Watchman Nee Libro Book cap. 5 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob

Watchman Nee Libro Book cap. 5 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob

ABRAHAM Y SU HIJO PART.2

CAPITULO CINCO

ABRAHAM Y SU HIJO

(2)

Lectura bíblica: Gn. 16:16—18; 20:1-2, 10-13, 17-18; 21:1-2, 10; Col. 2:11; Fil. 3:3

La circuncisión de Abraham

Dios le prometió un hijo a Abraham, pero éste no esperó a que Dios se lo diera, sino que se unió a una concubina y engendró un hijo: Ismael. Después de engendrar a Ismael, hubo un período de trece años durante el cual Dios no le habló (Gn. 16:16—17:1). Aunque engendró un hijo, perdió trece años. Esta es la experiencia de muchos cristianos. Cada vez que actuamos según la carne, Dios nos hace a un lado y deja que comamos del fruto de nuestra carne. Ante Dios, ese tiempo se ha desperdiciado por completo.

Después de que Abraham engendró a Ismael, no hubo paz en su familia durante trece largos años. Sin embargo, la Biblia no nos muestra que Abraham tuviera remordimiento. Al contrario, le tomó un gran cariño a Ismael. Podemos ver esto en lo que le dijo al Señor: “Ojalá Ismael viva delante de ti” (17:18). Aunque el capítulo quince nos dice que él creyó, no da la impresión de que estuviera buscando intensamente al Señor. Día tras día, seguía complaciéndose en Ismael. Según nuestro criterio, si alguien se conduce según la carne durante trece años sin sentirse culpable, ya no hay mucha esperanza para él. Pero debemos recordar que Dios había llamado a Abraham y tenía un propósito con él; así que no lo abandonaría. Aunque se descarrió y Dios no le habló por trece años, Dios estuvo activo en la vida de él todo ese tiempo. Dios no abandona a los que El escoge. Si El desea tomar para Sí a una persona, ésta no puede escaparse de Su mano. Aunque Abraham había errado, Dios lo buscó. Debemos comprender que ninguna búsqueda carnal, ningún esfuerzo, ninguna preocupación y ninguna inquietud nos harán avanzar. Debemos aprender a encomendarnos a la mano del Altísimo. El nos guiará de la mejor manera.

Dios hace un pacto con Abraham

Después de trece años, Abraham tenía noventa y nueve años de edad y había envejecido. El consideraba su propio cuerpo ya muerto. Aunque quisiera tener un hijo, ya no podía. Entonces Dios le apareció y le dijo: “Yo soy el Dios Todopoderoso” (17:1). Esta era la primera vez que Dios revelaba Su nombre como “el Dios Todopoderoso”. Este nombre puede traducirse “el Dios que todo lo provee”. Después de que Dios reveló este nombre a Abraham, le exigió algo. Le dijo: “Anda delante de mí y sé perfecto”. Aunque Abraham creía que Dios era poderoso, tal vez no creía que era el Dios que todo lo provee. Por esta razón trató de hacer cosas por su propio esfuerzo. Dios le mostró a Abraham que si creía que El era el que todo lo proveía, debía andar delante de El como un hombre perfecto. Ser perfecto es ser puro. Dios requería que Abraham fuera puro y sin mezcla alguna.

Después de mostrarle esto a Abraham, Dios dijo: “Pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera … He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes. Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes … Y estableceré mi pacto … por pacto perpetuo para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos” (vs. 2-8). Dios deseaba obtener un pueblo por medio de Abraham y ser el Dios de ellos.

