Watchman Nee Libro Book cap. 47 Mensaje para edificar a los creyentes nuevos
AMAR A LOS HERMANOS
CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
AMAR A LOS HERMANOS
Lectura bíblica: Jn. 5:24; 1 Jn. 3:14
El Evangelio de Juan fue el último que se escribió, y sus epístolas fueron las últimas que se escribieron en el Nuevo Testamento. Hay tres evangelios antes del Evangelio de Juan: los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, que hablan de los hechos y las enseñanzas del Señor Jesús. El Evangelio de Juan nos presenta los aspectos más elevados y más espirituales con relación a la venida del Hijo de Dios a la tierra. Claramente nos dice qué clase de personas pueden recibir la vida eterna. Nos dice repetidas veces que aquellos que creen tienen vida eterna. El tema de la fe impregna todo el Evangelio de Juan. Cuando una persona cree, recibe vida eterna. Éste es el tema y el énfasis del Evangelio de Juan; además, este Evangelio recalca aspectos que los otros evangelios no mencionan. En Juan 5:24 dice: “De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no está sujeto a juicio, mas ha pasado de muerte a vida”. En otras palabras, aquellos que oyen y creen, han pasado de muerte a vida. Como vemos, aquí la puerta del evangelio es muy amplia.
Ciertamente cuando leemos las epístolas de Pablo, Pedro y los otros apóstoles, vemos que ellos también proveen explicaciones muy claras acerca de la fe. Además, nos muestran que todo creyente puede recibir gracia. Sin embargo, al leer las últimas epístolas, las que escribió el apóstol Juan, vemos que el énfasis cambia. Mientras las otras epístolas recalcan la fe que una persona tiene en Dios, Juan hace énfasis en cierto aspecto de conducta que se debe mostrar delante de Dios en la práctica: las epístolas de Juan hablan de amor. En las otras epístolas se nos dice que aquellos que creen han sido justificados, perdonados y lavados. Pero en las epístolas de Juan se nos dice que la fe de una persona tiene que manifestarse por medio de su amor.
Si le preguntamos a alguien: “¿Cómo sabe usted que tiene vida eterna?”, tal vez responda: “La Palabra de Dios así lo dice”. Sin embargo, eso no es suficiente, ya que pudo haberlo dicho basándose en su conocimiento intelectual; quizá no haya creído verdaderamente en la Palabra de Dios. Por lo tanto, Juan nos muestra en sus epístolas, que si un hombre dice que tiene vida eterna, debe demostrarlo. Si una persona dice que pertenece a Dios, los demás deben ser testigos de cierta manifestación o testimonio en ella.
Una persona podría decir: “Yo sí creo, y por lo tanto, tengo vida eterna”. Puede ser que ella diga esto sólo por conocimiento. Quizá esté haciendo del proceso de creer y tener vida eterna, una simple fórmula: primero, uno oye el evangelio; segundo, lo entiende; tercero, cree; y cuarto, sabe que tiene vida eterna. Pero esta “salvación” de fórmula no es confiable. La Biblia nos dice que en los días de Pablo había falsos hermanos (2 Co. 11:26; Gá. 2:4). Los falsos hermanos son aquellos que se hacen llamar hermanos, pero que, en realidad, no lo son. Hay quienes afirman pertenecer a Dios, pero en realidad carecen de la vida. Ellos se introducen en la iglesia basándose en las doctrinas, el conocimiento y ciertas regulaciones. Entonces ¿cómo podemos saber si la fe de una persona es genuina o no? ¿Cómo podemos saber, delante de Dios, si la fe de una persona es viviente y no simplemente una fórmula? ¿Hay alguna manera de comprobar quién es de Dios y quién no lo es? Las epístolas de Juan resuelven este problema. Juan nos muestra la manera de distinguir entre los hermanos verdaderos y los hermanos falsos, entre aquellos que han nacido de Dios y los que no han nacido de Dios. Ahora, veamos cómo discierne Juan esto.
I. LA VIDA DE AMOR
Hay sólo dos pasajes en la Biblia que contienen la frase de muerte a vida. Uno de ellos está en Juan 5:24, y el otro en 1 Juan 3:14. Hagamos una comparación entre estas dos porciones.
En Juan 5:24 dice: “De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no está sujeto a juicio, mas ha pasado de muerte a vida”. Aquí dice que el que cree ha pasado de muerte a vida.
