Watchman Nee Libro Book cap. 9 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob

Watchman Nee Libro Book cap. 9 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob

LA NATURALEZA DE JACOB Y LA DISCIPLINA QUE RECIBIÓ

CAPÍTULO NUEVE

LA NATURALEZA DE JACOB

Y LA DISCIPLINA QUE RECIBIÓ

Lectura bíblica: Gn. 25:19-34; 27—30

Todo el que lee la Palabra de Dios cuidadosamente notará la gran diferencia que existe entre la historia de Isaac y la de Jacob. La historia de Isaac fue bastante monótona y tranquila, mientras que la de Jacob está llena de pruebas y problemas. La senda de Isaac es llana, mientras que la de Jacob es áspera. Todo lo que ocurrió a Isaac fue bueno. Aun cuando se enfrentaba a alguna oposición, ésta era vencida fácilmente. Pero casi todas las experiencias de Jacob fueron dolorosas.

Dios es el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Por consiguiente, no podemos separar estas tres historias. En el campo espiritual, las historias de los tres revelan tres aspectos de la experiencia de una sola persona. Dios obra en el hombre a partir de estos tres ángulos. No piensen que algunas personas son exactamente como Jacob y que otras como Isaac. Damos gracias al Señor porque somos como Isaac y al mismo tiempo como Jacob. Por una parte, lo disfrutamos todo en el Señor; todo está en paz, es rico y victorioso, y podemos darle gracias a El y alabarle continuamente. Por otra parte, el Espíritu Santo obra constantemente en nosotros y nos disciplina debido a la presencia de la vida natural. La Palabra de Dios dice: “Porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?” (He. 12:7). Puesto que somos hijos, nuestro Padre no sólo nos recibe sino que también nos disciplina. En el caso de Isaac vemos que Dios nos recibe como hijos por Su gracia, mientras que en el de Jacob, nos disciplina como hijos Suyos. Por una parte, Dios nos muestra que nuestra vida es como la de Isaac, una vida plena y agradable, y que todo lo Suyo llega a ser nuestro. Todo lo que Abraham tenía le pertenecía a Isaac. Todo lo que nuestro Padre tiene es nuestro. Por otra parte, nos lleva a participar de Su santidad a fin de que Cristo sea formado en nosotros y de que el Espíritu Santo lleve fruto en nosotros.

Al leer la historia de Jacob, nos es muy fácil mantenernos distantes y juzgar que él no era apto para ser un instrumento de Dios y que era digno de condenación; especialmente si nunca hemos sido disciplinados por el Señor y desconocemos nuestra carne. La historia de Abraham nos parece interesante, y la de Jacob trivial. Pero si Dios nos ilumina, y comprendemos lo que es la vida natural y la energía de la carne, espontáneamente veremos que el elemento de Jacob está presente en nosotros. Entenderemos que tenemos más de una de las características de Jacob. Al leer acerca de la vejez de Jacob, descubrimos que los diecisiete años que pasó en Egipto fueron los años que más disfrutó. Cuando leemos sobre lo que él hizo, sus actitudes y sus logros, no podemos hacer otra cosa que inclinar nuestro rostro y decir: “Dios, sólo Tu gracia puede hacer que un hombre como Jacob llegue a tal estado”. Al final de la historia de Jacob, no podemos más que exclamar con lágrimas: “¡Dios, Tu gracia ha convertido a una persona desahuciada en un vaso útil!”

Examinemos cómo Dios obró en Jacob, lo disciplinó, quebrantó su vida natural y lo debilitó, cómo hizo que Cristo se formara en él por medio de la obra constitutiva efectuada por el Espíritu Santo y cómo produjo el fruto del Espíritu Santo.

¿Qué son la disciplina y la obra constitutiva del Espíritu Santo? Son una sola obra; no son dos obras separadas. Nosotros somos constituidos por la disciplina del Espíritu Santo. Somos amoldados por obra del Espíritu Santo. Mientras nuestra vida natural es disciplinada, la naturaleza de Cristo se forja en nosotros. Mientras Dios disciplinaba a Jacob, éste comenzaba a expresar la paz. El fruto de la paz se produce mientras uno se encuentra en medio de la disciplina, no después. Mientras Dios quebrantaba la vida natural de Jacob, se producía dicho fruto. Esto constituye el principio por el cual Dios se manifestó en Jacob. Por un lado, debemos observar la manera en que Dios obró en él y lo debilitó; por otro, debemos notar la manera en que Dios, por medio del Espíritu Santo, forjó la naturaleza de Cristo en él. Esta obra hace que la naturaleza de Cristo llegue a ser su propia naturaleza.

