Watchman Nee Libro Book cap.3 El nuevo pacto 1931

El nuevo pacto 1931 capitulo 3 Watchman Nee Libro Book

EL NUEVO PACTO 3

CAPÍTULO TRES

EL NUEVO PACTO (3)

Lectura bíblica: Mt. 26:28

En Mateo 26:28 vemos que la sangre de Cristo, la cual fue derramada para perdón de pecados, es también “la sangre del pacto”. La naturaleza de la sangre se relaciona con el pacto; y su función, con el perdón de pecados. Si bien es cierto que el derramamiento de la sangre redime y perdona los pecados, es la sangre del pacto la que realmente los perdona. Si esta sangre derramada no fuera la sangre del pacto, no podría perdonar. Dios hizo un pacto con el hombre en el cual estableció que el derramamiento de la sangre traería perdón de pecados. Por lo tanto, este versículo nos muestra la importancia de la sangre derramada, la cual concierne al nuevo pacto y produce el perdón de pecados.

La Palabra de Dios nos revela que la gracia incluye tres aspectos: las promesas, los hechos y los pactos. Anteriormente hablamos de las promesas y los hechos; ahora nuestro tema se centrará en lo que es un pacto con juramento y en el propósito que éste tiene. Este será el mensaje central de nuestra conferencia. Algunas personas aseguran que en la Biblia hay ocho pactos. Si esto es verdad no lo sé, lo único que puedo decir es que el nuevo pacto es el más importante.

Un pacto contiene promesas y hechos. La Biblia nos dice claramente que el pacto es una promesa. Cuando Dios hace una promesa, simplemente lo expresa, pero cuando hace un pacto, interpone un juramento. Una promesa compromete a una persona, pero un pacto lo compromete más, porque no se puede anular. Por lo tanto, cuando Dios hizo un pacto con Abraham, El juró por Sí mismo. Como vemos aquí, Dios no sólo prometió, sino que hizo un juramento. Agradecemos y alabamos a Dios porque no solamente nos ha dado promesas, sino porque también ha hecho un pacto con nosotros, por el cual podemos acercarnos y asirnos a El con valentía basándonos en Su justicia y fidelidad.

UN PACTO ABARCA UNA PROMESA Y UN HECHO

La razón por la que un pacto abarca una promesa y un hecho la encontramos en Hebreos 9:5-18. El versículo 16 dice: “Porque donde hay testamento, es necesario que conste la muerte del testador”. En griego, la palabra testamento significa pacto; así que, la expresión nuevo testamento quiere decir nuevo pacto. En la Biblia encontramos que pacto tiene dos significados: 1) pacto y 2) testamento. Por lo tanto, el nuevo pacto se puede considerar como el pacto o testamento de Dios. Si no existiera una promesa, no se podría establecer un pacto. Todo pacto contiene una promesa; por ejemplo, una certificación de préstamo es un pacto que contiene una promesa. Cuando hacemos una promesa, no necesitamos una constancia; sin embargo, si queremos que esa promesa sea respaldada por un procedimiento legal y resguardada por la ley, la certificamos con un pacto. Por lo tanto, el pacto de Dios incluye una promesa, pero es superior a ésta. Una persona que conoce a Dios de una manera íntima y que ha sido instruida por Su gracia, sabe que El es fiel y justo, y que todo lo que ha prometido, lo cumplirá. No necesita contar con evidencias legales para creer en Sus promesas. Ella considera estas promesas como pactos. Pero es importante que el débil en la fe vea la diferencia que hay entre una promesa y un pacto. Por consiguiente, no podemos decir que todas las promesas son pactos, pero sí que todos los pactos son promesas.

