Watchman Nee Libro Book cap.8 El ministerio de la palabra de Dios
CRISTO EL VERBO DE DIOS
CAPITULO OCHO
CRISTO, EL VERBO DE DIOS
UNO
En Juan 1:1-2 leemos: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el principio con Dios”. Aquí se nos dice que el Hijo de Dios es el Verbo, es decir, Cristo es la Palabra de Dios. Por tanto, ministrar la Palabra equivale a ministrar al Hijo de Dios. Ministrar la palabra de Dios a la iglesia significa que le ministramos al Hijo de Dios. Un ministro de la Palabra de Dios imparte el Verbo de Dios en los oyentes. Al igual que los siete diáconos de Hechos 6, los cuales servían en la distribución de alimentos para los santos, un ministro de la Palabra sirve distribuyendo la Palabra a los demás. Pero esta Palabra no se compone sólo de palabras, ya que es una persona, es Cristo mismo. Por esta razón, ministrar la Palabra a otros significa que les ministramos al Hijo de Dios. Un ministro sirve a la iglesia ministrándole al Hijo de Dios.
Algunos sólo ministran enseñanzas bíblicas; no pueden ministrar el Señor Jesús a los demás. Ellos viven en la esfera de la letra y sólo pueden ministrar verdades, doctrinas y enseñanzas. Hasta ahí llega Su servicio. No pueden ministrar a Cristo, quien está contenido en la Palabra. Este es el problema de muchas personas. El Verbo de Dios es Cristo mismo. La Biblia no es simplemente un libro; no consiste exclusivamente en páginas escritas de las que el hombre recibe doctrinas y enseñanzas. Si separamos la Biblia de la persona de Cristo, será un libro muerto. En un aspecto, la Biblia es un libro, pero en otro, es Cristo mismo. Si uno permanece en la primera esfera, lo único que tendrá será un libro y no podrá servir como ministro de la Palabra de Dios. Sólo podrá ministrar doctrinas, verdades y enseñanzas; no podrá infundir a Cristo en los oyentes. Sólo aquellos que están en la segunda esfera pueden ministrar a Cristo.
DOS
Pablo fue claro cuando dijo: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así” (2 Co. 5:16). Nosotros no conocemos a Cristo según la carne; tenemos que conocerle según el Espíritu. En otras palabras, no lo conocemos como el Jesús de Nazaret que anduvo en esta tierra, es decir, como el Jesús histórico, sino que lo conocemos como el Cristo que está en el Espíritu. Debemos recordar que quienes lo conocen como un personaje de la historia posiblemente no lo conozcan en absoluto. Muchos judíos pensaban que conocían al Señor y decían: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama Su madre María, y Sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? Y Sus hermanas, ¿no están todas con nosotros?” (Mt. 13:55-56). Ellos pensaban que porque tenían esta información conocían al Señor. Pero sabemos que no lo conocían.
Juan el Bautista fue un hombre enviado por Dios. Y él confesó diciendo: “Viene tras mí el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar, agachado, la correa de Sus sandalias. Yo os he bautizado en agua; pero El os bautizará en el Espíritu Santo” (Mr. 1:7-8). Agacharse y desatar la correa de las sandalias de una persona era trabajo de los esclavos en el tiempo de los romanos. Cuando el amo llegaba a la puerta, el esclavo se agachaba y le desataba la correa de las sandalias. Era una tarea humillante. Juan sabía que el que había de venir después de él era mucho mayor que él y lo entendía claramente. Sin embargo, no sabía que quien había de venir después de él era el Señor Jesús. Esto no lo entendía con claridad. En cuanto a la carne, Juan era primo de Jesús. Pese a que se conocían desde su juventud, Juan no sabía que el Señor Jesús era el que había de venir después de él. Juan dijo: “Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar en agua, El me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre El, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Jn. 1:33-34). El día que el Señor Jesús fue bautizado, el Espíritu Santo descendió sobre El, y entonces Juan reconoció que este Jesús, su primo, a quien conocía hacía treinta años, era el Hijo de Dios. Antes de este suceso, él tenía una relación muy intima con el Señor Jesús, pero no lo conocía. Fue el Espíritu el que le abrió los ojos para que pudiera reconocerlo. Juan estuvo con el Señor Jesús treinta años y aun así no lo conocía. Durante esos treinta años, Juan el Bautista mantuvo contacto con el Señor, pero sólo lo conoció como su primo. El conoció al Jesús histórico, al hombre de Nazaret, pero no se dio cuenta de que este Jesús era Dios mismo.
El Señor Jesús es el propio Dios. Anduvo en la tierra encubierto, y la gente no sabía quién era. Dios andaba encubierto entre la gente, y nadie se daba cuenta de que el Señor Jesús era Dios. Es necesario que el Espíritu de Dios abra los ojos del hombre para que éste pueda reconocer a Jesús como el Hijo de Dios y como el Cristo. En cierto sentido la Biblia es como Jesús de Nazaret. Desde el punto de vista humano, la Biblia es simplemente un libro, aunque quizás más especial que otros. Pero cuando el Espíritu de Dios abre los ojos del hombre, éste se da cuenta de que la Biblia no es un libro ordinario, sino que es la revelación de Dios y presenta al Hijo de Dios. Así como Jesús de Nazaret es el Hijo del Dios viviente, así este libro es una revelación del Hijo del Dios vivo. Si para nosotros este libro es un libro más, no conocemos la Biblia de Dios. Los que no conocen al Hijo de Dios no conocen a Jesús. De la misma manera, los que no conocen al Hijo de Dios no conocen la Biblia. Quienes conocen a Jesús conocen al Hijo de Dios. De la misma manera, aquellos que conocen la Biblia saben que el Señor Jesús es el Hijo de Dios, le conocen y saben de quién habla la Biblia. La Biblia revela a Cristo, el Hijo de Dios; por eso no es un libro ordinario.
