Watchman Nee Libro Book cap. 33 Mensaje para Edificar a los creyentes nuevos

Watchman Nee Libro Book cap. 33 Mensaje para edificar a los creyentes nuevos ​

LOS PADRES

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

LOS PADRES

Lectura bíblica: Ef. 6:1-4; Col. 3:20

I. LAS RESPONSABILIDADES DE LOS PADRES

Aparte del libro de Proverbios, el Antiguo Testamento no parece impartir muchas enseñanzas sobre cómo ser padres. En el Nuevo Testamento, sin embargo, Pablo escribió algo acerca de cómo ser padres. La mayoría de los libros de este mundo enseñan a los hijos cómo ser hijos, pero no hay muchos libros que enseñen a los padres cómo ser padres. La mayoría de las personas le dan más importancia a las enseñanzas orientadas a los hijos. El Nuevo Testamento no presta mucha atención a las enseñanzas de cómo ser hijos, pero si presta más atención a la enseñanza para los padres. Si bien el Nuevo Testamento nos enseña algo sobre los hijos, el énfasis no está en ellos; más bien, tanto Efesios 6 como Colosenses 3 ponen más énfasis en los padres que en los hijos. Así pues, nosotros debemos aprender a ser padres debido a que Dios mismo le da más importancia al papel que desempeñan los padres que al que cumplen los hijos.

Si tratáramos de resumir lo que la Biblia dice acerca de cómo ser padres, veremos que entre las muchas cosas que deben hacer los padres, su deber más importante es criar a sus hijos en la enseñanza y amonestación del Señor, sin provocarlos a ira ni desalentarlos. Esto quiere decir que los padres deben ejercer dominio propio y no pueden ser negligentes en ningún sentido. Esto es lo que Pablo enseña al respecto.

Si bien es muy difícil ser esposo o esposa, espero que se den cuenta que hay algo más difícil todavía: ser padres. Ser un esposo o una esposa involucra a dos personas nada más, mientras que ser padre involucra a más de dos personas. Ser un esposo o una esposa es una cuestión que atañe a nuestra felicidad personal, pero al ser padres, determinamos el bienestar de la siguiente generación. Son los padres de hoy quienes llevan sobre sí la responsabilidad del futuro de sus hijos, los cuales conforman la siguiente generación.

Tenemos que comprender la seriedad que reviste tal responsabilidad. Dios ha colocado el cuerpo, el alma y el espíritu de una persona, incluso su vida entera y porvenir, en nuestras manos. Nadie influye tanto ni controla tanto el futuro de una persona como sus padres. Es casi como si los padres pudiesen decidir si sus hijos irán al cielo o al infierno. Tenemos que aprender a ser buenos esposos y buenas esposas, pero sobre todo tenemos que aprender a ser buenos padres. Estoy persuadido que la responsabilidad de ser padre es aún mayor que la de ser cónyuge.

Ahora consideraremos la manera cristiana de ser padres. Tal conocimiento nos ahorrará muchos dolores de cabeza.

A. Debemos santificarnos

por el bien de nuestros hijos

En primer lugar, todo padre deberá santificarse ante Dios por el bien de sus hijos.

1. El Señor se santificó a Sí mismo

por el bien de Sus discípulos

¿Qué queremos decir con santificarse ante Dios? El Señor Jesús dijo: “Y por ellos Yo me santifico a Mí mismo” (Jn. 17:19). Esto no se refiere a ser santo, sino a si uno es santificado o no. El Señor Jesús es santo y Su naturaleza es santa, mas por el bien de Sus discípulos Él se santificó a Sí mismo. Había muchas cosas que Él podía haber hecho, las cuales no eran contrarias a Su santidad; sin embargo, Él se abstuvo de las mismas a causa de la debilidad de Sus discípulos. En muchos asuntos, las debilidades de los discípulos dirigían al Señor y restringían Su libertad. Había muchas cosas que el Señor pudo haber hecho, pero que no las hizo porque no quería que Sus discípulos las malinterpretaran o sufrieran tropiezos por causa de ellas. En lo que concierne a la naturaleza misma del Señor, con frecuencia le hubiera sido posible actuar de otro modo, pero se abstuvo de hacerlo por el bien de Sus discípulos.

2. No debemos andar de una manera suelta

De modo similar, aquellos que tienen hijos deben santificarse a sí mismos por el bien de sus hijos. Esto quiere decir que, por el bien de nuestros hijos debemos dejar de hacer muchas cosas que pudiéramos hacer. Asimismo, hay muchas cosas que pudiéramos decir, pero que no las decimos por el bien de nuestros hijos. Desde el día que traemos niños al seno de nuestra familia, debemos santificarnos.

Si usted no se restringe a sí mismo, no será capaz de restringir a sus propios hijos. La ligereza de aquellos que no tienen hijos, ocasiona, en el peor de los casos, problemas sólo para ellos mismos, pero en el caso de aquellos que tienen hijos, su irresponsabilidad perjudicará a sus hijos tanto como a ellos mismos. Una vez que un cristiano trae a un niño a este mundo, tiene que santificarse. Recuerde que dos pares de ojos, a veces cuatro, están observándolo todo el tiempo. Estos habrán de observarlo por el resto de sus días. Incluso después que usted haya dejado este mundo, sus hijos no se olvidarán de lo que lo han visto hacer, y todo cuanto usted haya hecho permanecerá con ellos.

3. Debemos comportarnos

en conformidad con ciertas normas

El día que nace su hijo debe ser el día en que usted se consagre. Usted debe fijarse determinados principios morales, normas de conducta en el hogar y juicios de orden moral que determinen lo que es correcto y lo que es erróneo. Usted tiene que fijar normas elevadas para determinar lo que es ideal y también tiene que definir un estándar en cuestiones espirituales. Usted tiene que actuar estrictamente en conformidad con tales normas. De otro modo, usted mismo tendrá problemas y, además, perjudicará a sus hijos. Son muchos los niños que son arruinados, no por extraños sino por sus propios padres. Si los padres carecen de principios éticos, morales y espirituales, ellos mismos arruinarán a sus propios hijos.

Tanto las decisiones como los juicios que hará un joven en el futuro, estarán determinados por el adiestramiento que haya recibido de sus padres durante los primeros años de su vida. Lo que usted le diga a su hijo puede ser olvidado o recordado por él, pero con toda seguridad, aquello que él ve en su casa permanecerá con él para siempre. Es de usted que él desarrollará su propio juicio moral y también es de usted que él desarrollará su propia escala de valores.

Todo padre debe recordar que sus acciones serán repetidas por sus hijos; lo que hagan no los afectará solamente a ellos. Si usted no tiene niños, puede hacer todo lo que quiera cuando está feliz, y puede dejar de hacer cualquier cosa y olvidarse de todo cuando no está contento. Pero una vez que usted tiene niños, tiene que restringirse. Tiene que actuar conforme a las normas más elevadas de conducta, le guste o no. La vida entera de los niños que proceden de hogares cristianos dependerá del comportamiento de sus padres.

Recuerdo lo que un hermano me dijo cuando su hijo se involucró en ciertos problemas. Él dijo: “Mi hijo no es sino una réplica mía, y yo soy igual que él”. Cuando un padre ve algo en sus hijos, deberá darse cuenta que se está viendo a sí mismo. Él tiene que comprender que está contemplando un reflejo de su propia persona, pues sus hijos no hacen sino reflejarlo. A través de ellos, él se puede ver a sí mismo.

Es por esto que toda pareja debe consagrarse nuevamente a Dios en cuanto nace su primer hijo. Ellos deben acercarse al Señor y consagrarse nuevamente a Él. Desde ese momento, el Señor les ha encomendado un ser humano, poniendo en sus manos todo su ser: espíritu, alma y cuerpo, así como toda su vida y todo su futuro. Desde ese día, ellos tienen que ser fieles al encargo del Señor. Al firmar un contrato de trabajo, algunos se comprometen a realizar una determinada labor durante uno o dos años, pero esta labor de ser padres dura toda la vida; este compromiso no tiene límite en el tiempo.

4. Debemos estar conscientes de que nuestros hijos nos han sido confiados

Entre los creyentes de China, ningún fracaso es tan grande como tener un fracaso como padres. Me parece que esto se debe a la influencia que ejerce el paganismo. El fracaso que uno pueda sufrir en su carrera profesional no se puede comparar con el fracaso que uno puede sufrir como padre. Inclusive fracasar como esposo o esposa no se puede comparar con el fracaso como padres. Un esposo o una esposa todavía puede protegerse a sí mismo, pues ambos llegan al matrimonio con más de veinte años de edad. Pero cuando un niño es puesto en nuestras manos, él no se puede proteger a sí mismo. El Señor les ha confiado un niño. Ustedes no pueden retornar al Señor diciéndole: “Tú me confiaste cinco niños y he perdido tres”. Ustedes no podrán decirle: “Tú me confiaste diez niños y perdí ocho”. La iglesia no podrá avanzar si los padres no están conscientes de que a ellos se les ha confiado esos niños. No queremos ver que nuestros hijos tengan que ser rescatados del mundo. Supongamos que engendramos niños, los perdemos al mundo y, después tratamos de rescatarlos. Si permitimos que esto suceda, el evangelio jamás será predicado hasta lo último de la tierra. A nuestros hijos se les ha impartido muchas enseñanzas y hemos estado cuidándolos por muchos años; por lo menos estos niños tienen que ser conducidos al Señor. Estamos equivocados si no cuidamos de nuestros propios hijos. Les ruego que no olviden que es responsabilidad de los padres asegurarse de que sus hijos resulten personas de bien.