Un pacto consta de una promesa y un testamento; o sea, no sólo tiene la promesa, sino el cumplimiento de la misma. Un testamento es la realidad de una promesa. Tomemos el ejemplo de un padre que hace un testamento para dejarle a su hijo una herencia. En su testamento estipula cómo se ha de disponer de sus posesiones, las cuales son el fruto de su trabajo, para que su hijo las pueda obtener sin ningún esfuerzo. Ser hijo del testador le da el derecho a esta persona de disfrutar dicha herencia. Como podemos ver, el pacto es un testamento que contiene una herencia la cual se vuelve en un hecho.

En la Biblia, las promesas, los hechos y los pactos son tres aspectos de la gracia que Dios nos da. Un pacto es más importante que una promesa o que un hecho. Sin embargo, un pacto incluye tanto una promesa como un hecho; ya que sin esto, el pacto estaría vacío. Examinemos ahora la naturaleza de un pacto, las bases con que cuenta, la relación que guarda con nosotros y la seguridad que nos ofrece. Supongamos que usted recibe un cheque o un giro bancario por una gran suma de dinero. Cuando ve la cantidad se alegra mucho; pero si el cheque no tiene fondos, no le sirve de nada. Hoy puedo asegurarles que el cheque que Dios nos da es confiable y que puede ser cobrado.

¿Cómo sabemos si podemos confiar en un pacto o en un testamento? Sabemos que muchos de los pactos que han hecho las naciones no son dignos de confianza. Por eso, lo importante no es recibir un pacto o testamento, sino que éste sea confiable.

“Porque esto es Mi sangre del pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados” (Mt. 26:28). La copa es la copa del nuevo pacto, y la sangre está en el nuevo pacto. El efecto maravilloso de esta sangre es limpiar los pecados. El Señor Jesús derramó Su sangre con el propósito de establecer el pacto. Es muy extraño que alguien tenga que derramar su sangre para establecer un pacto. ¿Por qué el pacto sólo es efectivo si se derrama la sangre? Si todos los cristianos supiéramos que la sangre del Señor Jesús estableció un pacto, no estaríamos tan atados, restringidos ni faltos de poder, ni recibiríamos tan escasa respuesta a nuestras oraciones, ni tendríamos tan poco resultado en nuestra obra. Hermanos, hemos caído en tal condición porque nos hemos olvidado del nuevo pacto. Conocemos la expresión nuevo pacto, pero olvidamos cómo usarlo.

Dios estableció algunos pactos en el pasado. Hizo uno con Noé, otro con Abraham, y otro con Jacob (aunque éste último no fue explícitamente un pacto). Además estableció un pacto con los israelitas que salieron de Egipto, y decretó otro por medio del Señor Jesucristo. Además de éstos hay otros convenios, pero los más importantes son el que hizo con Abraham y el nuevo pacto. El nuevo pacto, que es el desarrollo adicional del convenio que Dios hizo con Abraham, hereda la promesa. El libro de Gálatas nos dice que el pacto que Dios hizo con Abraham es más apropiado que el pacto de la ley, el cual fue insertado entre dos pactos. Solamente el pacto de la promesa hecho con Abraham, y el nuevo pacto, son competentes. Entre el pacto de la promesa y el nuevo pacto, se insertó el antiguo pacto, o antiguo testamento, el cual duró por mil quinientos años. Los treinta y nueve libros que abarcan desde Génesis hasta Malaquías, no constituyen el antiguo pacto. En realidad el nombre apropiado de estos treinta y nueve libros es las Santas Escrituras. La era del Antiguo testamento comenzó en Exodo 19 y terminó el día que el Señor Jesús murió. Antes del antiguo testamento o antiguo pacto estaba el pacto que Dios hizo con Abraham, el cual dio origen al nuevo pacto.