En 1 Juan 3:14 dice: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos”. Este versículo nos indica cuál es la evidencia de que uno ha pasado de muerte a vida. Esta evidencia es el amor a los hermanos.
Supongamos que usted tiene muchos amigos y le agradan mucho, o que usted admira a muchas personas y las respeta en gran manera. Aun así, hay todavía una diferencia entre sus sentimientos hacia todas esas personas, y los sentimientos que tiene hacia sus hermanos y hermanas en su familia. De alguna manera, hay una diferencia. Si alguien nace de su misma mamá, es decir, si es un hermano suyo, espontáneamente surgirá en usted un sentimiento especial e inexplicable hacia él. Se trata de un sentimiento instintivo de amor. Este sentimiento es una evidencia de que usted y dicha persona pertenecen a la misma familia.
Lo mismo sucede con nuestra familia espiritual. Suponga que hay una persona cuya apariencia, abolengo, educación, modo de ser e intereses son totalmente diferentes a los suyos; sin embargo, ella ha creído en el Señor Jesús. De manera espontánea sentirá un afecto inexplicable hacia ella; siente que es un hermano, y llega a apreciarlo más que a sus hermanos en la carne. Este sentimiento es una evidencia de que usted ha pasado de muerte a vida.
En 1 Juan 5:1 dice: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por Él”. Estas palabras son sumamente preciosas. Si usted ama a Dios, quien lo engendró, es natural que ame a aquellos que Él engendró. No podemos decir que amamos a Dios cuando no amamos a nuestros hermanos.
Este amor es prueba de que la fe que recibimos es una fe genuina. Este amor inexplicable sólo puede ser el resultado de una fe genuina. El amor hacia los hermanos es muy especial. Una persona ama a alguien por el simple hecho de que es un hermano. No lo ama porque tengan algún interés en común, sino porque dicha persona es su hermano. Es posible que dos personas de formación educativa y temperamentos distintos que tengan antepasados muy diferentes, así como opiniones y puntos de vista divergentes, se amen por la simple razón de que las dos son creyentes. Puesto que ambas personas son hermanos, espontáneamente tienen comunión entre ellas; sienten un afecto y gusto del uno por el otro que es inexplicable. Tal afecto y gusto es evidencia de que ellas han pasado de muerte a vida. Sabemos que hemos pasado de muerte a vida en que amamos a los hermanos.
Es cierto que la fe nos conduce a Dios. Es por medio de la fe que pasamos de muerte a vida, y es por medio de la fe que llegamos a ser miembros de la familia de Dios y somos regenerados. Pero la fe no sólo nos conduce al Padre, sino también a los hermanos. Una vez que recibimos la vida divina, brota en nosotros un sentimiento hacia las muchas personas que están por todo el mundo, quienes poseen esta misma vida. Esta vida espontáneamente nos atrae a aquellos que comparten la misma vida. Esta vida gusta de la compañía de estas personas, se deleita en comunicarse con ellas y tiene un amor espontáneo para con ellas.
Tanto en el Evangelio de Juan como en sus epístolas, se nos muestra el orden establecido por Dios. Primero, la fe nos conduce de la muerte a la vida, y luego los que han pasado de muerte a vida poseen este amor. Al amar a los hermanos sabemos que hemos pasado de muerte a vida. Esta es una manera muy confiable de determinar el número de los hijos de Dios que hay aquí en la tierra. Sólo aquellos que se aman unos a otros son hermanos. Aquellos que no se aman unos a otros no son hermanos.
¡Hermanos y hermanas! Debemos darnos cuenta de que a los ojos de Dios, nuestro amor por los hermanos es la prueba de que nuestra fe es genuina. No hay mejor manera de determinar si la fe de una persona es verdadera o falsa. En ausencia de tal discernimiento, cuanto más perfecto sea el evangelio que se predique, mayor será el peligro de que surjan falsificaciones. Cuanto más cabal sea la predicación del evangelio, más facilidad habrá de que se introduzcan falsos hermanos. Cuanto más se predique el evangelio con gracia, mayor será el número de personas descuidadas que logren infiltrarse. Debe haber una manera en la que se pueda discernir y reconocer la fe genuina de la fe falsa. Las epístolas de Juan nos muestran claramente que la manera de distinguir la fe verdadera de la falsa, no es mediante la fe en sí, sino por medio del amor. No necesitamos preguntar cuán grande es la fe de una persona. Tan sólo se necesita preguntarle cuán grande es su amor. Donde hay una fe genuina, allí hay amor. La ausencia de amor demuestra la carencia de fe; la presencia del amor confirma la presencia de la fe. Si llegamos a la fe por la puerta del amor, tendremos todo bien en claro.
