Watchman Nee Libro Book cap.20 Los hechos, la fe y nuestra experiencia
LOS DOS ASPECTOS DE LA VERDAD
CAPÍTULO VEINTE
LOS DOS ASPECTOS DE LA VERDAD: EL SUBJETIVO Y EL OBJETIVO
Lectura bíblica: Jn. 3:16; 14:16; 15:4-5; 14:17; 6:47; 4:14; 1 Jn. 2:8; Fil. 1:20-21; 1 Co. 1:30; Col. 1:27
Con cierta frecuencia hemos tratado el tema de las verdades subjetivas y las verdades objetivas. En realidad, todas las verdades contenidas en el Nuevo Testamento se clasifican en estas dos categorías, y algo similar sucede con las verdades del Antiguo Testamento. A fin de que entendamos claramente este asunto, quisiera explicar primero el sentido que aquí le doy a las palabras objetivo y subjetivo. En el idioma chino, la palabra objetivo literalmente significa “desde el punto de vista del visitante” y la palabra subjetivo significa “desde el punto de vista del anfitrión”. Así pues, ser objetivos es simplemente ver las cosas desde la posición de visitante o desde afuera; mientras que ser subjetivos es observar las cosas desde la posición de anfitrión o desde adentro. Ver las cosas desde afuera es ser objetivos, y observar las cosas desde adentro, es ser subjetivos. Todo lo que ocurre en los demás, es algo objetivo; y todo lo que ocurre en mí, es algo subjetivo. Todas aquellas verdades que no están en mí, es decir, que aún no he experimentado, son verdades objetivas; mientras que todas aquellas verdades que están dentro de mí, es decir, que experimento subjetivamente, son verdades subjetivas. Todas las verdades que están fuera de mí, son verdades objetivas para mí; siguen siendo verdades, aun cuando están fuera de mí. Pero aquello que experimentamos en nuestro interior es subjetivo para nosotros, y también constituye una verdad. La Biblia le da la misma importancia a ambos aspectos de la verdad. Ahora quisiera darles algunos ejemplos.
Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito…”. Y Juan 14:16 dice: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador…”. Es lamentable que muchos de los que recitan Juan 3:16 con tanto ánimo, no puedan recitar Juan 14:16, pues, en realidad, estos dos versículos son igual de valiosos. En ellos vemos que Dios realiza dos “entregas”. Según Juan 3:16, Dios nos dio a Su Hijo, y de acuerdo con Juan 14:16, El nos dio el Espíritu Santo. Dios dio Su Hijo a los pecadores y dio el Espíritu Santo a aquellos que creen en Su Hijo. Dios dio Su Hijo al mundo para que éste fuera salvo por medio de El, y dio el Espíritu Santo a aquellos que creen en Su Hijo a fin de que ellos fuesen fortalecidos para vencer. Una cosa es dar el Hijo, y otra, dar el Espíritu Santo. Todo lo que fue realizado por el Hijo, es una verdad objetiva para nosotros; y todo cuanto es realizado en nosotros mediante la operación del Espíritu Santo, constituye una verdad subjetiva para nosotros, una verdad que experimentamos subjetivamente. Cuando el Señor fue crucificado en la cruz, nosotros fuimos crucificados juntamente con El; ésta es una realidad objetiva para nosotros. Si escudriñamos dentro de nosotros mismos procurando descubrir si en realidad hemos muerto, ciertamente no sentiremos haber muerto. Asimismo, si le predicamos el evangelio a un pecador, diciéndole que es un pecador y que Cristo murió por él, tal persona, ¿podrá percatarse de que ha muerto con Cristo? No hay nada que esté en Cristo que sea subjetivo para nosotros. Todo lo que está en Cristo es objetivo para nosotros, y todo lo que el Espíritu Santo realiza en nuestro ser es subjetivo para nosotros. El Espíritu Santo no opera sobre Sí mismo, sino que toda la obra del Espíritu Santo se realiza en nuestro interior. Lo que Cristo ha realizado está en El mismo, y lo que el Espíritu Santo realiza tiene lugar en nosotros. Siempre y cuando una obra haya sido realizada en Cristo, es objetiva para nosotros; y siempre que algo sea llevado a cabo por el Espíritu Santo, se trata de algo subjetivo para nosotros. Recordemos esto: lo que es objetivo para nosotros está en Cristo, y lo que experimentamos subjetivamente se realiza en nuestro interior.
