Watchman Nee Libro Book cap. 39 Mensaje para edificar a los creyentes nuevos
LAS ENFERMEDADES
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
LAS ENFERMEDADES
Con respecto a las enfermedades hay ciertas cosas que debemos considerar delante de Dios.
I. LAS ENFERMEDADES ESTÁN RELACIONADAS CON EL PECADO
Antes que el hombre pecara, no había enfermedad en él y jamás se enfermó. El hombre conoció las enfermedades únicamente después que pecó. En un sentido general, podemos afirmar que las enfermedades, al igual que la muerte, provienen del pecado. Fue por medio de la caída del hombre que tanto el pecado como la muerte vinieron al mundo. Tal como la muerte vino a la humanidad por medio del pecado, también las enfermedades vinieron a la humanidad por medio del pecado. Si bien nosotros no cometimos personalmente el pecado de Adán, de todos modos, la humanidad está identificada por completo con Adán. La muerte llegó a todos debido al pecado que Adán cometió. Donde hay pecado, hay muerte. Y entre el pecado y la muerte hay algo que se llama enfermedad. En términos generales, esta es la causa de las enfermedades.
Sin embargo, hay dos motivos distintos por los cuales un hombre se enferma. Una clase de enfermedad tiene su origen en el pecado, mientras que la otra clase de enfermedad no es el resultado del pecado; algunas enfermedades no son motivadas por el pecado. Debemos separar estas dos clases de enfermedades. Ciertamente no habría enfermedades si no existiera el pecado, así como no existiría la muerte si no existiera el pecado. Las enfermedades no existirían si en este mundo no existiera la muerte, pues juntamente con el pecado viene la muerte, y con la muerte vienen las enfermedades. Las enfermedades de muchos individuos son causadas por el pecado, pero en el caso de otras personas, sus enfermedades no son causadas por el pecado. Tenemos que comprender la relación que existe entre las enfermedades y el pecado, tanto en lo que concierne a las personas individualmente como en lo que respecta a la humanidad en general.
A. Algunas enfermedades son causadas por los pecados que el hombre comete contra Dios
En el Antiguo Testamento, específicamente en Levítico y en Deuteronomio, encontramos que Dios protegía a los israelitas y los libraba de las enfermedades siempre que ellos le obedecían, aceptaban Su manera de proceder, se sujetaban a Su ley y se abstenían de pecar. Con esto Dios nos muestra expresamente que algunas enfermedades se originan en la desobediencia y en el pecado.
En el Nuevo Testamento, también encontramos a algunos que cayeron enfermos al pecar. En 1 Corintios 5:4-5, Pablo nos relata el juicio que dio a aquel que pecó, a fin de que fuese entregado “a Satanás para destrucción de la carne”. Esto demuestra claramente que las enfermedades proceden de los pecados. Si el pecado no es muy serio, acarrea enfermedades, pero si es un pecado grave, resulta en muerte. 2 Corintios 7:9-10 nos muestra que Pablo deseaba que las enfermedades no produjeran muerte sino arrepentimiento. Por lo que, cuando aquella persona se arrepintió con un arrepentimiento “que es sin remordimiento”, Pablo afirmó que se debía perdonar a dicha persona (2 Co. 2:6-7). En 1 Corintios vemos que no fue su vida, sino la carne de tal persona, la que fue entregada a Satanás. Entregar la carne de alguien a Satanás para destrucción significa permitir que una enfermedad le sobrevenga; no es hacer que este muera. Obviamente esto demuestra que tal persona se enfermó a causa de su pecado.
Pablo dijo que algunos en la iglesia en Corinto comieron del pan de la mesa del Señor y bebieron de Su copa sin discernir el Cuerpo. Como resultado de ello, se debilitaron y se enfermaron, e incluso algunos murieron (1 Co. 11:29-30). Evidentemente, la razón de sus enfermedades radicaba en su desobediencia al Señor.
En la Palabra podemos encontrar suficientes evidencias que nos muestran que muchas enfermedades tienen su origen en el pecado. Sin embargo, esto no quiere decir que todas las enfermedades sobrevengan por causa de algún pecado. Sin embargo, lo primero que uno debe verificar al enfermarse es si ha pecado en contra de Dios o no. Muchas personas les pueden afirmar que la razón por la que cayeron enfermas se debió a que pecaron contra Dios.
Entre aquellos hermanos y hermanas que yo conozco personalmente, podría nombrar más de cien casos que sirven para comprobar lo que les quiero decir. Cuando ellos indagaron acerca de la razón de sus enfermedades, descubrieron que muchas de ellas tenían sus raíces en pecados que ellos habían cometido. Algunos habían desobedecido al Señor en ciertas áreas, mientras que otros no habían guardado Su palabra, y en ciertas circunstancias específicas optaron por lo incorrecto. Cuando descubren su pecado y lo confiesan, su enfermedad se desvanece. Muchos hermanos y hermanas han experimentado esto, y yo mismo he experimentado cosas semejantes. En el momento que identificamos la razón de nuestra enfermedad, ésta se desvanece. Esto es algo que la ciencia médica no puede explicar.
Quizá las enfermedades mismas no tengan su origen en el pecado; sin embargo, al igual que la muerte, con frecuencia ellas son el resultado del pecado. Podemos descubrir las causas naturales de muchas enfermedades, pero no debemos asumir que todas nuestras enfermedades se deban a estas causas naturales.
Con frecuencia, resulta evidente que las enfermedades de una persona se deben al pecado. Recuerdo a cierto hermano, un catedrático de medicina, que una vez les dijo a sus estudiantes de la Facultad de medicina de la Universidad de Shanghái, en Chungking: “Hemos descubierto que existen causas naturales para diversas clases de enfermedades. Por ejemplo, los estafilococos, los estreptococos y los neumococos causan cierto número de enfermedades. Una misma bacteria puede producir diferentes clases de dolencias, y diversas clases de gérmenes producen diferentes clases de enfermedades. Si bien los médicos pueden descubrir que cierta clase de germen produce cierta clase de enfermedad, no existe la manera de determinar la razón por la cual dicho germen ha infectado a cierta persona y a otra no. Quizá hayan diez personas que ingresaron a una habitación al mismo tiempo y todas ellas estuvieron en contacto con el mismo germen. Es posible que algunos de los que gozaban de buena salud resultaran infectados, mientras que otros con una salud deficiente no fueran afectados. Normalmente, aquellos cuya salud es deficiente son más propensos a ser infectados, mientras que los que gozan de buena salud no lo son. Pero algunas veces, aquellos cuya salud es deficiente no son infectados, mientras que aquellos que gozan de excelente salud sí lo son. Es decir, aquellos que no reúnen las condiciones para ello son infectados, mientras que aquellos que sí las reúnen, no son infectados. ¡No existe explicación lógica para esto!”. Este profesor prosiguió diciendo: “Tenemos que admitir que, además de las causas naturales, la soberanía de Dios está por encima de todo”. Esta es la verdad. Con frecuencia hay personas que se enferman a pesar de haber tomado todas las precauciones.