Si alguien es un cristiano auténtico o no, depende de si dicha persona tiene un gusto especial o atracción hacia los demás hijos de Dios. La vida que Dios nos ha dado no es una vida independiente. Es una vida que, de manera espontánea, nos acerca a aquellos que comparten la misma vida; ama y desea intimidad recíproca. Los que tienen tales sentimientos han pasado de muerte a vida.
II. EL MANDAMIENTO DE AMAR
En 1 Juan 3:11 dice: “Porque éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros”.
El versículo 23 dice: “Y éste es Su mandamiento: Que creamos en el nombre de Su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado”.
Amarnos unos a otros es un mandamiento de Dios. Él nos manda hacer dos cosas: creer en el nombre de Su Hijo Jesucristo y amarnos unos a otros. Puesto que ya hemos creído, debemos también amar. Dios nos dio este amor y también nos dio el mandamiento de amar. Primero, Él nos da este amor y luego nos da el mandamiento de que nos amemos unos a otros. Hoy debemos amarnos unos a otros conforme al mandamiento de Dios. Además, debemos amarnos con el amor que Él nos ha dado; debemos ejercitarnos en este amor que Él ha puesto en nosotros. Debemos aplicarlo según su naturaleza. Nunca debemos apagarlo ni lastimarlo
En 1 Juan 4:7-8 se nos dice: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”.
Debemos amarnos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo el que tiene amor, ha nacido de Dios. Aquellos que no aman, no han conocido a Dios, porque Dios mismo es amor. Cuando Dios nos engendró, también engendró amor en nosotros. Nosotros no teníamos amor, pero ahora tenemos amor. El amor que hoy poseemos proviene de Dios. Dios ha generado amor en todos aquellos que han sido engendrados por Él; Dios le ha dado amor a usted, así como a todos ellos. Es por eso que nos podemos amar unos a otros.
Aquellos que nacieron de Dios han recibido cierta vida: una vida que es Dios mismo. Dios es amor; por tanto, aquellos que han nacido de Dios, en su interior poseen este amor que les ha sido engendrado. La vida que recibimos de Dios es una vida de amor. Así pues, todo el que es nacido de Dios posee amor, y todo aquel que tiene amor espontáneamente ama a los hermanos. Sería muy extraño que no pudiéramos amarnos unos a otros. Dios nos ha dado a todos los cristianos una vida de amor. Además, basado en esta vida de amor nos dio el mandamiento de amor: “Amémonos unos a otros”. Primero, Dios nos da amor y luego nos dice que debemos amar. Primero, Él nos da la vida que es amor y luego nos da el mandamiento de amar. Debemos inclinar nuestra cabeza y decir: “¡Gracias, Señor! Ahora los hijos de Dios podemos amarnos los unos a los otros”.
III. SI ALGUNO NO AMA A LOS HERMANOS
Ahora leamos los versículos correspondientes a esta categoría en 1 Juan.
En 1 Juan 2:9-11 dice: “El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”. ¿Es esto claro para usted? Si un hombre es un hermano o no, y si él camina en la luz o no, o si se ha apartado de las tinieblas o no, se determina en el hecho de que ame o no ame a los hermanos.
Si una persona sabe que usted es un hermano, pero lo aborrece en su corazón, esto comprueba que ella no es cristiana. Si ella conoce a cinco hermanos y dice: “Amo a cuatro de ellos, pero en mi corazón aborrezco a uno”, esto demuestra que tal persona no es un hermano. Debemos entender que no amamos a un hermano porque este sea una persona encantadora, sino únicamente porque es nuestro hermano. Le amamos porque él es un hermano. Esta es la única razón que tenemos para amarlo. Si una persona sabe que usted es un hermano y que pertenece al Señor, y aun así lo aborrece, esto comprueba que ella no tiene vida en él. En este pasaje dice: “El que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas”. Está en tinieblas y anda en tinieblas. Es decir, la Biblia niega toda posibilidad de que una persona pueda aborrecer a su hermano; no admite tal posibilidad en lo absoluto. Si usted aborrece a alguien que usted sabe que es un hermano, debe confesar: “Señor, no estoy andando en la luz. Estoy en tinieblas y ando en tinieblas”.