En Juan 15:4, el Señor repite: “Permaneced en Mí” y “permanecéis en Mí”. ¿Qué es permanecer en El ? Simplemente se refiere a permanecer en el Señor. Permanecer en el Señor es algo objetivo para nosotros. Primero tenemos que asirnos de este aspecto objetivo antes de que la frase “Yo [permanezco] en vosotros” se convierta en nuestra experiencia, pues esta frase se refiere al aspecto subjetivo de dicha realidad. No olvidemos que las palabras: “…Yo [permanezco] en vosotros”, están precedidas de las palabras: “Permaneced en Mí”. Toda experiencia subjetiva está basada en un hecho objetivo. Nadie puede ser salvo únicamente mediante la operación del Espíritu Santo, prescindiendo de lo que Cristo ha realizado. Tampoco se pueden salvar las personas únicamente en virtud de lo realizado por Cristo, prescindiendo de la operación del Espíritu Santo. Como dije anteriormente, un hombre debe tener dos pies para estar firmemente parado y debe tener dos ojos para ver claramente. Los pájaros necesitan de dos alas para volar. Asimismo, primero tenemos que estar en el Señor, y entonces, El podrá estar en nosotros.
En Juan 6:47 dice: “El que cree, tiene vida eterna”. Este versículo es conocido por todos los creyentes. Es verdad que hemos creído, y es verdad que aquel que cree tiene vida eterna. Sin embargo, nadie puede localizar la vida eterna. ¿Qué es lo que dice Juan 4:14? Dice: “Mas el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. El agua que El nos dará es el agua de vida, y ella brotará de nuestro interior una y otra vez, para que la saboreemos. Por un lado, el Señor habla acerca de la vida eterna; y por otro, habla acerca de la fuente de agua viva que salta en nosotros, la cual nos permite probar el sabor de la vida eterna. Juan 6:47 se refiere al aspecto objetivo, mientras que Juan 4:14 se refiere al aspecto subjetivo. En 1 Juan 2:8 dice: “…Lo cual es verdadero en El y en vosotros”. Las verdades están en El, y algunas verdades ya están en nosotros. Todas éstas son verdades, y debemos prestar atención a todas ellas. Juan 15 nos dice cómo llevar fruto: “El que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto” (v. 5). En otras palabras, cuando la verdad objetiva se halla en equilibrio con la verdad que experimentamos subjetivamente, entonces llevaremos mucho fruto. Juan 14:17 dice: “El Espíritu de realidad … permanece con vosotros, y estará en vosotros”. La expresión permanece con vosotros se refiere a un hecho objetivo; esta frase denota el hecho de que, por medio de la persona de Cristo, el Espíritu Santo estaba con los discípulos. La expresión estará en vosotros se refiere a nuestra experiencia subjetiva; esta frase denota el hecho de que Cristo moraría en Sus discípulos por medio del Espíritu Santo. En determinado momento, estas palabras se referían a una realidad que era objetiva para los discípulos, una realidad externa a ellos; pero, una vez que el Espíritu Santo vino a morar en ellos, aquella realidad objetiva llegó a ser la experiencia subjetiva de los discípulos.
Por un lado, en 1 Corintios 1:30, Pablo dijo: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús”. Por otro, en Colosenses 1:27, él declaró: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Estar en Cristo constituye el aspecto objetivo de esta verdad, mientras que tener a Cristo en nosotros constituye el aspecto subjetivo de dicha verdad.