Permítanme decirles esta palabra. A lo largo de la historia de la iglesia, el fracaso más grave entre los cristianos ha sido el fracaso en ser padres, y esto es algo que a nadie le importa mucho. Los niños son personas todavía tiernas que están en vuestras manos y no pueden hacer mucho por sí mismas. Si usted es suelto en su vida personal, también lo será con sus hijos. Tiene que comprender que, por ser padre, deberá ejercer dominio propio y sacrificar su libertad personal. Dios le ha encomendado en sus manos a un ser humano, con su cuerpo y su alma. Si usted no ejerce dominio propio ni renuncia a sus libertades, se verá en aprietos cuando tenga que responder ante Dios en el futuro.

B. La necesidad de andar con Dios

En segundo lugar, los padres no solamente tienen que percatarse de la responsabilidad que han asumido y, por ende, santificarse ellos mismos por el bien de sus hijos, sino que además, tienen que andar con Dios.

Uno se santifica a sí mismo por el bien de sus hijos. Pero esto no significa que uno pueda ser suelto y frívolo cuando está solo. Un padre no deberá ejercer dominio propio sólo por el bien de sus hijos. El Señor Jesús no carecía de santidad en Sí mismo; Él no se santificaba a Sí mismo sólo por el bien de Sus discípulos. Si el Señor Jesús se santificara a Sí mismo solamente por el bien de Sus discípulos, pero no fuese santo Él mismo, habría sido un fracaso completo. Del mismo modo, los padres tienen que santificarse por el bien de sus hijos, pero ellos mismos también tienen que andar con Dios.

No importa cuánta devoción manifieste en presencia de sus hijos, si usted no es genuino en su fervor, sus hijos fácilmente se darán cuenta de su verdadera condición. Aun cuando usted mismo no esté claro al respecto, ellos sí lo estarán. Quizás usted sea una persona suelta, pero se esfuerce por comportarse muy cuidadosa y prudentemente cuando están presentes sus hijos. Pero, en realidad, usted no es aquella persona que pretende ser. Por favor, recuerden que a los hijos les es muy fácil descubrir su verdadera condición. Si usted es una persona descuidada y trata de actuar de una manera discreta delante de sus hijos, ellos fácilmente detectarán su verdadera condición y se darán cuenta de que usted pretende ser alguien que no es. Así pues, usted no solamente tiene que santificarse a sí mismo delante de sus hijos por el bien de ellos, sino que usted también tiene que ser una persona que genuinamente anda con Dios igual que Enoc lo hizo.

Quisiera llamar su atención hacia el ejemplo de Enoc. Génesis 5:21-22 dice: “Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas”. No sabemos la condición en la que se encontraba Enoc antes de cumplir sesenta y cinco años de edad, pero después que engendró a Matusalén, sabemos que él caminó con Dios por trescientos años. Después, él fue arrebatado por Dios. Este es un caso especial en el Antiguo Testamento. Antes que Enoc engendrara hijos, no sabemos nada acerca de su condición, pero después que él engendró a Matusalén, la Biblia afirma que Enoc caminó con Dios. Cuando tuvo sobre sus hombros la carga de la familia, él comenzó a percibir su debilidad. Él se percató de que su responsabilidad era demasiado grande y que él no podría asumirla por su propia cuenta. Así que, él comenzó a caminar con Dios. Él no sólo caminó con Dios en presencia de su hijo; él caminó con Dios incluso cuando estaba solo. Él sentía que si no caminaba con Dios, él no sabría cómo criar a sus niños. Enoc no sólo engendró a Matusalén, sino a muchos otros hijos; no obstante, él caminó con Dios por trescientos años. Su responsabilidad como padre no le impidió caminar con Dios; más bien, tal responsabilidad hizo que él caminara con Dios. Finalmente, él fue arrebatado. Por favor recuerden que la primera persona en ser arrebatada fue un padre. La primera persona en ser arrebatada fue una que tuvo muchos hijos y, aun así, caminó con Dios. La manera en que uno cumple con sus responsabilidades en una familia, no es sino el reflejo de su condición espiritual delante de Dios.

Tenemos que comprender que a fin de conducir nuestros hijos al Señor con la debida autenticidad, es necesario que seamos personas que caminan con Dios. No podemos enviar nuestros hijos a los cielos simplemente indicándoles el camino a seguir. Tenemos que ir delante de ellos. Sólo entonces podemos pedir de nuestros hijos que nos sigan. Aunque los padres cristianos quieren que sus hijos sean mejores que ellos mismos y abrigan la esperanza de que sus hijos no amarán al mundo y proseguirán de una manera positiva, hay muchas familias que no andan bien debido a que los padres mismos no avanzan. Si este es el caso, independientemente de cuánto se esfuerce, tal familia jamás logrará sus objetivos. Tenemos que recordar que el estándar que adopten los hijos no podrá ser más elevado que lo adoptado por sus padres. Esto no quiere decir que debemos fijar un estándar falso. Debemos tener un estándar que es genuino y espiritual. Si lo tenemos, nuestros hijos se ceñirán a lo mismo.

Por favor perdónenme por decir algo que suena simple y elemental. Cierta vez visité a una familia y vi que la mamá le daba una paliza a su hijo por haber mentido. Sin embargo, en esta familia, también el padre y la madre solían mentir. Yo averigüé que ellos habían mentido en muchas ocasiones, pero cuando su niño mintió, fue castigado. Hablando con franqueza, el verdadero error del niño consistía en la técnica que empleó para mentir, es decir, fue atrapado mintiendo. La única diferencia entre los padres y el niño era que este fue atrapado mintiendo, mientras que aquellos no. No era cuestión de si había mentido o no, sino de su habilidad para mentir. Uno de ellos mintió, y fue atrapado y castigado. Si usted aplica criterios distintos para cada caso, ¿cómo podrá criar a sus hijos? ¿Cómo puede decir a sus hijos que no mientan, cuando usted mismo es un mentiroso? Usted no debiera aplicar un criterio para su vida y otro criterio para la vida de sus hijos. Esto jamás tendrá éxito. Suponga que sus hijos ven en usted y reciben de usted únicamente mentiras y embustes. Cuanto más los castigue, más problemas tendrá. Algunos padres les dicen a sus hijos: “Espera a llegar a los dieciocho años y sólo entonces te dejaré fumar”. Lo que muchos hijos se dicen en sus corazones es: “Cuando tenga dieciocho años, mi padre me dejará mentir. Todavía no tengo dieciocho años, así que no puedo mentir, pero cuando los cumpla podré mentir”. Con esto usted está empujando a sus hijos al mundo. Usted tiene que caminar con Dios tal como lo hizo Enoc, a fin de poder criar a sus hijos tal como lo hizo Enoc. Si usted no camina con Dios, no puede pretender criar a sus hijos tal como lo hizo Enoc.

Por favor no se olviden que sus hijos aprenderán a amar lo que usted ama y a aborrecer lo que usted aborrece. Ellos aprenderán a valorar lo que usted valora y a condenar lo que usted condena. Usted tiene que establecer ciertos principios morales, tanto para usted como para sus hijos. Los principios morales que usted adopte, también serán los de sus hijos. Sus hijos amarán al Señor en la misma medida en que usted lo ama. En una familia, únicamente se puede establecer un estándar, no dos.

Conozco a una familia cuyo padre es un cristiano nominal, sólo de nombre. Él nunca asiste a las reuniones de la iglesia, pero quiere que sus hijos vayan todos los domingos. Cada domingo por la mañana, él les da a sus hijos una propina y les dice que vayan a la iglesia. El dinero es para que los niños den alguna ofrenda. Por la tarde, esta persona se dedica a jugar en casa un juego de azar, el mahjong, con sus tres amigos. Sin embargo, con el pretexto de ir a las reuniones de la iglesia, sus hijos gastaban las propinas de su padre en golosinas y se escabullían del salón de reunión para irse a jugar afuera hasta que el pastor estaba a punto de acabar su sermón; entonces entraban a hurtadillas al salón para escuchar una o dos frases finales. Cuando llegaban a casa, le daban a su padre un informe agradable. Estos niños compraron golosinas, jugaron y dieron su informe. Este es, claro, un caso extremo.

Espero que comprendamos que Dios nos ha encomendado a nuestros hijos, y que debemos aplicar las mismas normas de conducta para toda la familia. Nosotros mismos no debemos practicar todo cuanto les prohibimos a nuestros niños. Jamás se debieran aplicar dos diferentes estándares en el seno de una misma familia, uno para los hijos y otro para nosotros los padres. Todos tenemos que medirnos con el mismo estándar por el bien de nuestros hijos. Tenemos que santificarnos a nosotros mismos a fin de mantener las mismas normas de conducta para toda la familia. Una vez que fijamos cierto criterio de conducta, nosotros mismos tenemos que respetarlo. Espero que todos nosotros cuidemos bien a nuestros hijos. Ellos nos están observando constantemente. El hecho de que ellos se porten bien o no, depende de si nosotros nos conducimos adecuadamente. Ellos no sólo nos escuchan, sino que nos están viendo todo el tiempo. Tal parece que ellos llegan a enterarse de todo. Ellos perciben cuando estamos tratando de intimidarlos y cuando estamos actuando para ser vistos de ellos. No debiéramos pensar que podemos engañar a nuestros hijos. ¡No! Ellos no pueden ser engañados. Ellos saben cómo nos sentimos y ven con claridad lo que realmente sucede en nosotros. Todo cuanto exigimos de nuestros hijos, también tenemos que asumirlo como parte de nuestra propia postura.

