Watchman Nee Libro Book cap. 3 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob
ABRAHAM Y LA TIERRA DE CANAÁN
CAPÍTULO TRES
ABRAHAM Y LA TIERRA DE CANAAN
Lectura bíblica: Hch. 7:2; Gn. 12: 4—13:18; 14:11-23
La historia de Abraham se puede dividir en tres secciones. Génesis del 12 al 14 forman la primera sección, cuyo énfasis es la tierra de Canaán. Los capítulos del quince al veintidós constituyen la segunda, la cual gira en torno a su hijo. Y los capítulos del veintitrés al veinticinco forman la tercera sección, que narra lo que sucede con Abraham durante su vejez. Examinemos la primera sección.
Leemos en Génesis 12:4-5: “Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán. Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron”. Después que Abraham oyó el segundo llamado de Dios en Harán, salió de allí y fue a Canaán. Pero debemos darnos cuenta de que es posible que una persona llegue a Canaán sin saber para qué está ahí. No debemos pensar que al recibir la visión todo se producirá automáticamente. Una cosa es tener la visión celestial, pero es otra muy distinta obedecer dicha visión. Después de que Abraham llegó a Canaán, el versículo 7 narra lo siguiente: “Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido”. Esta es la segunda vez que Dios aparece a Abraham y la tercera que le habla. Dios se le aparece y le habla una vez más para que él tenga una impresión fresca y clara de lo que Dios le había encomendado.
Es muy fácil perder la visión del llamamiento de Dios. Aun al procurar deliberadamente ser buenos cristianos, es posible perder la visión. Podemos perderla aun mientras laboramos diligentemente día tras día. No piensen que sólo las cosas de este mundo pueden nublar nuestra visión; también las cosas espirituales pueden hacerlo. Si no vivimos continuamente en la presencia de Dios, nos será fácil perder la visión del llamamiento que se nos hizo. El llamado que recibió la iglesia es el mismo que recibió Abraham. Sin embargo, muchas personas no han descubierto la esperanza de este llamamiento. Esta es la razón por la cual Pablo oró diciendo: “Para que … sepáis cuál es la esperanza a que El os ha llamado” (Ef. 1:18). La esperanza se refiere al contenido del llamamiento que Dios hace. Que Dios nos libre de ideas preconcebidas centradas en nosotros mismos. Sabemos que Dios nos llama con una meta definida. Nuestra salvación consiste en cumplir esta meta. Si no hemos visto la substancia del llamamiento de Abraham, no entenderemos el significado de nuestro propio llamamiento. Si no hemos visto la clave del llamamiento de Abraham, no veremos nuestro propio ministerio. Si no comprendemos esto, obraremos como si edificásemos una casa sin cimientos. ¡Cuán fácil nos es olvidar lo que Dios desea! Muchas veces, cuando tenemos demasiado que hacer y la obra se vuelve un poco más agitada, perdemos de vista nuestro llamamiento espiritual. Necesitamos volver al Señor una y otra vez y suplicarle: “¡Aparéceteme continuamente y háblame!” Necesitamos tener una visión continua y eterna; necesitamos ver la meta de Dios y lo que El está haciendo.
Abraham había llegado a Canaán. Después de su llegada, ocurrieron algunas cosas. Primero, edificó tres altares y luego fue probado tres veces.
ABRAHAM EDIFICA UN ALTAR
Después de que Abraham llegó a Canaán, la Biblia nos dice que el primer lugar al que se dirigió fue Siquem, donde edificó un altar. El segundo lugar adonde se dirigió fue Bet-el, y ahí también edificó un altar. Más tarde, pasó a Egipto, y después al sur. De allí regresó a Bet-el, entre Bet-el y Hai, al lugar donde había edificado un altar. Más tarde pasó a Hebrón y ahí edificó otro altar. En estos tres sitios Abraham edificó tres altares. Los tres lugares tienen un altar y, por ende, son santificados. La Biblia nos muestra que Dios usa estos tres lugares —Siquem, Bet-el y Hebrón— para representar a Canaán. Ante Dios, Canaán tiene las mismas características de Siquem, Bet-el y Hebrón. Al examinar estos tres sitios, veremos lo que es Canaán. Veamos las características de estos tres lugares.
