Watchman Nee Libro Book cap.22 El hombre espiritual

Watchman nee Libro Book cap.22 El hombre espiritual

LOS PELIGROS DE LA SENDA ESPIRITUAL

SEXTA SECCIÓN

CAPÍTULO UNO

LOS PELIGROS DE LA SENDA ESPIRITUAL

ANDAR CONFORME AL ESPÍRITU

En la vida cristiana no hay nada más crucial que andar continuamente conforme al espíritu, ya que esto mantiene al creyente en la debida condición espiritual, lo libra del poder de la carne, lo hace apto para cumplir la voluntad de Dios y lo libra de los ataques de Satanás. Una vez que conocemos la función del espíritu, es muy importante que de inmediato empecemos a andar según el espíritu. Esto es algo que debemos hacer minuto a minuto, y que por ningún motivo debemos descuidar. Debemos tener cuidado con el peligro de recibir las enseñanzas del Espíritu Santo sin obedecer lo que El nos indica. Esta es la experiencia de muchos y es la razón de su fracaso. Recibir las enseñanzas solas no es suficiente; hemos de obedecerlas. Nunca debemos estar satisfechos con el conocimiento espiritual; debemos anhelar conducirnos de acuerdo con el espíritu. A menudo escuchamos acerca de “el camino de la cruz” pero, ¿qué es realmente este camino? No es otra cosa que andar conforme al espíritu, ya que para hacerlo, nuestra voluntad, nuestro amor y nuestros pensamientos deben ser clavados en la cruz y deben morir. Para obedecer la intuición y la revelación del espíritu se requiere que diariamente experimentemos la cruz.

Quizá los creyentes espirituales hayan experimentado algo de las funciones del espíritu, como lo mencionamos anteriormente, pero sus experiencias no perduran; son esporádicas debido a que aún no entienden claramente todas las funciones y las leyes de su espíritu y, por ende, no andan permanentemente conforme al espíritu. Al escuchar esta verdad, aunque sus experiencias pueden atestiguar que es cierta, lamentablemente sus experiencias no perduran. Si su intuición tuviera el debido crecimiento, andarían constantemente según el espíritu y no serían afectados por el mundo exterior. (Nota: todo lo que está fuera del espíritu constituye el mundo exterior.) Muchos creyentes, debido a que no conocen la ley del espíritu, piensan que la vida según el espíritu es fluctuante y sin reglas, y difícil de practicar. Muchos se han propuesto cumplir la voluntad de Dios y obedecer la dirección que el Espíritu Santo revela a su espíritu, pero no se atreven a avanzar porque no tienen confianza en la intuición; aún no han aprendido a captar el sentir de la intuición ni disciernen sus movimientos; no saben si deben actuar o detenerse; tampoco saben cuál es la condición normal del espíritu y, como resultado, éste no puede dirigirlos constantemente.

Por no mantener el espíritu en la debida condición, lo privan de su poder para operar. Algunas veces la intuición les revela algo, pero no saben por qué les dijo aquello en ese preciso momento. Tampoco entienden por qué no reciben revelación si ellos diligentemente la han buscado. Desconocen por completo el motivo de su fracaso.

La verdad es que reciben revelación por medio de su espíritu porque algunas veces sin darse cuenta andan conforme a la ley del espíritu; pero otras veces no obtienen ninguna revelación porque su búsqueda no concuerda con la ley del espíritu. Si pudieran andar constantemente según la ley del espíritu, siempre serían guiados por éste, pero la desconocen. Si deseamos tener revelaciones en el espíritu, conocer la voluntad de Dios y hacer lo que le agrada, no podemos darnos el lujo de dejar al margen sus leyes. Los sentimientos del espíritu tienen mucho significado; para poder cumplir sus requerimientos y andar continuamente de acuerdo con él, debemos aprender a conocerlos. Es indispensable entender la ley del espíritu para andar conforme al espíritu.

Muchos creyentes piensan que la obra esporádica del Espíritu Santo en su espíritu es la experiencia más sublime de su vida; así que, por ser algo tan especial que sólo puede suceder unas pocas veces durante su vida, no esperan que ésa sea su experiencia diaria. Si obedecieran al espíritu de acuerdo con la ley del mismo, su vida estaría en otra esfera. Sin embargo, consideran las experiencias espirituales como extraordinarias e imposibles de mantener, sin darse cuenta de que las experiencias espirituales deben ser sus experiencias diarias y comunes. Lo extraño debería ser no tener estas experiencias y vivir en tinieblas.

