Watchman Nee Libro Book cap.41 El hombre espiritual
DIOS ES LA VIDA DEL CUERPO
DÉCIMA SECCIÓN
CAPÍTULO TRES
DIOS ES LA VIDA DEL CUERPO
Ya vimos que nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo. Debemos prestar especial atención al hecho de que el apóstol se ocupa bastante en nuestro cuerpo. Por lo general, creemos que la vida de Cristo se aplica a nuestro espíritu y no a nuestro cuerpo. Pero en realidad, cuando nuestro espíritu recibe al Espíritu Santo, la salvación que Dios nos da se extiende también a nuestro cuerpo. Si la intención de Dios fuera solamente hacer que el Espíritu Santo morara en nuestro espíritu para que éste recibiera el beneficio, ¿por qué no dijo el apóstol: “Vuestro espíritu es templo del Espíritu Santo”, sino: “Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”? Ya debemos comprender que el hecho de que nuestro cuerpo sea el templo del Espíritu Santo es más que un privilegio especial, ya que también es un poder efectivo que no sólo fortalece nuestro hombre interior y alumbra los ojos de nuestro corazón, sino que también hace que nuestro cuerpo tenga salud.
También dijimos que el Espíritu Santo da vida a nuestro cuerpo mortal. El no espera hasta que muramos para resucitarnos; hoy El le imparte vida a nuestro cuerpo. En el futuro El resucitará nuestro cuerpo corrupto, pero ahora le da vida a nuestro cuerpo mortal. El poder de Su vida penetra a cada célula de nuestro ser y hace que experimentemos Su vida y Su poder.
Debemos dejar de pensar que nuestro cuerpo es una triste prisión y ver que en él habita la vida de Dios. Podemos experimentar las palabras, “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Cristo es ahora la fuente de nuestra vida. El vive en nosotros como vivió en Su cuerpo de carne en aquel tiempo. Todos necesitamos entender con claridad las palabras: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Esta vida abundante suple todas las necesidades de nuestro cuerpo. El apóstol le dijo a Timoteo que echara mano de la vida eterna (1 Timoteo. 6:12). Sin embargo, en este caso, Timoteo no necesitaba vida eterna para ser salvo. Por lo tanto, debe de refiere a la vida “que lo es de verdad”, la cual se menciona en el versículo 19. El apóstol alude con esto a que Timoteo debería experimentar la vida eterna en esta edad y a que esta vida es lo suficientemente poderosa para vencer todos los efectos de la muerte.
No desconocemos el hecho de que nuestro cuerpo es un cuerpo de muerte. Pero debemos tener presente que necesitamos que la vida absorba el poder de la muerte. Dentro de nuestro cuerpo existen dos fuerzas: la muerte y la vida. Por una parte, nos debilitamos, y por otra, somos fortalecidos por el alimento y el descanso. La debilidad nos conduce a la muerte, mientras que el fortalecimiento que recibimos del alimento y el descanso mantiene nuestra vida. Si acumulamos demasiado suministro, el cuerpo produce un “exceso”, debido a que la fuerza de la vida es grande. La demasiada fatiga hace que el cuerpo se debilite, debido a que la fuerza de la muerte también es grande. Lo óptimo es mantener las fuerzas de la vida y la muerte en equilibrio. El cansancio que un creyente siente en su cuerpo es, en muchos aspectos, diferente al que experimenta la gente común, pues no se halla solamente en su cuerpo físico. El camina con el Señor, lleva las cargas de otros, tiene compasión de sus hermanos, trabaja para Dios, intercede delante de El, lucha en contra del poder de las tinieblas y golpea su cuerpo; por eso, el alimento y el descanso solos no pueden reponer la perdida de energía de su cuerpo. Por esta razón muchos creyentes, que tenían muy buena salud antes de ser llamados a la obra, se debilitan al poco tiempo. Nuestro contacto con la esfera espiritual y lo relacionado con nuestra vida, nuestra labor y nuestra participación en la guerra espiritual van más allá de lo que nuestro cuerpo físico puede soportar. El contacto que tenemos con los pecados, los pecadores y los espíritus malignos absorben todos los recursos de nuestro cuerpo y hacen que sea difícil satisfacer muchas necesidades. Por lo tanto, si el creyente depende solamente de medios naturales para abastecer sus necesidades físicas, no sobrevivirá. Necesitamos la vida de Cristo porque sólo Su vida puede satisfacer nuestras necesidades. Debemos tener en cuenta que si dependemos del alimento físico, de una buena nutrición y de la medicina, estamos poniendo nuestros ojos en la fuente equivocada. Solamente la vida del Señor Jesús puede satisfacer todas las necesidades de nuestra vida, nuestra labor y nuestra lucha espiritual. Solamente El puede reponer las fuerzas que necesitamos para luchar contra los pecados y contra Satanás. Solamente cuando el creyente llega a entender en verdad lo que es la batalla espiritual y cómo luchar en el espíritu contra el enemigo, llega a comprender lo preciosa que es la vida de Jesús para nuestro cuerpo físico.
