El nuevo pacto 1931 capitulo 4 Watchman Nee Libro Book
EL NUEVO PACTO 4
CAPÍTULO CUATRO
EL NUEVO PACTO (4)
Lectura bíblica: Mt. 26:28
Vimos ya que un pacto incluye una promesa y un hecho. Sabemos lo que es una promesa y lo que es un hecho. Examinaremos ahora con detalle lo que incluye el nuevo pacto. Dios nunca ha establecido un pacto con los gentiles. Para ellos no existe ni el antiguo pacto ni el nuevo. Antes del nuevo pacto y por necesidad, hubo un pacto que caducó. Este asunto tiene que ver con el conocimiento bíblico. Yo no tenía ninguna intención de hablar sobre esto, pero, con el fin de ayudar a aquellos que están interesados en el estudio de la Biblia, y que buscan entender el origen del pacto, hablaré acerca de ello. En la Biblia, el nuevo pacto es estrictamente para los judíos, el pueblo de Israel, no para los gentiles. En Jeremías 31:31 dice: “He aquí vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá”. En la Biblia, este versículo relata la ocasión en la que por primera vez Dios hace un nuevo pacto con los judíos. Note que Dios hizo el pacto con la casa de Israel y de Judá. ¿A qué época se refiere el versículo 33 cuando dice: “Después de aquellos días”? La mayoría piensa que se refiere al principio del milenio, cuando finalice la gran tribulación. Estos creen que Dios no hará un nuevo pacto con los israelitas hasta que esto acontezca. Si esto fuera así, Dios no habría efectuado un nuevo pacto con nosotros, y tendríamos que esperar hasta que El hiciera un nuevo pacto con los judíos. Debemos notar que sólo la gracia especial de Cristo nos permite participar del nuevo pacto. La Biblia dice claramente que cuando el Señor Jesús murió, derramó Su sangre para promulgar el nuevo pacto. Esta sangre es la sangre del nuevo pacto. El tiempo para promulgar el nuevo pacto entre Dios y los judíos, como lo menciona Jeremías, será al final de la gran tribulación y al inicio del reino. Sin embargo, el escritor del libro de Hebreos aplica la palabra de Jeremías a nosotros. En Mateo 26:28 dice que la sangre del Señor es la sangre del nuevo pacto, y Hebreos 8:8-13 menciona que el nuevo pacto pertenece a esta era. ¿Cómo podemos explicar esto? Tenemos que comprender que Dios hizo un pacto con Abraham, no con nosotros; y que como Abraham fue justificado por fe, nosotros también. Hoy podemos, de igual manera, disfrutar del futuro nuevo pacto. Nosotros estamos haciendo lo que los israelitas harán en el futuro. Dios nos tiene en este tiempo bajo la bendición del nuevo pacto.
Pablo nos dice en Romanos, que un hombre puede participar por fe del pacto que Dios hizo con Abraham. Este mismo principio se aplica al pacto que Dios hará con los judíos. Si seguimos los pasos de Abraham, participaremos del pacto que Dios hizo con él, y si confiamos en lo mismo que los israelitas confiarán en el futuro, participaremos del pacto futuro. Zacarías dice que un día el pueblo de Israel vendrá, creerá y reconocerá que Jesús es su Salvador, no sólo su Mesías. Si creemos en el Señor Jesús, como los judíos lo harán en un futuro, Dios nos incluirá en Su nuevo pacto. Si creemos en lo que Abraham creyó, recibiremos la bendición que Abraham recibió, y si creemos ahora en lo que los israelitas creerán en el futuro, recibiremos lo que ellos recibirán.
Podemos ver claramente que el nuevo pacto se ejecutará en el futuro, al inicio del milenio. Debido a que el Señor Jesús murió por nosotros, podemos disfrutar con anticipación la bendición de este nuevo pacto. Debemos poner atención a lo que es el nuevo pacto. ¿Cuántos años transcurrieron desde que por medio de Jeremías, Dios dijo que decretaría un nuevo pacto, hasta el tiempo en que el Señor Jesús lo estableció? Fue un lapso muy largo; de cientos de años. Durante ese período, el nuevo pacto era letra muerta. Es una lástima que los judíos no recibieran la bendición del nuevo pacto. Este convenio fue redactado, presentado y leído ante ellos. Sabían que Dios había establecido un nuevo pacto con el pueblo de Israel, pero no lo obtuvieron, ni recibieron la bendición que otorgaba. En el transcurso de Su vida en la tierra el Señor echó fuera demonios, sanó enfermos, multiplicó los panes para alimentar a los hombres y predicó el evangelio. Por mucho tiempo El trabajó discretamente en esta tierra sin mencionar este pacto, hasta que una noche, mientras cenaba con Sus discípulos, habló de este convenio muy antiguo, oculto, sepultado y olvidado, pero muy precioso, confiable y firmado. Este pacto nunca había sido reclamado ni usado por nadie; y de repente el Señor declara que la copa es Su sangre, la cual fue derramada por el nuevo pacto. Desde que vino a la tierra, hasta el tiempo en que murió, el pensamiento central que mantuvo ocupado al Señor Jesús fue el establecimiento del pacto. Sin embargo, no lo mencionó sino hasta esa noche cuando dijo que El ejecutaría este convenio, que la sangre que iba a derramar establecería este nuevo pacto.