A veces recibimos cierto pensamiento; si sabemos discernirlo, podremos determinar si proviene de nuestro espíritu o del alma. Algunos pensamientos arden en el espíritu, pero algunos son simplemente ansiedades en el alma. Los creyentes deben aprender a diferenciarlos. Después de sopesarlos, el creyente puede discernir fácilmente lo que es espiritual y lo que es anímico. El creyente debe saber siempre cuál parte de su ser está actuando. Cuando piensa, siente o labora, debe reconocer el origen de su pensamiento, de su sentir y del poder que emplea. De esta manera, dependiendo de si la fuente es el espíritu o el alma, puede obedecer el sentir o abstenerse de obrar, según sea el caso.

Sabemos que con nuestra alma estamos conscientes de nosotros mismos; por eso examinarse a uno mismo y centrarse en uno mismo es algo del alma y es peligroso. ¿Por qué? Porque esto hace que el creyente constantemente se detenga en él mismo y desarrolle la vida del yo. La exaltación de uno mismo proviene, por lo general, de centrarse en uno; no obstante existe un tipo de examen personal que provee el conocimiento que es indispensable para recorrer la senda espiritual y que nos hace aptos para que verdaderamente sepamos cuál es nuestra condición y cómo nos estamos conduciendo. El peligro de estar consciente de uno mismo incluye los pensamientos de vanagloria o de desánimo que se derivan de estancarse en los éxitos o en los fracasos. El examen personal que es provechoso es aquel cuyas consideraciones sólo tienen como fin determinar el origen de los pensamientos, los sentimientos y las preferencias. Dios desea que no vivamos conscientes de nosotros mismos, pero eso no significa que debemos ser personas que no se dan cuenta de lo que son. Tenemos que dejar de centrarnos excesivamente en nosotros mismos, pero al mismo tiempo debemos conocer, por el Espíritu Santo, lo que sucede en nuestro ser; por eso debemos observar cuidadosamente las actividades del yo.

Muchos creyentes, aunque son regenerados, no parecen darse cuenta de que poseen espíritu. No es que no lo tengan, sino que no lo perciben. Tal vez tengan el sentir del espíritu, pero no saben de dónde proviene. Todo creyente genuino, nacido de nuevo, sabe que la verdadera vida que debe experimentar es la vida de su espíritu. Si está dispuesto a aprender, sabrá cual es verdaderamente el sentir de su espíritu. Una cosa es cierta: el alma puede ser afectada por el mundo exterior, pero no el espíritu. Por ejemplo, al ver una escena hermosa, disfrutar de la serenidad de la naturaleza, escuchar música melodiosa o al tocar las cosas que nos rodean, el alma es conmovida, lo cual suscita en ella algún sentimiento. Pero eso no sucede con el espíritu. Si el espíritu del creyente está lleno del poder del Espíritu Santo, es independiente del alma. A diferencia del alma, la cual depende de las influencias externas en sus actividades, el espíritu actúa por iniciativa propia; a eso se debe que puede operar en cualquier circunstancia. De ahí que, el creyente espiritual continúa trabajando sin importar si su alma tiene deseo de hacerlo ni si su cuerpo no tiene fuerza, porque él vive continuamente de acuerdo con la actividad de su espíritu.

Desde el punto de vista práctico, el sentir del alma y el de la intuición del espíritu son bastante diferentes. Sin embargo, ocasionalmente el sentir del alma es muy parecido al de la intuición del espíritu. Algunas veces son casi idénticos, y es difícil distinguirlos. Aunque no es muy común, sucede. Es tanta su similitud que su diferencia no es mayor que el espesor de un cabello. Si el creyente actúa precipitadamente, es difícil que pueda escapar del engaño, pero si espera pacientemente y discierne el origen de su sentir, el Espíritu Santo, a Su tiempo, le revelará la verdad. Si deseamos andar de acuerdo con el espíritu, no debemos actuar apresuradamente.