Originalmente el hombre conservaba su pureza, pero al caer por causa del pecado, la conciencia comenzó a funcionar e hizo que el hombre caminara conforme a ésta. Pero dos mil quinientos años después de que Dios creó al mundo, el hombre continuaba pecando. Por esta razón, Dios le pidió a Moisés que estableciera un pacto (la ley) con el hombre. Dios prometió que los israelitas serían un sacerdocio real, un reino de sacerdotes. Pero la condición del antiguo testamento era bilateral. Por eso había dos tablas de la ley en el tabernáculo. Por un lado, los israelitas tenían que guardar la ley para recibir la bendición de Dios; y por otro, si ellos no la guardaban, los castigaba. Este cuadro presenta el antiguo pacto.

La condición predominante en el Edén y la que prevalece durante la ley necesitan la sangre del Señor Jesús. ¿Qué nos muestra el destierro del hombre del Edén? Vemos allí cómo se pierde el lugar, la herencia y la vida, y cómo el hombre tuvo que trabajar con el sudor de su frente. Siempre he pensado que el pecado es como un signo menos, ya que nuestro cuerpo, nuestra vida espiritual y todo lo que debíamos haber heredado de nuestro Creador, se perdió por su causa. Adán causó que todo esto se perdiera.

Hubo un largo período desde Adán hasta Moisés, y de Moisés hasta Cristo. Desde Adán a Moisés reinó la muerte, y de Moisés a Cristo, no sólo reinó la muerte, sino que también el pecado. El pecado ha estado presente desde Adán, y como consecuencia, la muerte ha reinado, porque el resultado del pecado es muerte. ¿Qué es la muerte? Es la totalidad del pecado. Podemos decir que el pecado es como los ríos y arroyos, mientras que la muerte es como el mar. Hay una palabra que define de una manera general todo el período entre Adán y Moisés: muerte. El exilio, la maldición, los dolores de parto, los espinos, las penas y el sudor, son el resultado de la muerte, y representan la muerte. Todas estas cosas terminan en muerte. La muerte es como el mar en el cual desembocan todos los ríos y arroyos.

Esto es lo que perdimos y obtuvimos en el Edén por causa de Adán. ¡Qué pérdida tan grande! Después de dos mil quinientos años, en el Monte Sinaí, Moisés recibió el pacto de la ley de Dios. Tal pacto declaraba que si alguien guardaba las palabras contenidas en él, Dios lo bendeciría, pero si no las observaba, El lo castigaría. ¿Qué fue lo que añadió la ley a nosotros? ¡Nada! De Adán hasta Moisés reinó la muerte; y de Moisés hasta Cristo, la muerte y el pecado. Primero sólo estaba la muerte, pero a ésta se añadió el pecado. Lo que la ley hizo fue exponer el pecado. No cabe duda que esto fue una gran pérdida, pues aparte de no tener bendición, había pecado y maldición.

Antes de la venida de Cristo, el hombre había sufrido dos grandes pérdidas: una en Adán, y otra por medio de Moisés. Esta pérdida ha evitado que el hombre reciba respuesta a sus oraciones, haciendo que fracase y no venza. Cuando el hombre fue privado de disfrutar la presencia de Dios, se volvió insensato, desconocedor de Dios, débil, incapaz de experimentar el poder de Dios en su cuerpo y espíritu, y fue despojado de todo lo que pertenece a la vida y a la piedad. ¿Cómo se abolió la muerte en el período que se extiende de Adán a Moisés; y de Moisés a Cristo? La sangre es la respuesta a estas preguntas. Algunos dicen que la cruz es un enorme signo de suma. Aunque éste es un dicho popular se aplica a nuestra experiencia. La cruz de Dios añade a nosotros todo lo que necesitamos. De Adán a Moisés había muerte; y de Moisés a Cristo, pecado. Sin embargo, la sangre de Cristo terminó con la muerte introducida por Adán, y con la condenación del pecado expuesta por Moisés. Todas nuestras culpas están eliminadas delante de Dios. Por medio del derramamiento de la sangre del Señor Jesucristo la muerte fue eliminada y nosotros somos limpiados de nuestros pecados. Al principio, Dios y todo lo que El tenía era nuestro, pero el pecado nos separó de El y como consecuencia morimos. Dios no pudo continuar ayudándonos y Su intención de bendecirnos se obstaculizó por nosotros. Aunque podemos decir que a través del pecado recibimos la muerte, lo que sucedió en realidad fue que por causa del pecado perdimos todo lo que era de Dios y todo lo que El nos había dado, lo que nos podía dar y lo que iba a darnos. Aparentemente, la sangre sólo limpia el pecado, pero en realidad su función principal es restaurar nuestra relación con Dios. Ahora Dios puede cumplir Sus promesas sin ningún obstáculo. La sangre permite que Dios se añada a nosotros. Esta sangre no sólo lleva a cabo la redención sino que nos redime eternamente. A diferencia de la sangre de toros y de cabras que sólo podía efectuar una redención temporal, la sangre de Cristo, la cual se derramó una sola vez, consumó una redención eterna. Esta sangre no es como la sangre de toros y cabras en la cual confiaban los hombres del Antiguo Testamento; esta sangre eliminó el pecado para siempre, e hizo que la conciencia no nos condene más. Además, la sangre de Cristo hace que Dios se añada a nosotros.

