Watchman Nee Libro Book cap. 2 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob
EL LLAMAMIENTO DE ABRAHAM
EL LLAMAMIENTO DE ABRAHAM
Lectura bíblica: He. 11:8-10; Hch. 7:2-5; Gá. 3:8; Gn. 11:31—12:3, 7a; 13:14-17; 14:21-23
Ya mencionamos que Dios desea obtener un grupo de personas que lleven Su nombre y sean Su pueblo. El quiere obtener un grupo de personas que puedan decir que pertenecen a Dios y que son Su pueblo. A fin de lograr esta meta, El primero trabajó en Abraham, luego en Isaac, y por último en Jacob. Las experiencias de Abraham junto con las de Isaac y las de Jacob constituyen las experiencias básicas de todos los que deseen ser el pueblo de Dios. Esto significa que ser el pueblo de Dios no se produce por casualidad. A fin de ser el pueblo de Dios, necesitamos tener experiencias específicas con El; debemos pasar por una medida de disciplina y cierto adiestramiento antes de poder ser el pueblo de Dios y vivir para Dios en la tierra. Las experiencias básicas que se necesitan para ser el pueblo de Dios son las de Abraham, Isaac y Jacob. En otras palabras, aunque muchas personas puedan llevar el nombre de Dios y sean reconocidas exteriormente como pueblo Suyo, en realidad no son aptas para serlo, a menos que vean que todo lo que tienen proviene de Dios, que todo lo han recibido y que Dios tiene que despojarlos de todo lo que pertenece a la vida natural. De no ser así, no podrán ser útiles en las manos de Dios.
ABRAHAM ES EL COMIENZO DE LA OBRA DE RECOBRO DE DIOS
Vayamos al relato de Abraham. Todos los que leen la Biblia notarán la importancia de Abraham. Su nombre se menciona al comienzo del Nuevo Testamento. El Señor Jesús habló de Abraham muchas veces en Sus discursos, pero a Adán, por ejemplo, no lo mencionó. El dijo: “Antes que Abraham fuese, Yo soy” (Jn. 8:58). El no dijo: “Antes que Adán fuese, Yo soy”. Tampoco se refirió a Adán como padre de los judíos, sino a Abraham (v. 56). Abraham era su punto de partida.
Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos que Abraham es el punto de partida en el plan redentor de Dios y en Su obra de restauración. Romanos 4 nos dice que Abraham es el padre de los que creen (v. 17). Todo creyente comienza en Abraham; su punto de partida es Abraham, no Adán. Adán es el comienzo del pecado, pues el pecado entró en el mundo por un hombre (5:12). Aquel fue un comienzo corrupto. A pesar de que Abel ofreció sacrificios a Dios por fe, de que Enoc caminó con Dios y de que Noé temía a Dios, y toda su familia entró con él en el arca, no podemos recibir bendición de ninguno de éstos, pues no eran más que buenos individuos y, por tanto, ninguno de ellos puede ser el comienzo de la obra de restauración de Dios. Abel, Enoc, Noé y Abraham creyeron en Dios, pero existe una gran diferencia entre Abraham y los demás. Abraham ocupa un lugar mucho más importante en el plan de redención que ellos, porque la obra de restauración la comenzó Dios con él.
