Watchman Nee Libro Book cap.4 El ministerio de la palabra de Dios

Watchman Nee Libro Book cap.4 El ministerio de la palabra de Dios

LA CUMBRE DEL MINISTERIO DE LA PALABRA

CAPÍTULO CUATRO

LA CUMBRE DEL MINISTERIO

DE LA PALABRA

UNO

En el ministerio de la Palabra, además del Señor Jesús, quien es el Verbo hecho carne, están los ministros del Antiguo Testamento y los ministros del Nuevo Testamento. En principio, los ministros del Antiguo Testamento no tenían percepción ni iniciativa propia. Aunque Jeremías, Isaías y muchos otros profetas del Antiguo Testamento experimentaron hasta cierto punto lo que anunciaban, dicha experiencia era muy personal, no según el principio de los ministros de la Palabra. Como regla general, Dios usaba al hombre para que anunciara Su palabra textualmente. Esto era lo que hacía de estos hombres oráculos de Dios. Lo único que ellos hacían era recibir y comunicar la palabra de Dios. Por esta razón, aun Saúl fue contado como uno de los profetas (1 S. 10:10), y también lo fue Balaam. Había una estrecha relación entre la Palabra de Dios y los que la anunciaban. El hombre era como un tubo en el cual entra agua por un extremo y sale por el otro. El tubo sigue siendo el tubo y tiene muy poca relación con el agua. Lo único que se requería para preservar la revelación de Dios, era que el hombre fuera exacto en sus palabras, lo cual no era muy difícil.

Pero los ministros del Nuevo Testamento son diferentes. Si un ministro neotestamentario está al nivel de Dios, su ministerio es más glorioso que el de los ministros del Antiguo Testamento; de lo contrario, representará un gran peligro para la Palabra de Dios. Dios confía Su palabra al hombre, la pone delante de él y permite que la exprese usando sus propios pensamientos, sus sentimientos, su entendimiento, su memoria y sus palabras. Si aún así, el hombre expresa la Palabra con pureza, su ministerio es mucho más glorioso que el del Antiguo Testamento. Es un honor para el hombre poder participar en la proclamación de la Palabra de Dios sin cambiarla ni adulterarla. El más mínimo problema o deficiencia por parte del ministro distorsiona la Palabra.

Posiblemente algunos se pregunten por qué Dios tiene que usar un método tan difícil para comunicar Su palabra. Este interrogante es como el de los incrédulos que se preguntan por qué Dios no suprimió el árbol del conocimiento del bien y del mal, y por qué no creó un hombre que no pecara. Según ellos, esto habría eliminado el peligro de pecar, y Dios no habría tenido que redimirnos. Podemos decir en respuesta a estas preguntas que Dios no desea que Sus criaturas sean autómatas sin voluntad. Para Dios sería fácil crear una máquina que siguiera Sus instrucciones fielmente, lo cual haría innecesaria la participación del hombre. Pero esto no lo glorificaría en absoluto. Esta clase de obediencia y de virtud no tiene ningún valor para Dios. Una entidad así nunca se equivocaría ni pecaría, pero tampoco sería santa. Dios desea un pueblo que pueda distinguir entre la izquierda y la derecha, entre lo correcto y lo incorrecto, y que pueda escoger entre el bien y el mal. Si el ser que Dios creó escoge someterse a El, dicha decisión honra a Dios más que la obediencia de un autómata. Dios le dio al hombre el libre albedrío para que escoja entre el bien y el mal. Aunque existe el riesgo de que uno escoja el mal, la decisión de escoger el bien honra a Dios. Es por esto que Dios no creó un muñeco que sólo hiciera el bien, sino a un hombre con libre albedrío, con la capacidad de escoger entre el bien y el mal. Dios desea que el hombre escoja el bien y la obediencia por su propia voluntad, pues esto lo honra a El.

