Watchman Nee Libro Book cap.37 El hombre espiritual
CONCEPTOS ERRÓNEOS DE LOS CREYENTES
NOVENA SECCIÓN
CAPÍTULO TRES
CONCEPTOS ERRÓNEOS DE LOS CREYENTES
No debemos cometer la equivocación de pensar que los creyentes que son engañados por espíritus malignos son muy corruptos, degenerados y pecaminosos. Recordemos que estos creyentes se consagraron a Dios y, de hecho, van más adelante que los creyentes comunes. Ellos se esfuerzan por obedecer al Señor y están dispuestos a pagar cualquier precio para seguir al Señor. Debido a que se consagraron totalmente al Señor y a que no saben cómo cooperar con Dios, caen en pasividad. Los que no han dado estos pasos, no tienen la posibilidad de ser pasivos, pues es posible que piensen que se consagraron a Dios, pero todavía se conducen según los pensamientos y los razonamientos de su vida natural. Aún viven según su propia voluntad. Un creyente de éstos no caerá en la pasividad ni será poseído por demonios. Es posible que cedan terreno a los espíritus malignos en otros asuntos, pero en cuanto a obedecer la voluntad de Dios, no cederán terreno por pasividad a los espíritus malignos. Sin embargo, solamente los que se han consagrado sinceramente, los que no tienen en cuenta su propia pérdida o ganancia y están dispuestos a escuchar y obedecer los preceptos de Dios, pueden llegar a ser pasivos y, por ende, poseídos. La voluntad de esta clase de creyente está propensa a caer en la pasividad. Sólo quienes están dispuestos a obedecer incondicionalmente toda orden que reciban, pueden llegar a estar pasivos.
Algunos se preguntarán “¿Por qué Dios no los protege? ¿No tienen ellos un motivo puro? ¿Es posible que Dios permita que quienes lo buscan fielmente sean engañados por espíritus malignos?” Muchos supondrán que Dios debería proteger a Sus hijos en toda circunstancia. Pero olvidan que para recibir la protección de Dios, uno debe cumplir la condición necesaria. Si el creyente propicia las condiciones para que los espíritus malignos trabajen, Dios no puede prohibirles que lo hagan, ya que El respeta las leyes. Si el creyente se pone en manos de los espíritus malignos, consciente o inconscientemente, Dios no les puede quitar a ellos el derecho de gobernarlo. Muchos piensan que siempre que tengan un motivo puro, no serán engañados, pero ignoran que las personas que son más fáciles de engañar son las que tienen motivos puros. La sinceridad no es lo que nos guarda de ser engañados, sino el conocimiento. Si el creyente no se preocupa por lo que enseña la Biblia, ni ora ni vela, y piensa que sus motivos puros bastan para ser guardado del engaño, tarde o temprano será engañado. Si ingenuamente cumple las condiciones para que los espíritus malignos operen, ¿Cómo puede esperar que Dios lo proteja?.
Muchos creyentes piensan que no pueden ser engañados porque pertenecen al Señor o porque se consagraron incondicionalmente al Señor o porque han adquirido muchas experiencias espirituales. No saben que cuando uno se considera estable, ya cayó en engaño. Si un creyente no se humilla, será engañado; estará poseído por demonios y pensará que está lleno del Espíritu Santo. La posesión demoníaca no se evita por tener cierto nivel de vida ni por tener los motivos correctos, sino teniendo el debido conocimiento. Cuando el creyente recibe enseñanzas idealistas al comienzo de su vida cristiana, se le dificulta al Espíritu Santo la tarea de instruirlo con la verdad que necesita. Asimismo, el creyente puede estar prevenido con la interpretación de las Escrituras, y hacer difícil que otros creyentes le impartan la luz que él necesita. Cuando el creyente se jacta de tener seguridad, se encuentra en tal peligro y les da la oportunidad a los espíritus malignos para que trabajen o continúen trabajando.
Ya vimos que la pasividad provoca la posesión demoníaca, pero la ignorancia es la causa de la pasividad. Si el creyente no desconoce esto, no será presa de los demonios. En realidad, la “pasividad” es simplemente un entendimiento erróneo de lo que son la obediencia y la consagración. Podemos decir que es el resultado de la obediencia y la consagración exageradas. Si el creyente adquiere conocimiento y se da cuenta de que a los espíritus malignos les fascina la pasividad del hombre y que la necesitan para poder obrar, probablemente evitará caer en la pasividad y, en consecuencia, evitará concederles a los espíritus malignos la oportunidad de obrar. Si sabe que Dios necesita que los hombres laboren juntamente con El y que no desea que los hombres se conviertan en máquinas, evitará caer en la pasividad esperando que Dios actúe en vez de él. Hoy en día los creyentes caen en este estado principalmente por ignorancia.
Los creyentes necesitan de conocimiento para distinguir cuándo es Dios quien actúa y cuándo es Satanás. Necesitan conocimiento para comprender el principio por el cual Dios obra y la condición bajo la cual Satanás opera. Sólo quienes tienen este conocimiento pueden ser guardados del poder de las tinieblas. Satanás se vale de mentiras para atacar a los creyentes; por lo tanto, éstas necesitan ser reemplazadas con verdades. Satanás desea mantener a los creyentes en tinieblas; así que la luz debe brillar. Debemos tener muy presente el principio de que la forma de obrar de los espíritus malignos difiere de la forma en que lo hace el Espíritu Santo, pues cuando operan, siempre lo hacen según su respectivo principio. Aunque los espíritus malignos son expertos en cambiar su apariencia, si miramos la totalidad de su obra, podremos observar que el principio es siempre el mismo. Cuando comprendamos la diferencia, debemos examinar nuestras experiencias pasadas y discernir el principio que sirvió de base para ellas. Así podremos discernir lo que procede del Espíritu Santo y lo que procede de los espíritus malignos. Según el principio que se haya usado podemos determinar cuál espíritu actuó.
Debido a que los creyentes caen en la posesión demoníaca por ignorancia, necesitamos examinar en detalle varios asuntos que fácilmente los creyentes entienden mal.
MORIR CON CRISTO.