En la Biblia encontramos a dos hombres que hicieron un pacto: David y Jonatán. David procedió según el pacto que hizo con Jonatán. Cuando entre los descendientes de Saúl encontró a Mefi-boset, el hijo de Jonatán, lo trajo a su mesa para que comiera con él. Al principio, Mefi-boset tembló de temor cuando los siervos de David vinieron a buscarlo, pensando que este era el fin de su vida y que la herencia de sus antepasados se había perdido para siempre. Pero después que David expresó sus buenas intenciones para con él, Mefi-boset se dio cuenta que su vida no corría peligro. Sin embargo, esto únicamente le devolvía la mitad de lo que había perdido. Así que David ordenó a Siba que las posesiones de Saúl le fueran devueltas a Mefi-boset quien de esta manera también recuperó su herencia.

Dios desea darnos vida, y ya la recibimos; pero también quiere devolvernos la herencia que perdimos. El derramamiento de la sangre del Señor no es únicamente para el perdón de pecados. La sangre del Señor Jesús es gloriosa, y todos aquellos que se sienten avergonzados y que odian y aborrecen sus pecados deben conocerla. Gracias a Dios que los problemas de la muerte y el pecado se han resuelto. La sangre del Señor Jesús no sólo eliminó la condenación, sino que recobró nuestra herencia perdida. La sangre hizo algo maravilloso: añadió Dios a nosotros, nos salvó de la paga del pecado y redimió la herencia que habíamos perdido en Edén. Leemos en Lucas 22:20: “El nuevo pacto en Mi sangre”. Por un lado, la sangre del Señor fue derramada para efectuar la redención y eliminar todo lo que nos dañaba; y por otro, ese derramamiento promulgó el nuevo pacto y nos devolvió la herencia que habíamos perdido. Su sangre no sólo nos redime, sino también recupera algo que es nuestro. El no solamente nos redimió y eliminó el problema del pecado, sino que recuperó todo lo que se perdió en Adán.

¿Qué es el nuevo pacto? Es un documento legal establecido según las condiciones justas de Dios. El nuevo pacto prueba que por medio de la sangre de Jesucristo, Dios adquirió todo para nosotros.