Si quisiéramos detectar estos dos aspectos de la verdad en la Biblia, hallaríamos cientos de versículos que nos muestran tanto el aspecto subjetivo de una verdad como el aspecto objetivo de la misma. Si podemos captar ambos aspectos, seremos capaces de percatarnos de los dos rieles por donde corre toda la Biblia. Un tren requiere de dos carriles para poder correr. Si sólo cuenta con un riel, el tren se descarrilará. Pero si cuenta con ambos rieles, el tren podrá avanzar. Debemos tomar en cuenta tanto el aspecto objetivo de la verdad como el aspecto subjetivo de la misma. Nos será de mucha ayuda recalcar ambos aspectos por igual. No pretendo predicar teología aquí. Más bien, quisiera hablar un poco con respecto al aspecto práctico. Por ahora, me limitaré a mencionar brevemente los principales logros de Cristo en cuanto al aspecto objetivo, así como a mencionar la obra del Espíritu Santo en cuanto al aspecto subjetivo.
En primer lugar, la muerte de Cristo en la cruz por nuestros pecados y en nuestro lugar constituye el meollo mismo de las verdades objetivas contenidas en la Biblia. Cuando una persona lee la Biblia, de inmediato verá la muerte de Cristo, la redención efectuada por El, y cómo Cristo fue hecho el sacrificio expiatorio por nuestros pecados. Una vez que usted abra la Biblia, verá estas cosas, a menos que no la esté leyendo realmente. Cristo mismo colgó sobre un madero a fin de llevar sobre Sí nuestros pecados. Esto fue realizado en la cruz. Cristo llevó sobre Sí los pecados de usted, los míos y los de todas las personas. Estos son los hechos objetivos que El efectuó.
Si el Señor Jesús llevó sobre Sí los pecados de usted, los míos y los de todos los hombres, entonces, ¿por qué no son salvos todos los hombres? ¿Y por qué algunos de los que hancreído en el Señor, y que nos consta que son salvos, no disfrutan del gozo de la salvación? ¿Por qué muchos de ellos siguen apenados por sus pecados? Ellos siguen lamentándose porque sólo toman en cuenta el aspecto subjetivo respecto a cuán pecaminosos, repugnantes e impuros ellos son por dentro. Por consiguiente, les parece imposible ser salvos de todo lo pecaminoso. Lo que debemos saber es que todo lo que Cristo ha logrado se encuentra en el lado objetivo, y no en el lado subjetivo. Si una lámpara está en este lado, ¿cómo habríamos de hallarla en el otro lado? Lo que el Señor realizó en el Gólgota, no lo realizó en nuestro ser. Si lo buscamos en nuestro interior, nunca lo hallaremos. Aunque me es imposible detectar en mi interior que Cristo murió por mí, ¿podré localizarlo en la cruz? Si el acto de morir en nuestro lugar fue realizado por el Señor en la cruz, y lo detectamos allí, podremos exclamar: “¡Aleluya! Cristo llevó mis pecados a la cruz. Yo soy salvo”. Todas las veces que nuestra fe se aferre a los hechos objetivos, el Espíritu Santo infundirá poder en nuestro ser interior y hará que disfrutemos la paz de haber sido perdonados y el gozo de haber sido salvos. Pero jamás podremos detectar la muerte de Cristo en el “lado” subjetivo, pues no es ésta la manera dispuesta por Dios. Primero, Dios dio Su Hijo a los hombres, y después les dio el Espíritu Santo. El acto de dar el Espíritu Santo viene después de haber dado al Hijo de Dios. Cristo vino primero, después el Espíritu Santo. Lo que el Espíritu Santo está haciendo es completar en nosotros aquello que el Señor realizó en Sí mismo.