Siquem (hombro): fuerza
“Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el llano de More … Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido” (Gn. 12:6-7). Abraham llegó a Siquem. El significado de la palabra Siquem en el idioma original es “hombro”. En el cuerpo humano el hombro es el punto donde se ejerce más fuerza. El hombro puede cargar lo que la mano no puede. Por consiguiente, Siquem también significa “fuerza”. La primera característica de Canaán es la fuerza. Esto significa que la fuerza de Dios está en Canaán. Canaán no sólo es un lugar donde fluyen leche y miel; también es un lugar de fortaleza.
La Biblia nos muestra que el poder de Dios no es simplemente un poder milagroso, sino que es el poder de la vida; es un poder que satisface al hombre. El Señor dijo: “El que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él un manantial de agua que salte para vida eterna” (Jn. 4:14). ¡Cuán poderoso es esto! ¡Este es el poder de la vida! ¡La vida del Señor tiene el poder de satisfacer! Aquel que posee la vida del Señor, jamás tendrá sed, porque será satisfecho interiormente. Aquellos que están satisfechos interiormente y que han recibido la vida en su interior son los más poderosos. Ellos están en Siquem, el hombro, y son capaces de llevar una carga pesada. Agradecemos y alabamos al Señor que una característica de Canaán es el poder de la vida.
En Siquem estaba el encino de More (Gn. 12:6). El nombre More en el idioma original significa “el que enseña” o “enseñar”. Se relaciona con el conocimiento. El encino de More estaba en Siquem. Esto significa que el conocimiento viene del poder. En otras palabras, el verdadero conocimiento espiritual viene del poder de Cristo. Si no tenemos el poder satisfaciente de la vida de Cristo, no tendremos el verdadero conocimiento espiritual y no podremos transmitir nada espiritual a los demás. Si Dios ha de tener un vaso que recupere Su testimonio en la tierra, tal vaso debe ser un vaso particular. La primera necesidad de este vaso no es recibir doctrinas, sino ser satisfecho y adquirir el poder de la vida; entonces podrá recibir el verdadero conocimiento. Existe una enorme diferencia entre la doctrina y la vida. Aquélla resulta de oír algo exteriormente, mientras que ésta se produce al recibir una visión interiormente. Uno puede olvidar lo que oyó, pero la visión interior es imposible de olvidar. Si alguien dice: “Ya no me acuerdo de la cruz, porque nadie ha predicado al respecto en éstos últimos meses”, esto muestra que la cruz que él tiene es una concepto o doctrina que reside en la memoria, no es algo vivo en él. Debemos recordar que todo conocimiento auténtico se halla en el poder de la vida. El poder de Cristo es nuestro. Debido a que tenemos algo en nuestro interior, podemos compartirlo. El Señor nos da el poder y el conocimiento internos. More viene del poder.
No debemos comunicar a los demás meras doctrinas que nosotros hayamos oído. Debemos poseer la realidad de aquello que comunicamos. En asuntos espirituales, las personas astutas terminan por caminar en círculos. Ellos confían en su sagacidad y, como resultado, se desvían de la senda espiritual. Que el Señor nos libre de las enseñanzas objetivas.
Bet-el (la casa de Dios): el Cuerpo de Cristo
“Luego se pasó de allí a un monte al oriente de Bet-el, y plantó su tienda, teniendo a Bet-el al occidente y Hai al oriente; y edificó allí altar a Jehová, e invocó el nombre de Jehová” (Gn. 12:8). Dios no condujo a Abraham sólo a Siquem, sino que lo llevó hasta Bet-el, nombre que en el idioma original significa “la casa de Dios”. Dios no busca centenares ni millares de hombres fuertes desconectados entre sí, personas como Sansón, ni tampoco pretende amontonar piedras en un montón desordenado. El desea edificar un templo, Su casa. Una de las características de Canaán es que el pueblo de Dios que allí mora llega a ser Su templo y Su casa. Hebreos 3:6 nos dice que el encargado de esta casa no era Moisés, sino el Hijo de Dios.