Los creyentes deben ver cuán real es su unión con el Señor. El es la vid, y nosotros los sarmientos. Así como éstos van unidos a la vid, asimismo estamos nosotros unidos al Señor Jesús. Es por medio de la unión con la vid que las ramas reciben el flujo de vida. ¿No es igual nuestra unión con el Señor Jesús? Si limitamos esta unión al espíritu, nuestra fe no aceptará esa restricción. Nuestro Señor nos llamó a experimentar en la práctica nuestra unión con El; El desea que creamos y recibamos el fluir de su vida en nuestro espíritu, en nuestra alma y en nuestro cuerpo. Si nos separamos del Señor, no sólo perderemos la paz del espíritu sino también la salud del cuerpo. Si nuestra unión con el Señor es constante, Su vida llenará nuestro espíritu y fluirá a nuestro cuerpo. Si no participamos verdaderamente de la vida del Señor Jesús, no seremos sanados ni tendremos salud. Dios llama a Sus hijos a tener una unión más profunda con el Señor Jesús.
Por lo anterior, necesitamos comprender que aunque estas cosas afectan nuestro cuerpo físico, son espirituales. Recibir sanidad y fortaleza de parte de Dios no es una experiencia física sino espiritual, aunque ocurra en el cuerpo. Tales experiencias no son otra cosa que la vida del Señor Jesús expresada en nuestro cuerpo mortal. Así como la vida del Señor Jesús resucitará nuestro espíritu muerto, ahora vivifica nuestro cuerpo mortal. Dios desea que aprendamos a permitir que la vida resucitada, gloriosa y victoriosa de Cristo sea manifestada en todo nuestro ser. El desea que renovemos nuestra fuerza con Su vida día tras día y hora tras hora. Esta es nuestra verdadera vida. Aunque nuestro cuerpo físico sea animado por la vida de nuestra alma, no debemos vivir por ésta, sino depender de la vida de Dios, la cual da vida a nuestros miembros en una forma que la vida anímica no puede. Debemos prestar atención a la palabra “vida”. Todas nuestras experiencias espirituales vienen de algo maravilloso llamado “vida”, que penetra ricamente a todo nuestro ser. Dios desea que comprendamos que la vida de Cristo es nuestra fuerza.
Mateo 4 nos muestra que la palabra de Dios es vida para nuestro cuerpo físico: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (versiculo. 4). Nos muestra claramente que la palabra de Dios puede sustentar nuestro cuerpo físico. Según lo natural, el hombre vive de pan, de la comida física; pero cuando la palabra de Dios brota con Su poder, el hombre puede vivir también por ella. Vemos dos maneras de vivir: La manera sobrenatural y la manera natural. Aunque Dios no nos dice que no comamos, El desea que sepamos que Su palabra puede darnos la vida que el pan no puede dar. Cuando el pan no puede producir el efecto que esperamos, Su palabra sí puede y nos da vida. Algunos viven por el pan, y otros, por la palabra de Dios. Aquél a veces falla, pero éste nunca cambia.
Dios pone Su vida en Su palabra. Así como El es la vida, también es la palabra. Si tomamos Su palabra como una enseñanza, un credo o una regla moral, no tendrá ningún poder en nosotros. La palabra de Dios debe ser digerida por nosotros y estar unida a nosotros de la misma forma que el pan. Los santos que tienen hambre saben que la palabra de Dios es su alimento. Cuando la reciben con fe, la palabra viene a ser su vida. Dios dijo que Su palabra puede sustentar nuestra vida; por eso, cuando falta el alimento natural, podemos creer en Dios según Su palabra. Entonces veremos que Dios es vida no sólo para nuestro espíritu sino también para nuestro cuerpo físico. Hoy en día sufrimos una gran pérdida al no comprender que tenemos una provisión rica en la Palabra de Dios (la Biblia) para nuestro cuerpo físico. Hemos limitado las promesas de Dios a nuestra vida espiritual y nos hemos olvidado de nuestro cuerpo físico. Pero en realidad, la necesidad de nuestro cuerpo físico no es menor que nuestra necesidad espiritual.
LA EXPERIENCIA DE LOS SANTOS DE LA ANTIGÜEDAD.