Este mismo principio se puede aplicar al ministerio de la Palabra en el Nuevo Testamento. Hay infinidad de obstáculos que impiden que Dios transmita Su palabra por medio del hombre. Para Dios no es ningún problema hablar directamente o por medio de los ángeles. Inclusive, le es más fácil usar un asno que un hombre, ya que el asno no es tan complicado como el hombre. Un asno no pone trabas en su mente, ni usa su propio entendimiento, ni su memoria, ni su intención ni su espíritu. Cuando se le ordena que hable, simplemente habla. Dios hizo hablar a un asno, pero esto fue una excepción. Lo hizo porque el profeta iba por el camino errado, pero no tenía la intención de valerse del asno para reemplazar al profeta; El todavía desea que el hombre sea Su profeta; quiere usar al hombre, el cual fue creado específicamente con este fin. Cuando Dios creó el mundo, Su intención no era hacer una máquina que tuviese la capacidad de predicar pero que fuese sumisa y sin voluntad. El busca personas que tengan libre albedrío. Obviamente éste es un gran riesgo; sin embargo, Dios corre el riesgo y confía Su palabra al hombre, pese a que éste es complicado, pecador, vil y débil, y a que está rodeado de los problemas que acarrean el hombre exterior, el hombre natural y el hombre carnal. Todos estos factores se oponen a Dios; pero aún así El desea confiar Su palabra al hombre. ya que Su gloria es mayor cuando éste vence todos estos obstáculos.

Dios desea hablar por medio del hombre, pero éste es bueno y malo a la vez; entonces, cabe la posibilidad de que al comunicar la Palabra, lo haga fielmente o la distorsione. Es obvio que Dios tiene que hacer una obra muy grande en el hombre antes de confiarle Su Palabra, a fin de que éste la comunique de una manera correcta.

DOS

En 1 Corintios 7 vemos que Dios escogió a Pablo para que fuera un ministro de Su palabra y lo perfeccionó a tal grado que su ministerio llegó a ser la expresión de la inspiración divina. Cada una de sus palabras es exacta. Sus palabras, además de contener la Palabra de Dios, son concisas y cada frase cumple su cometido. ¿Cómo adquirió Pablo este ministerio? Siendo disciplinado por Dios. La labor que Dios hizo en Pablo fue tan grande que los pensamientos de éste, sus palabras, sus decisiones y sus opiniones eran correctas, exactas y aprobadas por Dios. Para Dios, Pablo tenía la exactitud de una persona, no la de una máquina. A Dios le place que el hombre exprese Su Palabra. En Pablo podemos ver cómo Dios deposita Su palabra en el hombre y cómo la expresa por medio de éste. El hombre no se limita a repetir literalmente la Palabra de Dios. Si la proclamación de ésta se diera de ese modo, la tarea sería fácil, pero Dios no actúa así, sino que entrega Su Palabra al hombre, y éste la escudriña con la mente. Dios, entonces, le da luz, la cual éste capta en su mente. Dios pone Su cargamento en el hombre, y éste lo expresa con sus propias palabras. Es el hombre el que piensa, el que indaga y el que habla, mas cuando expresa su sentir, Dios lo reconoce como Su propio sentir.

En el ministerio neotestamentario de la Palabra, Dios no dicta un mensaje a fin de que uno lo repita con puntos y comas. Cuando Dios revela Su Palabra como una llama, su luz ilumina el espíritu del hombre y crea un sentir en él y luego desaparece rápidamente; así que el hombre tiene que comprender su significado valiéndose de su mente e imprimiéndola en la misma antes de que desaparezca; además debe orar para que Dios le dé facilidad de expresión a fin de cristalizar la luz que recibió. Puede ser que mientras esté absorto en esto, le llegue una frase, la cual debe anotar; o puede ser que tenga un sentir o discernimiento acerca de algo; entonces debe dar su parecer. Al expresar su sentir, su espíritu se libera, y cuanto más habla, más puede comunicar la luz que recibió. En cierto momento, siente que su carga ha sido descargada completamente. Lo que usted ha dicho es su sentir u opinión; sin embargo, Dios lo reconoce como proveniente de El mismo.

¿Podemos ver cuán diferente es esto de la aserción dogmática de la imaginación humana? Usted es el que habla, escribe y ejerce su propio criterio, pero debido a que Dios lo quebrantó, El reconoce lo que usted dice como Su propia palabra. Este es el significado del ministerio de la Palabra. Todo lo que hay en su interior es una luz, un sentir. Sin embargo, puesto que posee opiniones, sugerencias y sentimientos, mientras medita en el sentir que tiene, Dios le da algunas palabras que explican ese sentir. Entonces usted lo expresa, y al hacerlo, Dios lo cuenta como Su propio sentir. El hombre tiene que ser totalmente depurado a fin de ser un ministro de la Palabra. Si los pensamientos, las emociones y las decisiones de una persona no son acertadas, no puede ser ministro de la Palabra de Dios. No se puede confiar en la opinión de una persona a quien Dios no ha corregido; y Dios tampoco puede considerar la palabra de ella como si fuera Su palabra. Muchas veces, tan pronto un hermano comienza a hablar, uno puede determinar si lo que dice procede de sí mismo o de Dios.