¿Qué clase de actitud debían tomar Abraham y sus descendientes para llegar a ser el pueblo de Dios? Dios dijo: “Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros” (v. 10). En otras palabras, Dios quiere un pueblo; sin embargo, dicho pueblo no debe realizar ninguna actividad, no debe tener ningún poder ni fuerza carnal. ¿Quiénes son entonces el pueblo de Dios? Aquellos que han sido circuncidados. La circuncisión es la señal del pueblo de Dios. Todo varón de ocho días, nacido en casa o comprado por dinero a cualquier extranjero, tenía que ser circuncidado (v. 12). No era suficiente nacer en casa ni ser comprado; era necesaria la circuncisión. Todos nosotros nacimos de Dios y fuimos comprados por El. En cuanto a la redención, Dios nos compró; en cuanto a la vida, nacimos de El. Aun así, si no somos circuncidados, no tendremos parte en el testimonio del pueblo de Dios. Dios le dijo a Abraham: “El varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo” (v. 14). Los que no habían sido circuncidados eran cortados de entre el pueblo de Dios. Esto se relaciona con el testimonio de Dios, lo cual indica que los que no son circuncidados no pueden ser vasos para el testimonio de Dios. Es posible que una persona sea redimida y tenga la vida de Dios, pero si no es circuncidada y si no conoce la cruz que le pone fin a la carne, no puede ser parte del pueblo de Dios y, pese a todo, será cortada del pueblo.

El significado de la circuncisión

Colosenses 2:11 dice: “En El también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al despojaros del cuerpo carnal, en la circuncisión de Cristo”.

Filipenses 3:3 dice: “Porque nosotros somos la circuncisión, los que servimos por el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne”.

Estos dos versículos muestran lo que es la circuncisión. En términos sencillos, la circuncisión es el despojo de la carne. ¿Cuál debe ser la actitud de quienes han sido circuncidados? No deben tener confianza en la carne ni poner su esperanza en ella. ¿Quiénes son la circuncisión? Los que sirven por el Espíritu de Dios y no ponen su confianza en la carne. Por tanto, la circuncisión pone fin a la energía innata del hombre, su fuerza natural.

¡Cuán acertadas fueron las palabras que Dios habló a Abraham! Dios le mostró que Ismael constituía todo lo que había hecho y lo que había engendrado por su propio esfuerzo. Si uno no le pone fin a la carne, no tendrá parte en el pacto de Dios, ni será parte de Su pueblo, ni podrá mantener Su testimonio, ni ser partícipe en Su obra restauradora.

¡El mayor problema existente entre los hijos de Dios radica en que desconocen la carne! Muchos cristianos piensan que la carne está relacionada exclusivamente con el pecado. Aunque es cierto que la carne nos hace pecar, esto no es lo único que la carne hace. Romanos 8:8 dice que “los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. Esto significa que la carne procura agradar a Dios. En muchas ocasiones tal vez la carne no pretenda ofender a Dios; quizá su fin sea agradarle. Romanos 7 nos muestra que la carne hace un esfuerzo enorme por guardar la ley, hacer el bien, hacer la voluntad de Dios y agradarle, pero no puede lograrlo. Nuestra experiencia nos dice que es relativamente fácil gobernar la carne pecaminosa, pero es muy difícil dominar la carne que trata de agradar a Dios. Esta es la carne que intenta infiltrarse sutilmente en la obra, en el servicio de Dios y en todos los asuntos de Dios.

Hay personas que no se dan cuenta de que el hombre no puede agradar a Dios por su propio esfuerzo; aunque su meta ha cambiado por haber creído en el Señor, no pueden hacer el bien. Tales personas no han comprendido que Dios está interesado no sólo en cambiar sus objetivos, sino en poner fin a su carne. Si procuran agradar a Dios con su carne, El les dirá que la carne no puede agradarle. Necesitamos ver que la circuncisión es la eliminación de la carne, aquella que engendra a Ismael y que intenta agradar a Dios. La circuncisión pone fin a la carne que intenta hacer la voluntad de Dios y cumplir Su promesa. Esto era lo que Dios quería que Abraham entendiera.