Los creyentes anímicos, en su mayoría, tienen ciertas inclinaciones. Por lo general, tienden o a ser regidos por sus emociones o por sus pensamientos. Cuando desean ser espirituales y andar según el espíritu, con frecuencia caen en la trampa de actuar en la dirección opuesta a la que suelen. Es decir, el creyente emotivo pensará que su razonamiento frío es la dirección de su espíritu. Al comprender lo anímica que era su vida de emociones, confunde ser racional con ser espiritual. El creyente analítico creerá que sus emociones son la guía del espíritu; puesto que sabe que la clase de vida fría e intelectual es anímica, pensará que hacer lo contrario, es decir, ser emotivo, equivale a ser espiritual. No se dan cuenta de que sólo intercambiaron la posición de los sentimientos y la razón, pero siguen siendo tan anímicos como antes. Debemos recordar la función del espíritu. Es decir, andar conforme al espíritu equivale a andar conforme a la intuición, porque el conocimiento espiritual, la comunión y la conciencia se experimentan por medio de la intuición. El Espíritu Santo emplea la intuición para guiar al creyente, el cual no tiene que imaginarse qué es lo espiritual; basta con obedecer a la intuición. Si desea obedecer al Espíritu Santo, debe conocer Su voluntad en la intuición.

Algunos buscan desesperadamente los dones del Espíritu Santo. Muchas veces su búsqueda espiritual es su búsqueda de felicidad; el yo está detrás de ella. Sienten que el Espíritu Santo desciende sobre ellos, sus cuerpos son poseídos por un poder externo o por una ola de calor desde la cabeza hasta los pies, y se imaginan que recibieron el bautismo del Espíritu Santo. Sin duda, el Espíritu Santo puede permitir que alguien lo perciba con sus emociones, pero es muy peligroso buscarlo en las emociones, ya que esto no sólo estimula la vida del alma, sino que se presta a los engaños de Satanás. A los ojos de Dios, lo que tiene valor no es que sintamos Su presencia ni que lo amemos con nuestras emociones, sino que obedezcamos al Espíritu Santo en nuestra intuición y que vivamos según lo que El nos revela en nuestro espíritu. A menudo vemos que alguien que ha sido “bautizado por el Espíritu Santo” sigue viviendo en conformidad con la vida natural y no con el espíritu; no posee agudeza en su intuición para discernir el mundo espiritual. Eso nos muestra que sólo tiene valor la comunión con el Señor en la intuición, y no en las emociones.

Después de leer acerca de las funciones del espíritu que menciona la Biblia, nos damos cuenta de que el espíritu puede ser tan apasionado como la emoción y tan frío como la razón. Sólo los creyentes maduros pueden conocer la diferencia entre lo que es del espíritu y lo que es del alma. Si el creyente no procura conocer a Dios mediante la intuición ni trata de andar de acuerdo con ella, y simplemente especula en su mente o, peor aún, trata de ser motivado por el Espíritu Santo, eso significa que todavía anda según la carne y sume su vida espiritual en una condición de muerte.

Al observar la conducta de Pablo, vemos la importancia de andar conforme a la intuición del espíritu. El dijo: “Pero cuando agradó a Dios … revelar a Su Hijo en mí, para que yo le anunciase como evangelio entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco” (Gálatas. 1:15 al 17). La revelación procede del espíritu. Cuando el apóstol Juan fue inspirado a escribir el libro de Apocalipsis, recibió la revelación en el espíritu (Apocalipsis. 1:10). Las Escrituras testifican al unísono que la revelación ocurre en el espíritu del creyente.

El apóstol dijo que después de recibir la revelación en su espíritu, conoció al Señor Jesús y supo que Dios lo enviaba a los gentiles. El obedeció la dirección del espíritu, y no lo consultó con carne y sangre; no necesitó opiniones ni ideas ni argumentos de hombres, ni fue a Jerusalén para ver a los que tenían “más experiencia” para escuchar su punto de vista; simplemente obedeció el dictado de su espíritu. Una vez que recibió las revelaciones de Dios en su intuición y supo cuál era Su voluntad, no procuró encontrar otra evidencia. Consideró que la revelación en su espíritu era suficiente para guiarlo, pese a que salir a predicar al Señor Jesús no tenía precedente en aquellos días. De acuerdo con el alma de los hombres, cuanto más analicemos algo y cuanto más opiniones oigamos al respecto, especialmente de quienes tienen más experiencia en la predicación del evangelio, mejor. No obstante, Pablo sólo obedeció al espíritu y no se preocupó por lo que pensaran los demás, ni siquiera se interesó en la opinión de los apóstoles más espirituales.