Cuando el Señor Jesús anduvo en la tierra, Sus contemporáneos tenían mucho qué decir a cerca de El y lo criticaban en todo lo que podían. Algunos decían que era Jeremías; otros, que era alguno de los profetas. Unos decían una cosa, y otros otra. Pero el Señor Jesús les preguntó a Sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?” Pedro le contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. El Señor le dijo: “No te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos”. El conocimiento del Señor Jesús no viene de carne ni sangre, sino de la revelación celestial. Después de esto, el Señor añadió: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:15-18). Sin esta revelación no puede haber iglesia, pues su cimiento es dicha revelación y se edifica sobre la misma. Cuando una persona reconoce que el Jesús histórico es el Cristo y el Hijo de Dios, esta visión se convierte en el fundamento sobre el cual se edifica la iglesia.
Hay personas que se lamentan y dicen: “Yo nací dos mil años tarde. Si hubiera nacido hace dos mil años, habría podido ir a Jerusalén y haber visto al Señor Jesús cara a cara. Los judíos no creyeron que Jesús era el Hijo de Dios, pero yo sí hubiera creído”. Si estas personas hubieran vivido, andado, y trabajado junto con el Señor Jesús todos los días, tampoco lo habrían conocido. Sólo habrían conocido al hombre Jesús; no se hubieran dado cuenta de quien era El en realidad. Mientras el Señor Jesús anduvo en la tierra, la gente hacía muchas conjeturas acerca de El. Notaban que El era bastante especial y que era muy diferente a los demás. Pero no lo conocieron. Sin embargo, Pedro no tuvo necesidad de adivinar. El lo vio y supo quién era. ¿Cómo pudo conocerlo? En primer lugar, Dios hizo resplandecer Su luz sobre él y le mostró que Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Sin tal revelación de parte de Dios, una persona puede seguir al Señor por doquier sin enterarse de quién es El. Inclusive si una persona hubiera seguido al Señor Jesús a Cesarea de Filipo, tampoco habría sabido quién era El. Una persona puede estar con el Señor todos los días y aún así no conocerlo. A Cristo no se le puede conocer teniendo una relación externa con El, sino por medio de una revelación. El conocimiento del Señor Jesús se recibe por revelación, no por relacionarse con El. Si uno no tiene revelación, puede vivir con El diez años y no llegar a conocerlo. El día que Dios nos dé la revelación, nos hable en nuestro interior, y abra nuestros ojos internos, conoceremos a Jesús como el Cristo y como el Hijo del Dios viviente. La relación externa que podamos tener con El no equivale a tener un conocimiento verdadero de El.
Lo mismo se puede decir de la Biblia. La Palabra de Dios es una persona, y también un libro. El Verbo de Dios es Jesús de Nazaret y también es la Biblia. Necesitamos que Dios abra nuestros ojos para que podamos reconocer que Jesús de Nazaret es el Verbo de Dios y el Hijo de Dios. De la misma manera, Dios tiene que abrir nuestros ojos para que podamos reconocer que la Biblia es Su Palabra y que es una revelación de Su Hijo. Los que estuvieron cerca del Señor Jesús y lo rodearon por muchos años no lo conocieron. De la misma manera, muchos que están familiarizados con la Biblia y que la han leído y estudiado por muchos años no la conocen necesariamente. Se necesita además la revelación de Dios. Sólo lo que Dios nos revela es viviente.
La historia de la sanidad de la mujer que tenía flujo de sangre, narrada en Marcos 5, nos muestra que había muchas personas que apretaban al Señor Jesús, pero ninguna de ellas lo tocó. Entre todas ellas, sólo la mujer que tenía el flujo de sangre tocó el vestido del Señor. Ella pensó que si sólo tocaba el manto del Señor, sería sana. Ella tuvo fe, y fue sensible. Esa mujer se acercó y tocó al Señor; cuando lo hizo, quedó sana. El Señor preguntó: “¿Quién ha tocado Mis vestidos?”. Al oír esto los discípulos, le dijeron: “Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?” (vs. 30-31). Los discípulos se quejaron de la multitud que lo apretaba por todos lados y se les hacía extraño que el Señor preguntara quién lo había tocado. Cuando alguien tocó al Señor, El se dio cuenta y lo percibió. Muchas personas lo apretaban, y nada les ocurrió; pero la mujer que lo tocó experimentó un cambio inmediato. Si el Señor se parara frente a usted, esto no le traería ningún beneficio si usted solamente está entre la multitud que lo aprieta. Uno no puede conocer a Jesús de Nazaret simplemente con la experiencia que tuvo la multitud, la cual lo apretaba sin darse cuenta de quién era El. Sólo la mujer que tuvo fe y discernimiento tocó Sus vestidos y pudo conocerlo. Aquel hombre era Jesús de Nazaret, y además era el Hijo de Dios. Muchas personas apretaban a Jesús de Nazaret, pero ninguna de ellas tocó al Hijo de Dios. Muchos tocaron al Jesús físico, pero no al Hijo de Dios.