La pasividad de muchos creyentes se debe a un entendimiento equivocado de lo que es “morir con Cristo”. El apóstol dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios” (Gálatas. 2:20). Basándose en este versículo, los creyentes suponen que la vida más elevada se resume en “ya no vivo yo”. Concluyen que deben perder su personalidad, que ya no deben tener voluntad ni dominio propio, y que su yo debe morir. De esta forma, vienen a ser una máquina que obedece a Dios. Piensan que no deben tener más sentimientos, que deben anular su personalidad y que deben eliminar todos sus deseos, intereses y preferencias. Finalmente, llegan a ser un cadáver. De ahí en adelante, no les queda ego, pues su persona se desvaneció. Creen que este pasaje requiere que ellos se borren a sí mismos, se destruyan y “se suiciden” al punto de no estar conscientes de sí mismos, ni de su necesidad, ni de su condición, de no tener sensaciones ni deseos, ni sentir bienestar ni aflicción, para así percibir únicamente la obra y el mover de Dios. Deducen que morir al yo significa no estar conscientes del yo. Por lo tanto, entregan su percepción de sí mismos a la muerte y tratan de morir al grado de no sentir nada que no sea la presencia de Dios. Comprenden que deben morir. Por eso, cada vez que están conscientes de sí mismos, toman la determinación de inmolarse. Cada vez que sienten un deseo, una carencia, una necesidad, un interés u otro sentimiento, resuelven eliminarlo.
Ellos piensan que por haber sido crucificados con Cristo el yo se desvaneció y creen que como Cristo vive en ellos, el yo ya no vive. “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. Por tanto, el yo está muerto. Tratan de aplicar dicha muerte haciendo a un lado sus pensamientos y sus sentimientos. Creen que su personalidad debe dejar de existir porque es Cristo quien vive en ellos. Puesto que saben que Cristo está en ellos, creen que deben someterse a El de una manera pasiva y permitir que sea El quien piense y sienta por ellos. Sin embargo, pasan por alto la segunda frase de Pablo: “La vida que ahora vivo en la carne” ¡Pablo murió, pero no murió! El yo fue crucificado, pero todavía está vivo. Después de pasar por la cruz, Pablo dijo: ¡“Ahora vivo”!
La cruz no aniquila al yo, pues éste siempre existirá. Aún después de ir al cielo, el yo seguirá existiendo. ¿Qué significado tendría la salvación si alguien pudiera sustituirme a mí para ir al cielo? El significado de aceptar la salvación es morir al pecado y darle muerte a la vida del alma. Hasta las mejores personas, más nobles y más limpias tienen que ser inmoladas. Hemos dicho esto muchas veces. Dios desea que rechacemos el corazón que vive en la vida natural; El quiere que vivamos por El y que absorbamos Su vida momento a momento hasta que todas las necesidades de nuestro ser sean suplidas. El no tiene la intención de aniquilar las diferentes funciones de nuestro ser, ni que nuestro ser caiga en la pasividad. Por el contrario, la vida cristiana requiere que nos neguemos diariamente a nuestra vida natural y busquemos la vida espiritual de Dios. Así como ni la muerte del cuerpo físico, ni la muerte en el lago de fuego es una aniquilación, la crucifixión con Cristo en la vida espiritual tampoco lo es. La persona del hombre debe existir, y el representante de la persona del hombre, es decir, su voluntad, también debe existir. Sólo debe morir la vida natural por la que vive. Esto es lo que enseña la Biblia.
Si el creyente no entiende lo que es morir con Cristo y se deja caer en la pasividad, (1) dejará de estar activo, (2) Dios no lo usará, porque esto iría en contra del principio por el cual obra; y (3) los espíritus malignos aprovecharán la oportunidad para adherírsele, por cuanto llena los requisitos propicios para que ellos operen. Por eso, este concepto erróneo acerca de morir con Cristo y la intención de practicarlo conducirá a la posesión demoníaca y a una imitación de lo que es ser lleno de Dios. Dijimos que hay creyentes que han llegado a ser poseídos por demonios y que tienen muchas experiencias peculiares por no haber entendido Gálatas 2.
Después de que un creyente “muere” de esta forma, los espíritus malignos lo conducen a no tener ningún sentimiento y a que no preste atención a la necesidad de tener sentimientos. Al relacionarse con otros, sentirá como si él fuera de hierro o de piedra y será como si estuviera desprovisto de sentimientos. No se duele ante los sufrimientos de otros, ni se da cuenta si los hace sufrir. No tiene la facultad de conocer, diferenciar, sentir ni examinar lo que está fuera de él ni dentro. No se percata de su actitud, su apariencia ni sus acciones. No emplea su voluntad para pensar, deducir ni decidir, antes de hablar o de actuar. Desconoce el origen de sus palabras, de sus pensamientos y de sus sentimientos. Su propia voluntad nunca toma ninguna iniciativa, pero a través de él se expresan muchas palabras, pensamientos y sentimientos que se apoderan de él como si fuera un canal. Todas sus acciones y su conducta son mecánicas; desconoce la razón de estas cosas; se siente confundido, y actúa porque recibe órdenes y presión de una fuente desconocida. Aunque no está consciente de sí, cuando otros levemente lo tratan mal, tiende a no entender y a sentirse herido. Pasa los días en un estupor, pues supone que ya murió con Cristo y ni siquiera percibe su propia persona. No se da cuenta de que esta condición es tanto el requisito como la consecuencia de estar poseído por espíritus malignos. Esto hace que los espíritus malignos se adhieran a él, lo estorben, lo ataquen, lo confundan, le hagan sugerencias, piensen por él, lo sostengan y lo motiven a continuar sin ninguna restricción, todo ello por privarse de toda sensación.
Por lo tanto, debemos recordar que lo que se conoce comúnmente como morir al yo es morir a la vida, el poder, las opiniones y las actividades del yo desconectado de Dios; no es la muerte de nuestra persona. No nos exterminamos a nosotros mismos ni llegamos a considerarnos inexistentes. Esto debe quedar claro. Cuando decimos que no tenemos el yo, nos referimos a que no tenemos las actividades del yo. Tampoco significa que nuestra persona deje de existir. Si el creyente deduce que debe aniquilar su persona, que debe dejar de pensar, de sentir o de tener opiniones, o que no debe mover su cuerpo en lo más mínimo, y que en lugar de esto debe vivir en una especie de sueño día y noche, sin saber ni dónde está, sin duda, será poseído. Posiblemente piense que ésa es la verdadera muerte del yo, que ahora es una persona totalmente despojada del yo, y que su experiencia espiritual es más elevada que la de los demás. No obstante, su consagración no es una entrega a Dios, sino a los espíritus malignos.