Después que Enoc engendró a Matusalén, caminó con Dios por trescientos años. ¡Qué cuadro tan maravilloso es este! Él engendró muchos niños; aun así, fue capaz de caminar con Dios por trescientos años. Él era un padre auténtico, despojado de cualquier pretensión. Tal andar es apropiado a los ojos de Dios.

C. La necesidad de que

ambos padres sean de un mismo parecer

En tercer lugar, ambos padres tienen que compartir el mismo parecer a fin de que su familia sea saludable. Ellos tienen que ser de un mismo parecer al sacrificar su propia libertad por causa de Dios y al establecer en su hogar estrictos principios morales. El punto de vista del padre no debiera diferir del de la madre. Estoy hablando acerca de las familias en las que ambos padres son cristianos. Si uno de ellos no es cristiano, entonces es un caso distinto.

Frecuentemente, la postura del padre y la madre ante ciertos asuntos no es la misma. Como resultado, dan cabida a que sus hijos pequen libremente. Será muy difícil que los hijos adopten ciertos principios absolutos que rijan su conducta si sus padres no son de un mismo parecer. Si con respecto a cierto asunto el padre da un sí de aprobación, mientras que la madre dice que no, o viceversa, entonces los hijos acudirán al padre que más les convenga. Si les resulta más conveniente preguntar al padre, acudirán al padre; pero si les resulta más conveniente la respuesta de la madre, acudirán a la madre. Esto de inmediato crea una gran discrepancia en la familia.

Me enteré de una pareja de ancianos cristianos que tenían diferentes puntos de vista. Uno de los cónyuges tenía cierto parecer, mientras que el otro tenía un parecer distinto. Su relación como marido y mujer era bastante deficiente. Como resultado, llegaron a ser padres muy deficientes. Sus hijos adoptaron la costumbre de preguntar a la madre acerca de aquellas cosas que ella aprobaba y preguntar al padre cuando se trataba de asuntos que él aprobaba. Así ellos los manipulaban al hacerles sus pedidos. Si la madre, al llegar a casa, reconvenía a sus hijos por cierto comportamiento, ellos respondían: “Le pedimos permiso a papá”. Si el padre, al llegar a su hogar, reconvenía a sus hijos por algo que hicieron, ellos le dirían: “Le pedimos permiso a mamá”. Como resultado de manipular a sus padres, tales niños obtenían completa libertad. Hace veinte años, le dije al padre: “Si esta clase de situación continúa, con toda seguridad tus hijos se apartarán del Señor”. Él me respondió: “No será así”. Actualmente, todos sus hijos se han graduado de la universidad y algunos hasta tienen estudios en el extranjero, pero ninguno de ellos ha creído en el Señor. Además, todos ellos son muy indisciplinados.

Es diferente si uno de los padres es un incrédulo. Sin embargo, si ambos son creyentes, la severa disciplina de Dios les espera. Si uno de ellos no es creyente, el esposo o la esposa creyente puede orar pidiendo misericordia de una manera específica, pero si ambos son creyentes y aun así conducen a sus hijos en direcciones divergentes, sólo pueden esperar problemas en el futuro.

Siempre que sus hijos se metan en problemas, ambos padres deben esforzarse por ser de un mismo parecer. Tienen que manifestar un mismo parecer ante sus hijos. Sea lo que fuere que sus hijos pidan o pregunten, la primera respuesta del esposo debiera ser: “¿Ya le preguntaste a tu madre? ¿Qué dijo ella? Si ella te dijo que sí, entonces puedes hacerlo”. Si usted es la esposa y sus hijos le preguntan algo, su primera respuesta debiera ser: “¿Ya le preguntaron a su padre? Cualquiera cosa que les haya dicho, yo les diré lo mismo”. Si su cónyuge está equivocado o no, ya es un asunto distinto. Usted tiene que adoptar la misma postura que su cónyuge. Si existe algún desacuerdo, ambos cónyuges deben encerrarse en su habitación hasta ponerse de acuerdo. No permitan que se genere una vía de escape. En cuanto encuentren una escapatoria, sus hijos aprovecharán para tomarse libertades. A los hijos siempre les gusta buscar salidas. Si el esposo se percata de algún error cometido por su esposa, y viceversa, cualquier cuestionamiento sobre por qué se dijo algo a los hijos, deberá ser hecho a puertas cerradas. Es muy importante aclarar cualquier desacuerdo, pero usted jamás debiera permitir que sus hijos encuentren una vía de escape entre ustedes. Si los padres son de un mismo parecer, les será fácil conducir a sus hijos al Señor.

D. Los derechos de los hijos deben ser respetados

En cuarto lugar, un principio bíblico elemental es que los hijos nos han sido dados por Jehová (Sal. 127:3). Según la Biblia, al hombre le han sido confiados sus hijos de parte de Dios. Un día, él tendrá que rendir cuentas a Dios por aquello que le fuera confiado. Nadie puede decir que sus hijos son suyos y de nadie más. El pensamiento de que los hijos de uno son solamente suyos y que, por ello, uno puede hacer lo que se le antoje con ellos y ejercer control absoluto sobre ellos, es un concepto pagano; no se trata de un concepto cristiano. El cristianismo jamás enseñó que nuestros niños son nuestra propiedad. Más bien, reconoce que los hijos nos fueron confiados por Dios y que los padres no pueden ejercer un control despótico sobre ellos durante su niñez.

1. La autoridad paterna no es ilimitada

Algunas personas tienen el concepto de que, por ser padres, siempre están en lo correcto. Tales personas suelen aferrarse a este concepto aún después de haberse hecho cristianas. Por favor recuerden que son muchos los padres que no siempre están en lo correcto; en muchas ocasiones los padres están completamente equivocados. No debiéramos adoptar conceptos paganos y no debiéramos suponer que tenemos autoridad ilimitada sobre nuestros hijos.

Les ruego tengan presente que los padres no tienen una autoridad absoluta sobre sus hijos. Sus hijos tienen espíritu y alma propios, sobre los cuales los padres no ejercen control alguno. Puesto que los hijos poseen espíritu y alma propios, ellos ejercen control sobre sí mismos. Ellos pueden ir al cielo o al infierno. Ellos tienen que ser responsables de ellos mismos ante Dios. No podemos tratarlos como si fueran objetos o como si fueran nuestra propiedad. Así pues, no debiéramos suponer que podemos ejercer autoridad ilimitada sobre ellos; Dios no nos ha otorgado tal autoridad absoluta sobre ellos. Dios nos ha dado autoridad ilimitada sobre objetos inertes, pero Él no nos dio autoridad ilimitada sobre seres humanos que poseen espíritu y alma propios. Nadie puede tener autoridad absoluta sobre otra persona poseedora de espíritu y alma propios. Pensar que pueda existir tal clase de autoridad absoluta sobre otras personas es un concepto pagano, el cual se relaciona con la soberbia y no debe ser hallado entre nosotros.

2. Los hijos no son el medio por el que los padres pueden dar rienda suelta a su ira

Nosotros solemos comportarnos razonablemente con nuestros amigos y con otros miembros de nuestra familia. Solemos ser amables y considerados con nuestros colegas, y somos todavía más respetuosos con nuestros superiores. Procuramos llevarnos bien con toda clase de persona. Sin embargo, tratamos a nuestros hijos como si fuesen nuestra propiedad, olvidándonos que ellos también poseen espíritu y alma propios, y que son regalos de Dios. Es posible que nosotros desfoguemos nuestra ira en nuestros hijos y que los tratemos como se nos antoje. Algunas personas creen que necesitan ser amables con todo el mundo, excepto con sus propios hijos. Pareciera que ellos ven a sus hijos como el medio que les permite dar rienda suelta a su ira. Yo sé de padres que se comportan así en su hogar. Ellos parecen creer que un hombre debe ser amable y gentil, pero que a la vez debe tener mal genio. Pareciera que estas personas no se sienten completas si no han perdido los estribos. No obstante, ellos se dan cuenta de que se meterían en problemas si perdieran los estribos con cualquier otra persona. Si ellos se comportaran así frente a sus superiores, serían despedidos; y si lo hacen con sus amigos, serían despreciados. Así pues, tales personas piensan que sólo hay un lugar en el que pueden perder la paciencia sin tener que sufrir ningún castigo; y este lugar es en su hogar y con sus niños. Muchos padres manifiestan un genio terrible hacia sus hijos. Es como si sus hijos fuesen el caldo de cultivo apropiado para su ira.

Por favor discúlpenme por hablarles con tanta severidad. He visto a muchos padres gritar a sus hijos durante la cena y después volverse a mí y decir: “Señor Nee, por favor sírvase; la comida está deliciosa”. Cuando esto sucede, no me queda ningún deseo de probar la comida. Con frecuencia tales cosas suceden con un intervalo de sólo unos minutos. Por un lado, riñen a sus hijos; por el otro, dicen: “Señor Nee, sírvase por favor”. El problema con algunos padres es que consideran que sus hijos son el medio por el cual ellos, justificadamente, pueden dar rienda suelta a su ira. ¿Acaso Dios nos dio hijos para que tengamos alguien con quién desfogar nuestra ira? ¡Que Dios tenga misericordia de nosotros!

Debemos tener presente que Dios no le ha negado todos los derechos a los niños. Dios no ha despojado a los niños de autoestima, libertad personal, ni de sus propios rasgos personales. Él no nos ha confiado nuestros niños para que los golpeemos y regañemos. No hay tal cosa. Tales pensamientos no corresponden al pensamiento cristiano; no forman parte del conceptos cristianos. Por favor que tengan presente que el estándar por el cual distinguimos lo correcto y lo equivocado es el mismo, tanto para nosotros como para nuestros hijos. Tanto nosotros como nuestros niños debemos estar regidos por las mismas normas de conducta. No podemos tener un estándar para nosotros y otro para ellos. Permítanme decirle algo a los nuevos creyentes: ustedes tienen que ser tiernos y amables con sus hijos. Jamás sea rudo con ellos. No debe regañarlos ni reprenderlos arbitrariamente y mucho menos debe golpearlos a su antojo.

