Watchman Nee Libro Book cap.23 El hombre espiritual

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LA FUNCIÓN DE LA LEY

SEXTA SECCIÓN

CAPÍTULO DOS

LAS LEYES DEL ESPÍRITU

El creyente debe aprender a conocer el sentir del espíritu porque ésta es la primera condición para andar según el espíritu. Si no sabe cuál es el sentir del espíritu ni cuáles los sentimientos del alma, no podrá andar conforme al espíritu. Cuando tenemos hambre sabemos que debemos comer. Cuando tenemos frío, sabemos que debemos cubrirnos. Nuestros sentidos expresan nuestras necesidades y exigencias. El hombre debe interpretar los sentidos en su cuerpo para saber cómo satisfacerlos con las correspondientes provisiones materiales. De la misma manera, el creyente debe aprender a conocer los sentidos en su espíritu, lo que ellos significan, qué requieren, y de qué manera satisfacerlos. Cuando el creyente conoce los sentidos de su espíritu, puede andar de acuerdo al espíritu.

Hay unas pocas cosas en cuanto a las leyes del espíritu que debemos conocer. Debido a que no entendemos las leyes del espíritu ni la importancia de sus sentidos, muchas veces cuando el espíritu expresa su deseo, lo pasamos por alto. Debido a que no identificamos las muchas cosas que provienen de nuestro espíritu, éste pierde su posición en nuestra vida diaria como personas espirituales. Cuando descubrimos que en el espíritu se hallan la intuición, la comunión y la conciencia, debemos aprender a reconocer sus actividades y a andar según este espíritu. Cuando somos llenos del Espíritu Santo, nuestro espíritu llega a ser más activo, pero si no le hacemos caso, sufriremos una gran pérdida. Es muy importante tener el hábito de examinar los movimientos del espíritu. Debemos conocer las actividades de nuestro espíritu más que las de nuestra mente.

UN PESO EN EL ESPÍRITU.

El espíritu debe mantenerse libre. Constantemente debe sentirse ligero, como si flotara, pues sólo en esa condición crece la vida, y la obra no encuentra obstáculos. Por eso, el creyente debe saber qué es tener una carga en el espíritu. Muchas veces siente que su espíritu está oprimido y que no es libre; parece que lo agobia una carga de mil kilos, pero al indagar la razón, no la encuentra. En muchas ocasiones este peso en el espíritu aparece repentinamente sin que el creyente lo note; esto es usado por el enemigo para oprimir a los creyentes espirituales; ya que les quita el gozo y la libertad, de tal modo que no pueden cooperar con el Espíritu Santo y perdiendo su eficacia espiritual. Si el creyente no entiende el origen de este peso ni el significado de la opresión que siente en su espíritu, no sabrá cómo ponerle fin para que su espíritu recobre su condición normal.

Los creyentes tal vez se pregunten la razón por la cual surgen tales sentimientos, y piensan que tal vez sea algo natural o accidental, y sin prestar atención permiten que su espíritu siga oprimido. Muchas veces los creyentes pasan por alto ese peso y continúan su labor, sólo para darse cuenta de que ésta empeora. No se dan cuenta de que el enemigo juega con ellos. Muchas veces, Dios quiere usar a estos creyentes, pero ellos no pueden llevar a cabo la obra debido al peso que llevan en su espíritu. Bajo tal opresión, los sentidos espirituales se entorpecen; es por eso que Satanás y sus espíritus malignos concentran sus esfuerzos en poner cierto peso en el espíritu de los creyentes y en quitarles la libertad del espíritu. Desafortunadamente, muchos creyentes no se dan cuenta de que el peso proviene de Satanás, y aun si lo saben, no lo rechazan y lo dejan ahí.

Si los creyentes cargan con este peso, seguramente caerán. Si al despertar se encuentran con este peso y no se deshacen de él al instante, pasarán todo el día derrotados. La base de la victoria es un espíritu libre. Para poder luchar contra el enemigo y expresar la vida de Dios, es necesario un espíritu libre de ataduras. Si hay alguna presión en el espíritu, el creyente perderá la capacidad de discernir y la guía que proviene de Dios. Cuando el espíritu es oprimido, la mente es afectada, y cuando la mente deja de funcionar como debe, todo se detiene y cae en el error.

Por lo tanto, cuando sintamos presión o algún peso en nuestro espíritu, es muy importante que inmediatamente resolvamos el asunto. No permitamos que esa condición continúe; de lo contrario, saldremos perjudicados, y el peso será cada vez mayor. Si no nos deshacemos de esa carga, nos acostumbraremos a ella y, con el tiempo, no moveremos ni un dedo para que desaparezca; sin que nos demos cuenta, ese peso llega a ser parte de nuestra vida. Las cosas espirituales llegarán a ser una carga para nosotros y nos será difícil avanzar en la senda espiritual. Si la primera vez no nos deshacemos de ese peso, regresará más fácilmente la segunda vez. La manera de quitárnoslo de encima es detener lo que estamos haciendo para atender a las exigencias de los sentidos espirituales. Inmediatamente debemos rechazar la opresión con la voluntad y por medio del ejercicio del espíritu. Algunas veces debemos hablar (audiblemente) para oponernos a tal peso. En ocasiones tenemos que resistirlo en oración valiéndonos de la fuerza espiritual. Si hacemos esto, los espíritus malignos no podrán agobiar nuestro espíritu con el peso de las cargas.