La historia de la manera en que Dios obró providencialmente en la vida de Jacob se puede dividir en cuatro secciones. La primera sección describe la naturaleza de Jacob (Gn. 25—27). Esta sección va desde su nacimiento hasta el momento en que recibió la bendición de su padre, después de haberlo engañado, y nos presenta la clase de persona que era Jacob. La segunda sección describe la disciplina que experimentó Jacob (Gn. 28—30). Comienza cuando él abandonó su hogar y concluye cuando llega a Padan-aram. Durante este período sufrió pruebas y quebrantos. La tercera sección describe el desmoronamiento de la vida natural de Jacob (Gn. 31—35). Esta sección comienza cuando él se va de la casa de su suegro, en Padan-aram, pasa por Peniel, Siquem y Bet-el, hasta que llega a Hebrón. Durante este tiempo, Dios quebrantó la vida natural de Jacob. La cuarta sección describe el período de madurez de Jacob, su vejez (Gn. 37—49). Esta sección comprende desde que su hijo José es vendido hasta su muerte.

LA NATURALEZA DE JACOB

Comencemos con la primera sección de la historia de Jacob. ¿Cuál era la naturaleza de Jacob? ¿Qué clase de persona era él? Podemos aprender acerca del carácter de Jacob en Génesis 25—27.

Lucha en el vientre de su madre

¿Cómo fue el nacimiento de Jacob? “Y los hijos luchaban dentro de ella” (Gn. 25:22). Ese era Jacob, y así era su carácter. La Palabra de Dios nos muestra que Jacob era totalmente diferente a Isaac. Isaac era un hombre común. Recibió todo en forma disfrutable; todo lo heredó. Pero Jacob era inicuo y astuto; era calculador y audaz, y capaz de hacer cualquier cosa. Poseía tanto la sagacidad como la destreza. Pero Dios pudo hacer de Jacob un vaso con el cual podía cumplir Su meta. Isaac nos muestra cómo uno puede disfrutar la gracia de Dios, mientras que Jacob nos muestra cómo uno sufre bajo la obra de Dios.

En la palabra de Dios vemos que Jacob no sólo estaba equivocado en las cosas que hacía, sino que su misma persona estaba arrada. No sólo deshonró el nombre de Dios con sus acciones, sino también con su misma persona. El fue un problema desde el vientre de su madre, antes de que sus ojos vieran el primer destello de la luz. Su maldad comenzó desde que estaba en el vientre de su madre. Rebeca oró y le pidió a Dios que le dijera qué estaba aconteciendo dentro de su vientre, y Dios le respondió: “Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; El un pueblo será más fuerte que el otro pueblo; y el mayor servirá al menor” (v. 23). Al dar a luz Rebeca, tuvo gemelos. El primero en salir fue Esaú, y su hermano le siguió, con su mano trabada al calcañar del primero. Por eso le dieron el nombre Jacob, que significa suplantador. Jacob no quería que Esaú se engrandeciera; hubiera deseado que Esaú esperase un poco. Esta es la razón por la cual al nacer estaba asido al calcañar de Esaú. Así fue Jacob desde el comienzo.

A los ojos del hombre, Esaú era un hombre honesto, y estaba mal que Jacob tratara de suplantarlo. ¿Qué utilidad podría tener un hombre así? Este es Jacob visto desde el punto de vista natural. Pero en Romanos 9 vemos que la diferencia crítica entre Esaú y Jacob radicaba en la elección de Dios. Dios dijo: “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (v. 13). Dios había escogido a Jacob como Su vaso.

Por lo tanto, debemos aprender a confiar en la elección de Dios. Debemos creer que Dios puede hacer que lleguemos a la perfección. Dios nunca deja las cosas a la mitad, pues El es el Alfa y la Omega; es el principio y el fin. Puesto que El nos escogió e inició Su obra, El mismo la completará. Como El nos escogió, tenemos que aprender a confiarnos en Sus manos. En el momento oportuno, El nos conducirá a la perfección. Tal fue el caso de Jacob. Fue Dios quien escogió a Jacob.