El hombre ha olvidado el evangelio completo. Muchos dicen que el Señor Jesús derramó Su sangre para redimirnos del pecado. Aunque esto es cierto, debemos ver que El la derramó también para activar este nuevo pacto. Si el Señor no hubiera muerto, y Su sangre no hubiera sido derramada, el nuevo pacto no se habría efectuado y Dios no lo habría podido establecer con nosotros. El Señor derramó Su sangre para redimirnos; sin embargo, la redención no es la meta principal. La redención es sólo el medio para alcanzar la meta final, la cual es establecer y otorgarnos la bendición de este nuevo pacto. Nuestros pecados son perdonados por medio de la sangre del Señor, pero el propósito de derramar Su sangre era activar el nuevo pacto. Nosotros sabemos que sin derramamiento de sangre no puede haber redención. En Hebreos 9:22 dice que sin derramamiento de sangre no hay perdón. La redención y el establecimiento del pacto, aunque están íntimamente relacionados, son diferentes. Hermanos, recuerden que Dios hizo un testamento en el cual nos dio sabiduría, vida y poder; y si no lo hemos recibido es porque nuestros pecados no han sido eliminados. El pecado se interpone entre Dios y nosotros, y nos priva de disfrutar la sabiduría, la vida y el poder que Dios quiere darnos. Nuestros pecados deben ser eliminados. Si nuestros pecados no son quitados El no puede perdonarlos. El pecado no se extirpa por nuestro esfuerzo, mérito o futuras enmiendas, sino porque el Señor fue crucificado, derramó Su sangre, resucitó de la tumba y ascendió. Dios está plenamente satisfecho; por consiguiente, tiene que perdonar nuestros pecados. La única manera en que nuestros pecados son perdonados es siendo limpios con justicia en la sangre del Señor. Sin embargo, cuando los pecadores quieren ser salvos, tratan cualquier método, sea correcto o incorrecto para lograrlo. Antes rechazábamos la salvación, pero cuando descubrimos que estábamos en peligro de sufrir el castigo eterno en el infierno como resultado del pecado, nos aterrorizamos y probamos muchos métodos para ser salvos. No obstante, ningún método nos ayuda. La manera en que Dios salva no contradice Su justicia, Su santidad, Su naturaleza ni Su voluntad. Antes de ser salvos, éramos sucios y pecadores; no sabíamos que la salvación de Dios era santa, justa y gloriosa, ni que no debe haber conflicto entre Su justicia, santidad y gloria y la salvación de los pecadores. De todas formas no sabíamos ni teníamos interés en estas cosas, ya que estábamos cortos de la gloria de Dios. Dice en Romanos del capítulo tres al cinco, que el Señor fue entregado y crucificado por nuestros pecados, y que resucitó para nuestra justificación. Puesto que éramos pecaminosos, sucios y sin esperanza, estábamos cortos de la gloria de Dios. Pero cuando el Señor Jesús murió y resucitó, recobró la gloria de Dios.
Dios no perdonó nuestros pecados e injusticias ni eliminó el pecado livianamente. Dios juzgó y castigó a los pecadores en Cristo. En El pasamos por el juicio y el castigo y hemos sido salvos.
Conocí en Shanghai a un abogado cristiano que fue salvo después de escuchar un mensaje acerca de la salvación por fe en el Señor Jesús. El se dio cuenta que esta salvación tiene mucha relación con la ley. Según la ley, cuando uno la transgrede, debe ser juzgado y castigado; pero después que cumple la sentencia, deja de ser un transgresor. Si una persona comete un delito y es sentenciado a estar diez años en prisión, después de cumplir esa sentencia, ya no es culpable de ese delito. No lo pueden poner en la prisión de nuevo. Si el afectado lo encontrara en la calle, no le podría hacer nada, porque este hombre ya no es un delincuente. Todos nosotros éramos pecadores, pero ya fuimos juzgados y castigados por Dios; hemos sido librados de nuestros pecados, y nadie puede decir nada en nuestra contra.