Dios quiere producir un vaso con el cual cumplir Su propósito. Tal vaso debe ser Su casa. Unos cuantos predicadores dotados que prediquen el evangelio o que promuevan avivamientos no pueden cumplir dicho propósito. No es suficiente tener a Siquem (el poder). También se necesita a Bet-el. Todos los que están llenos de poder necesitan llegar a ser la casa de Dios y el Cuerpo de Cristo a fin de poder ser útiles. Dios tiene que liberarnos de toda forma de individualismo. El nos salvó no simplemente para que seamos cristianos verdaderos, sino para que seamos la casa de Dios y para que formemos un solo Cuerpo junto con todos Sus hijos. Así que, no debemos tener nuestra “libertad” personal. Es una lástima que muchos cristianos amen su libertad personal y se esfuercen tanto por preservarla. Hermanos y hermanas, si en verdad comprendemos lo que es el testimonio de la casa de Dios, y si sabemos que el vaso de Dios es una casa y no piedras individuales esparcidas, aprenderemos a someternos unos a otros, a rechazar cualquier actividad individual y a seguir el mismo camino que todos los hijos de Dios.
La casa de Dios no es solamente un principio, sino también una vida. El problema es que muchos cristianos consideran el Cuerpo de Cristo como un simple principio teórico y no han percibido la vida del mismo. ¿De qué nos sirve tratar de obrar según un principio si no tenemos la vida que nos capacita para hacerlo? Pensamos que debemos cooperar unos con otros en todo, y con frecuencia acordamos cooperar de mala gana, pero nuestro corazón no lo desea. ¿De qué sirve hacer esto? Debemos recordar que el Cuerpo es una vida y no un simple principio. Si no sabemos que el Cuerpo es una vida, y si sólo actuamos en conformidad con un principio, estamos imitando un método. Muchos cristianos nunca han sido tocados por el Señor. Han oído que no deben actuar independientemente y que deben cooperar con los demás, y tratan de ponerlo en práctica. Pero no se dan cuenta de que esto no es algo que se pueda aprender intelectualmente. Así como nuestra relación con Cristo no la adquirimos por aprendizaje, del mismo modo, nuestra relación con el Cuerpo de Cristo tampoco es algo que se nos pueda enseñar.
¿Cómo podemos conocer la vida del Cuerpo? La condición básica para conocer la vida del Cuerpo es que nuestra tienda sea plantada en medio de Bet-el y Hai; al occidente debemos tener a Bet-el, y al oriente debe estar Hai, pues es equidistante de Bet-el y de Hai. En el idioma original, Hai significa “un montón”. Bet-el es la casa de Dios, mientras que Hai es un montón desolado. El montón desolado representa y simboliza la vieja creación. Si hemos de volver nuestro rostro hacia la casa de Dios, tenemos que darle la espalda al montón desolado. Es decir, a menos que un cristiano sea quebrantado en su vida carnal, no tiene posibilidad de conocer el Cuerpo de Cristo. Solamente cuando tenemos Hai al oriente podemos tener Bet-el al occidente. Si no tenemos Hai al oriente, no tendremos Bet-el a nuestro lado occidental. Una persona experimenta el Cuerpo de Cristo por primera vez y disfruta y vive la vida del Cuerpo cuando su vida carnal es quebrantada. Si queremos descubrir lo que es la casa de Dios, tenemos que rechazar el montón desolado. Solamente cuando Dios haya quebrantado nuestra vida natural y cuando hayamos sido subyugados hasta comprender que la vida natural debe ser juzgada y no alabada, estaremos unidos espontáneamente a los demás hermanos y hermanas. Sólo entonces podremos expresar la vida del Cuerpo de Cristo en nuestra vida. Lo único que nos impide unirnos a los demás hermanos y hermanas es la vida de la vieja creación, la cual tiene mucha fuerza en nosotros. Una vez que se le ponga fin a la vieja creación en nuestro interior, espontáneamente expresaremos la vida del Cuerpo de Cristo en nuestra vida y veremos que somos parte del Cuerpo de Cristo. Por consiguiente, la vida de la vieja creación tiene que ser quebrantada y rechazada por completo. No importa lo que haya en el montón, de todos modos es un montón desolado y no la casa de Dios.