LA OPERACIÓN DE DIOS EN NOSOTROS.
“Porque es Dios el que en vosotros realiza el querer como el hacer, por Su beneplácito” (Filipenses. 2:13). Este versículo también se puede entender mal muy fácilmente. El creyente puede pensar que sólo Dios debe tener el deseo y sólo El debe llevarlo a cabo, que El pone en uno el querer y el hacer; es decir, que Dios desea por uno y actúa por uno. Al creer esto, se sobreentiende que él no necesita desear ni hacer nada, pues Dios se encargará de todo. En tal condición, el creyente se considera una persona extraordinaria y que no necesita querer ni hacer nada. Así, se convierte en una máquina inconsciente que no tiene nada que ver con el deseo de actuar ni con las acciones.
Estos creyentes no saben que este versículo quiere decir que Dios sólo trabajará en nosotros en la medida en que estemos dispuestos a querer y a trabajar. Dios no irá más allá de este punto; sólo obrará hasta allí. El no realizará ni el querer ni el hacer que al hombre le corresponde. En lugar de esto, Dios sólo operará cuando el hombre esté dispuesto a querer y a actuar según el beneplácito Suyo. Tanto el querer como el hacer le corresponden al propio hombre. El apóstol fue muy cuidadoso y por eso dijo: “Es Dios el que en vosotros realiza el querer como el hacer”. No es Dios quien desea y opera, sino que El produce en vosotros; es decir, la persona del creyente aún permanece. Uno mismo debe desear y hacer. El querer y el hacer siguen siendo asunto del creyente. Aunque Dios opera, El no nos reemplaza. Tanto el querer como el hacer son responsabilidades del hombre. Cuando dice que Dios realiza, es que El opera en nosotros, se mueve en nuestro ser, nos ablanda el corazón y nos anima, a fin de producir en nosotros un corazón que esté inclinado a obedecer Su voluntad. El no va a querer por nosotros para que obedezcamos Su voluntad. El solamente hará que estemos inclinados a Su voluntad. Después nosotros mismos de igual manera tendremos que obedecer. Este versículo enseña que la voluntad del hombre necesita el apoyo y la ayuda del poder de Dios. Aparte de Dios, cualquier cosa que el hombre determine y haga conforme a su propia voluntad no sirve de nada. Dios no va a querer por el hombre, ni tampoco desea que el hombre quiera aparte de El. El desea que el hombre dependa de Su poder para querer. Esto no significa que Dios tome nuestro lugar, sino que nosotros debemos querer como resultado de Su acción en nosotros.
Sin embargo, es posible que un creyente no entienda esto. Tal vez piense que como Dios opera en él, ya no tiene que hacer nada; que sólo debe permitir de una manera pasiva que Dios opere, y él simplemente debe seguirlo. Cree que puesto que es Dios quien opera en lo interior, no necesita utilizar su voluntad, que lo único que necesita hacer es permitir que otra voluntad venga y lo use. Por consiguiente, no se atreve a decidir ni a oponerse a nada; en lugar de esto, espera de manera pasiva que descienda la voluntad de Dios. Cuando una voluntad externa toma una decisión por él, la acepta. Por otra parte, rechaza todo lo que provenga de su propia voluntad. Como consecuencia: (1) no hace uso de su voluntad; (2) Dios no usa su voluntad para sugerir nada en lugar de él, puesto que desea que el creyente labore activamente con El; (3) los espíritus malignos aprovechan la oportunidad de apoderarse de su voluntad pasiva y actúan por él a fin de que quede paralizado y no tenga ningún progreso o que sea ferviente con el fuego de los demonios; y (4) en este momento, el creyente puede pensar que Dios está pensando por él, pero en realidad, son los principados de las tinieblas los que se han enseñoreado de él.
Debemos ver la diferencia entre el hecho que Dios “quiera” por nosotros y que seamos nosotros los que cooperemos con El valiéndonos de nuestra voluntad. Si Dios decide en vez de nosotros, las cosas serían completamente ajenas a nosotros. Aunque nuestras manos puedan hacer algo, nuestros corazones no habrían tenido la intención de hacerlo. Cuando estemos sobrios, veremos que nosotros no hicimos estas cosas. Pero si, por el contrario, usamos nuestra voluntad para trabajar activamente con Dios, veremos que aunque algo sea hecho por el poder de Dios, fuimos nosotros quienes lo efectuamos. Una persona que está completamente poseída por demonios no está consciente de ninguna de sus acciones cuando los demonios obran. Quizás pierda el juicio por un momento, pero luego no recordará nada de lo que hizo. Esto nos muestra que todas esas cosas fueron hechas por los demonios a través de su voluntad y en lugar de él. Cuando un creyente es engañado, puede pensar que en ese momento fue él quien llevó a cabo la acción, quien habló y quien pensó con sus propias ideas. Pero cuando sea iluminado por la luz de Dios y comience a preguntarse si realmente él quería actuar, hablar o pensar esas cosas, verá que tales cosas no tienen nada que ver con él, y que las cosas que están adheridas a él lo están haciendo por él.
La voluntad de Dios no es aniquilar nuestra voluntad. Si decimos: “De ahora en adelante no tendré mi propia voluntad; permitiré que Dios se manifieste en mí”, no nos habremos consagrado a Dios, sino que habremos hecho un pacto con los espíritus malignos, porque Dios no reemplazará nuestra voluntad con la Suya. La actitud correcta sería: “Tengo mi propia voluntad, pero mi voluntad desea hacer la voluntad de Dios”. Debemos poner nuestra voluntad del lado de Dios, mas no con nuestra fuerza, sino por la vida de Dios. La verdad pura es que la vida que antes usaba nuestra voluntad murió. Ahora usamos nuestra voluntad por la vida de Dios. Nuestra voluntad no ha sido aniquilada; todavía está, lo que cambió fue la vida. La vida natural murió, pero la función de la voluntad subsiste, ya que Dios la renovó, y esta vida nueva ahora la está usando.
LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO.
Muchos creyentes han caído en la pasividad y en la posesión demoníaca por desconocer la obra del Espíritu Santo. He aquí algunos conceptos erróneos comunes.