El mismo principio se puede aplicar a la manera en que leemos la Biblia. Muchos utilizan la Biblia, pero pocos tocan en ella al Hijo de Dios. Uno puede tocar al Hijo de Dios por medio de Jesús de Nazaret. De la misma manera, puede tocar al Hijo de Dios por medio de la Biblia. El problema de muchas personas es que sólo ven la Biblia, mas no al Hijo de Dios. Cuando el Señor Jesús anduvo en la tierra, la gente le conoció conforme a dos esferas diferentes. En una, la gente oía Su voz y observaba Sus movimientos sin saber en lo absoluto quién era El. En la otra esfera, una mujer tocó Sus vestidos y fue sana. Muchos lo vieron, pero sólo una persona se dio cuenta de que Dios estaba en aquel hombre de Nazaret. Me temo que cuando presentamos a Jesús de Nazaret, es posible que sólo les presentemos un libro. Debemos recordar que los que apretaban a Jesús de Nazaret no recibieron ningún beneficio de El. Muchos enfermos que lo apretaban no fueron sanados. Igualmente, aquellos que hacen lo mismo con la Biblia no reciben nada de ella. Pero algunos reciben luz interiormente y tocan al Hijo de Dios contenido en ella. Lo que nos dice el Señor Jesús es espíritu y vida. Cuando percibimos esto, tocamos el ministerio de la Palabra. Lo que presentamos no debe ser un libro. Al utilizar la Biblia, debemos presentar al Hijo de Dios. El ministro de la Palabra sirve la Palabra de Dios a quienes lo escuchan y con ella, al Hijo de Dios. Nosotros servimos impartiendo a Cristo en los oyentes. Solamente cuando presentamos a Cristo, somos ministros de la Palabra.
Algunas personas sólo conocen al Jesús histórico, no conocen al Hijo de Dios. Al acudir a la Biblia muchos lectores, sólo ven al Jesús histórico y no perciben en sus páginas al Hijo de Dios. La Biblia no es simplemente un libro, así como Jesús no es simplemente un hombre. En la Biblia encontramos a Cristo. Si uno se acerca solamente al libro sin tocar al Hijo de Dios, no tiene el ministerio de la Palabra.
En Lucas 24:13-31 el Señor Jesús se unió a dos discípulos que iban rumbo a Emaús. Mientras caminaban, el Señor Jesús les hacía preguntas, y ellos contestaban, o ellos hacían las preguntas y el Señor respondía. En la conversación el Señor les presentó las Escrituras. Al llegar a Emaús, los dos discípulos le instaron a quedarse, diciéndole: “Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado” (v. 29). El Señor accedió y se quedó con ellos. Inclusive lo invitaron a comer. Durante esta larga conversación, ellos no reconocieron al Señor Jesús. Sólo cuando el Señor tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio, les fueron abiertos los ojos y reconocieron al Señor. Esto nos muestra que es posible andar con el Señor, y aun así no conocerle. Uno puede hablar con El sin saber quién es El.
Hermanos y hermanas, aunque el Señor nos hablara o se quedara con nosotros, es posible que no sepamos quién es El. Debemos conocer algo en cuanto al Señor que sea mucho más profundo que el conocimiento que pudiéramos obtener al quedarnos con El, andar con El o hablar con El. El día que abra nuestro ojos, le conoceremos. Andar con El, hablar con El, y recibir el conocimiento de las Escrituras no bastan para garantizarnos que lo conoceremos. Debemos darnos cuenta de que conocer al Señor de manera auténtica va más allá de todo esto. Puede ser que nos lamentemos por no haber estado con el Señor cuando El anduvo en la tierra, pero debemos comprender que aun si hubiéramos estado con El, no lo habríamos conocido más de lo que lo conocemos hoy. El más pequeño o el más débil de los hermanos, conoce al Señor Jesús tanto como lo conoció Pedro. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, los doce discípulos lo conocieron; pero la manera en que lo conocieron no es superior a la manera en que lo conoce el hermano más débil que esté entre nosotros. No pensemos que lo conoceremos sólo por relacionarnos con El unos cuantos años. Debemos comprender que el Señor a quien conocieron los discípulos en su espíritu no es diferente al que nosotros conocemos en nuestro espíritu hoy.
Lo fundamental es saber qué constituye el verdadero conocimiento del Señor, pues éste no proviene de afuera. Necesitamos la revelación que Dios concede para conocer al Señor. El tiene que abrir nuestros ojos y mostrarnos lo que debemos conocer. El tiene que abrir nuestros ojos. Esto es lo que se requiere para ser un ministro de la Palabra. Tal vez alguien pase mucho tiempo estudiando, pueda recitar todos los versículos de la Biblia, entienda claramente todas las doctrinas bíblicas y pueda contestar rápidamente cualquier pregunta; sin embargo, es posible que con todo eso no conozca al Hijo de Dios. El día que Dios abra los ojos de esa persona, verá al Hijo de Dios. Cuando Dios abre nuestro ojos, vemos a Jesús de Nazaret, a Cristo. De la misma manera, cuando Dios abre nuestro ojos, vemos la Biblia y al Hijo de Dios revelado en ella.