Para los cristianos que no han pasado por el juicio de la vieja creación, ésta les produce jactancia. Todavía piensan que lo que poseen en ellos mismos es bueno. Aunque admiten con su boca que son débiles y corruptos, en realidad no han sido juzgados. No se dan cuenta de lo que es la corrupción, pues la consideran agradable. Tienen por noble aquello que en su interior no se lleva bien con otros. Cuando nos encontramos en esta condición, es cuando más necesitamos la misericordia de Dios.
Una día Dios nos llevará al punto donde nos demos cuenta cuán inútiles somos. Perderemos la confianza en nosotros mismos. Sólo entonces seremos introducidos en la casa de Dios espontáneamente. Es imposible experimentar la vida del Cuerpo si nuestra carne no ha sido quebrantada. Necesitamos pedirle al Señor que nos muestre que el Cuerpo de Cristo no es simplemente un principio, sino una vida.
Hebrón (comunión): el principio de la comunión
“Abram, pues, removiendo su tienda, vino y moró en el encinar de Mamre, que está en Hebrón, y edificó allí altar a Jehová” (Gn. 13:18).
En el idioma original, el nombre Hebrón significa “comunión”. La casa de Dios se relaciona con la vida, mientras que la comunión se relaciona con la manera de vivir. Es imposible que uno viva en Hebrón sin pasar primero por Bet-el. Recordemos que Hebrón viene después de Bet-el. Donde está la casa de Dios, ahí está la comunión. La comunión no tiene que ver con una comunidad organizada por un grupo de personas, pues sólo se halla en la casa de Dios. Es imposible tener comunión aparte de la casa de Dios. Si nuestra vida natural no es quebrantada, no podemos tener comunión. Vivimos en el Cuerpo y tenemos comunión solamente cuando la vida natural es quebrantada.
Da la impresión de que Bet-el es el centro de Canaán. Dios trajo a Abraham a Bet-el para que morara allí. Tan pronto como Abraham se fue de Bet-el, tuvo un fracaso. Cuando regresó de Egipto, Dios lo trajo de regreso a Bet-el, el lugar en donde había edificado el altar. Sólo después de establecerse en Bet-el, Dios lo llevó gradualmente a Hebrón. Esto es muy importante. Quiere decir que uno es guiado a la comunión sólo cuando ve la casa de Dios, la cual es la vida del Cuerpo de Cristo.
El Cuerpo es un hecho verdadero y concreto. En este Cuerpo espontáneamente nos comunicamos y tenemos comunión con los hijos del Señor. Una vez que le damos la espalda a Hai y juzgamos la vida natural, entramos en la vida del Cuerpo de Cristo y somos introducidos espontáneamente en la comunión. Los que llegan a conocer el Cuerpo de Cristo quedan libres automáticamente del individualismo. Ellos no confían en sí mismos y se dan cuenta de que son débiles; por esta razón, tienen comunión con todos los hijos de Dios. Dios tiene que llevarnos al punto donde no podamos avanzar a menos que tengamos comunión. Dios nos mostrará que lo que es imposible para los individuos se puede realizar cuando se hace en comunión con otros. Este es el significado de Hebrón.
En Siquem había una encina llamada la encina de More. Allí también había un encinar llamado el encinar de Mamre (Gn. 13:18). En el idioma original Mamre significa “grosura” o “fortaleza”. El resultado de la comunión es la grosura y la fortaleza. La grosura, las riquezas y la fortaleza se originan en la comunión.