Todavía recuerdo lo que me contó un compañero de clases acerca de cierto profesor de la Facultad de medicina de la Universidad de Pekín. Este profesor tenía muy mal carácter, pero era una persona muy instruida. Todas las preguntas que él planteaba en sus exámenes eran preguntas muy sencillas. En cierta ocasión, él formuló una pregunta muy simple: “¿Por qué una persona contrae tuberculosis en los pulmones?”. Fueron muchos los estudiantes que no pudieron dar la respuesta correcta, pues contestaron: “Debido a la presencia de gérmenes que producen la tuberculosis”. Tales respuestas las calificó como incorrectas. Finalmente, él les dijo a sus alumnos: “El mundo está lleno de gérmenes que producen tuberculosis. ¿Acaso eso quiere decir que han de infectar a todos los habitantes del mundo?”. Él prosiguió explicando: “Los gérmenes que producen la tuberculosis son incubados y llegan a producir casos de tuberculosis en los pulmones únicamente bajo ciertas condiciones. Ustedes no pueden afirmar que la tuberculosis en los pulmones se produce simplemente debido a la presencia de ciertos gérmenes”. Los estudiantes pensaban que siempre que los gérmenes estuvieran presentes, se produciría la enfermedad. Se olvidaron indicar que eran necesarias ciertas condiciones específicas. Esto mismo sucede cuando los cristianos se enferman. Quizás existan muchas causas naturales para que se produzcan enfermedades, pero Dios permitirá que una enfermedad nos sobrevenga únicamente cuando ciertas condiciones ocurran. Si se carece de un medio ambiente especifico, Dios no permitirá que ninguna enfermedad sobrevenga.
B. Buscar el perdón antes de procurar ser curados
Nosotros estamos plenamente convencidos de que existen causas naturales para nuestras enfermedades. Existen suficientes razones y evidencias científicas que nos impiden poner en tela de juicio que existan causas naturales para las enfermedades; pero, al mismo tiempo, tenemos que reconocer que muchas enfermedades sobrevienen a los hijos de Dios a causa de sus pecados. Tal como se describe en 1 Corintios 11, es el pecado en contra de Dios lo que puede traer consigo una enfermedad. En casos así, es necesario suplicar el perdón de Dios en vez de sanidad. Uno primero tiene que procurar el perdón antes de pedir sanidad.
Con frecuencia, cuando uno se enferma, puede descubrir rápidamente si ha pecado contra el Señor o no, así como en qué asunto ha sido desobediente y en qué aspecto ha actuado en contra de la palabra de Dios. Una vez que el pecado es puesto en evidencia, la enfermedad se desvanece. Conozco a muchos que han tenido tal experiencia. La enfermedad se detiene en cuanto cierto asunto es resuelto delante del Señor. Esto es muy extraño. Es muy importante descubrir la relación que existe entre el pecado y las enfermedades. En general, las enfermedades son causadas por el pecado. Cuando una persona está enferma, quizás se deba a que ha cometido ciertos pecados.
II. LAS ENFERMEDADES Y LA OBRA DEL SEÑOR JESÚS
A. Él mismo tomó nuestras debilidades, y llevó nuestras enfermedades
Isaías 53:4-5 dice: “Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades, / Y sufrió nuestros dolores; / Y nosotros le tuvimos por azotado, / Por herido de Dios y abatido. / Mas Él herido fue por nuestras transgresiones, / Molido por nuestras iniquidades; / El castigo de nuestra paz fue sobre Él, / Y por Su llaga fuimos nosotros curados”.
Isaías 53 es el capítulo más citado en el Nuevo Testamento. En este capítulo se nos habla del Señor como nuestro Salvador. El versículo 4 dice: “Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades, / Y sufrió nuestros dolores”. En Mateo 8:17 encontramos una paráfrasis de este versículo que dice: “Él mismo tomó nuestras debilidades, y llevó nuestras enfermedades”. Ésta es una traducción de Isaías 53:4. El Espíritu Santo enseñó a Mateo a describir al Señor Jesús terrenal como Aquel que tomó nuestras debilidades y llevó nuestras enfermedades. Debemos darnos cuenta que mientras estaba en la tierra, Él sufrió nuestros dolores y tomó nuestras debilidades incluso antes de Su muerte en la cruz. Esto quiere decir que el Señor Jesús asumió la carga de la sanidad. Para Él, Su tarea consistía en sanar a los enfermos. Su obra no sólo consistió en predicar el evangelio, sino además en curar las enfermedades. Él no solamente predicó el evangelio, sino que también fortaleció al débil, restauró la mano seca, limpió al leproso, levantó al paralítico y los envió de regreso a su hogar. Sanó toda clase de enfermedades. Mientras estuvo en la tierra, Él se dedicó a predicar así como a realizar milagros, hacer el bien, entrenar a Sus discípulos, sanar y echar fuera demonios. Es necesario comprender que echar fuera las enfermedades cuyo origen es el pecado, es una de las comisiones que tenía el Señor Jesús. Él vino a la tierra a quitar los pecados, así como a quitar la muerte y las enfermedades.
B. Perdona nuestras iniquidades y sana nuestras dolencias
Muchos hijos de Dios conocen el salmo 103. A mí me encanta volver a leer este salmo una y otra vez. David dijo: “Bendice, alma mía, a Jehová, / Y no olvides ninguno de Sus beneficios” (v. 2). ¿Cuáles son Sus beneficios? David dijo: “Él es quien perdona todas tus iniquidades, / El que sana todas tus dolencias” (v. 3).
Quisiera hacerles notar que las enfermedades tienen dos socios: uno es la muerte y otro es el pecado. Las enfermedades y la muerte forman una pareja, y las enfermedades y el pecado forman otra pareja. El resultado del pecado es la muerte, y es debido a que existe la muerte que existen las enfermedades. Tanto las enfermedades como la muerte son resultados de algo. La naturaleza intrínseca de las enfermedades y de la muerte es la misma, es decir, ambas provienen del pecado. Salmos 103:3 nos muestra que las enfermedades y el pecado (las iniquidades) forman otro par. Este versículo dice: “Él es quien perdona todas tus iniquidades, / El que sana todas tus dolencias”. Debido a que mi alma ha pecado, las enfermedades hallan cabida en mi cuerpo. Cuando el Señor juzga los pecados que contaminan mi alma y los perdona, entonces la enfermedad que adolece mi cuerpo es sanada. Nuestro cuerpo está infestado por los pecados internos, y también por las enfermedades externas. Hoy en día, el Señor nos ha quitado tanto los pecados como las enfermedades.
