Watchman Nee Libro Book cap.8 Los hechos, la fe y nuestra experiencia
LA FE
CAPITULO OCHO
LA FE
Según la Biblia, Dios exige fe de Sus hijos. Sin fe, no podemos agradar a Dios. Es únicamente por medio de la fe que podemos recibir todas las bendiciones espirituales, así como todo lo provisto por Dios en nuestras circunstancias. Nos asombra que Dios considere tan importante la fe de los creyentes. Según la Biblia, todos los aspectos de la salvación completa que Dios efectúa, sin excepción alguna, son obtenidos por medio de la fe. Una cosa es cierta: Dios aborrece las obras del hombre, ya sean aquellas realizadas por un pecador o por un creyente. Dios aborrece todo cuanto procede de nosotros mismos, todo cuanto sea hecho en independencia de Dios mismo y todo cuanto hayamos hecho conforme a nuestras propias determinaciones y deseos mediante nuestro esfuerzo propio. Ciertamente muchas de estas cosas parecen buenas a los ojos del hombre; sin embargo, Dios las aborrece. El Señor Jesús dijo que sólo hay uno bueno: Dios. A los ojos del Dios, ninguno es bueno. Por tanto, todo lo que no sea conforme a la voluntad del buen Dios, así como todo lo que no haya sido hecho mediante el poder del buen Dios, no es bueno, sino que es pecado. Ciertamente nada es bueno, excepto Dios mismo. Por este motivo, toda obra realizada aparte de la voluntad y el poder de Dios, no es buena. Así que, todo lo que un creyente haga, tiene que provenir de Dios y ser realizado por medio de El.
Al respecto, resulta pertinente considerar el tema de la fe. La fe tiene dos principios fundamentales: (1) detener lo que el hombre hace por sí mismo, y (2) esperar a que Dios obre. Generalmente se piensa que la fe consiste en creer en la obra de Dios, depender de ella y esperar en ella. Pero hay otro paso que debemos dar antes de esto, el cual consiste en detener las obras del hombre. Detener nuestras propias obras forma parte de la obra que realiza la fe. Esperar a que Dios obre es algo que sucede en el ser interior de un creyente y, por tanto, no es algo visible. Pero detener nuestras obras es algo externo que, a veces, se puede ver. De hecho, el logro más grande de la fe no consiste en lograr que Dios opere a favor del creyente, sino en lograr que éste deje de obrar.
No se puede recalcar lo suficiente la importancia de este primer paso. Dios nunca ha permitido que Su obra se mezcle con las obras procedentes de la carne del hombre. Dios exige que los creyentes detengan completamente todo aquello que proceda de su yo, ya sea lo que corresponda a sus propias determinaciones o a sus propias capacidades. Dios desea que los creyentes confíen plenamente en El y se encomienden a El. ¿Cómo se manifiesta tal corazón que confía en Dios? Se manifiesta en la completa inmovilidad y quietud del yo. Este es el primer paso de la obra que la fe realiza. ¿Acaso alguien sigue esforzándose hasta el cansancio planificando y laborando después que le ha encomendado su trabajo a un amigo? Si Dios realmente es digno de confianza y Su poder es suficiente, ¿necesitará todavía de nuestra ayuda? Y si verdaderamente creemos que Dios obra a nuestro favor, ¿por qué todavía estamos ansiosos? ¿Es acaso porque tememos que Dios no haga un buen trabajo? Si es así, significa que todavía no hemos creído. La fe exige que estemos en completo reposo. En dicho reposo, nuestro corazón está libre de toda ansiedad, y nuestro cuerpo libre de toda labor. Si nuestro ser aún está inquieto, ya sea que nos sintamos ansiosos o que laboremos demasiado, ello constituye indicio de que no tenemos fe. El primer principio de la fe es el de detener nuestras obras. Si todavía estamos preocupados por lo miserable de nuestra condición y por lo difícil de nuestras circunstancias, esto significa que hasta ahora no hemos confiado realmente en Dios. Si al laborar seguimos dependiendo de nuestra propia capacidad, de nuestras propias fuerzas, de nuestras amistades y contactos, y de nuestra fina percepción, esto significa que aún no nos damos cuenta de nuestra absoluta inutilidad; todavía no hemos encomendado por completo todos nuestros asuntos a Dios. Una vida de fe es una vida que rechaza todo lo que procede del yo. Los actos de fe no son sino actos en los que nos negamos a nosotros mismos. La fe requiere que abandonemos nuestra mezquindad y las preocupaciones propias de ésta. La fe también requiere que renunciemos a valernos de nuestras propias capacidades y que dejemos de laborar confiando en tales capacidades. La primera manifestación de la obra de la fe consiste en detener completamente nuestro obrar.
Es interesante notar que esta clase de fe no procede del propio creyente. Puesto que la fe de nuestra salvación inicial nos fue dada por Dios mismo (Ef. 2:8), la fe que necesitamos para nuestro vivir diario también es otorgada por Dios. No necesitamos nada más para comprobar lo inútil que es un creyente por sí mismo; basta considerar este aspecto acerca de la fe en Dios. El creyente por sí mismo ni siquiera tiene fe, sino que debe recibirla de Dios. Toda fe es otorgada por Dios. Esto es lo que el apóstol quería decir cuando afirmó que la fe es uno de los dones del Espíritu Santo.