Debemos tener presente que Abraham es diferente de los demás hombres. Desde que Adán pecó, ha existido en la humanidad una línea de pecado. Aunque Abel, Enoc y Noé eran buenas personas, no pudieron interrumpir la línea de pecado ni cambiar la condición pecaminosa. El hombre había caído y había fracasado. A pesar de que estos tres hombres eran buenos, sólo lo fueron a nivel individual. Existe una gran diferencia entre ser bueno individualmente y producir un cambio. El primer caso en el que Dios usó a un hombre para cambiar la situación de pecado fue el caso de Abraham. Antes de éste, Dios obró en algunos individuos, pero no hizo nada que cambiara la situación de pecado. La primera vez que Dios movió Su mano para cambiar la condición pecaminosa se produjo cuando El escogió a Abraham. En otras palabras, el primer acto restaurador ocurrió en el caso de Abraham. La corriente del pecado había estado avanzando, y en medio de ella encontramos a Abel, Enoc y Noé. Abraham fue la primera persona mediante la cual Dios cambió la corriente. El levantó a Abraham y por conducto de él trajo la obra de liberación. Por medio de él vino el Salvador y la redención. Por esta razón, el evangelio que contiene el Nuevo Testamento comienza con Abraham. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que no nos limitemos a dar una exposición de la Biblia ni a ayudar a otros a entender algún tema de la misma. Esperamos que Dios en Su misericordia nos manifieste lo que está haciendo.
La redención fue efectuada por el Señor Jesús; sin embargo, comenzó con Abraham. Dios ha estado llevando a cabo una obra de restauración a lo largo de las edades y la continuará hasta el milenio. Pero el punto de partida se halla en Abraham. En otras palabras, el centro de la redención es el Señor Jesús, y su consumación se producirá al final del milenio cuando vengan el nuevo cielo y la nueva tierra. Sin embargo, comenzó con Abraham. Desde los días de Abraham hasta el final del milenio, Dios continuamente ha realizado, y seguirá realizando, una obra de restauración. Durante el largo proceso de dicha obra, el Señor Jesús es el centro, pero nunca debemos olvidar que el punto de partida fue Abraham.
Esta es la característica especial de Abraham. Lo que Dios hizo al escoger a Abraham fue muy diferente de lo que en Su gracia hizo con Abel, Enoc y Noé. Cuando Dios tomó para Sí a Abel, a Enoc y a Noé, sólo obtuvo individuos, pero cuando escogió a Abraham, no obtuvo un solo hombre, pues cuando lo llamó, le dijo claramente el motivo de dicho llamado. Le dijo que dejara su tierra, su parentela y la casa de su padre y fuera a la tierra de Canaán, y le prometió hacer de él una gran nación por medio de la cual todas las familias de la tierra serían benditas (Gn. 12:1-3). En otras palabras, el llamamiento y la elección de Abraham tenían como propósito reparar la situación pecaminosa; no estaban dirigidas solamente a Abraham como individuo. Dios llamó a Abraham porque quería usarlo, fue llamado a ser un vaso, parte de una obra, no simplemente a recibir la gracia. Una cosa es ser llamado a recibir la gracia, y otra muy distinta ser llamado a transmitir la gracia. El llamamiento de Abraham no tenía el fin exclusivo de impartirle gracia, sino hacer de él un transmisor de ella.
EL PROPÓSITO DE DIOS AL LLAMAR A ABRAHAM
El propósito de Dios al llamar a Abraham era rescatar al hombre de su condición pecaminosa. No debemos considerar la elección de Abraham como un asunto personal. Al elegirlo, Dios tenía el propósito de recobrar al hombre que se hallaba en una condición de pecado. Examinemos detenidamente lo que incluye el llamamiento de Abraham y los resultados del mismo. En este llamado vemos el propósito, el plan y la predestinación de Dios. También vemos la solución a los problemas relacionados con el pecado y el diablo. Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos estas verdades.
Génesis 12:1 dice: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”. Dios llamó a Abraham a salir de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre. Este es un asunto de herencia, pues el versículo 2 dice: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición”. La expresión “una nación grande” habla de un pueblo. Leemos en el versículo 3: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Esta última frase se refiere a la meta final que tenía Dios cuando escogió a Abraham. En dicha elección se incluían tres cosas: (1) llevarlo a la tierra que Dios le mostraría, (2) hacer de él una nación grande que llegaría a ser el pueblo de Dios y (3) bendecir a todas las familias de la tierra por medio de él.