C. Él llevó nuestros pecados en un sentido absoluto, pero llevó nuestras dolencias en un sentido limitado
Sin embargo, tenemos que hacer una distinción. Dios perdona nuestros pecados de una manera totalmente diferente de la manera en que sana nuestras dolencias. Él trata con nuestros pecados de una manera distinta de como lo hace con nuestras enfermedades. El Señor Jesús llevó sobre Sí nuestros pecados cuando fue crucificado. ¿Queda algún pecado que Él no haya perdonado? ¡No! La obra realizada por Dios es absoluta; la obra que se llevó a cabo en la cruz es tan completa que el pecado ha sido completamente quitado (Jn. 1:29). Mientras el Señor Jesús estaba en la tierra, Él llevó nuestras enfermedades y tomó nuestras debilidades. Pero aun cuando Él llevó nuestras dolencias, no las quitó por completo. Él tomó nuestras debilidades, pero no las erradicó a todas ellas. Incluso Pablo dijo: “Porque cuando soy débil, entonces soy poderoso” (2 Co. 12:10). Por supuesto, Pablo no dijo: “Cuando peco, entonces soy santificado”. El pecado ha sido total y absolutamente quitado, pero las enfermedades no han sido total y absolutamente erradicadas. La redención que el Señor efectuó se encarga de nuestras enfermedades de una manera distinta de como actúa con respecto a nuestros pecados. El pecado es quitado de una manera absoluta, mientras que las enfermedades son quitadas en una manera limitada.
Timoteo seguía teniendo un estómago delicado. Él era un siervo del Señor y, a pesar de ello, el Señor permitió que tal debilidad permaneciera en su carne. La salvación y la redención solucionaron completamente la cuestión del pecado, pero las enfermedades no fueron quitadas por completo. Hay ciertos grupos que piensan que la obra del Señor únicamente se encarga de los pecados y no de las enfermedades. Hay otros que piensan que el Señor erradica las enfermedades tan exhaustivamente como lo hace con los pecados. Ninguna de estas posturas es la nuestra. La Biblia nos muestra claramente que la obra que el Señor realizó se encarga tanto de los pecados como de las enfermedades. Al encargarse de los pecados Él lo hace en términos absolutos y definitivos, mientras que al encargarse de las enfermedades lo hace dentro de ciertos límites. Tenemos que darnos cuenta de que el Señor ha tomado medidas con respecto al pecado en términos absolutos; Él ha resuelto todos los problemas concernientes al pecado. El Cordero de Dios llevó los pecados de todos los hombres. Su sangre ha quitado el pecado de toda la humanidad. El problema del pecado ha sido completamente resuelto, pero las enfermedades todavía están presentes entre los hijos de Dios.
Podríamos considerar este asunto desde otro ángulo. Los hijos de Dios no deberían padecer de tantas enfermedades, puesto que el Señor Jesús llevó nuestras dolencias. El Señor Jesús le dio mucha importancia al asunto de la sanidad mientras estuvo sobre esta tierra, y si bien Su cruz no tomó todas nuestras enfermedades, ciertamente la sanidad es uno de los aspectos de Su obra. Isaías 53 se cumple en Mateo 8, no en Mateo 27, es decir, se cumplió antes de Gólgota. Él no comenzó a llevar nuestras enfermedades en Gólgota; antes bien, llevó sobre Sí nuestras enfermedades mientras estaba en la tierra y antes de ir a Gólgota. Cuando llevó nuestras enfermedades, no lo hizo en términos absolutos, tal como lo hizo al llevar nuestros pecados. Todos debemos tener esto bien claro.
D. Procurar la sanidad cuando esté enfermo
Existen muchas razones por las cuales un creyente se enferma. Me temo que muchos han perdido la oportunidad de ser sanados debido a que ignoran que el Señor, como parte de Su obra, llevó sobre Sí nuestras dolencias. Permítanme decirles algo más al respecto. A menos que estén tan seguros como lo estuvo Pablo, quien después de orar tres veces se dio cuenta de que su enfermedad tenía el propósito de perfeccionarlo, ustedes deben procurar su sanidad. Pablo oró y sólo la tercera vez que oró estuvo claro al respecto. El Señor le mostró que su debilidad era necesaria. La gracia del Señor era suficiente para Pablo, cuya debilidad tenía como propósito manifestar y magnificar el poder de Dios. Pablo entonces aceptó su debilidad. Si una persona no tiene la seguridad de que Dios desea que sus debilidades y enfermedades persistan, debe buscar por todos los medios su sanidad. Debe pedirle al Señor con toda confianza que lleve sus debilidades y enfermedades. Los hijos de Dios no viven en este mundo para sufrir enfermedades, sino para glorificar a Dios. Una dolencia es buena si glorifica a Dios, pero muchas enfermedades quizás no glorifiquen a Dios. Ustedes deben aprender a confiar en Él. Tienen que darse cuenta de que el Señor Jesús como nuestro Salvador carga sobre Sí nuestras enfermedades. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Podemos suplicarle que nos sane y podemos poner todas nuestras enfermedades en Sus manos.
III. LA ACTITUD DEL CREYENTE CON RESPECTO A LAS ENFERMEDADES
A. Descubrir la causa de nuestra enfermedad
Un creyente debe primero acudir al Señor a fin de descubrir cuál es la causa de su enfermedad. No debe procurar apresuradamente su sanidad en cuanto se enferma. Consideren el proceso por el que atraviesa una persona cuando padece alguna dolencia. Siempre que uno se enferme, lo primero que tiene que hacer es descubrir la causa de la enfermedad. Pablo estaba claro con respecto a su propia dolencia. Éste es un buen ejemplo para nosotros. Dios quiere que estemos claros con respecto a la causa de nuestras dolencias. Tenemos que preguntarnos si hemos desobedecido al Señor o no. ¿Hemos pecado? ¿Hemos defraudado a alguien? ¿Hemos actuado en contra de algunas leyes naturales? ¿Hemos sido descuidados en algún asunto? Con frecuencia, al ofender ciertas leyes naturales, ofendemos a Dios porque estas leyes son leyes creadas y dispuestas por Dios; Dios rige el universo por medio de estas leyes naturales. Siempre hay una razón para nuestras dolencias.
B. Sin buscar ansiosamente a un médico
Muchas personas temen morirse apenas se enferman. Al enfermarse, buscan de inmediato un médico y esperan su sanidad con todo afán. Ésta no es la actitud propia de un creyente. Antes bien, él primero debe averiguar cuál es la causa de su enfermedad. Muchos hermanos y hermanas carecen por completo de paciencia. Lo primero que hacen cuando están enfermos es procurar su sanidad. Se apresuran a buscar a un médico, temiendo perder sus vidas las que son tan preciosas para ellos. Por un lado, ellos oran como si confiaran en que Dios habrá de sanarlos; por otro lado, se apresuran a visitar al médico pidiendo medicinas e inyecciones. Están llenos de temor y estiman sobremanera sus propias vidas. Esto nos muestra claramente que ellos están completamente obsesionados consigo mismos. En tiempos normales, ellos viven centrados en ellos mismos. Cuando se enferman, entonces se tornan aún más egocéntricos. Es imposible que una persona que se preocupa mucho por sí misma durante tiempos ordinarios, vaya a ser liberada de su yo cuando contraiga alguna enfermedad. Aquellos que están centrados en sí mismos durante tiempos ordinarios, ciertamente procurarán ansiosamente ser sanados en cuanto contraigan alguna enfermedad.