¿Acaso no es cierto que son pocas las veces que estamos dispuestos a creer en Dios y confiar plenamente en El con respecto a nuestras circunstancias? En repetidas ocasiones los hermanos nos han dicho que debemos ejercitar nuestra fe para creer en Dios; pero no importa cuánto nos esforcemos por hacerlo, ¿acaso no es cierto que simplemente no somos capaces de creer? Muchas veces, nos esforzamos tanto por lograrlo, que pareciera que nuestros corazones van a explotar. Y sin embargo, ¿no es cierto que esta clase de fe no tiene efecto alguno? Centramos todo nuestro ser en luchar contra nuestras dudas, pero, aún así, no conseguimos nuestro objetivo. Tal situación es de lo más dolorosa. Cuando un creyente está luchando contra sus dudas, es cuando pasa sus peores momentos.
Sin embargo, la fe no consiste en esto. La fe no puede ser invocada o generada por el hombre, ni tampoco puede producirse en el corazón de éste. Más bien, la fe es dada por Dios. Esta fe rige al creyente; no es el creyente quien controla la fe. Muchas veces, ansiamos tener fe a fin de lograr algo, sólo para descubrir finalmente que no hay modo de obtener tal clase de fe. Otras veces, aunque no nos habíamos propuesto realizar algo, Dios nos da la fe y hace que esta fe sea expresada por medio de nuestra oración, con lo cual se produce un logro magnífico. Dios no nos da la fe para que podamos satisfacer nuestros propios apetitos o deseos. La muerte es la posición que, en justicia, nos corresponde; y debemos aceptar tal posición como aquellos que se postran en el polvo. Conforme a la voluntad de Dios, en esta tierra los santos deben vivir con miras a la voluntad de Dios y a Su gloria. No le corresponde al creyente decidir, desear ni hacer nada por sí mismo. Dios desea que seamos Sus vasos, pero esto exige que nosotros muramos. Aun con relación a creer en Dios acerca del cumplimiento de cierta promesa, todo lo que desea Dios de nosotros es que seamos vasos. Cuando Dios desea llevar algo a cabo, El nos da la fe necesaria para que oremos pidiendo que El actúe. Sólo entonces El se moverá para llevar a cabo tal obra. Por supuesto, esto constituye un sufrimiento para la carne, debido a que ésta no tiene participación ni puede accionar según sus propios deseos. Pero, puesto que un creyente genuino vive dependiendo de Dios y no de sí mismo, él estará contento de ser simplemente un instrumento que ha sido puesto a muerte y que cumple la suprema voluntad de Dios.
¡Ved cuánta sabiduría tiene Dios! Si la fe fuese nuestra, es decir, si se originara en nosotros mismos, podríamos dirigir nuestra fe. En otras palabras, si nosotros quisiéramos que algo fuera llevado a cabo, lo único que tendríamos que hacer sería creer un poquito y entonces llevaríamos a cabo la obra de Dios. Pero ésta no es la manera en que la fe opera. La fe es dada por Dios. Antes de que la fe nos sea dada, es imposible para nosotros creer. Muchos hemos experimentado frecuentemente que nos era imposible entrar en reposo debido a que no podíamos producir fe por nosotros mismos. Entonces, de improviso, Dios nos concede fe. (Algunas veces esta fe nos es dada por medio de uno o dos versículos; otras veces nos es dada cuando oramos, de modo que en nuestra intuición llegamos a comprender la voluntad de Dios). Cuando esto sucede, de inmediato tenemos certeza y nuestro corazón es tranquilizado espontáneamente. En tales casos, parece que tenemos la certeza de que Dios definitivamente llevará a cabo Su obra en cierto asunto. Ya no hay más necesidad de luchar, ni hay cabida para la ansiedad. Incluso, no tenemos que preocuparnos, ejercitarnos ni esforzarnos. La certeza simplemente surge en nosotros de manera espontánea, sin que la esperemos. Cuando Dios nos concede fe de esta manera, de inmediato obtenemos la obra que la fe realiza; esto es, obtenemos reposo, sin ninguna ansiedad. Cualquier otro método diferente a éste, no es fe y nunca nos dará tal reposo.
Aquí, debemos aclarar algo. Lo que hemos dicho no significa que de ahora en adelante seamos negligentes, y que simplemente nos dediquemos a esperar ser visitados por esta fe. Existen dos clases de fe: la fe específica y la fe general. La fe específica es la fe que Dios nos concede con respecto a un asunto específico. Es una fe que cree que Dios ciertamente llevará a cabo algo específico a nuestro favor. No tenemos esta clase de fe en todas y cada una de las circunstancias que a diario enfrentamos. La fe general es la fe diaria que todo creyente con cierta experiencia tiene respecto a Dios mismo. Esta clase de fe no es relativa a ningún asunto en particular, sino que es con respecto a todas las cosas. Tal creyente cree firmemente que Dios nunca se equivoca en todo cuanto hace. Sabe que, independientemente de que haya fracaso o éxito, el beneplácito de Dios estará en ello. Aunque no siempre tenemos una fe específica en todo cuanto nos sucede, siempre debemos tener la fe general. Debemos creer que nuestro Dios todo lo hace bien, y que todas las cosas están en Sus manos. El sabe si es bueno que suframos o que tengamos éxito. Debemos poseer esta clase de fe general todo el tiempo. Aún cuando surjan situaciones especiales, no debemos perder esta clase de fe. Pero, independientemente de la clase de fe que poseamos, ésta siempre debe manifestarse por medio de nuestra conducta; la fe siempre debe traernos reposo; además, quienes poseen fe no luchan ni hacen uso de su energía carnal procurando ayudar a Dios.