A. Esperar que el Espíritu Santo obre.
En la iglesia hoy prevalece la ignorancia en cuanto al Espíritu Santo en experiencia. Muchos creyentes bien intencionados ponen mucho énfasis en las enseñanzas acerca del Espíritu Santo. Entre estas enseñanzas, las más comunes afirman que debemos esperar hasta ser llenos del Espíritu Santo, esperar a que descienda el Espíritu Santo o esperar el bautismo del Espíritu Santo. En la práctica, algunos oran toda la noche en su casa y ayunan por períodos extensos, esperando recibir su propia experiencia de pentecostés. Algunas reuniones se convierten en reuniones de espera tan pronto se acaba el sermón, para que quienes buscan el Espíritu Santo puedan esperar. Por consiguiente, muchos reciben en realidad experiencias asombrosas y experimentan el descenso de espíritus sobrenaturales sobre ellos, que los hacen tener sensaciones extrañas y asombrosas, ver visiones y luces raras, escuchar voces, hablar en lenguas, temblar y experimentar otros fenómenos. Después de esto, el Señor Jesús viene a ser más precioso para ellos, y logran deshacerse de muchos pecados notorios. Llegan a sentirse más alegres y entusiastas, pensando que han recibido el bautismo del Espíritu Santo. Estas acciones se basan en los versículos siguientes: “He aquí, Yo envío la promesa de Mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas. 24:49). “Les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre” (Hechos. 1:4).
Debemos prestar atención a algunos asuntos importantes. Ciertamente el Señor les mandó a los discípulos que esperaran que el Espíritu Santo viniera sobre ellos. Pero después de Pentecostés, se usa la palabra “recibir”, en lugar de la palabra “esperar” (Hechos. 19:2).
Además, cuando los discípulos estuvieron esperando diez días, el Espíritu Santo no habla de que ellos estuvieran esperando pasivamente. Ellos perseveraban unánimes en la oración y súplica. Esto es diferente a la experiencia de hoy, en la que esperan pasivamente toda la noche (algunos hasta lo hacen por más de diez días).
Asimismo, después de pentecostés, cada vez que vemos la experiencia de los creyentes al ser llenos del Espíritu Santo, se nos dice que fueron llenos de inmediato. No tuvieron que esperar como lo hicieron los apóstoles al principio. (confierase. Hechos. 4:31, y 9:17, y 10:44).
El Espíritu Santo no puede ser invocado directamente. Tampoco viene porque le roguemos. Esto se debe a que es un don (confierase. Lucas. 11:13; Juan. 14:16), y además, ya descendió el día el Pentecostés. En el Nuevo Testamento, nadie invoca el Espíritu Santo directamente. No existe ningún caso en la Biblia en el que los hombres pidieran el derramamiento o el bautismo del Espíritu Santo específicamente. En lugar de esto, la Biblia dice que el Señor Jesús “os bautizará en el Espíritu Santo” (Mateo. 3:11).
Más aún, como ya dijimos, el Espíritu Santo sólo viene sobre el hombre nuevo, es decir, sobre el hombre interior. Esperar que el Espíritu Santo venga sobre el cuerpo físico, pedir alguna sensación y establecer ciertas manifestaciones como evidencias del derramamiento del Espíritu Santo, son una fuente de engaño.
Por lo tanto, la práctica que existe hoy de esperar que descienda el Espíritu Santo no es bíblica, debido a que es una práctica enteramente pasiva. La mayor parte de esta espera ocurre durante la noche cuando el cuerpo ya está bastante cansado. Asimismo, requiere por lo general de un largo periodo de ayuno y numerosos días de espera. La mente del creyente naturalmente se torna confusa. De igual forma, la oración prolongada, sentado o arrodillado, esperando que el Espíritu Santo descienda sobre el cuerpo, fácilmente lleva la voluntad a una completa pasividad. El creyente no resiste ni discierne ni decide nada; simplemente espera que un espíritu descienda sobre él, lo derribe o use su lengua o le dé alguna sensación extraña. Dicha espera abre la puerta a los espíritus malignos. No es de extrañarse que en estas condiciones los creyentes reciban experiencias sobrenaturales. Estas generalmente se dan cuando el hombre está lo suficientemente pasivo para manifestarse. Sin embargo, el Espíritu Santo, no hará ningún movimiento, porque esto iría en contra del principio por el cual obra. Los espíritus malignos aprovechan la oportunidad y operan activamente. Realizan muchas imitaciones en el creyente. Desde ese momento, las oraciones, las promesas y la fe ofrecidas al Espíritu Santo, en realidad están dirigidas a los espíritus malignos. Aunque una atmósfera agradable parezca llenar la casa en la reunión, aunque todos se sientan muy tranquilos y contentos, y aunque pueda haber consagraciones y obras como resultado de tal reunión, la vida del alma permanecerá intacta.
B. La obediencia al Espíritu Santo.
Los creyentes, según Hechos 5:32, donde dice que “el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen [a Dios]”, creen que deben obedecer al Espíritu Santo. Por esta razón, no siguen el mandamiento en la Biblia de examinar y discernir el espíritu de verdad del espíritu de error, piensan que cualquier espíritu que venga sobre ellos es el Espíritu Santo. Así que, obedecen pasivamente al espíritu que viene sobre ellos, y todo su ser se vuelve como una máquina. Cualquier cosa que el espíritu que está sobre ellos les mande, lo obedecen. Cada vez que hacen algo, se vuelven primero a su cuerpo para esperar una orden.
A medida que pasa el tiempo, la pasividad empeora, y el espíritu que está sobre ellos se va apoderando de todos sus miembros, como por ejemplo, su boca y sus manos. Los creyentes piensan que esta obediencia al Espíritu Santo es agradable a Dios y no se dan cuenta de que este versículo no nos dice que obedezcamos al Espíritu Santo, sino que debemos obedecer a Dios el Padre por medio del Espíritu Santo. El apóstol nos dice en este versículo (v. 29) que debemos obedecer a Dios. Si el creyente toma al Espíritu Santo como su objeto de obediencia y se olvida de Dios el Padre, será guiado a seguir un espíritu que está dentro de él o alrededor, en lugar de obedecer por medio del Espíritu Santo al Padre que está en los cielos. Este es el comienzo de la pasividad, y esto da a los espíritus malignos la oportunidad de engañarnos. Una vez que la persona va más allá de lo que la Biblia dice, se encontrará en un gran peligro.
