Watchman Nee Libro Book cap.39 El hombre espiritual
EL CREYENTE Y SU CUERPO
DÉCIMA SECCIÓN
CAPÍTULO UNO
EL CREYENTE Y SU CUERPO
Necesitamos conocer cuál es la posición del cuerpo a los ojos de Dios. No se puede negar que existe una relación entre el cuerpo y la vida espiritual. Además de tener espíritu y alma, también tenemos cuerpo. La intuición, la comunión y la conciencia de nuestro espíritu pueden ser muy saludables, y aunque la mente, la parte emotiva y la voluntad de nuestra alma puedan estar renovadas, no seremos hombres espirituales si nuestro cuerpo no es sano y renovado a la par de nuestro espíritu y nuestra alma. No podemos considerarnos completos si todavía nos falta algo. Como seres humanos no sólo tenemos espíritu y alma, sino que también cuerpo. No podemos descuidar el cuerpo y ocuparnos solamente del espíritu y del alma, pues si lo hacemos nuestra vida se marchitará.
El cuerpo es necesario e importante; si así no fuera, Dios no nos habría dado un cuerpo. Si leemos cuidadosamente la Biblia, veremos la importancia que Dios da al cuerpo humano. Casi todo lo que se narra en la Biblia tiene que ver con el cuerpo. La encarnación es el acto más evidente y convincente. El Hijo de Dios tomó un cuerpo de carne y sangre, y aunque pasó por la muerte, tendrá ese cuerpo por la eternidad.
EL ESPÍRITU SANTO Y EL CUERPO.
Romanos 8:10 al 13 nos habla en detalle de la condición de nuestro cuerpo, de la manera en que el Espíritu Santo ayuda a nuestro cuerpo y de la actitud que debemos tener hacia nuestro cuerpo. Si comprendemos estos versículos, no nos equivocaremos en cuanto a la posición de nuestro cuerpo en el plan de redención.
El versículo 10 dice: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Tanto nuestro cuerpo como nuestro espíritu estaban inicialmente muertos, pero después de que creímos en el Señor Jesús, lo recibimos como nuestra vida. Cristo por medio del Espíritu Santo mora en los creyentes. Esta es la verdad más sobresaliente de todo el evangelio. Todo creyente, no importa cuán débil sea, tiene a Cristo en él, y Cristo es su vida. Cuando Cristo entró en nosotros, avivó nuestro espíritu, como ya lo dijimos. Al principio, nuestro cuerpo y nuestro espíritu estaban muertos. Debido a que recibimos a Cristo y a que mora en nosotros, nuestro espíritu ahora está vivo. El espíritu y el cuerpo estaban muertos, pero el espíritu fue avivado, y solamente el cuerpo permanece en la muerte. Esta es la condición común de los creyentes: el espíritu está vivo, pero el cuerpo no.
Esta experiencia (común a todos los creyentes) hace que haya grandes diferencias entre lo externo y lo interno de los creyentes. Nuestro hombre interior está lleno de vida, pero nuestro hombre exterior está lleno de muerte. Nuestro espíritu está lleno de vida, pero habita en un cuerpo de muerte. En otras palabras, la vida de nuestro espíritu y la vida de nuestro cuerpo son completamente diferentes. La vida del espíritu es verdadera vida, pero la vida del cuerpo no es otra cosa que muerte, porque nuestro cuerpo sigue siendo un “cuerpo de pecado”. Por consiguiente, no importa cuánto crecimiento tengamos en nuestra vida espiritual, nuestro cuerpo seguirá siendo el cuerpo de pecado. Todavía no hemos recibido el cuerpo de resurrección, el cual es glorioso y espiritual. La redención de nuestro cuerpo sucederá en el futuro. Nuestro cuerpo hoy no es más que un vaso de barro, un tabernáculo terrenal y todavía está en deshonra. Aunque el pecado haya sido echado fuera del espíritu y de la voluntad, la redención de nuestro cuerpo todavía pertenece al futuro. Así que, el pecado aún no ha sido echado fuera del cuerpo. Debido a eso el cuerpo está muerto. A ello alude el versículo que dice: “El cuerpo está muerto a causa del pecado”, pero nuestro espíritu está vivo, o dicho de una manera más exacta, nuestro espíritu es vida. Por la justicia de Cristo, nuestro espíritu recibió vida. Cuando creímos en Cristo, recibimos instantáneamente La justicia de Cristo y fuimos justificados delante de Dios. En el primer caso, Cristo depositó Su justicia en nosotros. Este es un hecho plenamente revelado; no es una metáfora; Cristo nos impartió Su justicia. En el segundo caso, Dios por medio de Cristo nos ve como justos, lo cual es un procedimiento legal. Si no hubiera una impartición de justicia, no podría haber justificación. Cuando recibimos a Cristo, fuimos puestos en la posición de justos ante Dios. El nos impartió la justicia de Cristo en el mismo momento en que entró en nosotros para ser nuestra vida y avivar nuestro espíritu amortecido. Es por esto que Romanos 8:10 dice: “El espíritu es vida a causa de la justicia”.
El versículo 11 dice: “Y si el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. El versículo anterior dice que Dios hace que nuestro espíritu sea vida, y este versículo nos dice que Dios hace que nuestros cuerpos reciban vida. El versículo 10 dice que solamente el espíritu está vivo; así que, el cuerpo todavía está muerto. Luego añade que el cuerpo también puede llegar a vivir después de que el espíritu sea avivado. Primero dice que el espíritu vive porque Cristo vive en nosotros, y luego dice que el cuerpo llega a vivir porque el Espíritu Santo vive en nosotros. El Espíritu Santo desea darle vida a nuestro cuerpo.
