Watchman Nee Libro Book cap.2 Los hechos, la fe y nuestra experiencia
LA CERTEZA DE NUESTRA SALVACIÓN
PRIMERA SECCIÓN
LOS HECHOS
CAPÍTULO DOS
LA CERTEZA DE NUESTRA SALVACIÓN
Siempre que visito un lugar para predicar el evangelio de la gracia de Dios, les hago una pregunta a los cristianos de esa localidad. Estoy persuadido de que todos aquellos que me responden claramente: “Sí”, son personas que están disfrutando gozosamente de la gracia de Dios. La pregunta que les hago es: “¿Ya son salvos?”. En otras palabras, ¿saben con toda certeza que son salvos? De cada mil personas, apenas encuentro dos o tres que están seguras de ser salvas. En ocasiones, en toda una congregación, uno no puede encontrar una sola persona que sepa que es salva. Entonces les pregunto: “Ustedes han recibido al Señor Jesús y le han aceptado como su Salvador personal. Han confiado en que la sangre derramada en Su cruz los limpia de pecado. ¿Por qué entonces no tienen la certeza de que son salvos? Si un hombre cae al agua y otro lo saca, después que el primer individuo recobra los sentidos, ciertamente sabrá si todavía está en el agua o si se encuentra a salvo en tierra firme. Del mismo modo, ustedes deben saber si han de perecer o si son personas salvas que han obtenido la gracia de Dios”. Muchos no responden de manera clara y audible pero, casi siempre, su respuesta parece ser: “Yo no sé si soy salvo o no. ¿Cómo puedo afirmar que soy salvo mientras continúe viviendo en esta tierra?”.
¡Creo que incluso muchos de los que leen este mensaje responderían de este modo! Precisamente en esto consiste nuestro error. Nuestra fe en el Señor Jesús no es un juego de azar en el que ganamos si tenemos suerte y perdemos si no la tenemos. La salvación que recibimos al creer en la crucifixión del Señor Jesús está plenamente garantizada. No tenemos que esperar hasta morir para saber si somos salvos; podemos saberlo ahora mismo. Esta es la clara enseñanza de la Biblia. Por favor lean los siguientes versículos:
“Sabed, pues, varones hermanos, que por medio de El se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en El es justificado todo aquel que cree” (Hch. 13:38-39).
No podemos ser justificados por Dios mediante nuestras propias obras. Ciertamente hemos cometido muchos pecados, los cuales entristecen nuestro corazón cada vez que los recordamos, y estos nos hacen pensar que no somos salvos. Pero aunque nosotros fallemos, el Señor Jesús sigue siendo digno de confianza. Si creemos en El, nuestros pecados serán perdonados. Todos los que creen en El, serán justificados. ¡Cuán grande es la salvación de Dios! La Palabra de Dios nos dice: “Sabed…”. ¿Qué es lo que debemos saber? Debemos saber que una vez que creímos en el Señor Jesús, nuestros pecados fueron perdonados y nosotros fuimos justificados. ¡Ustedes ciertamente son salvos! Si Dios dice: “Sabed”, es porque podemos saber si somos salvos o no. No debemos rechazarle; más bien, debemos entregarle nuestros pecados al Salvador y creer en la salvación que El obtuvo para nosotros. Entonces, seremos salvos.
“Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque éste es el testimonio que Dios ha testificado acerca de Su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de Su Hijo. Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Jn. 5:9-13).
El que tiene al Señor Jesús, tiene la vida. Aquel que no lo tiene a El, no tiene la vida. ¿Ha aceptado usted al Señor Jesús como su Salvador? Si es así, usted ya tiene la vida eterna y es salvo. El propio Señor Jesús dijo: “El que cree, tiene vida eterna” (Jn. 6:47). Dios ha testificado acerca de Su Hijo: El nos ha dado vida eterna. Este pasaje de las Escrituras afirma que si no creemos el testimonio que nos dice que tenemos vida eterna, entonces hacemos a Dios mentiroso. Dios ha dicho que todos aquellos que han confiado en el Señor Jesús y le han aceptado tienen vida eterna. ¿Mentiría Dios? Debemos tener fe de que, quienes hemos sido lavados por Su sangre, ya somos salvos. Dios dijo, por medio del apóstol Juan, que El escribió estas palabras para que sepamos que somos salvos.