La confianza que Dios tiene en Sus ministros es tal que simplemente les da una luz o un sentir y deja que ellos tomen sus propias decisiones. Aunque ellos brindan sus propias sugerencias y propuestas, Dios confía en sus actividades. Dios opera en el hombre a tal grado que éste llega a tener Sus mismas opiniones, Sus pensamientos, Sus sentimientos y Su perspectiva. Si nuestro deseo es uno con el de Dios, y amamos sin fluctuar lo que El ama, lo que expresemos irá acompañado de la presencia del Espíritu. Por una parte, damos nuestro propio parecer, y por otra, el Espíritu de Dios está en lo que decimos. Cuando hablamos, El sustenta nuestra palabra. Es así como predican los profetas neotestamentarios. Este es el ministerio de la palabra en el Nuevo Testamento.

TRES

Examinemos nuevamente el carácter de Pablo según se ve en 1 Corintios 7. Leemos en el versículo 6: “Mas esto digo por vía de concesión, no por mandamiento”. Esto es lo que Pablo consideraba sabio; sin embargo, no lo imponía como mandamiento. El tenía mucha claridad en lo que percibía. Sabía que su entendimiento era correcto, pero no lo comunicaba como un mandamiento. ¡Qué fineza y ternura había en Pablo! ¡Qué prudencia! El sabía que su sugerencia era correcta; no era un mandamiento sino una concesión por causa de las ideas de otros. Al leer el versículo 40, nos damos cuenta de que ésta era la palabra del Espíritu de Dios. O sea que Pablo hablaba con el consentimiento del Espíritu de Dios. Pablo pensaba, igual que el Espíritu, que su propuesta era bien recibida. Dios estaba completamente amalgamado con los sentimientos de Pablo. En nuestros mensajes acerca de la autoridad de Dios, recalcamos el profundo significado de que el Señor Jesús nos confíe Su nombre; lo mismo sucede cuando Dios nos confía Su palabra. Supongamos que alguien está pasando por dificultades y le recomendamos que hable con cierta persona y le aseguramos que respaldaremos todo lo que ella diga y que sus palabras se pueden considerar como nuestras. Este es un compromiso muy arriesgado que podría traernos serias consecuencias. ¿Confiaríamos en esta persona si supiéramos que tiene un carácter inestable?

Esto es lo que sucede con los ministros de la Palabra hoy. Dios no les dicta el mensaje palabra por palabra para que lo comuniquen a fin de que nosotros lo memoricemos. Hacer esto es fácil, sólo sería cuestión de repetir lo que Dios nos dijera. Supongamos que el mensaje constara de seiscientas palabras; nuestra responsabilidad acabaría al recitarlas. Pero Dios no quiere que hagamos eso. El quiere depositar Su palabra en nuestro ser, para que después de que la absorbamos brote de nosotros como agua viva. Dios nos da luz, un sentir y las palabras con las cuales expresarlo. El Dios del cielo nos exhorta a que hablemos por El en la tierra, y a la vez nos permite decir lo que pensamos. Es obvio que quien conoce a Dios no se atreve a hablar livianamente.

La responsabilidad que tiene un ministro de la Palabra no es insignificante. Cuando una persona habla por Dios, lo que dice pasa por sus sentimientos, pensamientos y opiniones; así que su discernimiento tiene que ser exacto, y sus propuestas correctas. El ministro de la Palabra debe ser depurado por Dios a fin de que sus sentimientos lleguen a ser finos y tiernos, puesto que representan los sentimientos de Dios. Aun cuando sea su propio sentir, libre de influencias externas, está unido a Dios. Lo que Pablo expresa en 1 Corintios 7 no es insignificante.

Pablo usa en 1 Corintios 7:7 la expresión “quisiera”. La palabra griega de la cual proviene esta palabra se usa nuevamente en el versículo 32, y nos muestra cómo era Pablo por dentro. Deseaba que los corintios fuesen como él. Sin embargo, al leer el versículo 40, nos damos cuenta de que en realidad ese anhelo procedía del Espíritu Santo. Lo que Pablo quería, era lo que Dios quería. ¡Cuán cuidadoso debía ser Pablo al expresar su deseo! ¿Qué habría acontecido si él hubiera deseado algo equivocado? La palabra de Dios habría sido confusa. El deseo que Pablo tenía en su espíritu era un sentimiento muy delicado. ¿Qué habría pasado si hubiera deseado algo erróneo? Dios tenía total control sobre los tiernos sentimientos de este hombre. Por lo tanto, cuando él deseaba algo, verdaderamente era el Espíritu Santo el que lo deseaba en él.