Dios no desea que Sus hijos estén débiles ni enfermos; Su voluntad es que tengan salud y vigor. El no quiere que Sus hijos estén afligidos con debilidades hasta la muerte. Su palabra dice: “Y como tus días serán tus fuerzas” (Deuteronomio. 33:25), lo cual se refiere a nuestro cuerpo. Si vivimos en la tierra un día más, la fuerza que el Señor promete para nuestro cuerpo nos acompañará un día más. Dios no tiene la intención de darnos otro día sin proveernos la fuerza que necesitamos. Debido a que los creyentes no aplican esa preciosa promesa por la fe, su fuerza no es igual al número de sus días. Dios desea que la fuerza de Sus hijos corresponda al número de sus días; por eso, promete que El será su fuerza. Por lo tanto, de la manera que Dios vive, también nosotros viviremos, y asimismo durará nuestra fuerza. Por la promesa de Dios, todos los días al levantarnos con la aurora, podemos afirmar en fe, que como Dios vive, nosotros tendremos para ese día tanto fuerza espiritual como física. Era común que los santos de antaño conocieran a Dios como su fuerza y experimentaran la fuerza de El trasmitida a su cuerpo físico. Encontramos esto primeramente en Abraham. “Y no se debilitó en su fe, aunque consideró su propio cuerpo, ya muerto, siendo de casi cien años, y lo muerta que estaba la matriz de Sara” (Romanos. 4:19). El engendró a Isaac porque creyó a Dios. La fuerza de Dios se expresó por medio de un cuerpo casi muerto. No importa la condición en que se halle nuestro cuerpo; lo que cuenta es la fuerza que Dios le da.
En cuanto a Moisés, la Biblia dice: “Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor” (Deuteronomio. 34:7). Vemos claramente que el poder de la vida de Dios se expresaba en El.
La Biblia también describe la condición física de Caleb. Después de que los israelitas entraron a la tierra de Canaán, él dijo: “Entonces Moisés juró diciendo: Ciertamente la tierra que holló tu pie será para ti, y para tus hijos en herencia perpetua, por cuanto cumpliste siguiendo a Jehová mi Dios. Ahora bien, Jehová me ha hecho vivir, como él dijo, estos cuarenta y cinco años, desde el tiempo que Jehová habló estas palabras a Moisés, cuando Israel andaba por el desierto; y ahora, he aquí, hoy soy de edad de ochenta y cinco años. Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra y para salir y para entrar” (Josue. 14:9 al 11). Caleb siguió fielmente a Dios y Dios llegó a ser la fuerza de Caleb según Su promesa, a tal punto que después de cuarenta y cinco años no había menguado en nada su fuerza.
Cuando leemos el libro de Jueces y vemos la fuerza de Sansón, queda bastante claro para nosotros que el Espíritu Santo puede conceder fuerza física al hombre. Aunque Sansón cometió muchas inmoralidades y aunque el Espíritu Santo no necesariamente le da esta gran fuerza a todos los creyentes, es cierto que si dependemos de que El mora en nosotros, siempre obtendremos Su fuerza para que todas nuestras necesidades diarias sean satisfechas. Si miramos algunos de los cánticos de David en los salmos, descubriremos que él recibió la fuerza de Dios en su cuerpo: “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía … Dios es el que me ciñe de poder, y quien hace perfecto mi camino; quien hace mis pies como de ciervas, y me hace estar firme sobre mis alturas; quien adiestra mis manos para la batalla, para entesar con mis brazos el arco de bronce” (18:1, y 32 al 34). “Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” (27:1). “Jehová dará poder a Su pueblo” (29:11). “Tu Dios ha ordenado tu fuerza … el Dios de Israel, él da fuerza y vigor a su pueblo” (68:28, y 35). “El que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila” (103:5).
Otros salmos nos muestran que Dios era la fuerza para su pueblo. Salmos 73:26 dice: “Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre”. Salmos 84:5 dice: “Bienaventurado el hombre que tiene en Ti sus fuerzas”, y 91:16 declara: “Lo saciaré de larga vida y le mostraré mi salvación”.
Eliú le dijo a Job acerca del castigo de Dios y de su resultado: “También sobre su cama es castigado con dolor fuerte en todos sus huesos, que le hace que su vida aborrezca el pan y su alma la comida suave. Su carne desfallece, de manera que no se ve, y sus huesos, que antes no se veían, aparecen. Su alma se acerca al sepulcro, y su vida a los que causan la muerte. Si tuviese cerca de él algún elocuente mediador muy escogido, que anuncie al hombre su deber; que le diga que Dios tuvo de él misericordia, que lo libró de descender al sepulcro, que halló redención; su carne será más tierna que la del niño, volverá a los días de su juventud” (Job 33:19 al 25). La vida de Dios fue expresada por medio de una persona que estaba a las puertas de la muerte.
El profeta Isaías también dio testimonio de esto: “He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré, porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí” (12:2). “El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán” (40:29 al 31). Todos estos versículos se refieren claramente al cuerpo físico. La fuerza de Dios vendrá sobre aquellos que esperan en El para hacerles esta clase de personas.
