Watchman Nee Libro Book cap.5 La autoridad y la sumisión
LA SUMISIÓN DEL HIJO
CAPÍTULO CINCO
LA SUMISIÓN DEL HIJO
Lectura bíblica: Filipenses. 2: 5-11; Hebreos. 5: 7-9
EL SEÑOR CREA LA SUMISIÓN
La Palabra de Dios nos dice que el Señor Jesús y el Padre son uno. En el principio existía el Verbo, y también existía Dios. El Verbo era Dios y este Verbo creó los cielos y la tierra. En el principio la gloria estaba con Dios, una gloria a la cual nadie podía acercarse. Esta era la gloria del Hijo. El Padre y el Hijo son iguales, omnipotentes, coexistentes, es decir, existen simultáneamente. Pero existe una diferencia en la persona del Padre y del Hijo. Esta diferencia no es Su naturaleza intrínseca, sino algo en la constitución de la Deidad. La Biblia dice que el Señor no consideró el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse (Filipenses. 2: 6). Aferrarse significa tomar con fuerza. La igualdad entre el Señor y Dios no era algo a lo que El tuviera que asirse por la fuerza; tampoco era una imposición ni una usurpación, porque el Señor tiene ya la imagen de Dios.
El pasaje de Filipenses 2: 5-7 constituye una sección, y los versículos del 8-11 constituyen otra. La primera sección muestra que Cristo se despojó a Sí mismo, y la segunda sección afirma que El se humilló a Sí mismo. El Señor se bajó dos veces: primero se despojó de Su deidad, y luego se humilló a Sí mismo tomando forma humana. Cuando el Señor descendió a la tierra, se despojó de la gloria, el poder, la posición y la imagen que tenía en su deidad. Como resultado de esto, quienes no tenían revelación no lo reconocieron ni lo aceptaron como el Hijo de Dios, y pensaron que se trataba de un hombre común. Con respecto a la Deidad, el Señor escogió voluntariamente ser el Hijo, y someterse a la autoridad del Padre. Por lo tanto, El dijo que el Padre era mayor que El (Juan. 14: 28). El Hijo tomó esa posición voluntariamente. En la Deidad hay una armonía perfecta. También podemos decir que en la Deidad hay igualdad; sin embargo, en la Deidad el Padre debe ser la cabeza y el Hijo debe someterse. El Padre representa la autoridad, y el Hijo representa la sumisión.
Para nosotros los seres humanos la sumisión es un asunto sencillo. Podemos someternos en la medida que nos humillamos a nosotros mismos. Pero la sumisión del Señor no es tan sencilla. Para el Señor la sumisión es más difícil que la creación de los cielos y de la tierra. Con el fin de someterse, El tuvo que despojarse de toda Su gloria, Su poder, Su posición y Su imagen como Deidad. También tuvo que tomar la forma de un siervo, pues solamente así El podía cumplir el requisito de la sumisión; por lo tanto, la sumisión es algo que el Hijo de Dios creó.
Anteriormente, el Padre y el Hijo compartían la misma gloria. Cuando el Señor vino a la tierra, el se despojó de Su autoridad y se sometió. El aceptó ser un siervo, restringido en el tiempo y el espacio como hombre. Pero esto no fue todo, el Señor se humilló a Sí mismo siendo obediente. La obediencia por parte de la Deidad es lo más maravilloso de todo el universo. El se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Esa fue una muerte dolorosa y vergonzosa. Por lo cual, al final, Dios lo exaltó hasta lo sumo. Puesto que el que se humilla será exaltado. Este es un principio divino.
LOS QUE ESTÁN LLENOS DE CRISTO ESTÁN LLENOS DE SUMISIÓN
Originalmente, no había necesidad de que la Deidad se sometiera, pero debido a que el Señor creó la sumisión, el Padre llegó a ser la Cabeza de Cristo en la Deidad. Tanto la autoridad como la sumisión fueron establecidas por Dios y creadas desde el principio. Por consiguiente, quienes conocen al Señor serán sumisos espontáneamente, pero los que no conocen ni a Dios ni a Cristo, no conocen ni la autoridad ni la sumisión. En Cristo tenemos el modelo por excelencia de la sumisión; por eso, los que son sumisos aceptan el principio de Cristo, y quienes están llenos de Cristo, estarán llenos de sumisión.