Por favor recuerden que semejante conducta con sus hijos los llevará a ser indulgentes consigo mismos. Todo aquel que quiera conocer a Dios tiene que aprender a dominarse a sí mismo. En especial, uno debe controlarse a sí mismo cuando disciplina a sus hijos. Esta clase de dominio propio viene de respetar apropiadamente el alma de sus hijos. No importa cuán pequeño o débil sea un niño, recuerden que él posee su propia personalidad; Dios le ha dado personalidad y alma propias. Usted no debe dañar su carácter ni destruir su personalidad o menospreciar su alma. No debe tratarlo de manera arbitraria. Tiene que aprender a respetarlo como persona.

Al mismo tiempo, nuestros hijos han sido confiados a nuestra familia. Así pues, nuestros propios principios morales tienen que ser los principios morales de toda la familia. Todo cuanto se aplique a los hijos, también deberá aplicarse a nosotros. Los padres no tienen derecho alguno a desfogar su ira con sus hijos. Un cristiano no debe perder la paciencia con nadie, ni siquiera con sus propios hijos. Es incorrecto dar rienda suelta a nuestro enojo con cualquiera, no importa quién sea la otra persona. Tenemos que comportarnos como personas razonables y, lejos de adoptar cualquier otra actitud, lo único que nos está permitido es tratar de razonar con nuestros hijos. No trate de intimidarlos simplemente porque ellos son pequeños y débiles. Los que oprimen a los pequeños y a los débiles son los más cobardes entre los hombres.

3. No se conviertan en la cruz de sus hijos

En cierta ocasión, dos estudiantes conversaban en la escuela. Una de las niñas le decía a la otra: “Yo conozco a mi padre; él daría su vida por mí”. ¡Escúchenla! Se trata del comentario de una niña acerca de su padre. Su padre era un cristiano. Esta era la clase de padre que él era hacia ella. La otra niña también procedía de una familia cristiana. Su padre era áspero con ella y fácilmente desfogaba su ira en ella. Cierta vez, esta niña escuchó un sermón dado en la escuela; después de ello, fue a casa y su padre le preguntó que había aprendido ese día. Ella le contestó: “Ahora sé que el Señor ha querido que tú seas mi padre a fin de que seas mi cruz”. Ambos padres eran cristianos; sin embargo, ¡cuánta diferencia había entre ellos!

Me gustaría decirles a los padres: no se apresuren en exigir obediencia de sus hijos. En lugar de ello, primeramente exijan de ustedes mismos ser buenos padres delante del Señor. Si ustedes no son buenos padres, jamás podrán ser buenos cristianos. Dios no nos dio a nuestros hijos con el propósito de que nos convirtamos en su cruz. Dios nos dio hijos a fin de que, delante del Señor, aprendamos a honrar su libertad y personalidad, así como sus almas.

E. No provoquemos a ira a nuestros hijos

En quinto lugar, Pablo nos indicó algo importante que no deben hacer los padres: no deben provocar a ira a sus hijos (Ef. 6:4).

1. No debemos abusar de nuestra autoridad

¿Qué quiere decir provocar a ira a nuestros hijos? Esto se refiere a abusar de nuestra autoridad. Uno puede ejercer dominio sobre sus hijos por medio de su fuerza física. Esto siempre es una posibilidad debido a que los padres son más fuertes que sus hijos. O uno puede tratar de subyugar a sus hijos por medio de su poderío financiero. Uno puede decirles: “Si no me obedecen, no les daré dinero alguno. Si no me hacen caso, los privaré de alimentos y de vestido”. Puesto que los niños dependen de su padre para su sustento, él los domina por medio de su dinero cuando los amenaza con privarlos de tal suministro. Mientras que algunos padres dominan a sus hijos por medio de su poderío físico, otros los dominan por medio de su férrea voluntad. Esto puede provocar a ira a sus hijos. Cuando ellos son provocados de esa manera, siempre estarán buscando la oportunidad de ser libres. Llegará el día en que romperán toda atadura y buscarán ser completamente libres.

Yo conozco un hermano cuyo padre era jugador y fumador empedernido, y que solía comportarse groseramente en su casa. Él malversó fondos públicos y estaba involucrado en muchos otros negocios turbios. A pesar de ello, asistía a las reuniones de la iglesia y quería que todos sus hijos fueran a la iglesia. Si sus hijos no iban, él los reprendía con dureza y los castigaba con toda severidad. Tal padre hizo que sus hijos perdieran todo gusto por su familia, mientras que al mismo tiempo insistía que sus hijos asistieran a las reuniones de la iglesia. Después, un hermano, cuyo padre era esta persona me confesó: “Yo había jurado que el día que fuese adulto jamás volvería a ir a una sola reunión de la iglesia. En cuanto pudiese sostenerme a mí mismo, yo iba a alejarme de la iglesia”. Aunque este hermano juró de esta manera, al final fue salvo. ¡Gracias a Dios! De otro modo, se habría convertido en otro opositor del cristianismo. Este es un asunto muy serio. Tal padre no se esforzaba por hacer que sus hijos lo amasen a él y, aun así, les exigía ir a la iglesia. Esto jamás dará resultado. Esto provoca a ira a los hijos. Los padres no deben abusar de la autoridad que tienen sobre sus hijos ni deben provocarlos a ira. Ellos jamás deberían hacer que sus hijos se endurezcan en contra de ellos o sean rebeldes hacia ellos.

Recuerdo otro hombre que no es salvo, a quien no hace mucho volví a ver. Esta persona había sido obligada a leer la Biblia, tanto en su casa como en su escuela parroquial. No quiero decir que los padres no deban fomentar que sus hijos lean la Biblia. Lo que digo es que tienen que atraerlos y los padres mismos deben ser un ejemplo para ellos. Jamás dará resultado si ustedes simplemente les dicen que el Señor es precioso y, al mismo tiempo, abusan de ellos constantemente. Había una mamá que se decía ser cristiana. Ella tenía un genio malísimo. Ella se obstinaba en que su hijo leyera la Biblia y fuese a una escuela parroquial. Un día su hijo le preguntó cuándo podría dejar de leer la Biblia. Su madre le respondió: “Cuando te gradúes de la escuela secundaria, podrás dejar de leer la Biblia”. El día en que este muchacho recibió su diploma de escuela secundaria, tomó sus tres ejemplares de la Biblia y los quemó en su patio. Usted debe atraer a sus hijos de una manera natural. De otro modo, cuando ellos son provocados a ira podrían hacer cualquier cosa. Usted quiere que ellos sean buenos, pero ellos se rebelarán contra usted en cuanto sean libres para hacerlo. Cuando se habla de provocar a ira a nuestros hijos, se está haciendo referencia a esto. No provoquéis a ira a vuestros hijos. Tienen que aprender a ser padres apropiados, a manifestar amor, ternura y un testimonio apropiado para sus hijos. También tienen que atraerlos ellos. No abusen de su autoridad. La autoridad puede ser ejercitada únicamente si hay dominio propio. Si usted abusa de su autoridad, estará sofocando su relación con sus hijos.

2. Debemos manifestar el debido aprecio

Además, ustedes deben manifestar el aprecio debido hacia sus hijos cuando ellos se portan bien. Algunos padres únicamente saben castigar y regañar a sus hijos; no saben hacer otra cosa. Esto fácilmente provoca a ira a sus hijos. No se olviden que muchos niños tienen el deseo de ser buenos. Si usted solamente los regaña y castiga, sus hijos se sentirán desalentados, tal como dice Pablo en Colosenses 3:21. Ellos se dirán que no vale la pena portarse bien porque sus padres, de todas maneras, jamás expresarán reconocimiento alguno. Usted debe alentar a sus hijos cuando se portan bien. Quizá usted puede decirles: “Hoy se han portado muy bien. Quiero recompensarlos por ello y darles algo especial”. Los hijos no solamente necesitan ser disciplinados, sino también recompensados. De otro modo, serán desalentados.

Una vez leí un relato acerca de una niña cuya madre sólo la golpeaba y la regañaba. En aquel entonces, esta niña era buena por naturaleza. Puesto que sentía que su madre no aprobaba lo que ella hacía, un día decidió que ella habría de esforzarse por complacerla. Al llegar la noche, habiendo desvestido y puesto en cama a su hija, la mamá se disponía a salir de la habitación. Mientras la mama se alejó, su hija la llamó. La mamá le preguntó qué quería, pero su hija no respondió. Nuevamente, la mamá comenzó a alejarse, y la hija la volvió a llamar. Cuando la mamá le preguntó nuevamente, su hija respondió: “Mamá, ¿no tienes nada que decirme?”. Este es uno de los relatos que cuenta el Sr. Bevin. Después que la mamá se fue, la niña lloró durante dos horas. Su madre era muy insensible. Ella sólo sabía castigar y regañar a su hija; pero carecía de la sensibilidad necesaria para hacer otra cosa.