En síntesis, Siquem, Bet-el y Hebrón representan las características de Canaán. Aunque nadie en toda la tierra conoce a Dios, Su pueblo, que está en Canaán, conoce Su poder, Su Cuerpo y la comunión. Al ver esto el pueblo de Dios, llega a ser el testimonio de Dios. Su pueblo debe permanecer en esta condición para poder llevar el testimonio de Dios. Sólo cuando tiene estas tres características puede ofrecer holocaustos, y sólo entonces acepta Dios el sacrificio. Un sacrificio no sólo es una ofrenda, sino que también implica la aceptación de Dios. Es posible que deseemos ofrecer muchas cosas a Dios que El no desea en lo más mínimo. Los tres lugares tenían altares, lo cual significa que éstos son los lugares que Dios desea y aprueba.
Si un cristiano quiere mantener el testimonio de Dios en la tierra, su conocimiento espiritual tiene que venir del poder. De no ser así, de nada le servirá. El único conocimiento que tiene valor espiritual es el que viene de Cristo como nuestro poder. Es fácil tomar el conocimiento que hemos oído de otros como si fuera nuestro y trasmitirlo a los demás, pero esto no tiene ningún valor espiritual. Que el Señor tenga misericordia de nosotros. Sin embargo, cuando descubrimos delante del Señor lo que es el poder y adquirimos algunas experiencias espirituales, nos es fácil desobedecer. Es fácil creer que sabemos lo que otros no saben, y que somos capaces de hacer muchas cosas. Esto deja desnudo nuestro yo. En este momento, Dios dirige nuestra atención a Su casa. La casa de Dios requiere nuestra obediencia. Si actuamos según nuestra propia voluntad, no podemos vivir en la casa de Dios. Cuando vemos la vida del Cuerpo, hallamos nuestro lugar en él, y no vamos más allá. Una persona a la que Dios ha revelado el Cuerpo de Cristo no actuará independientemente. Si verdaderamente vemos la vida del Cuerpo, veremos que hay cierta restricción en la casa de Dios, y no nos moveremos tan libremente. Del mismo modo, si tenemos la vida del Cuerpo, espontáneamente tendremos comunión con los demás hijos de Dios y valoraremos esta comunión y no sentiremos que sea una carga. Si los hijos de Dios no saben lo que significa la casa de Dios, no podrán tener comunión con los demás hijos de Dios. Una persona que no pueda honrar y respetar a los hermanos, ni reconocer la posición de ellos, no ha comprendido lo que es la casa de Dios. Si nuestra vida natural ha sido quebrantada y si sabemos lo que significa la vida del Cuerpo, aprenderemos a estimar a los demás hermanos, a percibir la vida y a recibir ayuda en las reuniones. En muchas ocasiones recibimos ayuda y tocamos la vida en las reuniones. Sin embargo, cuando salimos de la reunión, es posible que otro hermano se acerque y nos diga que la reunión estuvo terrible. En realidad, lo terrible no fue la reunión sino el hermano; no asumió su posición en la casa de Dios y, como resultado, no pudo tener comunión con los demás ni pudo recibir el suministro de vida de parte de ellos. Si su carne es quebrantada, verá el Cuerpo de Cristo y espontáneamente tendrá comunión con los demás. Descubrirá que aun el hermano o la hermana más débil puede proporcionarle ayuda.
Estas son las características de Canaán. De todas las experiencias de Abraham, Dios le asignó sólo estos tres lugares para que edificara allí altares. Esto significa que la aceptación, la aprobación, la esperanza y el rostro de Dios están sobre estos tres lugares.
ABRAHAM ES PROBADO
Después de la llegada de Abraham a Canaán, la Biblia nos dice que él fue probado tres veces con respecto a la tierra de Canaán. Examinemos estas tres pruebas una por una.