Ya vimos que nuestro cuerpo está muerto, y aunque la cáscara no esté muerta, va en camino a la tumba. Desde el punto de vista espiritual, el cuerpo también se cuenta como muerto. Aunque desde la perspectiva humana el cuerpo tiene vida, para Dios esta vida es muerte, porque está lleno de pecado. “El cuerpo está muerto a causa del pecado”. Por una parte, aunque el cuerpo tiene fuerzas, no podemos permitir que exprese su propia vida. No debe ejercer ninguna acción porque las acciones de su vida no son otra cosa que muerte. El pecado es la vida del cuerpo, pero es muerte espiritual. El cuerpo vive en una especie de muerte espiritual. Por otra parte, sabemos que debemos dar testimonio de Dios, servirle y llevar a cabo Su obra, todo lo cual requiere la fuerza de nuestro cuerpo. Puesto que el cuerpo está muerto espiritualmente y su vida también está muerta, ¿qué debemos hacer para que nuestro cuerpo pueda ser usado a fin de que pueda suplir las necesidades del hombre espiritual sin hacer uso de su vida de muerte? Nuestro cuerpo es incompetente y se resiste a andar conforme a la voluntad del Espíritu de vida que mora en nosotros. Por el contrario, se opone y lucha contra esa voluntad. ¿Qué debe hacer el Espíritu Santo a fin de capacitar al cuerpo para que se conduzca conforme a Su voluntad? La respuesta es que el Espíritu Santo da vida a nuestros cuerpos mortales.
Dios “levantó de los muertos a Jesús”, pero no se menciona explícitamente; sólo dice: “Aquel que levantó de los muertos a Jesús”, esto se debe a que el énfasis recae en la obra que El llevó a cabo al resucitar a Jesús de entre los muertos. Esto dirige la atención de los creyentes al siguiente hecho: si Dios levantó el cuerpo muerto de Jesús, puede también levantar los cuerpos mortales de los creyentes. El apóstol dice que si el Espíritu de Dios, es decir, el Espíritu Santo o el Espíritu de resurrección, “mora en vosotros”, Dios “vivificará también vuestros cuerpos mortales” por medio de El. Esta es la segunda ocasión en que el apóstol usa la palabra “si”, aunque no tenía duda con respecto a si el Espíritu Santo está en los creyentes. En el versículo 9, él dice que todos los que han participado de Cristo ya tienen el Espíritu Santo. El quiso decir que puesto que el Espíritu Santo mora en nosotros, nuestro cuerpo mortal recibirá Su vida. Este es un privilegio del que sólo participan aquellos en quienes mora el Espíritu Santo. El apóstol no quería que ningún creyente dejara de tomar esto en fe ni perdiera esta bendición.
Dicho versículo dice que si el Espíritu de Dios mora en nosotros, entonces Dios dará vida a nuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu que mora en nosotros. Esto no se refiere a la resurrección que experimentaremos en el futuro, pues no tiene relación alguna con ese tema. Aquí se está comparando la resurrección del Señor Jesús con nuestros cuerpos que han recibido vida. Este versículo no habla de cuerpos que hayan muerto; en ese caso, sí estaría relacionado con la resurrección. Solamente se habla del cuerpo “mortal”, que ha de morir, no del cuerpo que está muerto. El cuerpo de los creyentes se encuentra muerto espiritualmente, pero no está muerto físicamente. En realidad, está en camino a la tumba y morirá. Así como el Espíritu Santo que mora en nosotros se relaciona con el presente, el hecho de que el Espíritu Santo dé vida a nuestros cuerpos mortales es también una experiencia del presente. Este versículo tampoco nos habla de la regeneración, porque dice que el Espíritu Santo da vida a nuestro cuerpo, no a nuestro espíritu.
En este versículo, Dios nos dice que los cuerpos de los creyentes tienen el privilegio de recibir vida por medio del Espíritu Santo que mora en ellos. Esto no significa que “el cuerpo de pecado” llegue a ser un cuerpo santo ni que “el cuerpo de nuestra humillación” llegue a ser un cuerpo glorioso, ni que el “cuerpo mortal” llegue a ser un cuerpo inmortal. Estas cosas no son posibles en esta vida, pero sucederán cuando el Señor nos lleve consigo y nuestros cuerpos sean redimidos. La naturaleza de nuestro cuerpo no puede cambiar en esta vida. El hecho de que el Espíritu Santo dé vida a nuestros cuerpos quiere decir que (1) si nuestro cuerpo tiene alguna enfermedad, El puede hacer que se recupere, y (2) si no tiene ninguna dolencia, El nos preservará de contraer cualquier enfermedad. En síntesis, el Espíritu Santo desea fortalecer nuestro cuerpo para que satisfaga todos los requisitos de la obra de Dios y lo que El requiere en nuestra conducta, y para que no perjudique nuestra vida ni cause daño al reino de Dios.
Esto es lo que Dios preparó para todos Sus hijos. Pero ¿cuántos creyentes han experimentado que el Espíritu del Señor les dé vida cada día a sus cuerpos mortales? ¿No son todavía muchos afectados por su constitución física y no ponen así en peligro su vida espiritual? ¿No caen muchos con frecuencia debido a la debilidad de su cuerpo? ¿No están todavía muchos incapacitados para participar en la obra vigorosa de Dios debido a la esclavitud de la enfermedad? Las experiencias de los creyentes hoy no pueden compararse con la provisión de Dios. Esto se debe a muchas cosas. Algunos no conocen la provisión que Dios nos dio en el Espíritu Santo y, por su incredulidad, la consideran imposible. Algunos piensan que no tiene mucha relación con ellos porque no la desean. Otros la conocen, la creen y la desean, pero no presentan sus cuerpos en sacrificio vivo. Simplemente esperan que Dios, por medio del Espíritu Santo, les dé la fuerza que les ayude a vivir por su propia cuenta. Así que, tampoco ellos experimentan estas riquezas. Si los creyentes están dispuestos a vivir para Dios, y si reclaman estas promesas y esta provisión por la fe, verán que es un hecho real que Dios llenará nuestro cuerpo de vida. (Más adelante daremos más detalles al respecto.)