En la actualidad muchos se preguntan: “¿Por qué tengo que someterme? ¿Por qué tengo que obedecerle a usted, si tanto usted como yo somos hermanos?” En realidad, el hombre no tiene derecho a hacer tales preguntas. Solamente el Señor es apto para hablar de esa manera; y aún así, jamás formuló esas preguntas. Ni siquiera hubo en El ese pensamiento. Cristo representa la sumisión, una sumisión perfecta, del mismo modo que la autoridad de Dios es perfecta. Hoy día algunas personas piensan que conocen la autoridad, pero no conocen la sumisión. Solamente podemos pedir la misericordia de Dios para tales personas.
LA MANERA EN QUE EL SEÑOR SE DESPOJÓ DE SU FORMA DIVINA Y LA MANERA EN QUE REGRESÓ A ELLA
En deidad, el Señor es igual a Dios el Padre, pero llegó a ser el Señor por obra de Dios, lo cual sucedió después que El se hubo despojado de su deidad. La deidad del Señor Jesús se basa en lo que El es. El es Dios desde el principio; pero obtuvo la posición como Señor sobre la base de lo que hizo. Después de que El dejó a un lado Su forma divina para satisfacer el principio de sumisión y de que ascendió a los cielos, Dios le dio la posición de Señor. En cuanto a Su constitución, El es Dios, y en cuanto a Su logros, El es el Señor. El señorío no estaba originalmente presente en la Deidad.
Esta porción de Filipenses 2 es muy difícil de explicar y muy controvertida. Pero al mismo tiempo es un pasaje lleno de divinidad. Tenemos que acercarnos a ese pasaje con nuestros pies descalzos, pues es tierra santa. Parece como si hubiera habido una conferencia de la Deidad en el principio cuando Dios decidió crear el universo. En esta conversación las personas de la Deidad acordaron que el Padre debería representar la autoridad; pero si solamente existiera la autoridad y no la sumisión, la autoridad no podría ser establecida, porque la autoridad no existe aisladamente. Por eso, era necesario que hubiera sumisión en el universo. Dios creó dos clases de seres en el universo: los ángeles, que son espirituales, y el hombre, que es anímico. Dios sabía de antemano que los ángeles se rebelarían y que el hombre caería; por lo cual Su autoridad no podía ser establecida sobre los ángeles ni sobre los descendientes de Adán. Así que, en la Deidad hubo una decisión armoniosa, la cual determinó que la autoridad debería establecerse primero en la Deidad. De ahí en adelante, hubo una distinción en las funciones del Padre y del Hijo. Un día el Hijo voluntariamente se despojó a Sí mismo y llegó a ser un hombre creado, como representación de la sumisión a la autoridad. Las criaturas se habían rebelado; por lo tanto, solamente la sumisión de una criatura podía establecer la autoridad de Dios. El hombre pecó y se rebeló. Por esa razón, solamente por la sumisión de un hombre podía ser establecida la autoridad de Dios. Así que, el Señor vino a la tierra y se hizo hombre; fue una criatura en todo aspecto.
El nacimiento del Señor es el nacimiento de Dios. El no retuvo Su autoridad como Dios, sino que se sometió a las restricciones humanas haciéndose hombre, y aun las restricciones de un siervo. Este fue un paso muy arriesgado que dio el Señor, pues una vez que se despojó de la forma de Dios, existía la posibilidad de que no regresara y permaneciera en Su condición humana. Si no se hubiera sometido, podía aducir la forma de Su deidad para retener Su posición de Hijo. No obstante, en ese caso, el principio de sumisión habría sido roto para siempre. Cuando el Señor se despojó sólo había dos caminos para regresar a su posición inicial. Una era ser un hombre auténtico que se sometiera de una manera absoluta y sin reservas ni rastro de rebelión, siendo obediente paso a paso a fin de permitir que Dios lo regresara a Su posición como Señor. Pero si ser un esclavo era muy difícil para El, si las limitaciones de la carne eran demasiadas y si la sumisión estaba más allá de Su alcance, la única manera de regresar a Su posición inicial habría sido por la fuerza, valiéndose de la autoridad y la gloria que tenía en la Deidad. Pero nuestro Señor rechazó este camino, el cual no debía tomar, y se sometió hasta la muerte. El determinó en Su corazón sujetarse al camino de sumisión hasta la muerte. Debido a que se despojó a Sí mismo, no podía llenarse otra vez por Su cuenta, y jamás vaciló. Ya que se había despojado de Su gloria y Su autoridad divinas, y se mantuvo como siervo, no quiso regresar a Su posición anterior por ningún otro camino que no fuera la sumisión. Antes de regresar, El completó Su obediencia hasta la muerte manteniéndose en la posición de hombre. El pudo regresar a Su posición anterior porque mantuvo una sumisión perfecta y pura. Sufrimiento tras sufrimiento se acumuló sobre El, pero El permaneció completamente sumiso. No hubo ni la más mínima tendencia a rebelarse. Por eso, Dios lo exaltó y le devolvió Su posición como Señor en la Deidad. El no regresó a ser lo que había sido antes, sino que el Padre lo recibió en la Deidad como un HOMBRE. El Hijo llegó a ser Jesús (el Hombre) y fue recibido de nuevo en la Deidad. Ahora sabemos cuán precioso es el nombre de Jesús. En todo el universo no hay otro como El. Cuando el Señor declaró en la cruz: “Consumado es”, no quiso decir solamente que había obtenido la salvación, sino que también había cumplido todo lo que había dicho. Por lo cual El obtuvo un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor. Desde ese momento, El no era solamente Dios, sino también Señor. Su señorío se refiere a Su relación con Dios y a todo lo que logró delante de El. Ser el Cristo alude a Su relación con la iglesia.