Con esto no decimos que la obra que realizó el Señor Jesús en la tierra no sea importante, sino que la persona tiene que creer que Jesús es el Cristo para poder ser engendrada de Dios. Si alguien cree que el Señor Jesús es el Hijo de Dios, llega a ser engendrado de Dios. No sólo debemos ver que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, sino que también debemos ver la Biblia. No es posible tener al Hijo de Dios o a Cristo, si hacemos a un lado a Jesús de Nazaret. Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, el Cristo. Del mismo modo, uno no puede hacer a un lado el Antiguo Testamento ni el Nuevo y decir que conoce a Cristo. No puede hacer a un lado la Biblia y decir que conoce al Hijo de Dios, pues Dios nos da a conocer a Su Hijo por medio de la Biblia. Si no recibimos revelación, podemos leer el libro y sólo veremos doctrinas; no conoceremos al Cristo que está contenido en el libro. Este asunto es fundamental. Es posible entender toda la Biblia y aún así no ver a Cristo.
La existencia de dos esferas diferentes hace que la vida cristiana sea muy compleja. Si se eliminara todo lo externo y permaneciera sólo lo interno, la situación sería mucho más sencilla: el que conoce al Hijo de Dios lo conoce, y el que no, no. Pero el problema es que en una esfera la gente “aprieta al Señor”, y en otra hay quienes “tocan al Señor”. Algunos lo aprietan, pero otros lo tocan. Estos dos tipos de contactos son completamente diferentes. ¿Podemos ver la diferencia que hay entre estas dos cosas? Son dos mundos diferentes. Los que aprietan al Señor se encuentran en una esfera, y los que lo tocan están en la otra. Los que están en la esfera donde se aprieta a Jesús no experimentan nada, mientras que los que están en la esfera donde se toca a Jesús son sanados de todas sus enfermedades y librados de todos sus problemas. En una esfera se encuentran los intelectuales que entienden la Biblia, las doctrinas y las verdades; pero en la otra, uno experimenta la luz, la revelación y la unción del Espíritu Santo. Hermanos, ¿pueden ver esto? En una esfera se encuentran los maestros de la letra, y en la otra se encuentran los ministros de la Palabra de Dios. Nosotros sólo podemos enseñar lo que sabemos. Dios tiene que llevarnos a un punto donde toquemos la esfera interior; pues en la esfera donde se aprieta al Señor Jesús no podemos conocerle ni conocer la Biblia. Necesitamos entrar en la esfera donde le podemos tocar a fin de serle útiles. Solamente en esta esfera encontramos las palabras que proceden de Dios. Solamente esta esfera producirá resultados, y solamente esa manera de relacionarnos con El será fructífera. Es asombroso que el Señor Jesús no sintiera que la gente lo apretaba, pero sí estuvo muy consciente cuando alguien lo tocó.
Puede suceder que un hermano sencillo que no tiene nada ni sabe nada lea la Biblia y toque la Palabra con temor y temblor, y en la presencia del Señor vea la luz. Por otro lado, quizás otro hermano que esté bien familiarizado con el griego y el hebreo, conozca bien su propio idioma y haya leído la Biblia de pasta a pasta muchas veces y hasta se la haya memorizado. Si tal persona no ha recibido luz de parte de Dios, no puede ser un ministro de Su Palabra. A lo sumo, podrá pasar conocimiento bíblico a los demás, mas no podrá ministrar a Cristo a la iglesia. La Biblia es una persona viviente; es el Hijo de Dios. Si al leer la Biblia no tocamos la Palabra viva, nada de lo que sepamos dará fruto.
TRES
Nuestro Señor enseñó acerca de muchas cosas cuando estuvo en la tierra, y muchos lo oyeron. En Juan 8 el Señor Jesús habló de muchas cosas. Habló de una mujer adúltera que fue perdonada. Más tarde, les dijo a los judíos que la verdad los haría libres y que no tenían que seguir siendo esclavos. Los judíos respondieron diciéndole que ellos eran descendientes de Abraham y que no eran esclavos. Pero el Señor les dijo que todo el que peca es esclavo del pecado (vs. 32-34). Quizá los judíos entendieron lo que se les dijo, o quizás no. Pero no podían decir que no lo hubieran oído. Sus oídos no estaban cerrados, ni eran sordos. No obstante, el Señor Jesús dijo algo muy peculiar: “El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios” (v. 47). Oír va más allá de percibir el sonido de la voz. Algunos oyen la voz y perciben la Palabra de Dios, pero otros no. Vemos que se trata de dos esferas diferentes. Si les preguntáramos a los judíos si habían oído las palabras del Señor, ellos habrían dicho que sí. Pero el Señor les dijo que no habían oído nada, porque no eran de Dios.