C. Uno debe resolver primero cualquier conflicto que tenga delante de Dios
Les puedo garantizar que tales afanes acerca de sus dolencias son vanos. Ser sanado no es tan simple cuando se trata de una persona que pertenece a Dios. Aun si ella se sana, podría contraer nuevamente la misma enfermedad; además, otras enfermedades podrían aquejarla. Uno tiene que resolver primero cualquier conflicto que tenga con Dios, antes de poder resolver los problemas que afectan su cuerpo. Los problemas del cuerpo no se podrán resolver si delante de Dios no se resuelve el conflicto pendiente. Uno tiene que indagar primero delante de Dios acerca de la causa de su enfermedad y sólo entonces procurar ser sanado. Tiene que aprender la lección que acompaña la enfermedad. Incluso en el caso de una enfermedad severa e inesperada, no puede ignorar esta lección. Si nos relacionamos con Dios de esta manera, Él intervendrá y nos librará de nuestras tribulaciones rápidamente.
Con frecuencia, descubrimos que estamos enfermos debido a que hemos pecado o hemos cometido algunos errores. Tenemos que hacer una confesión delante del Señor y pedir Su perdón. Sólo entonces podemos esperar ser sanados. A medida que avanzamos un poco más en las cosas de Dios, quizás nos demos cuenta que la causa no solamente radica en el pecado, sino que también ocurren ataques satánicos. Algunas veces, las enfermedades pueden estar relacionadas con la disciplina de Dios. Él nos disciplina a fin de que seamos santificados en un grado mayor, y seamos más sensibles y obedientes a Él. Puede haber muchos motivos para nuestras enfermedades, y tenemos que examinar cada uno de ellos delante del Señor. A medida que consideramos tales motivos uno por uno, descubriremos la verdadera causa de nuestra enfermedad. Algunas veces, Dios permite que seamos socorridos por medio de la medicina u otros medios naturales, pero otras veces, quizá Dios no quiera que seamos ayudados por los médicos. Él puede sanarnos en un instante.
D. Aprender a poner los ojos en Dios nuestro Sanador
Tenemos que darnos cuenta que la sanidad siempre está en manos de Dios. ¡Tenemos que aprender a esperar en Dios nuestro Sanador! En el Antiguo Testamento se nos da uno de los nombres de Dios: “Porque Yo soy Jehová tu Sanador” (Éx. 15:26). Este nombre de Dios es un verbo hebreo y es un nombre muy especial. Tenemos que aprender a esperar en Jehová, Aquel que nos sana. Él siempre tratará a Sus hijos con mucha gracia.
E. Llamar a los ancianos de la iglesia para ungir y orar
Cuando alguien está enfermo, lo primero que tiene que hacer es descubrir la causa de su enfermedad. Una vez que dicha causa es descubierta, hay varias cosas que puede hacer. Una de ellas es pedir a los ancianos de la iglesia que oren por él y lo unjan (Jac. 5:14-15). De hecho, ésta es la única exhortación que aparece en la Biblia para los creyentes que están enfermos: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados, le serán perdonados”.
Cuando una persona está enferma y ha tenido tratos con el Señor con respecto a tal enfermedad, una de las cosas que puede hacer es llamar a los ancianos de la iglesia para que le unjan. Esto significa que permite que la unción que proviene de la Cabeza fluya hacia él como un miembro del Cuerpo. Dado que forma parte del Cuerpo, pide que la unción fluya desde la Cabeza hacia el, es decir, hacia uno de los miembros. Algunas enfermedades desaparecen en cuanto la vida comienza a fluir en la persona. Así pues, los ancianos ungen a un miembro del Cuerpo con el propósito de hacerlo partícipe de la unción que proviene de la Cabeza. Algunas veces es posible que la persona se haya apartado de la protección que le brinda el Cuerpo y haya dejado de participar de la circulación que es propia del Cuerpo debido a su desobediencia, su pecado o alguna otra cosa. Cuando esta persona llama a los ancianos de la iglesia, manifiesta su deseo de ser partícipe nuevamente de la circulación del Cuerpo. Solicita ser posicionada nuevamente en el Cuerpo de Cristo y participar del fluir de la vida divina.
En cuanto un miembro del Cuerpo de Cristo comete algún error con respecto a su posición como miembro, la vida del Cuerpo deja de fluir en este miembro. La unción restaura dicho fluir. Ésta es la razón por la cual se llama a los ancianos de la iglesia. Los ancianos representan a la iglesia y representan al Cuerpo en una localidad. Ellos ungen con aceite en representación del Cuerpo y hacen que la unción proveniente de la Cabeza sea recibida nuevamente por el miembro que estaba obstruido. Nuestra experiencia nos dice que esta clase de unción incluso puede sanar a quien se encuentre gravemente enfermo. Nosotros mismos hemos sido testigos de la frecuente y pronta intervención de Dios ante situaciones que son humanamente imposibles. Cuando esto sucede, la persona es sanada.
F. Otras razones para que sobrevengan enfermedades
En algunas ocasiones existe otra causa para las enfermedades: el individualismo. Por favor, recuerden que el individualismo es la causa principal de las enfermedades. Algunas personas son muy individualistas; lo hacen todo según su propia voluntad. Actúan por sí mismas y no dependen sino de ellas mismas. Cuando Dios las disciplina, se enferman y dejan de recibir el suministro del Cuerpo. Si ésta es la razón por la cual una persona está enferma, deberá pedir que el suministro del Cuerpo fluya hacia ella nuevamente.
No me atrevo a decir que les he dado una lista exhaustiva de todas las razones por las cuales nos enfermamos. Hay muchas causas para las enfermedades. Algunos se enferman debido a que han desobedecido el mandamiento del Señor. Otros se enferman debido a que no han cumplido cabalmente con lo que el Señor les ordenó. Incluso otras personas se enferman debido a que cometieron un pecado específico, y otras debido a su individualismo. Hay algunos que son individualistas; sin embargo, Dios no los disciplina. Pero sí hay muchos otros, en especial aquellos que conocen la iglesia, que se enferman en cuanto se comportan de manera individualista. Aquellos que no conocen la iglesia se enferman con menos frecuencia. Cuanto más conocemos acerca de la iglesia y cuanto más estrecho es nuestro vínculo con la iglesia, con mayor frecuencia seremos puestos por el Señor en circunstancias en las cuales nos tratará con mano dura en cuanto seamos individualistas.
Algunas veces una persona se enferma debido a que ha deshonrado su cuerpo. Todo aquel que corrompe su cuerpo encontrará a Dios destruyendo Su propio templo en esa persona.