Dios salva de una manera que es conforme a Sus justas demandas, dejando que la conciencia lo apruebe. Anteriormente no sabíamos que Dios salva a los pecadores por Su justicia y santidad. Tampoco sabíamos que el pecado tenía que pasar a través de un inexorable juicio y castigo. Dios es santo y justo y no tolera el pecado. Pero debido a que el Señor Jesús murió y resucitó por nosotros, la sangre que El derramó satisface el corazón de Dios. Cuando el santo y justo Dios vio esta muerte, la consideró nuestra muerte y pasó de nosotros; ésta ya no nos afecta.
Dios cuida de Su naturaleza santa y Su justicia y no hace nada que contradiga esto. El actúa conforme a Su naturaleza, en justicia, santidad y gloria. Eso lo califica para salvar a los pecadores. La sangre del Señor es preciosa, y satisface al Dios justo y santo; por eso los pecadores se salvan y llegan a ser justos y sin pecado. Cuando Dios estableció el nuevo pacto, nuestros pecados fueron eliminados. El Señor nos salva eterna y completamente. Cuando Dios aceptó el sacrificio del Señor, removió nuestra suciedad y todo lo que obstaculizaba el camino para ser aceptados por Dios.
La sangre del nuevo pacto eliminó los estorbos y recobró nuestra herencia. La Biblia habla de la obra salvadora del Señor, la cual nos regresa a la casa del Padre, a Su reino y a la herencia eterna que está reservada para nosotros en los cielos. Cuando miramos la sangre, debemos ver que ésta ha quitado algo, pero que también por ella hemos obtenido algo. La sangre nos permite acercarnos a Dios. El no sólo nos ha traído al atrio, ni únicamente nos ha dicho que vayamos en paz porque nuestros pecados han sido perdonados, sino que nos ha pasado a través del velo, quitando así el velo de separación, y nos ha introducido en Su habitación. El ha quitado y limpiado nuestras iniquidades e injusticias y se ha dado a nosotros para ser nuestro todo. Por lo tanto, todo lo que El hace, nosotros también lo podemos hacer. La sangre es un signo grande de suma, pues nos lo añadió todo. Pablo dijo que si Dios no escatimó ni a Su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente también con El todas las cosas? (Ro. 8:32).
La sangre del hijo de Dios no sólo nos redimió, sino que también adquirió una herencia para nosotros los que creemos en el nombre de Su hijo. Demos gracias a Dios porque Su sangre ha removido todo lo que estaba en nuestra contra. La sangre no sólo ha quitado nuestros pecados y todos los obstáculos, sino que también nos ha incluido en el pacto y nos ha dado todo.
Hermanos, ¿saben ustedes cuán eficaz es un pacto? Si no conocemos el pacto de Dios y sólo oramos como nos parece bien, no obtendremos resultados, porque careceremos del poder para pedir lo que deseamos. Pero cuando vemos la efectividad de la sangre, y todas las bendiciones espirituales en los lugares celestiales que esta sangre ha adquirido para nosotros, y todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, y veamos que todas estas cosas son nuestras, nos daremos cuenta que insensato es mendigar que la obra de Dios se realice. Si voy al Banco de Shanghai y les pido que me den cincuenta dólares porque soy muy pobre, y les ruego durante todo el día, pienso que no recibiré nada. Pero si deposito dinero no necesito rogar, lo que tengo que hacer es reclamarlo al banco. Hermanos, ¿hemos visto lo que es un pacto? ¿Hemos visto que esta forma de pedir es vana, sin base? Cuán diferentes son las peticiones con base en un pacto. El pacto es un documento que muestra que el Señor con Su sangre ha adquirido para nosotros todas las cosas pertinentes a la vida y a la piedad. Cuando pedimos de acuerdo al pacto, no estamos pidiendo algo que no sea correcto; estamos reclamando algo que ha estado bajo custodia y que nos pertenece. Una petición basada en el pacto no es una petición vacía, sino el reclamo de lo prometido. Antes de que el Señor muriera necesitábamos pedir y orar. Pero ahora, todas las bendiciones espirituales son nuestras, y lo que nos queda por hacer es reclamarlas y usarlas. Dios está de nuestro lado, y por causa de Su sangre podemos obtener todas las bendiciones, venir a El y reclamarlas. Esto no significa que no necesitemos orar, sino que nuestras oraciones deben demandar, más que pedir. El señor Gordon dijo que a partir del Gólgota, todas las referencias acerca de pedir que se encuentran en la Biblia, deberían ser cambiadas por obtener. Todo aquél que conoce a Dios, al Gólgota, y el significado de la sangre, dirá “amén” a esta palabra. La sangre que fue derramada sobre la cruz en el Gólgota, adquirió para nosotros todas las bendiciones espirituales que se relacionan con la vida y la piedad. Todas estas cosas están guardadas para nosotros, y lo único que tenemos que hacer es reclamarlas. No tenemos que pedir que Dios nos dé lo que El tiene, sino pedirle a través de la sangre, que nos de lo que es nuestro. Por eso decimos que Dios ahora se relaciona con nosotros conforme al principio de la justicia, no conforme a la gracia. Todo lo que el nuevo pacto nos da es según la justicia y es por derecho nuestro. Podemos reclamar todas estas cosas con base en el nuevo pacto.