El mayor problema que afrontan los hijos de Dios es que no aplican la cruz a su carne. Confían en la carne y ponen en ella su confianza. La señal más evidente del desenfreno de la carne es la confianza que tiene en sí misma. Filipenses 3:3 dice: “Nosotros somos la circuncisión … no teniendo confianza en la carne”. No tener confianza en la carne significa no poner ninguna esperanza en ella. Todos los que han sido heridos por la cruz han sido quebrantados. Aunque es posible que su persona todavía permanezca, ellos han aprendido a temer a Dios y a no poner su esperanza ni su confianza en sí mismos. Antes de ser disciplinada por el Señor, la persona es propensa a juzgar apresuradamente todo lo que se le atraviesa y con su boca juzga prematuramente. Pero una persona que ha sido disciplinada por el Señor, no juzga a la ligera, pues no se siente con la confianza para hacerlo. Una persona que hace propuestas sin detenerse a pensar y que cree en su propia fuerza no conoce la cruz. Tal persona nunca ha experimentado la obra de la cruz. Una vez que nuestra carne es circuncidada, nunca más creeremos en nosotros mismos. No tendremos tanta confianza ni expresaremos nuestras opiniones tan fácilmente. Delante del Señor, tenemos que ver que somos débiles, impotentes, desvalidos, y vacilantes.

Dios llevó a Abraham a un punto donde se dio cuenta de que su carne tenía que ser disciplinada, y que todo lo que había hecho en esos trece años era erróneo. No había lugar en la promesa de Dios para que lograra alguna cosa; lo único que debía hacer era creer. Al mismo tiempo, Dios le mostró que sus futuras generaciones debían ser circuncidadas. Este es el requisito básico para ser el pueblo de Dios. La condición para que en la práctica seamos tal pueblo es que llevemos la marca de la cruz en nuestra carne. La circuncisión es la marca del pueblo de Dios, la comprobación de que somos Su pueblo. ¿Qué es una marca? Es una característica. El pueblo de Dios tiene una característica, una marca: la negación de la carne, la desconfianza en la carne. El pueblo de Dios lo constituyen aquellos que perdieron su confianza en la carne.

Es una lástima que muchos cristianos tengan tanta confianza en sí mismos. Piensan que saben lo que es creer en el Señor Jesús, lo que es ser llenos del Espíritu Santo, lo que es ser vencedores, y lo que es experimentar la vida cristiana. Creen que lo saben todo. Se jactan de sus experiencias y las citan con fechas específicas. Parece que no les faltara nada. Hablan acerca de su comunión con Dios, de cómo hablan con El. Creen saber lo que Dios piensa en cuanto a ciertas cosas. Piensan que conocen la voluntad de Dios. Hablan de la manera en que Dios les dijo lo que debían hablar u orar en tal lugar y a tal hora. Piensan que conocer la voluntad de Dios es algo fácil. Sin embargo, no se ve en ellos la marca de no tener confianza en la carne. Tales cristianos verdaderamente necesitan la misericordia de Dios.

La circuncisión significa eliminar la confianza en la carne, quitar de en medio la fuerza natural, a fin de que la persona no hable ni se conduzca negligentemente, sino con temor y temblor.

Abraham es circuncidado

¿Qué clase de persona llegó a ser Abraham después de ser disciplinado por Dios por tantos años? El llegó a ser una persona que no confiaba en sí mismo. Entonces Dios le dijo: “A Sarai tu mujer no la llamarás Sarai, mas Sara será su nombre. Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo” (Gn. 17:15-16). Dios le había prometido a Abraham anteriormente: “Un hijo tuyo será el que te heredará”. En aquel entonces Abraham había creído. Después de más de diez años, Dios le dijo una vez más que tendría un hijo por medio de Sara su mujer. ¿Qué hizo Abraham? No fue tan osado como antes. No tuvo la misma fe que antes. Cuando oyó la promesa de Dios, “se postró sobre su rostro, y se rió, y dijo en su corazón: ¿A hombre de cien años ha de nacer hijo? ¿Y Sara, ya de noventa años, ha de concebir?” Y le dijo a Dios: “Ojalá Ismael viva delante de ti” (vs. 17-18). Esto quiere decir que Abraham había perdido por completo la fe en sí mismo. Consideraba su cuerpo como ya muerto y recordó lo muerta que estaba la matriz de Sara. Había olvidado que originalmente había creído. Puede ser que haya dicho: “Yo era joven y pude creer en aquel entonces. Pero ahora, ¿cómo puedo seguir creyendo?” A los ojos de los hombres, Abraham había vuelto atrás totalmente, a tal grado que su fe aparentemente se había esfumado.