La Biblia testifica que sí podemos saber con certeza que somos salvos. Esto no es algo que podamos saber sólo después que hemos fallecido; no tenemos que esperar hasta la era venidera para saber esto. Mientras vivimos en la tierra podemos saber si somos salvos o no. Si no somos salvos, debemos creer en Jesucristo y acudir a Dios confiando en Su obra salvadora realizada en beneficio nuestro. Y si somos salvos, debemos agradecer la gracia de Dios y vivir como personas salvas. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Co. 6:2). Dios nos acepta ahora y nos salva ahora, no después de que hayamos fallecido.
En ocasiones, cuando pregunto a alguien si es salvo, me contesta: “Me estoy esforzando al máximo por hacer el bien y servir a Dios, con la esperanza de llegar a ser salvo”. Pero ¡ay!, esto también es erróneo. Esto significa que tal persona no ha entendido la manera en que somos salvos. ¿Piensa usted que podrá ser salvo en el futuro por medio de esforzarse al máximo en hacer el bien y servir a Dios? Tenemos que saber que ninguno de nuestros méritos ni obras son aceptables ante Dios. “Todas nuestras justicias [son] como trapo de inmundicia” (Is. 64:6). ¿Piensa usted que sus méritos y obras pueden salvarlo? ¡No! ¡Diez mil veces no! La Biblia claramente afirma que “habéis sido salvos … y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8-9). Somos salvos al confiar en el Señor Jesús, “quien llevó El mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero” (1 P. 2:24), “el Justo por los injustos, para llevaros a Dios” (3:18). El realizó la obra de salvación. Ahora, todo lo que uno tiene que hacer es creer y obedecerle. “Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa” (Hch. 16:31). No traten de salvarse por sus propias obras. No importa cuán buenas sean sus obras, ellas no los podrán salvar, pues “habéis sido salvos … no por obras” (Ef. 2:8-9). Si usted confía en lo que la muerte vicaria del Señor Jesús logró en la cruz, será salvo. Si no acepta al Señor Jesús como su Salvador, no tendrá esperanza de ser salvo debido a que usted no puede salvarse a sí mismo. Pero si acepta al Señor Jesús como la ofrenda por el pecado, no tiene que aferrarse a la esperanza de llegar a ser salvo, puesto que ya tiene la vida eterna desde ahora.
Se espera únicamente aquello que todavía no se ha recibido. Si algo ya se posee, no es necesario esperar por ello. Cuando un padre sale de su casa, su hijo anhela el regreso de su padre; y cuando el padre retorna, el hijo se pone muy contento. Si la madre le preguntara al hijo: “¿Todavía tienes la esperanza de volver a ver a tu padre?”, el hijo le respondería: “Estoy con mi padre. ¿Por qué habría de esperar volver a verlo?”. Si ya hemos obtenido algo, no necesitamos esperar por ello. Sólo hay dos opciones: o creemos en Jesús y somos salvos poseyendo la vida eterna, o no somos salvos y habremos de perecer. No hay territorio neutral entre estas dos opciones. La Biblia dice: “Para que todo aquel que en El cree, tenga vida eterna … pero el que no cree, ya ha sido condenado” (Jn. 3:16-18). La Biblia divide a la humanidad en dos grupos: aquellos que son salvos y aquellos que habrán de perecer. No existe una tercera categoría conformada por aquellos que abrigan la esperanza de ser salvos. Si usted ha creído en Jesucristo como su Salvador y ha creído que El murió en la cruz, que El tomó nuestro lugar y llevó nuestros pecados a la cruz, entonces usted ya es salvo. No es necesario que siga abrigando la esperanza de ser salvo algún día. Si alguien le preguntara a una persona que acaba de ser salvada de ahogarse: “¿Qué deseas?”. ¿Habría de responderle esta persona: “Quisiera llegar a la orilla”? ¿Sería ésta una respuesta lógica? Si usted ha creído en el Señor Jesús, ya tiene la vida eterna. ¿Por qué sigue dudando? Ya la recibió. ¿Por qué habría de abrigar la esperanza de obtenerla? En lugar de eso, ¡simplemente alabe al Señor!
Otras personas, cuando les pregunto acerca de su salvación, me responden: “Mientras esté en la tierra, ciertamente confío en la obra consumada de redención que efectuó el Señor Jesús. Pero no me atrevería a afirmar que soy salvo. Tengo que esperar hasta el día de mi muerte, cuando vaya a comparecer ante el Padre para ser juzgado, ya sea como un cabrito o como una oveja. Si El dice que soy una oveja, entonces seré salvo y estaré muy feliz. Pero si El dice que soy un cabrito, entonces pereceré e iré miserablemente al infierno”.