Hay muchas causas para las enfermedades y no les podría dar una lista exhaustiva de todas ellas. Solamente puedo decir que siempre hay una razón. Siempre debemos descubrir cuál es la causa de nuestras enfermedades. Tal vez haya más de una razón para nuestras enfermedades. Una vez que uno descubra las causas de su enfermedad, tiene que confesarlas delante de Dios una por una. Luego debe llamar a los hermanos responsables de la iglesia, confesarles todo y orar con ellos. Pídales que lo unjan y que lo recobren a la vida del Cuerpo. Entonces verá que en cuanto la vida comience a fluir a través de usted una vez más su enfermedad se desvanecerá inmediatamente. Si bien hay causas naturales para las enfermedades, debemos saber que las razones espirituales son mucho más importantes y poderosas que las causas naturales. Así pues, una vez que nos encarguemos de las causas espirituales, las enfermedades nos abandonarán prontamente.
IV. LAS ENFERMEDADES Y LA DISCIPLINA DE DIOS
A. Detrás de algunas enfermedades se encuentra la mano disciplinaria de Dios
Es interesante notar que con frecuencia los incrédulos sanan con relativa facilidad, mientras que los cristianos no se curan tan fácilmente. El Nuevo Testamento nos muestra que cuando los incrédulos acudían al Señor, ellos eran inmediatamente sanados. La Biblia también nos habla del don de sanidad. Tanto creyentes como incrédulos pueden ser sanados por medio del don de sanidad. Sin embargo, la Biblia también nos muestra que algunos cristianos nunca fueron sanados. Trófimo fue uno de ellos, Timoteo fue otro, y Pablo mismo es un tercer caso. Estos tres eran los mejores hermanos que encontramos en el Nuevo Testamento. Pablo dejó a Trófimo en Mileto debido a que estaba enfermo y no pudo hacer nada al respecto (2 Ti. 4:20). Pablo le aconsejó al enfermizo Timoteo que tomara un poco de vino debido a que su estómago no estaba bien, es decir, Timoteo no había sido sanado. Incluso el propio Pablo sufrió y fue debilitado en su cuerpo a causa de una enfermedad que aquejaba su vista u otra dolencia. Debido a ello, él dijo que tenía un aguijón en su carne (2 Co. 12:7). Un aguijón es siempre irritante para quien lo sufre. Aun cuando un aguijón pueda ser muy pequeño, causa mucho dolor cuando entra en la carne; aunque solamente se introduzca en el dedo meñique. El aguijón de Pablo no era un pequeño aguijón sino uno muy grande. Este aguijón hacía que todo su cuerpo se estremeciera de dolor. En 2 Corintios 12:9 él utilizó la expresión: “debilidad”, ¡esto nos da una idea de cuánto sufría! Estos tres hermanos eran hermanos excelentes; aun así, jamás fueron sanados. En lugar de ello, tuvieron que soportar sus enfermedades.
Las enfermedades difieren de los pecados. Los pecados no pueden dar el fruto de la santificación, mientras que las enfermedades sí pueden darlo. Sería incorrecto agrupar en una misma categoría a las enfermedades y a los pecados. Si bien existen algunas similitudes entre estos dos, también existen muchas diferencias. Cuanto más peca un hombre, más inmundo es; pero una persona no se hace inmunda al enfermarse. De hecho, es posible que ella pueda hacerse santa en virtud de sus enfermedades, debido a que detrás de tales enfermedades está la mano disciplinaria de Dios. Las enfermedades pueden dar como resultado que seamos disciplinados por Dios. Cuando los hijos de Dios se enferman, tienen que aprender a sujetarse a la mano poderosa de Dios (1 P. 5:6).
B. Debemos aceptar las lecciones que acompañan a las enfermedades
Si usted padece una enfermedad, debe aprender a resolver delante del Señor todos sus problemas uno por uno. Después de haberlos resuelto definitivamente, quizás llegue a la conclusión que Dios lo está disciplinando a fin de que usted no se enorgullezca ni extralimite como cualquier otro pecador. Usted debería tener presente que no sólo tiene que aceptar la enfermedad en sí, sino también las lecciones que acompañan a ésta. La enfermedad en sí no es de utilidad alguna; usted tiene que aprender las lecciones que van con la enfermedad. La enfermedad por sí sola no santifica a una persona, sino el hecho de que ella acepte la lección que acompaña a tal enfermedad. Uno tiene que saber aprovechar el beneficio espiritual y el resultado de las enfermedades. Es posible que Dios lo trate a usted con mano dura a fin de humillarlo tal como lo hizo con Pablo. Así, Él impidió que Pablo se volviera una persona orgullosa a causa de las revelaciones que había recibido. Quizá Dios permita que las enfermedades aquejen nuestra carne a fin de hacernos más tiernos, pues somos demasiado fuertes en nuestra disposición. Todo esto puede explicar por qué Dios no nos sana de inmediato. Las enfermedades por sí solas no son de ayuda para nadie; sólo si éstas nos hacen más tiernos podemos obtener algún beneficio. No tiene caso que estemos enfermos toda una vida a menos que las enfermedades nos hagan más tiernos. Muchas personas han estado enfermas toda su vida y, sin embargo, el Señor jamás pudo lidiar con ellas. Tales enfermedades fueron en vano. A veces una persona se recupera de su enfermedad después de cierto período de tiempo. Pero aun cuando la enfermedad se ha desvanecido, quizás el Señor no haya concluido Su labor, y otras cosas tengan que sobrevenirle a dicha persona. En cuanto uno se enferma, tiene que acudir al Señor y buscar que Él le hable.
Con frecuencia reconoceremos la disciplina del Señor en nuestras enfermedades. Dios disciplina a mucha gente por medio de sus enfermedades y utiliza las mismas para tocar ciertas áreas de su vida.
C. Las enfermedades no debieran aterrorizarnos
No debemos pensar que las enfermedades son algo espantoso. El “cuchillo” no está en las manos de cualquiera. Si aquel que me afeita es mi hermano, no me sentiría aterrorizado aun cuando use una navaja enorme. Pero ciertamente estaría aterrado si tuviera que permitir que un enemigo mío me corte el cabello. Tenemos que preguntarnos, en manos de quién está la navaja. Yo estaría aterrado si el cirujano que ha de operarme fuese mi enemigo, pero no tendría miedo alguno si el bisturí estuviese en manos de mi hermano. No olviden que todas las enfermedades están en las manos de Dios. Muchos hermanos y hermanas que están enfermos, están tan ansiosos respecto a su salud, que pareciera que lo que creen es que sus enfermedades están en las manos del enemigo.
Les ruego que tengan en mente que toda enfermedad ha sido medida por la mano de Dios. Satanás es el creador de las enfermedades, y estoy persuadido que él puede hacer que las personas se enfermen. Pero, como todo aquel que ha leído el libro de Job, sabemos que las enfermedades ocurren únicamente con el permiso de Dios. Toda enfermedad ocurre dentro del límite impuesto por Dios. El libro de Job nos muestra claramente que Satanás no puede traer enfermedad alguna sobre ninguna persona, si no es con el permiso de Dios y conforme a los límites que Él impone. El permiso divino así como las limitaciones impuestas por Dios son los factores permanentes. Consideren el caso de Job: Dios permitió que él se enfermara, pero no permitió que su vida fuese afectada. Siempre que nos enfermamos, no debemos perder las esperanzas, ni debemos preocuparnos. Tampoco debemos insistir en querer ser sanados, ni debemos quejarnos de que nuestra enfermedad es demasiado prolongada, ni debemos manifestar temor a la muerte.