La primera prueba: el hambre
Poco después que Abraham llegó a Bet-el, tuvo su primer fracaso. Esto era obra de Dios, y por medio de ella le mostraba que su llamado procedía de la misericordia de Dios y no de su propia bondad. Abraham no era bueno de nacimiento; fracasó igual que todos los demás. Génesis 12:9 dice: “Y Abram partió de allí, caminando y yendo hacia el Neguev [el sur]”. Este fue su fracaso: había sido traído a la casa de Dios, pero no permaneció ahí por mucho tiempo, pues se fue alejando gradualmente hacia el sur. Aunque no se mudó de inmediato a Egipto, viajó al oriente, a la frontera con Egipto.
Cuando se mudó al sur, fue asediado por el hambre. El versículo 10 dice: “Hubo entonces hambre en la tierra, y descendió Abram a Egipto para morar allá; porque era grande el hambre en la tierra”. Abraham había llegado hasta la frontera con Egipto, de donde le sería muy fácil descender a Egipto. Después de llegar a Egipto, comenzó a mentir y fue reprendido por Faraón. Ahí fue avergonzado en extremo (vs. 11-20), y de ahí volvió a Canaán. Esta fue su primera prueba.
¿Cómo comenzó esta prueba? Dios apareció a Abraham en Siquem y le dijo: “A tu descendencia daré esta tierra”. Dios tenía la intención de darle la tierra de Canaán. ¿La quería Abraham? El no era un hombre fuerte. Aunque Dios le prometió darle esta tierra, Abraham no se mantuvo firme en su posición. ¿Qué hizo? Siguió su camino hacia el sur, hasta que llegó a Egipto. Esta fue la causa de la primera prueba. Esta puso a prueba a Abraham para ver si en verdad quería tomar posesión de esta tierra. Abraham no vio lo preciosa que era la tierra. A fin de establecer a Abraham en la tierra, Dios tuvo que probarlo.
Después de fracasar en Egipto, Abraham aprendió una lección: se dio cuenta de la importancia de Canaán y supo que había cometido un error al mentir y engañar. Fue una vergüenza para el pueblo de Dios ser reprendido por los egipcios. ¿Qué hizo entonces? Génesis 13:1-3 dice: “Subió, pues, Abram de Egipto hacia el Neguev, él y su mujer, con todo lo que tenía, y con él Lot. Y Abram era riquísimo en ganado, en plata y en oro. Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Bet-el, hasta el lugar donde había estado antes su tienda entre Bet-el y Hai”. El volvió a su antigua posición. Ahora Abraham valoraba la tierra, ya que en ella no tenía necesidad de mentir, ni tenía que sufrir el oprobio de los egipcios. En esta tierra él podía glorificar a Dios.
La segunda prueba: Lot escoge su tierra
Después de regresar a Canaán, Abraham se enfrentó a la segunda prueba. La primera prueba tenía como fin poner en evidencia cuánto apreciaba Abraham la tierra. Después de aprender su lección con la derrota que sufrió en Egipto, comprendió que Canaán era el único lugar de valor, y regresó. Después de regresar, le sería fácil usar sus manos carnales para asirse a Canaán. Por eso, fue necesaria una segunda prueba. Génesis 13:5-7 dice: “También Lot, que andaba con Abram, tenía ovejas, vacas y tiendas. Y la tierra no era suficiente para que habitasen juntos, pues sus posesiones eran muchas, y no podían morar en un mismo lugar. Y hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot; y el cananeo y el ferezeo habitaban entonces en la tierra”. Dios le mostró a Abraham que aunque había obedecido parte del mandato que Dios le había dado en cuanto a salir de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre, todavía no había obedecido la parte restante: no se había separado de Lot. Por tanto, Dios necesitaba disciplinarlo por medio de éste.