Sin embargo, es necesario dar otro paso para hallar la causa de este peso. Si no vamos a la raíz, el peso permanecerá. Así que, mientras resistimos la obra del enemigo, debemos rechazar la causa de su acción. Al hacer esto, recuperaremos el terreno que le habíamos cedido. Si tenemos discernimiento, veremos que caímos debido a que en algunas ocasiones y en algunos asuntos no cooperamos con Dios. Cuando eso sucede, el enemigo gana terreno para oprimirnos poniéndonos cierto peso. Es necesario recuperar el terreno perdido. Debemos rechazar el pecado, que le dio al enemigo la oportunidad de obrar, pues así el enemigo huirá.

EL BLOQUEO DEL ESPÍRITU.

El espíritu necesita el alma y el cuerpo para expresarse, así como el ama de una casa necesita al mayordomo y a los sirvientes para que lleven a cabo sus órdenes, o como la electricidad, que necesita un filamento para expresar su luz. Si el alma y el cuerpo son atacados por los espíritus y pierden su condición normal, el espíritu queda bloqueado y no puede expresarse. Como el enemigo conoce la importancia del espíritu, con frecuencia obra en el alma y cuerpo del creyente, haciendo que pierdan su función, para que así el espíritu no tenga un órgano con el cual expresarse ni una posición victoriosa.

Durante un período así, la mente que es atacada por Satanás cae en un estado de confusión; la parte emotiva queda embargada por la soledad y la tristeza, la voluntad se siente agotada y débil, incapaz de dirigir a la persona, y el cuerpo tal vez se sienta cansado y perezoso. Si el alma y el cuerpo del creyente son atacados, y no hay una resistencia inmediata de parte de ellos, el espíritu quedará cercado; y no podrá pelear vigorosamente contra el enemigo para mantener la victoria.

Cuando el espíritu del creyente es bloqueado, el creyente pierde su vigor; se siente angustiado, tímido, procura esconderse y no quiere hacer nada en público; prefiere retirarse del campo de batalla, ya que no quiere arriesgarse. Piensa que recibió instrucciones para tomar esa posición, pero en realidad, ha sido sitiado. No tiene fuerza para leer la Biblia. Cuando ora, se le acaban las palabras. Cuando observa su obra y su experiencia espiritual, le parece que no tienen significado, y aún en ocasiones hasta le parecen absurdas. Cuando predica, no siente que haya resultados y piensa que sólo lo hace motivado por sus emociones. Si esta condición persiste, recibirá más ataques, y cada vez se sentirá mas oprimido. Esto continuará indefinidamente, a menos que Dios intervenga valiéndose de la oración de otros o de la de el propio creyente. Si éste no tiene el debido conocimiento, se confundirá y no tratará de indagar el motivo de lo que le sucede; por el contrario, permitirá que la situación continúe. Siendo exactos, toda experiencia y todo sentimiento espiritual tiene una razón de ser; debemos averiguarlo diligentemente y no permitir que ningún peso permanezca sobre nosotros.

Todo eso nos acontece cuando el espíritu está sitiado. El alma y el cuerpo son imposibilitados, y el espíritu no tiene forma de expresarse. Satanás confina el espíritu en una celda oscura para que el alma no pueda ser guiada por él; pero cuando este bloqueo desaparece, el creyente encuentra la salida a su situación y recobra su libertad.

Es muy importante que en tales situaciones el creyente use su voluntad para hablar audiblemente. Debe reprender al enemigo en voz alta proclamando la victoria de la cruz y la derrota del enemigo. Debe oponerse con todo su corazón a la obra que el enemigo trata de hacer en su alma y en su cuerpo. La voluntad debe respaldar las palabras para rechazar enérgicamente el bloqueo de Satanás. La oración es otra opción. Muy frecuentemente la oración es el instrumento para eliminar los bloqueos de Satanás, pero en esos casos, el creyente debe orar audiblemente. La mejor oración contra todo ataque del enemigo es invocar el nombre victorioso del Señor Jesús; el creyente debe ejercitar su espíritu encausando su poder para abrir una brecha por la cual salir.

EL ENVENENAMIENTO DEL ESPÍRITU.

El espíritu del creyente puede ser envenenado por espíritus malignos. Este veneno es un dardo encendido que el enemigo dirige directamente al espíritu. El enemigo lanza aflicción, tristeza, sufrimiento, penas y dolor al espíritu del creyente, a fin de producir un espíritu atribulado (1 Samuel. 1:15). “Mas ¿quién soportará al ánimo [el espíritu] angustiado?” (Proverbios. 18:14). El enemigo sabe que esto afecta profundamente a la persona. En ocasiones el creyente se siente apesadumbrado y cree que eso es normal, por lo cual no intenta descubrir la causa ni se opone a ello, sino que acepta todo lo que le sucede sin objeción. Recordemos que esto es muy peligroso. Nunca debemos aceptar ningún pensamiento a la ligera ni permitir que ningún sentimiento nos invada. Si deseamos andar según el espíritu, tenemos que velar en todas las cosas; escudriñando nuestros pensamientos y sentimientos hasta que sepamos de dónde provienen.

Algunas veces Satanás hace que nuestro espíritu se endurezca, hasta volverlo obstinado, estrecho, egoísta, indolente y desobediente. Un espíritu en esa condición no puede cooperar con el Espíritu Santo ni llevar a cabo la voluntad de Dios, pues con un espíritu así, dejamos de amar a los hombres y perdemos toda nuestra gentileza, afabilidad y consideración por las debilidades de otros. Cuando esto sucede, el Espíritu Santo no puede usarnos, ya que perdimos la amplitud de corazón del Señor y quedamos limitados en nosotros mismos.