Del mismo modo, nosotros debemos seguir la guía directa del Señor en nuestro espíritu en vez de las palabras de las personas espirituales. ¿Significa esto que las palabras de los hermanos espirituales son inútiles? No, de hecho, son de gran provecho para nosotros; sus recomendaciones y enseñanzas proporcionan mucha ayuda, pero en toda circunstancia debemos ver si sus palabras provienen de Dios, y aun si provienen de El, necesitamos las instrucciones personales de parte del Señor. Cuando no estamos seguros si nuestro sentir es una revelación del espíritu, las enseñanzas de los que han tenido experiencias profundas en el Señor son muy útiles. Pero si tenemos la certeza de que la revelación proviene de Dios, como sucedió con Pablo, no necesitamos confirmar con los apóstoles, aun si estuvieran presentes ahora.

Si leemos el contexto, veremos que el apóstol juzgaba importante haber recibido el evangelio mediante una revelación sin que le hubiese sido enseñado por los otros apóstoles. Este es un punto crucial. El evangelio que predicamos no debe provenir de lo que escuchamos decir a cierto hombre, ni de lo que leímos en un libro, ni de algún ejercicio mental. Si nuestro evangelio no nos fue dado por Dios, no tiene valor espiritual. Los creyentes jóvenes de hoy hacen énfasis en aprender de un maestro, y los más avanzados espiritualmente hablan de la necesidad de impartir las verdades a la siguiente generación. No saben que todo eso carece de valor espiritual. Lo que creemos, lo que predicamos y lo que tenemos no es nada si no lo recibimos por revelación. El creyente puede aceptar pensamientos maravillosos de la mente de otra persona; sin embargo, su espíritu permanece pobre y vacío. Por supuesto que no esperamos recibir un evangelio nuevo, ni menospreciamos las palabras de otros siervos de Dios, ya que la Biblia declara que no debemos menospreciar las profecías. Sin embargo, debemos tener presente que la revelación es absolutamente indispensable.

Sin revelación, todo lo que se diga será en vano. Debemos recibir la revelación de la verdad de Dios en nuestro espíritu, pues así nuestra predicación tendrá resultados con valor espiritual. De no ser así, lo que comuniquemos será inútil. Para el obrero de Cristo la revelación en el espíritu debe ocupar la posición más elevada. Este es el primer requisito de todo obrero. Sólo de esta manera podemos llevar a cabo una obra espiritual y obedecer al espíritu. ¡Hoy día muchos obreros confían en su intelecto y en su mente! Aun los creyentes que tienen la fe más pura reciben a veces las verdades con su mente, pero todo ello no es más que obras muertas. Debemos preguntarnos si nuestra predicación proviene de la revelación de Dios o de los hombres.

LOS ATAQUES DE SATANÁS.

Ya que es tan crucial nuestro espíritu, el órgano con el cual se establece la comunión entre el Espíritu Santo y nosotros, no es de extrañar que Satanás aborrezca que los creyentes conozcan las funciones del espíritu y que anden de acuerdo con él. Su meta es que los creyentes vivan en su alma y que “apaguen el Espíritu”. Hace que sus cuerpos se llenen de sentimientos extraños y que sus mentes estén llenas de pensamientos errantes. De este modo, confunde los sentidos espirituales de los creyentes para que no puedan distinguir lo que verdaderamente es del espíritu y lo que es del alma. El sabe que para que el creyente sea victorioso, es algo esencial determinar los sentidos del espíritu. (¡Qué pena que muchos creyentes no saben esto!) Así que, Satanás hace lo posible por atacar el espíritu del creyente.