Leemos en los versículos 8 y 9: “Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de mí. Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda”. Abraham se dio cuenta finalmente de que el llamamiento de Dios era sólo para él y no para Lot. Hermanos, debemos comprender que los que han sido llamados a ser ministros no pueden llevar consigo a los que Dios no ha llamado. Abraham vio que Dios lo había llamado para ser ministro, y le dijo a Lot, “Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda”. Abraham no se aferró a la tierra con sus manos carnales; estuvo dispuesto a dejar que Lot escogiera.
Por una parte, Abraham tenía que cumplir el llamamiento de Dios; por otra, Dios tenía que enseñarle la lección de que no había necesidad de usar métodos carnales para asirse a la tierra prometida de Canaán. Debemos aprender bien esta lección. Dios le dio la tierra a Abraham, pero esto no significaba que debía aferrarse a ella de manera carnal. Necesitamos aprender la lección de confiar en que Dios preservará aquello que nos ha prometido. No hay necesidad de procurar preservarlo usando medios carnales o nuestras propias energías.
Esta fue la segunda prueba de Abraham. Al final, él venció y pudo decirle a Lot: “Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda”. Abraham no intentó conservar nada por su propio esfuerzo.
Génesis 13:10-13 dice: “Y alzo Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego … Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y se fue Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro. Abram acampó en la tierra de Canaán…” Lot escogió los mejores terrenos, y Abraham permaneció en Canaán. Los que conocen a Dios no defienden sus intereses. Si verdaderamente conocemos a Dios, no necesitamos velar por nosotros mismos. Si Dios nos ha dado a Canaán, no es necesario aferrarnos a ella con nuestras manos carnales. Debemos aprender a creer en Dios, confiar en El y llevar la cruz. A pesar de que al poner la fe en Dios Abraham terminó en un terreno irregular y montañoso; no obstante, permaneció en la tierra de Canaán. Lot escogió la llanura, pero terminó en Sodoma.
Aquí vemos que Abraham había avanzado. Desde entonces, comenzó a brillar. Leemos en los versículos del 14 al 17: “Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se aparto de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Levántate, vé por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré”. Una vez más Dios establece a Abraham en la tierra. Desde el punto de vista humano, da la impresión de que Lot había tomado posesión de una porción de la tierra. Pero Dios vino a Abraham y le habló. No era necesario que Abraham estirara sus manos tratando de hacer algo. El Señor le había dado la tierra de Canaán, y por ende, no tenía que tratar de preservarla usando métodos carnales. Nuestra reivindicación viene de poner nuestra confianza en Dios, y no de aferrarnos a algo valiéndonos de medios carnales. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos libre de nuestras propias manos y de nuestros métodos.
El versículo 18 dice: “Abram, pues, removiendo su tienda, vino y moró en el encinar de Mamre, que está en Hebrón, y edificó allí altar a Jehová”. Al pasar la segunda prueba, Abraham progresó en su experiencia. Luego se movió a Hebrón. Debemos comprender que Dios desea que obtengamos una victoria completa. Es posible que mientras Lot escogía la llanura del Jordán, Abraham vencía exteriormente, pero no interiormente. Quizás por fuera Abraham haya dicho: “Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda”. Pero interiormente puede ser que esperara que Lot obrara según su conciencia y no fuera tan sagaz como para tomar la mejor porción. Sin embargo, Dios lo ayudó a vencer; no sólo exteriormente sino también en su interior. Abraham removió su tienda y moró en Hebrón, por lo cual vemos que verdaderamente había vencido.
La tercera prueba: rescata a Lot y rechaza las riquezas de Sodoma
La segunda prueba había pasado, y vino la tercera. Génesis 14:11-12 dice: “Y tomaron toda la riqueza de Sodoma y de Gomorra, y todas sus provisiones, y se fueron. Tomaron también a Lot, hijo del hermano de Abram, que moraba en Sodoma, y sus bienes, y se fueron”. Esta es la tercera prueba que Abraham experimentó por causa de la tierra.