El libro de Hebreos dice que la fe es como un ancla, segura y firme, la cual nos lleva al interior del velo (He. 6:19). Supongamos que nos encontramos en un barco inmenso que tiene un ancla muy grande. Si el ancla es mantenida siempre dentro del barco, ¿qué utilidad tendría? El ancla debe ser lanzada al agua a fin de evitar que el barco vaya a la deriva; el ancla jamás podrá cumplir su función si es mantenida en la nave. Es así como opera nuestra fe. La fe nunca surge a causa de creer en nosotros mismos; más bien, la fe nace cuando nuestra ancla es fijada en el Señor Jesús, cuando la lanzamos de nuestro lado al Suyo. Siempre que nos aferramos al aspecto objetivo, esto le da estabilidad al aspecto subjetivo en nosotros. Supongamos que una nave, con su ancla a bordo, está siendo sacudida por el mar incesantemente. ¿Acaso podremos darle estabilidad a la nave poniendo más anclas a bordo y asegurando las mismas? Aun si el barco estuviera lleno de anclas grandes y pesadas, continuaría siendo sacudido por las aguas. Dicha nave logrará estabilizarse sólo cuando su ancla sea lanzada al mar. Cuanto más nos veamos a nosotros mismos, más decepcionados nos sentiremos. Pero si depositamos nuestra fe en la cruz del Señor, obtendremos paz. Primero tenemos que estar afianzados en el otro lado, antes de sentirnos seguros en nuestro propio lado; este orden no puede ser invertido. La manera apropiada consiste en empezar asiéndonos del aspecto objetivo, para entonces experimentar como resultado el aspecto subjetivo. Si sólo enfatizamos lo realizado por Cristo en la cruz, prescindiendo de lo que el Espíritu Santo desea realizar en nuestro ser, jamás podremos alcanzar la experiencia subjetiva. De igual modo, si únicamente nos centramos en la operación del Espíritu Santo en nuestro ser, prescindiendo de lo que Cristo realizó en la cruz, el resultado será vano.
Por ejemplo, en lo que concierne a ser crucificados con Cristo, ¿somos acaso nosotros los que nos crucificamos a nosotros mismos? No. En Romanos 6:6 dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El para que el cuerpo de pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos”. No somos nosotros los que realizamos la crucifixión, sino que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo cuando El fue clavado en la cruz. Esta es una verdad objetiva. Nuestros ojos deben estar puestos en el Señor. Sería terrible si nos crucificáramos a nosotros mismos. Aun cuando estemos conscientes de nuestra miseria, no podemos crucificarla. El mayor error que los creyentes pueden cometer es decir: “Aunque la Biblia dice que yo he muerto juntamente con Cristo, cuando me miro a mí mismo, me doy cuenta de que todavía soy impío, pues sigo enojándome fácilmente y sigo siendo muy malo en lugar de bueno”. Fuimos crucificados con Cristo, pero cuanto más nos esforzamos por morir, menos morimos. Erramos porque estamos empezando por nuestro lado. Debemos recordar que Cristo es el verdadero comienzo de todas las cosas. La muerte verdadera no consiste en vernos muertos a nosotros mismos; cuando Cristo murió, nosotros también morimos con El. El ancla es eficaz sólo después de haber sido lanzada. Asimismo, nuestra fe es eficaz únicamente cuando la depositamos en Cristo. Si siempre nos estamos mirando a nosotros mismos, no podremos ser crucificados. Nuestra pretensión de estar muertos constituye una muerte fingida, pues jamás podremos darnos muerte a nosotros mismos. Hemos muerto juntamente con Cristo en la cruz; esto fue logrado por El. Por el lado objetivo, Cristo murió, y nosotros también morimos juntamente con El.
En Romanos 8:13 dice: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Este versículo corre paralelo a Romanos 6:6, que habla acerca de ser crucificados con Cristo; Romanos 8:13 habla acerca de hacer morir los hábitos del cuerpo por el Espíritu. La crucifixión es algo que Cristo realizó, mientras que es el Espíritu el que nos aniquila. Yo creo firmemente que fui crucificado juntamente con Cristo. Por ello puedo exclamar: “¡Aleluya!”. Cuando Cristo murió, mi viejo hombre fue crucificado con El. Ahora, por el lado subjetivo, el Espíritu señalará en nosotros algún asunto específico y nos dirá que dicha cuestión ya ha sido clavada en la cruz. ¿Haremos caso a las palabras del Espíritu? Si estamos dispuestos a obedecer, ese aspecto negativo en nosotros podrá ser aniquilado. Luego, al día siguiente, el Espíritu tocará otro asunto, y nos dirá que dicha cuestión también fue puesta en la cruz. ¿Estaremos de nuevo dispuestos a hacer caso a Sus palabras? Si estamos de acuerdo, El podrá darle fin a dicho asunto en nosotros. Quizás el Espíritu nos diga: “Tu mal genio ha sido crucificado en la cruz. Ya no es necesario que sufras arrebatos de ira”. Si nosotros declaramos: “Estoy dispuesto a dejar de enojarme”, entonces el Espíritu nos dará el poder para superar nuestro mal genio. Posteriormente, el Espíritu nos dirá que nuestro orgullo ha sido crucificado y que, por tanto, podemos ser liberados del mismo. Si estamos de acuerdo en renunciar a nuestro orgullo, el Espíritu nos dará el poder necesario para dejar de ser personas orgullosas. Si estamos dispuestos a hacerle caso al Espíritu en estos asuntos específicos, uno tras otro, el Espíritu podrá llevar a cabo Su obra en nosotros. Pero si dependemos de nuestros propios esfuerzos para suprimir nuestro enojo, descubriremos que no nos será posible hacerlo, aun cuando nos mordamos la lengua. Tenemos que ver primero los logros de la muerte de Cristo en cuanto al aspecto objetivo, antes de que el Espíritu pueda aplicar tal muerte en nosotros.
