Watchman Nee Libro Book cap.2 Libro de lecciones nivel 4: La vida

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LA VIDA ES DIOS MISMO

Lección dos

LA VIDA ES DIOS MISMO

Lectura bíblica

Jn. 14:6; 1 Ti. 3:16; Jn. 1:4; 10:10; Col. 3:4;

Jn. 6:63; 2 Co. 3:6; 1 Co. 15:45; Ro. 8:2

Bosquejo

  1. La vida es Dios mismo
  2. La vida es Cristo
  3. La vida es el Espíritu Santo
  4. La vida es Dios el Padre en el Hijo como Espíritu que fluye en nosotros

Texto

I. LA VIDA ES DIOS MISMO

Como resultado de la regeneración tenemos la vida de Dios, y debemos agradecerle y alabarlo por habernos dado Su vida. Sin embargo, debemos profundizar más en este asunto para comprender mejor dicha vida, y para que nuestra experiencia de ella, además de ser adecuada, sea enriquecida. Debemos darnos cuenta de que esta vida divina no es simplemente algo de Dios, o algo dado por Dios, sino que es Dios mismo.

[En Juan 14:6 el Señor Jesús dijo que El es la vida. Después de declarar esto, desde el versículo 7 hasta el 11, dio a conocer a los discípulos que El y Dios eran uno (y al afirmar esto, el propio Dios era quien hablaba en El). Jesús es Dios hecho carne, Dios en la carne (Jn. 1:1, 14; 1 Ti. 3:16). Cuando El declara que El es la vida, es Dios mismo quien lo dice. Por consiguiente, Sus palabras muestran que la vida es, verdaderamente, Dios mismo.

Estrictamente hablando, cuando recibimos vida, no sólo recibimos la vida de Dios, sino a Dios mismo como vida. Dios no solamente nos dio Su vida, sino que El mismo vino a nosotros para ser nuestra vida. Ya que Dios mismo es la vida, Su vida es Su propio ser.

Entonces, ¿qué es la vida? Es Dios mismo. ¿Y qué significa tener esta vida? Implica tener al propio Dios. ¿Qué quiere decir expresar esta vida en nuestro diario vivir? Significa expresar y vivir a Dios mismo. La verdadera vida y Dios mismo no difieren en lo más mínimo. Si fuera así, ella no podría realmente llamarse vida. Debemos entender esto claramente. No es suficiente saber que tenemos la vida; además, debemos entender que esta vida, que está en nosotros, es Dios mismo. Tampoco es suficiente saber que debemos experimentar esta vida; más bien, debemos darnos cuenta de que la vida que debemos expresar en nuestro diario vivir, es Dios mismo.]

Dios es amor y luz, El es santo y justo. Cuando tenemos a Dios como nuestra vida, Dios mismo llega a ser nuestra vida, y lo podemos expresar como amor, luz, santidad y justicia. Cuando tenemos a Dios como nuestra vida, no odiamos a nuestros enemigos; más bien, los amamos (Mt. 5:44). No andamos en tinieblas ni practicamos cosas ocultas ni vergonzosas (2 Co. 4:2), sino que andamos en la luz, así como El está en luz (1 Jn. 1:7). No somos mundanos, sino santos; estamos separados del mundo y llenos de la naturaleza santa de Dios (2 P. 1:4; 1 Ts. 5:23). No somos injustos, sino que somos la propia justicia de Dios (2 Co. 5:21). Esto es maravilloso. Dios puede ser vida en nosotros a fin de que seamos todo lo que Dios es.