En realidad, la pequeña fe que Abraham había tenido en años anteriores estaba mezclada con la carne. Esa fe engendró a Ismael con la carne. Dios hizo a un lado a Abraham por trece años, y lo llevó a su fin para que fuera purificado. Parecía que Abraham había fracasado. No obstante, Dios seguía obrando en él. Recordemos que es posible que Dios no actúe en nosotros cuando estemos en victoria, y que Su obra no cese por completo cuando estemos caídos. Debemos encomendarnos en las manos del Señor, Aquel que vive para siempre. Si Dios nos llamó y comenzó Su obra en nosotros, nunca desistirá, aun cuando estamos débiles y caemos, El sigue efectuando Su obra y guiándonos paso a paso.

Cuando Dios le volvió a decir a Abraham que Sara su mujer daría a luz un hijo, él se postró sobre su rostro y se rió. ¿Sé reía de Dios? No. En realidad se reía de sí mismo, pues era una situación demasiado difícil de aceptar. No obstante, en medio de esa situación, creyó a Dios. Es extraño como en situaciones fáciles, es difícil creer a Dios, mientras que en situaciones difíciles es fácil creer en El. Las situaciones fáciles no ayudan a creer en Dios. Cuando alguien se enfrenta a una situación desesperante, verdaderamente cree en Dios. Por tanto, Dios siempre nos guía a creer en El de dos maneras: al darnos fin por medio de nuestras circunstancias y al poner fin a nuestra carne. La lección que aprendemos por las circunstancias es externa, mientras que la que aprendemos por la circuncisión es interna. La vejez de la matriz de Sara era un golpe que venía de las circunstancias y, por ende, era externo. La circuncisión de Abraham llevaba su carne a su fin, lo cual era algo interno. Es necesario que Dios nos lleve a nuestro fin para que creamos en El. Si nuestra carne es quebrantada, creeremos en Dios sin importar cuán agradables o difíciles sean nuestras circunstancias.

Dios no quiere una fe mezclada, sino una fe pura. No debemos creer solamente cuando las cosas se ven bien y cuando tenemos confianza en nosotros mismos. Debemos creer simplemente porque Dios ha hablado. Abraham no había podido creer así trece años antes, pero ahora había sido llevado al punto de considerar su cuerpo como muerto y a notar lo muerta que estaba la matriz de Sara. La fe que ahora tenía era pura, pues creía en Dios solamente. La fe que tuvo anteriormente se basaba en Dios y en sí mismo, pero ahora se basaba solamente en Dios porque su propia fuerza se había esfumado y no quedaba nada de ella en él; todo se le había acabado. Esto se confirma con la risa de Abraham. El comprendía que todo lo que había en él se había terminado. Sin embargo, Dios le dijo: “Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac” (17:19).

Debemos notar que Dios deseaba que Abraham engendrara a Isaac, no a Ismael. El nunca aceptará ningún reemplazo en Su obra. Después de esperar trece años, todavía deseaba que Abraham engendrara a Isaac. ¡Ismael nunca puede satisfacer a Dios!

