conversión que hay detrás de la palabra. Algunas personas, al hablar de Cristo, lo hacen basándose en la Biblia, es decir, la Biblia es su punto de partida. En cambio para otras, Cristo es su punto de partida. Esto hace que el Cristo vivo se convierta en las palabras de la Biblia. Al llegar a ser la Palabra, este Cristo es impartido a los oyentes. El Espíritu Santo abre el entendimiento de los oyentes y les transmite a Cristo. Si no conocemos a Cristo y solamente anunciamos la Biblia, sólo pasaremos conocimiento bíblico a los demás. Si la Biblia es nuestro punto de partida, nuestra obra acabará en el momento en que terminemos de hablar.

Necesitamos conocer a Cristo. El que tiene este conocimiento fundamental expresa a Cristo en sus palabras, y el Espíritu Santo lo aprueba. Por un lado, los ministros proclaman la palabra, y por otro, el Espíritu Santo hace la obra. El Espíritu Santo comunica la Palabra por medio de los ministros, y la audiencia ve a Cristo. Esto es ministrar a Cristo, y en esto consiste el ministerio de la Palabra. Nosotros tenemos la responsabilidad de expresar en palabras al Cristo que conocemos, poseemos y vemos. Esta es la manera en que el Espíritu Santo transmite la palabra de Dios. Si al dar un mensaje partimos de la Biblia, de las doctrinas y de las enseñanzas, el Espíritu Santo no tomará en cuenta lo que digamos, ni se responsabilizará de ello. Es erróneo creer que se puede impartir a Cristo simplemente presentando la Biblia. Sólo podemos impartirlo cuando lo conocemos. El Señor tiene que quebrantarnos completamente para que podamos avanzar. Así que, debemos orar a fin de que El nos dé un entendimiento de esta revelación básica. Necesitamos saber cómo es Cristo y cómo es el Señor; sólo entonces nuestra proclamación de las Escrituras estará llena de vida.

¿Qué es un ministro de la Palabra? Es aquel que ministra a Cristo de tal manera que cuando expresa la Palabra, el Espíritu Santo actúa; Cristo es conocido y concebido; y la iglesia recibe el beneficio. No debemos echarles la culpa a los oyentes si la iglesia está pobre y desolada. Debemos comprender que nosotros somos responsables de que eso suceda. La audiencia está acostumbrada a recibir mensajes cargados de doctrinas. Para ellos, lo único que importa es que el mensaje proceda de la Biblia y no se salga de ella. Ellos no ven la revelación acerca del Señor que se esconde en la Biblia. Solamente cuando tomamos las palabras de la Biblia para presentar a Cristo y permitimos que el Espíritu Santo las convierta en Cristo dentro de los oyentes, podemos decir que comunicamos la Palabra de Dios. Debemos convertir el Verbo personificado en palabras audibles. Esto permitirá que el Espíritu Santo tome la palabra promulgada y la convierta de nuevo en la Palabra personificada. Sin este proceso, no se puede dar un mensaje. El ministro de la Palabra funde el Verbo personificado con las palabras audibles. Así que, cuando da su mensaje, uno puede encontrar allí al Cristo de Dios y al Hijo de Dios. El ministro de la Palabra usa la Biblia como vehículo que comunica la persona de Cristo a los demás. Cuando habla del libro, transmite con éste a una persona. Dios escoge a alguien así para que ministre Su palabra. Cuando éste habla, Dios habla; y cuando expresa la Biblia, Cristo es expresado, de tal modo que Cristo y la Biblia llegan a ser uno solo.

Si la iglesia se halla en una condición pobre, se debe a los ministros. Necesitamos pedirle a Dios que nos conceda Su misericordia y Su luz para que comprendamos cuán escasa es nuestra revelación. En la actualidad, se llevan a cabo muchas actividades externas; la interpretación de pasajes bíblicos es superficial, así como lo es el conocimiento de Cristo; y la disciplina no es suficiente. Por lo general, se promulga la Biblia sin tocar la palabra de Dios y sin tocar a Cristo. A esto se debe que el suministro de Cristo en nuestra senda sea tan escaso. Cuando Dios nos concede Su misericordia y Su luz, vemos claramente que este Verbo existía en el principio, que estaba con Dios y que era Dios; vemos que el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, es el Verbo hecho carne. La Biblia y este Hombre son el Verbo de Dios; así que, cuando Dios nos escoge para que seamos ministros de Su palabra, descubrimos que al promulgar este libro, promulgamos a esta Persona. La predicación debe tener como fin ministrar o impartir a Cristo, lo cual debe ser la meta del ministerio de la Palabra.

El día que comprendemos lo que significa ser ministro de la Palabra, nos damos cuenta de que no es sencillo. Entonces nos postramos delante de Dios y confesamos: “Señor, no puedo lograr esto por mí propia cuenta”. La actitud que tengamos delante del Señor, determinará nuestra posición como ministros de la Palabra. Esta palabra no es fácil de recibir. ¿Quién la recibirá? Al dar un mensaje no nos limitamos a hablar acerca de Cristo, sino que debemos impartirlo; debemos suministrar esta Persona con nuestras palabras. Cuando los demás nos oyen, reciben a Cristo. Por medio de nuestras palabras, el Espíritu Santo les comunica a Cristo. Esto es lo que significa ser un ministro de la Palabra.

Ser un ministro de la Palabra es un asunto muy serio, pues va más allá de la capacidad humana, y el siervo de Dios debe estar consciente de ello. Es posible exponer la Biblia, predicarla y enseñarla sin suministrar a Cristo. Debemos hacer una profunda evaluación de todo lo que hacemos. Necesitamos ver nuestra inutilidad y comprender que no tenemos remedio, y que a menos que el Señor nos conceda Su misericordia, no podemos hacer nada. El ministro de la Palabra de Dios debe postrarse delante del Señor e implorar misericordia. No es fácil predicar la Palabra, ya que no depende de las veces que hayamos leído la Biblia, sino de estar en la presencia del Señor. Debemos ministrar la Palabra de Dios en Su presencia; debemos ministrar a Cristo de tal manera que los oyentes puedan tocarlo por medio nuestras palabras.