Cuando Daniel recibió la visión de parte de Dios, dijo: “No quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno” (10:8). Pero Dios envió un ángel para fortalecerlo. Daniel habló sobre esto y escribió: “Y aquel que tenía semejanza de hombre me tocó otra vez, y me fortaleció, y me dijo: Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate. Y mientras él me hablaba, recobré las fuerzas, y dije: Hable mi señor, porque me has fortalecido” (versucolos. 18-19). Aquí podemos ver claramente que Dios puede fortalecer el cuerpo humano. Los hijos de Dios hoy deben saber que El se preocupa por su cuerpo físico. Dios es la fuerza no sólo de nuestro espíritu, sino también de nuestro cuerpo físico. En el Antiguo Testamento, la gracia no se había manifestado en la misma medida que hoy; sin embargo, los santos de ese entonces experimentaban a Dios como su fuerza física. ¿Acaso la bendición que recibimos hoy no es igual a la de ellos? Lo que experimentemos en nuestro cuerpo físico debe ser lo mismo que ellos vivieron. Si no conocemos las riquezas de Dios, podemos pensar que El solamente nos da cosas espirituales, pero si tenemos fe, no limitaremos la fuerza ni la vida de Dios a nuestro espíritu olvidándonos de nuestro cuerpo. Recalcamos bastante que la vida de Dios no sólo sana nuestras enfermedades sino que también nos mantiene saludables, libres de las enfermedades. Dijimos antes que Dios sana nuestras enfermedades, y ahora queremos resaltar que El, como nuestra fuerza, nos hace aptos para vencer tanto la enfermedad como la debilidad. Dios no nos sana simplemente para que tengamos salud y vivamos según nuestra vida natural, sino que El mismo viene a ser vida para nuestro cuerpo físico a fin de que éste pueda también vivir por El y recibir toda la fuerza que necesitamos para llevar a cabo Su obra. Cuando los israelitas salieron de Egipto, Dios les dijo: “Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de Sus ojos, y dieres oído a Sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te las enviaré a ti; porque Yo Soy Jehová tu sanador” (Exodo. 15:26). Más adelante, esta promesa se cumplió plenamente: “Los sacó con plata y oro; y no hubo en sus tribus enfermos” (Salmos. 105:37). Tal vez sepamos que la sanidad de Dios no sólo nos sana, sino que nos guarda de las enfermedades y preserva nuestra fuerza y nuestra salud. Si estamos perfectamente sometidos a El y no nos oponemos intencionalmente a Su voluntad, y si con un corazón de fe tomamos la vida de Dios como la fuerza de nuestro cuerpo, veremos que Jehová todavía sana.
LA EXPERIENCIA DE PABLO.
Si aceptamos la enseñanza bíblica de que nuestros cuerpos son miembros de Cristo, también tendremos que aceptar que la vida de Dios fluye a nuestro cuerpo. La vida de Cristo fluye de la Cabeza a Su Cuerpo, impartiéndole vida, vigor y fortaleza. Puesto que nuestros cuerpos son miembros de Su Cuerpo, la vida divina fluirá en ellos. Sin embargo, dicha vida sólo se recibe por fe. La medida de vida que recibamos depende del grado de fe que ejercitemos al acercarnos a esa vida. En la Biblia vemos que la vida del Señor Jesús puede ser aplicada y recibida por el cuerpo del creyente, pero esto no puede suceder sin fe. Quizás muchos creyentes se sorprendan la primera vez que escuchan esta enseñanza. Pero no debemos quitarle importancia a la enseñanza explícita de la Biblia. Si examinamos la experiencia de Pablo, veremos lo práctico y valioso de este asunto.
En 2 Corintios 12 el apóstol Pablo habló de la condición de su cuerpo. Dijo que tenía un aguijón en su carne y que le había rogado al Señor tres veces para que se lo quitara. Pero el Señor le respondió: “Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad” (versiculo. 9a). Así que, el apóstol añade: “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo extienda tabernáculo sobre mí … porque cuando soy débil entonces soy poderoso” (versiculos. 9b al 10). ¿Cuál era el aguijón que el apóstol tenía en su carne? Podemos dejar esta pregunta sin respuesta por ahora, puesto que la Biblia no nos da los detalles. Pero una cosa es cierta: ese aguijón tenía el efecto de debilitar su cuerpo. La palabra original traducida “debilidad”, se refiere a la debilidad del cuerpo. La misma expresión se usa en Mateo 8:17. Los corintios sabían que el cuerpo del apóstol era débil (2 Corintios. 10:10). El apóstol mismo les dijo que cuando estuvo la primera vez entre ellos, estuvo con debilidad (1 Corintios. 2:3). Esto no significa que el apóstol careciera de poder espiritual, porque ambas epístolas revelan que él estaba lleno de poder espiritual. Además, la palabra “debilidad” también describe la debilidad física mencionada anteriormente y se usa en otros dos pasajes para referirse a la condición de muerte del cuerpo físico.