En 1 Juan 3:10 se nos dice: “En esto se manifiestan los hijos de Dios … Todo aquel que no practica la justicia no es de Dios, y tampoco el que no ama a su hermano”. Aquel que no practica la justicia externamente, no es de Dios. Asimismo, aquel que no ama internamente a su hermano, no es de Dios. El que no ama a su hermano no es de Dios, debido a que carece de este amor; tal sentimiento no está en él. En esto se manifiestan los hijos de Dios.
El versículo 14 dice: “El que no ama, permanece en muerte”. Este amor no se refiere a cualquier clase de amor, sino al amor con el que uno ama a los hermanos. La Biblia dice que si una persona no tiene este amor por los hermanos, “permanece en muerte”. Ciertamente es comprensible que alguien no sienta afecto ni atracción alguna por otro creyente, antes de haber creído. Pero sería muy extraño que después de haber creído, aún no sienta ningún afecto o atracción hacia otros creyentes. En tal caso, es posible que su fe no sea genuina. “El que no ama, permanece en muerte”. Antes, dicha persona estaba muerta, y me temo que todavía esté muerta, pues la fe tiene como base el amor. El amor de la persona determina si su fe es genuina o no. Aquellos que creen en Dios tienen amor por los hermanos. Si la persona no tiene amor, esto comprueba que todavía permanece en muerte.
El versículo 15 dice: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”. No podemos imaginarnos que alguien pueda matar después de haber creído en el Señor. La Biblia nos dice que aborrecer a un hermano equivale a cometer homicidio. Una persona que tiene vida eterna jamás debiera aborrecer a su hermano. Si aborrece a los hermanos es evidencia de que no hay amor en ella. Eso significa que no posee la vida eterna.
Los hijos de Dios pueden hallarse en diversidad de condiciones, pero nunca pueden aborrecer a nadie. Si hay un hermano que es ofensivo en algún aspecto, tal vez en nuestro corazón él no sea de nuestro agrado. Si algún hermano ha cometido un pecado que lo hace merecedor de ser excomulgado, puede ser que nosotros, al enfrentar el asunto, actuemos con indignación. Si algún hermano ha hecho algo malo en extremo, podemos pedirle que comparezca ante nosotros y reprenderle con severidad delante del Señor. Pero jamás debemos aborrecer a nuestros hermanos. Si un hermano aborrece a otro hermano, esto sería indicio de que la vida eterna no está en él.
Todos los hijos de Dios poseen una vida, la cual es lo suficientemente rica como para amar a todos los hermanos y hermanas. Siempre y cuando una persona pertenezca al Señor, ella merece ser amada por sus hermanos, los creyentes. El amor que sentimos por un hermano en particular, debe ser el mismo que sentimos por todos los hermanos. Ese amor fraternal que se le dedica a un hermano debe aplicarse por igual a todos los hermanos. El amor fraternal no hace distinciones entre hermanos. Siempre y cuando uno sea un hermano, uno es digno de este amor. Si una persona aborrece a un hermano, eso demuestra que no tiene vida eterna. No es necesario que ella odie a todos los hermanos. Es suficiente evidencia que aborrezca a uno solo, para descubrir que ella no tiene amor fraternal. El amor fraternal del que estamos hablando es un amor que ama a todos los hermanos.
Esto es algo que reviste de gran seriedad. Si un creyente no ama a su hermano, sino que le aborrece, o si le amenaza o le ataca, lo único que podemos decir es: “¡Qué Dios tenga misericordia de él! He aquí una persona que piensa que es creyente; sin embargo, ¡no es salva!”. En tanto ella aborrezca a su hermano, es evidente que dicha persona no pertenece al Señor. ¡Éste es un asunto muy serio!
En condiciones normales, si un hermano ha hecho cosas que lo irritan, usted podrá exhortarle y reprenderle, pero jamás puede aborrecer a su hermano. Si él ha hecho algo que lo provoca a ira, es posible que usted se enoje con él y lo reprenda severamente, pero usted no puede concebir el odio. Aun si usted hace lo que Mateo 18 indica: “Dilo a la iglesia”, debe ser motivado por el deseo de ganar al hermano y de restaurarlo. Pero si no tiene intención alguna de restaurar a su hermano, y si su meta es únicamente atacarlo y destruirlo, ello es prueba de que usted es menos que un hermano. El hermano al que se refiere Mateo 18, lo dijo a la iglesia porque deseaba ganar a su hermano. Así pues, todo estriba en si la meta suya es destruir a su hermano o ganarlo. Este asunto reviste de gran seriedad. ¡No debemos tomar esto a la ligera!