Satanás no sólo utiliza los sentimientos y pensamientos para que los creyentes vivan por el alma y no anden por el espíritu, sino que además trae muchos otros engaños. Si puede lograr que el creyente viva en su hombre exterior por medio de sus sentimientos o sus pensamientos, avanza un paso más y se disfraza, haciéndole creer que es el espíritu dentro de él. Esto lo logra obteniendo una posición dentro del creyente y fabricando sensaciones, las cuales, si no son rechazadas por el creyente, ganan terreno dentro de él y en poco tiempo vencen la función del espíritu o entorpecen su sentir. Si el creyente ignora las tácticas del enemigo, éste anulará la función de su espíritu, y el creyente acatará sus sentimientos fraudulentos creyendo que está siguiendo al espíritu. Cuando el sentir del espíritu cesa, y Satanás sigue adelante con su engaño, el creyente cree que Dios lo guía por medio de su mente renovada; debido al error de no usar su espíritu, la obra de Satanás permanece encubierta. Una vez que el espíritu deja de funcionar, ya no puede colaborar con el Espíritu Santo, y nuestra relación con Dios se interrumpe. Cuando el creyente obedece a los sentimientos y a los pensamientos provenientes de un espíritu engañador, anda según la carne y al alma, y ya no experimenta una vida espiritual genuina.

Si el creyente sigue ignorando todo esto, Satanás lo atacará con más intensidad. Tal vez haga que el creyente deje de sentir la presencia de Dios, pero le dirá que no la necesita, ya que vive por fe; o tal vez haga que se angustie sin razón, diciéndole que está sufriendo con Cristo en el espíritu. Satanás engaña al creyente valiéndose de un espíritu falso para que haga su voluntad. Estas experiencias son comunes entre los creyentes espirituales que no velan constantemente.

El creyente espiritual debe poseer conocimiento espiritual para que su conducta y sus obras se rijan por su razonamiento espiritual. No debe actuar de acuerdo con impulsos, ni ansiedad ni ideas que se le ocurren, y tampoco debe apresurarse; todo lo que haga debe hacerlo después de tener la certeza de que aquello proviene de Dios, basándose en lo que observen sus ojos espirituales y en lo que perciba su intuición. No se debe hacer nada que provenga de un impulso, de un sentimiento ni de un capricho. Toda decisión debe ser analizada cuidadosa y tranquilamente antes de ser llevada a cabo.

Al vivir según el espíritu es crucial escudriñar y comprobar. En la vida espiritual, el creyente no debe pasar sus días en ignorancia. Todo lo que le sucede, ya sean pensamientos o sentimientos (alegres o tristes), deben ser escudriñados exhaustivamente a fin de determinar su origen: Dios, Satanás o el yo. Al creyente le agrada, por naturaleza, tomar la vida de la forma más fácil posible. Todo lo que enfrenta durante el día es tratado de una manera ligera; muchas veces acepta lo que sugiere el enemigo sin investigarlo, pero la Biblia nos manda que “sometamos todo a prueba” (1 Tesalonicenses. 5:21). El poder y las características de un creyente espiritual vienen de “interpretar lo espiritual con palabras espirituales” (1 Corintios. 2:13). En el idioma original interpretar significa “comparar”, “probar”, “confrontar” y “juzgar”. Todos los creyentes espirituales tienen este poder a su alcance. El Espíritu Santo se lo da para que no permitan que lo que les suceda pase de largo sin ser probado. De lo contrario, es muy fácil caer en el engaño del espíritu maligno.

LA ACUSACIÓN DE SATANÁS.

Satanás tiene otra manera de atacar al creyente que sigue diligentemente la voz de la intuición que oye en el espíritu. Acusar al creyente como si fuera su conciencia. El creyente, tratando de mantener una conciencia sin manchas, acepta estas acusaciones y trata de eliminar las cosas que ella censura. El enemigo aprovecha este deseo para acusarlo, haciéndole creer que la reprensión proviene de su conciencia y hace que pierda la paz y se preocupe, tratando de resolver esos problemas, a tal grado que se desanime y no siga adelante.

Los creyentes espirituales deben saber que Satanás no sólo nos acusa delante de Dios, sino también en nuestro interior. Estas acusaciones perturban al creyente haciéndole pensar que cayó y que merece ser castigado. Satanás sabe que los creyentes deben ser osados a fin de progresar en su sendero espiritual, así que finge ser la conciencia para acusarlos y les hace creer que pecaron a fin de que pierdan su comunión con Dios. La dificultad de los creyentes yace en que no saben diferenciar entre la acusación del maligno y la voz de la conciencia. En muchas ocasiones, temen confundir la reprensión de la conciencia con la acusación del maligno, pues podrían desobedecer a Dios. Pero si descuidan la voz interior, ésta se intensificará hasta volverse intolerable; así que los creyentes espirituales no sólo deben estar dispuestos a obedecer la reprensión de la conciencia, sino que además deben discernir las acusaciones del maligno.