Por consiguiente, en estos versículos podemos ver la condición física del apóstol. Al principio estaba muy débil físicamente, ¿pero permaneció en debilidad para siempre? No. El nos dice que el poder de Cristo descansaba sobre él para fortalecerlo. Debemos prestar atención a “los contrastes”. El aguijón nunca se apartó de Pablo, ni la debilidad que venía con el aguijón; sin embargo, el poder de Cristo descansaba sobre su cuerpo débil y lo fortalecía para satisfacer todas las necesidades. El poder de Cristo estaba en contraste con la debilidad de Pablo. Este poder no quitó el aguijón ni la debilidad, sino que vivía en Pablo, haciéndose cargo de todas las cosas que el cuerpo débil de Pablo no podía hacer. Esto puede ser comparado con la mecha de una lámpara que arde y no se consume debido a que está llena de aceite. Aunque la mecha sea muy débil, el aceite suple todo lo que la llama necesita.
Aquí vemos el principio de que la vida de Dios es la fuerza de nuestro cuerpo. Dicha vida no cambia la naturaleza débil y mortal de nuestro cuerpo, sino que lo satura con lo que él no puede proveer. Por consiguiente, según su condición natural, Pablo era el más débil, pero según el poder que recibía de Cristo, era el más fuerte. La fuerza que se menciona en este pasaje se refiere específicamente al cuerpo del apóstol. Todos sabemos que el apóstol trabajaba sin cesar día y noche, laborando mental y físicamente, haciendo un trabajo que ni siquiera entre tres o cuatro hombres fuertes se podría realizar. Si este cuerpo débil no hubiese recibido la vida del Espíritu Santo, no habría podido llevar tantas cargas. Es indiscutible que Dios fortaleció el cuerpo de Pablo.
¿Cómo fortaleció Dios a Pablo? El apóstol menciona el problema de su cuerpo en 2 Corintios 4, donde dice: “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal” (versiculos. 10 al 11). Lo que más nos llama la atención es que aunque los versículos 10 y 11 aparentemente son repetitivos, en realidad no lo son. El versículo 10 habla de la vida de Jesús manifestada en nuestro cuerpo; mientras que el versículo 11 habla acerca de la vida de Jesús manifestada en nuestra carne mortal. Muchos pueden expresar la vida de Jesús en su cuerpo pero no van un paso más adelante para hacer lo mismo en su carne mortal. La diferencia entre estos dos es enorme. Muchos creyentes cuando están enfermos muestran verdadera obediencia y paciencia sin murmurar y sin expresar ansiedad. Sienten la presencia del Señor y manifiestan Sus virtudes en su rostro, en sus palabras y en sus acciones. Por el Espíritu Santo manifiestan evidentemente la vida de Jesús en su cuerpo; sin embargo, no saben que el Señor Jesús puede sanar sus enfermedades, ni han escuchado que Su vida también puede correr por su humilde cuerpo. Nunca aplican su fe para apropiarse de la sanidad que el Señor ofrece a su cuerpo de la misma manera que lo hicieron para ser lavados y para recibir la vida del Señor en su espíritu muerto. Como resultado, no manifiestan la vida de Jesús en su “carne mortal”. Por la gracia del Señor, soportan el dolor pero no reciben sanidad. Experimentan el versículo 10 pero no el versículo 11.
En este versículo vemos que Dios nos sana y nos fortalece por la vida del Señor Jesús. Esto es crucial. Cuando nuestro cuerpo mortal es fortalecido, su naturaleza no es transformada en una naturaleza inmortal. El cuerpo sigue siendo el mismo, y es la vida que suministra fuerza al cuerpo la que cambia. Antes dependíamos de nuestra vida natural, y ésta era la fuente de nuestra fuerza; pero ahora dependemos de la vida de Cristo como suministro. Podemos ser fortalecidos para laborar porque tenemos la vida de resurrección de Cristo, la cual sustenta nuestro cuerpo.
El apóstol no se refería a que una vez que viviera por el Señor, nunca volvería a estar débil. Cuando el poder de Cristo no reposaba sobre él, era tan débil como antes. Podemos llegar a perder la manifestación de la vida del Señor Jesús en nuestro cuerpo por ser descuidados, independientes o por el pecado. Algunas veces puede ser que suframos debilidad en nuestro cuerpo, no por alguna falta nuestra, sino por atacar osadamente el poder de las tinieblas. En otras ocasiones podemos sufrir constantemente por causa del Cuerpo de Cristo cuando lo experimentamos profundamente. Sin embargo, el hombre generalmente no experimenta estos últimos dos a menos que sea muy espiritual. Una cosa es segura: aunque podamos estar débiles, la voluntad de Dios es que no tengamos ningún impedimento físico, que nunca faltemos en Su obra y que no le causemos sufrimiento. El apóstol frecuentemente estaba débil, pero la obra de Dios nunca se debilitó por ello. Reconocemos la infinita autoridad de Dios, pero no debemos evadir nuestra responsabilidad.