II. LA VIDA ES CRISTO

Dios es la vida, y esto es maravilloso. Pero, ¿cómo es posible que pecadores caídos como nosotros podamos tocar a Dios y recibirlo como vida? Dios hizo esto posible, al venir a nosotros en Su Hijo Jesucristo. La Biblia revela que Dios se hizo carne en Cristo (Jn. 1:1, 14). Ya que Cristo es Dios (He. 1:8), El tiene la vida de Dios (Jn. 1:4); por tanto, El también es la vida (1 Jn. 5:12). El Señor declaró varias veces que El es la vida (Jn. 11:25; 14:6), y que vino a esta tierra para que nosotros tuviéramos vida (Jn. 10:10). Por consiguiente, los que hemos creído en El y le hemos recibido, lo tenemos como nuestra vida (Col. 3:4).

[Así como la vida es Dios mismo, así también la vida es Cristo. Y del mismo modo que al tener la vida, tenemos a Dios mismo, así también, al tener esta vida tenemos a Cristo. Ya que experimentar Su vida significa experimentarle a El, así también, experimentar esta vida también es experimentar a Cristo. Así, igual que la vida divina no difiere en lo más mínimo de Dios, tampoco difiere en nada de Cristo. Si la más leve desviación de Dios nos aleja de la vida, esta misma desviación también nos aleja de Cristo. Esto se debe a que Cristo es Dios mismo como vida. Por medio de Cristo y en Cristo, Dios se manifiesta en nosotros como vida. En conclusión, Cristo es la vida divina, y esta vida es Cristo.]

Sin Cristo, no tenemos a Dios ni tampoco tenemos vida (Ef. 2:12; 1 Jn. 5:12). Al recibir a Cristo, recibimos a Dios como vida. Entonces, todas las riquezas de Dios, las cuales están en Cristo, vienen a ser nuestras, para que las disfrutemos diariamente.

III. LA VIDA ES EL ESPÍRITU SANTO

Después de ver que Cristo, la corporificación y manifestación de Dios, es la vida, podemos preguntarnos ¿Dónde está Cristo hoy y cómo podemos tener contacto con El y recibirle como vida?

[Aunque Cristo es la vida, es difícil que El directamente nos imparta vida. ¿Quién es el que nos imparte vida? Es el Espíritu el que da vida (Jn. 6:63; 2 Co. 3:6). Ciertamente Cristo es la vida, pero es el Espíritu quien nos imparte a Cristo como vida. Aunque Cristo es vida, sin el Espíritu, El no podría impartirse a nosotros como tal. Unicamente al ser el Espíritu, Cristo puede impartirse en nosotros como vida. En el presente, este Cristo procesado es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). No debemos olvidar que Cristo es Dios mismo, Jehová el Salvador, Dios con nosotros. Cristo es el propio Dios. Pero este Cristo, una vez que fue procesado, se hizo el Espíritu vivificante. Ahora podemos disfrutar plenamente a Cristo como tal Espíritu.

En Juan 14:6, después de que el Señor Jesús declaró que El es la vida, dio a conocer a Sus discípulos que no sólo El y Dios eran uno (vs. 7-11), sino que el Espíritu Santo y El también lo eran (vs. 16-20). En los versículos 16 y 17, el Señor hizo alusión al Espíritu Santo al hablar de El en tercera persona, pero en el versículo 18 cambió de la tercera persona a la primera al decir: “Vengo a vosotros”. Este cambio de persona implica que el Señor estaba revelando que Aquel de quien hablaba en los versículos 16 y 17, o sea, el Espíritu Santo, era El mismo. En los versículos del 7 al 11, el Señor manifestó que El era la corporificación de Dios, es decir, que El está en Dios, y Dios está en El. Por ende, el hecho de que El sea vida significa que Dios mismo es vida. Además, en los versículos del 16 al 20, El reveló que el Espíritu Santo es Su misma corporificación, Su otra forma; y que cuando Su presencia física nos deja, este Espíritu de realidad, quien es El mismo en otra forma, la del Consolador, entra en nosotros y mora con nosotros. Este Espíritu que vive en nosotros y mora con nosotros es Su misma persona, Su propio ser, que vive en nosotros como vida, para que podamos vivir. Por lo tanto, estos dos pasajes muestran que debido a que Dios está en El y que El es el Espíritu Santo, El mismo es la vida. Dios está en El como vida, y El es el Espíritu Santo como vida.]