Muchos hermanos y hermanas han dicho: “¡Yo soy un caso difícil!” Los que dicen esto necesitan al Dios de Jacob. Es posible que seamos casos difíciles, pero si Dios pudo disciplinar a Jacob, podrá disciplinarnos a nosotros. Además, debemos comprender que Jacob no buscó a Dios, sino que Dios lo buscó a él. Mientras Jacob todavía estaba en el vientre de su madre, Dios lo eligió. Por tanto, si estamos conscientes de la elección de Dios, podemos reposar en Su seno; podemos entregarnos a El y confiar que nos llevará al punto en que le podremos complacer.

Obtiene la primogenitura a cambio de un plato de lentejas

Un día volvía Esaú de cazar en el campo y estaba exhausto. Le dijo a Jacob: “Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo”. Le respondió Jacob: “Véndeme en este día tu primogenitura”. En ese momento Esaú estaba agotado y contestó descuidadamente: “He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura?” Como resultado, Esaú le vendió su primogenitura a Jacob (Gn. 25:29-34). Aunque este incidente revela la astucia de Jacob, muestra que valoraba la primogenitura, lo cual muestra que valoraba la promesa de Dios. Esto era un buen indicio, pero no fue correcto que adquiriera la primogenitura valiéndose de un engaño. Esto muestra que Jacob era una persona que hacía uso de su propia fuerza para obtener lo que Dios quería darle.

Obtiene con engaño la bendición de su padre

Jacob planeó junto con su madre engañar a su padre. Su padre le dijo a Esaú: “Toma, pues, ahora tus armas, tu aljaba y tu arco, y sal al campo y tráeme caza; y hazme un guisado como a mí me gusta, y tráemelo, y comeré, para que yo te bendiga antes que muera” (27:3-4). Pero Jacob, instruido por su madre, se aprovechó de la vejez y de la pobre vista de su padre. Se vistió con la ropa de Esaú, tomó pieles de cabritos, hizo viandas deliciosas, y con eso engañó a su padre; como resultado, recibió la bendición (vs. 6-29). Una vez más se ve la astucia y la iniquidad del carácter de Jacob. Alguien podría decir: “Si Esaú hubiera recibido esta bendición, el mayor no habría servido al menor y habría quedado en entredicho la promesa de Dios. La promesa de Dios consistía en bendecir a Jacob. Al hacer esto Jacob, se cumplió la promesa de Dios. ¿Acaso no estuvo bien esto?” Debemos entender que la promesa de Dios no necesita la mano del hombre para cumplirse. ¿Puede acaso ser sacudido el trono de Dios, de manera que sea necesaria la mano del hombre para sostenerlo y estabilizarlo? Estos son simplemente conjeturas humanas.

Jacob era un suplantador desde el vientre de su madre. Cuando era joven, engañó a su hermano. Luego engañó a su padre con artimañas. Estos incidentes revelan la naturaleza de Jacob. El era muy astuto y sagaz. Tal era el carácter de Jacob, tal era su vida natural.

LA DISCIPLINA QUE EXPERIMENTA JACOB

Dios tuvo que disciplinar a Jacob. Después de que obtuvo con engaño su bendición, no pudo permanecer en casa. Sabía que su hermano lo mataría, y no tenía más remedio que escapar. Tuvo que huir de su casa como un desterrado.

Lejos de su casa

Jacob despojó a su hermano de la bendición valiéndose de engaños. Sin embargo, recibió la disciplina de Dios. Sus actividades carnales requirieron la disciplina. Dios disciplina más a aquellos que son astutos, hábiles, sagaces y talentosos. Debemos darle gracias al Señor porque mediante el quebrantamiento, Jacob recibió la bendición. Desde entonces, Dios continuó disciplinándolo para poder bendecirlo. Se vio obligado a salir de la casa de su padre. Tuvo que separarse de sus padres y emprendió un viaje solitario a Padan-aram.