Necesitamos estudiar específicamente lo que es el nuevo pacto y la diferencia que existe entre la sangre y este convenio. El nuevo pacto es un documento escrito que describe todo lo que incluye nuestra herencia, lo cual fue adquirido por la sangre del Señor. Este documento fue firmado por Dios mismo; confirmando así que la herencia adquirida por el Señor Jesús es nuestra. Tal documento fue comprado a precio de sangre. Uno posee tanto como pueda pagar. El nuevo pacto incluye todas las cosas que la sangre compró.
¿Cuáles son las cosas que la sangre compró? La sangre del Señor nos redimió, y compró todas las cosas que están registradas en el nuevo pacto. Entre ellas hay tres que son muy preciosas, pero las examinaremos más adelante. Debido a que el hombre desconoce los derechos que la sangre le ha otorgado, no sabe cómo dirigirse a Dios, ni cómo hablar con El. Basado en el hecho de que Dios ha llevado a cabo un pacto con el hombre, todas la bendiciones espirituales le pertenecen.
¿Sabe usted cuál fue el primer pacto que Dios hizo con el hombre? Hasta donde sé, la primera ocasión que en la Biblia se habla de un pacto entre Dios y el hombre fue en el caso de Noé. En el relato acerca de este convenio, lo más difícil para Dios era lograr que el hombre entendiera Su voluntad. Dios nos ha hablado en diferentes épocas y de muchas maneras, por medio de los profetas, de la intención que El tiene para con nosotros. El ciertamente desea que conozcamos Su voluntad; pero sin un pacto no podríamos entenderla, ni tendríamos la confianza para orar debidamente.
El hombre tiene la tendencia a dudar de las promesas de Dios. Posiblemente pensemos que tenemos fe. Pero ¿que sucede cuando nos encontramos solos y desamparados sin nadie que nos ayude o nos conforte, o cuando no dependemos de nadie y nos encontramos en una situación de extrema pobreza o nuestros ingresos económicos se ven reducidos? En estas situaciones nos damos cuenta cuán difícil es creer que Dios suplirá nuestras necesidades. Cuando nos encontramos seriamente enfermos, y el doctor nos dice que nuestro estado es crítico, tal vez nuestro corazón nos diga: “¿cómo puedo saber si mi oración me ayudará?” Podemos pensar que debemos orar mucho y seriamente, para que Dios nos sane; y sin embargo, no sabemos cómo creer aún después de orar así, y sentimos que la capacidad de seguir creyendo en Dios se ha terminado. Esta es la razón por la cual muchas personas no oran cuando todo va bien. Piensan que de todas maneras vivirán sin necesidad de orar, y por supuesto, no tienen deseos ni interés de conocer la voluntad de Dios. Sólo cuando el puente se derrumba y el camino desaparece delante de ellas, cuando se dan cuenta que nadie los puede ayudar, empiezan a orar con respecto al problema y reconocen lo valioso que es entender la voluntad de Dios. Siempre que se enfrentan con dificultades, el diablo les pone toda clase de dudas en sus corazones diciéndoles que se han contaminado y que han cometido muchos pecados, que lo que han hecho es terrible, que cómo se atreven a pedirle ayuda a Dios, que El no escuchará sus oraciones. No sólo serán tentados por el diablo, sino que su carne se debilitará, y dudarán de Dios. Tal vez piensen: “¿Cómo puede Dios contestar la oración de alguien como yo?” Dios sabe que nuestra fe es pequeña; por eso dice que ésta es como una semilla de mostaza. El no nos exigirá una fe más grande que esto, porque El sabe que no la tenemos. La semilla de mostaza es la más pequeña de todas las semillas y todo lo que necesitamos es una fe de ese tamaño. Dios sabe que nuestro corazón es pequeño, por eso nos dio toda clase de promesas, para que podamos creer en El. Nunca ha habido alguien que posea una fe muy grande. Dios no puede forzarnos a creer. Por esta razón El ha hecho pactos con el hombre. Si entendemos lo que es un pacto comprenderemos que Dios no demanda que seamos perfectos ni nos reprenderá por no serlo. El conoce nuestros vacíos y entiende nuestras debilidades, y sabe que nuestra fe es muy pequeña y que ésta no puede escalar el muro para llegar hasta El. Así que El descendió al nivel del hombre para pactar con él. El pacto fue iniciado y ordenado por Dios. El conoce nuestra debilidad y nos lo ha dado como un medio para que podamos creer en El.