Algunas veces, las acusaciones del maligno se relacionan con algún pecado que cometimos, pero otras, el creyente no ha pecado, y aun así, el maligno le hace sentir pecaminoso. Si el creyente cometió un pecado, puede confesarlo inmediatamente delante de Dios y pedir que la preciosa sangre de Cristo lo limpie (1 Juan. 1:9). Si la acusación continúa, ésa debe ser la voz del maligno.

El creyente puede saber si verdaderamente cayó y si es su conciencia la que lo reprende o si está siendo acusado por el maligno, preguntándose si aborrece sinceramente su pecado. Antes de que decida si es la conciencia o el maligno es muy importante que se haga esta pregunta: “Si verdaderamente estoy equivocado en esto, ¿estoy dispuesto a ponerle fin y a confesar mi pecado?” Si en realidad desea hacer la voluntad de Dios y aborrece pecar, entonces antes de ceder ante la acusación puede estar tranquilo ya que no ha desobedecido deliberadamente a Dios. Habiendo decidido seguir la voluntad de Dios, debe examinar si verdaderamente ha cometido ese pecado o no. Debe saber con certeza si ha pecado o no, porque el maligno nos acusa de muchas cosas absurdas. Si hizo algo, debe examinar, basándose en la Biblia y en lo que le dice la intuición, si de hecho cometió un pecado. Sólo entonces debe confesar su pecado a Dios. De no ser así, aunque no haya pecado, Satanás hará que sufra como si lo hubiera hecho.

El maligno proporciona toda clase de sentimientos al hombre. Hace que se sienta gozoso o triste, que sienta que todo está bien o que cometió el peor de los errores. Si el creyente se siente bien, eso no significa que ése sea el caso. Muchas veces, cuando le parece que todo está bien, está totalmente equivocado. Por otra parte, cuando siente que está mal, tal vez no sea así, y quizá se sienta mal por algo que en realidad no es un error. Independientemente de cómo se sienta, debe tener la certeza de lo que es verdad y lo que no es, a fin de que pueda determinar si pecó o no. El creyente debe adoptar una actitud neutral frente a las acusaciones. Antes de actuar debe determinar el origen de la acusación, y si sabe con certeza si es un reproche del Espíritu Santo o la acusación del maligno, debe esperar pacientemente y sin ansiedad hasta tener una evidencia. Si ello proviene del Espíritu Santo y el creyente está dispuesto sinceramente a asumir la responsabilidad de ese acto, la lentitud para responder no se debe a su rebelión, sino a su incertidumbre. El creyente debe rechazar la confesión de pecados provocada por poderes externos, ya que el enemigo a menudo utiliza esta estrategia.

En resumen, la condenación que proviene del Espíritu Santo nos santifica; pero cuando Satanás nos acusa, su fin es que nos acusemos a nosotros mismos. Su intención es hacernos sufrir, y además, si el creyente espiritual desde el principio acepta sus acusaciones, también le puede crear un falso sentimiento de paz para que no se arrepienta de pecados que haya cometido. Este es el peor de los daños. Cuando se trata de la reprensión de la conciencia, todo queda arreglado después de la confesión y de la aplicación de la sangre preciosa del Señor, pero la acusación del enemigo no cesa después de haber confesado el asunto que provocó la acusación. La censura de la conciencia nos guía a la sangre preciosa de Cristo, pero la acusación del maligno nos lleva al desánimo y a la desesperación. Lo que Satanás pretende con sus acusaciones es hacernos pecar al pensar que como no podemos ser perfectos, y que, por consiguiente, debemos permitir que las cosas sigan su curso.