Cuando Abraham se enteró de que su sobrino había sido tomado cautivo, no dijo: “Yo sabía que él no debía ir a ese lugar. Seguramente Dios lo castigó”. ¿Qué hizo Abraham? El versículo 14, dice: “Oyó Abram que su pariente estaba prisionero, y armó a sus criados, los nacidos en su casa, trescientos dieciocho, y los siguió hasta Dan”. Esto muestra que Abraham era veraz. El venció su yo y fue llevado al punto donde ya no tenía ningún resentimiento personal. No le importaba la conducta de Lot para con él; lo seguía reconociendo como su hermano. Aunque Lot nunca había vencido, seguía siendo sobrino de Abraham. Lot era un hombre común cuando estaba en Mesopotamia, era el mismo cuando habitó en Harán, y seguía siendo un hombre común después de llegar a Canaán. Inclusive escogió la buena tierra para sí y se estableció en Sodoma. Lot no tenía ninguna virtud excepto su lamentación por la conducta licenciosa de los inicuos (2 P. 2:7-8); ése era su único testimonio. No obstante, Abraham seguía reconociéndolo como su sobrino. Sólo aquellos que permanecen en Hebrón, o sea, en la comunión, pueden participar en la guerra espiritual. A fin de tener la fuerza necesaria para la guerra espiritual, no debemos resguardar ninguna queja dentro de nosotros. Aun si nuestro hermano nos ha agraviado, debemos seguir considerándolo como hermano, orar por él y ayudarle sin reserva. Solamente esta clase de persona es apta para pelear la batalla espiritual. Abraham peleó al permanecer firme en esta base. Por lo tanto, pudo vencer al enemigo.
Cuando Abraham derrotó a los enemigos y rescató a Lot de la mano de ellos, le habría sido fácil enorgullecerse y decirle a Lot: “¡Te lo dije, pero no quisiste hacer caso!” Pudo tener una expresión de menosprecio en su rostro, como si Lot le debiera algo por rescatarlo. Pero Abraham no hizo nada de eso.
Después de que Abraham recobró todos los bienes, a Lot y sus posesiones, a las mujeres y demás gente, el rey de Sodoma salió a recibirlo al valle de Save. Melquisedec, rey de Salem, también salió a recibirlo y trajo consigo pan y vino. “Entonces el rey de Sodoma dijo a Abram: Dame las personas, y toma para ti los bienes” (Gn. 14:21). Abraham había aprendido la lección. El no consideró los bienes como recompensa por su ardua batalla, ni pensó que los merecía, sino que “respondió Abram al rey de Sodoma: He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador [o dueño] de los cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram” (vs. 22-23). Abraham adoptó cierta posición y demostró a los demás que, aparte de Jehová, nadie podía darle nada.
Abraham se refirió a Dios como “el dueño del cielo y de la tierra”. No debemos considerar este título como algo insignificante. Esto indica que debido a que Abraham se puso del lado del Señor, el cielo llegó a ser del Señor, y la tierra también. Dios ya no era el Señor del cielo solamente, sino el dueño del cielo y de la tierra. Abraham no inventó el título “dueño del cielo y de la tierra”; lo aprendió de Melquisedec. Después de matar a Quedorlaomer y a los otros reyes, Abraham encontró a Melquisedec en el valle de Save, el cual es el valle del rey. Después de ganar la victoria, Abraham no se encontró con nadie frente al muro de la ciudad, un lugar prestigioso, sino en un modesto valle. Melquisedec vino a él con pan y vino para bendecirlo, diciendo: “Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador [o dueño] del cielo y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano” (vs. 19-20). Debido a que un hombre en la tierra se puso del lado de Dios, Melquisedec pudo proclamar que Dios era el dueño del cielo y de la tierra. Esta es la primera vez en la Biblia que a Dios se le llama el dueño del cielo y de la tierra, y ocurrió después de que Abraham obtuvo la victoria.
Abraham había pasado todas las pruebas. ¡Al final, había vencido! Esta fue la obra que Dios hizo en Abraham. ¡Bendito sea el Dios Altísimo, dueño del cielo y de la tierra!