Algunas veces el enemigo pone en los creyentes un espíritu que no perdona. Este es el veneno más frecuente. Es muy probable que la mayoría de los creyentes espirituales que caen, lo hagan por esta causa. Este veneno, al igual que el deseo de venganza y el perfeccionismo, es el veneno más mortífero para la vida espiritual. En algunas ocasiones, aun después de que el creyente ha sufrido esta clase de envenenamiento, él no percibe lo que ha sucedido ni se da cuenta de que el veneno provino de Satanás; piensa que es él el que odia a los demás y que no puede evitarlo.

Otras veces Satanás hace que los creyentes se cierren, que se impongan límites que los separan de los demás. Si ellos no están conscientes de que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, sólo se preocuparán por su propio círculo, lo cual es un indicio de que su espíritu ha perdido fuerza y se ha cerrado. El creyente espiritual considera suyos los asuntos de Dios, y la iglesia en su totalidad es el objeto de su amor. Si el espíritu está abierto, el río de la vida fluye en todas direcciones; pero si se cierra, obstaculiza la obra de Dios y minimiza su propia función. Si nuestro espíritu no es lo suficientemente amplio para incluir a todos los hijos de Dios, ha sido envenenado.

Satanás también incita al espíritu del creyente a enorgullecerse. El creyente se vuelve jactancioso y engreído. Satanás le hace pensar que no necesita nada, que él es importante y valioso para la obra de Dios. Un espíritu envenenado así, también provoca el fracaso del creyente, pues “antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios. 16:18).

Los espíritus malignos inyectan este veneno junto con otros en el espíritu de los creyentes. Si los creyentes no se oponen a ello en ese momento, regresarán a las prácticas de la carne. Si los creyentes saben vivir en el espíritu, al principio éstos son sólo venenos que proceden de Satanás y no pasan de ahí, pero si no se oponen a ellos y sin darse cuenta los aceptan, los venenos se convertirán en pecados de la carne.

Si el espíritu es envenenado, y el veneno no se erradica inmediatamente, pasa a ser un pecado en el espíritu que es el pecado más serio de todos. “Viendo esto los discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma? Mas El, volviéndose, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois” (Lucas. 9:54 al 55). Es muy importante saber la clase de espíritu que tenemos. Muchas veces nuestro espíritu es instigado por Satanás, y no lo sabemos, pero una vez que el espíritu sucumbe, todo lo demás cae.

Cuando examinamos la experiencia de esos dos discípulos, podemos ver que el espíritu equivocado puede detectarse fácilmente en las palabras. Sin embargo, las palabras no revelan tanto como el tono de la voz. Muchas veces las palabras pueden ser correctas, pero el tono no; si queremos vencer, tenemos que prestar atención al tono de voz que empleamos. Si los espíritus malignos tocan nuestro espíritu, nuestro tono pierde la gentileza. El tono áspero, rudo o cortante no procede del Espíritu Santo, sino que es evidencia de que el que habla fue envenenado por Satanás.

¿Cómo hablamos normalmente? Cuando conversamos con otros, ¿lo hacemos sin ningún matiz de condenación? Quizá lo que decimos sea cierto, pero el espíritu de crítica, de condenación, de ira o de celos está escondido detrás de la verdad que enunciamos. Pero si un espíritu de condenación se esconde detrás de nuestras palabras, pecamos. El pecado no sólo es un acto, sino también una condición. Es importantísimo detectar el espíritu que está detrás de todas nuestras acciones. Muchas veces podemos estar laborando para Dios o para el hombre, y al mismo tiempo estar pecando, ya que en nuestra labor se esconde un espíritu insincero, de mala gana o de queja.

Debemos mantener nuestro espíritu en una condición agradable y tierna. Nuestro espíritu debe ser limpio y puro. ¿Es pecado para nosotros tener un espíritu equivocado? ¿Cuándo ataca el enemigo nuestro espíritu? ¿Cuándo está envenenado el espíritu? Si sabemos que cometimos pecados, ¿procedemos humildemente a eliminarlos? Cuando nos damos cuenta de que el tono de nuestra voz no es el correcto, inmediatamente debemos detenernos. Debemos decir: “Mejor diré las mismas palabras pero con un espíritu limpio; resistiré al enemigo”. Si no estamos dispuestos a decirles a nuestros hermanos que estamos equivocados, nuestro espíritu retendrá su pecado. Los creyentes deben aprender a guardar su espíritu de toda provocación del enemigo y mantener un espíritu tierno y apacible.

El creyente debe tener el escudo de la fe con el cual puede apagar todos los dardos de fuego del enemigo. Eso significa que debe emplear su fe de una manera viva para oponerse a los ataques del enemigo y para confiar en la protección de Dios. La fe es un escudo, no pinzas para extraer los dardos que dieron en el blanco. La fe apaga los dardos de fuego, no los extrae.

Si el creyente es herido por los dardos del enemigo, inmediatamente debe erradicar la causa del dardo, y oponerse a todo ello. Debe rechazar inmediatamente todo lo que provenga del enemigo y orar para ser limpiado.

LA DEPRESIÓN DEL ESPÍRITU.