Les ruego tengan presente que el Nuevo Testamento contiene más enseñanzas para los padres que para los hijos. El mundo entero habla acerca de los errores que los hijos suelen cometer, pero el Señor habló acerca de los errores que los padres cometen. Puesto que el mundo habla tanto acerca de los errores que los hijos cometen, nosotros no tenemos que decir mucho al respecto. La Biblia nos dice que si los padres no son lo suficientemente sensibles, serán propensos a provocar a ira a sus hijos así como a desalentarlos. A esto se debe que la Biblia hable tanto acerca de cómo ser padres. No hay oficio más difícil en este mundo que esto. Aquellos que son padres deben dedicarse con todas sus fuerzas y con toda su mente a ser padres apropiados. Por favor, no sean insensibles hacia sus hijos.

F. Debemos ser exactos al hablar

En sexto lugar, las palabras de los padres revisten mucha importancia para sus hijos. No solamente usted mismo debe ser un modelo para sus hijos, sino que también debe darse cuenta que sus palabras revisten gran importancia para ellos.

1. No debemos hacer promesas vanas

Por favor recuerden que los padres jamás debieran ofrecer a sus hijos aquello que no podrán llevar a cabo. Usted no debe hacer vanas promesas a sus hijos. No les prometa nada que usted no esté en posibilidades de cumplir. No les prometa algo que no podrá cumplir. Si sus hijos desean que usted les compre algo, usted primero debe considerar su capacidad financiera. Si usted buenamente puede hacerlo, hágalo. Si no puede hacerlo, tiene que decirles: “Me esforzaré al máximo y haré lo que pueda, pero no puedo hacer aquello que excede mi capacidad”. Cada palabra que salga de su boca debe ser digna de confianza. No deben pensar que esto es algo insignificante. Usted jamás debiera permitir que sus hijos abriguen alguna duda acerca de sus palabras. No solamente ellos no deben abrigar dudas respecto de lo que usted les diga, sino que, además ellos deberían tener la certeza de que usted les habla con exactitud. Si los hijos constatan que lo que sus padres les dicen no es digno de confianza, crecerán comportándose irresponsablemente. Ellos darán por sentado que si uno puede ser descuidado al hablar, también puede comportarse irresponsablemente en todo aspecto. Existen ciertas expresiones que solamente pueden ser usadas en la política y tales expresiones no se ajustan a los hechos. Los padres deben abstenerse de usar tales expresiones. Son muchos los padres que aparentemente, son muy bondadosos con sus hijos. Les prometen todo cuanto ellos piden, pero nueve de cada diez veces ellos no pueden cumplir con lo que prometen. Tal clase de promesas maravillosas únicamente produce una cosa en los hijos: desilusión. Usted tiene que prometer únicamente aquello que es capaz de cumplir. Si usted no va a poder hacer algo, no lo prometa. Si usted no está seguro de poder llevarlo a cabo, dígaselos. Sus palabras tienen que ser exactas.

2. Las órdenes deben ser cumplidas

Otras veces, quizás usted no prometa algo, sino que da cierta orden. Si usted abrió su boca para ordenarles algo a sus hijos, tiene que asegurarse que ello sea llevado a cabo. Usted tiene que hacer que ellos comprendan que usted siempre habla en serio. Muchas veces usted da una orden, pero luego lo olvida. Esto es un error. No debiera decirles a sus hijos que está bien que ellos no lo hagan en esta oportunidad, siempre y cuando lo hagan la próxima vez. Si usted los excusa, no les está haciendo favor alguno. Usted debe dejar bien en claro ante sus hijos que una vez que usted les ordena algo, ellos tienen que hacerlo ya sea que usted lo recuerde o no. Si usted se los dijo una vez, lo puede decir cien veces. Si sus palabras cuentan en una ocasión, ellas deberán contar en cien ocasiones. Usted no debe anular sus propias palabras. Muéstreles a sus hijos, desde su juventud, que la palabra de uno es sagrada, ya sea que se trate de una promesa o una orden. Por ejemplo, si usted le dice a su niño que barra su cuarto cada mañana, primero usted tiene que haber considerado si él será capaz de hacer esto o no. Si él no lo hizo hoy, usted tiene que asegurarse de que lo haga mañana. Si al siguiente día no lo hizo, usted tiene que asegurarse que lo haga el día subsiguiente. Usted tiene que mantener su orden este año y tiene que mantenerlo el siguiente. Tiene que ser patente para sus hijos que ninguna de sus palabras fueron dichas a la ligera y que, una vez pronunciadas, tienen que ser ejecutadas. Pero, si ellos constatan que las palabras de sus padres no cuentan para nada, cualquier cosa que les digan carecerá de eficacia. Por tanto, toda palabra que salga de sus labios debe ser práctica y basada en ciertos principios.

3. Debemos corregir cualquier exageración

Algunas veces, usted exagera sus palabras. Entonces, deberá buscar una ocasión propicia para decirle a sus hijos que en tal ocasión usted exageró. Usted tiene que ser exacto al hablar. Algunas veces usted quizás haya visto solamente dos vacas, pero dijo que eran tres; o quizás vio cinco pájaros, pero dijo que eran ocho. En tales ocasiones, corríjase de inmediato. Al hablar con sus hijos usted tiene que aprender a corregirse todas las veces que sea necesario. Debe aprender a decir: “Lo que les acabo de decir no es exacto. Había dos vacas, no tres”. Usted debe dejar bien en claro ante ellos que todas nuestras palabras deben ser santificadas. Todo cuanto ocurre en el seno de nuestra familia debería ser usado para la formación de un carácter cristiano en nuestros hijos. Así pues, sus palabras tienen que ser santificadas. Cuando sus hijos hablen, también sus palabras deben ser santificadas y exactas. Cuando usted diga algo equivocado, deberá darle la debida importancia al reconocer su error. De este modo, usted estará adiestrando a sus hijos a santificar sus palabras. Muchos padres suelen decir cinco cuando quieren decir tres, y dicen tres cuando en realidad querían referirse a dos. Tales padres hablan irresponsablemente y no constituyen un buen ejemplo en el hogar. Como resultado de ello, sus hijos jamás comprenderán cuán sagradas son sus palabras.

Todos estos problemas ocurren debido a que nos hace falta recibir más disciplina del Señor. Nosotros debiéramos experimentar la disciplina del Señor y conducir a nuestros hijos en la disciplina del Señor. Por lo menos, debemos mostrarles que nuestras palabras son sagradas. Toda promesa debe ser realizada y toda orden debe ser cumplida. Si hacemos esto, nuestros hijos recibirán el adiestramiento apropiado.

G. Debemos criar a nuestros hijos en la disciplina y amonestación del Señor

En séptimo lugar, deben criar a sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor (Ef. 6:4). La disciplina del Señor consiste en decirle a una persona cómo debe comportarse. Ustedes deben considerar que sus hijos son cristianos, no gentiles. La disciplina del Señor le indica a una persona cuál es el comportamiento que es propio de un cristiano. El Señor se ha propuesto hacer que todos nuestros hijos lleguen a ser cristianos. Él no desea que ninguno de ellos sea gentil o incrédulo. Usted debe hacer planes para que sus hijos no sólo lleguen a ser cristianos, sino cristianos ejemplares. Así pues, usted debe darles a entender lo que es un cristiano apropiado por medio de instruirlos en la disciplina del Señor. Al respecto, debemos tratar una serie de aspectos.

1. Debemos ayudar a nuestros hijos

a tener aspiraciones apropiadas

Lo más importante para un niño son sus aspiraciones. Todo niño tiene alguna aspiración para su futuro. Si el gobierno permitiera que todos los niños imprimieran sus propias tarjetas de presentación, creo que habría muchos niños que imprimirían títulos como: “Presidente”, “Director” o “Reina”. Los padres deben fomentar en sus hijos las aspiraciones apropiadas. Si ustedes aman el mundo, sus hijos probablemente querrán ser presidentes, millonarios o famosos eruditos. La manera como ustedes viven afectará las aspiraciones que tengan sus hijos. Los padres tienen que aprender a canalizar las ambiciones de sus hijos en la dirección apropiada. Ellos deben aspirar a amar al Señor. No deben aspirar a amar al mundo. Usted debe fomentar tal ambición en ellos mientras son jóvenes. Muéstreles lo honroso que es morir por el Señor y háganles comprender que es algo muy precioso ser un mártir por causa del Señor. Ustedes tienen que ser un ejemplo para ellos y tienen que compartir con ellos sus propias aspiraciones. Si ellos le dan la oportunidad, dígales lo que a usted le gustaría ser. Dígales qué clase de cristiano usted desea ser. De este modo, usted estará canalizando sus ambiciones, dándoles la dirección apropiada. Así, sus metas cambiarán y ellos sabrán lo que es noble y lo que es precioso.

2. No debemos fomentar

el orgullo en nuestros hijos

Nuestros hijos tienen otro problema: no sólo son ambiciosos y tienen muchas aspiraciones, sino que, además, se sienten orgullosos de sí mismos. Quizás ellos se jacten de su inteligencia, de sus propias habilidades o de su elocuencia. A los niños les es fácil encontrar motivos de jactancia propia y pueden llegar a pensar que son personas muy especiales. Los padres no deben desalentarlos, pero tampoco deben fomentar su orgullo. Muchos padres fomentan el orgullo de sus hijos y los alientan a ir en búsqueda de vanagloria por medio de abrumarlos con alabanzas delante de los demás. Mas nosotros debemos decirles: “Hay muchos otros niños en este mundo que tienen capacidades parecidas a las tuyas”. No traten de fomentar su orgullo. Nosotros debemos iluminar a nuestros hijos en concordancia con la disciplina y amonestación del Señor. Ellos deben ser capaces de desarrollar su intelecto, elocuencia y todas sus capacidades; pero usted debe decirles que hay muchos que son tan hábiles como ellos en este mundo. No destruyan su estima personal, pero tampoco les permitan convertirse en personas orgullosas. No es necesario herir su autoestima, pero sí tienen que hacerles notar su orgullo o vana jactancia personal. Son muchos los jóvenes que, solamente al salir de su hogar, descubren que tienen que pasar diez o veinte años en el mundo para aprender a comportarse apropiadamente. Para entonces ya es demasiado tarde. Son muchos los jóvenes que manifiestan su mal genio en el hogar y luego llegan a ser personas tan arrogantes que, una vez que son adultos, no pueden trabajar apropiadamente. No queremos que nuestros hijos se sientan desalentados, pero tampoco queremos que sean orgullosos o piensen que son algo.