Acampa en Bet-el

Génesis 28:10-11 dice: “Salió, pues, Jacob de Beerseba, y fue a Harán. Y llegó a un cierto lugar, y durmió allí, porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel paraje y puso a su cabecera, y se acostó en aquel lugar”. El acampó en el desierto, donde tuvo por almohada una piedra. Su vida de disciplina había comenzado. Los versículos 12-14 dicen: “Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella. Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella, el cual dijo: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente”. Dios le da ahora a Jacob las promesas que le había dado a Abraham. ¿Cuándo le dio Dios estas promesas a Jacob? Mientras todavía seguía suplantando y antes de que su vida carnal y natural fuera quebrantada. Dios podía decirle estas palabras debido a que estaba seguro. Sabía que Jacob no podía huir de Su mano. Un día Dios acabaría Su obra, y haría de él un vaso útil para Su plan eterno. Nuestro Dios es un Dios de confianza; El puede lograr Su meta. Si ésta fuera obra del hombre, se habría preocupado, pues Jacob era una persona en la que no se podía confiar. ¿Qué pasaría si se involucraba en algún problema? Esto no afectaría el plan de Dios, pues El lo tenía todo bajo control. El pudo decir: “En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra”. Dios lo había decidido. Nuestra esperanza yace en la fidelidad de Dios, no en la nuestra. Nuestra utilidad depende de la voluntad de Dios, no de la fuerza de nuestra voluntad. Hermanos y hermanas, necesitamos aprender a conocer a Dios como el Dios que nunca falla.

En Bet-el Jacob oyó que Dios le hablaba en sueño. Dios no lo reprendió. No le dijo: “Mírate a ti mismo. ¿Qué has hecho en tu casa recientemente?” Si hubiéramos sido nosotros, habríamos reprendido a Jacob. Pero Dios conocía a Jacob y sabía que era audaz, astuto y suplantador. Sabía que Jacob tenía más energía y un carácter más fuerte que los demás. Reprender y exhortar a una persona así no da mucho resultado. Dios tomó a Jacob en Su mano. Al obrar Dios en las circunstancias de Jacob, pudo cortar un filo aquí y una punta allá. Si no acababa Su obra en un año, lo haría en dos, y si no, en diez o veinte. Dios siempre acaba lo que empieza. Cuando volvió a traer a Jacob a Bet-el, éste había cambiado.

La promesa que Dios le hizo a Jacob, en realidad era mayor que la que le hizo a Abraham, y también mayor que la que le hizo a Isaac. Jacob recibió algo del Señor que ni Abraham ni Isaac habían recibido. Dios le dijo: “He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (28:15). ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! La promesa que Dios le hizo a Jacob fue incondicional. El no le dijo: “Si me tomas como tu Dios, Yo te tomaré como pueblo. Si cumples mis condiciones y guardas Mis mandamientos, recibirás Mi promesa”. Lo incondicional de la promesa indica que Dios hallaría la forma de disciplinar a Jacob sin importar si él era bueno o malo, honesto o sagaz. Dios cumpliría lo que dijo: “No te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho”. Nuestro Dios no puede fallar. No podemos detener a Dios a medio camino. Si Dios nos escogió, indudablemente cumplirá Su promesa en nosotros.

“Y despertó Jacob de su sueño, y dijo: Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. Y tuvo miedo, y dijo: ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (vs. 16-17). Jacob se olvidó de lo que Dios le había dicho. No pensó en la promesa del Dios de Abraham y de Isaac. Solamente tuvo temor porque aquel lugar era la puerta del cielo. Bet-el ciertamente es un lugar terrible a los ojos del hombre carnal. Sabemos que Bet-el es la casa de Dios, la cual ciertamente es un lugar terrible para los que no le han puesto fin a su carne. En la casa de Dios se encuentran Su autoridad y Su administración; allí están la impartición, la gloria, la santidad y la justicia de Dios. Si la carne de una persona no ha llegado a su fin, para tal persona la casa de Dios es, sin duda, un lugar terrible.

“Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella” (v. 18). Esto muestra que santificó la piedra. “Y llamó el nombre de aquel lugar Bet-el, aunque Luz era el nombre de la ciudad primero” (v. 19). Entonces Jacob hizo un voto: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti” (vs. 20-22). Esta fue la respuesta de Jacob a Dios. Esta era la extensión del conocimiento que Jacob tenía de Dios.

Dios le dijo: “He aquí, yo estoy contigo”, y Jacob respondió: “Si fuere Dios conmigo”. Dios dijo: “Te guardaré por dondequiera que fueres”. y Jacob contestó: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy”. Esto muestra el escaso conocimiento que Jacob tenía de Dios.