Con relación al que cometió fornicación, de quien se hace referencia en 1 Corintios 5:13, Pablo dijo: “Quitad a ese perverso de entre vosotros”. Al principio Pablo entregó esa persona a Satanás para que en el nombre del Señor Jesús y con el poder del Señor Jesús su carne fuera destruida, ya que los corintios no habían hecho nada para echarlo fuera. ¿Es demasiado severa esta medida? Ciertamente se trata de una medida muy severa. Pero Pablo actuó así, a fin de que el espíritu de esta persona sea salvo en el día del Señor (v. 5). El propósito de que su carne fuese destruida en el tiempo presente, era para que dicha persona no sufra una pérdida eterna. Así pues, el propósito de decírselo “a la iglesia”, según lo que indica Mateo 18, es la restauración; el quitar de en medio al hermano, que se menciona en 1 Corintios 5, también se efectúa con el fin de restaurarlo.
Cuando Josué juzgó a Acán, le dijo: “Hijo mío, da gloria a Jehová” (Jos. 7:19). A pesar de que Acán había cometido un pecado muy grave, Josué se dirigió a él con tal espíritu y amor fraternal.
Cuando un joven mensajero trajo a David la noticia de la muerte de Saúl, David, asiendo de sus vestidos, los rasgó. Y lloró y lamentó y ayunó hasta la noche (2 S. 1:11-12). Cuando alguien comunicó a David que Absalón había muerto, David se conmovió mucho. Él lloró diciendo: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (18:33). En el primer caso, Saúl era un rey que aborrecía a David, y Absalón era un hijo rebelde de David. Aun así, David lloró la muerte de ambas personas. David fue uno que tuvo que combatir en muchas batallas y ejercer muchos juicios, pero no podía reprimir sus lágrimas. Él tenía que juzgar y condenar, pero no podía contener sus lágrimas.
Hermanos y hermanas, si una persona sólo sabe juzgar y condenar, pero no es capaz de derramar lágrimas de tristeza, ello es prueba de que no tiene la menor noción de lo que es el amor fraternal. Si alguno reprende a su hermano con el único propósito de destruirlo, tal persona no tiene amor en él, sólo odio. ¡Aborrecer a los hermanos equivale a ser homicida de ellos! ¡Este asunto reviste de gran seriedad!
En cierta ocasión un hermano escribió a J. N. Darby preguntándole acerca de la excomunión. Las primeras palabras de Darby fueron: “Yo creo que lo más terrible que puede afrontar un pecador, cuyos pecados han sido perdonados, es tener que excomulgar a otro pecador”. No hay nada más terrible para un pecador cuyos pecados han sido perdonados, que tener que excomulgar a otro pecador. La reacción que tuvo el hermano Darby es la reacción que surge de una vida que es amor. Sin duda alguna, hay muchas cosas que necesitan ser definidas. Podemos incluso excomulgar a un hermano o hermana de la iglesia si es necesario, pero jamás debemos disciplinarlos sintiendo alguna clase de odio hacia ellos.
En 1 Juan 4:20-21 se nos dice: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto no puede amar a Dios a quien no ha visto. Y nosotros tenemos este mandamiento de Él: El que ama a Dios, ame también a su hermano”. Aquí, Juan nos muestra que amar a los hermanos equivale a amar a Dios. El que no ama a su hermano a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. Debemos amar a nuestros hermanos si queremos amar a Dios. Éste es el mandamiento que hemos recibido de Dios.
Debemos tener cuidado de no hacer nada que pueda ofender al amor. No debemos ofender a nuestros hermanos ni siquiera en insignificancias. Tenemos que amarnos unos a otros y debemos honrar el amor fraternal que ha sido depositado en nuestros corazones. No debemos desdeñar tal corazón. Dios ha puesto tal corazón en nosotros a fin de que podamos usarlo al servir y ayudar a los hermanos. Debemos permitir que este amor fraternal crezca, se fortalezca y se revista de poder.
