Watchman nee Libro Book cap.24 El hombre espiritual
EL PRINCIPIO DE QUE LA MENTE AYUDE AL ESPÍRITU
SEXTA SECCIÓN
CAPÍTULO TRES
EL PRINCIPIO DE QUE LA MENTE AYUDE AL ESPÍRITU
Si el creyente desea andar según el espíritu, debe conocer las leyes que se aplican a éste. Sólo quienes conocen las leyes del espíritu entienden los diferentes sentidos del espíritu y lo que significan, y saben conducirse conforme a los dictados del mismo. Lo que el espíritu exige se expresa por medio de sus sentidos; así que, si no les hacemos caso, no sabremos lo que exige. Por lo tanto, conocer las leyes del espíritu y andar en conformidad con ellas es crucial para nuestra vida espiritual.
Además de entender las leyes del espíritu, los creyentes que andan según el espíritu tienen que saber algo más; deben conocer el principio según el cual la mente ayuda al espíritu, lo cual no es menos importante que las leyes del espíritu. Al andar conforme al espíritu, debemos aplicar este principio constantemente. Si entendemos las leyes del espíritu y no entendemos este principio, fracasaremos.
Las leyes del espíritu nos explican los diferentes sentidos del espíritu, su significado y la manera en que podemos cumplir sus exigencias, así que al detectar el sentir del espíritu, podemos andar en conformidad con el mismo. Si su condición es normal, podemos andar conforme a él, y si no lo es, podemos corregirla cambiando nuestra manera de vivir. Pero no siempre tenemos el sentir del espíritu, ya que el espíritu no siempre habla; hay ocasiones en las que permanece en silencio. A muchos creyentes, el espíritu a menudo no les habla por varios días, y da la impresión de estar inactivo y adormecido. Si esto se prolonga por algunos días, ¿debemos quedarnos quietos y esperar a que se mueva? ¿Acaso debemos esperar pasivos sin orar, ni leer la Palabra, ni laborar en la obra? Nuestro sentido común responde que no. No debemos perder tiempo. Sin embargo, si hacemos algo, ¿no significa que estamos haciéndolo en la carne y fuera del espíritu?
Por casos como éste debemos aplicar el principio de la ayuda que la mente proporciona al espíritu. ¿Cómo ayuda la mente al espíritu? Cuando el espíritu está adormecido, debemos usar nuestra mente para que actúe en lugar del espíritu, y antes de que pase mucho tiempo, el espíritu se le unirá. La mente y el espíritu tienen una estrecha relación, y se ayudan uno al otro. Muchas veces el espíritu siente algo que la mente entiende y hace que la persona actúe. Sin embargo, algunas veces en que el espíritu no se mueve, es necesario que el creyente lo active mediante el ejercicio de su mente. Cuando el espíritu no se mueve, la mente debe activarlo, y después de que el reacciona, los creyentes pueden andar conforme a él. A esto nos referimos cuando hablamos del principio de que la mente ayuda al espíritu. Este principio de la vida espiritual consiste en que al comienzo debemos usar el sentir del espíritu para percibir el conocimiento que Dios nos da; después debemos guardar y aplicar este conocimiento con nuestra mente. Por ejemplo, si, según lo que Dios nos dio a conocer previamente, vemos una gran necesidad, debemos orar y pedirle a Dios que supla tal necesidad; pero tal vez nuestro espíritu no tenga el sentir de orar. ¿Qué debemos hacer? Debemos usar nuestra mente para orar; no tenemos que esperar a que el espíritu desee hacerlo. Puesto que todas las necesidades son un llamado a la oración, si nos despreocupamos por el silencio del espíritu y empezamos a orar, no pasará mucho tiempo sin que se levante nuestro espíritu en nosotros para unirse a la oración.