En síntesis, cuando el Señor vino de parte de Dios, no trató de regresar por medio de Su deidad; sino que procuró regresar por medio de Su exaltación como hombre. Es así como Dios mantiene el principio de sumisión. No debemos tener ni un ápice de rebelión. Debemos someternos a la autoridad completamente. Este es un asunto bastante delicado. El Señor Jesús regresó al cielo por haberse hecho un hombre y por haberse sometido como tal. El resultado fue que Dios lo exaltó. Debemos afrontar este asunto. En toda la Biblia no existe un pasaje tan misterioso como éste. El Señor se despojó de Su forma divina y no regresó a ella en esa misma forma, porque ya se había vestido de carne. En El no había rasgo alguno de desobediencia; por eso Dios lo exaltó en Su humanidad. El renunció a Su gloria, pero regresó y la reclamó. Todo esto fue cumplido por Dios. Por lo tanto, debemos tener el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús. Todos nosotros debemos tomar el camino que nuestro Señor tomó, siguiendo el principio de la sumisión como nuestro principio para sujetarnos y para ser sumisos los unos para con los otros. Quien conoce este principio se da cuenta de que no hay pecado más terrible que la rebelión y de que no hay nada más importante que la sumisión. Sólo cuando veamos el principio de la sumisión, podremos servir a Dios. Podemos mantener el principio de Dios solamente cuando nos sometemos de la misma manera en que el Señor se sometió. Cuando nos rebelamos, nos hallamos en el mismo principio de Satanás.
APRENDIÓ LA OBEDIENCIA POR LO QUE SUFRIÓ
En Hebreos 5: 8 se afirma que el Señor aprendió la obediencia por medio de los padecimientos. Los sufrimientos produjeron obediencia en El. La verdadera sumisión se encuentra cuando obedecemos a pesar del sufrimiento. La utilidad de un hombre no depende de si ha sufrido, sino de si ha aprendido la obediencia por medio del sufrimiento. Sólo quienes son obedientes a Dios le son útiles. Si nuestro corazón no ha sido ablandado, los sufrimientos persistirán; por esta razón, nuestro camino es un camino de múltiples sufrimientos. El hombre que anhela la comodidad y el placer no es útil para Dios. Debemos aprender a ser obedientes en los sufrimientos. Cuando el Señor vino a la tierra, no trajo consigo la obediencia; la aprendió por medio de los sufrimientos.
La salvación no sólo trae gozo, sino también sumisión. Si el hombre sólo se interesa por el gozo, no tendrá muchas experiencias espirituales; sólo los que son sumisos experimentarán la plenitud de la salvación. Si no fuera así, cambiaríamos el sentido de la salvación. Necesitamos ser sumisos, de la manera que lo fue el Señor. El vino para ser el autor de nuestra salvación por medio de Su obediencia. Dios nos salva y espera que nos sometamos a Su voluntad. Cuando alguien se encuentra con la autoridad de Dios, descubre que la sumisión es bastante simple, así como conocer Su voluntad, porque el Señor, quien fue sumiso durante toda Su vida, nos dio esa vida de sumisión.