¡Ay! Semejante futuro, ¿no es lamentable? Para serles sinceros, si yo no supiera con certeza que soy salvo, estaría tan temeroso que no podría comer ni dormir. ¡Doy gracias al Padre por haberme aceptado y haberme dado la vida eterna! ¿Cree usted verdaderamente en el mérito de la redención efectuada por el Señor Jesús? Si hemos creído en El, ¿acaso tendremos que esperar hasta morir para saber si seremos salvos o si pereceremos? Por favor, escuchen atentamente las palabras de la Biblia. No hay palabras dignas de más confianza que las palabras del propio Señor.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no perezca, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). ¿No es acaso éste un versículo muy claro? “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito”. Esto es lo que Dios hizo. El amó y dio. Dios dio al Señor Jesús al mundo para que muriese por el mundo y efectuara la salvación en la cruz, a fin de que todos cuantos crean en el Señor Jesús obtengan la vida eterna y jamás perezcan. Si usted ha creído en el Señor Jesús, ya tiene la vida eterna y no perecerá jamás. Juan 3:16 es el versículo que más personas han memorizado, pero a pesar de ello, la mayoría no conoce bien este versículo. Juan 3:16 afirma claramente que en cuanto uno cree en el Señor Jesús, ya no perecerá, sino que tiene vida eterna. No obstante, ¡muchos creyentes alteran Juan 3:16! Si ellos han creído en el Señor como su Salvador pero, aún así, consideran que todavía no son salvos, ¡están alterando Juan 3:16! ¡Lo alteran por no conocerlo cabalmente! Ellos alteran Juan 3:16, haciendo que diga algo así como:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, probablemente no perezca, sino que quizás tenga vida eterna después de un mes, dos meses, un año, diez años, unas cuantas décadas o después de morir”.
¡Gracias a Dios que la Biblia no fue escrita de esta manera! La Biblia no dice eso. Más bien, la Biblia establece una clara relación entre las frases “todo aquel que en El cree” y “no perezca, mas tenga vida eterna”. Cuando creemos en el Señor Jesús y nuestros pecados son lavados por la sangre, en ese mismo momento, lejos de perecer, obtenemos la vida eterna. “Para que todo aquel que en El crea … tenga vida eterna” (Jn. 3:16), sin que haya necesidad de esperar a morir para obtenerla.
Durante muchos siglos la iglesia ha interpretado de forma errónea la parábola de los cabritos y las ovejas, pues ésta ha sido aplicada equivocadamente a los creyentes. El uso del término “naciones” en Mateo 25:32 hace referencia a los gentiles. Dios ha dividido el mundo en judíos, griegos y la iglesia de Dios (1 Co. 10:32). La iglesia ya no tiene vínculo alguno con los gentiles. El juicio de los cabritos y las ovejas se refiere al juicio de las naciones gentiles cuando el Señor Jesús regrese con Sus santos. Nosotros los creyentes no habremos de ser juzgados allí.
Aquellos que han creído en el Señor Jesús no serán juzgados con respecto a la salvación o a la perdición. En Su crucifixión, el Señor Jesús llevó sobre Sí el juicio que los creyentes merecían por sus pecados. El sufrió el castigo por los pecados de ellos. El, pues, ha resuelto el problema del pecado en beneficio de los creyentes. Aquellos que han creído en El, le han aceptado como su sustituto. El fue juzgado y murió en lugar de ellos; por lo tanto, ellos ya no han de ser juzgados ni morirán nunca más. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Ro. 8:1). Por favor lea nuevamente las palabras contenidas en Juan 5:24: “De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no está sujeto a juicio, mas ha pasado de muerte a vida”.