En el tiempo de Noé, Dios envió el diluvio para destruir al hombre que había pecado en gran manera y estaba lleno de iniquidad. La totalidad de las criaturas vivientes incluyendo al hombre y a los animales, fueron destruidas por el diluvio. Solamente la familia de Noé (ocho personas en total), junto con los animales que ellos hicieron entrar al arca, fueron preservados. A las personas que sobrevivieron después del diluvio, posiblemente les preocupaba que pudiera venir otro y destruyera el mundo de nuevo si ellos volvían a pecar, y que no hubiera otra arca para salvarse. Temiendo perecer estos ocho sobrevivientes permanecieron en el arca durante un año. Durante este tiempo no vieron ni tierra ni gente. De día y de noche todo lo que veían era una gran extensión de agua, y todo lo que escuchaban era el sonido del agua. Cuando las aguas se retiraron, ellos habitaron en un inmenso e inhóspito desierto. No conocían la voluntad de Dios. No sabían si iban a enfrentar otro diluvio devastador como el que habían pasado, o si Dios los guardaría del hambre y la sed. Tampoco sabían si Dios permitiría que la tierra volviera a producir alimento, y si podían vivir en ella en paz sin temor de perecer. Dios sabía que era difícil que el hombre entendiera Su buena voluntad; por lo cual, le dio algo de que asirse, un pacto: “He aquí que Yo establezco mi pacto con vosotros, y con vuestros descendientes después de vosotros; y con todo ser viviente que está con vosotros; aves, animales y toda bestia de la tierra que está con vosotros, desde todos los que salieron del arca hasta todo animal de la tierra. Estableceré mi pacto con vosotros, y no exterminaré ya más toda carne con aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra. Y dijo Dios: Esta es la señal del pacto que yo establezco entre mí y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros, por siglos perpetuos: Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra. Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes. Y me acordaré del pacto mío, que hay entre mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne; y no habrá más diluvio de aguas para destruir toda carne. Estará el arco en las nubes, y lo veré y me acordaré del pacto perpetuo entre Dios y todo ser viviente, con toda carne que hay sobre la tierra. Dijo, pues, Dios a Noé: Esta es la señal del pacto que he establecido entre mí y toda carne que está sobre la tierra” (Gn. 9:8-17). Dios hizo un pacto con Noé porque sabía que a la familia de Noé, después de salir del arca y debido a la experiencia que habían pasado, le preocupaba el futuro y temía que El no los protegiera de la destrucción de otro diluvio. Cuando Noé creyó en las palabras de Su pacto, tuvo paz y no temió más. Por este pacto pudo creer en Dios y descansar. Esta es la función de un pacto. Cuando el hombre no conoce o no entiende la voluntad de Dios, El le da un pacto para que se aferre a él. Por medio del pacto podemos conocer la voluntad de Dios.
La historia de cómo Dios cuida del hombre es muy similar a la historia de los pactos que hace con el hombre. Dios ha hecho que el hombre participe en estos pactos. Abraham, Isaac, Jacob, David y todos los creyentes del pasado y del presente han tenido parte en estos pactos. La Biblia en su totalidad habla de los pactos de Dios. Todas las bendiciones que Dios dio a Noé, Abraham, David, a los judíos y a los creyentes del presente están contenidas en estos pactos, para que el hombre no dude más de El, sino que crea en Su palabra. Por causa de nuestra debilidad e incredulidad, Dios está dispuesto a permanecer atado y restringido por los convenios que ha hecho con el hombre. Todo lo que necesitamos hacer es pedir de acuerdo a este documento legal.