El versículo 12 dice: “Así que hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne”. Este versículo habla de la relación que debe haber entre el creyente y el cuerpo. Un sinnúmero de creyentes hoy se han convertido en fieles esclavos del cuerpo, y muchos de ellos tienen su vida espiritual confinada en sus cuerpos. Son como dos clases de personas; cuando miran en su interior, sienten que son muy espirituales, que están cerca de Dios y que tienen una vida espiritual muy elevada, pero cuando viven en la carne, sienten que son seres caídos y carnales y que están separados de Dios. Le obedecen a su cuerpo, el cual les parece una carga pesada. Cada vez que tienen un pequeño malestar, cambian de conducta, y cada vez que experimentan una pequeña debilidad, enfermedad o dolor, se sienten perdidos y comienzan a amarse a sí mismos y a tener compasión de sí mismos, y pierden la paz en su corazón. En tales circunstancias, se les hace imposible tener una vida espiritual.
La expresión “así que”, usada por el apóstol, conecta este versículo con el contexto. El versículo 10 dice que el cuerpo está muerto, y el versículo 11 dice que el Espíritu Santo da vida al cuerpo. Basándose en estas dos condiciones, el apóstol añade: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne”. (1) Puesto que el cuerpo está muerto a causa del pecado, no debemos vivir según él, pues si lo hacemos, pecaremos. (2) Puesto que el Espíritu Santo impartió vida a nuestro cuerpo mortal no necesitamos vivir según la carne, porque ésta ya no tiene autoridad para atar nuestra vida espiritual. Con estas provisiones del Espíritu Santo, nuestra vida interior puede dar órdenes directas al cuerpo sin ningún impedimento. Antes éramos deudores a la carne. No podíamos detener sus deseos, pasiones y concupiscencias. Por eso, le obedecíamos y cometíamos muchos pecados. Sin embargo, ya que el Espíritu Santo hizo tal provisión para nosotros, la concupiscencia de la carne no puede forzarnos a hacer nada, y la debilidad, la enfermedad y el dolor que se hallan en la carne tampoco pueden controlarnos.
Muchos piensan que la carne tiene sus deseos y apetitos legítimos y que deben satisfacerlos. Pero el apóstol nos dice que no le debemos nada a la carne. Aparte de mantener la carne en la debida condición como un vaso para Dios, no tenemos ninguna deuda para con ella. Sin embargo, la Biblia tampoco nos prohibe cuidar nuestro cuerpo. Cuando estamos enfermos, el cuerpo necesita atención especial. El vestido, el alimento y el techo son necesarios, y en algunas ocasiones, el descanso es indispensable. Pero, por otra parte, no debemos permitir que nuestra vida esté centrada en estas cosas. Debemos comer cuando tengamos hambre, beber cuando tengamos sed, descansar cuando nos sintamos cansados y vestirnos cuando tengamos frío. De todos modos, no debemos permitir que estas cosas penetren demasiado en nuestros corazones hasta formar parte de las metas de nuestra vida diaria. No debemos desear tales cosas. Ellas deben ir y venir según nuestras necesidades, mas no deben perdurar mucho tiempo. No es correcto que se conviertan en pasiones. Sin embargo, hay momentos en los que el cuerpo tiene necesidad de estas cosas, pero por causa de la obra de Dios o debido a que existen necesidades más importantes, debemos golpear nuestro cuerpo y no ser esclavos suyos. El sueño que tenían los discípulos en el huerto del Getsemaní y el hambre que sintió el Señor Jesús junto al pozo de Sicar nos muestran la necesidad de vencer deseos que son lícitos. De lo contrario, estos deseos nos conducirán al fracaso. No tenemos ninguna deuda con la carne. Por tanto, no debemos pecar por la concupiscencia de la carne ni reducir la obra espiritual por la debilidad de la carne.
El versículo 13 dice: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir, mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Puesto que Dios ha dado tales provisiones, los creyentes sufrirán si no las reciben y viven conforme a la carne.
“Si vivís conforme a la carne, habréis de morir”. En este versículo los verbos “morir” y “viviréis” de la cláusula siguiente tienen varios significados. Sólo mencionaremos uno de ellos: la muerte del cuerpo. En lo que respecta al pecado, nuestro cuerpo está “muerto”; en cuanto al resultado, nuestro cuerpo es “mortal”. Si vivimos conforme a la carne, el cuerpo mortal será un cuerpo que está a punto de morir. Si vivimos conforme a la carne, por una parte, no podemos recibir la vida que el Espíritu Santo le da al cuerpo, y por otra, el envejecimiento del cuerpo se acelerará. Todos los pecados son dañinos para el cuerpo. Todos los pecados tendrán un efecto nocivo para el cuerpo, y ese efecto es la muerte. Tenemos que luchar contra la muerte de nuestro cuerpo confiando en el Espíritu Santo, quien da vida a nuestro cuerpo. De lo contrario, la muerte acelerará su obra en el cuerpo.