3. Debemos enseñar a nuestros hijos

a aceptar las derrotas y aprender a ser humildes

Un cristiano necesita saber apreciar a los demás. Es fácil ser victoriosos, pero es difícil aceptar la derrota. Podemos encontrar campeones que son humildes, pero es difícil encontrar perdedores que no sean amargados. Esta no es una actitud cristiana. Aquellos que son buenos en una determinada actividad, deben aprender a ser humildes y a no jactarse. Asimismo, si uno sufre alguna derrota, debe aprender a aceptarla con propiedad. Los niños son muy competitivos; por naturaleza. Está bien que sean competitivos, a ellos les encanta ganar en los deportes, las carreras y concursos escolares. Usted tiene que dejar en claro que lo correcto es que ellos se esfuercen por ser estudiantes sobresalientes en la escuela, pero tienen que aprender a ser humildes. Aliéntenlos a ser humildes. Háganles comprender que hay muchos otros estudiantes que seguramente son mejores que ellos. Cuando son derrotados, ustedes tienen que enseñarles a aceptar su derrota con gracia. Los problemas en los que se mete un niño, generalmente están vinculados con estas actitudes. Después de un juego, el ganador se siente orgulloso, mientras que el perdedor se queja de que el árbitro no fue justo o que se equivocó porque el sol le daba en los ojos. Usted debe ayudarles a que cultiven un carácter humilde. Sus hijos deben saber sufrir las amonestaciones cristianas y deben aprender a desarrollar un carácter cristiano. Ellos deben saber ganar y, cuando les toque perder, también tienen que saber estimar a los demás. Saber perder constituye una virtud. Entre los chinos, esta virtud hace mucha falta. Entre nosotros los chinos, la mayoría suele atribuir a otros la culpa de su derrota, en lugar de aceptar con gracia tal derrota. Ustedes deben criar a sus hijos en la disciplina y la amonestación del Señor.

Son muchos los niños que aducen que sus profesores tienen favoritos cuando otros los superan en los exámenes. Si ellos no sacan buenas notas en un examen, aducen que su profesor no los quiere. Esto denota la necesidad de humildad. Los cristianos deben saber perder. Si otros son buenos en algo, tenemos que ser prontos en reconocerlo abiertamente. Además, tenemos que aprender a aceptar derrotas y aceptar que los otros fueron más inteligentes, que laboraron más o son mejores que nosotros. Es una virtud cristiana aceptar la derrota. Cuando ganamos, no debemos menospreciar al resto. Tal actitud es indigna de un cristiano. Cuando otros son mejores que nosotros, quizás salten más alto o sean más fuertes que nosotros, debemos apreciarlos. Mientras nuestros niños todavía viven con nosotros, debemos procurar adiestrarlos en reconocer los logros de los demás. Esta clase de adiestramiento les ayudará a conocerse a sí mismos cuando crezcan en su vida cristiana. Debemos conocernos a nosotros mismos y estimar a quienes son mejores que nosotros. Si nuestros hijos se comportan de esta manera, será fácil para ellos tener experiencias espirituales.

4. Debemos enseñar a nuestros hijos

a tomar decisiones

Espero que prestemos atención a este asunto. Son muchos los aspectos acerca de los cuales debemos instruir a nuestros hijos en concordancia con la disciplina del Señor. Debemos darles, desde su juventud, la oportunidad de tomar sus propias decisiones. No debemos tomar todas las decisiones por ellos hasta que tengan dieciocho o veinte años de edad. Si lo hacemos, les será imposible tomar decisiones cuando sean adultos. Siempre debemos darles la oportunidad de que tomen sus propias decisiones. Debemos darles la oportunidad de elegir lo que quieren y lo que no quieren. Tenemos que hacerles ver si sus elecciones fueron las correctas o no. Denles a sus hijos la oportunidad de elegir y luego muéstrenles cuál es la elección correcta. A algunas niñas les gusta vestirse con vestimentas cortas; a unas les gusta un color mientras que las otras prefieren otro color. Permítanles que elijan por sí mismas.

Algunas personas no le dan a sus niños la oportunidad de elegir por ellos mismos. Como resultado, cuando sus hijos alcanzan los veinte años de edad y se casan, no saben cómo ser cabeza de la familia. Puede ser que usted le diga que el esposo es la cabeza de la esposa, pero él no sabrá cómo ser el esposo. Usted no debería permitir que ellos esperen a casarse para descubrir que no saben ser la cabeza del hogar. Siempre que sea posible, denles a sus hijos suficientes oportunidades para tomar decisiones. Cuando ellos crezcan, ellos sabrán qué hacer. Ellos sabrán distinguir entre lo equivocado y lo correcto. Den a sus hijos la oportunidad de tomar decisiones desde su juventud. Diré algo a todos los que tienen hijos: “Denles la oportunidad de elegir”. De otro modo, muchos niños chinos serán perjudicados en su vida adulta. Tal perjuicio con frecuencia se manifiesta cuando los hijos tienen entre dieciocho y veinte años de edad. Ellos se comportan irresponsablemente cuando llegan a esta edad debido a que nunca se les exigió tomar decisiones por sí mismos. Debemos enseñar a nuestros niños según la disciplina del Señor. Debemos enseñarles a nuestros hijos a tomar decisiones, en vez de tomar todas las decisiones por ellos, y tenemos que dejarles saber si ellos han tomado la decisión correcta o no.

5. Debemos enseñar a nuestros hijos a hacerse cargo de sus propios asuntos

También tenemos que enseñar a nuestros hijos a encargarse de sus propios asuntos. Tenemos que darles la oportunidad de cuidar de sus enseres personales, sus zapatos, calcetines y otros asuntos. Dé a sus hijos algunas pautas y luego deje que ellos mismos procuren encargarse de sus cosas. Desde su juventud, enséñeles cómo deben encargarse de sus propios asuntos. Algunos niños tuvieron un mal comienzo debido a que sus padres los amaban ciegamente y no supieron adiestrarlos. Por ser cristianos, tenemos que enseñar a nuestros hijos a hacerse cargo de sus propios asuntos apropiadamente.

Yo creo que si el Señor nos da la gracia, la mitad de los que se añadan a la iglesia provendrá de nuestras propias familias y la otra mitad del “mar” (o sea, el mundo). Si todos los que son añadidos proceden del mundo y ninguno es de entre nuestros propios hijos, no tendremos una iglesia fuerte. Si bien toda la generación de Pablo tuvo que ser rescatada del mundo, la siguiente generación estaba compuesta de personas, como Timoteo, que procedían de las mismas familias que conformaban la iglesia. No debemos esperar que siempre procedan del mundo los que nos son añadidos. Debemos esperar que la segunda generación, jóvenes como Timoteo, procederán de nuestras propias familias. El evangelio de Dios sí salva a los hombres que se encuentran en el mundo, pero también debemos atraer hombres como Timoteo. Para que la iglesia llegue a ser rica, tiene que haber abuelas como Loida y madres como Eunice que sepan criar, edificar y formar a sus hijos en la disciplina del Señor. Si no existe tal clase de personas, la iglesia jamás llegará a ser rica. Tenemos que darles a nuestros hijos la oportunidad de que se encarguen de sus propios asuntos desde su juventud. Debemos darles la oportunidad de aprender a arreglar sus cosas por sí mismos. Tengan frecuentes reuniones familiares y permitan que sus hijos tomen ciertas decisiones. Cuando quiera volver a acomodar sus muebles, involucre a sus hijos en tales decisiones. Si tiene que ordenar la alacena, involucre a sus hijos en dicha actividad. Enséñeles a manejar ciertos asuntos. Si tenemos hijas o hijos, tenemos que enseñarles a manejar los asuntos. Entonces llegarán a ser buenos esposos y esposas en el futuro.

¿Cuál es nuestra situación hoy en día? Las niñas tienen que ser cuidadas por sus madres, pero muchas madres no las cuidan y la responsabilidad recae sobre la iglesia. Los niños deberían ser cuidados por sus padres, pero muchos padres no cuidan de sus niños y la responsabilidad recae sobre la iglesia. Como consecuencia de ello, a medida que las personas de este mundo son salvas y traídas a la iglesia, las tareas de la iglesia se duplican. Esto se debe a que hay padres que no viven apropiadamente como corresponde a padres cristianos. Después que la iglesia predica el evangelio y se preocupa por la salvación de las personas de este mundo, tiene que enfrentarse a toda clase de problemas familiares que tales personas traen consigo. Pero si los padres asumen su responsabilidad de criar apropiadamente a sus hijos, y si tales niños son criados en la iglesia, la iglesia será liberada de la mitad de sus tareas. En Shanghái, con frecuencia me ha parecido que los colaboradores no debieran estar encargados con muchos de los asuntos que tienen a su cargo; muchos de esos asuntos deberían ser responsabilidad de los padres. Los padres no instruyen apropiadamente a sus hijos, y estos son arrastrados hacia el mundo. Como resultado de ello, tenemos que rescatarlos del mundo y asumir la responsabilidad de instruirlos nosotros mismos. Esto genera excesivo trabajo para la iglesia.