Los creyentes se deprimen en su espíritu principalmente cuando se miran a sí mismos o también cuando su vida anímica todavía está activa y no ha sido reemplazada por el espíritu; en consecuencia, piensan que todo lo que experimentan procede de ellos; también pueden deprimirse por invasión del poder de las tinieblas o por egocentrismo en la oración y en la adoración. Cuando el espíritu de los creyentes se vuelve hacia dentro, en lugar de hacia fuera, el poder de Dios se detiene. Si no resuelven inmediatamente esta introspección, serán gobernados por el alma.

Algunas veces el espíritu se complace en el alma. Esto sucede cuando los creyentes son engañados por los espíritus malignos, ya que les dan sensaciones físicas y toda clase de experiencias extrañas y placenteras. Si los creyentes no velan, pensarán que todo aquello procede de Dios, e inconscientemente empiezan a vivir en el mundo de las sensaciones, y llevan el espíritu a la esfera del alma.

Algunas veces los creyentes son engañados, y sus espíritus se deprimen porque no entienden la posición que Cristo tiene. El Espíritu Santo habita en ellos con el propósito de revelarles al Cristo que está sentado en el trono. Los libros de Hechos, Efesios y Hebreos, describen claramente la posición que Cristo tiene hoy en los cielos. El espíritu del creyente está unido al Cristo celestial, pero por ignorancia, busca a Cristo dentro de sí. Intenta unirse al Cristo que está dentro de él, y de esa manera su espíritu no puede ascender por encima de los cielos, así que se deprimen y caen en la esfera del alma.

Todas estas actividades mantienen al creyente en una vida centrada en los sentimientos, en vez de una vida en el espíritu. Los creyentes deben saber que antes de ser espirituales, no vivían en el espíritu en la práctica, y el enemigo no tenía que maquinar tantas falsedades, pero una vez que ellos experimentan el poder del Espíritu Santo infundido en su espíritu, se les abre un mundo nuevo y desconocido. Ahí precisamente yace el peligro. La obra de Satanás consiste en impedir que los creyentes vivan en el espíritu, ya que eso lo perjudica a él. Su táctica es seducir y engañar a los creyentes mediante las sensaciones del alma y del cuerpo, haciéndolos pensar que son experiencias espirituales para que se complazcan con ellas.

Muchos creyentes han llevado una vida espiritual, pero debido a que no conocen las leyes del espíritu, caen. Satanás les da todo tipo de sensaciones físicas y experiencias sobrenaturales. Si los creyentes dependen de lo sobrenatural o externo o de las experiencias espirituales que detectan con sus sentidos, su vida espiritual será estorbada. Cuando esto sucede, ellos viven en el alma o en el cuerpo, e impiden que su espíritu coopere con Dios. En tales circunstancias, el alma y el cuerpo recobran la posición anterior y autoridad que solían tener, y el espíritu queda sin expresión.

Cuando el espíritu está deprimido, sus sentidos son suprimidos. Esta es la razón por la cual muchos creyentes espirituales no sienten su espíritu. Cuando el alma y el cuerpo ocupan una posición prominente y cuando la persona vive por los sentidos, el alma y el cuerpo tienen un sentimiento profundo de depresión, sufrimiento y conflicto. Cuando eso sucede, los sentidos del hombre suplantan la obra del espíritu, y los sentidos del espíritu son sepultados bajo las fuertes sensaciones del alma y del cuerpo. Como resultado, la obra y la vida espiritual cesan totalmente. Si esto continúa por un largo período, la persona caerá muy bajo y hasta puede llegar a ser poseída por espíritus malignos.

Por consiguiente, debemos rechazar todo lo que amortece los sentidos del espíritu. Debemos rechazar la risa incontrolable, el dolor profundo y también los sentimientos intensos del cuerpo. El cuerpo debe permanecer en completa calma. Tener experiencias sobrenaturales, o ser demasiado sensibles a lo natural es una terrible equivocación. Todo eso hace que la mente esté supeditada al cuerpo, y no al espíritu. No debemos permitir que nada nos impida reconocer el más tenue sentir de nuestro espíritu.

Una vez que el espíritu se deprime, el alma lo abruma y lo controla; por eso, el creyente debe aprender a mantener su espíritu fluyendo constantemente y no encerrarse en sí mismo. Si el espíritu no fluye ni ataca a Satanás, Satanás lo atacará a él y lo hundirá en la depresión. Sólo cuando el espíritu del creyente brota, el Espíritu Santo extiende Su propia vida a otros. Pero si los creyentes se encierran en sí mismos y oprimen su espíritu, el flujo del Espíritu Santo inmediatamente cesa. La corriente del Espíritu Santo se extiende mediante el espíritu del creyente, pero si éste se encierra en sí mismo y suprime su espíritu, la vida del Espíritu Santo no podrá brotar.

Los creyentes tienen que hallar la razón de cualquier depresión que aparezca en su espíritu, y también deben saber cómo restaurar su espíritu a su condición normal. Una vez que el creyente detecta una fuga de vida en su espíritu, debe saber que su espíritu está enfermo y debe buscar la manera de sanarlo.

LA COMISIÓN QUE RECIBE EL ESPÍRITU.