Vemos que las palabras “la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”, se basan en el hecho de que “siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús”. En otras palabras, debemos negarnos por completo a nuestra propia vida para experimentar la manifestación de la vida de Jesús en nuestro cuerpo. En esto podemos ver la relación que existe entre la vida de una persona espiritual, libre del yo, y un cuerpo sano. La vida de Dios es El mismo. El manifiesta Su vida en nuestro cuerpo a fin de llevar a cabo Su propia obra. El no tiene la intención de darnos Su vida y fuerza para que laboremos y vivamos para nosotros mismos, ni da Su vida a nuestro cuerpo para que nosotros la desperdiciemos; tampoco nos suministra Su fuerza para que llevemos a cabo nuestro propio propósito. Si no vivimos exclusivamente para El, El no querrá darnos esta vida. Vemos, entonces, la razón por la cual muchos buscan sanidad y fuerza, pero no la reciben; creen que la salud y la fuerza se les otorga para que ellos disfruten. Buscan la vida de Dios para su cuerpo a fin de sentirse más cómodos, contentos, libres y menos atados a fin de realizar cualquier tipo de acción. Es por esto que permanecen débiles e incapacitados. Dios no nos dará Su vida para nuestro propio uso ni para que expresemos la vida del yo, haciendo que su propósito sufra continua pérdida. Dios espera que Sus hijos lleguen al final de ellos mismos para darles lo que buscan.
¿A qué se refiere “la muerte de Jesús” en el versículo 10? A la vida del Señor Jesús que continuamente da muerte al yo. Toda la vida el Señor se negó al yo. El no hizo nada por Sí mismo, sino que llevó a cabo la obra de Dios. El apóstol nos dice que él permitía que la muerte de Jesús operara en su cuerpo para que la vida del Señor Jesús también se manifestara en su carne mortal. ¿Podemos recibir esta enseñanza? Dios busca a quienes estén dispuestos a aceptar la muerte del Señor Jesús para que El pueda vivir en el cuerpo de ellos. ¿Quién está dispuesto a obedecer voluntad de Dios sin reservas? ¿Quién no iniciará nada por su cuenta? ¿Quién está dispuesto a atacar continuamente el poder de las tinieblas por causa de Dios? ¿Quién se rehusa a usar su propio cuerpo para llevar a cabo algo por sí mismo? Esta clase de persona llena las condiciones para que la vida del Señor Jesús se manifieste en su carne. Si prestamos atención a la muerte, Dios nos cuidará en el aspecto de la vida. Cuando consagremos nuestra debilidad a El, El nos dará Su fuerza.
EL PODER NATURAL Y LA VIDA DE JESÚS.
Si nos consagramos plenamente a Dios, podemos creer que El ciertamente preparó un cuerpo para nosotros. A veces pensamos que habría sido maravilloso haber podido decidir cómo queríamos que fuera formado nuestro cuerpo. Quisiéramos que nuestro cuerpo no hubiera tenido tantos defectos naturales y que tuviera más resistencia, a fin de que pudiéramos disfrutar de una vida más larga sin dolor ni enfermedad. Pero Dios no nos preguntó. El sabía lo que debíamos tener. No debemos culpar a nuestros antepasados por sus errores y pecados, ni debemos dudar del amor ni de la sabiduría de Dios. Todo lo relacionado con nosotros fue decidido antes de la fundación del mundo. Dios ejerció Su inmensa bondad al darnos un cuerpo que fuera propenso a estar limitado por el dolor y la enfermedad. Su propósito no es que abandonemos este cuerpo ni que lo consideremos una carga. El desea que nosotros tomemos un cuerpo nuevo por medio del Espíritu Santo que mora en nosotros. Cuando El preparó nuestro cuerpo, El conocía todas las limitaciones y la fragilidad de éste, y tenía la intención de que deseáramos un cuerpo nuevo por medio de las experiencias dolorosas, un cuerpo que no viva por la fuerza natural sino por la vida de Dios. De esta manera, podemos cambiar nuestra debilidad por Su fuerza y comprender que aunque nuestro cuerpo no haya llegado a ser nuevo, la vida por la cual vive sí es nueva.