Examinemos la petición de Jacob. Su petición revela las cosas que él buscaba. El dijo: “Si Dios me diera pan para comer y vestido para vestir”. Estaba interesado en lo relacionado con la comida y el vestido. No veía el plan de Dios. Este pasaje también nos muestra el tipo de disciplina que había recibido de sus padres. El había sido el niño consentido de la casa. Se había ido de allí sólo por causa de la disciplina de Dios. Esta era la primera noche que pasaba fuera de casa y que tenía por cabecera una piedra. Desde entonces, no sabría de donde le vendrían ni la comida ni el vestido. Así que expresó su preocupación por la comida y el vestido. Pudo ver que al haber obtenido con artilugios la bendición, había terminado sin alimento y sin vestiduras, y había tenido que irse de la casa de su padre. De modo que dijo: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre…” Su esperanza era tener qué comer y con qué cubrirse y poder regresar a la casa de su padre. Si Dios hacía esto por él, él haría lo siguiente: “Esta piedra, que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti”. Tal era Jacob. Este era el grado de conocimiento que Jacob tenía de Dios al principio. De todo lo que Dios le diera, él le devolvería el diezmo. El tenía mentalidad de comerciante. Su comunicación con Dios era una especie de regateo. Si Dios iba con él, lo guardaba, le daba alimento y vestido y lo llevaba en paz a la casa de su padre, él recompensaría a Dios con el diezmo de sus posesiones.

Esta era la primera vez que Jacob se encontraba con Dios. Bet-el fue el lugar donde Dios le habló por primera vez. De ahí en adelante, cuando Dios le hablaba, le decía: “Yo soy el Dios de Bet-el” (31:13). Aunque Jacob no conocía bien a Dios en Bet-el, Dios dejó una profunda impresión en él allí. Aquella fue la primera vez que Dios habló con él. Veinte años más tarde, después de mucha disciplina, Jacob llegó a ser un hombre útil.

La disciplina que Jacob experimentó en Harán.

Génesis 29 nos dice que Jacob fue a la tierra de los orientales y vio a los pastores que venían de Harán. “Mientras él aún hablaba con ellos, Raquel vino con el rebaño de su padre, porque ella era la pastora. Y sucedió que cuando Jacob vio a Raquel, hija de Labán hermano de su madre, y las ovejas de Labán el hermano de su madre, se acercó Jacob y removió la piedra de la boca del pozo, y abrevó el rebaño de Labán hermano de su madre. Y Jacob besó a Raquel, y alzó su voz y lloró” (vs. 9-11). Cuando se encontró con Dios en su camino, se preocupó por el alimento y el vestido. Cuando llegó a la tierra de los orientales y se encontró con sus familiares, lo primero que hizo fue llorar. El haber llorado nos indica lo que experimentó en el camino y lo que esperaba enfrentar en el futuro. Una persona astuta y calculadora usualmente no llora. Solamente llora cuando descubre que ya no puede hacer nada. En un momento así Jacob lloró.

Dios también estaba preparado para comenzar otra obra en él. Al llegar a la casa de su tío Labán, éste le dijo: “Ciertamente hueso mío y carne mía eres. Y estuvo con él durante un mes” (v. 14). Después de ser el invitado de su tío por un mes, su tío le dijo cortésmente: “¿Por ser tú mi hermano, me servirás de balde? Dime cuál será tu salario” (v. 15). En estas palabra podemos ver que también Labán tenía una mentalidad de negociante. El y Jacob resultaron ser la misma clase de persona. Cuando Esaú estuvo con Jacob, no pudo vencer a Jacob. Pero cuando Jacob conoció a Labán, le fue difícil negociar con éste. En muchas ocasiones, una persona muy activa termina al lado de alguien con el mismo temperamento; una persona avara encuentra a otra persona avara; una persona orgullosa encuentra a otra persona orgullosa, y una persona que le gusta aprovecharse de los demás encuentra a otra igual. Todo esto constituye un camino espinoso. A esto se enfrentaba Jacob en ese momento. La disciplina de Dios lo había puesto ante Labán. “¿Por ser tú mi hermano, me servirás de balde? Dime cual será tu salario”. Esta propuesta parecía justa, pero en realidad, lo que Labán daba a entender era que Jacob no debía comer gratis, que debía trabajar y que por ello recibiría un pequeño pago, aunque lo dio a entender con mucha sutileza. Antes, Jacob estaba en su propia casa como hijo. Ahora tenía que ser un trabajador más. Dios lo estaba disciplinando por medio de las circunstancias.