H. Debemos conducir a nuestros hijos al conocimiento del Señor

Como octava responsabilidad, debemos conducir a nuestros hijos al conocimiento del Señor. Ciertamente es necesario establecer un altar familiar. En el Antiguo Testamento, el tabernáculo estaba ligado al altar. En otras palabras, la familia está vinculada al servicio a Dios, así como a la consagración a Dios. Ninguna familia podrá proseguir sin orar y sin leer la Palabra. Esto es especialmente cierto en el caso de las familias con hijos.

1. Las reuniones familiares deben estar al nivel de los niños

Algunas familias fracasan en sus tiempos de oración y de lectura de la Biblia, porque sus reuniones familiares son demasiado largas y demasiado profundas. Los niños no entienden qué están haciendo. Ellos no saben por qué se les pide que se sienten allí. A mí no me gusta ver que algunas familias que nos invitan a sus hogares, obligan a sus hijos a estar sentados con ellos, mientras quieren sostener con nosotros conversaciones acerca de doctrinas muy profundas. Algunas de esas reuniones en el hogar acerca de doctrinas difíciles se prolongan por una o dos horas. Esto ciertamente constituye un verdadero sufrimiento para los niños; aun así, muchos padres no son sensibles a ello. Los niños están sentados allí, pero no comprenden nada. Por ejemplo, si el tema de la conversación es el libro de Apocalipsis, ¿cómo los niños lo pueden entender? Las reuniones de hogar tienen que ser apropiadas para los niños. Estas reuniones familiares no están diseñadas para ustedes; las reuniones suyas están en el salón de reunión. No imponga tal estándar a su familia. Lo que usted haga con su familia tiene que adaptarse al gusto de sus hijos y tiene que estar al nivel de ellos.

2. Debemos alentar y atraer a nuestros hijos

Otro problema con algunas reuniones de hogar es que en ellas no se manifiesta suficiente afecto. No es que los niños sean atraídos por su padre o su madre a fin de permanecer en tales reuniones, sino que el látigo es la única motivación por la cual los niños continúan reuniéndose. Ellos no quieren participar de tales reuniones, pero vienen porque se les amenaza con el látigo. Si el látigo estuviese ausente, ellos no vendrían. Esto jamás marchará bien. Ustedes tienen que idear algunas maneras en las que sus hijos puedan ser atraídos y alentados a participar de tales reuniones. No los castiguen. Jamás castigue a sus hijos por no haber participado de su reunión de adoración familiar. Si usted los golpea una vez, esto podría crear un problema que persistirá en ellos por el resto de sus días. Los padres tienen que atraer a sus hijos a la reunión de adoración familiar. No los obligue a venir. Esto únicamente resultará en terribles consecuencias.

3. Debemos reunirnos una vez en la mañana y otra vez al anochecer

Sugerimos que se celebren dos reuniones de hogar al día, una por la mañana y la otra al anochecer. El padre deberá dirigir la reunión de la mañana, y la madre la reunión al anochecer. Levántense un poco más temprano. Los padres no debieran permanecer en cama después que los hijos han tomado su desayuno y se han ido a la escuela. Si ustedes tienen niños en casa, tienen que levantarse más temprano. Pasen un tiempo juntos antes que los niños se vayan a la escuela. Vuestra reunión deberá ser breve, llena de vida y jamás debe prolongarse. Quizás diez minutos sean suficientes. Quince minutos es lo máximo que debiera durar tal reunión. Nunca exceda de quince minutos ni la haga de menos de cinco minutos. Pídale a cada uno de los asistentes que lea un versículo. El padre debe tomar la iniciativa de elegir unas cuantas frases y hablar acerca de ellas. Si los niños pueden memorizar algo, pídanles que memoricen. No citen el versículo completo. Simplemente pidan a sus hijos que recuerden el significado de una sola oración. Al final de la reunión, el padre y la madre deberían elevar una oración pidiendo la bendición de Dios. No eleven oraciones profundas ni sublimes. Oren acerca de cosas que los niños puedan entender. Tampoco hagan oraciones largas; sean sencillos. Después envíenlos a la escuela.

Cada vez que usted se siente a comer, debe agradecer al Señor por los alimentos. Ya sea que se trate del desayuno, el almuerzo o la cena, usted debe ser sincero al dar las gracias. Ayude a sus niños a dar gracias. Las reuniones al anochecer deben ser un poco más extensas y deberían ser dirigidas por las mamás. No es necesario que se lea la Biblia al anochecer, pero es necesario que la familia ore reunida. En particular, la madre tiene que reunir a los niños y hablarles. Acompañada del padre, la madre debe alentar a los niños a hablar. Pregúntenles si tuvieron que afrontar algún problema ese día. Pregúntenles si pelearon entre ellos y si hubo algo que les molestara. Si una madre no puede hacer que sus hijos le hablen, algo tiene que andar mal. La madre habrá fracasado como tal si ha permitido que surja alguna barrera entre ella y sus hijos. La mamá seguramente ha cometido algún error en perjuicio de sus hijos si estos tienen miedo de hablarle. Sus niños deben sentirse libres de hablarle con toda confianza. La madre tiene que aprender a sacar a luz lo que está en el corazón de sus hijos. Si ellos no quisieran hablar ese día, pregúnteles nuevamente al día siguiente. Dirija a sus hijos. Deje que ellos oren un poco y enséñeles a decir unas cuantas palabras. Esta reunión tiene que estar llena de vida. Pídanles que confiesen sus pecados, pero no los obliguen a ello. No debe haber fingimiento alguno. Todo debe ser hecho de un modo muy natural. Permita que sus niños tomen alguna iniciativa. Si tienen algo que quieren confesar, que lo hagan, pero si no tienen nada que confesar, no los obligue a ello. No debe haber fingimiento alguno. Algunos niños aprenden a fingir como resultado de la presión que sobre ellos ejercen los padres estrictos. Los niños no dicen mentiras, pero usted puede obligarlos a mentir. Los padres deben conducirlos a hacer oraciones sencillas uno por uno. Asegúrese que todos oren. Finalmente, concluya orando usted mismo, mas no haga una oración muy larga. Una vez que su oración se hace demasiado larga, sus niños se aburrirán. Aliméntelos de acuerdo a su capacidad. Una vez que usted trata de hacer demasiado, los abrumará. Ore unas cuantas frases junto con ellos y luego déjelos ir a dormir.

4. Debemos darle la debida importancia

al asunto del arrepentimiento

Explíquenles lo que significa el pecado. Todos pecamos. Usted debe darle la debida importancia al asunto del arrepentimiento y entonces conducirlos al Señor. Después de cierto tiempo, puede pedirles que reciban al Señor sinceramente. Entonces, tráigalos a la iglesia y permita que se integren a ella. De este modo, usted estará guiando a sus hijos en el conocimiento de Dios.

I. La atmósfera familiar

debe ser una atmósfera de amor

En noveno lugar, la atmósfera familiar debe ser una atmósfera de amor. Algunas personas tienen anomalías psicológicas o se aíslan, debido a que no reciben amor en sus respectivos hogares.

La manera en que un niño crece depende de la atmósfera familiar. Si un niño no es criado con amor, se convertirá en una persona obstinada, individualista y rebelde. Mucha gente no se puede llevar bien con otros en su vida como adultos debido a que cuando eran niños no experimentaron amor en sus familias. Solamente fueron testigos de disputas, discusiones y peleas en la familia. Los niños que crecen en tales familias se desarrollan anormalmente. Aquellos que proceden de tales familias anormales, ciertamente se desarrollan como personas solitarias, pues desarrollarán antagonismos personales hacia los demás. Debido a que ellos se sienten inferiores en lo profundo de su corazón, procuran mejorar la imagen que tienen de ellos mismos por medio de considerarse superiores a los demás. Todos aquellos que tienen un complejo de inferioridad tienen la tendencia a exaltarse a ellos mismos. Este es el medio al que recurren para compensar por su propio sentimiento de inferioridad.

Muchos de los elementos malignos de la sociedad, tales como los ladrones y los rebeldes, proceden de esta clase de familias carentes de amor. Su personalidad se deforma y al crecer, se vuelven en contra de su prójimo. Cuando llegan a la iglesia, traen consigo sus problemas. Me parece que la mitad de la labor que desempeña la iglesia es una labor que podría ser desarrollada por buenos padres. Pero hoy en día, tal carga recae sobre nuestros hombros debido a que hay muy pocos padres que son buenos padres. Los nuevos creyentes deben ver que ellos deben tratar a sus niños de la manera apropiada. En una familia tiene que prevalecer una atmósfera de amor y ternura. Tiene que haber amor genuino. Los niños criados en tales familias crecerán hasta llegar a ser personas normales.

Los padres tienen que aprender a ser amigos de sus hijos. Jamás permitan que sus hijos se distancien de ustedes. Nunca se convierta en un padre al cual es difícil acercarse. Por favor recuerden que la amistad se funda en la comunicación; no es algo que se hereda por nacimiento. Así pues, usted tiene que aprender a acercarse a sus hijos. Cuando les brinde alguna ayuda, hágalo gustosamente, de tal manera que cuando ellos enfrenten problemas se sientan libres para contárselo y cuando se sientan débiles, busquen su consejo. Ellos no deberán tener que acudir a otras personas cuando se sientan débiles. Ellos deben poder compartir con usted tanto sus éxitos como sus fracasos. Usted debe convertirse en su buen amigo, en aquella persona asequible y solícita a la que ellos pueden acudir en busca de ayuda. Ellos deben acudir a usted cuando se sientan débiles y pueden tener comunión con usted cuando tienen éxito. Tenemos que ser sus amigos. Cuando ellos se sienten débiles, pueden acudir a nosotros en busca de ayuda. No debiéramos ser para ellos como un juez que juzga desde lo alto de su trono, sino que debiéramos serles de ayuda. Debemos estar cerca de ellos siempre que necesiten nuestra ayuda y debemos ser capaces de sentarnos a conversar con ellos acerca de sus problemas. Ellos deben sentirse libres de buscar nuestro consejo como quien acude a un amigo. En una familia, los padres deben ganar la confianza de sus hijos hasta el grado de llegar a ser sus amigos. Si los padres logran esto, habrán hecho lo correcto.