Este es un asunto que nos hace recapacitar. Uno no recibe la Palabra de Dios simplemente por estar en el lugar donde El habla. Una persona puede estar presente en el sitio donde Dios habla y no oír nada. Puede ser que oiga todos los sonidos y las palabras, pero el Señor Jesús dirá que no oyó nada. El oír al que se refiere el Señor Jesús es totalmente diferente. Hay dos maneras de oír, las cuales pertenecen a dos esferas diferentes. Uno puede oír cosas de una esfera y no de la otra. Esto constituye un problema básico en la experiencia de muchas personas. Muchos oyen las palabras de las Escrituras, pero no detectan la Palabra de Dios. El Señor les habló a aquellas personas. No podemos decir que todas eran insensatas ni que todas tuviesen problemas psicológicos ni que fueran sordas. Todas oían lo que el Señor decía. De no ser así, ¿cómo pudieron rechazarlo? Lo rechazaron porque habían oído Sus palabras. No obstante, el Señor Jesús dijo que los que son de Dios oyen las palabras de Dios y que los demás no las oyen porque no son de Dios. Ahí radica el problema. Muchas personas sólo oyen las voces de una esfera y no oyen ninguna voz de la otra esfera. No oyen nada porque no son de Dios. El Señor Jesús dijo que algunos no entendían Su palabra debido a que no eran rectos. En el versículo 43 el Señor Jesús dijo: “¿Por qué no entendéis Mi lenguaje? Porque no podéis escuchar Mi palabra”. Los oídos físicos sólo pueden oír palabras humanas, las cuales están en una esfera. Las palabras de la otra esfera sólo se pueden oír con otra clase de oído. Solamente los que son de Dios pueden oírlas.
Muchas personas que leen la Biblia sólo perciben la cáscara o la apariencia de la Palabra de Dios. Pero la palabra de Dios se encuentra en una esfera completamente diferente. Es menester que comprendamos esto. Si no podemos oír las palabras de Dios, no podemos ser Sus ministros. ¿A qué nos referimos cuando decimos que una persona no oye la Palabra de Dios? Nos referimos a que es posible tener al Señor Jesús frente a nosotros hablándonos por varias horas sin que oigamos nada. En tal caso, no habríamos oído la Palabra de Dios. Tal vez hayamos oído todo lo que el Señor dijo en tal ocasión y hasta tomamos notas, y al llegar a casa tal vez lo memorizamos todo, y aún así no haber oído la Palabra de Dios. En otras palabras, no oímos lo que Dios dijo ni nos penetró, pues sólo tocamos la envoltura de la Palabra. Muchas personas no pasan de la cáscara de la Biblia, y aún así, piensan que son ministros de la Palabra de Dios. Debemos recalcar que éste no debe ser nuestro caso. La inspiración debe ser complementada con la revelación para que pueda convertirse en la Palabra de Dios, pues la inspiración sola no basta. Si lo único que tenemos es la inspiración, sólo tenemos la envoltura de la Biblia, mas no la palabra de Dios. Puede ser que nos jactemos de haber leído mucho la Biblia, pero eso no significa necesariamente que hayamos oído la Palabra de Dios. No podemos negar que las personas mencionadas en Juan 8 oyeron las palabras de Dios. Aún así, el Señor dijo que no las oyeron.
Necesitamos entender lo que es la Palabra de Dios. Es la palabra que yace detrás de la Palabra, la voz que está detrás de la voz, y el lenguaje que está detrás del lenguaje. Lo que hace que la palabra de Dios sea tan especial es que el oído natural, el oído carnal, puede oírla, y aún así, eso no cuenta. Una persona puede ser muy inteligente en su constitución natural, puede estar muy capacitada, tener un agudo raciocinio y un intelecto desarrollado. ¿Cree usted que tal persona puede oír la palabra del Señor? Recuerde que tal persona puede quizá palpar la cáscara de la Palabra del Señor; tal vez sólo toque el aspecto físico de la Biblia. Esta manera de oír sólo hace que la persona tenga contacto con la esfera física; no le ayuda a tener contacto con la esfera espiritual en la cual se halla la palabra de Dios. La palabra de Dios pertenece a otra esfera. Es erróneo suponer que cualquiera puede oír la palabra de Dios. Sólo quienes pertenecen a Dios pueden oír esta palabra. El factor que determina si alguien puede oír es su persona misma. Si mis oídos físicos tienen problemas, yo no podré oír la palabra del Señor Jesús en la esfera natural; y si mis oídos espirituales tienen problemas, no podré oír Su palabra en la esfera espiritual. Podemos entrar en una de dos esferas, y lo mismo sucede con la Palabra. Si permanecemos en la esfera física, cuando mucho podré percibir el lado físico de la Palabra de Dios. Podré oírla y entenderla, pero el Señor aún dirá que no la he oído. El desea que yo oiga las palabras que se enuncian en la otra esfera. Puede ser que haya millares o millones de personas que hayan oído las palabras de la esfera física, pero tal vez sólo ocho o diez de ellas hayan oído las palabras de la esfera espiritual. En esto radica el problema de muchas personas al acercarse a la Biblia. Ellos sólo tocan la fachada de la Biblia sin tocar al Cristo que ésta contiene. Es el mismo caso de una persona que toca a Jesús sin tocar al Hijo de Dios. Ver la Biblia sola, es decir el libro, sin tocar la Palabra o al Cristo de Dios, no tiene ningún valor.