Leemos en 1 Juan 3:17: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él sus entrañas, ¿cómo mora el amor de Dios en él?”. Juan no dijo: “¿Cómo mora el amor fraternal en él?”. Él dijo: “¿Cómo mora el amor de Dios en él?”; porque el amor de Dios es el amor fraternal y el amor fraternal es el amor de Dios. El amor de Dios no mora en una persona que rehúsa amar a su hermano. Ella puede engañarse a sí misma diciendo: “Aunque no ame a mi hermano, yo amo a Dios”. Nuestra relación con los hermanos es el resultado de nuestra relación con Dios. Si no estamos relacionados con los hermanos, eso significa que tampoco estamos relacionados con Dios. Si rechazamos a nuestros hermanos, el amor de Dios no está en nosotros.
IV. CÓMO AMAR A LOS HERMANOS
En 1 Juan 3:16 dice: “En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros”. ¿Qué significa amar a los hermanos? Juan procede a explicarlo. No sabemos lo que es el amor hasta que vemos cómo el Señor puso Su vida por nosotros. Juan continúa diciendo: “También nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”. Amar a los hermanos es estar dispuestos a ponernos a un lado a nosotros mismos a fin de servirles. Es estar dispuestos a negarnos a nosotros mismos para perfeccionar a los demás y tener un corazón tal, que incluso podríamos poner nuestra propia vida por los hermanos.
El versículo 18 dice: “Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y con veracidad”. El amor fraternal no consiste en palabras insustanciales, sino que se manifiesta en hechos concretos y con veracidad.
En 1 Juan 4:10-12 se nos dice: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y Su amor se ha perfeccionado en nosotros”. Esto nos muestra que no podemos separar nuestro amor hacia Dios de nuestro amor hacia los demás. Si nos amamos unos a otros, el amor de Dios se ha perfeccionado en nosotros. Hoy en día, Dios nos ha rodeado de muchos hermanos a fin de que pongamos en práctica el amor que tenemos para con Dios. El amor de Dios se perfecciona en nosotros cuando nos amamos unos a otros. No podemos declarar en vano que amamos a Dios; tenemos que aprender a amar a los hermanos genuinamente. El simple hecho de hablar sobre el amor es vanidad. Nuestro amor por Dios tiene que expresarse mediante nuestro amor por los hermanos.
En 1 Juan 5:2-3 dice: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y cumplimos Sus mandamientos. Pues éste es el amor a Dios, que guardemos Sus mandamientos”. Si amamos a Dios, debemos guardar Sus mandamientos. De igual manera, si amamos a los hijos de Dios, debemos guardar Sus mandamientos. Por ejemplo, los mandamientos de Dios dicen que debemos ser bautizados por inmersión, pero muchos hijos de Dios tienen diferentes opiniones al respecto. Ellos dicen: “No estoy de acuerdo con el bautismo por inmersión; si usted me ama, no se debe bautizar por inmersión. Esto me ofendería”. ¿Qué debemos hacer? Dios nos manda que salgamos de las denominaciones y que no permanezcamos en ninguna secta; sin embargo, muchos hijos de Dios promueven las denominaciones. Ellos dicen: “No abandonen las denominaciones. Nos lastimarán si salen de nuestra denominación”. ¿Qué debemos hacer? Si queremos amar a Dios, debemos salir de las denominaciones, y si queremos amar a los hermanos, debemos permanecer en ellas. Esto nos pone en un dilema. Pero el versículo 2 nos dice: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y cumplimos Sus mandamientos”. En otras palabras, no podemos decir que amamos a los hijos de Dios si no guardamos los mandamientos de Dios. Supongamos que Dios guía a un hermano a bautizarse por inmersión. Él se debe bautizar si ama a los hijos de Dios. Si no se bautiza, afectará a otros hijos de Dios, pues tal vez ellos decidan no bautizarse; como resultado, esto les impedirá obedecer a Dios. Esta no es la manera de amarlos. Si guardamos todos los mandamientos de Dios, sabremos que amamos a los hijos de Dios. Habremos tomado el camino de la obediencia. Ahora otros pueden seguir el mismo camino. Si no obedecemos porque tememos que nuestra obediencia los lastime, no podremos seguir adelante, y tampoco ellos podrán avanzar. Debemos aprender a amar a Dios y debemos guardar todos Sus mandamientos. Es cuando lo amamos a Él y guardamos Sus mandamientos que sabemos que amamos a los hijos de Dios. Tenemos que guardar todos los mandamientos de Dios. Ésta es la única manera de dirigir a los hijos de Dios por el camino de la obediencia. Veamos otro ejemplo: Supongamos que sus padres no le permiten creer en el Señor. ¿Qué debe hacer usted? ¿Negar al Señor por amor a sus padres? Si los escucha a ellos y niega al Señor, ¡no está practicando el amor en lo absoluto! Si no los complace y cree en el Señor, ellos se enojarán por un tiempo, pero usted habrá abierto el camino para que ellos crean en el Señor. ¡Esto es amor!