Quiero asegurarme que ustedes entienden esto, por eso permítanme hacerles una pregunta en cuanto al evangelio: ¿cuál parte de nuestra salvación efectuó la justicia de Dios, y cuál Su gracia? Antes que el Señor Jesús fuera crucificado, todo se llevaba a cabo por medio de la gracia, pero después de Su crucifixión, se introdujo Su justicia. Esto no significa que la gracia se acaba después de la cruz. Podemos comparar la gracia con la llave del agua; y la justicia con la tubería. La gracia nunca llega a nosotros por sí sola, siempre fluye a través del canal de la justicia. En cuanto a esto, veamos Romanos 5:21: “Para que así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. La gracia reina por medio de la justicia. Dios no le da gracia al hombre en una forma independiente, se la da a través de la justicia. Dios es misericordioso y no quiere que muramos; por eso envió al Señor Jesús para que muriera en nuestro lugar. Esto es gracia. Por ese amor con que nos ama, Dios nos ha concedido gracia y nos ha redimido. El Señor Jesús murió por nosotros consumando así la redención. Cuando creemos en el Señor Jesús para obtener la salvación, ¿qué nos salva, la gracia de Dios o Su justicia? La muerte del Señor Jesús efectuó la redención, la cual nos libra de la condenación. Su muerte es nuestra muerte; y en Cristo, Dios acepta el sacrificio que ofrecemos. Lo que hemos obtenido hoy nos pertenecía por derecho. Si Dios no nos salvara, sería injusto. Antes de la cruz no podíamos juzgar a Dios injusto si no nos salvaba; simplemente hubiéramos pensado que no nos amaba; pero después que el Señor Jesús murió y efectuó la redención, ya no es un asunto de amor ni de gracia, sino de injusticia y deslealtad.

Supongamos que le presto cincuenta dólares a alguien, y que éste firma un pagaré por esa cantidad. Si esta persona no quisiera pagar su deuda, yo lo puedo demandar para obligarlo a que me pague, y si hago esto, posiblemente ustedes piensen que no tengo misericordia ni amor, pero no pueden decir que soy injusto. Sin embargo, si él paga, yo exijo que me vuelva a pagar la deuda, eso sería injusto. ¿Qué es injusticia? Es exigir el pago de algo que ya se canceló.

No podemos decir que Dios carece de gracia, porque si este fuera el caso, no existiría el nuevo pacto. Sin embargo, si todo lo que Dios nos ha dado se basara en la gracia, nuestra fe no sería tan fuerte; pues, en este sentido, no podemos confiar totalmente en la gracia. Es muy común que el hombre dude de las buenas intenciones de los demás. No obstante, Dios no sólo tiene gracia, sino que Su gracia se ha expresado en un pacto. Con el propósito de concedernos Su gracia, El se limitó por el pacto. La gracia se ha expresado en la forma de justicia para que nuestra fe pueda ser fortalecida; porque es más fácil creer en la justicia de Dios, que en Su gracia y bondad. Examinemos por ejemplo el perdón. ¿Cómo sabemos que nuestros pecados fueron perdonados? Porque el pacto y la palabra de Dios lo garantizan. Si viéramos esto nos acercaríamos a Dios, no indecisos, sino con confianza. Tenemos que comprender que cuando venimos a Dios, nuestra comunión con El se basa en Su justicia. La justicia no anula la gracia; por el contrario, la justicia es la más alta expresión de la gracia de Dios. Ahora, asidos de Su pacto, podemos acercarnos a Dios con valentía y pedirle sin temor a ser rechazados.

¿Recuerda usted la historia de la mujer que mientras enjugaba los pies de Jesús con su cabello, lloraba sin cesar? En esa historia el Señor le dijo a Simón: “No me diste agua para Mis pies; mas ésta ha regado Mis pies con lágrimas … sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho” (Lc. 7:44, 47). Cuando el Señor dijo que los pecados de la mujer le eran perdonados, no se dirigió a ella directamente, sino a Simón. En el instante en que el Señor Jesús dijo esto, los pecados de la mujer fueron perdonados. Esta mujer oyó lo que El dijo, pero el Señor sabía que esto no era suficiente. Sí, los pecados de ella fueron perdonados. Sin embargo, debido a que la fe de una persona es fluctuante, pues algunas veces es fuerte, y otras débil y duda si sus pecados fueron perdonados e incluso dudando de su salvación, el Señor Jesús a propósito, y de manera explícita, le dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado” (v. 50). Cuando el Señor dijo esto, ella ya había sido salva, pero lo dijo con el propósito de darle a ella la oportunidad de asirse de esa salvación. No es suficiente tener el hecho de la salvación; también es necesaria la palabra de salvación. Ella era salva; pero cuando tomó esta palabra recibió la fuerza para enfrentar las tentaciones de Satanás, las burlas de los hombres, y aun sus propias dudas. Ella podía asirse de la palabra del Señor para decir: “El Señor me dijo que mi fe me salvó”.