¡Cuán dulces son las palabras del Señor! ¡Nadie puede hablar como El! Estas palabras tan claras son como música a los oídos del pecador. Puesto que El dijo: “De cierto, de cierto os digo”, ¿podrían ser falsas estas palabras? Ciertamente eso no es posible. El Señor Jesús dice que aquel que oye y cree, “tiene vida eterna”. Esta afirmación del Señor es algo que El “de cierto, de cierto” declara. El afirma que dichas personas no están sujetas “a juicio”. Por supuesto, esta declaración es también algo que El “de cierto, de cierto” nos dice. El Señor también afirma que dicha persona “ha pasado de muerte a vida”. Tal declaración también es una afirmación que El “de cierto, de cierto” nos dice. Así pues, cuando El afirma que tal persona “ha pasado”, ciertamente quiere decir que “ha pasado”. En el uso cotidiano que hacemos de esta expresión, ¿en qué ocasiones la utilizamos? ¿Acaso la expresión “ha pasado” no se usa para dar a entender que algo ya ha sido realizado de manera concluyente? El Señor afirma que una persona que ha creído en El “ha pasado de muerte a vida”. Entonces, ¿por qué habríamos de decir que tenemos que esperar hasta morir para saber si somos salvos? Hermanos, aquellos que han creído en El, ya han pasado de muerte a vida, incluso durante esta era. ¡Esto es el evangelio! De cierto, de cierto les digo, una persona que ha creído “ha pasado de muerte a vida”. Aquel que no cree, “ya ha sido condenado” (Jn. 3:18). Las dos veces en las que se usa el auxiliar “ha”, tanto en Juan 5:24 como en 3:18, se refiere a algo que ya ocurrió, que ya se ha decidido definitivamente.
Quizás, habiendo leído todo cuanto hasta aquí hemos expuesto, usted, al igual que muchos otros creyentes, se pregunte: “¿No sería demasiado arrogante de mi parte afirmar que ya soy salvo? En cuanto a mi conducta, no soy mejor que los demás. ¿Cómo podría entonces afirmar tal cosa?”.
Queridos lectores, el hecho de que nosotros sepamos que somos salvos no significa que seamos arrogantes. La forma verbal usada en la expresión “somos salvos” es la voz pasiva, y ella muestra que somos el objeto sobre el cual se ejerce la acción. ¿De qué podríamos sentirnos orgullosos entonces? Si afirmáramos que no necesitamos ser salvos o que no tenemos necesidad de la salvación, ciertamente estaríamos siendo arrogantes; esto sí sería considerarnos mejores que otros. Pero afirmar que somos salvos pone de manifiesto que fuimos pecadores y que íbamos a perecer, pero que ahora, hemos sido salvados por el Señor al confiar en El. Esto muestra cuán profunda es la gracia del Señor para con nosotros y cuán inmensa es la obra de salvación efectuada por el Señor. Esto pone en evidencia cuán grande es el poder del Señor, y de ninguna manera constituye una exaltación de nosotros mismos. Ciertamente, si sabemos que hemos recibido gracia y que somos salvos, tendremos más motivos para alabar al Señor. El hecho de que en nuestros cantos hablemos del Señor Jesús todo el tiempo, exalta al Señor y no constituye ninguna jactancia propia. Cuanto más veamos la profundidad de nuestros pecados y la inmensidad del perdón que el Señor nos otorga, habremos de amar más al Señor. Nosotros, como el apóstol Pablo, deberíamos decir: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Co. 15:10).
Dios afirma que ya poseemos la vida eterna: que ya somos salvos. Por tanto, el hecho que yo diga que soy salvo no constituye jactancia alguna; más bien, equivale a tener fe y reconocer que Dios está en lo cierto. A Dios siempre le ha complacido que tengamos fe en Su palabra. Así pues, debemos creer la Palabra de Dios.
Es cierto que, en cuanto a nuestras obras, no somos superiores a los demás; pero también es cierto que no somos salvos debido a nuestras buenas obras. El Señor Jesús no vino a salvar a justos, sino a pecadores. “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10). “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Ti. 1:15). Pablo dijo que él era el primero entre los pecadores, pero que le había sido concedida misericordia. Si el ser salvos dependiera de nosotros, no seríamos capaces de afirmar que somos salvos; tampoco en el mundo podríamos encontrar una sola persona digna de ser salva. Si la salvación dependiera de nuestra excelencia y méritos, no habría posibilidad de que fuéramos salvos. Aquellos que confían en sus propias obras se encuentran en una condición precaria todo el tiempo. Algunas veces su conducta es bastante buena y, por ello, abrigan la esperanza de ser salvos. Pero otras veces su conducta es muy mala y, entonces, piensan que habrán de perecer. Dichas personas nunca han confiado plenamente en Cristo. Queridos lectores, no somos salvos debido a nuestras buenas obras. Somos salvos debido a que Cristo nos salvó. ¡Cuán inmensa es Su gracia!