Leamos 1 Juan 4:6: “Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el Espíritu de verdad y el espíritu de engaño”. Juan no era pusilánime en lo más mínimo. El dijo que debemos tener la confianza de que somos de Dios y de la verdad. Aquellos que conocen a Dios nos oirán, y los que no lo conocen no nos oirán. Esto es lo que Juan quiso decir y nos muestra que los apóstoles creían que no bastaba oír el sonido, es decir, oír la voz física. Para ese entonces Juan era ya viejo. Puede ser que los que lo oían estaban muy familiarizados con su voz. Ellos de ningún modo confundirían la voz de Juan. Pero lo extraño es que Juan les dijo que sólo los que conocían a Dios podían oírlo. Esto nos muestra claramente que lo importante no es si tenemos oídos para oír o no. El problema no son los oídos. Juan se refería a que los que no son de Dios no pueden oír la Palabra de Dios, puesto que ésta se halla en otra esfera, en otro mundo. No todos los que conocen la Biblia, conocen la Palabra de Dios. No todos los que pueden hablar de la Biblia pueden comunicar la Palabra de Dios. No todos los que reciben la Biblia pueden recibir la Palabra de Dios. La persona tiene que desarrollar cierta relación con Dios para poder oír Su Palabra.
Examinemos tres versículos paralelos del evangelio de Juan. En Juan 4:24 se nos dice: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. En Juan 3:6 se nos dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Luego en Juan 6:63 dice: “…las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Estas tres referencias a la palabra espíritu son muy significativas. Dios es Espíritu; las palabras del Señor son espíritu; y el Espíritu engendra al espíritu. Puesto que las palabras del Señor son espíritu, sólo una persona con espíritu puede entenderlas. Entes de la misma naturaleza pueden entenderse mutuamente. La palabra por fuera es simplemente una voz. Una persona puede leer las palabras de la Biblia, estudiarlas, oírlas y entenderlas. Pero dentro de ellas hay espíritu. Esto es algo que los oídos no pueden oír ni la mente entender. La Palabra del Señor es espíritu. Por tanto, es imposible que la mente, el intelecto, o cualquier sabiduría humana la entienda o la pueda trasmitir. Ya que las palabras del Señor son espíritu, sólo los que han nacido del Espíritu la oirán. Los que han nacido del Espíritu son del espíritu y tienen algo diferente en su interior. El hombre necesita ser adiestrado y reeducado con relación a la Palabra de Dios para poder captarla, pues ella pertenece a otra esfera y está fuera de lo ordinario.
Hermanos, ¿entienden ahora por qué debe ser quebrantado nuestro hombre exterior? Tiene que ser quebrantado porque sin este quebrantamiento, una persona no puede ser ministro de la Palabra de Dios. El hombre exterior no tiene relación alguna con la Palabra de Dios. Nuestra sabiduría, nuestras emociones, sentimientos, pensamientos y entendimiento son inútiles. (Más adelante veremos que ellos sí son útiles. Lo que decimos ahora es que son inútiles como órganos fundamentales para recibir las cosas espirituales.) La Palabra de Dios es espíritu, y sólo aquellos que usan su espíritu la podrán oír. Tenemos que entender claramente este principio: Dios es Espíritu, y los que le adoran tienen que hacerlo con su espíritu; asimismo, Dios es Espíritu, y los que reciben Su palabra tienen que recibirla con su espíritu. No podemos recibir lo espiritual con la mente. Sólo cosas que tienen la misma naturaleza son compatibles. De no ser así, no habrá fruto alguno.
En Mateo 13:10-15 dice: “Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas? El respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les ha sido dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: ‘De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis. Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos han oído pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y Yo los sane’”. El Señor les dijo a Sus discípulos que a ellos se les permitía conocer los misterios del reino de los cielos; mas a la multitud no le era dado.
¿Por qué dijo el Señor esto? En Mateo 12 había ocurrido un incidente. Ciertas personas blasfemaron contra el Espíritu Santo. El Señor Jesús, por el poder del Espíritu Santo, había echado fuera demonios; pero aquellas personas odiaban tanto al Señor que afirmaban que el Señor lo había hecho por Beelzebú (vs. 28, 24). Ellos sabían muy bien que aquello era obra del Espíritu Santo, pero aseveraban que aquello era obra de Beelzebú, “el señor de las moscas”. Decir que el Espíritu Santo era Beelzebú, “el señor de las moscas”, constituyó una blasfemia. Por lo tanto, en el capítulo trece, el Señor habló en parábolas. O sea que desde ese momento, aquellas personas verían pero no entenderían. Oirían que un hombre salió a sembrar, que un enemigo vino a sembrar cizaña mientras cierto hombre dormía, que una red fue echada al mar, que una mujer tomó levadura y la escondió en tres medidas de harina, y no conocerían el significado de nada de ello. Podrían oír todo pero sin entender nada.
Desde el día que blasfemaron contra el Espíritu Santo, los judíos solamente oían parábolas. En la actualidad nosotros hablamos en parábolas como ayuda para que se entienda el significado de lo que decimos, pero cuando el Señor Jesús se dirigió a aquellas personas en parábolas, Su intención era que no entendieran. El Señor a propósito usaba las parábolas para hacer que ellos se quedaran en la esfera externa, sin entender el significado de las palabras. Ellos sólo oían la descripción literal de las cosas, tales como la siembra, el trigo, la red y la levadura, pero desconocían el significado. Muchas personas hoy leen la Biblia de la misma manera en que los judíos escuchaban las parábolas; ellos sólo sabían que el sembrador salió a sembrar; entendían lo que es la tierra buena, los espinos, la tierra sin profundidad, los pedregales, y del fruto a treinta, a sesenta y a ciento por uno, pero no pasaban de ahí. Muchos hoy leen las palabras, pero no entienden nada; sólo ven lo externo y no perciben lo interno. Es bastante interesante que el Señor Jesús hablara adrede en parábolas para evitar que entendieran. Los judíos pensaban que lo sabían todo. En realidad, no sabían nada.