C. El Espíritu Santo como el amo.
Ya dijimos antes que Dios disciplina nuestro espíritu por medio del Espíritu Santo y que nuestro espíritu gobierna nuestro cuerpo, y todo nuestro ser, por medio del alma (la voluntad específicamente). Si examinamos este concepto someramente parece no revelar nada importante, pero la relación espiritual implícita es muy decisiva. El Espíritu Santo sólo nos da a conocer Su voluntad por medio de nuestra intuición. Cuando el Espíritu Santo nos llena, colma nuestro espíritu, pero no gobierna directamente nuestra alma ni nuestro cuerpo. Tampoco llena directamente nuestra alma ni nuestro cuerpo. Esto debe quedar muy claro. No podemos esperar que el Espíritu Santo piense por medio de nuestra mente, sienta a través de nuestras emociones, ni tome decisiones por medio de nuestra voluntad. El manifiesta Su voluntad en la intuición a fin de que sea el propio creyente el que piense, sienta y tome decisiones según esa voluntad. Muchos creyentes concluyen que tienen que entregar su mente al Espíritu Santo y dejar que El piense por ellos, sin saber que ése es un error garrafal. El Espíritu Santo nunca reemplaza al hombre ni usa su mente de esta forma. El Espíritu Santo jamás exige que el hombre se consagre de una manera pasiva. Al contrario, desea que el hombre labore juntamente con El. El no obrará en lugar del hombre. El creyente tiene el poder de apagar la acción del Espíritu. El no obliga al creyente a hacer nada.
El Espíritu Santo tampoco gobernará el cuerpo del hombre directamente. Para que el hombre hable, debe usar su propia boca. A fin de desplazarse, debe mover sus pies. A fin de trabajar, debe usar sus propias manos. El Espíritu de Dios nunca viola la libertad del hombre. Aparte de trabajar en el espíritu del hombre, es decir, en la nueva creación, El no moverá ninguna parte del cuerpo del hombre, independientemente de la voluntad del hombre. Aunque el hombre estuviera dispuesto, El no reemplazaría al hombre ni movería ninguna parte de su cuerpo, debido a que el hombre tiene una voluntad libre. El hombre debe ser dueño de sí mismo y usar su propio cuerpo. Esta es la ley que Dios estableció, y El no quebrantará Su ley.
Con frecuencia decimos que “el Espíritu Santo controla al hombre”. Si con esto queremos decir que el Espíritu Santo opera dentro de nosotros para hacer que obedezcamos a Dios, es correcto usar dicha expresión. Pero si damos a entender que el Espíritu Santo controla directamente todo nuestro ser, estamos muy equivocados. Basándonos en esto, podemos distinguir entre la obra de los espíritus malignos y la del Espíritu Santo. Este mora en nuestro espíritu para mostrarnos que pertenecemos a Dios; mientras que aquéllos se unen a nuestro cuerpo con el fin de manipularnos como una máquina. El Espíritu Santo pide nuestra cooperación, mientras que los espíritus malignos procuran ejercer control directo y total. Nuestra unión con Dios se da en el espíritu, no en el cuerpo ni en el alma. Si pensamos que nuestra mente, el asiento de nuestras emociones, nuestro cuerpo y nuestra voluntad deberían ser directamente movidos por Dios, los espíritu malignos introducirán su obra de engaño. Es cierto que el creyente no debe actuar según sus propios pensamientos, emociones ni preferencias. Pero cuando recibe revelación en su espíritu, debe usar su mente sus emociones y su voluntad para llevar acabo la orden del Espíritu. Abandonar nuestra alma y cuerpo y esperar que el Espíritu Santo los use directamente es el paso inicial que conduce a la posesión demoníaca.
LA VIDA ESPIRITUAL.
Entre los creyentes hay muchos conceptos incorrectos en lo relacionado con la vida espiritual. Por ahora, sólo trataremos algunos brevemente:
A. En la conversación.
“Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros” (Mt. 10:20). El creyente puede pensar que esto significa que Dios hablará en vez de él, que no necesita hablar, y que Dios emitirá palabras usando su boca. Con eso en mente “consagra” su boca a Dios. Así que no toma ninguna decisión y espera a que llegue “el oráculo” de Dios. Sus labios y sus cuerdas vocales yacen pasivas y permite que cualquier fuerza sobrenatural las use. Algunos que predican mensajes por el Señor creen que no necesitan usar su mente ni su voluntad durante la reunión y que simplemente necesitan presentar su boca a Dios pasivamente y permitir que El hable por medio de ellos. Las consecuencias de esto son: (1) el creyente no es el que habla; (2) tampoco Dios lo hace, porque El no utiliza al hombre como una grabadora; (3) los espíritus malignos se valen de la pasividad del creyente para hablar por su boca. Esto, por lo general, hace que el creyente experimente cierto poder que habla por su boca y le permite recibir “mensajes del cielo”. Debido a que lo que dice posiblemente es bueno, piensa que esas palabras proceden de Dios.
El versículo de Mateo se refiere a una situación en la cual somos perseguidos y estamos en pruebas, y no dice que el Espíritu hablará en lugar del creyente. La experiencia posterior de Pedro y Juan ante el sanedrín confirma esto.
B. En ser guiados.
“Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: este es el camino andad por él” (Isaias. 30:21). Los creyentes no comprenden que este versículo se refiere particularmente a los israelitas, el pueblo de Dios en la carne, durante el milenio. Para entonces, ya no existirá la obra engañosa de los espíritus malignos. Los creyentes piensan que ser guiados al escuchar una voz sobrenatural es lo más elevado. Se creen superiores a otros por ser guiados sobrenaturalmente todo el tiempo. Ellos no usan su conciencia ni su intuición. Simplemente esperan pasivamente oír una voz sobrenatural. Concluyen que no necesitan pensar, ni meditar, ni escoger ni decidir, y que sólo deben obedecer pasivamente. Permiten que una voz substituya la función de su conciencia y de su intuición. Como resultado: (1) no hacen uso de su conciencia ni de su intuición; (2) Dios no les manda hacer nada ni les hace obedecer como una máquina; y (3) los espíritus malignos usarán una voz sobrenatural que reemplace la revelación que deberían recibir en la intuición. De este modo, los espíritus malignos se unirán a los creyentes.