Hay una diferencia entre la comisión que siente el espíritu y el peso que lo agobia. Este proviene de Satanás, y su propósito es infligir sufrimiento al creyente. Satanás utiliza tal peso para oprimirlo a fin de que no lleve fruto ni reciba beneficio alguno. Pero la comisión que el espíritu detecta proviene de Dios, y su propósito es dar a conocer Su voluntad para obtener la cooperación del creyente e instarlo a laborar, interceder y predicar el mensaje divino. Esta comisión está llena de propósito, es razonable y trae mucho provecho. Los creyentes deben diferenciar entre la comisión urgente y el peso que sienten en el espíritu.

Satanás no da ninguna comisión a los creyentes, sólo trata de cercar su espíritu oprimiéndolo con algún peso, el cual ata el espíritu de los creyentes, y su mente deja de operar como debería. Una persona que recibe una comisión, simplemente la recibe; pero una persona que es oprimida por una carga, todo su ser queda atado. Si el poder de las tinieblas cubre al creyente, éste pierde su libertad. Pero eso no sucede con la comisión que proviene de Dios, no importa cuán urgente sea, ya que nunca será tan pesada que la persona no pueda orar. La libertad para orar nunca se pierde debido a la comisión recibida, pero el peso impuesto por el enemigo despoja al creyente de su libertad para orar. De hecho, el peso no desaparece a menos que el creyente luche y resista a Satanás por medio de la oración. La carga de Dios desaparece en el momento en que oramos, pero el caso no es el mismo con el peso que proviene del enemigo. Además, el peso que oprime al espíritu se infiltra en secreto, mientras que la comisión que se recibe en el espíritu es el resultado de la acción del Espíritu Santo en nuestro espíritu. Cuando se pone un peso en el espíritu, éste trae sufrimiento y suprime la vida del creyente, mientras que la comisión que se recibe en el espíritu trae gozo, ya que coopera con Dios (confierase. Mateo. 11:30). (Por supuesto, la carne no se alegra con la comisión que recibe el espíritu. Además, nos trae dolor si no la llevamos a cabo.)

La verdadera obra empieza con una comisión que recibe el espíritu. (Cuando no la recibimos, se hace necesario utilizar la mente.) Cuando Dios desea que hagamos o digamos algo, o que oremos por algo, El pone una comisión en nuestro espíritu. Si conocemos las leyes del espíritu no llevaremos a cabo la obra de una manera imprudente haciendo que la comisión sea cada vez más gravosa. (Es posible que si permitimos que esta situación permanezca por más tiempo, perderemos la comisión.) Debemos dejar todo a un lado para entender el significado de esta comisión. Después de que lo hayamos entendido, debemos andar en conformidad con él; y cuando todo se lleve a cabo, la comisión desaparecerá.

En condiciones normales, el espíritu del creyente debe estar libre de opresión a fin de que Dios pueda encomendarle una comisión. Sólo un espíritu libre puede sentir el mover del Espíritu Santo. Un espíritu abrumado por algún peso sobre sí pierde la agudeza de su intuición y su capacidad de ser un buen recipiente. Muchas veces el creyente recibe una comisión de Dios, pero no puede cumplir lo que ella exige; como resultado, su espíritu sufre por muchos días y no puede recibir una nueva carga de parte de Dios. Es necesario hallar el significado de la comisión que recibimos del Espíritu Santo por medio de la oración y del ejercicio de la mente.

Muchas veces la comisión que detecta el espíritu es que oremos (Colocenses. 4:12). En realidad, no podemos orar más de lo que se nos indica. No tiene caso seguir orando después de cumplir la comisión, ya que aquello proviene de nosotros mismos. El encargo de orar, que proviene del espíritu, sólo puede ser descargado por medio de la oración. En realidad, ocurre lo mismo con todas las cargas. Si Dios encomienda a nuestro espíritu cierta comisión, sólo podemos descargarla cumpliendo lo que Dios desea, ya sea mediante la oración o la proclamación de Su palabra. Sólo cuando somos instados en nuestro espíritu a orar, podemos orar en el Espíritu Santo, y sólo entonces oramos con gemidos indecibles, y nada puede quitarnos este encargo, salvo la oración. Cuando las cosas que pedimos se cumplen, la urgencia de la comisión desaparece de nosotros.

Muchas veces los creyentes acumulan demasiadas comisiones que los insta a orar. Cuando comienzan a cumplir estas comisiones, les parece que la oración es una tarea muy ardua, pero cuando perseveran en la oración, su espíritu dice “Amén”. Debemos hacer todo lo posible por orar por todas las comisiones que hemos recibido en nuestro espíritu, hasta que desaparezcan por completo. Cuanto más vida se derrama por medio de la oración, más nos alegramos. Algunas veces somos tentados a dejar de orar antes de cumplir la comisión en su totalidad. Casi todos los creyentes piensan que tan pronto la comisión es descargada en cierta medida, las oraciones son contestadas. De hecho, ése es el momento cuando comienza la verdadera labor espiritual; si en ese momento comenzamos a hacer otras cosas, la obra espiritual sufrirá una gran pérdida.

Los creyentes no deben equivocarse pensando que todas las obras espirituales son motivo de regocijo, ni pensar que por recibir una comisión han perdido su experiencia espiritual. Es lamentable que los creyentes no reconozcan que la comisión que se les pone en el espíritu es el origen de una verdadera obra espiritual. Sólo quienes sufren de esta manera por Dios y por los hombres, no viven verdaderamente para sí mismos. Todos los que van en pos del gozo y temen asumir alguna responsabilidad en la iglesia viven para sí mismos y están centrados en su alma. Cuando sentimos un encargo de parte de Dios, no debemos pensar que caímos o que cometimos algún error. A Satanás le encanta que pensemos así, porque así escapa de nuestros ataques. No nos confundamos; si escuchamos a Satanás y pensamos que estamos mal, caeremos en sus acusaciones y tormentos.