Muchos dicen: “Yo sé que si uno confía en lo que el Señor Jesús ha logrado en la cruz, es salvo. Pero yo no siento nada. ¿Acaso somos salvos de una manera tan sencilla?”.
¡Hermanos! La Biblia no dice: “A vosotros los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, os doy estos sentimientos de felicidad para que sepáis que tenéis vida eterna”. Si la Biblia dijera esto, uno no sería salvo si no tuviera tales sentimientos. Pero la Biblia afirma: “Estas cosas os he escrito a vosotros los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Jn. 5:13).
“Estas cosas”. ¿Qué son estas cosas? Son las palabras contenidas en la Biblia, las palabras del Padre. Sabemos que tenemos vida eterna y que somos salvos, no por la manera en que nos sentimos, sino porque la Palabra de Dios así lo dice. La Biblia afirma que los que hemos creído en el Señor Jesús, somos salvos. Por tanto, con toda seguridad somos salvos. Si Dios afirma que somos salvos, ciertamente lo somos, ya sea que sintamos que somos salvos o no. Nosotros creímos en el Señor Jesús y la sangre de Jesús lavó nuestros pecados. Por tanto, somos salvos porque la Palabra de Dios así lo asegura.
Por ejemplo, supongamos que un individuo es tan pobre que no puede solventar todos sus gastos y tiene que vivir padeciendo sufrimientos extremos; así que, decide escribir una carta pidiéndole ayuda a uno de sus amigos, quien vive holgadamente. Después de algunos días, al no recibir respuesta, tal vez piense que su amigo lo menosprecia y que no está dispuesto a ayudarle; por lo tanto, su corazón se llena de ansiedad. Cuanto más piensa en ello, más improbable le parece que su amigo vaya a brindarle ayuda. Entonces, él decide contarle estas cosas a sus vecinos. Algunos de sus vecinos le dicen que un verdadero amigo tiene la obligación de ayudar cuando uno se encuentra en dificultades financieras y que, sin duda alguna, su amigo no dejaría de cumplir con tal obligación. Otros, tal vez le digan que esto no necesariamente es así, debido a que nos encontramos en una era muy despiadada. Así pues, al escuchar palabras alentadoras, esta persona se regocija; pero, cuando escucha comentarios desalentadores, se angustia. Al día siguiente, este individuo recibe a un mensajero portador de la respuesta de su amigo; mientras abre el sobre, su corazón da saltos, pues no sabe si esa carta contiene alguna promesa. Después de leer la carta, él le grita a su familia: “¡Todo está resuelto! Mi amigo me dice en su carta que de ahora en adelante él cubrirá todos nuestros gastos. ¡Qué bueno! Esta cuestión finalmente se decidió. Ya no importa si otros piensan que la situación es alentadora o no. Mi amigo ha declarado personalmente que él habrá de asumir todas las responsabilidades que contraje. Ahora, puedo vivir en paz”.
¿Acaso no hay muchos creyentes que son como este pobre hombre? ¡Qué pena que tantos hijos de Dios presten atención a lo que dicen otras personas y a sus propios sentimientos! Tales creyentes, un día avanzan y el otro retroceden. Tal como este pobre hombre obtuvo la certidumbre después de haber recibido las palabras de su amigo, los hijos de Dios también obtienen tal certeza cuando la palabra de Dios les es impartida. Dios mismo afirma que si creemos en Jesucristo, habremos de ser salvos. El mismo dijo esto y, por tanto, ¡todo está resuelto! ¿De qué podríamos preocuparnos ahora? ¿Qué importancia podríamos darle a nuestros propios sentimientos? ¿Qué valor podrían tener las ideas que los hombres opinen al respecto? Si Dios afirma que somos salvos, eso es suficiente. Su Palabra es el veredicto final. Puesto que Dios, según Su gracia, nos ha declarado Su fidelidad, debemos aceptar Su palabra sin tener ninguna duda al respecto.
Quizás algunos respondan: “Probablemente lo que dice sea cierto. Pero temo que mi fe no sea perfecta y, por lo tanto, no puedo ser salvo”.
La única distinción que la Biblia establece es entre “creer” y “no creer”. La Biblia no sabe lo que es una fe incompleta. Debemos entender que nuestra fe en el Señor Jesús no constituye mérito alguno. Dios no nos salva porque hayamos conseguido creer y porque tal logro constituya un mérito nuestro. ¡Nada más lejano de la verdad! Creer es recibir (Jn. 1:12). Juan 3:16 afirma que Dios nos “dio” a Su Hijo. Cuando le “recibimos”, todo está hecho. Uno es el que da, y otro es el que recibe. Esto no tiene nada que ver con ningún mérito de parte del pecador. La salvación es efectuada íntegramente por el Señor Jesús.