Génesis 17:23-24 dice: “Entonces tomó Abraham a Ismael su hijo, y a todos los siervos nacidos en su casa, y a todos los comprados por su dinero, a todo varón entre los domésticos de la casa de Abraham, y circuncidó la carne del prepucio de ellos en aquel mismo día, como Dios le había dicho. Era Abraham de edad de noventa y nueve años cuando circuncidó la carne de su prepucio”. La circuncisión de Abraham fue su reconocimiento de que estaba acabado, que su carne era completamente inútil. En sí mismo, no podía creer en la promesa de Dios. Pero cuando ya no pudo creer, surgió la verdadera fe. Cuando no pudo creer ni hacer nada, verdaderamente confió en Dios. Da la impresión de que creía y al mismo tiempo no podía creer. Quedaba sólo una trémula luz de fe en él. Sin embargo, ésta era la fe pura. La condición en la que se encontraba Abraham en ese momento se describe en Romanos 4:19-20: “Y no se debilitó en su fe, aunque consideró su propio cuerpo, ya muerto, siendo de casi cien años, y lo muerta que estaba la matriz de Sara; tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios”.

El amigo de Dios

En el capítulo dieciocho, después de que Abraham creyó y fue circuncidado, su comunión con Dios se hizo más íntima. Esto muestra que era amigo de Dios. Génesis 18 es un capítulo especial que habla de tres cosas: (1) la comunión, (2) el conocimiento y (3) la intercesión. Estas tres cosas están íntimamente relacionadas y son el disfrute especial de un cristiano que ha seguido al Señor por muchos años. Hablaremos de ellas brevemente.

“Después le apareció Jehová en el encinar de Mamre” (Gn. 18:1). Al final del capítulo trece, Abraham moraba en el encinar de Mamre, el cual está en Hebrón, que significa comunión. La aparición de Dios a Abraham denota que éste se encontraba firme en el terreno de la comunión, “estando él sentado a la puerta de su tienda en el calor del día. Y alzó sus ojos y miró, y he aquí tres varones que estaban junto a él” (18:1-2). Este pasaje del Antiguo Testamento es muy peculiar. Dios visitó a Abraham, no como el Dios de la gloria, sino en forma de hombre; ésta fue una aparición muy íntima. Dios se le apareció en la posición de hombre, y por eso Abraham no pensó que fuera Dios. “Y alzó sus ojos y miró, y he aquí tres varones que estaban junto a él; y cuando los vio, salió corriendo de la puerta de su tienda a recibirlos, y se postró en tierra, y dijo: Señor, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que no pases de tu siervo. Que se traiga ahora un poco de agua, y lavad vuestros pies; y recostaos debajo de un árbol, y traeré un bocado de pan, y sustentad vuestro corazón, y después pasaréis; pues por eso habéis pasado cerca de vuestro siervo. Y ellos dijeron: Haz así como has dicho. Entonces Abraham fue de prisa a la tienda a Sara, y le dijo: Toma pronto tres medidas de flor de harina, y amasa y haz panes cocidos debajo del rescoldo. Y corrió Abraham a las vacas, y tomó un becerro tierno y bueno, y lo dio al criado, y éste se dio prisa a prepararlo. Tomó también mantequilla y leche, y el becerro que había preparado, y lo puso delante de ellos; y él se estuvo con ellos debajo del árbol, y comieron” (vs. 2-8). Esta fue la comunión que Abraham tuvo con Dios. ¡Abraham fue guiado por Dios al grado de comunicarse con El como amigo!

Después de esto se mencionó una vez más el asunto del hijo. El capítulo diecisiete habla de que Abraham se rió, y el capítulo dieciocho, de que Sara se rió. Abraham estaba preparado; ahora él podía comunicarse con Dios. Mientras ellos conversaban fuera de la tienda, Sara escuchaba a la puerta y se reía para sí. Dios hizo referencia a la risa de Sara (vs. 12-15). Esto era comunión. Dios se hizo hombre y se comunicó con un hombre. Esta es la comunión que existe entre Dios y Su pueblo.