En 1 Corintios 15:45 dice que “el postrer Adán fue hecho Espíritu vivificante”. El postrer Adán es el Señor Jesús, quien fue crucificado para terminar con la raza adámica caída. En Su resurrección, El llegó a ser el Espíritu vivificante; así que, todo lo que Cristo ha recibido del Padre, está ahora en el Espíritu. Este Espíritu se llama el Espíritu de vida en Romanos 8:2. Como tal, El puede liberarnos de la ley del pecado y de la muerte. Además, El es también vida en nuestro espíritu, quiere ser vida en nuestra mente y desea incluso impartir vida en nuestros cuerpos mortales (Ro. 8:10, 6, 11).

[Mediante el Espíritu obtenemos vida, somos salvos, reinamos en vida, andamos en novedad de vida y somos santificados en la vida divina. El Espíritu es el medio por el cual logramos todo esto. La vida pertenece al Espíritu, y el Espíritu es el Espíritu de vida. Estos dos son realmente uno. Es imposible separar la vida y el Espíritu, ni tampoco podemos separar el Espíritu de la vida. El propio Señor Jesús declaró: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). En este versículo el Señor Jesús une el Espíritu y la vida. Si tenemos al Espíritu, tenemos vida; pero si no tenemos al Espíritu, tampoco tenemos vida. Si andamos en el Espíritu, andamos en la vida, pero si no andamos en el espíritu, tampoco andamos en novedad de vida. Por consiguiente, el Espíritu es el medio por el cual experimentamos la vida divina, eterna e increada.]

IV. LA VIDA ES DIOS EL PADRE EN EL HIJO COMO ESPÍRITU QUE FLUYE EN NOSOTROS

[En resumen, la vida es el Dios Triuno. Sin embargo, para nosotros esta vida no es el Dios Triuno que está en los cielos, sino el Dios Triuno que fluye a nosotros. Este fluir del Dios Triuno indica que Su contenido, que es El mismo, primero fluyó a través de Cristo, y luego fluyó como Espíritu para que lo recibiéramos como vida. Así que, cuando tocamos a Dios en Cristo, quien es el Espíritu, tocamos la vida misma, porque la vida es Dios en Cristo, quien es el Espíritu.]

El Padre es la fuente de la vida; el Hijo es el caudal de esta vida, y el Espíritu es el fluir de vida. La vida es el fluir del Padre en el Hijo como Espíritu. El fluye en nosotros para ser nuestra vida y nuestro suministro de vida. La vida también es este Dios Triuno procesado que fluye hacia nosotros con todas las riquezas divinas, que consisten de todo lo que El logró, experimentó y adquirió con miras a eliminar todas las cosas negativas en nosotros y llenarnos de El mismo. Finalmente, esta vida es el Dios Triuno procesado que fluye de nosotros para expresar a Dios mediante nuestro vivir diario, para llevar fruto por medio de la predicación del evangelio, y para edificar la iglesia, el Cuerpo de Cristo, que tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén.

Preguntas

  1. Cuando una persona recibe la vida de Dios, ¿qué es lo que recibe?
  2. ¿Por qué se le llama al Espíritu Santo, el Espíritu de vida?
  3. Mencione uno o dos versículos que revelen que el Espíritu es vida.
  4. Mencione uno o dos versículos que afirmen que Cristo es nuestra vida.
  5. Describe cómo la vida, que es Dios el Padre en el Hijo como Espíritu, fluye en nosotros.

Citas tomadas de las publicaciones de Lee y LSM

  1. Versión Recobro, 1 Jn. 1:5, nota 3; 1 Jn. 1:7, nota 4.
  2. El conocimiento de la vida, págs. 14-18.
  3. Estudio-vida de Romanos, págs. 191, 183.