Vemos a un hombre cuyos sentimientos estaban puestos en las manos de Dios. El Señor podía confiar en Pablo. Hermanos, ¿puede el Señor usar nuestros sentimientos? ¿Puede confiar en nosotros? Para que esto sea posible necesitamos ser quebrantados. No hay otra manera. Los sentimientos de Pablo estaban completamente en las manos de Dios. Dios podía confiar en ellos, pues eran exactos y fidedignos. Leemos en el versículo 12: “Y a los demás yo digo, no el Señor”. Pablo no percibía claramente que era el Señor el que hablaba, por eso dice que era su parecer. Sin embargo, al final dice que él tenía el Espíritu de Dios. Qué maravilloso ver que Pablo llegó a semejante experiencia.

En el versículo 25 él expresa claramente su parecer ante el Señor: “En cuanto a las vírgenes no tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como uno a quien el Señor ha concedido misericordia para ser fiel”. He aquí un hombre que había seguido al Señor por muchos años y a quien el Señor había concedido misericordia muchas veces. Esta misericordia lo había hecho fiel. El era mayordomo de Dios, ministro de Cristo, distribuidor de los misterios de Dios y fiel (4:1-2). ¿A qué era fiel Pablo? A su ministerio. Dios le confió misterios a Pablo y puso Su palabra en sus manos. El requisito principal para ser ministro de la Palabra es la fidelidad. Puesto que Pablo había obtenido misericordia de parte del Señor para ser un ministro fiel, podía dar su parecer. El no había recibido ningún mandamiento de parte del Señor en este caso y, por ende, no se atrevería a dar una orden; pero debido a su experiencia como mayordomo de los misterios de Dios y oráculo de Su Palabra, podía dar su parecer. Pablo había recibido misericordia de parte de Dios; había estado en contacto con lo espiritual; había tenido contacto con asuntos similares muchas veces y había aprendido muchas lecciones delante de Dios. Poco a poco había adquirido experiencia. En esta ocasión, Pablo no tenía mandamiento de parte del Señor; no obstante, les habló a los corintios basándose en lo que había visto y aprendido a lo largo de los años. El dio su parecer porque no se atrevió a decir que sus palabras eran mandamiento del Señor. Sin embargo, Dios aprobó y reconoció el sentir de Pablo como Su propio parecer. ¡Qué honor! Tenemos que alabar al Señor por esto. Este es un hombre que había recibido misericordia para ser fiel y cuyo parecer fue completamente reconocido por el Señor.

CUATRO

¿En que consiste la obra que el Espíritu Santo forja en el hombre? Tenemos que darnos cuenta de que el Espíritu de Dios no sólo reside en el hombre, sino que también se forja en él y lo constituye de Sí. No pensemos que el Espíritu Santo mora en nosotros como lo haría una persona que ha vivido en la casa de alguien por diez o veinte años, y luego se marcha y deja todo tal como lo encontró. No. El Espíritu Santo se inscribe en el hombre, se forja en él y lo constituye de Sí, labrando en él gradualmente el carácter del Señor. Podemos ver que hasta una casa, después de cierto tiempo, refleja las características de sus ocupantes. La investidura de dones sobre una persona no produce ningún cambio en ella, pero la morada del Espíritu Santo en ella ciertamente manifestará rasgos del carácter celestial, pues dicha persona llevará fruto del Espíritu. Ese fruto es el cambio efectuado en su carácter. Dios reconstituye el carácter del hombre por medio de la obra del Espíritu Santo. La operación del Espíritu Santo cambia la mente, los sentimientos, las opiniones y los conceptos del hombre. Esta obra forja algo en el hombre que cambia su forma de ser.

El servicio de Pablo como ministro de la Palabra no consistía en darle la oportunidad al Espíritu de que hablara por medio de él, sino en que su carácter estuviera constituido del Espíritu. El fruto del Espíritu de la Trinidad divina es aquello que se manifiesta en el carácter del hombre. El Espíritu opera en el hombre continuamente inscribiendo y podando hasta forjar cierto carácter, un carácter genuinamente humano, pero producido y engendrado por la obra del Espíritu Santo. La edificación que el Espíritu efectúa en el hombre lo transforma de gloria en gloria.