Durante los primeros dos siglos, los creyentes solían saludarse diciendo: “El Señor viene pronto” o “en Cristo”. Ciertamente, una vez que hemos visto que estamos en Cristo, todo se vuelve dulce y precioso. Al mismo tiempo, el Espíritu en nosotros hará morir los hábitos del cuerpo. Hoy en día, los cristianos ponen demasiada atención a uno de los dos aspectos de la verdad, ya sea al objetivo o al subjetivo. Si le damos excesiva importancia al aspecto subjetivo de la verdad, nos estaremos oprimiendo a nosotros mismos; esto es tan inútil como mantener el ancla a bordo y nunca lanzarla al agua. Otros piensan que puesto que Cristo ha sido crucificado, ya nada les debe preocupar; esto también es erróneo. Ciertamente Cristo ha sido crucificado, pero aún es necesario que el hombre crea en ello, de lo contrario perecerá. Sin embargo, usted será salvo si cree que Cristo fue crucificado y está dispuesto a recibirle. Del mismo modo, cuando el Espíritu nos dice que nuestro mal genio, nuestro orgullo y nuestra envidia han sido crucificados, entonces, si estamos dispuestos a aceptarlo, el Espíritu nos impartirá el poder necesario para vencer. Si creemos en el aspecto objetivo de la verdad, simultáneamente el Espíritu hará que tal verdad llegue a ser nuestra experiencia subjetiva. El Espíritu hará que dicha verdad objetiva en la que hayamos creído, se cumpla en nosotros. El Espíritu llevará a cabo en nosotros aquello que fue cumplido en la cruz y en lo cual hayamos creído.
Esto no sólo es cierto en cuanto a la verdad de nuestra muerte con Cristo, sino que también se cumple en cuanto a la verdad de la resurrección. Efesios 2:6 afirma: “Y juntamente con El nos resucitó … en Cristo Jesús”. ¿Cómo somos resucitados? Somos resucitados juntamente con El. Esto proviene de Cristo, y es una verdad objetiva. No sólo el libro de Efesios habla acerca de la resurrección, sino que también Pedro dijo: “Dios … nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 P. 1:3). En otras palabras, un cristiano es regenerado cuando es resucitado juntamente con Cristo. En realidad, todo cristiano que ha sido regenerado, ha resucitado con el Señor, y todo cristiano que ha resucitado juntamente con el Señor, ha sido regenerado. Nosotros fuimos resucitados juntamente con El, y por ende, El nos ha levantado de entre los muertos.