De ahí en adelante, los creyentes no prestarán atención al sentir de su intuición, ni a la voz de la conciencia, ni a lo que otros entienden o piensan o dicen, sino que seguirán obstinadamente la voz sobrenatural sin cuestionarla ni por un momento. Su norma moral decaerá gradualmente, y ni siquiera se percatarán de ello porque han permitido que los espíritus reemplacen su conciencia, de suerte que no pueden discernir entre lo bueno y lo malo.
C. En la memoria.
“Mas el Consolador … os recordará todo lo que Yo os he dicho” (Juan. 14:26). El creyente no entiende que el significado de este versículo es que el Espíritu iluminará su mente para que él recuerde las palabras del Señor. Por lo tanto supone que no necesita usar la memoria. Como consecuencias: (1) no utiliza su voluntad para usar su memoria; (2) Dios tampoco la usa, porque no hay nadie que coopere con él; y (3) los espíritus malignos se infiltrarán y le pondrán en frente lo que a ellos les conviene, para que lo acepte. Su voluntad se hará pasiva y no podrá controlar su memoria.
D. En el amor.
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos. 5:5). Los creyentes interpretan mal este versículo y creen que ellos no necesitan amar y que el Espíritu Santo les dará el amor de Dios. Le piden a Dios que ame por medio de ellos y que los abastezca plenamente de Su amor para poder ser llenos del amor de Dios. Ellos no son los que aman y desean que Dios los haga amar. Dejan de usar su propia facultad de amar, y permiten que su función de amar caiga en un frío adormecimiento. Las repercusiones de tal acción son: (1) el propio creyente ya no ama; (2) Dios no anulará al hombre ni su función natural de amar, y tampoco dará al hombre un amor sobrenatural; y (3) los espíritus malignos vivirán en lugar del hombre y expresarán su amor y su odio a su antojo. Los espíritus malignos tienen permiso de darle un sustituto del amor debido a que se encuentra pasivo y no usa su voluntad para ejercer su facultad de amar. Con el tiempo, el creyente vendrá a ser como un trozo de madera o una piedra. Se sentirá frío en todo y no sabrá lo que es el amor. Esta es la razón por la cual tantos creyentes son duros e inaccesibles aunque puedan ser muy santos.
El Señor Jesús dijo: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Marcos. 12:30). ¿De quién es este amor? ¿De quién son el corazón, el alma, la mente y la fuerza? Por supuesto, son nuestras. Nuestra vida natural debe morir, pero todas nuestras funciones deben permanecer.
E. En la humildad.
“Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se recomiendan a sí mismos” (2 Corintios. 10:12). Debido a que el creyente no entiende el concepto de humildad, piensa que debe esconderse en todo. Como resultado, la dignidad que Dios permite que tengamos desaparece. En gran parte, menospreciarse a uno mismo es otra forma de pasividad y de posesión. Como consecuencia: (1) el creyente se repliega en sí mismo; (2) Dios no lo llena; y (3) los espíritus malignos se aprovechan de su pasividad para mantenerlo en esa condición de presunta humildad.
Cuando el creyente está poseído y se subestima exageradamente, todo a su alrededor parece convertirse en tinieblas, desesperanza y debilidad. Los que se relacionan con él sienten una especie de frialdad, depresión o tristeza. En momentos cruciales, se retraerá y abochornará a otros. La obra de Dios le tiene sin cuidado. Tanto en palabras como en hechos, se preocupa mucho por ocultar su yo. Pero mientras actúa de esta forma, su yo aflora más. Además, llega a ser un obstáculo para quienes son verdaderamente espirituales. Cuando surgen grandes necesidades en el reino de Dios, su extremado menosprecio no le permitirá mover ni un dedo. Un sentimiento prolongado de incapacidad, inutilidad, imposibilidad e hipersensibilidad se manifestará en él. Piensa que ésa es la verdadera humildad, pues en ella no se tiene en cuenta a sí mismo. No sabe que ése es el resultado de la obra de encerrarse en sí mismo, la cual es producida por espíritus malignos. La verdadera humildad mira a Dios y avanza.
LO QUE DIOS ESTABLECIÓ.
En este mundo, además de la voluntad del hombre, existen dos voluntades que son diametralmente opuestas. Dios no sólo desea que le obedezcamos, sino que también resistamos a Satanás. Por lo tanto, El une estos asuntos dos veces en la Biblia. En Jacobo [Santiago] 4:7 dice: “Estad sujetos, pues, a Dios; resistid al diablo”. En 1 Pedro 5:6 al 9 dice: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios … Vuestro adversario el diablo … al cual resistid firmes en la fe”. Esto nos conduce al equilibrio en la verdad. El creyente debe someterse a Dios en todo lo que encuentra. Debe confesar que lo que Dios dispuso para él es lo mejor. Aunque sufra, está dispuesto a obedecer porque ésta es la voluntad de Dios. De esto hablamos en el capítulo uno, aunque es sólo la mitad de la verdad. Los apóstoles sabían que estábamos en peligro de parcializarnos; así que inmediatamente dijeron que después de someternos teníamos que resistir al diablo. Ello se debe a que además de la voluntad de Dios, existe la voluntad del diablo. Muchas veces él imita la voluntad de Dios, especialmente en nuestras circunstancias. Si pensamos que en este mundo sólo existe la voluntad de Dios, seremos engañados por el diablo y aceptaremos su voluntad como si fuera la de Dios. Por lo tanto, Dios desea que le obedezcamos y que al mismo tiempo resistamos al diablo. Resistir es obra de la voluntad. Resistir implica que la voluntad se opone, que no está dispuesta, que rechaza y que no está de acuerdo. Dios desea que usemos nuestra voluntad, y por eso dice: “Resistid”. Dios no resistirá por nosotros; nosotros mismos tenemos que resistir. Todavía tenemos voluntad, y todavía debemos usarla para obedecer la palabra de Dios. Esta es la enseñanza de la Biblia.