La Biblia nos muestra que la transformación es una verdad básica y también una experiencia fundamental. Podemos ver esto en Filipenses 3 y en 2 Corintios 3. Aunque admitimos que nuestra carne nunca cambiará, creemos que el Señor nos transformará y nos dará un carácter nuevo. El Espíritu del Señor no se limita a residir en nosotros, sino que vive en nosotros como nuestra vida. Es inconcebible que el Señor more en una persona y sea su vida por diez o veinte años sin que se produzca ningún cambio en ella. Cuando el Espíritu del Señor mora en nosotros, llega a ser nuestra vida y produce un cambio en nuestra mente, en nuestros sentimientos, en nuestro criterio y en nuestras opiniones. Nuestro corazón y nuestro espíritu tienen que cambiar. Anteriormente sólo teníamos la carne, pero la cruz la quebrantó y la venció. Ahora nuestro ser tiene una nueva constitución y nuevos frutos. ¿Qué es, entonces, la constitución que el Espíritu efectúa? Es el resultado de la edificación y la constitución que Dios hace en el hombre, las cuales son sólidas, firmes e inmutables.

El Señor laboró en Pablo y tuvo misericordia de él muchas veces, hasta constituirlo una persona fiel. Esta fidelidad es la actitud que Pablo tenía hacia su ministerio. El admitió que en cierto asunto, aunque no tenía mandamiento del Señor, daba su parecer. El parecer de Pablo era el resultado de la constitución del Espíritu Santo en él. Lo que él decía no era una simple inspiración, sino el resultado de la constitución interna que Dios había forjado en él. Al final, sus palabras, que eran el producto de su constitución, llegaron a ser palabras de inspiración. ¡Esto es algo admirable! Cuando una persona habla bajo la inspiración del Espíritu Santo, está consciente de que Dios habla por medio de ella; pero no sucede lo mismo cuando el Espíritu Santo se ha forjado en ella, porque aunque piensa que expresa su propio parecer, en realidad sus palabras se convierten en las palabras del Espíritu Santo. Esta es la razón por la cual Pablo dijo que también él tenía el Espíritu de Dios. Necesitamos que la obra de constitución del Espíritu Santo inscriba, forje y opere en nosotros hasta que nuestras opiniones, nuestras palabras, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos no contradigan la Palabra de Dios. Cuando esto ocurre, somos aptos para ser ministros de ésta.

El carácter que el Espíritu Santo forja en el hombre es diferente en cada uno. La predicación de Pablo expresa sus rasgos personales; y los mensajes de Pedro llevan consigo un tono que los distingue. Es por eso que el estilo de sus epístolas es distinto al de Pablo. Lo mismo sucede con Juan, cuyos escritos son diferentes a los de ellos. Cada autor tiene su estilo. Sin embargo, el Espíritu, de una manera maravillosa, asume el estilo de todo aquel que está constituido de El. Si los sesenta y seis libros de la Biblia tuvieran un solo estilo, sería muy monótona. La gloria de Dios se manifiesta en los diferentes estilos de quienes han experimentado la obra de constitución del Espíritu Santo. La Palabra puede ser expresada en diferentes formas, aún así, sigue siendo la palabra del Espíritu Santo. A todo aquel que sea dócil a la disciplina del Espíritu Santo se le concede la libertad de expresar sus características personales. En la creación no hay dos entes que sean idénticos. Si observamos los árboles, vemos que todos son diferentes; lo mismo sucede con las hojas; las estrellas tienen cada una su propia gloria. Y si observamos los rostros de las personas, notaremos que no hay dos que sean idénticos. Del mismo modo, lo que el Espíritu Santo constituye es diferente en cada persona. Tanto Pablo como Juan estaban llenos del amor del Espíritu; sin embargo, cada uno lo manifestó de diferente manera. Dios no necesita que haya uniformidad. Cada persona tiene su propia personalidad y también una constitución del Espíritu Santo diferente.

Hermanos, no digo con esto que todos podemos seguir el ejemplo de 1 Corintios 7. En toda la Biblia, solamente este capítulo presenta un caso tan notable. Sin embargo, si el Señor no nos guía a hablar de esa manera, cometeremos un grave error si damos nuestro parecer. En 1 Corintios 7 se nos revela qué clase de persona era Pablo, lo cual nos ayuda a entender los libros de Efesios, Colosenses, Romanos y Gálatas. Sabemos que Colosenses es un libro muy elevado y que Romanos presenta claramente el evangelio, pero en 1 Corintios 7 se nos revela la persona que escribió estos libros. En esto vemos lo valioso que es ese capítulo.