“Y los varones se levantaron de allí … y Abraham iba con ellos acompañándolos” (v. 16). Esto es comunión. Esto es lo que significa ser amigo de Dios. Si hay comunión, hay conocimiento mutuo, el cual no consiste simplemente en conocer la Biblia, sino en conocer a Dios. Cuando Abraham tuvo comunión con Dios, lo conoció de un modo particular. “Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer…?” (v. 17). Esto es evidencia de una estrecha amistad. Dios trataba a Abraham como amigo. Leemos: “Entonces Jehová le dijo: Por cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo, descenderé ahora, y veré si ha consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí; y si no, lo sabré” (vs. 20-21). Dios le reveló Su secreto a Abraham. Delante de Dios, Abraham podía saber lo que otros no podían. Dios le revela Su voluntad sólo a aquellos que caminan con El. Lo maravilloso de caminar con Dios es que podemos conocerlo.

Después que Dios le habló de este secreto, Abraham inmediatamente empezó a interceder. La intercesión es gobernada por la comunión y por el conocimiento. El conocimiento se encuentra en la comunión, y en el conocimiento se halla la carga de la intercesión. La oración que ofreció Abraham fue el producto de conocer a Dios y de estar de acuerdo con El. Abraham se acercó al Señor y le dijo: “¿Destruirás también al justo con el impío? … El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (vs. 23-25). Abraham se puso del lado de Dios al orar; su único interés era la justicia de Dios. En otras palabras, él no oró para tratar de cambiar lo que Dios tenía en Su corazón, sino para expresarlo. Así que, la oración que conoce el corazón de Dios no trata de cambiar Su voluntad sino para expresarla. La oración de Abraham era una oración que conocía la voluntad de Dios y la expresaba. ¡Abraham verdaderamente era amigo de Dios!

LA SEGUNDA PRUEBA: ORA POR LA CASA DE ABIMELEC

Abraham pasó la primera prueba. El asunto de haber engendrado a Ismael con su fuerza carnal había pasado. Desde el punto de vista humano, él ya había cumplido todos los requisitos, y ya era el momento de que naciera Isaac. Pero antes de completarse lo descrito en el capítulo diecisiete, se acercaba otro incidente, y fue probado una segunda vez en cuanto a su hijo.

Génesis 20:1 dice: “De allí partió Abraham a la tierra del Neguev, y acampó entre Cades y Shur, y habitó como forastero en Gerar”. Abraham cometió el mismo error que había cometido en Egipto cuando dijo que Sara era su hermana. Después de ser reprendido por Faraón en Egipto, Dios lo trajo de regreso. Pero en el capítulo veinte fue a Abimelec rey de Gerar y cometió el mismo error. Es difícil entender cómo pudo caer tan bajo después de haber alcanzado la cumbre de la comunión en el capítulo dieciocho. El capítulo veinte narra algo que no se menciona en el capítulo doce. Abimelec reprendió a Abraham, diciendo: “¿Qué nos has hecho? … ¿Qué pensabas, para que hicieses esto?” (vs. 9-10). Abraham respondió: “Porque dije para mí: Ciertamente no hay temor de Dios en este lugar, y me matarán por causa de mi mujer. Y a la verdad también es mi hermana, hija de mi padre, mas no hija de mi madre, y la tomé por mujer. Y cuando Dios me hizo salir errante de la casa de mi padre, yo le dije: Esta es la merced que tú harás conmigo, que en todos los lugares adonde lleguemos, digas de mí: Mi hermano es” (vs. 11-13). De manera, que la raíz de este problema no estaba en Egipto, sino en Mesopotamia. Por lo tanto, cuando fue a Gerar, volvió a ocurrir lo mismo.

Dios operó en Abraham a fin de mostrarle que ni él ni Sara podían separarse. En Mesopotamia, Abraham pensó que él y Sara podían separarse, y que en caso de peligro, la pareja podía convertirse en hermanos. Abraham estaba firme en el terreno de la fe, y Sara en el terreno de la gracia. El hombre aporta la fe, y Dios aporta la gracia. La fe y la gracia nunca se pueden separar; deben permanecer juntas. Si se elimina la gracia, no hay fe ni se produce el pueblo de Dios, y por ende, Cristo no puede nacer. Pero Abraham pensó que se podía separar de Sara. La raíz fue plantada en Mesopotamia y se manifestó en Egipto. Ahora se manifestaba de nuevo. Dios estaba arrancando la raíz que había sido plantada en Mesopotamia. Si no se hubiera resuelto este asunto, Isaac no habría podido nacer. Para que el pueblo de Dios mantenga Su testimonio, se necesitan tanto la fe como la gracia. No es suficiente tener fe solamente ni gracia solamente. Dios le mostró a Abraham que no podía sacrificar a Sara ni separarse de ella.