¿Cuál es el significado de la resurrección? El Señor Jesús sufrió la muerte en Su cuerpo físico; toda la sangre de Su cuerpo fue derramada; El sufrió numerosas heridas en Su cabeza a causa de la corona de espinas; también le fueron infligidas heridas en Sus pies y manos, y Su costado fue horadado por una lanza. Todo ello representa el poder de la muerte que tomó posesión de Su cuerpo físico. Pero cuando la vida divina fue infundida a Su cuerpo, El fue vivificado. Esto es lo que significa la resurrección. La vida divina venció todos los efectos causados por la muerte en el cuerpo de Jesús, sanó todas las heridas y eliminó el dolor. Esto es la resurrección. Anteriormente, los ojos no podían ver, ni los oídos oír, ni las manos podían moverse; pero ahora, todos los órganos vuelven a ejercer su función. Según la Biblia, estar muertos equivale a estar completamente desvalidos y sumamente débiles. Así pues, la muerte es impotencia e incapacidad espirituales. El cuerpo del Señor fue atado por los numerosos lienzos con que lo envolvieron, pero, ¿qué sucedió en el momento de Su resurrección? La resurrección del Señor fue muy diferente a la experimentada por Lázaro. Cuando Lázaro salió del sepulcro, sus manos y sus pies estaban atados con vendas y su rostro estaba envuelto en un sudario, por lo cual necesitó que otros lo liberaran. En cambio, con respecto a la resurrección del Señor, la Biblia narra lo siguiente: “…Y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte” (Jn. 20:6-7). El Señor no tuvo que cortar los lienzos poco a poco. Más bien, el poder y la vida de Dios intervinieron, de modo que toda atadura legítima e ilegítima fue soltada. Lo que había sido un cadáver, se convirtió en un ser libre que tenía movimiento. Así fue la resurrección del Señor.
Recuerdo que cuando recién empecé a servir al Señor, solía orar rogándole que me resucitara juntamente con El. Pensaba que si el Señor me resucitaba juntamente con El, yo tendría el poder para hacer Su voluntad. Pero estaba errado al orar de esa manera, porque se trataba de algo iniciado por mí. La Biblia afirma que yo fui resucitado juntamente con Cristo. Este es un hecho consumado. No se olviden de que cuanto más nos centremos en nosotros mismos, peor nos sentiremos. No digo que no debamos tener experiencias subjetivas, pero primero debemos creer en las verdades objetivas. Ahora puedo declarar: “¡Señor, gracias! Tú has resucitado y yo he sido resucitado juntamente contigo”. Primero tenemos que creer en el hecho de que hemos sido resucitados. ¿Cómo fuimos resucitados? ¿Realmente sentimos que hemos resucitado? No, es Cristo quien nos resucitó. Podríamos preguntarnos cómo fuimos salvos. Cuando aún éramos pecadores escuchamos el evangelio de que el Señor Jesús murió por nosotros y lavó nuestros pecados con Su sangre. Nosotros creímos, y de inmediato fuimos salvos. En ese momento, no nos examinamos para determinar si merecíamos ser salvos, sino que simplemente pusimos los ojos en lo que el Señor efectuó en la cruz. Una vez que asimilemos este hecho, estaremos en paz.
Sin embargo, si sólo nos fijamos en el aspecto objetivo de la verdad y no en su aspecto subjetivo, somos como pájaros que procuran volar con una sola ala. No debemos centrarnos en un aspecto y descuidar el otro. Efesios 2:6 declara que fuimos resucitados juntamente con Cristo Jesús. Por otro lado, Efesios 1:19-20 dice: “Y cuál la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de Su fuerza, que hizo operar en Cristo, resucitándole de los muertos”. Si bien los creyentes efesios fueron resucitados juntamente con Cristo, el apóstol Pablo todavía deseaba que ellos conocieran la supereminente grandeza de Su poder. El versículo 19 menciona la grandeza de este poder, y el versículo 20 dice que dicho poder es el poder de la resurrección. En otras palabras, aun cuando ya hemos sido resucitados, todavía necesitamos conocer el poder de la resurrección. Uno no puede decir: “Mi mal genio ya ha sido crucificado, pero todavía puedo enojarme cuando quiera”. Objetivamente, nuestro mal genio ya ha sido crucificado; pero subjetivamente, todavía tenemos que hacerlo morir por medio del Espíritu. Por lo tanto, desde un punto de vista subjetivo, todavía necesitamos ser fortalecidos por el Espíritu para rechazar el mundo y obedecer la voluntad de Dios. Junto a la realidad del aspecto objetivo, aún necesitamos las experiencias subjetivas. Lo que sucede con algunas personas, y que es muy negativo, es que no creen en los hechos objetivos sino que sólo se esfuerzan por tener experiencias subjetivas; sin embargo, hay otros que sólo creen en los hechos objetivos, pero ignoran por completo toda experiencia subjetiva. Según la Biblia, si uno carece de fe, nunca podrá experimentar liberación espiritual; y si uno no obedece, tampoco experimentará liberación espiritual. La fe debe estar puesta en lo que Cristo ha realizado, mientras que la obediencia debe centrarse en aquello que el Espíritu ha de llevar a cabo. La fe debe estar orientada hacia la persona de Cristo, mientras que la obediencia debe centrarse en el Espíritu. Por tanto, es crucial creer y obedecer.