“Si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. No sólo debemos recibir al Espíritu Santo para que dé vida a nuestro cuerpo, sino también para que mate los hábitos del cuerpo. Si somos descuidados y no ponemos fin los hábitos del cuerpo por medio del Espíritu Santo, no podremos esperar que El dé vida a nuestro cuerpo. Sólo podremos vivir haciendo morir los hábitos del cuerpo por medio de El. Si el cuerpo desea vivir, los hábitos del cuerpo primero deben morir. De lo contrario, el resultado inminente será la muerte. Este es el error que muchos cometen; piensan que pueden vivir por su propia cuenta, controlar su propio cuerpo, hacer lo que les place, y aún así, recibir la vida que el Espíritu Santo suministra al cuerpo para que éste se mantenga fuerte y saludable. ¿Cómo puede ser posible esto? El Espíritu Santo le da vida y poder al hombre a fin de que viva para El. Dios da vida a nuestro cuerpo para que le sirvamos a El; lo hace con el propósito de que vivamos para El. Si no nos hemos consagrado plenamente, viviremos aún más para nosotros mismos cuando el Espíritu nos dé salud, fuerza y poder. Muchos creyentes que buscan al Espíritu Santo para que le dé vida a su cuerpo deben comprender que no recibirán lo que piden si no prestan atención a esto.
Anteriormente, no podíamos controlar nuestro cuerpo, pero ahora, por medio del Espíritu Santo sí podemos. El nos da el poder para hacer morir los hábitos del cuerpo. Todos los creyentes han experimentado la concupiscencia de sus miembros, la cual insta su cuerpo a tratar de satisfacerla, y ha visto cuán impotente es de afrontar esto por sí solo; pero por medio del Espíritu Santo puede hacerlo. Este es un punto muy importante. Es inútil que el yo trate de crucificarse. En la actualidad muchos creyentes entienden lo que es estar crucificados juntamente con Cristo, pero muy pocos en realidad expresan esta vida. La verdad acerca de la crucifixión con Cristo se halla en la vida de muchos a modo de simple enseñanza. Tales creyentes no han visto con claridad el papel que el Espíritu Santo desempeña en la salvación; no han visto que el Espíritu Santo obra juntamente con la cruz. Si sólo tenemos la cruz sin el Espíritu Santo, ella es inútil, pues solamente el Espíritu Santo puede aplicar lo que la cruz efectuó, y sólo El puede hacerla nuestra experiencia. Si no permitimos que esta verdad sea aplicada en nuestras vidas por el Espíritu Santo, todo lo que veamos serán sólo teorías.
Es bueno saber que “nuestro viejo hombre fue juntamente crucificado con Él para que el cuerpo de pecado sea anulado”. Pero si no hacemos morir los hábitos del cuerpo por el Espíritu, es decir, por el poder del Espíritu Santo y en El, el conocimiento de esta verdad por sí solo no nos librará de los hábitos del cuerpo. Muchos creyentes entienden claramente la verdad de la cruz y la aceptan, pero ésta no tiene efecto en ellos. Esto los hace dudar si la salvación práctica de la cruz es verdadera. No debemos sorprendernos de que piensen eso, pues olvidan al Espíritu Santo, quien es el único que puede convertir la cruz en una experiencia. Solamente El puede hacer que la salvación nos sea aplicada. Si el creyente se niega a sí mismo y confía plenamente en que el poder del Espíritu Santo pondrá fin a los hábitos del cuerpo, entonces la verdad que reconoce no será más que una teoría. Sólo por medio del poder aniquilador del Espíritu Santo puede el cuerpo recibir vida.
GLORIFICAMOS A DIOS.
En 1 Corintios 6:12 al 20. se arroja mucha más luz en cuanto al cuerpo de los creyentes. Examinemos esa porción versículo por versículo.
El versículo 12 dice: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas son provechosas; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna”. El apóstol se refería al cuerpo. (Explicaremos esto más adelante.) El dijo que todo le es lícito porque por naturaleza todos los deseos del cuerpo, tales como comer, beber y reproducirse (versiculo. 13), son naturales, necesarios y lícitos. Pero el dijo que (1) no todas estas cosas nos convienen y (2) no debemos ser dominados por ellas. En otras palabras, desde la perspectiva del hombre, hay muchas cosas que el creyente puede hacer con su cuerpo, pero que debe evitarlas porque él pertenece al Señor y desea glorificar a Dios.
El versículo 13 dice: “La comida para el vientre, y el vientre para la comida; pero Dios reducirá a nada tanto al uno como a la otra. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo”. La primera parte de este versículo concuerda con la primera parte del versículo anterior. La comida es lícita, aunque tanto ésta como el vientre serán reducidos a nada. Por lo tanto, no todo conviene. La segunda mitad también concuerda con la segunda mitad del versículo 12. Un creyente puede estar completamente libre del control de sus apetitos sexuales y ofrecer su cuerpo exclusivamente al Señor (7:34).
El cuerpo es para el Señor. Esta declaración es muy crucial. El apóstol acababa de hablar del problema de la comida. La necesidad de comer y de beber les da a los creyentes la oportunidad de obedecer esta declaración. La causa original de la caída del hombre fue la comida. El Señor Jesús también fue tentado en el desierto con respecto a la comida. Muchos creyentes ignoran que deben glorificar a Dios en lo relacionado con comer y beber, ya que no comprenden que el único propósito de comer y beber es hacer que el cuerpo sea útil al Señor. Por eso, comen y beben para satisfacer sus propios deseos. Tales creyentes deben recordar que el cuerpo es “para el Señor” y no para nosotros. Por tanto, no debemos usar nuestro cuerpo para agradarnos a nosotros mismos. Comer y beber no debe ser un impedimento en nuestra relación con Dios; sólo debe preservar nuestro cuerpo en una condición normal.
El apóstol también habló de la fornicación, un pecado que mancha el cuerpo. El pecado de la fornicación es exactamente lo contrario a la enseñanza de que el cuerpo es para el Señor. La fornicación que aquí se menciona no se relaciona sólo con satisfacer el deseo de la carne fuera del matrimonio, sino también con la relación entre cónyuges. El cuerpo es para el Señor; esto significa que le pertenece completamente a El y no a nosotros. Por consiguiente, la entrega completa al placer, aunque sea lícito, debe ser también prohibida.