Vemos en 1 Corintios 7 un hombre cuyos sentimientos, pensamientos, opiniones y palabras son dignas de la confianza de Dios. Cuando la Palabra de Dios entraba en él, no se contaminaba, sino que llegaba a ser una revelación profunda. Si no tuviéramos dicho capítulo, únicamente sabríamos lo que el Espíritu Santo hizo por medio de Pablo, no lo que hizo en él. Este capítulo nos muestra a un hombre cuyos sentimientos, pensamientos y palabras eran fidedignos, y no obstruía la palabra de Dios ni consciente ni inconscientemente. Si no somos fidedignos, obstruiremos la Palabra de Dios, aunque El nos la haya dado. El Señor no puede encomendar Su revelación y Su luz a aquellos cuyos pensamientos, sentimientos, opiniones y palabras no son confiables, ni los puede reconocer como ministros de la Palabra.

Hermanos, la revelación que contienen las epístolas a los Romanos, a los Gálatas y a los Colosenses es muy elevada, y la de Efesios lo es más aún, pues esta epístola presenta la cumbre de la revelación divina. Con todo y eso, son las epístolas a los Corintios las que nos muestran la clase de persona a quien Dios le confía Su revelación. Pablo era una de esas personas. El era fiel y digno de confianza. Debido a esto, no afectó negativamente la Palabra de Dios. Por el contrario, hubo tanta gloria en su constitución que su estilo fue adoptado para perfeccionar la Palabra de Dios. La personalidad y las expresiones idiomáticas de Pablo contribuyeron a que la Palabra de Dios fuera más rica y gloriosa. Es un gran honor poder ser usado por Dios, es decir, que nuestros elementos humanos puedan ser usados sin que ellos comprometan la perfección de la Palabra de Dios, sino que por el contrario resalten Su gloria, Sus riquezas y Su perfección.

Que Dios tenga misericordia de nosotros y nos permita anunciar Su Palabra. Que podamos ver que debemos seguir una senda específica a fin de ser ministros de la misma. Hay una necesidad urgente de la Palabra de Dios. Roguémosle a Dios que nos conceda Su luz, Su palabra y la disciplina interna que nos moldea y nos transforma profunda y completamente. Aun nuestros más íntimos pensamientos tienen que ser fieles a Dios. Cuando éstos son expresados, se consideran los sentimientos del Señor, y cuando expresamos nuestras inclinaciones, se consideran la obra del Espíritu Santo. Es nuestro amor y nuestra paciencia lo que fluye; aún así, dicho amor y dicha paciencia son el resultado de la obra frecuente, profunda y completa que realiza el Espíritu Santo en nosotros. Por medio de dicha operación podemos llevar este fruto. Cuando somos constituidos del Espíritu Santo, el fruto es expresado de una manera espontánea. Hermanos, a medida que el Espíritu Santo realiza Su obra en nosotros y nos reconstituye, espontáneamente expresamos el sentir del Espíritu; pensamos lo que el Espíritu piensa, y nuestro parecer es la opinión del Espíritu. Cuando esto ocurre, Dios nos confía Su palabra para que la proclamemos. Todos se darán cuenta de que nuestras palabras son la Palabra de Dios, y Dios recibirá la gloria.

La pregunta fundamental que debemos hacernos hoy es: ¿Podrá Dios ponerse en nuestras manos? Debemos ver que el problema no radica en Su palabra sino en los ministros. Sin ministros la Palabra de Dios no puede ser expresada. Hoy, como en el pasado, Dios sigue hablando. El no tiene la intención de eliminar en la iglesia el ministerio profético, ni el de enseñar, ni el de evangelizar. El mayor problema que enfrentamos en la actualidad es la escasez de ministros. De nosotros depende si hay ministros en la iglesia y si éstos abundan. Esta es nuestra responsabilidad. Ojalá que despertemos a la realidad y nos demos cuenta de que de nosotros depende que no haya pobreza ni oscuridad en la iglesia. Hagamos un voto solemne ante el Señor y digámosle: “Señor, estoy dispuesto a ser quebrantado. Quebrántame para que Tu palabra pueda abrirse paso en mí”. Que el Señor tenga misericordia de nosotros.