Filipenses 3:10 dice: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección”. Pablo afirmó que él estimaba todas las cosas como pérdida con el fin de conocer el poder de la resurrección. No dijo que quería conocer la resurrección, pues cuando uno cree, ya ha sido resucitado. Pero en cuanto al aspecto subjetivo de esta realidad, Pablo aún necesitaba estimar todo como basura a fin de conocer el poder de Su resurrección.
Entre las grandes verdades del Nuevo Testamento, la última en cumplirse fue la ascensión. Algunas de las grandes verdades bíblicas son la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión del Señor. Con respecto a la ascensión del Señor, no se imaginan cuánto tiempo pasé, poco después de haber sido salvo, considerando cuán bueno sería poder sentarme diariamente en los lugares celestiales teniendo mis pecados bajo mis pies. Yo era semejante a un avión que volaba por los cielos pero que no podía permanecer siempre allí. A menudo le suplicaba al Señor que un día yo pudiera estar sentado en los lugares celestiales permanentemente, para así romper el ciclo de mis frecuentes ascensiones. Hasta que un día leí Efesios 2:6: “Y juntamente con El nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús”. Entonces me di cuenta de que cuando los creyentes fueron resucitados juntamente con Cristo, también fueron sentados en los lugares celestiales juntamente con El. Esto no sucedió por la diligencia de ellos ni por sus oraciones, sino porque Cristo les llevó consigo a los lugares celestiales cuando El ascendió. Puesto que El ya está en los lugares celestiales, yo también estoy juntamente con El en los lugares celestiales. Sin embargo, aún tengo que permitir que el poder de la ascensión del Señor se manifieste en mí.
Por otro lado, Colosenses 3:1-3 dice: “Si, pues, fuisteis resucitados juntamente con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Fijad la mente en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Esto es algo que experimentamos subjetivamente. La ascensión significa que nuestra vida ha sido escondida con Cristo en Dios. Debido a que nosotros hemos muerto, resucitado y ascendido, debemos buscar las cosas de arriba y diariamente fijar nuestra mente en dichas cosas. Supongamos que un pecador escucha que el Señor Jesús ha muerto por él y deduce que, puesto que el Señor ya murió en su lugar, él puede continuar pecando. Todos sabemos que esto no es correcto. Ciertamente, la ascensión es nuestra posición; sin embargo, si continuamente fijamos nuestra mente en las cosas terrenales, dicha posición no nos servirá de nada. Si creemos en la ascensión de Cristo y, al mismo tiempo, continuamente fijamos nuestra mente en las cosas de arriba y no en las de la tierra, el hecho de que estamos en los lugares celestiales no sólo será una realidad objetiva, sino que también será nuestra experiencia subjetiva.
Hermanos, la simple aprehensión de los hechos objetivos, despojada de las correspondientes experiencias subjetivas, es algo demasiado teórico y nunca habrá de hacernos gustar nada celestial. Con respecto a las realidades objetivas, es imprescindible creer en todo lo que Cristo ha llevado a cabo. Además, en cuanto al aspecto subjetivo, es igualmente necesario obedecer todo aquello que el Espíritu desee hacer en nosotros. Todas las experiencias espirituales, primeramente, son el producto de creer en lo que Cristo ha realizado y, luego, de obedecer la dirección del Espíritu en nosotros. Lo que Cristo ha logrado hace posible que alcancemos la posición que nos corresponde, mientras que la dirección del Espíritu nos permite obtener las debidas experiencias. Lo realizado por Cristo son hechos en los cuales debemos creer, y la dirección del Espíritu es el principio gobernante que debemos obedecer. Todas las experiencias espirituales comienzan con el aspecto objetivo, sin excepción alguna. Nuestra ancla debe estar firmemente asida de la muerte de Cristo, de Su resurrección y de Su ascensión.