El apóstol desea que veamos que todo lo que pase de este limite o no lo tenga en cuenta, sea lo que sea, debemos resistirlo terminantemente. Puesto que el cuerpo es para el Señor, nadie aparte de El debe usar nuestro cuerpo. Quien haga uso de su cuerpo, no importa qué parte, para su propio placer, no agrada a Dios. Además de ser un vaso de justicia, el cuerpo no debe utilizarse para ningún otro fin. Ni nuestro cuerpo ni nuestra persona pueden servir a dos amos. Aunque la comida y el sexo sean naturales, sólo podemos permitir que sean satisfechas cuando surja la necesidad. Después de que ésta es satisfecha, el cuerpo seguirá siendo para el Señor, no para la comida ni para el sexo. En la actualidad muchos creyentes van en pos solamente de la santificación de su espíritu y de su alma, pero no saben que para obtener la santificación de su espíritu y de su alma, deben santificarse en su cuerpo. En muchos aspectos, la santificación del espíritu y del alma dependen de la del cuerpo. Ellos olvidan que todos sus nervios, sus sensaciones, sus actividades, su conducta, trabajar, comer, beber, hablar, etc., deben hacerse o tenerse sólo para el Señor; de no ser así, no llegarán a la perfección.
El cuerpo es para el Señor; es decir, le pertenece a El. No obstante, le corresponde al hombre guardarlo para el Señor. Sin embargo, hoy en día, muy pocos saben esto y casi nadie lo practica. La razón por la cual muchos de los hijos de Dios sufren debilidades, enfermedades y aflicciones es que Dios está reprendiéndolos y llamándolos a ofrecer sus cuerpos completamente a El. Una vez que hagan esto, El los sanará. El desea que sepan que sus cuerpos no son de ellos, sino de El. Si todavía viven según su propia voluntad, experimentaran que la disciplina de Dios no se apartará de ellos. Si hay enfermos entre nosotros, deben prestar atención a este tema.
El Señor también es para el cuerpo. Esto es maravilloso. Comúnmente pensamos que el Señor vino para salvar el alma. Pero este versículo nos dice que El Señor también es para el cuerpo. Muchos creyentes menosprecian demasiado su cuerpo. Creen que el Señor sólo se preocupa por salvar almas, y que el cuerpo no sirve para nada. Creen que su cuerpo no tiene valor alguno en la esfera de la vida espiritual y que en la salvación Dios no hizo ninguna provisión de gracia para él. Pero este versículo nos dice que el Señor es para el cuerpo. El Señor es para ese cuerpo que el hombre menosprecia.
Puesto que los creyentes menosprecian el cuerpo de esta manera, creen que el Señor Jesús sólo se ocupa de eliminar los pecados de su espíritu y de su alma, y que no se ocupa de las enfermedades del cuerpo. Por lo tanto, cada vez que se sienten débiles o padecen alguna enfermedad, acuden a medios humanos para aliviarse. Aunque saben que los cuatro evangelios narran más casos de cuerpos sanados por el Señor de almas salvas, interpretan estos hechos sólo espiritualmente. Creen que los malestares son sólo síntomas de la condición espiritual de la persona. Pese a que reconocen que mientras el Señor estuvo en la tierra sanó enfermedades físicas, creen que hoy día El solamente sana enfermedades espirituales. Están dispuestos a entregarle sus enfermedades espirituales para que los sane, pero piensan que El no tiene ningún interés en las enfermedades de su cuerpo y que deben recurrir a su propio tratamiento. Sin embargo, olvidan que “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos. 13:8). Piensan que el Señor Jesús sanó las enfermedades del cuerpo cuando estuvo en la tierra, pero que hoy solamente sana las del espíritu.
Los creyentes, en su mayoría, menosprecian el cuerpo. Les parece que Dios no hizo provisión alguna para su cuerpo, que la salvación que Cristo efectúa se limitara al espíritu y el alma, y que el cuerpo no tiene parte alguna en ella. No prestan atención al hecho de que, mientras el Señor Jesús estuvo en la tierra, sanaba a los enfermos, y que los apóstoles continuaron empleando el poder para sanar. La única explicación por la cual no se recibe esto es la incredulidad. Pero la palabra de Dios indica que el Señor también es para el cuerpo. El Señor es para el cuerpo. Todo lo que el Señor es, se aplica también al cuerpo.
En el contexto donde se habla de que nuestro cuerpo es para el Señor, vemos que El también es para nuestro cuerpo. Aquí podemos ver la relación que hay entre Dios y el hombre. Dios se entregó a Sí mismo por completo a nosotros y espera que también nosotros nos demos por entero a El. Después de que nos entreguemos a El, dependiendo de cuán íntegra sea nuestra entrega, El mismo se entregará a nosotros. Dios desea que sepamos que El ya dio Su cuerpo por nosotros y también que si nuestro cuerpo es verdaderamente para El, sin duda experimentaremos que El es para nuestro cuerpo. El cuerpo es para el Señor, lo cual significa que nosotros ofrecemos nuestro cuerpo incondicionalmente al Señor, a fin de vivir para El. El Señor es para el cuerpo; esto significa que el Señor aceptó nuestra ofrenda con agrado. El Señor dará Su vida y poder a nuestro cuerpo. El guardará, preservará y nutrirá nuestro cuerpo.
Nuestro cuerpo es débil, corrupto, pecaminoso y mortal. Parece difícil creer que el Señor fuera para nuestro cuerpo. Pero comprendemos esto cuando contemplamos la forma en que Dios nos salva. Cuando el Señor Jesús descendió a la tierra, se hizo carne; así que obtuvo un cuerpo. Mientras estaba en la cruz, llevó nuestros pecados en Su propio cuerpo. Cuando nos unimos a El por medio de la fe, nuestro cuerpo es clavado en la cruz juntamente con El.