El Señor se deleita en llenar cada nervio, cada vaso sanguíneo y cada célula con Su fuerza. El no cambia nuestra constitución débil por una fuerte, ni simplemente nos imparte gran cantidad de fuerza. El desea ser la vida de nuestro cuerpo para que podamos vivir por Él a cada instante. Algunos pueden creer que recibir al Señor Jesús como la vida de nuestro cuerpo significa que Dios lleva a cabo el milagro de transfundir una gran medida de fuerza a nuestro cuerpo para que, como resultado, no suframos más o dejemos de enfermarnos por el resto de nuestra vida. Pero ésta no fue la experiencia del apóstol; él dijo: “Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”. Su carne siempre estaba débil, pero la vida del Señor Jesús continuamente fluía en él. El vivió por la vida del Señor momento a momento. Recibir al Señor Jesús como vida para nuestro cuerpo requiere una dependencia continua. Con nuestra propia fuerza no podemos afrontar nuestras circunstancias ni por un momento, pero al depender del Señor, El nos da la fuerza que necesitamos momento a momento.
Esto es lo que Dios quiso decir cuando le dijo a Jeremías: “Pero a ti te daré tu vida por botín en todos los lugares a donde fueres” (Jeremias. 45:5). Nosotros no nos sentimos seguros en absoluto en nuestra fuerza natural; más bien, nos entregamos a la vida del Señor cada vez que respiramos. Hay una seguridad muy grande en ello porque El vive para siempre. No tenemos ninguna fuerza de reserva por la cual podamos actuar libremente. Por el contrario, cada vez que necesitemos fuerza, tenemos que obtenerla tomando nuestro aliento del Señor. La respiración de un momento nos capacita para vivir ese momento; nada puede guardarse en reserva. Esta es una vida completamente unida y dependiente del Señor. “Yo vivo por causa del Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Juan. 6:57). Esta es la llave de esta vida. Si pudiéramos vivir independientemente del Señor que nos da vida, seríamos conducidos a seguir nuestro propio camino y a perder nuestro corazón de dependencia. Seríamos iguales a los del mundo que desperdician sus fuerzas vanamente. Dios desea que le necesitemos y dependamos de Él continuamente. Así como el maná sólo podía recogerse una vez para el día, nuestro cuerpo debe vivir por Dios hora tras hora.
De esta forma no limitamos nuestra obra con nuestra fuerza natural, ni permanecemos en una continua ansiedad por nuestro cuerpo. Si alguna cosa es la voluntad de Dios, tenemos la osadía de obedecer aunque parezca arriesgado desde el punto de vista de la sabiduría humana. El es nuestra fuerza; así que, simplemente debemos esperar Su comisión. En nosotros mismos no tenemos fuerzas para soportar nada, pero nuestros ojos están puestos en El. No tenemos nada en qué confiar; vamos adelante en victoria sólo por El. Somos demasiado fuertes y no sabemos cómo dejar de confiar en nuestra fuerza ni cómo depender totalmente de El. Su fuerza sólo se puede manifestar en nuestra debilidad; cuanto menos tengamos de qué depender (en nuestra actitud), tanto más se manifestará Su fuerza. Nuestra fuerza nunca podrá laborar juntamente con El. Si pretendemos ayudar a la fuerza de Dios con la nuestra, el resultado no será otra cosa que fracaso y turbación.
Puesto que el Señor requiere que dependamos de El, esta experiencia no debe ser sólo para los que por naturaleza son débiles, sino también para los que son fuertes en lo natural. Algunos creyentes pueden pensar que no necesitan buscar esta clase de experiencia hasta que comiencen a sentirse débiles, ya que sus cuerpos son fuertes, lo cual es un error, pues tanto nuestra fuerza como nuestra debilidad naturales necesitan la vida de Dios. Nada de lo que recibamos en la vida de la vieja creación satisface a Dios. Si el creyente ha sido enseñado por Dios, pondrá a un lado su propia fuerza para recibir la vida de Dios, aun si su cuerpo es tan fuerte que aparentemente no necesita buscar la vida de Dios. Esto no significa que ejercite su voluntad para escoger estar débil, sino que no cree en su fuerza, y tampoco en su propia habilidad. Esta consagración lo salvará de jactarse según su fuerza carnal, lo cual es una enfermedad común de los obreros del Señor. No se atreverá a ir más allá de lo que el Señor le mande. El es como quienes son débiles por naturaleza, quienes sin la fortaleza del Señor no se atreven a hacer nada. Por lo tanto, no se atreve a trabajar más de la cuenta ni a ser descuidado al comer ni a exponerse gratuitamente al peligro como los que son débiles por naturaleza.