Les ruego que tengan en cuenta que las enfermedades están en las manos de Dios, han sido medidas por Él y se hallan bajo las limitaciones que Dios mismo ha impuesto. Después que las pruebas de Job siguieron su curso, la enfermedad lo abandonó; así pues, la enfermedad cumplió el propósito que Dios tenía para él. En la historia acerca de Job vemos en qué termina la disciplina ejercida por Dios (Jac. 5:11). Pero permítanme decirles que en el caso de las enfermedades que sobrevienen a muchas personas, éstas no tienen un final apropiado; ellas nunca aprendieron la lección. Tenemos que comprender que toda enfermedad está en manos de Dios y es medida por el Señor. Con frecuencia, todo lo que tenemos que hacer es confesar nuestros pecados y, con ello, el asunto está concluido.
D. Debemos aprender nuestra lección en medio de nuestra enfermedad
En muchos casos, Dios permite que estemos enfermos por un período prolongado a fin de que aprendamos alguna lección. Cuanto antes aprendamos dicha lección, mas pronto dicha enfermedad nos abandonará. Muchas personas se aman demasiado a sí mismas. Quisiera hablar con franqueza a esta clase de personas: El único motivo por el que muchas de ellas están enfermas es porque se aman demasiado a sí mismas. Muchas personas aman tanto su propia vida que es inevitable que les sobrevengan enfermedades. Le seremos de muy poca utilidad a Dios si no somos depurados de tal egocentrismo. Tenemos que aprender a no amarnos a nosotros mismos.
Algunas personas sólo piensan en sí mismas durante todo el día. Creen que todo el mundo gira alrededor de sus personas y que ellas son el centro del universo; piensan que todos deberían vivir para ellas. Día y noche sus pensamientos sólo giran en torno de ellas mismas, y desde su punto de vista, todo gira alrededor de ellos. Dios está en los cielos para atenderlas y Dios está en la tierra también para atenderlas. Cristo existe para ellas y la iglesia también es sólo para ellas. De hecho, el mundo entero está a su servicio. Así que, Dios no tiene otra alternativa sino derribar ese centro. Mucha gente no se sana con facilidad debido a que esperan que los demás sientan compasión por ellos. Conozco algunas hermanas que han experimentado esto. Cuando tales personas rechazan la compasión de otros, entonces sus enfermedades se desvanecen.
Es posible que muchos estén enfermos porque les gusta estar enfermos. Tales personas reciben afecto sólo cuando están enfermas y, por eso, les gusta estar enfermas. Nadie les manifiesta amor cuando no están enfermas, así que siempre procuran estar enfermas a fin de recibir muestras de cariño. De hecho, ellas quisieran estar siempre enfermas a fin de que siempre las amen. Conozco varios casos así. A veces es necesario que alguien les reprenda seriamente diciéndoles: “Tú estás enfermo porque te amas demasiado a ti mismo. Quieres que los demás te amen y te atiendan por estar enfermo. Quieres que los demás te visiten y sientan compasión por ti. Por eso siempre estás enfermo”. En cuanto ellas aceptan la disciplina de Dios y reconocen la verdadera causa de su enfermedad, son sanadas de inmediato.
Les puedo contar acerca de cientos de casos que he visto personalmente durante los últimos veinte o más años de mi vida. Todos ellos demuestran que mucha gente se enferma por razones específicas. Sus enfermedades son sanadas en cuanto ellos identifican las causas, les hacen frente y las eliminan. Mientras tales causas perduren, ellas no se podrán sanar.
Sé de un hermano que siempre deseaba que los demás le manifestaran su afecto. Él anhelaba ser amado, que se le hablara bondadosamente, que se le visitara y que se le tratara con deferencia. Si alguien le preguntaba cómo estaba, él de inmediato le contaba en gran detalle lo que le había sucedido la noche anterior o esa misma mañana. Podía decir a qué hora exacta le había comenzado la fiebre y cuántas horas había durado, la clase de jaqueca que había tenido y por cuántas horas. Podía contar cuántas veces había respirado y cuántos latidos daba su corazón por minuto. Él siempre se sentía enfermo y le gustaba informar a los demás acerca de sus dolencias. Anhelaba que los demás lo compadecieran. Si conversaba con usted, no sabía conversar de otra cosa que no fuera su enfermedad. Él hablaba todos los días acerca de su enfermedad y se preguntaba por qué jamás era sanado.
No es fácil hablar con toda honestidad a los demás. Se tiene que pagar cierto precio para poder decir la verdad. Llegó el día en que finalmente tuve suficiente valor para hablar con esta persona. Le dije: “La única razón por la que has estado enfermo por tanto tiempo es porque te gusta estar enfermo”. Él lo negó. Yo le dije: “¿Acaso no amas tu enfermedad? Tú tienes temor de que esta enfermedad te abandone. Tú amas tu enfermedad”. Él lo negó nuevamente. Pero yo le dije: “A ti te gusta que los demás sientan compasión por ti y te amen. Te gusta que los demás te cuiden y te traten con amabilidad. Y no puedes obtener todo eso de otra manera, así que te esfuerzas por obtenerlo al enfermarte. Pero si quieres ser sanado por el Señor, tienes que desechar estos pensamientos. Cuando los demás te pregunten cómo estás, tienes que aprender a decir: “Estoy bien”. Si haces eso, ¡verás lo que ha de suceder! Cuando alguien te pregunte cómo estuviste la noche anterior, debes decirles: “¡Bien!”. Él me respondió: “Soy completamente sincero. Yo no puedo mentir. En realidad no me siento bien. ¿Qué les diré si de verdad no me sentí bien la noche anterior?”. Le dije: “Déjame leerte un versículo. El hijo de la sunamita estaba en su lecho ya muerto. Sin embargo, cuando ella fue a ver a Eliseo y él le preguntó: ‘¿Te va bien a ti? ¿Le va bien a tu hijo? Y ella dijo: Bien’ (2 R. 4:26). De hecho, su hijo estaba echado, muerto en su lecho. ¿Por qué dijo ella que estaba bien? Ella dijo esto porque tenía fe. Ella tenía fe en que Dios habría de salvar a su hijo. Ahora, tú también puedes creer. Cuando los demás te pregunten: ¿Cómo te sentiste anoche?, debes responderles: Bien. Todo está bien aun cuando tú hayas fallecido la noche anterior. Tienes que creer que todo estuvo bien”. Este hermano no pudo contestarme nada cuando le dije estas cosas. En cuanto él se negó a su egocentrismo, rehusó ser compadecido y dejó de pretender que todos lo consolaran, su enfermedad se desvaneció.