Cuando nuestro espíritu está oprimido por Satanás, o cuando nos enredamos en nuestra vida natural, algunas veces no hallamos nuestro espíritu. Esto se debe a que se ha hundido tan bajo que no tenemos ninguna sensación de su existencia. Podemos sentir nuestra alma y nuestro cuerpo, pero parece que el lugar donde debía estar nuestro espíritu está vacío. ¿Qué debemos hacer? Si esperamos el sentir del espíritu para orar, probablemente no oraremos, y el espíritu tampoco será liberado. Debemos orar en conformidad con la verdad que conocemos y recordamos en nuestra mente, resistiendo a los principados de las tinieblas. Aunque no sintamos nuestro espíritu, debemos orar basándonos en el conocimiento que tenemos en nuestra mente. Esta actividad de la mente estimulará nuestro espíritu.
La oración hecha con el entendimiento (1 Corintios. 14:15) despertará nuestro espíritu. Aunque al principio parezca que estamos profiriendo palabras vacías y sin significado, si ejercitamos nuestra mente, persistiendo en la oración, al poco tiempo nuestro espíritu ascenderá a su posición normal. El espíritu y la mente cooperarán para llevar a cabo la obra. Ya que hemos aprendido algunas verdades acerca de la batalla espiritual y acerca de la manera de orar, aunque no sintamos nuestro espíritu, podemos usar nuestra mente para que el espíritu se le una tan pronto sea despertado. Cuando el espíritu se une a la oración, sentimos que ésta se llena de significado y que hallamos libertad. Esta colaboración armoniosa del espíritu y la mente es el estado normal de la vida espiritual.
LA GUERRA ESPIRITUAL.
En la guerra espiritual, el creyente no siempre ataca al enemigo porque olvida el principio de la cooperación que existe entre el espíritu y la mente, y porque espera recibir una comisión específica de parte de Dios. Piensa que como no tiene el “sentir” de combatir contra el enemigo, debe esperar hasta tenerlo para iniciar el ataque con la oración. Olvida que si ora con su mente, en poco tiempo el espíritu responderá. Sabemos cuán perverso es el maligno y cuánto daño hace tanto a los hijos de Dios como al mundo en general. También sabemos que debemos oponernos a él en oración a fin de enviarlo cuanto antes al abismo. Si sabemos esto, no debemos esperar “un sentir” en el espíritu a fin de orar. Debemos empezar a orar aunque no tengamos ningún sentimiento al respecto. Podemos usar nuestra mente para iniciar la oración, usando palabras en contra del maligno; entonces nuestro espíritu reaccionará y respaldará con poder las palabras de maldición que hemos proferido en contra del enemigo. En la mañana, por ejemplo, el Espíritu Santo tal vez nos unja poderosamente en el espíritu para atacar al maligno, pero para el mediodía ya perdimos la unción, ¿qué debemos hacer? Debemos utilizar nuestra mente para actuar de la misma manera que actuó nuestro espíritu por la mañana. Este es un principio espiritual. Los logros del espíritu deben ser preservados y usados por la mente.
EL ARREBATAMIENTO.
Lo dicho anteriormente también se aplica a nuestra fe con respecto al arrebatamiento. Al principio en nuestro espíritu tenemos el anhelo de ser arrebatados, pero pasado un tiempo sentimos que nuestro espíritu está vacío, no sentimos la inminencia de la venida del Señor ni de la realidad del arrebatamiento. Cuando eso sucede, debemos aplicar el principio de que nuestra mente coopera con nuestro espíritu. Si no tenemos el sentir en nuestro espíritu, debemos orar con nuestra mente. Si simplemente esperamos que nuestro espíritu tenga de nuevo el sentimiento de anhelar el arrebatamiento, tal sentimiento no vendrá. Así que, debemos usar nuestra mente y orar según lo que ya sabemos en nuestra mente; esto llenará nuestro espíritu.
LA PREDICACIÓN.
También debemos tener presente este principio al difundir la verdad de Dios. Sabemos que las verdades que hemos aprendido están almacenadas en nuestra mente. Si sólo utilizamos la mente al impartirlas a los oyentes, no habrá ningún resultado espiritual. Es innegable que al principio conocimos tales verdades en nuestro espíritu, pero ahora parece que el espíritu ha desaparecido y sólo nos queda la memoria. ¿Qué debemos hacer para que nuestro espíritu se llene de esas verdades a fin de esparcirlas a otros desde nuestro espíritu? No podemos hacer otra cosa que ejercitar nuestra mente. Debemos meditar sobre esas verdades y acudir de nuevo a Dios en oración, y utilizarlas como el contenido y centro de nuestra oración. En poco tiempo nuestro espíritu será lleno como al principio. Anteriormente recibimos las verdades en nuestro espíritu y fueron preservadas en nuestra mente, pero al orar de acuerdo con nuestra mente, vuelven a ocupar nuestro espíritu. De esta manera podemos una vez más proclamar lo que antes habíamos conocido en nuestro espíritu.