Pero el creyente no entiende y supone que la voluntad de Dios es manifestada en las circunstancias que Él dispone a nuestro derredor. Para él, todo lo que le sucede es la voluntad de Dios. Por eso le parece que no tiene necesidad de utilizar su voluntad, ni escoger nada, ni decidir, ofrecer resistencia. Se limita a aceptar todo en silencio. Esto parece bueno y correcto, pero no puede evitarse que haya malos entendidos. Es cierto que nosotros debemos reconocer la mano de Dios detrás de todas las cosas. También sabemos que debemos someternos a Su mano. Pero esto es cuestión de actitud más que de conducta. Si cualquier cosa que nos suceda es la voluntad de Dios, ¿podemos decir algo? Esto es una cuestión de actitud. Cuando nos disponemos a obedecer a Dios, podemos examinar el asunto y preguntar: ¿Proviene esto de los espíritus malignos? ¿Es permitido por Dios? Si ha sido predeterminado por Dios, no tendremos nada que decir, pero si no es así, debemos trabajar juntamente con Dios para resistir aquello. No debemos someternos a todas las circunstancias sin examinarlas y probarlas. Nuestra actitud siempre debe ser la misma, pero nuestra acción debe llevarse a cabo después de que hayamos entendido la situación. De lo contrario podemos estar obedeciendo la voluntad del diablo.
Los creyentes no deben carecer de mente; no deben estar completamente pasivos ni controlados por sus situaciones. Por el contrario, cada vez que se encuentran con algo, deben enérgica, activa y conscientemente determinar su origen, poner a prueba su naturaleza, entender su contenido y luego, decidir una acción específica. Ser sumisos a Dios es importante, pero no debe ser una sumisión ciega. Una investigación exhaustiva no significa que estemos desobedeciendo a Dios, sino que tenemos la intención de someternos a Dios, pero que no estamos seguros si es a Dios a quien nos estamos sometiendo. Hoy día, son pocos los creyentes que son sumisos en su actitud. Me refiero a que, después de saber que algo es de Dios, son sólo unos pocos los que se someten. Pero cuando sean quebrantados por Dios, obedecerán sin discernir si el asunto proviene de Dios; todo lo que les suceda lo aceptarán sin cuestionar. La verdad completa es que debemos tener una actitud sumisa y que, al mismo tiempo, aceptemos algo sólo después de que sepamos con certeza cuál es su origen.
Muchos creyentes que se consagran con sinceridad no entienden esta diferencia; simplemente se someten pasivamente a todas las circunstancias, y suponen que todo fue dispuesto por Dios. Esto da lugar a los espíritus malignos para utilizarlos y afligirlos. Ellos preparan las circunstancias como trampas a fin de hacer que el creyente haga la voluntad de ellos. Pueden provocar tormentas y afligir con ellas a los creyentes. De esta manera, hacen que los creyentes sufran el agravio de ciertas personas y que piensen que esto es un ejemplo de no resistir “al que es malo” (Mateo. 5:39). Pero no se dan cuenta de que Dios también quiere que ellos combatan “contra el pecado” (Hebreos. 12:4), para vencer el espíritu de esta edad, levantándose por encima de las circunstancias.
El resultado de hacer esto es: (1) los creyentes no usan su voluntad para elegir ni para decidir; (2) Dios no los obliga a nada valiéndose del entorno de ellos; y (3) los espíritus malignos usarán cada circunstancia para apoderarse de su voluntad pasiva. Entonces los creyentes se someterán a los espíritus malignos pensando que se están sometiendo a Dios.
EL SUFRIMIENTO Y LA DEBILIDAD.
Debido a que el creyente se consagró totalmente, piensa que debe tomar el camino de la cruz y sufrir por Cristo; también cree que su vida natural no tiene ninguna utilidad. Como desea recibir poder de Dios, voluntariamente se hace débil, esperando que al hacerlo, será fuerte. Tanto el sufrimiento como la debilidad son agradables a Dios; sin embargo, ambas cosas pueden llegar a ser la base para que por un entendimiento erróneo del creyente, los espíritus malignos operen.
El creyente puede considerar el sufrimiento como la mayor ganancia. Es posible que después de consagrarse, se someta pasivamente a todo padecimiento que le sobrevenga, sin importar de dónde venga. Se imagina que sufre por el Señor y que de ello recibirá recompensa o ganancia. Pero no sabe que debe explícitamente emplear su voluntad para escoger lo que Dios quiere que escoja y para resistir todo lo que provenga de los espíritus malignos. Si acepta los sufrimientos de una manera pasiva, los espíritus malignos tendrán la oportunidad de utilizar sus propios padecimientos para atormentarlo. Tomar una actitud pasiva frente al sufrimiento puede hacer que los espíritus malignos aflijan al creyente. Si el creyente acepta las aflicciones suponiendo que vienen de Dios, es decir, si cree las mentiras de los espíritus malignos, éstos tendrán la oportunidad de afligirlo por un largo tiempo. Puede ser que no se dé cuenta de que el sufrimiento es el resultado de cumplir las condiciones para que los espíritus malignos operen y de que en realidad no sufre por la iglesia, para completar lo que falta de las aflicciones de Cristo. Quizás piense que es un mártir, cuando en realidad es sólo una víctima. Quizá se gloríe en el sufrimiento, sin saber que es un síntoma de estar poseído.
Vale la pena mencionar que los padecimientos que vienen como resultado de la posesión demoníaca siempre carecen de sentido. No producen absolutamente ningún resultado y no tienen objeto. Además, no recibimos en nuestra intuición el testimonio del Espíritu Santo de que provengan de Dios. Tales pensamientos simplemente vienen del creyente.
Si el creyente examina aunque sea sólo un poco, posiblemente descubra que antes de su consagración, no tenía esta clase de experiencia. Empezó a padecer después de consagrarse al Señor y de escoger el sufrimiento. Además, después de aceptar todos los sufrimientos, pensó que todos ellos procedían de Dios. De hecho, si no son todos, por lo menos la mayoría de ellos son obra de los poderes de las tinieblas. Por haberles dado el terreno a los espíritus malignos y creer en sus mentiras, toda su vida se llenó de aflicciones. No hay motivo para ellas; parecen carecer de una causa lógica y tampoco traen ningún beneficio. Si el creyente sabe lo que es la posesión demoníaca, comprenderá este asunto. Así como hay muchos pecados que no pueden ser desechados por causa de la posesión demoníaca, hay muchas aflicciones de fuentes desconocidas que son causadas por la posesión demoníaca. Después de que el creyente conoce la verdad sobre la posesión demoníaca, podrá deshacerse de muchos pecados y de muchas aflicciones.