Así, El libera nuestro cuerpo del poder del pecado. En Cristo, este cuerpo resucitó y ascendió a los cielos. Ahora el Espíritu Santo mora en nosotros. Por tanto, podemos decir que el Señor es para nuestro cuerpo. El no es sólo para nuestro espíritu y alma, sino también para nuestro cuerpo.
La expresión “el Señor es para el cuerpo” tiene varios significados. En primer lugar, el Señor es para el cuerpo porque El desea librar nuestro cuerpo del pecado. Casi todos los pecados se relacionan con el cuerpo. Muchas acciones pecaminosas son iniciadas por los constituyentes fisiológicos del cuerpo. Por ejemplo, la embriaguez y el desenfreno son el resultado de un deseo desaforado del cuerpo. También divertirse es una exigencia del cuerpo. La ira de muchos es influenciada por la constitución específica del cuerpo. Una constitución fisiológica que sea demasiado sensible y fácilmente provocada, conlleva a hablar de una manera fría, severa y áspera. La razón por la cual muchas personas tienen cierta forma de ser es su constitución fisiológica. Muchos tienen una tendencia marcada hacia la corrupción, la lascivia, la fornicación y la iniquidad, debido a una constitución fisiológica peculiar. Cuando son dominados por su cuerpo cometen todos estos pecados. Pero el Señor es para el cuerpo. Por lo tanto, si primero ofrecemos nuestro cuerpo al Señor y reconocemos que El es el Señor de todo, y si reclamamos Sus promesas por la fe, podremos ver que El es para el cuerpo, y por eso El nos librará del pecado. En consecuencia, no importa si nuestra constitución fisiológica es más débil que la de los demás, podemos confiar en el Señor para vencerla.
En segundo lugar, el Señor también se ocupa de las enfermedades del cuerpo. De la misma forma en que aniquila el pecado, El sana las dolencias. En todo lo relacionado con nuestro cuerpo, El está a favor de nosotros. Es por eso que El también se ocupa de nuestras enfermedades, la cuales tienen el propósito de revelarnos el poder que el pecado tiene en nuestro cuerpo. El Señor Jesús desea salvarnos por completo de todo pecado y de toda enfermedad.
En tercer lugar, el Señor también se relaciona con la subsistencia de nuestro cuerpo. El desea ser la fuerza y la vida de nuestro cuerpo físico a fin de que éste viva por El. En nuestra vida diaria El desea que experimentemos el poder de Su resurrección y veamos que nuestro cuerpo también vive por El en esta tierra. (Abarcaremos estos dos puntos detenidamente en otro capítulo.)
En cuarto lugar, el Señor también se relaciona con la glorificación de nuestro cuerpo, aunque éste es un hecho futuro. La cumbre a la que podemos llegar hoy es vivir por Él. Pero esto no implica que la naturaleza de nuestro cuerpo sea cambiada. Un día el Señor redimirá nuestro cuerpo y hará que sea igual al cuerpo de la gloria Suya.
No debemos menospreciar la importancia de las palabras: “El cuerpo es para el Señor”. Si verdaderamente deseamos experimentar el hecho de que el Señor es para el cuerpo, debemos primero entregar nuestro cuerpo al Señor. Si no consagramos nuestro cuerpo por completo a vivir para el Señor, y si usamos nuestro cuerpo según nuestros propios deseos agradándonos y complaciéndonos a nosotros mismos, no podremos experimentar el hecho de que el Señor es para el cuerpo. Sólo cuando nos ponemos completamente en las manos de Dios, nos sometemos a Sus preceptos en todas las cosas y presentamos nuestros miembros como instrumentos de justicia, podemos comprobar que el Señor es para nuestro cuerpo. El nos dará vida y poder. Si nuestro cuerpo no es para el Señor, entonces no podremos experimentar que El es para nuestro cuerpo.
El versículo 14 dice: “Y Dios, que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará mediante Su poder”. Este versículo explica la última cláusula del versículo anterior, que dice que el Señor es para el cuerpo. La resurrección del Señor fue la resurrección de Su cuerpo. Nuestra resurrección en el futuro también será la resurrección de nuestro cuerpo. Dios ya resucitó el cuerpo del Señor Jesús y también resucitará nuestro cuerpo. En la Biblia estos dos eventos son hechos. ¿Cómo es posible que el Señor sea para nuestro cuerpo? El nos levantará con Su poder. Este es el clímax de la expresión “el Señor es para el cuerpo”, y sucederá en el futuro. Pero, ¿qué decimos de hoy? Hoy podemos tener un anticipo del gran poder de Su resurrección.
El versículo 15 nos dice: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Tomaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? ¡De ningún modo!” La primera pregunta tiene una implicación maravillosa. En otra parte se nos dice: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo” (12:27), pero éste es el único pasaje que dice: “Vuestros cuerpos son miembros de Cristo”. Por supuesto, al decir “vosotros” se deduce que toda la persona del creyente es miembro de Cristo. ¿Por qué este versículo menciona el cuerpo específicamente? Parece que solamente creemos que nuestro espíritu es miembro de Cristo, puesto que tiene la misma sustancia que El, pero ¿cómo puede nuestro cuerpo físico ser un miembro de Cristo? En esto vemos un hecho maravilloso.
Necesitamos entender la unión que tenemos con Cristo. Dios no considera a ningún creyente como un individuo aislado. El puso a todos los creyentes en Cristo; así que, ningún creyente puede estar fuera de Cristo, debido a que su vida diaria procede de El. A los ojos de Dios, la unión de los creyentes con Cristo es un hecho innegable. El cuerpo de Cristo no es un término espiritual, sino un hecho tangible. Así como la cabeza está unida a todo el cuerpo, Cristo está unido a todos los creyentes. A los ojos de Dios, nuestra unión con Cristo es completa, eterna e irrevocable. En otras palabras nuestro espíritu está unido al Espíritu de Cristo, lo cual es crucial. Nuestra alma se encuentra unida al alma de Cristo. Esta es una unión en la mente, en la parte emotiva y en la voluntad. Nuestro cuerpo también esta unido al de Cristo. Si la unión entre nosotros y Cristo no tiene ninguna fisura, entonces nuestro cuerpo tampoco puede ser la excepción. Si somos miembros de Cristo, nuestro cuerpo también debe ser miembro de El.