La verdadera obra espiritual es incisiva con respecto a Satanás y es tan laboriosa como un parto con respecto a los creyentes; de hecho, ¡no hay gozo en ella! Es necesario que el creyente muera profundamente al yo. Por esta razón, el creyente anímico no puede participar en ninguna labor espiritual. Sentirse contento todo el día no es una prueba de espiritualidad. El creyente espiritual avanza con Dios sin preocuparse por sus propios sentimientos. En ocasiones, cuando los creyentes sienten una comisión en su espíritu para pelear contra el enemigo, prefieren estar solos y apartarse de toda comunicación con el mundo para poder concentrarse en su lucha contra el enemigo; al terminar la batalla es difícil encontrar algún rastro de felicidad en su rostro. Los creyentes espirituales deben aceptar las comisiones que les dé el Señor.

Los creyentes deben conocer las leyes del espíritu y la manera de cooperar con Dios. De lo contrario, desatenderán la comisión y sufrirán pérdida por no colaborar con Dios. Cada vez que sientan una comisión en el espíritu, deben descubrir de qué se trata por medio de la oración. Si es un llamado a pelear, deben pelear; si es a predicar el evangelio, deben predicarlo; si es un llamado a la oración, deben orar. Deben procurar colaborar con Dios. Las comisiones deben ser cumplidas para que puedan venir otras.

EL DEBILITAMIENTO DEL ESPÍRITU.

El debilitamiento del espíritu significa que la vida y el poder de Dios pueden menguar en el espíritu de los creyentes del mismo modo que sube y baja la marea. Cuando los creyentes son anímicos, creen que sentir la presencia de Dios es la experiencia suprema y lo que más felices los hace. Piensan que sentirse secos e inquietos es lo peor que les puede pasar en su vida espiritual; pero eso es sólo lo que ellos sienten y no refleja la verdadera condición de su vida espiritual.

Hay lapsos en los que la vida espiritual va disminuyendo, pero eso es diferente a cualquier sentimiento anímico. Después de que el creyente es lleno del Espíritu Santo, continuará avanzando por un tiempo, pero luego, cuanto más avance, más retrocesos experimentará, aunque esto no sucede de repente. Esa es la diferencia entre la debilidad anímica y un retroceso. Lo primero sucede repentinamente, y lo segundo, gradualmente. Cuando está bajando la experiencia espiritual, la persona siente que la vida y el poder que recibió en su espíritu, sufre una caída paulatina. Pierde el gozo, la paz y el poder del espíritu que una vez experimentó, y con los días se va debilitando, hasta que siente que perdió el gusto por tener comunión con Dios, no le encuentra significado a leer la Biblia, y ningún mensaje ni ningún pasaje bíblico conmueven su corazón. Inclusive, si algo lo conmueve, no es tan intenso como antes. La oración se seca, pierde su sabor y su significado y parece no tener nada por lo cual orar. No halla deleite en dar testimonio del Señor y no tiene el fluir de antes. La vida no tiene la fuerza de antes ni es tan excitante ni tan elevada ni tan gozosa como antes. Parece que todo se ha desplomado.

La vida espiritual se vuelve como la marea que sube y baja. Pero, ¿puede nuestro espíritu menguar y aumentar cuando lo que contiene es la vida y el poder de Dios? La vida de Dios no se debilita, sino que fluye eternamente. No es como la marea que sube y baja, sino es como un río cuya corriente de agua viva fluye eternamente (Juan. 7:38). La vida de Dios que está en nosotros no es como la marea que después de cierto tiempo debe bajar. Dios es la fuente de vida dentro de nosotros; por consiguiente, El nunca cambia ni se muda. La vida que tenemos en nuestro espíritu debe fluir incesantemente; debe rebosar y extenderse.

Si el creyente siente que su vida se debilita, debe saber que en realidad la vida no se debilita; simplemente deja de fluir. Debe saber que este debilitamiento es totalmente innecesario. No debemos ser engañados por Satanás pensando que si uno vive en la carne, ya no puede volver a ser lleno del flujo constante de la vida de Dios. La vida de Dios es un río de agua viva que corre en nosotros. Si no hay ningún obstáculo, fluye siempre; los creyentes experimentan el flujo continuo de la vida. Todo debilitamiento es innecesario y anormal.

Lo importante no es tratar de determinar el debilitamiento de la vida espiritual, sino hacer algo que la vuelva a su normalidad. La necesidad actual no es llenar el río, sino despejar su cauce. El río de vida permanece en los creyentes, pero está bloqueado. La entrada aún permanece abierta, pero la salida ha sido obstruida y por detenerse la corriente, el agua de vida no puede salir. Pero cuando la salida se despeja, el agua de vida fluye incesantemente. Por lo tanto, el creyente no necesita más vida sino que ella fluya más.