Dios nos dio Su gracia; sin embargo el pacto que hizo con nosotros lo estableció por Su justicia, para que podamos disputar con El asidos de Su palabra. La manera de ejercitar la fe es hablar con Dios y exigirle haciendo nuestra Su palabra. Estamos firmes en el terreno de la gracia. Sin embargo no la recibimos directamente. Puesto que la sangre de Jesucristo es la base de la justicia, el pacto que Dios hizo con nosotros no puede fallar. Ahora podemos comunicarnos con Dios basándonos en Su justicia. A Dios le gusta ver que hagamos uso de Su palabra. El nos ha dado promesas respaldadas por los hechos. Una persona de mucha experiencia en el Señor, dijo que el pacto de Dios es la terapia que Dios usa para curar la incredulidad de los incrédulos. Algunas personas, para sentir que están perdonados, oran hasta que sienten paz. Pero, ¿qué dice la Biblia? Dice que somos perdonados por creer en la palabra de Dios. Leemos en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. Dios dice que si confesamos nuestros pecados, éstos son perdonados. Cuando hay confesión, hay perdón; y si creemos, obtenemos paz. Nuestro deber es confesar y el de Dios perdonar. Si hacemos nuestra parte, Dios hará la Suya. Hagamos nuestra parte sin preocuparnos por la de Dios. El señor Wilkes hizo bien al preguntar: “¿No hará Dios Su parte cuando usted haya hecho la suya?” No prestemos atención a lo que sentimos, ni a lo que otros digan ni tampoco nos preocupemos por lo que Satanás inyecte en nuestros pensamientos; simplemente ocupémonos en la Palabra de Dios. Si confesamos nuestros pecados, El nos perdona. La vida de un cristiano es una vida que se aferra a la palabra de Dios. Creemos que Dios es fiel y justo, y lo que El haya dicho, se hará. El dice y es. Si nos apoyamos con firmeza en el pacto promulgado por la sangre del Señor, Dios cuidará de nosotros y nos proveerá todo lo que necesitemos. El no puede dejar de cumplir sus promesas porque ha aceptado la sangre del Señor Jesús. Dios ató Su voluntad con Su pacto y sólo puede actuar dentro de los límites de este convenio. Antes que Dios hiciera un pacto podía relacionarse con el hombre según le pareciera, pero después que pactó con nosotros, sólo puede actuar según lo estipulado en el convenio. El es justo y actúa con rectitud. El nos ama y es justo y misericordioso con nosotros. ¡No hay gracia mayor que ésta! Cuanto más grande es la gracia, más se manifiesta la justicia.

La sangre del Señor Jesús es el precio que se pagó por la posesión adquirida; el nuevo pacto es el documento que lo prueba, y nuestra fe es la que lo posee. A Dios le agrada vernos laborar y edificar sobre este fundamento. Si usted invierte mil dólares en la compra de un terreno, y el título de propiedad es traspasado a su nombre, puede disponer de la posesión adquirida sembrando o construyendo allí, sin tener que pedir el consentimiento de nadie. Sin la sangre del Señor Jesús, no somos dignos de nada. Cuando aplicamos la sangre del Señor Jesús, recibimos el derecho de disponer de todo lo que contiene el pacto de Dios. Por medio de Su sangre recibimos la gracia de Dios, y si apoyándonos en el pacto y en la sangre de Cristo pedimos que Dios nos bendiga, El nos bendice conforme a Su pacto porque esto es justo.