Algunas veces la acusación de Satanás se suma a la reprensión de la conciencia. El pecado está presente, y no sólo la conciencia lo condena, sino que el maligno también nos acusa. Así que, después de que el creyente obedece la voluntad del Espíritu Santo, la voz acusadora no cesa. Es crucial que el creyente tome la determinación de separarse completamente del pecado, sin dar oportunidad a que el maligno lo acuse. Debemos aprender a discernir entre la reprensión del Espíritu Santo y la acusación del maligno, sabiendo cuándo nos hallamos frente a la acusación del maligno y cuándo se trata de la voz de la conciencia juntamente con la acusación del maligno. No importa cuál sea el pecado, si es realmente un pecado, después de rechazarlo y ser limpiados por la sangre preciosa de Cristo, la reprensión del Espíritu Santo cesa.

OTROS PELIGROS.

Al andar de acuerdo con el espíritu, los creyentes espirituales deben darse cuenta de que además de los engaños de Satanás y sus ataques, existen otros peligros. Muchas veces nuestra alma por cuenta propia (sin la ayuda de los engaños del maligno) fabrica sentimientos que nos inducen a actuar. El creyente debe recordar que el cuerpo y el alma, así como el espíritu tienen sus propios sentimientos; o sea que no todos los sentimientos provienen del espíritu. Por lo tanto, es extremadamente importante no caer en el error de pensar que los sentimientos del alma o del cuerpo pertenecen a la intuición del espíritu. En la experiencia diaria, el creyente debe saber lo que procede de la intuición y lo que no. Es fácil que el creyente, al saber lo importante que es obedecer la intuición, caiga en el error al olvidarse de que las otras partes de su ser también tienen sentimientos. No es tan difícil llevar una vida espiritual genuina como muchos piensan; de hecho, es sencillo. Sin embargo, tampoco es tan fácil como algunos creen, ya que tiene sus complejidades.

Existen dos problemas: en primer lugar, confundimos algunos sentimientos con la intuición del espíritu; y segundo, interpretamos equívocamente el significado de la intuición. En nuestra vida diaria a menudo nos encontramos con estas dificultades. Las enseñanzas de la Biblia son cruciales(no me refiero a los versículos obtenidos al azar). Para determinar si nuestro sentir y nuestras intenciones provienen del Espíritu Santo, necesitamos ver si concuerdan con la Biblia. Es imposible que el Espíritu Santo inspire a los profetas a escribir las Escrituras de una manera, y que actúe en nosotros de otra. Es imposible que lo que el Espíritu Santo les prohibió a otros nos lo permita a nosotros. La intuición, la cual está en nuestro espíritu, debe confirmarse con lo que enseña la Biblia. Es un error no tener en cuenta lo que ésta dice para seguir la intuición exclusivamente. La revelación del Espíritu Santo experimentada en nuestro espíritu coincide perfectamente con lo que el Espíritu Santo revela en la Biblia.

A nuestra carne le agrada ejercer su poder en todas partes; así que debemos vigilar su presencia aun cuando estemos obedeciendo las enseñanzas de la Biblia. Como sabemos que ésta revela la intención del Espíritu Santo, pensamos que si la obedecemos al pie de la letra, sin duda estaremos de acuerdo con el deseo del Espíritu Santo, pero ¡ese no es el caso! Muchas veces el creyente puede usar su habilidad mental para estudiar doctrinas bíblicas y, habiéndolas entendido, decide conducirse de acuerdo con ellas. En esa situación, corre el peligro de comprender algo y de llevarlo a cabo valiéndose del poder de la carne. Aunque lo que comprendió y lo que llevó a cabo estaban en completa armonía con la Biblia, no confió en el Espíritu Santo, sino que actuó en la esfera de la carne. Lo que captamos en nuestro espíritu con respecto a la intención del Espíritu Santo lo debemos comprobar por la Biblia, pero además lo que entendemos en las Escrituras lo debe obedecer por medio de nuestro espíritu. Debemos darnos cuenta de que hasta en la obediencia a la Biblia, la carne quiere tener la prioridad. El espíritu no sólo tiene la intuición sino también el poder. Si las doctrinas que entendemos en nuestra mente no se llevan a cabo mediante el poder del espíritu, no tienen valor alguno.