Ustedes tienen que aprender esta lección desde que sus niños son tiernos. El grado en el cual sus hijos se sentirán cercanos a usted y queridos por usted estará determinado por cómo los trate durante sus primeros veinte años de vida. Si no se sienten cercanos a usted durante los primeros veinte años de sus vidas, no se acercarán a usted cuando tengan treinta o cuarenta años, sino que se alejarán más y más de usted. A muchos hijos no les gusta estar cerca de sus padres. Ellos no son amigos de sus padres y no existe una relación dulce entre ellos. Si al tener problemas acuden a sus padres, lo hacen como un reo presentándose delante de su juez. Ustedes tienen que laborar hasta que sus hijos los busquen a ustedes en primer lugar siempre que enfrenten algún problema. Ellos tienen que sentirse cómodos al depositar su confianza en ustedes. Si ustedes pueden lograr esto, encontrarán muy pocos problemas en su vida familiar. De hecho, todos los problemas serán resueltos.

J. Sobre el castigo

En décimo lugar, está el tema del castigo. Cuando un niño ha hecho algo malo, tiene que ser castigado. Es incorrecto no castigarlo.

1. Debemos tener temor

de golpear a nuestros hijos

Nada es más difícil que castigar a alguien. Los que son padres deben tener temor de golpear a sus hijos. Ellos deben considerar esto tan serio como si tuvieran que castigar físicamente a sus propios padres. Ningún hijo debiera golpear a sus propios padres. Uno puede ser perdonado por haber golpeado a sus propios padres, pero no será fácilmente perdonado por haber golpeado a sus propios hijos. Tienen que aprender a sentir temor de golpear a sus propios hijos y tienen que considerar que se trata de algo que reviste tanta seriedad como golpear a sus propios padres.

2. Castigar a los hijos es necesario

Sin embargo, golpear a los hijos es a veces necesario. Proverbios 13:24 dice: “El que escatima la vara, a su hijo aborrece; / Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige”. Esta es la sabiduría de Salomón. Los padres deben castigar con vara a sus hijos. Tal castigo es necesario.

3. El castigo físico debe ser justo

Sin embargo, si golpea a sus hijos, tal castigo tiene que ser justo. No dé rienda suelta a su enojo y jamás golpee a sus hijos mientras esté airado. Nadie puede castigar a sus hijos estando airado. Hay algo errado en usted si al castigar está lleno de ira. Hermanos y hermanas, cuando sus hijos hacen algo errado y usted los golpea en su ira, debieran darse cuenta de que usted también merece ser golpeado. Primero, usted tiene que estar calmado delante de Dios. Mientras usted esté airado, no puede castigar a nadie.

4. Debemos hacerles notar

a nuestros hijos sus errores

Algunos asuntos tienen que ser resueltos por medio del castigo físico, pero usted tiene que mostrarle a su niño por qué causa usted tiene que castigarlo así. Si usted tiene que castigarlo físicamente, también tiene que mostrarle al niño cuál ha sido su falta. Cada vez que lo castigue, usted tiene que haberle mostrado a su hijo el error que cometió para hacerse merecedor a tal castigo. Usted tiene que decirle cuál es su error. No basta con tratar de impedir que él siga cometiendo tal falta por medio de golpearlo. Usted tiene que explicarle que lo está castigando porque él erró con respecto a cierto asunto específico.

5. Castigar es algo muy serio

Cada vez que golpea a su hijo, no debe hacerlo como si fuese un acto común. Usted tiene que hacerle ver que ejecutar tal clase de castigo físico es un asunto serio. Toda la familia tiene que saberlo. Todos los adultos y niños tienen que reunirse. El padre o la madre tiene que ejecutar dicho castigo tal como un cirujano efectuaría una operación. Un médico no usa el bisturí porque está enojado; él lo hace para extirpar la causa del problema. Del mismo modo, un padre jamás debiera castigar estando airado; él o ella tiene que estar en completa calma. Los padres jamás deben golpear a sus hijos en un estado de furia. Por un lado, ellos tienen que indicarles cuál ha sido la falta cometida; por otro, no deben estar airados de ninguna manera.

¿Cómo debieran ejecutar tal castigo? Tengo una sugerencia. Para que usted tome la vara, su hijo tiene que haber cometido una falta muy grave. Mientras tiene la vara en su mano, usted debe pedir al hermano del niño que prepare una vasija con agua tibia y a la hermana que prepare una toalla. Entonces, usted debe explicarle al niño cuál ha sido su falta. Tiene que decirle que cualquiera que haya cometido algo tan serio, tiene que ser severamente castigado. Él no debe tratar de huir su responsabilidad por la falta cometida. Huir del castigo también es erróneo. Si ha tenido la valentía de cometer un pecado, tiene que tener la valentía de afrontar el castigo. Dígale que él ha hecho algo malo y que usted no tiene otra opción que castigarlo. El castigo es para que él se dé cuenta de que ha hecho algo malo. Quizá usted le dé con la vara dos veces; quizá lo haga tres veces. Y tal vez la mano del niño vaya a amoratarse o, incluso, sangrar. Entonces, usted debe pedir a su hermano que acerque la vasija con agua tibia y haga que el niño sumerja su mano golpeada en el agua tibia a fin de facilitar la circulación de la sangre y disminuir el dolor. Después, usted deberá secar su mano con la toalla provista. Usted tiene que hacer todo esto ceremoniosamente. Hágales ver que en la familia sólo hay amor y no hay rastro de odio. Creo que esta es la manera adecuada de castigar.

Hoy en día, gran parte de los castigos que se aplican en el seno de las familias son producto de la ira y el odio, no del amor. Usted dice que ama a sus hijos, pero ¿quién le puede creer? Yo no. Usted tiene que hacerles ver su error. Tiene que hacerles ver que su padre no los está golpeando cuando está airado. Cuando usted los golpea, hágalo con la debida propiedad. Después que usted ha castigado a sus hijos, debe llevarlos a la cama. Si la ofensa es demasiado seria, el padre y la madre pueden recibir dos de los golpes que merece el niño. Usted tiene que decirle al niño: “Este asunto es muy grave. Tengo que castigarte con la vara cinco veces. Pero me temo que tú no podrás soportarlo si te pego cinco veces con la vara. Así que tu madre recibirá dos golpes y tu padre recibirá un golpe en tu lugar y tú mismo deberás recibir los dos golpes que quedan”. Ustedes tienen que hacerle comprender que se trata de un asunto muy serio y grave. Así su hijo recordará por el resto de sus días que no puede pecar a su antojo.

En esto consiste la disciplina del Señor; no es la disciplina nacida del mal genio de los padres. Se trata de la amonestación del Señor, no de la amonestación nacida del enojo de uno de los padres. Yo no favorezco la ira de ninguno de los padres. El mal genio de los padres arruinará el futuro de sus hijos. Los padres tienen que aprender a disciplinar con toda seriedad a sus hijos, pero al mismo tiempo tienen que aprender a amarlos. Esta es la manera apropiada de tener una familia cristiana.

II. BUENOS HIJOS SON EL FRUTO DE BUENOS PADRES

Finalmente, me gustaría decirles que muchos de los hombres que Dios ha usado en este mundo, proceden de padres que supieron ser buenos padres. Comenzando con Timoteo, podemos encontrar numerosos hombres que fueron usados por Dios y que procedían de padres que eran muy buenos. John Wesley fue uno de ellos. Otro fue John Newton. En nuestro himnario tenemos muchos himnos escritos por John Newton. Otro fue John G. Paton. Él fue uno de los misioneros más famosos del mundo moderno. No recuerdo otro padre tan extraordinario como el padre de Paton. Aun en su vejez, Paton se acordaba: “Siempre que quería pecar, me acordaba de mi padre, quien siempre estaba orando por mí”. Su familia era muy pobre. Tenían apenas un dormitorio, una cocina y otro pequeño ambiente. Paton contó alguna vez: “Yo temblaba cada vez que mi padre oraba y suspiraba en aquel pequeño ambiente, pues él oraba pidiendo por nuestras almas. Aún ahora que soy viejo recuerdo sus suspiros. Le doy gracias a Dios por haberme dado un padre así. Yo no puedo pecar, porque cuando lo hago, cometo transgresión en contra de mi Padre celestial y en contra de mi padre terrenal”. Es difícil encontrar un padre como el de Paton y es difícil encontrar un hijo como el propio John G. Paton.

No se imaginan cuántos creyentes fuertes y saludables tendríamos como parte de nuestra segunda generación, si todos los padres de la generación actual fueran buenos padres. Siempre he deseado poder decirles esto: el futuro de la iglesia depende de los padres. Cuando Dios desea derramar Su gracia sobre la iglesia, Él requiere de vasos. Es necesario que criemos más “Timoteos”. Si bien es cierto que podemos rescatar a las personas que están en el mundo, existe una necesidad todavía mayor y es que criemos bien a quienes forman parte de las familias cristianas.