Juan 15:4-5 dice: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer”. La secuencia reflejada en este pasaje es de suma importancia. Primero viene estar “en Mí”. En este versículo, el pronombre “Mí” se refiere al Señor. Primero debemos estar en Cristo. Esto alude al aspecto objetivo. Después dice: “Yo en vosotros”. La frase “Yo en vosotros” se refiere al Cristo que mora en nosotros. Esto denota el aspecto subjetivo. Primero requerimos del aspecto objetivo y después, del aspecto subjetivo. Lo que sigue después es la promesa de que habremos de llevar mucho fruto. Estar en el Señor corresponde al aspecto objetivo; una vez que nos hemos asido de tal aspecto, experimentaremos el aspecto subjetivo de tal realidad, a saber, que el Señor permanece en nosotros. Si creemos en el hecho objetivo, todo cuanto corresponde al aspecto objetivo se hará realidad en nuestro ser. El resultado de lo objetivo sumado a lo subjetivo, es que llevamos fruto. No llevaremos fruto si sólo poseemos lo objetivo; y tampoco llevaremos fruto si únicamente poseemos lo que es subjetivo. Siempre y cuando lo objetivo esté unido a lo subjetivo, llevaremos fruto.
Cuando la iglesia comenzó en Jerusalén, había tanto mujeres como varones orando en el aposento alto. Según la tipología, los hombres representan las verdades objetivas, mientras que las mujeres representan las verdades subjetivas. Así pues, la presencia de los varones tipificaba la presencia de las verdades o doctrinas que son objetivas para nosotros, y la presencia de las mujeres tipificaba la presencia de las experiencias que son subjetivas para nosotros. El resultado de ello fue que primero tres mil almas, y luego cinco mil, fueron salvas. Es así como la iglesia comenzó. En el futuro, cuando Cristo venga por segunda vez, con respecto al lado objetivo estará el Cordero de Dios; y en cuanto al lado subjetivo, estará la novia del Cordero, vestida “de lino fino, resplandeciente y limpio; porque el lino fino es las acciones justas de los santos” (Ap. 19:8). Ella representa el aspecto subjetivo.
Que el Señor se agrade o no de la vida que lleve un creyente, dependerá de cuán equilibrado sea él en cuanto a estos dos aspectos. Actualmente en la iglesia, algunos predican únicamente las verdades subjetivas. Un ejemplo de esto son los así llamados grupos de santidad; ellos únicamente poseen el aspecto femenino. Sin embargo, otros únicamente enseñan las verdades objetivas. Un ejemplo de esto es la Asamblea de los Hermanos, quienes sólo poseen el aspecto masculino. Los santos que elijan cualquiera de estos dos extremos sufrirán pérdida. Al darle importancia únicamente al aspecto subjetivo, no sólo dejamos de adquirir la experiencia correspondiente, sino que, además, sufrimos diariamente. Por otro lado, aquellos que únicamente prestan atención al aspecto objetivo y eligen vivir despreocupadamente, pensando que ya han muerto, resucitado y ascendido con Cristo y que, por ende, ya no necesitan preocuparse por nada más, carecerán de toda experiencia. La manera estipulada por Dios consiste en prestar atención tanto al aspecto objetivo como al subjetivo. El principio que nos muestra la Biblia consiste en que primero debemos poseer el aspecto objetivo, y luego, experimentaremos el aspecto subjetivo. Primero nos asimos de los hechos consumados por Cristo, y después obedecemos la correspondiente dirección del Espíritu Santo. El resultado será que llevaremos mucho fruto. Quiera Dios enseñarnos a obedecerle más y a servirle más conforme a Su manera.