Esta clase de vida es crucial para que el yo sea restringido por el Espíritu Santo. De lo contrario, estamos destinados a caer. A algunos creyentes les encantaría tener esta vida, pero no pueden detener completamente sus acciones. Todavía no obedecen la voluntad de Dios y actúan independientemente. En consecuencia, pueden ser admirados por algún tiempo, pero la fuerza de su cuerpo no los sostendrá mucho tiempo. La vida de Dios no es el siervo de nuestra voluntad. El no nos suministrará fuerzas para que hagamos algo que El no ha autorizado. Si hacemos algo aparte de El, Su vida se nos escapa y nos encontraremos una vez más llevando la obra con nuestro pobre cuerpo. Para vivir por Dios, no debemos hacer nada libremente según nuestra propia voluntad; debemos hacer solamente aquello que sepamos con certeza que Dios nos indicó que hiciéramos. Si somos obedientes, veremos que Su vida verdaderamente nos será aplicada; de no ser así, El no nos dará Su fuerza para que le desobedezcamos.
LA BENDICIÓN DE ESTA VIDA.
Si recibimos la vida del Señor Jesús para que sea la vida de nuestro cuerpo, éste será fortalecido por el Señor, y nuestra vida espiritual también prosperará por El.
Comprendimos hace mucho tiempo, por lo menos en teoría, que nuestro cuerpo es para el Señor; sin embargo, debido a nuestro egoísmo, el Señor no ha podido llenarnos. Ahora le entregamos todo a Él. Aceptamos cualquier quebranto que Él traiga sobre nosotros. Presentamos nuestro cuerpo en sacrificio vivo y dejamos de regir nuestra propia vida y nuestro futuro. Ahora entendemos lo que significa presentar nuestro cuerpo al Señor. Lo que nos causaba ansiedad ya no nos conmueve. Aunque el enemigo todavía nos tiente a pensar que esto es muy arriesgado y denigrante, ya no estamos tan temerosos como antes. Sabemos que pertenecemos completamente al Señor. Nada que El desconozca o no permita llegará a nosotros. Cualquier ataque que nos sobrevenga sólo mostrará que El tiene un propósito y que El nos protegerá. Nuestro cuerpo ya no es nuestro. Todos sus nervios, sus células y sus órganos fueron entregados a El. Ya no somos dueños de nosotros mismos; por consiguiente, no tenemos ya la responsabilidad. Si de repente el clima cambia, es responsabilidad de El. Si llegamos a tener insomnio en la noche, no nos pondremos ansiosos. No importa con cuánta furia nos ataque Satanás, siempre recordaremos que es Dios quien lucha y no nosotros. Cuando nos conducimos de esta manera, Dios puede expresar Su vida por medio de nuestro cuerpo. Otros pueden estar intranquilos, desesperados, preocupados o pueden estar tratando ansiosamente de buscar algún remedio cuando son puestos en esta misma condición; pero nosotros podemos vivir tranquilamente para Dios por medio de la fe, porque sabemos que no vivimos por causa de una buena alimentación, de suficientes horas de sueño ni del clima apropiado, sino por la vida de Dios. Por eso, nada puede amenazarnos.
Ahora que los creyentes saben que Dios es para Su cuerpo, todas las riquezas de El están listas para que ellos las apliquen. Cada vez que haya una necesidad urgente, Dios tendrá el suministro; por esta razón, están reposados por causa de la provisión de Dios. No piden más de lo que Dios suple, ni se contentan con menos de lo que El prometió. Antes de que llegue el momento para que Dios actúe, ellos no usan su propia fuerza para ayudarlo. Tienen su mirada en el cuidado del Padre. La gente del mundo puede desesperarse y correr en tales momentos debido al sufrimiento en su carne, pero el creyente mira apacible las riquezas de Dios y sabe esperar el tiempo de Dios, debido a la unión que tiene con El. Tal creyente no pone su vida en sus propias manos. ¡Qué paz es ésta!
En esa condición el creyente el creyente glorifica a Dios en todas las cosas. Suceda lo que suceda, lo considera una oportunidad para manifestar la gloria de Dios. No utiliza sus propios métodos, lo cual eclipsaría la alabanza que Dios merece. El ve la liberación que trae el poder de Dios como una oportunidad para alabarlo.
La meta de los creyentes no debe ser solamente recibir las bendiciones de Dios. El mismo es más precioso que todos Sus dones. Si la sanidad no magnifica a Dios mismo, el creyente no la aceptará. De hecho, si solamente deseamos la protección y la provisión de Dios, o si solamente lo invocamos para escapar de nuestras pruebas ya habremos caído. Dios no viene a ser nuestra vida para que tengamos un corazón que busque su beneficio propio. El creyente que realmente conoce a Dios no busca la sanidad, sino a Dios mismo. No desea la sanidad si ésta no glorifica a Dios o si lo aleja de El. Siempre debe recordar que estará cayendo gradualmente si su meta es buscar el don de Dios en lugar de a Dios mismo. Si el creyente vive exclusivamente para Dios, no estará desesperado por pedir ayuda, ni por buscar bendiciones ni por obtener su provisión, sino que se entregará incondicionalmente a Dios.