En cuanto a la debilidad, el creyente puede tener un concepto equivocado similar al anterior. Piensa que tiene que estar débil por un largo tiempo, a fin de obtener el poder de Dios. Toma lo dicho por el apóstol: “Porque cuando soy débil, entonces soy poderoso” (2 Corintios. 12:10), y piensa que necesita estar enfermo para poder ser fuerte. No se da cuenta de que el apóstol no dijo que debía estar débil para ser fuerte; él simplemente se refería a una de sus experiencias. Dijo que cuando era débil, la gracia de Dios lo fortalecía para que hiciera la voluntad de Dios. Pablo no pidió esa debilidad, pues ya estaba débil, pero Dios lo fortaleció. Este pasaje no es una exhortación a que los creyentes escojan la debilidad; Pablo no tenía la intención de que el creyente fuerte escogiera intencionalmente la debilidad a fin de ser fortalecido por Dios. Su intención era instruir a quienes que ya estaban débiles para que pudieran estar fuertes.
Escoger a propósito la debilidad es un error que sólo le da una buena oportunidad a los espíritus malignos de actuar. Escoger la debilidad y las aflicciones cumplen los requisitos para que los espíritus malignos operen, porque tales actitudes ponen la voluntad del hombre del lado de los espíritus malignos. Muchos creyentes que tenían buena salud escogieron la debilidad, pensando que así serían fortalecidos por Dios. Para su sorpresa, la debilidad que habían escogido, se hizo más evidente con el tiempo, y la fuerza que esperaban nunca llegó. Finalmente, llegan a ser una carga para otros y pierden completamente su utilidad en la obra de Dios. Escoger la debilidad no trae la fortaleza de Dios, sino que proporciona a los espíritus malignos una oportunidad para atacar. Si el creyente no resiste la debilidad con decisión y si no la rechaza, permanecerá débil por mucho tiempo.
EL ASPECTO MAS CRITICO.
En gran parte de lo que hemos abarcado hasta ahora, nos hemos referido al comportamiento de las personas que se van a los extremos. Muchos no se conducen de este modo exactamente, pero sí aplican el mismo principio. Quienquiera que sea pasivo en su voluntad o cumpla la condición de los espíritus malignos, será víctima de los demonios. Aunque muchos creyentes no hayan escogido adrede estas cosas, caen en la pasividad y ceden terreno a los espíritus malignos. Como resultado, se ponen en una posición bastante precaria. Espero que todos los que tengan las experiencias que acabamos de mencionar, se pregunten si han cumplido las condiciones para dar lugar a la acción de los espíritus malignos. Esto los rescatará de muchas experiencias falsas y de sufrimientos innecesarios.
Sabemos con certeza que los espíritus malignos usan verdades bíblicas, las exageran desmedidamente y las llevan más allá de su límite original. La negación del yo, la sumisión, la espera de órdenes de parte de Dios, el sufrimiento, son verdades bíblicas. Pero debido a que el creyente ignora el principio bíblico de la vida espiritual, los espíritus malignos se aprovechan de la insensatez del creyente y lo conducen a cumplir las condiciones necesarias para ellos poder obrar. Si no examinamos el principio relacionado con cada enseñanza para ver si corresponde a la obra del Espíritu Santo o a la de los espíritus malignos, seremos engañados. Cualquier verdad puede llegar a ser peligrosa si se exagera aunque sea un poco. Por consiguiente, tenemos que ser cuidadosos.
Por otra parte, debemos tener plena certeza en cuanto a la diferencia fundamental entre el principio de la obra de Dios en nosotros y el de la obra de Satanás: (1) Dios desea que el creyente utilice todas las facultades de su ser por medio de su voluntad, cooperando con Dios al grado de ser lleno del Espíritu Santo. (2) Mientras que los espíritus malignos requieren que el creyente sea pasivo y que detenga las facultades de su ser, total o parcialmente, a fin de facilitar su trabajo.
Según el primer principio, el Espíritu Santo llena el espíritu del hombre y deposita en su espíritu vida, poder, libertad, amplitud y renovación, fortalece todo su ser y lo libera de la esclavitud. Según el segundo principio, los espíritus malignos ocupan las facultades del hombre aprovechando su pasividad. Si éste no lo discierne, ellos hacen que pierda su personalidad y su voluntad; y harán de él su títere, enjaulándolo, reprimiéndolo, robándole, coaccionándolo y asediándolo. Ellos tratan de conquistar el alma y el cuerpo del hombre para esclavizarlo y privarlo de su libertad. En el primer caso, además de entender la voluntad de Dios en su intuición, el creyente puede pensar y entender con su mente y dirigir todo su ser por medio del libre ejercicio de su voluntad para cumplir la voluntad de Dios. En el segundo caso, el creyente es presionado por una fuerza exterior y supone que esa fuerza debe indicar la voluntad de Dios y, por ende, no se atreve a pensar ni a tomar ninguna decisión. Es coaccionado por una fuerza a actuar mecánicamente.
En la actualidad, muchos de los hijos de Dios se han permitido, sin darse cuenta, caer en la pasividad. Han dejado a un lado la función de su voluntad y de su mente; por consiguiente, han venido a ser poseídos y afligidos. No importa cuán pequeño sea el grado de pasividad, éste será suficiente para que los espíritus malignos hagan su trabajo. Si es mucha la pasividad, dará lugar a la manifestación de muchos fenómenos sobrenaturales en el cuerpo. Tal manifestación será semejante a las manifestaciones que se ven en los hechiceros cuando dan lugar a la obra de los espíritus malignos. La única diferencia es que en nuestro caso, hay una apariencia de cristianismo. No debemos sorprendernos de las experiencias sobrenaturales de muchos creyentes, tales como el hablar en lenguas, tener visiones o escuchar voces. Ellos simplemente actúan según una ley, pues también en la esfera espiritual hay leyes que rigen. Si se produce cierto fenómeno o cierto comportamiento, habrá consecuencias específicas de ese fenómeno o comportamiento. El Dios que establece las leyes se rige por las mismas. Por lo tanto, si una persona quebranta esta ley consciente o inconscientemente, experimentará las consecuencias que ello conlleva. Sea uno un creyente o un hechicero, mientras sea pasivo, los espíritus malignos se unirán a uno. Si el hombre coopera con Dios utilizando su voluntad, su mente, sus emociones y su fuerza, el Espíritu de Dios obrará. Esta también es una ley.