Una vez que el creyente percibe que su vida espiritual empieza a declinar, debe indagar el motivo de la obstrucción. Satanás le hará sentir que su vida espiritual merma, y otros tal vez le hagan sentir que ha perdido su poder espiritual. Uno mismo tal vez piense que cometió un pecado terrible. Tal vez así sea, pero no necesariamente. La verdadera razón es que muchos creyentes no saben cooperar con Dios ni cumplir lo que Dios exige para que el fluir corra sin detenerse. Esto obedece en gran parte a la ignorancia. Por lo tanto, el creyente inmediatamente debe orar, meditar, investigar y escudriñar. Debe esperar en Dios y pedir que el Espíritu le revele la razón por ese descenso. Usted debe estar lleno de vida, e indagar si no ha cumplido alguna de las condiciones para que la vida espiritual continúe fluyendo, para ver si eso hizo que la vida menguara.

No sólo debe reconocer que ha retrocedido (éste es un paso muy importante), sino que debe buscar con diligencia la razón del retroceso. Aunque las proposiciones de Satanás, así como las de los demás y las suyas propias no sean confiables, merecen ser examinadas porque algunas veces pueden ser la causa. Una vez que llegue a la raíz, inmediatamente debe eliminarla. No se imagine que la vida espiritual fluye espontáneamente. Si usted no erradica lo que obstruyó el fluir de vida, la corriente no se reanudará.

Tan pronto detectemos un retroceso espiritual, debemos descubrir la razón mediante la oración y la meditación. Debemos comprender los requisitos de la ley para que la vida de Dios fluya y repudiar todas las obras del enemigo. Si hacemos esto, la vida fluirá de nuevo y seremos fortalecidos y animados de nuevo, el espíritu será más poderoso que antes, y nos fortalecerá para que derribemos las fortalezas del enemigo.

LA FALTA DE RESPONSABILIDAD DEL ESPIRITU.

El espíritu humano es como la luz eléctrica. Cuando tiene contacto al Espíritu Santo, brilla; pero cuando pierde ese contacto, inmediatamente se oscurece. El espíritu del hombre es la lámpara del Señor (Proverbios. 20:27). La meta de Dios es llenar de luz el espíritu humano, pero algunas veces éste cae en tinieblas debido a que perdió su contacto con el Espíritu Santo. Si queremos saber si el espíritu del creyente se ha apartado del Espíritu Santo, sólo nos basta con ver si todavía tiene luz.

Dijimos que el Espíritu de Dios mora en el espíritu del hombre, y que éste coopera con el Espíritu Santo; pero cuando el espíritu pierde su condición normal, se aparta del Espíritu Santo y pierde su luz. Es muy importante que el creyente mantenga su espíritu sano para poder cooperar con el Espíritu Santo. Si es perturbado por circunstancias externas, inmediatamente pierde su utilidad, pues ya no puede cooperar con el Espíritu Santo y cae en tinieblas.

Las situaciones que mencionamos anteriormente son la causa de que el espíritu descuide la responsabilidad que tiene de cooperar con el Espíritu Santo, y una vez que esto sucede es imposible vencer la situación. Si al levantarse por la mañana, el creyente no siente su espíritu, el enemigo le hace pensar que como trabajó tanto la noche anterior, su cuerpo está cansado. Si el creyente no está alerta, permitirá que su espíritu no asuma su responsabilidad, pues sentirá que no tiene fuerzas para enfrentar las tentaciones del día ni para cumplir su labor diaria. El creyente debe ver inmediatamente que su cuerpo no debe afectar su espíritu y que éste debe estar lleno de vida y de fortaleza para controlar su cuerpo. Después de entender esto, debe confesar que su espíritu ha sido irresponsable en cuanto a su función y que está bajo el ataque del enemigo. En tales ocasiones, debe tratar de volverlo a su condición normal; de no ser así, fracasará cuando se relacionen con otros. Si en la mañana nuestro espíritu no lleva a cabo su función, no debemos permitir que esto continúe el resto del día, ya que es así como somos derrotados.

Después de que los creyentes se dan cuenta de que su espíritu no ha cumplido su función, inmediatamente deben rechazar todas las obras de Satanás, así como las causas que le dan pie para obrar. Si se trata de un ataque del enemigo, el espíritu será liberado una vez que ellos repudien el ataque, pero si hay alguna otra razón para ese ataque, será un indicio de que cedieron un terreno que el enemigo usa para atacarlo, y deben investigar las causas a fin de erradicar el problema. Esto por lo general se relaciona con el pasado de los creyentes. Deben examinar la forma en que el enemigo atacó su espíritu, y tener en cuenta las circunstancias, la familia, los parientes, los hijos y el trabajo; deben orar por todas estas cosas una por una y por cualquier otra que crean pertinente. Si al orar sienten que su espíritu es liberado, eso significa que identificaron la causa del ataque. Entonces deben proceder a eliminarla delante de Dios. Después de orar, serán librados, y su espíritu recobrará su función. Algunas veces la irresponsabilidad del espíritu se debe a que los creyentes permiten que su espíritu actúe solo y no lo controlan ni lo dirigen. “Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas” (1 Corintios. 14:32). Aquellos que “andan en pos de su propio espíritu” son “profetas insensatos” (Ezequiel. 13:3). Es muy importante tener esto presente. Si los creyentes no usan su voluntad para controlar su espíritu, impidiendo que su espíritu se vaya a extremos, o si no mantienen una cooperación entre su espíritu y el Espíritu Santo, su espíritu no llevará a cabo su función. Los creyentes deben saber que el espíritu humano puede perder el control. En Proverbios dice que hay “espíritus altivos” (16:18). Si el creyente no ejerce control sobre su espíritu haciendo que se sujete al Espíritu Santo, su espíritu podría actuar independientemente. El creyente debe estar alerta siempre y no permitir que su espíritu se desvíe del camino de Dios ni que pierda la quietud de su comunión con Dios; de lo contrario, no podrá cooperar con El.