Tenemos que darnos cuenta de que muchas enfermedades se deben tanto a causas internas como a causas externas. El hombre tiene que aprender a tener fe en Dios, pues sólo cuando el propósito de Dios se ha cumplido, la enfermedad se desvanecerá. Una vez que Dios cumple Su propósito espiritual en nosotros, nuestra enfermedad cesará.
E. Con la excepción de unos cuantos casos, uno tiene que averiguar cuáles son las causas de su enfermedad y procurar ser sanado
Estoy convencido que cuando Pablo escribió 2 Timoteo, Timoteo y Trófimo, al igual que el propio Pablo, todavía seguían enfermos. Sin embargo, ellos reconocían que sus enfermedades tenían el propósito de ayudarlos en su labor; habían aprendido a cuidarse a sí mismos, así como a estar restringidos por causa de la gloria de Dios que reposaba sobre ellos. Pablo aconsejó a Timoteo que tomara un poco de vino y fuera cuidadoso con lo que comía. Al mismo tiempo, ambos servían al Señor. Por supuesto, el Señor les suministró suficiente gracia a fin de que ellos pudieran prevalecer sobre sus debilidades. Si bien Pablo estaba enfermo, seguía trabajando. Al leer las epístolas de Pablo, todos estaremos de acuerdo en que el monto de su labor correspondía a la labor de diez hombres. No obstante, Dios pudo usar a un vaso tan débil. Dios pudo obtener de él más de lo que hubiese obtenido de diez hombres fuertes. Si bien su cuerpo era muy débil, Dios le concedió la fuerza y la vida necesarias para hacer todo cuanto él debía hacer.
En la Biblia, no son muchos los hombres que —como Pablo, Timoteo y Trófimo— estaban constantemente enfermos. Dios dispone tales circunstancias extraordinarias únicamente para quienes Él ha de usar y perfeccionar. En cuanto al resto, especialmente si se trata de nuevos creyentes, al enfermarse deben reflexionar y preguntarse si han pecado de alguna manera. Cuando uno confiesa sus pecados y toma medidas con respecto a ellos, le será fácil recibir sanidad.
Finalmente, quisiera hacerles notar que las enfermedades pueden ser el resultado de ataques imprevistos de Satanás, y algunas veces incluso pueden ser el resultado de violar ciertas leyes naturales. Quizás no haya una causa espiritual para nuestra enfermedad; no obstante, siempre podemos llevarlo todo ante el Señor. Si se trata de un ataque del enemigo, podemos reprenderlo en el nombre del Señor y se desvanecerá. Sé de una hermana que contrajo una fiebre muy persistente. No había ninguna razón específica para su fiebre. Después, descubrió que se trataba de un ataque de Satanás y lo reprendió en el nombre del Señor. De inmediato su enfermedad se desvaneció.
Algunas veces las enfermedades pueden ser el resultado de actuar en contra de las leyes naturales. Si una persona pone su dedo al fuego, se quemará. Debemos cuidar bien de nuestra persona siempre que nos sea posible. Tampoco debemos esperar a estar enfermos para confesar nuestros pecados. Una vez que confesamos nuestros pecados, ciertamente seremos perdonados. Pero no deberíamos de esperar hasta que, habiendo pecado, algo no ande bien con respecto a nuestro cuerpo físico para buscar a Dios en procura de sanidad. No debemos descuidar nuestras tareas ordinarias ni el cuidado personal.
V. LA MANERA EN QUE SOMOS SANADOS: TRES FRASES DEL NUEVO TESTAMENTO
¿Qué sucede cuando el hombre ora pidiendo sanidad? Es necesario considerar brevemente este asunto.
En el Nuevo Testamento, específicamente en el Evangelio de Marcos, encontramos tres expresiones a cuyo estudio y aprendizaje he dedicado mucho tiempo. Por lo menos para mí, estas expresiones han sido de mucha ayuda. La primera frase se relaciona con el poder del Señor, la segunda con Su voluntad y la tercera con lo que Él hace.
A. El poder del Señor: Dios puede
En cierta ocasión me encontraba leyendo el Evangelio de Marcos mientras estaba enfermo y me encontré con unas cuantas palabras que me ayudaron mucho. Este pasaje se inicia en Marcos 9:21-23: “Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño. Y muchas veces le ha echado en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: En cuanto a eso de: Si puedes, todo es posible para el que cree”. ¿Comprenden lo que esto significa? El padre del niño le dijo al Señor Jesús: “Pero si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros, y ayúdanos”. El Señor Jesús le replicó: “¡Si puedes!”. ¿Por qué le dijo: “Si puedes”? Estas palabras no hacen sino citar lo que el padre había dicho. El Señor Jesús quiso repetir lo que el padre había dicho: “Pero si puedes hacer algo … ayúdanos”. El Señor Jesús exclamó: “Si puedes, todo es posible para el que cree”. No se trata de si el Señor podía o no; se trata de si aquel padre podía creer o no. Todo es posible para el que cree.
Cuando una persona está enferma, generalmente está llena de dudas, y no le es posible creer en el poder de Dios. A dicha persona le parece que el poder de los gérmenes es más poderoso que el poder de Dios. En efecto, está afirmando que el poder de una pequeña bacteria, que sólo puede verse con un microscopio, es más fuerte que el poder de Dios. Cuando uno es probado mediante las enfermedades magnifica grandemente la amenaza que representan los gérmenes. Pero el Señor reprende a aquellos que en medio de su enfermedad dudan del poder de Dios. Muy pocas veces en la Biblia se registra que el Señor Jesús interrumpiera a alguien mientras éste hablaba con él. Pero aquí Él exclamó: “¡Si puedes!”. Tal parece que el Señor se molestó, ¡como si se hubiera enojado! (El Señor me perdone por decir esto). Cuando el padre le dijo: “Pero si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros, y ayúdanos”, tal parece que Jesús le hubiera interrumpido diciendo: “¡Si puedes! ¿Cómo se te ocurre decir: ¡Si puedes!? ¿Qué quieres decir con: Si puedes? ¡Todo es posible para el que cree! No depende de si Yo puedo, sino de que tú creas. ¿Por qué preguntas si Yo puedo o no?”. Así pues, lo primero que un hijo de Dios debe aprender a hacer cuando está enfermo, es levantar su mirada a lo alto y declarar: “Señor, ¡Tú puedes!”.
Recuerden lo que ocurrió cuando el Señor Jesús sanó al paralítico (me gustan mucho estas palabras del Señor porque cada vez que Él habla, elige Sus palabras muy cuidadosamente). Él les dijo a los fariseos: “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu camilla y anda?” (Mr. 2:9). Los fariseos pudieron haber pensado que era más fácil decir: “Tus pecados te son perdonados”. Pronunciar tales palabras es, por supuesto, muy fácil; porque se pueden decir, pero nadie podrá saber a ciencia cierta si los pecados de dicha persona han sido verdaderamente perdonados. Pero no es nada fácil decir: “Levántate y anda”. Las palabras del Señor prueban que Él puede perdonar y sanar. Fíjense con detenimiento en cómo el Señor Jesús planteó Su pregunta a los fariseos. Consideren si habría sido mejor decir: “¿Qué es más difícil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu camilla y anda?”. Sin embargo, el Señor Jesús no formuló así Su pregunta. Él utilizó otra palabra; Él dijo: “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu camilla y anda?”.