¿Quién entre nosotros no es un pecador? Todos estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. ¡Eramos dignos de lástima! Entonces, el Espíritu Santo vino a nosotros e hizo que nos percatáramos de nuestros pecados. ¡Cuán terrible es el castigo por el pecado! Uno no puede sino temblar cuando contempla el porvenir; y esta situación es aún más lamentable cuando nos damos cuenta de que no podemos salvarnos a nosotros mismos. ¡Anteriormente estábamos revolcándonos en el lodo y no había manera de salvarnos a nosotros mismos! ¡Qué sufrimiento tan indecible! ¡Gracias y alabanzas sean dadas al Cordero inmolado! El vino y murió por nosotros en la cruz. El tomó el lugar que nos correspondía por ser pecadores. Nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros. Siendo aún pecadores, El murió por nosotros. El efectuó la obra de salvación. Al morir, proclamó: “¡Consumado es!” (Jn. 19:30). ¡Cuán preciosa es esta palabra! ¡Oh, Señor! ¡Nunca podré agradecerte lo suficiente por Tu inmensa gracia! Creer en el Señor Jesús se refiere simplemente a cierta disposición de parte de nosotros, pecadores desamparados y miserables, a ser salvados por el Señor. El vino a salvarnos, y cuando estamos dispuestos a ser salvos, todo está resuelto. No es cuestión de una fe completa o incompleta.
El propio Señor dijo: “Al que a Mí viene, por ningún motivo le echaré fuera” (Jn. 6:37). Puesto que hemos acudido a El, ahora cabe una sola pregunta: “¿Habrá El de echarnos fuera?”. ¡Alabado sea Dios, pues Cristo es fiel y digno de confianza! ¡No se halla engaño en Su boca! Jesús nunca echará fuera a los que acuden a El. El salvará a todos los que reconocen sus pecados y están dispuestos a aceptarlo como su Salvador. El dijo: “Venid a Mí todos los que trabajáis arduamente y estáis cargados, y Yo os haré descansar” (Mt. 11:28). “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba” (Jn. 7:37). Esta es la invitación que el Señor nos hace.
Hermanos, no es en virtud de nuestra fe que somos salvos; más bien, es en virtud de Su gracia y fidelidad. Dios desea salvarnos. El ha de concedernos gracia. ¿No le creeremos? ¿Qué duda podemos abrigar? ¡El amor del Señor debiera inundar nuestros corazones y echar fuera todos nuestros pensamientos vacilantes!
Después de haber entendido esta verdad, quizás a algunos les asalte una duda: “Si los hombres saben que son salvos, que poseen la vida eterna y que tienen el cielo garantizado, ¿no habrían ellos de pecar a su antojo? Puesto que de cualquier forma ya son salvos, ¿no habrían de pensar que por ello pueden dar rienda suelta a sus concupiscencias y pecados? ¿Acaso no habrían de pensar que, puesto que ya son salvos, no importa si pecan o no?”.