El sirvió a Labán, y como pago pidió que se le diera a Raquel. Por amor a Raquel, Jacob sirvió a Labán siete años, al final de los cuales éste lo engañó y le dio a Lea en lugar de Raquel. El había engañado a otros, pero ahora lo engañaban a él. Así que sirvió a Labán otros siete años por amor a Raquel. Durante esos catorce años, Jacob sirvió a su tío por sus dos hijas. En total sirvió a su tío Labán por veinte años. Durante este tiempo, su tío lo engañó y le cambió el salario diez veces. Originalmente se había acordado que él recibiría cierta suma de dinero al término de su trabajo. Pero después de terminarlo, [posiblemente] se le decía que algo no había quedado bien y que lo descontarían de su salario. Labán le cambió el salario a Jacob diez veces. Haciendo un promedio, le cambiaban el salario cada dos años. Jacob verdaderamente estaba siendo puesto a prueba.

Pero gracias al Señor que ésta era Su obra en él. En Bet-el Dios le dijo que lo volvería a traer a su tierra. Dios le prometió que lo traería de regreso, pero antes de hacerlo quería que él supiera lo que es la casa de Dios. Dios estaba reteniendo a Jacob. Lo llevó a la casa de Labán, un hombre que era tan astuto, tan audaz y tan sagaz como él, a fin de disciplinarlo. Durante este tiempo, Jacob comenzó a aprender a someterse bajo la poderosa mano de Dios, pero esto no significa que había cambiado. Jacob seguía inventando métodos para hacer que las ovejas nacieran manchadas y salpicadas a fin de que pasaran a ser su posesión. El seguía siendo el mismo de antes. Ni siquiera Labán pudo con él. Aunque le cambió el salario diez veces, Jacob halló la forma de salir ganando.

Dios tenía un propósito con Jacob, por causa del cual lo disciplinó de muchas maneras. Quería disciplinarlo en sus características más sobresalientes. Esta era la obra que Dios quería lograr en Jacob. Lo disciplinó poco a poco. Durante veinte años Jacob fue herido y sufrió repetidas veces. Por una parte, Dios lo estaba quebrantando, y por otra, su carne todavía estaba presente, y seguía siendo tan sagaz y astuto como antes. Sin embargo, Dios no desistió. Finalmente, por causa de todas las adversidades que pasó, reconoció la mano de Dios.

Después que Raquel dio a luz a José, Jacob pensó en volver a casa. Pero sus días de disciplina aun no se habían cumplido, y necesitaba permanecer sumiso bajo la mano de Labán. No podía irse de allí ni un día antes [de que se cumpliera dicha obra].

Debemos creer que todo lo que proviene de la mano de Dios es bueno. Dios dispone nuestras circunstancias para nuestro beneficio. Todas nuestras circunstancias redundan en nuestro bien y nos disciplinan en los puntos fuertes de nuestra vida natural. Nuestra esperanza es que Dios no tenga que usar veinte años para disciplinarnos. Pero lamentablemente, hay personas que no aprenden la lección ni aun después de veinte años. Aunque algunos han sido probados y disciplinados, no avanzan; es una lástima que su carne nunca sea afectada ni debilitada y que todavía sigan maquinando tretas y suplantando. Hermanos y hermanas, no debemos quejarnos pensando de que la mano de Dios es pesada. El sabe lo que hace. Al comienzo, Jacob era implacable, pero después de ser disciplinado por Dios, llegó a ser, en su vejez, benévolo y tierno. Que podamos ver que todo lo que experimentamos en nuestras circunstancias es medido por el Espíritu Santo según nuestra necesidad. Nada nos sucede por casualidad. Todas las experiencias que confrontamos son preparadas por el Espíritu Santo con el fin de edificarnos. Mientras pasamos por estos golpes y estas pruebas, es posible que no sintamos gozo ni comodidad, pero todo ello es parte de la obra que Dios está haciendo en nosotros. Más adelante comprenderemos que todos pasamos por estas experiencias por nuestro propio bien.