Después de que Salomón concluyó la edificación del templo, entendió que Dios había hecho un pacto con David su padre, oró para que Dios cumpliera las palabras que había prometido con Su propia boca. Salomón se apropió de las palabras que Dios había dado a David y le demandó que cumpliera Su promesa. Nosotros ahora contamos con el nuevo pacto que Dios ha establecido, lo único que tenemos que hacer es pedir que Dios cumpla en nosotros lo que prometió en Su pacto. Dios es infinitamente grande y aparentemente inalcanzable. Por causa de Su grandeza, no nos atrevemos a acercarnos a El ni sabemos como orar. Pero se ha limitado a Sí mismo por causa de estos pactos, de tal manera que nos podamos acercar, orar, clamar a El y hablar con El.
Cuando conocemos la grandeza y riquezas que el nuevo pacto contiene, comprendemos lo vastos que son el amor y la gracia de Dios. Si no existieran estos pactos, ¿cómo podríamos negociar con Dios y hablar con El? Si El no nos hubiera dado Su gracia, ¿existirían estos convenios? Si sólo tuviéramos una fe pequeña y débil, ésta sería como la luz tenue de una vela débil y vacilante frente al viento. Pero podemos asirnos del timón de Dios que hallamos en Su palabra, para que El nos conteste y supla todas nuestras necesidades.
Recordemos la palabra de Isaías que dice: “Hazme recordar” (Is. 43:26). Esto indica que, al igual que nosotros, Dios tiende a olvidar y tenemos que recordarle. Si oramos y no hemos recibido nada, debemos recordarle a Dios diciéndole: “Señor, acuérdate del pacto que hiciste conmigo, cumple Tu promesa”. Si hace esto, seguramente lo recibirá. (Esta palabra es únicamente para aquellos que conocen al Señor en una manera profunda.)
En Hebreos 13:20-21 dice: “Ahora bien, el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, en virtud de la sangre del pacto eterno, os perfeccione en toda obra buena para que hagáis Su voluntad, haciendo El en nosotros lo que es agradable delante de El por medio de Jesucristo; a El sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”. ¿Qué debemos hacer? La oración de este creyente, uno de los hombres de oración más grandes en toda la Biblia, dice que Dios, mediante Jesucristo, hará en nosotros lo que es agradable a Sus ojos. ¡Qué oración tan maravillosa! El le pide a Dios “en virtud de la sangre del pacto eterno”. Pide que el Señor Jesús viva en nosotros, y que podamos hacer las cosas que son agradables ante Dios. El basa su petición en el pacto eterno, el testamento que Dios hizo cuando resucitó al Señor Jesús de la muerte. Esta oración excelente no es otra cosa que una demanda basada en el pacto eterno, el cual fue establecido por la sangre que el Señor derramó. Debemos tener la fe que nos permita orar apoyados en el pacto. Esta clase de oración es poderosa y efectiva. Si creemos en el pacto, seremos fortalecidos y oraremos con osadía.
Hermanos, ¿cuál es la oración que se basa en el pacto? La oración del escritor de Hebreos es una de ellas. En la Biblia hay muchas oraciones como ésta. Desafortunadamente nadie ora conforme a lo estipulado en el pacto, pidiendo las riquezas prometidas en Cristo, para poder así glorificar a Dios.
Por último, debemos recordar que tenemos el derecho de orar y de pedir que Dios actúe según Su pacto. Debemos recordarle que El hizo un convenio con nosotros, y que debe cumplir lo establecido en él. Tengo que repetir una vez más que orar sin fe es en vano. Supongamos que un amigo le da un cheque de una gran cantidad de dinero para que lo cobre cuando usted quiera. Si usted no endosa el cheque, no lo podrá obtener. La culpa será suya. El Señor Jesús vino a la tierra, fue crucificado, derramó Su sangre y activó el nuevo pacto para que podamos negociar con El. Si no ejercitamos nuestra fe para reclamarlo y aplicarlo, estas cosas no tendrán ningún efecto en usted. Algunos creyentes carecen de fe. Y no me refiero a los creyentes que se han enfriado, sino a aquellos que son considerados como fervientes cristianos. Estos oran según les parece, pensando que si se arrepienten, prometen hacer el bien y se esfuerzan por ser buenos cristianos, Dios contestará sus peticiones.
Basándonos en el nuevo pacto podemos ejercitar nuestra fe para apropiarnos de todas esas riquezas.