LA INTERCESIÓN.
Sabemos que la intercesión es crucial. Frecuentemente tenemos tiempo para interceder por algo, pero no tenemos la inspiración en el espíritu y no sabemos por qué orar. Esto no significa que no necesitemos interceder y que podamos utilizar el tiempo en otras cosas; en tales casos, debemos usar nuestra mente para interceder, esperando que nuestro espíritu sea estimulado y coopere con ella. Debemos ejercitar nuestra mente para tener presentes las necesidades de nuestros amigos, familiares o compañeros de trabajo. Si se nos ocurre un pensamiento acerca de una necesidad, debemos orar por ella, pero si el espíritu permanece frío, entendemos que él no quiere que oremos por esa necesidad en ese momento. Es posible que la iglesia de nuestra localidad necesite algo o que las iglesias estén pasando por alguna prueba o que la obra del Señor en ciertas áreas esté siendo obstruida o que los hijos de Dios necesiten conocer cierta verdad. Cuando tenemos un pensamiento así, debemos interceder al respecto, pero si después de orar un tiempo con nuestra mente nuestro espíritu no responde, debemos reconocer que el Señor tampoco desea que oremos por esa situación. Supongamos que mientras oramos por algo el Espíritu Santo nos unge, y nuestro espíritu responde. Eso significa que toca lo que el Señor desea y que hemos orado por ello.
Debemos usar el principio de que la mente ayude al espíritu a ubicarse. Algunas veces al poco tiempo de utilizar nuestra mente, el espíritu responde; sin embargo, no siempre es así y tenemos que esperar un buen tiempo antes de que el espíritu se una a la mente. Esto se debe a que en nuestra limitación mental no sabemos lo que el Espíritu Santo desea. Dios quiere ampliar el alcance de nuestras oraciones; desea que oremos por nuestra nación para que todas las obras ocultas de Satanás caigan. O quizá quiere que oremos por todos los pecadores del mundo o por toda la iglesia. Si nuestra mente sólo ve lo que tiene en frente, necesita tiempo para empezar a orar por todo eso a fin de que el Espíritu Santo sea uno con ella. Después de que percibimos que el espíritu está cooperando, debemos llevar a cabo en oración todas las comisiones que el espíritu haya recibido. Debemos orar por los diferentes asuntos de una manera exhaustiva hasta que nuestro espíritu cumpla completamente una comisión específica, y después podemos continuar intercediendo por las demás.
Este es uno de los principios de nuestra vida espiritual. Siempre que Dios nos da nuevas oraciones, las recibimos en nuestro espíritu, pero después de cierto tiempo no podemos esperar que Dios llene de nuevo nuestro espíritu con las mismas oraciones. Necesitamos seguir orando con nuestra mente, independientemente de lo que sintamos, hasta que finalmente nuestro espíritu sea instado a orar.
CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS.
Ya sabemos que Dios no siempre nos guía de una manera directa, ya que a veces lo hace indirectamente. Cuando nos guía directamente, Su Espíritu actúa en nuestro espíritu y nos da a conocer Su voluntad; lo único que debemos hacer es prestar atención a lo que deposita en nuestro espíritu. Sin embargo, en el transcurso de nuestra vida, Dios no siempre nos dice directamente todo lo que debemos hacer. ¿Cómo debemos responder a las necesidades que surgen? Por ejemplo, tal vez seamos invitados a ir a cierto lugar a servir en la obra, o tal vez nos suceda algo inesperado. Estas cosas no se inician directamente en nuestro espíritu, sino que nos llega por conducto de otros; nuestra mente ve la importancia de resolver estas situaciones, pero nuestro espíritu no responde. ¿Qué debemos hacer para actuar bajo la dirección de Dios en tal situación? Cuando algo nos sucede, debemos pedirle a Dios que nos guíe en nuestro espíritu; a esto le llamamos “una guía indirecta”. Es entonces cuando la mente debe ayudar al espíritu. Cuando no hay respuesta de parte del espíritu, el creyente debe usar su mente. Si el espíritu responde, no es necesario que la mente le ayude, pero si el espíritu permanece callado, la mente tiene que ocupar su posición.