Esto es sólo una hipótesis. Muchos piensan que si obtienen la certeza de ser salvos, entonces desearán pecar. Pero se trata únicamente de una hipótesis. En realidad, sucede exactamente lo contrario. Cuando un hombre sabe que es salvo, ya no deseará pecar, e incluso sus pensamientos y su conducta adquirirán características celestiales. Les puedo dar un ejemplo. Actualmente, China envía cada año cientos de personas a cursar estudios en el extranjero. La gran mayoría viaja a los Estados Unidos. Supongamos que un padre desea enviar su hijo a dicho país. ¿Cómo debería vestirse su hijo? ¿Debería acaso vestir las túnicas chinas y seguir la moda imperante en China? ¿Debería acaso aprender la etiqueta y los modales chinos? ¿Tendría necesidad de conocer todo lo relativo a la cultura china? Ciertamente no. Su viaje a los Estados Unidos es inminente y no es necesario que él aprenda más acerca de China; más bien, él necesita aprender las costumbres y modas prevalecientes en los Estados Unidos. Deberá aprender a comer utilizando tenedor y cuchillo, a dar apretones de manos y a quitarse el sombrero cortésmente. También deberá estudiar en detalle los gustos, las preferencias y aversiones de los estadounidenses, así como el comportamiento habitual de ellos. Además, deberá analizar la mentalidad y características propias de los que viven en Estados Unidos. Cuando hable el inglés, deberá hacerlo con acento estadounidense, incluso deberá caminar como uno de ellos. En lo que concierne a su ropa y a su manera de vestir, deberá procurar conformarse a la moda estadounidense. En otras palabras, todos aquellos que están a punto de viajar a los Estados Unidos, tienen la tendencia natural de procurar conducirse y actuar como lo haría un estadounidense. Si un creyente sabe que ya tiene vida eterna y que, por ello, es un ciudadano celestial, ciertamente aprenderá a conformarse a la norma celestial en todo aspecto, tanto en su manera de hablar como en su manera de conducirse y comportarse. Aquellos que no saben si son salvos, habrán de imitar al mundo y tratarán de conformarse a él. Hermanos, ciertamente no existe el peligro de que aquellos que saben que son salvos vayan a pecar despreocupadamente. Al contrario, quienes saben que son salvos, diariamente habrán de ocupar su mente en las cosas de arriba. Esto halla confirmación plena en las experiencias espirituales de los creyentes. Del mismo modo en que los que han de viajar a los Estados Unidos procuran comportarse como estadounidenses, aquellos que se encaminan hacia las alturas ciertamente aprenderán a ser personas celestiales.
¡Queridos hermanos! Ustedes ya han creído en el Señor Jesucristo. No hay nada más importante que ello en esta tierra. Además, ¡ésta es la más grande bendición en la eternidad para el hombre! Deben saber que el Señor les salvó. ¡Qué consuelo y gozo representa saber que somos personas que poseen la vida eterna! “Regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lc. 10:20). ¡Qué mensaje tan precioso! Ciertamente éstas son las buenas nuevas. En esta era, ¡podemos saber que somos salvos! Antes, éramos pecadores; pero ahora, hemos recibido gracia. ¿No deberíamos regocijarnos por ello? Cuánta gratitud y afecto sentimos al darnos cuenta de que el Señor nos ha salvado de la perdición eterna y nos ha concedido la vida eterna. Si sabemos esto, con mayor razón alabaremos a Dios. Sabemos que no podemos salvarnos a nosotros mismos. Como resultado de ello, ahora y por siempre, ¡toda autoridad, riqueza, sabiduría, poder, honor, gloria y alabanza serán para el Cordero inmolado!
¡Ahora pueden comprender cuánto nos ama Dios! Puesto que El nos amó y nos salvó, debemos amarle inspirados por un sentimiento de gratitud, y habremos de vivir en esta tierra como personas salvas. El ha comenzado una buena obra en nuestro corazón, y ciertamente la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús (Fil. 1:6). Nosotros no podemos complacerlo a El por nosotros mismos, pues “los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:8). Lo único que podemos hacer es permitir que Su Espíritu opere en nosotros, lo cual hará que llevemos una vida santa. Si bien algunas veces, lamentablemente, fracasamos, esto no significa que habremos de perecer nuevamente. El Señor nos ha dado vida eterna. Si fracasamos, no debemos sentirnos desalentados. Antes bien, debemos volver a levantarnos y pedirle al Señor Su perdón. Con toda seguridad, El nos conducirá hacia adelante.
En cierta ocasión me encontraba predicando acerca de esto en un lugar. Después que un hermano hubo comprendido esta verdad, me dijo: “Antes, no sabía que era salvo. Como resultado de ello, llevaba mi vida en el mundo, sin importarme las consecuencias. Temía que si renunciaba a todo en esta vida por causa del Señor, al llegar el tiempo de Su juicio, El me asignaría como mi porción la perdición eterna; mi situación habría de ser como la descrita en ese proverbio chino que dice: ‘Perdió su caso tanto ante el magistrado como ante el mandarín’. ¡Temía no obtener ni el gozo de este mundo ni la bendición celestial! Pero ahora conozco esta verdad; el cielo me está garantizado. Puesto que ahora sé que soy un ciudadano celestial, ya no quiero llevar una vida de necedad en este mundo”. Si sabemos que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, ciertamente habremos de fijar nuestra mente en las cosas de arriba. ¡Cuán maravilloso es esto! Tenemos un Salvador maravilloso y hemos recibido una salvación maravillosa. ¿No es esto causa de gran regocijo? Cantemos: “¡Aleluya!”.