Por supuesto, esto sólo tendrá su consumación en la resurrección futura. Pero hoy, por nuestra unión con Cristo, eso ya es un hecho. Esta enseñanza es crucial. Podemos recibir mucho consuelo si nos damos cuenta de que el cuerpo de Cristo es para nuestro cuerpo. Todas las verdades pueden ser experimentadas. ¿Hemos encontrado algún problema fisiológico como por ejemplo una enfermedad o debilidad? Debemos comprender que el cuerpo de Cristo es para nuestro cuerpo y que nuestro cuerpo está unido al Suyo. Por lo tanto, podemos obtener la vida y el poder del Señor Jesús para suplir todas las necesidades de nuestro cuerpo. Si alguno tiene alguna deficiencia en su cuerpo debe utilizar su fe para afirmarse sólidamente en su posición de estar unido al Señor y debe reconocer que él es para el Señor y que el Señor para él. De esta forma, puede aplicar todo lo que el Señor es para el cuerpo.
El apóstol estaba asombrado de que los creyentes corintios no pudieran comprender una enseñanza tan obvia. Sabía que como los creyentes habían oído esta enseñanza, no sólo tendrían muchas experiencias espirituales, sino que también recibirían una advertencia con respecto a su práctica. Si el cuerpo de ellos es un miembro de Cristo, ¿cómo podrían unirse ellos a una ramera?
En 1 Corintios 6:16 dice: “¿O no sabéis que el que se une con una ramera es un cuerpo con ella? Porque Dios dice: Los dos serán una sola carne”. el apóstol explica claramente el principio de la unión. El que se une con una ramera es una sola carne con ella. Por lo tanto, viene a ser miembro de ella. El creyente que está unido a Cristo es miembro de El. Si tomamos los miembros de Cristo y los unimos a una prostituta, y los hacemos de este modo miembros también de ella, ¿en qué posición quedará Cristo? Por esta razón el apóstol responde: “¡De ningún modo!”
El versículo 17 dice: “Pero el que se une al Señor es un solo espíritu con El”. En estos versículos podemos ver el misterio de la unión de nuestro cuerpo con el Señor. Lo más crucial de estos tres versículos es lo dicho en cuanto a la unión. El versículo 17 quiere decir que si los que unen su cuerpo al de una ramera vienen a ser una sola carne con ella y con sus miembros, mucho más serán miembros de Cristo los cuerpos de los creyentes que se unen a El en un solo espíritu. ¡Este es un argumento decisivo! Si la simple unión del cuerpo de una persona con una ramera, hace de los dos cuerpos uno solo, ¿no será uno con Cristo el cuerpo de los creyentes que se unen a El? El apóstol afirma que uno que se ha unido al Señor es inicialmente un solo espíritu con El, pues se trata de una unión de espíritus, pero no dice que el cuerpo del creyente sea independiente de su espíritu. Admite que la unión inicial se da en el espíritu, pero dicha unión también hace que el cuerpo del creyente sea un miembro. Esta afirmación es una evidencia de lo que dice inmediatamente antes, que el cuerpo es para el Señor y que el Señor también es para el cuerpo.
Todos los problemas yacen en el asunto de la unión. Los hijos de Dios deben saber con claridad que su propia posición en Cristo es la de una unión ininterrumpida. Por eso, afirmamos que nuestro cuerpo es miembro del Señor. La vida del Señor puede manifestarse en nuestro cuerpo. Si el Señor fuera débil y enfermizo, y si estuviera lleno de preocupaciones, no tendríamos nada. Pero debido a que El no es así, nuestra unión con El puede garantizarnos la salud, el poder y la vida del Señor.
Sin embargo, quisiéramos hacer notar que esto no significa que como nuestro cuerpo es miembro de Cristo, debe sentir toda la comunión espiritual y los asuntos espirituales. Los creyentes con frecuencia llegan a pensar que como su cuerpo es miembro de Cristo, debe percibirlo todo. Piensan que el cuerpo debe percibir la presencia de Dios, que Dios sacude el cuerpo. Creen que Dios gobierna el cuerpo directamente, que el Espíritu Santo llena el cuerpo y le comunica Su voluntad, usando la lengua y la boca para que hablen por El. En ese caso, el cuerpo reemplazaría al espíritu en su obra. En consecuencia, el espíritu perdería su función y el cuerpo trabajaría en su lugar. A veces el cuerpo no puede soportar mucho trabajo y se debilita. Además, los espíritus malignos, es decir, los espíritus incorpóreos, anhelan más que cualquier otra cosa tomar posesión del cuerpo del hombre. Su fin principal es unirse al cuerpo del hombre. Si el creyente exalta la posición de su cuerpo más de lo que debe, los espíritus malignos aprovecharán la oportunidad para obrar, pues de este modo satisfaría las leyes de la esfera espiritual. Si piensa que Dios y el Espíritu Santo se comunican con él por medio del cuerpo, puede caer en el error de esperar que tal cosa suceda, pero esto no acontecerá. Ni Dios ni Su Espíritu se comunican directamente con nosotros por medio de nuestro cuerpo; lo hacen mediante nuestro espíritu. Si el creyente persiste en experimentar a Dios en su cuerpo, dará lugar a que los espíritus malignos aprovechen la oportunidad para entrar en él, pues es exactamente lo que desean. En tal caso, el resultado será la unión de los espíritus malignos con el cuerpo del creyente. Al hablar de la unión de nuestro cuerpo con Cristo, nos referimos simplemente a que el cuerpo puede recibir la vida de Dios y ser fortalecido por ella y a que debe usarla cuidadosamente debido a que su posición es tan noble. No queremos decir con esto que el cuerpo pueda tomar control sobre la función del espíritu.