“Jehová había cerrado completamente toda matriz de la casa de Abimelec, a causa de Sara mujer de Abraham” (v. 18). Cuando Abimelec le devolvió a Abraham su mujer, “Abraham oró a Dios; y Dios sanó a Abimelec y a su mujer, y a sus siervas, y tuvieron hijos” (v. 17). Después de este incidente, Sara engendró a Isaac en el capítulo veintiuno. Esto es asombroso.

Las mujeres de la casa de Abimelec no pudieron tener hijos. ¿Por qué pudieron volver a tener hijos y Dios las sanó cuando Abraham oró? El pudo orar por esta necesidad en otros, aun cuando su propia esposa nunca había dado a luz un hijo. ¿Cómo podía él orar por las mujeres de la casa de Abimelec? Ciertamente, esta era una situación difícil. Pero en este asunto, la raíz que Abraham había plantado en Mesopotamia fue desenterrada por Dios. Abraham comprendió que la fecundidad de su esposa dependía totalmente de Dios. Probablemente mientras oraba por la casa de Abimelec, no tenía ninguna confianza en sí mismo; su confianza estaba en Dios. Ahora Abraham estaba completamente libre de sí mismo. No tenía hijo, y aún así, pudo orar para que otros los tuvieran. Su carne verdaderamente había sido quebrantada.

Esta fue la segunda prueba que pasó Abraham en cuanto a su hijo. Este vez, él aprendió la lección de que Dios es el Padre. Aunque ni su esposa ni las mujeres de la casa de Abimelec podían tener hijos, Abraham oró por las mujeres de la casa de Abimelec. Lo hizo porque sabía que Dios es el Padre. Comprendió que el poder viene de Dios y no de sí mismo. Si Dios quiere hacer algo, puede hacerlo; pues nada es imposible para El. Abraham tuvo que pagar un precio al orar por las mujeres de la casa de Abimelec. El precio era él mismo. El oró por aquello que él deseaba para sí. Dios le estaba pidiendo que orara por algo que no había tenido en toda su vida. Dios lo estaba tocando en este asunto. En consecuencia, al orar por las mujeres de la casa de Abimelec, cesaron todas las actividades de su yo. Sólo una persona que no pensaba en sí misma y se olvidaba de sí, podía orar por las mujeres de la casa de Abimelec en aquel día. Gracias al Señor que Dios llevó a Abraham al punto donde podía quitar la mirada de sí mismo. El pudo hacer esto porque conocía a Dios como el Padre.

Necesitamos recordar que el nombre Padre significa dos cosas. Dios es nuestro Padre, y Su relación con los creyentes es una relación de Padre a hijo; esto es muy íntimo. Esto es algo que muchos cristianos comprenden en el momento de su regeneración. Pero hay una lección más que tenemos que aprender. Dios es el Padre en la Trinidad; todo procede de El. Este es el significado de Dios el Padre. El es el Padre de todas las cosas. Este es el otro significado de Dios el Padre. Abraham aprendió esta lección. Si pudo orar por las mujeres de la casa de Abimelec, no fue porque él tuviera muchos hijos en su casa, sino porque vio que Dios era el Padre. Al engendrar a Ismael, Abraham aprendió a conocer a Dios como padre. En el incidente de Abimelec, Abraham aprende la misma lección una vez más. Por consiguiente, después de esto, Dios cumplió Su promesa y le dio a Isaac.