Veamos otro aspecto que requiere nuestra atención. Hay un gran peligro en vivir demasiado por nuestro espíritu o en andar exageradamente en nuestro espíritu. Aunque la Biblia da mucha importancia al espíritu del creyente, podemos caer en el peligro de irnos a los extremos. El espíritu del creyente es importante porque en él mora el Espíritu Santo. Vivimos y andamos de acuerdo con el espíritu porque en él mora el Espíritu Santo, quien nos hace conocer Su voluntad a través de él. La guía y la restricción que recibimos son la guía y la restricción del Espíritu Santo. Debido a que el Espíritu Santo se mueve por medio de nuestro espíritu, cuando prestamos demasiada atención a ello, también prestamos una atención excesiva a nuestro espíritu, el órgano que El usa. Pero existe el peligro de que, habiendo entendido la obra y la función del espíritu humano, confiemos sólo en él y nos olvidemos que es sólo un servidor del Espíritu Santo. Al que buscamos de una manera directa para que nos guíe a toda verdad es al Espíritu Santo, no a nuestro espíritu. Debemos darnos cuenta que el espíritu humano separado del Espíritu Santo es tan inútil como las demás partes de nuestro ser. Nunca debemos invertir la posición del espíritu humano con la del Espíritu Santo. Hablamos en detalle del espíritu humano porque los creyentes desconocen considerablemente sus funciones, pero esto no significa que la posición del Espíritu Santo en el hombre sea inferior que la del espíritu humano. Para saber cómo obedecer y exaltar al Espíritu Santo, necesitamos entender el espíritu humano.

Esto se relaciona estrechamente con ser guiados por el Espíritu Santo. Desde el principio, el Espíritu Santo nos fue impartido por causa del Cuerpo de Cristo. El Espíritu Santo mora en el creyente debido a que mora en el Cuerpo de Cristo, y cada creyente es un miembro del Cuerpo. La obra del Espíritu Santo tiene un carácter corporativo (1 Corintios. 12:12). El guía a los individuos porque guía a todo el Cuerpo. Las acciones de un miembro afectan a todo el Cuerpo; así que la dirección que el Espíritu Santo da al individuo en su espíritu también se 

relaciona con otros miembros. La guía espiritual es la guía del Cuerpo. Así que aunque individualmente seamos guiados en nuestro espíritu, debemos buscar el asentimiento, la confirmación y la solidaridad del espíritu de otros “dos o tres” miembros. En la obra espiritual esto nunca debe descuidarse. Muchos de nuestros errores, pleitos, odios, divisiones, agravios y dolores se deben a que los creyentes (con buenas intenciones) sólo actúan de acuerdo con su propio espíritu. Todo creyente que sigue su espíritu puede comprobar, por su relación con el Cuerpo espiritual, si es guiado por el Espíritu Santo. Nuestra obra, nuestras acciones, nuestra fe y la enseñanza que recibimos deben ser regidos por nuestra relación con los demás miembros.

En su último viaje a Jerusalén, el apóstol Pablo cayó en este error. Dios permitió que Su apóstol por excelencia errara, con el fin de enseñarnos. En el error de Pablo, Dios tuvo misericordia para cubrirlo. Sólo mediante ese error pudo testificar en Roma y tuvo tiempo para escribir varias epístolas. El sentir de Pablo era que “ligado en espíritu” iba a Jerusalén (Hechos. 20:22), pero la Biblia dice que los discípulos de Tiro, movidos por el Espíritu Santo, le dijeron que no fuera allí (Hechos. 21:4). Aunque sabemos que Dios tuvo misericordia para cubrir a este apóstol en su equivocación, debemos ver el principio de Dios al guiarnos; es decir, Dios guía al creyente individualmente, pero lo guía dentro de la realidad de un Cuerpo. El creyente espiritual debe saber cuándo ir solo, sin importar el consejo de los demás, y cuándo escuchar a sus hermanos.

En síntesis, hay muchos tropiezos a lo largo de la senda espiritual. Debemos saber que un pequeño descuido puede derrotarnos y que no podemos tomar atajos. Un poco de conocimiento no nos garantiza nada; por el contrario, todo debe ser experimentado personalmente. Los que nos han precedido sólo pueden advertirnos de los riesgos que tenemos por delante para que no caigamos. No existen métodos que nos puedan ayudar a evitar ciertas experiencias de nuestro sendero espiritual. Sin embargo, los que son fieles al seguir al Señor tendrán menos fracasos innecesarios.