El versículo 18 dice: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo, mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca”. La Biblia considera la fornicación como el más grave de los pecados. Esto se debe a que la fornicación está relacionada estrechamente con el cuerpo, el cual es miembro de Cristo. No es de extrañar que el apóstol recuerde y exhorte reiteradamente a los creyentes a huir de la fornicación. Parece que nosotros únicamente prestamos atención a la deshonra moral que trae consigo la fornicación. Pero ése no es el énfasis del apóstol. Solamente la fornicación hace que nuestro cuerpo se una a otro. Por consiguiente, la fornicación es una ofensa contra el cuerpo. Aparte de la fornicación, ningún otro pecado hace que los miembros de Cristo lleguen a ser miembros de una ramera. Por lo tanto, la fornicación es un pecado que ofende a los miembros de Cristo. Puesto que el creyente está unido a Cristo, la fornicación es lo más deplorable. Podemos ver esto desde otro ángulo: Si la fornicación es tan deplorable, se entiende, entonces, que la unión de nuestro cuerpo con Cristo debe ser una realidad innegable.
El versículo 19 dice: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios?” Esta es la segunda vez que se dice “o no sabéis”. En la primera ocasión (versiculo. 15) “no sabéis” se refiere a que el cuerpo es para el Señor; y en la segunda, se refiere a que el Señor es para el cuerpo. En 1 Corintios 3:16 el apóstol dice que nosotros somos el templo de Dios. Pero ahora específicamente dice: “Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”. Esto indica que la morada de Dios se extiende del espíritu al cuerpo. Sería incorrecto afirmar que el Espíritu Santo habita primero en nuestro cuerpo; El inicialmente mora en nuestro espíritu y sólo se comunica directamente con nuestro espíritu. Pero no hay nada que le impida comunicar desde allí vida a nuestro cuerpo. Si pensamos que el Espíritu Santo viene primero a nuestro cuerpo, seremos engañados; pero si limitamos al Espíritu Santo únicamente a nuestro espíritu, sufriremos gran perdida.
Necesitamos comprender que nuestro cuerpo ocupa un lugar importante en la salvación. Dios desea santificarlo y llenarlo del Espíritu Santo, a fin de que sea un vaso Suyo. Puesto que Su cuerpo físico pasó por la muerte, la resurrección y la glorificación, El puede suministrar el Espíritu Santo a nuestro cuerpo. De la misma forma en que nuestra vida anímica llenaba nuestro cuerpo, el Espíritu Santo llenará nuestro cuerpo. El desea llegar a cada miembro y suministrarle más vida y fortaleza que lo que podemos pensar.
Nosotros somos el templo del Espíritu Santo. Este es un hecho establecido y lo podemos experimentar de una manera viva. Muchos creyentes, igual que los corintios, parecen haber olvidado este hecho. A pesar de que el Espíritu Santo mora en ellos, parece que no estuviese en ellos. Necesitamos fe para creer, reconocer y recibir lo que Dios hizo y cumplió en nuestro favor. Si tomamos todo ello por la fe, el Espíritu Santo no solamente pondrá la santidad, el gozo, la justicia y el amor en nuestra alma, sino que también pondrá Su vida, Su poder, Su salud y Su vigor en nuestros cuerpos débiles, cansados y enfermos. El traerá la vida del propio Cristo a nuestro cuerpo y el elemento de Su cuerpo glorificado. Cuando nuestro cuerpo esté dispuesto a obedecerlo completamente, cuando estemos dispuestos a rechazar toda acción independiente y cuando solamente busquemos ser un templo para el Señor, es decir, cuando hayamos muerto con Cristo en nuestra experiencia, el Espíritu Santo manifestará la vida del Cristo resucitado en nuestro cuerpo. ¡Cuán maravilloso sería ver que el Señor por medio de Su Espíritu que mora en nosotros, nos sana, nos fortalece y viene a ser nuestra salud y nuestra vida! Si creemos que nuestro propio cuerpo es el templo del Espíritu Santo, seguiremos al Espíritu llenos de admiración, de gozo, de santidad y de amor.
En 1 Corintios 6:20 dice: “Porque habéis sido comprados por precio, glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo”. La última parte del versículo 19 es una continuación de la pregunta del mismo versículo. “¿O ignoráis que no sois vuestros?” Somos miembros de Cristo y somos el templo del Espíritu Santo. No somos dueños de nosotros mismos; fuimos comprados por Dios por un alto precio. Todo lo nuestro, especialmente nuestro cuerpo, le pertenece a Dios. Cristo se unió a nosotros, y el sello del Espíritu Santo mora en nosotros, lo cual demuestra que nuestro cuerpo le pertenece a Dios de una manera especial. “Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo”. Hermanos, Dios desea que lo glorifiquemos en nuestro cuerpo. El desea que lo glorifiquemos con una consagración en la que el cuerpo sea exclusivamente para El, y que lo glorifiquemos por medio de la gracia en la que El Señor es para el cuerpo. Seamos sobrios y velemos, no permitiéndonos emplear nuestro cuerpo para nuestro propio beneficio, ni permitiendo que caiga en un estado como si el Señor no fuese para él. Sólo entonces podremos glorificar a Dios, y sólo entonces podrá El manifestar libremente su poder. Entonces, seremos libres, por una parte, del egoísmo, del amor propio y del pecado, y por otra, de la debilidad, la enfermedad y el dolor.