CUATRO
¿En que consiste el ministerio de la Palabra? El ministerio de la Palabra está relacionado con aquello que está implícito en las parábolas, con lo que yace detrás de las palabras mismas. Una persona sólo puede percibir estas cosas cuando tiene la debida condición delante de Dios. En el caso de los judíos, su corazón se había embotado y, por ende, no podían entender estas palabras. Sus oídos estaban cargados y sus ojos cerrados. El problema de hoy no es que la Palabra de Dios escasee sino que los hijos de Dios no la conocen. Lo que las personas tienen por Palabra de Dios no es más que parábolas y relatos. Hermanos, el hecho de que una persona lea la Biblia no significa que toque la Palabra de Dios. Para tocar la Palabra de Dios, uno tiene que acudir a la Biblia. Esto es un hecho, y además es necesario, pero no es suficiente. Tenemos que decirle al Señor: “Deseo captar el mensaje contenido en Tu Palabra. Deseo ver la luz que está en Tu luz, y la revelación que se halla en Tu revelación”. Si no tocamos la realidad implícita en la Palabra, podremos predicar todo lo que queramos, pero no tendremos nada que ministrar. Si no vemos la realidad implícita en la Palabra, no podremos proclamar a Cristo. Necesitamos ver al Señor Jesús en la Palabra. No sólo debemos ver la Biblia sino al propio Señor Jesús. Una vez que conocemos al Señor, conocemos la Biblia. Uno no llega a conocer al Señor simplemente por entender las doctrinas. Muchos de los que entienden las doctrinas posiblemente no conozcan al Señor. Uno tampoco conoce al Señor simplemente por conocer la verdad contenida en la Palabra. Sólo al ver la luz de gloria en la faz del Señor puede uno entenderlo todo claramente. Cuando vemos la luz de gloria en Su faz, muchos de los problemas que tenemos en cuanto a la palabra de Dios desaparecen. Cuando conocemos al Señor, conocemos la Biblia. Cuando conocemos a Cristo, conocemos la Palabra de Dios. Si no experimentamos esto, no podremos impartir a Cristo en la iglesia.
Cuando una persona vive delante de Dios y descubre lo que es el Señor, halla esto mismo en la Biblia. Rápidamente relacionará un pasaje con algún aspecto del Señor o con algo que el Señor expresa de Sí. Por eso alguien dijo que todas las páginas de la Biblia hablan de Cristo. Hermanos, una vez que conocemos a Cristo, la Biblia se vuelve viviente. Es crucial que tengamos la revelación de Cristo, pues en tal caso, el conocimiento de la Biblia confirmará el conocimiento que tenemos de El. En caso contrario, la Biblia seguirá siendo un libro, y el Señor seguirá siendo el Señor, y sólo podremos ministrar la Biblia en la iglesia; no podremos impartirle a Cristo. Pero si al presentar cierto pasaje presentamos a Cristo, entonces El sí será ministrado a los oyentes. Al presentar algún pasaje, debemos presentar a Cristo. Si luego tenemos que presentar otra porción, volveremos a presentar a Cristo. De este modo no citaremos sólo términos bíblicos, sino que infundiremos a Cristo en la iglesia. Si uno no conoce a Cristo, tampoco conocerá la Biblia. Ocuparse de las explicaciones, la exégesis o el entendimiento superficial de las Escrituras es inútil. Debemos recordar que guiar a las personas a conocer la Biblia y guiarlas a conocer a Cristo son dos cosas totalmente diferentes.
El ministerio de la Palabra es bastante personal en la experiencia de uno. No se trata de descubrir lo que dice la Biblia para luego decírselo a otros, pues tal acción es completamente objetiva y no es parte del ministerio de la Palabra. El ministro de la Palabra tiene que ser un hombre de revelación, uno que ha visto algo en experiencia; pues así podrá afirmar que la Biblia es su base. Sólo entonces será apto para impartir a Cristo por medio de las Escrituras. Uno puede presentar la Biblia según ella misma; mientras que otros la exponen según Cristo. Estos dos casos son totalmente diferentes. En la actualidad encontramos a muchas personas que exponen la Biblia, aunque su condición interior no concuerde con su predicación. Hay exposiciones que se centran en la Biblia, pero otras giran en torno a Cristo y dependen de una revelación o visión o algún conocimiento impartido por Dios, que luego se confirma en la Biblia. Por tanto, el mensaje que se comunica tiene su cimiento en una comparación de las dos cosas. Así puede uno ministrar a un Cristo recibido por revelación, y no limitarse a una presentación de las Escrituras según una comprensión netamente objetiva. Admitimos que la exégesis es una ayuda y que puede guardar a una persona joven e inexperta de caer en muchos errores y laberintos. Pero todo aquel que desea desarrollar un ministerio o un servicio sólido no puede hacerlo exclusivamente basándose en la exégesis. Cuando una persona vive delante de Dios, conoce a Cristo y puede usar cualquier pasaje de la Biblia. Tal persona sirve como ministro, pues tiene la Palabra de Dios; puede reunir algunos pasajes de las Escrituras y aplicarlos apropiadamente. Esta es la manera en que la persona imparte a Cristo a la iglesia.