En estas circunstancias, el creyente debe utilizar su mente para meditar y presentar sus dudas y dificultades a Dios. Aunque todo esto se hace en su mente, después de un tiempo, el espíritu se unirá a su oración o a su meditación. Cuando el creyente siente que su espíritu, que antes estaba inactivo, comienza a responder, en poco tiempo el Espíritu Santo lo podrá guiar. Esta es la manera en que podemos usar nuestra mente para que ayude a nuestro espíritu. No pensemos que no debemos hacer nada a menos de que el espíritu tome la iniciativa; nuestro espíritu debe ser “atraído” por nuestra mente y ser “despertado” a fin de que determine si el asunto es la voluntad de Dios o no.
EL PRINCIPIO DE LAS ACTIVIDADES DEL ESPÍRITU.
En nuestra vida espiritual hay muchas cosas que debemos hacer, por lo cual no debemos descuidar la función de la mente. Ser lleno del espíritu no es como las olas de mar, que van y vienen. Para ser llenos en el espíritu debemos cumplir ciertos requisitos. Esto implica que la mente debe iniciar lo que el espíritu está dispuesto a hacer pero que no ha iniciado. Si nos sentamos a esperar el sentir del espíritu, éste nunca vendrá, aunque tampoco debemos hacer demasiado énfasis en la obra de la mente. Debemos saber que sólo lo que se hace en el espíritu tiene valor espiritual y que, por ende, no debemos andar según la mente. Entonces, ¿por qué usamos la mente? La usamos como medio para motivar a nuestro espíritu a hacer lo que debe, no como el agente que lleva a cabo las cosas. El espíritu debe ser el que opere, por eso es tan crucial; Sin embargo, empleamos la mente sólo para motivar al espíritu a fin de que funcione. Si al usar la mente para atraer al espíritu, no obtenemos respuesta, o si después de cierto tiempo no experimentamos la unción, entonces la mente debe detenerse y volverse en otra dirección. En la batalla espiritual sucede lo mismo. Si por un largo período sentimos un vacío en nosotros y no hallamos el espíritu, debemos detenernos, mas no por la impaciencia de la carne. Aunque algunas veces nos sentimos cansados, sabemos que debemos continuar, mientras que en otras ocasiones nos damos cuenta de que debemos detenernos. No hay una regla fija al respecto.
La ayuda que la mente da al espíritu es como la activación de una bomba mecánica con la que sacamos agua de un pozo. Algunas necesitan que primero les eche una taza de agua a fin de llenar el vacío y hacer que la bomba succione el agua. La relación de nuestra mente con el espíritu es igual a la de la taza de agua con la bomba. Si no usamos la taza de agua para hacer arrancar la bomba, el agua que hay en el pozo no puede ser succionada. Igualmente, si no utilizamos nuestra mente al comienzo, el espíritu no será activado. Si no usamos la mente para iniciar la oración, seremos como la bomba sin la taza de agua inicial, que después de funcionar un rato, da la impresión de que el pozo no tiene agua.
Sin duda, las obras del espíritu son diferentes en cada caso. Algunas veces es tan fuerte como un león, y otras es tan indeciso como un niño. Cuando nuestro espíritu es débil y no puede ayudarse a sí mismo, la mente debe actuar como si fuera su niñera. La mente no lo puede reemplazar, pero sí le puede ayudar a ser avivado. Cuando el espíritu ha perdido su posición de autoridad, el creyente debe usar el poder de la mente para orar a fin de vivificar su espíritu. Si el espíritu se ha retraído a causa de la opresión, el creyente debe usar su mente para examinar la situación y orar intensamente hasta que el espíritu sea avivado y liberado. Una mente espiritual puede mantener al espíritu en quietud, restringir su actividad y vivificarlo si ha caído en una depresión excesiva.