Sin embargo, no debemos ofender a nuestros padres con nuestra actitud ni con nuestras palabras. Es correcto que obedezcamos y sigamos los mandamientos de Dios, pero no debemos ofender a nuestros padres con nuestra actitud ni con nuestras palabras. Es necesario asirnos de la verdad de Dios, pero al mismo tiempo debemos mantener nuestro amor. Desde el comienzo de nuestra vida cristiana, debemos aprender a ser justos, pero nunca debemos prescindir del amor. No hagamos énfasis en la santidad de la vida de Dios a expensas del amor que hallamos en Su vida. Ambos aspectos deben mantenerse en equilibrio. Deseamos obedecer a Dios, pero debemos obedecerlo con una actitud de humildad. Por ningún motivo ofenda al amor. Si se necesita hacer algo, hágalo, pero nunca haga nada que ofenda al amor. Debemos mantener una actitud amable. Aun cuando tengamos discrepancias de opinión entre los hermanos, debemos permanecer tiernos. Tenemos que estar llenos de amor cuando le digamos a nuestro hermano: “Hermano, cuánto quisiera ver lo que tú has visto, pero Dios me ha mostrado algo diferente, y no puedo hacer otra cosa que obedecerle”. No rebaje la norma de la Palabra de Dios ni ofenda al amor. Por un lado, sea obediente a Dios; por otro lado, ame. Debemos mostrarle a nuestro hermano que no estamos haciendo algo para beneficio nuestro, sino porque Dios lo ha dicho. Debemos mantener la debida actitud y debemos estar llenos de humildad. Esto hará que muchos hermanos y hermanas sean ganados.
V. EL RESULTADO DEL AMOR
En 1 Juan 4:16 leemos: “Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él”. Esta es la segunda vez en esta epístola que vemos la expresión Dios es amor. Debido a que Dios es amor, Él desea que amemos a los hermanos y permanezcamos en amor. Mientras permanezcamos en amor, permaneceremos en Dios.
En los versículos 17 y 18 se nos dice: “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, en que tengamos confianza en el día del juicio … En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”. En toda la Biblia, sólo 1 Juan 4 nos dice cómo podemos comparecer ante el tribunal divino llenos de confianza. Nos da el secreto: permanecer en amor. Permanecer en amor es permanecer en Dios. Tendremos confianza en el día del juicio cuando este amor sea perfeccionado en nosotros.
Debemos tener un sólo pensamiento hacia nuestros hermanos y hermanas: amor. Debemos ganarlos y buscar el mayor beneficio para ellos. No debe haber odio alguno, solamente amor. Practicar esto es un ejercicio para nosotros. Un día, todo nuestro ser permanecerá en amor, y el amor también permanecerá en nosotros. Entonces, nuestras vidas en la tierra serán libres de todo temor; cuando amamos, no hay temor. Cuando estemos delante del tribunal de Dios, no tendremos temor de nada. Esta vida que es amor operará entre nosotros hasta que el temor haya desaparecido. El fruto del Espíritu, el amor, nos dará la confianza necesaria para comparecer ante el tribunal de Dios.
Ya hemos visto que amar a los hermanos es amar a Dios. Nuestro amor por los hermanos hará que el amor de Dios sea perfeccionado en nosotros. Además, es posible amar a los hermanos al punto de que no exista ningún temor en nosotros para con ellos. Amar a Dios y amar a los hermanos siempre van juntos. Así que debemos amar a los hermanos en la tierra si deseamos amar a Dios. Al hacer esto, el amor se perfecciona en nosotros, y tendremos confianza en el día del juicio. ¡Esto es maravilloso!
Que todos aprendamos a amar a los hermanos desde el inicio mismo de nuestra vida cristiana. Que la vida de amor encuentre en nosotros un canal por el cual pueda fluir.