A fin de ser un ministro de la Palabra de Dios, uno necesita adquirir un entendimiento fundamental acerca de Cristo. Muchas veces al crecer la persona en esta experiencia, descubre que su conocimiento de Cristo sobrepasa su conocimiento bíblico. Con el tiempo, encuentra en la Biblia la confirmación de su experiencia. Entonces la persona se da cuenta de que tiene un mensaje que comunicar, porque en su experiencia Cristo se ha convertido en la palabra. Este es el factor fundamental del ministerio. Al principio el Señor se revela a esta persona y le muestra lo que El es; entonces ella ve algo que nunca había visto en la Biblia. Pocos días después, o quizá en un año o dos, ve ese mismo asunto en la Biblia, y exclama: “¡Esto fue lo que recibí del Señor en aquel día!” Quizás un pasaje o varios saltarán de las páginas de las Escrituras, y gradualmente el Cristo que conoce en revelación se convertirá en la Palabra. De esta manera uno comprueba que el Señor está en el proceso de prepararlo a uno para ser ministro de Su Palabra. Tal vez después de unos días, el Señor arreglará cierta situación para que uno pueda comunicar este mensaje. De esta manera, las palabras que uno comunica se convertirán en la corporificación de Cristo para otros. Si Dios tiene misericordia de nosotros, estas palabras llegarán a ser Cristo para ellos, y lo podrán conocer. En esto consiste el ministerio de la Palabra. El Cristo que conocemos por revelación gradualmente se convierte en la Palabra ante nuestros ojos. Luego escudriñamos las Escrituras, y gradualmente encontramos esta palabra en diversos pasajes en la Biblia. Cuando esto ocurre, ministramos estas palabras como la corporificación de Cristo. Si Dios les concede Su gracia y Su misericordia a los oyentes, el Espíritu Santo operará en ellos cuando ellos oigan el mensaje, y la Palabra llegará a ser el Cristo que suplirá sus necesidades. Esto es lo que significa impartir a Cristo en los demás; lo ministramos por medio de las palabras de las Escrituras. Cuando otros reciben esta palabra, reciben a Cristo mismo. Esta es la base de todo ministerio de la Palabra.
Hermanos, tenemos que ver la diferencia que existe entre el camino superficial y el interno. A fin de ser ministros de la Palabra, tenemos que estar provistos de la misma. Pero la Palabra consta de lo que vemos delante del Señor y de lo que tocamos en Cristo. Una vez que tocamos a Cristo, el Hijo de Dios, este libro espontáneamente se transforma en la Palabra viva en nuestra experiencia. Si al estar delante del Señor lo único que vemos es un libro llamado la Biblia, no tenemos mucho qué ministrar; a lo sumo, tendremos sólo una interpretación intelectual. Esto podrá suministrar a los oyentes algún conocimiento bíblico, pero no podrá guiar el hombre al Señor. Posiblemente ayude con respecto a la verdad, pero no tendrá la virtud de guiarlos a Cristo.
Debemos comprender en qué consiste la esencia de la Palabra de Dios. ¿Qué significa tocar la Palabra de Dios? ¿Qué constituye a una persona ministro de la Palabra? Es necesario pagar el precio. Nuestro corazón no debe estar cargado, nuestros ojos no deben cerrarse y nuestros oídos no deben embotarse. Necesitamos ver a Dios. Quiera Dios que nuestros oídos oigan y nuestros ojos vean. Ojalá no seamos aquellos que ven y no perciben, o que oyen y no entienden. Hay dos esferas delante de nosotros. Necesitamos tomar posesión de las cosas de ambas. Necesitamos la palabra que pertenece a la esfera física, y necesitamos tocar la palabra que pertenece a la esfera interior. Si hacemos esto, gradualmente llegaremos a ser vasos útiles en las manos del Señor.
Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que podamos ver que la Palabra de Dios es Cristo mismo, así como lo fue Jesús de Nazaret. El hombre de carne y sangre que anduvo en este mundo era Cristo, y asimismo la Biblia es Cristo. El hombre Jesús de carne y sangre, el hombre quien anduvo en este mundo, es el Verbo de Dios. De la misma manera, la Biblia, la Escritura escrita e impresa, también es el Verbo de Dios. Debemos tocar no sólo las cosas externas sino también las internas. Sólo entonces contaremos con el ministerio de la Palabra. Aquellos que no conocen a Cristo pueden quizá memorizar toda la Escritura, pero aún así no podrán ser ministros de la Palabra. Nosotros debemos postrarnos delante de Dios, pues necesitamos revelación. Cuando las palabras salgan de nuestra boca, deben tener tal efecto que hagan que los hijos de Dios se postren delante de El. No es un asunto de cuánto ni cómo se predique, sino de la naturaleza intrínseca de la persona. La naturaleza misma de muchos ministros no es la debida. Si Dios tiene misericordia de nosotros, nos postraremos delante de El, y tendremos un nuevo comienzo. Tenemos que tocar la Biblia por medio del Señor, y nuestro servicio en el ministerio de la Palabra tiene que estar cimentado en esto. Si éste es el caso, podremos avanzar.