Algunas veces, la negligencia del espíritu se debe a que se endurece. Dios necesita un espíritu tierno para expresar Su voluntad. Si el espíritu es altivo e inflexible, la obra del Espíritu Santo no puede ser llevada a cabo. Sólo un espíritu que cede puede hacer la voluntad del Espíritu Santo. El creyente debe tener un espíritu así (Exodo. 35:21), dispuesto a responder de inmediato a la voluntad del Espíritu Santo. El espíritu del creyente debe ser muy sensible para percibir la tierna voz del Espíritu Santo y responder inmediatamente. Si el espíritu ofrece la más leve resistencia, el creyente no podrá hacer la voluntad de Dios ni escuchar la voz del Espíritu Santo en su espíritu. De ahí que los creyentes necesitan un espíritu dócil y obedecer siempre al tierno sentir que éste indique. A esto se refiere el apóstol cuando dice: “No apaguéis el Espíritu”. (1 Tesalonicenses. 5:19). Los creyentes deben atender a la actividad, el sentir y el mover del espíritu. Al hacerlo, su espíritu será cada vez más sensible, y Dios les dará a conocer Su voluntad.

Si los creyentes desean andar según el espíritu, deben discernir cuando su espíritu sea negligente y no esté cooperando con el Espíritu Santo; además, deben determinar el motivo de esa negligencia. Deben velar para que su espíritu se mantenga en simplicidad y en quietud, a fin de tener comunión con Dios y oponerse a todas las distracciones del enemigo y de la vida del yo, lo cual impide una comunión apacible con Dios.

LA CONDICIÓN DEL ESPÍRITU.

En resumen, el creyente debe conocer las leyes del espíritu a fin de conducirse en conformidad con él. Si no está alerta ni coopera con Dios, caerá. Lo más importante de la ley del espíritu es examinar su condición. La idea central de la que hemos venido hablando es que necesitamos examinar la condición del espíritu.

El creyente debe conocer la condición de su propio espíritu y su condición normal, a fin de saber cuándo la pierde. El espíritu debe gobernar tanto el alma como el cuerpo del hombre; debe tomar la iniciativa, y debe ser la parte más poderosa de él. El creyente debe determinar si ésta es la condición de su espíritu o si perdió la normalidad debido a ataques del enemigo o a las circunstancias. Por lo general, el espíritu puede encontrarse en cuatro condiciones:

(1) El espíritu está oprimido y sufre un retroceso.

(2) El espíritu está en perfecta calma, es firme y mantiene su posición.

(3) El espíritu ha sido perturbado y forzado a una actividad excesiva.

(4) El espíritu se ha contaminado y ha perdido su normalidad (2 Corintios. 7:1) y, en consecuencia, va cediéndole terreno al pecado.

El creyente debe, por lo menos, conocer estas cuatro condiciones de su espíritu, y saber cómo afrontarlas. Muchas veces debido a su propio descuido o a los ataques del enemigo, el espíritu del creyente es dejado al margen y se deprime. Pierde su posición celestial, victoriosa y llena de luz y se vuelve frío, débil e inútil. Puede deprimirse debido a la tristeza o a centenares de razones, y perder el gozo y la posición que está por encima de las circunstancias. Cuando el espíritu está oprimido, se hunde por debajo de su nivel de normalidad.

Algunas veces cuando el espíritu pierde su posición normal y es estimulado más allá de ésta. El creyente puede entusiasmarse en su alma a tal grado que su espíritu es perturbado y pierde la quietud. Algunas veces el creyente obedece a su vigor natural hasta el punto en que su espíritu llega a ser un “espíritu desmesurado”. La risa incontrolable y otras razones pueden hacer que el espíritu se desenfrene y se exalte. Las luchas prolongadas en contra del enemigo también pueden producir una actividad excesiva del espíritu. Satanás puede hacer que durante la lucha o después, el espíritu del creyente se esfuerce tanto que ya no pueda detenerse ni mantener la compostura. Satanás puede dar a los creyentes cierta clase de gozo, o muchas otras sensaciones raras que hacen que su espíritu actúe más allá del control de su mente o de su voluntad. Cuando esto sucede, los creyentes pierden la capacidad de controlarse y fracasan.

Algunas veces, el espíritu no está en una condición ni muy elevada ni muy baja, pero está contaminado. Esta contaminación se manifiesta en una actitud obstinada y desobediente, o como orgullo y envidia, o también como una mezcla de actividades anímicas en el espíritu, tales como el amor, los sentimientos y los pensamientos naturales. Cuando el espíritu se contamina, tiene que ser purificado (2 Corintios. 7:1; y  1 Juan. 1:9).

Si el creyente desea andar conforme al espíritu, debe conocer la condición de su propio espíritu, ¿está en una condición pacífica y apropiada, o se encuentra demasiado elevado o demasiado bajo, o se ha contaminado? El creyente debe saber cómo elevar su espíritu oprimido a fin de que se halle al nivel que el Espíritu Santo necesita. Debe saber cómo usar su voluntad para detener la actividad excesiva de su espíritu para volverlo a su condición normal, y debe saber purificar su espíritu contaminado para que coopere de nuevo con Dios.