El Señor Jesús estaba preguntando qué era más fácil porque, desde Su punto de vista, ambas cosas eran fáciles. Perdonar pecados es fácil, y ordenarle al paralítico que se levante y ande también era fácil. Por esto, Él dijo: “¿Qué es más fácil?”. De hecho, los fariseos estaban preguntándose qué era más difícil. Desde el punto de vista de los fariseos, tanto perdonar los pecados como ordenarle a un paralítico que tomara su camilla y andara resultaba muy difícil. Ambas cosas eran difíciles de realizar y los fariseos sólo podían preguntarse cuál de las dos era más difícil. Sin embargo, el Señor Jesús dijo: “¿Qué es más fácil?”.
B. Lo que el Señor quiere: la voluntad de Dios
Es verdad que Dios puede sanarnos, pero, ¿cómo podemos saber qué Él nos sanará? No sabemos cuál es Su voluntad. Supongamos que el Señor no quiere sanarnos. ¿Qué debiéramos hacer? En esto consiste la segunda consideración. Marcos 1:41 dice: “Y Jesús, movido a compasión, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio”. He aquí la segunda cuestión. No es suficiente que la persona enferma conozca el poder de Dios. Ella también necesita saber si Él quiere sanarla. No importa cuán grande sea el poder de Dios, no nos sería de ningún provecho si Él no estuviese dispuesto a sanarnos. Esta vez, la cuestión no es si Él puede sanarnos o no, sino más bien, si Él quiere hacerlo. No importa cuán inmenso sea Su poder, éste no tendría efecto alguno en nosotros si Él no tiene la intención de sanarnos. Lo primero que debemos determinar es si Dios puede; lo segundo, si Dios quiere. Aquí vemos al Señor Jesús diciéndole al leproso: “Quiero”. Ninguna enfermedad es tan inmunda como la lepra. En el Antiguo Testamento, todas las enfermedades son meras dolencias, pero la lepra es una especie de contaminación de la carne. Quienquiera que toque a un leproso será infectado con su lepra (por lo menos, esto era lo que aquellos hombres pensaban). Sin embargo, el Señor estaba lleno de amor. Él dijo: “Quiero”. Y extendió la mano y tocó al leproso. ¡El leproso fue limpio! El Señor Jesús estaba dispuesto a limpiar al leproso. ¿Sería posible que Él no estuviese dispuesto a sanarnos? Podemos afirmar claramente que Dios puede y que Dios quiere. No es suficiente saber que Dios puede hacerlo, también tenemos que saber que Dios quiere hacerlo.
C. Lo que hace el Señor:
es lo que Dios ha realizado
Dios desea sanarnos, pero esto no es suficiente. Todavía es necesario que Él haga una cosa. Debemos leer Marcos 11:23-24: “De cierto os digo que cualquiera que diga a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dude en su corazón, sino que crea que lo que está hablando sucede, lo obtendrá. Por tanto, os digo que todas las cosas [incluso las enfermedades] por las que oréis y pidáis, creed que las habéis recibido, y las obtendréis”. Este pasaje se refiere a lo que Dios ha realizado. Aquí tenemos tres cosas: Dios puede, Dios quiere y Dios lo ha realizado.
¿En qué consiste la fe? La fe no solamente consiste en creer que Dios puede hacer algo y que desea hacerlo, sino en creer que Dios ha hecho algo. Consiste en creer que Él ha logrado algo. “Creed que las habéis recibido, y las obtendréis”. Si ustedes tienen fe, tendrán la certeza de que Dios puede y Dios quiere. Si reciben de Él una palabra específica, entonces podrán agradecerle diciendo: “Dios me ha sanado. ¡Él ya lo ha hecho!”. Mucha gente está confundida con respecto a esto. Como resultado, sus enfermedades no son sanadas. Ellos siempre están esperando ser sanados. La esperanza implica la expectativa de que algo sucederá en el futuro, mientras que la fe es saber que algo ya ha sucedido. Yo puedo creer en que Dios habrá de sanarme, pero esto puede concretarse en veinte años o en cien años. Pero aquellos que tienen una fe genuina dirán con determinación: “¡Gracias a Dios que Él meha sanado! ¡Gracias a Dios que ya recibí Su sanidad! ¡Gracias a Dios que he sido limpiado! ¡Gracias a Dios, estoy sano!”. Cuando nuestra fe haya sido perfeccionada, no sólo diremos que Dios puede realizarlo y quiere realizarlo, sino que Él ya lo realizó.
¡Dios lo hizo! Él ha escuchado su oración, y Su palabra lo ha sanado. ¡Él ya lo hizo! “Creed que las habéis recibido, y las obtendréis”. La fe de muchos es una fe que cree en lo que recibirán. Como resultado, ellos no reciben nada. Ustedes deben tener la fe de que ya las han recibido. La fe proclama: “Está hecho”, no: “Será hecho”.
Examinemos un ejemplo muy sencillo. Supongamos que hoy predicamos el evangelio y una persona lo recibe, cree y se arrepiente. Tal persona afirma haber creído. Si usted le pregunta: “¿Has creído en el Señor Jesús?”, probablemente ella le responda: “Sí, he creído”. Si además usted le pregunta: “¿Eres salva?”. Ella quizás diga: “Sí, seré salva”. Al escuchar esta última respuesta, usted se percatará de que algo no marcha bien y, entonces, le preguntará nuevamente: “¿Está segura de que será salva?”. Quizás ella diga: “Ciertamente seré salva”. A lo cual usted, sabiendo que algo no está bien, le pregunta de nuevo: “¿Tiene la certeza de que será salva? Quizás diga que va a ser salva, que definitivamente será salva o que ciertamente será salva, pero algo no está bien. Si usted le pregunta: “¿Cree usted en el Señor Jesús y es salva?”, y esta persona le contesta: “¡Soy salva!”, entonces, ella le habrá dado al blanco. Una persona es salva en cuanto cree. La fe siempre está relacionada con el tiempo pasado. Tener fe en haber sido sanado es como la fe que uno tiene en la salvación. No es que uno crea que será sanado, o que debe ser sanado o que tiene que ser sanado. Eso no es fe. Si una persona tiene fe, dirá: “¡Gracias a Dios, he sido sanado!”.
Tenemos que tomar posesión de estas tres cosas: Dios puede, Dios quiere y Dios lo ha hecho. Nuestra enfermedad nos abandonará una vez que nuestra fe haya alcanzado la etapa en la que podamos afirmar: “Dios lo ha hecho”.