En palabras sencillas, podemos decir que la única manera en que nuestro espíritu puede ser lleno nuevamente es mediante la ayuda de nuestra mente (aunque siempre en la esfera espiritual). En principio, todo lo que hayamos hecho en el espíritu, ahora debe ser hecho con nuestra mente, y cuando el Espíritu Santo nos unja, ésa será la confirmación de que estamos operando en el espíritu. Tal vez al comienzo de alguna actividad no tengamos ningún sentir en el espíritu, pero si lo obtenemos, eso indica que el espíritu aprueba lo que estamos haciendo y que él estaba demasiado débil para hacerlo por su propia cuenta. Ahora, con la ayuda de la mente, puede expresar lo que antes no podía. Lo que necesitemos en el espíritu lo podemos obtener simplemente al recordarlo en nuestra mente y orar. De esta manera volvemos a ser llenos en el espíritu.
Observemos otro aspecto de la ayuda que la mente proporciona al espíritu. La guerra espiritual implica un conflicto de espíritu contra espíritu. Cuando nuestro espíritu lucha contra el maligno, la fuerza y el poder de todo nuestro ser se unen al espíritu. La parte más importante de nuestro ser, en este caso, es nuestra mente. La fuerza del espíritu y la de la mente se deben aunar para el ataque; si el espíritu es oprimido y pierde su fuerza para resistir al maligno, la mente debe continuar peleando en su lugar. Cuando la mente pelea mediante la oración, resistiendo y oponiéndose al maligno, el espíritu recibe la provisión necesaria para levantarse una vez más y entrar en la batalla.
LA CONDICIÓN DE LA MENTE.
Debido a que la mente puede ayudar al espíritu, aunque su posición es muy inferior que la de éste, el creyente debe mantenerla en una condición normal para que pueda escudriñar los pensamientos del espíritu y auxiliarlo en cualquier debilidad. Las actividades del espíritu son gobernadas por sus respectivas leyes. De la misma manera, las actividades de la mente son gobernadas por ciertas leyes. Cuando la mente tiene la libertad para obrar, la carga es ligera, pero si se fuerza demasiado (como cuando estiramos un material elástico), no puede actuar con la misma libertad. El enemigo sabe que para que nosotros andemos según el espíritu necesitamos que la mente ayude a nuestro espíritu, y por eso, siempre nos presiona haciendo que forcemos nuestra mente a fin de que no pueda funcionar normalmente y no pueda ayudar a nuestro espíritu en su debilidad.
Además de todo esto, nuestra mente no es simplemente un órgano que ayuda al espíritu; por medio de ella también somos iluminados. El Espíritu Santo da luz a la mente a través de nuestro espíritu. Si la mente se ejercita demasiado, no hay la posibilidad de que reciba la luz proveniente del Espíritu Santo. El maligno sabe que si nuestra mente está en tinieblas, todo nuestro ser también estará en la oscuridad; así que hace lo posible para que pensemos demasiado y no podamos llevar a cabo la obra en quietud. Mientras el creyente anda según el espíritu, no debe permitir que su mente se desvíe. La concentración en un tema, la ansiedad, la tristeza o el examen meticuloso de cuál sea la voluntad de Dios, hace que la mente no pueda llevar la carga. Necesitamos una mente quieta y en paz para poder andar en conformidad con el espíritu.
Como sabemos que nuestra mente ocupa una posición tan importante, cuando estemos laborando con otros hermanos, es muy importante no interrumpir sus pensamientos. Interrumpir la sucesión de pensamientos puede herir la mente. Cuando el Espíritu Santo guía al creyente a examinar algo mediante el espíritu, una interrupción de parte de otros es algo terrible. Si el pensamiento es interrumpido, la mente tendrá que hacer más esfuerzo y, en consecuencia, le será más difícil cooperar con el espíritu. No sólo necesitamos que nuestra mente esté despejada, sino que también debemos cuidar la mente de nuestros hermanos. Antes de hablar con un hermano, debemos determinar la secuencia de sus pensamientos para no alterarla, de lo contrario, nuestro hermano sufrirá.