¿Porqué un título de propiedad tiene que ser registrado por el gobierno? ¿Qué valor tiene ese documento? ¿Para qué necesitamos este documento? Este documento conforta nuestro corazón. Este documento hace que el gobierno y la ley nos protejan. Dios teme que nuestra fe sea tan pequeña como para creerle, y que Su gracia sea tan rica como para percibirla; por eso nos dio el nuevo pacto. Dios es fiel. El no teme establecer este convenio con los más estrictos requisitos, y siempre que reclamemos algo basándonos en Su pacto, podemos tener la certeza de que El nos lo otorgará.

Permítanme hacerles una pregunta. ¿Por qué decimos que ésta es la era del nuevo pacto o del Nuevo Testamento? Dios ha esperado por dos mil años que Su iglesia se levante y le demande el cumplimiento de todo lo pactado. Hermanos y hermanas, nuestra fe se fortalece cuando hablamos con Dios. El anhela que nos acerquemos por fe y que asidos de Su pacto le digamos: “Señor, por Tu justicia y fidelidad nos tienes que dar lo prometido, porque lo has establecido así en Tu pacto”. Entonces veremos nueva gracia descendiendo de los cielos, y lo alabaremos porque llenará nuestra boca de miel. Entonces no necesitaremos esforzarnos por alabar al Señor en nuestras reuniones de adoración, pues nuestras bocas estarán siempre llenas de aleluyas.

Jacobo [o Santiago] dice en su epístola que no tenemos, porque no pedimos, y que si pedimos, y no recibimos es porque pedimos para gastarlo en nuestros deleites (Jac. 4:2-3). Sin embargo, yo quiero añadir que no recibimos aun cuando pedimos, porque no creemos. No creemos en las promesas ni en los hechos ni tampoco en la Palabra de Dios. Más adelante veremos el principio que rige la oración, el cual es hablar con Dios asidos del timón de Su Palabra. El Señor dice en el Antiguo Testamento: “Preguntadme … mandadme” (Is. 45:11). ¡Podemos mandar a Dios!

Posiblemente usted no conoce la preciosidad de la sangre de Cristo y quisiera evaluarla; pero no debe hacerlo conforme a su entendimiento natural. Simplemente diga: “Señor, no conozco el valor de Tu sangre, pero te pido que cumplas mis peticiones conforme al valor que Tú le das”. Si ora de esta manera, su oración y su vida tendrán más significado. Cuando presentamos ante Dios la sangre de Cristo, podemos demandar lo que esa sangre estableció en el pacto. Andrew Murray dijo que es imposible conocer todo lo que la sangre de Cristo incluye. Por eso es difícil entender plenamente su valor. Esto no es algo tangible. Cuando ore simplemente diga: “Señor, por el valor que Tú le das a la sangre, oye mi oración”. No necesita estar acongojado; simplemente ore. En ocasiones ni siquiera es necesario orar, basta con decirle a Dios que lo que usted desea está establecido en el pacto que El hizo. El es fiel.

Podemos ver por lo anterior que el incrédulo será castigado. Leemos en Hebreos 10:29: “¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisotee al Hijo de Dios, y tenga por común la sangre del pacto por la cual fue santificado, y ultraje al Espíritu de gracia?” La persona a la que se alude en este versículo no cree en la muerte y redención del Señor Jesús, y ha despreciado la sangre con la cual Jesucristo estableció el pacto. Por tanto, para esta persona no hay ninguna esperanza, y su final será el castigo; porque aparte del Señor Jesús no hay otro salvador que la pueda redimir. El futuro para el que cree en la Palabra de Dios es transparente y glorioso. La sangre del Señor satisfizo el corazón de Dios y Sus exigencias. Dios está ahora de nuestro lado y lo único que tenemos que hacer es creer en Su palabra. Necesitamos revelación para tener fe y creer en lo que Dios nos ha dado.