“A la tierra que te mostraré”
Dios llamó a Abraham a salir de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre, y fuera a una tierra que El le mostraría. Abraham salió de Ur de los caldeos, una tierra idólatra. Su padre Taré moraba ahí y servía a los ídolos (Jos. 24:2). Por un lado, Dios llamó a Abraham a salir de allí, a fin de librarlo de su tierra, su parentela, y de la casa de su padre y que dejara de adorar ídolos; por otro lado, lo llamó a salir, con el propósito de introducirlo en la tierra que le mostraría, la tierra de Canaán, para que allí sirviera al Dios altísimo, dueño del cielo y de la tierra.
Dios llamó a Abraham para que entrara en Canaán, viviera ahí, lo expresara y ejerciera la autoridad de los cielos. Dios deseaba dar aquella tierra a sus descendientes. Por medio de Abraham y su prole, Dios quería tomar posesión de la tierra, ejercer Su autoridad y expresar Su gloria en la tierra. Esta era la razón primordial por la cual llamó a Abraham.
En Mateo 6 el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos a orar, diciendo: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (vs. 9-10). La intención de Dios es que Su pueblo traiga Su autoridad y Su voluntad a la tierra. La iglesia hoy debe ser el lugar donde la gloria de Dios se expresa y donde Su autoridad y Su voluntad se llevan a cabo. El lugar donde el pueblo de Dios obedece a Su voluntad y permite que Su autoridad se extienda entre ellos, es el lugar donde la autoridad y la voluntad de Dios se llevan a cabo. Dios desea obtener un grupo de personas en la tierra que sean Su pueblo. Esto significa que El desea que entre los hombres Su autoridad y voluntad se lleven a cabo en la tierra así como en el cielo. Esta era la meta de Dios al llamar a Abraham y también es Su meta al llamarnos a nosotros a ser Su pueblo.
“Haré de ti una nación grande”
Dios llamó a Abraham no sólo para conducirlo a la tierra que El le mostraría, sino también para hacer de él una gran nación. La meta de Dios es obtener un grupo de personas para que sean Su pueblo. Dios llamó a Abraham con el propósito de hacer de él y sus descendiente un pueblo. En otras palabras, la elección de Dios comenzó con Abraham. El llamó a un hombre de entre muchos y de ahí en adelante, se reveló a este hombre y realizó Su salvación por medio de él. La salvación provendría de él. Dios alcanzaría Su meta con el hombre que había escogido y llamado.
Abraham fue elegido, lo cual significa que Dios llamó para Sí a un hombre de entre todos los hombres. Dios quería obtener un grupo de personas para Sí mismo. En el Antiguo Testamento Dios estableció una nación, Israel, debido a que deseaba obtener un pueblo en la tierra, un grupo de personas que estuvieran apartadas para El, para Su gloria, y que le pertenecieran a El.
Aunque Dios toleró a los israelitas pese a sus muchos pecados, no los toleró cuando se entregaron a la idolatría. Adorar ídolos constituye un pecado grave, pues el lugar que le corresponde a Dios nunca puede ser usurpado por los ídolos. El propósito de Dios al escoger un pueblo es que éste llegue a ser Su testimonio en la tierra. ¿Qué es lo que deben testificar? Ellos deben dar testimonio de Dios. Dios se estableció en medio de Su pueblo. En otras palabras, el pueblo de Dios es el vaso que lo contiene. Dondequiera que esté el pueblo de Dios, ahí estará el testimonio de Dios. Rabsaces, un general de Asiria, el enemigo de los hijos de Israel, dijo: “¿Dónde está el dios de Hamat y de Arfad? ¿Dónde está el dios de Sefarvaim, de Hena, y de Iva? … ¿Qué dios de todos los dioses de estas tierras ha librado su tierra de mi mano, para que Jehová libre de mi mano a Jerusalén?” (2 R. 18:34-35). Esto nos muestra que antes de que los enemigos de los israelitas pudieran vencerlos, tenían que vencer primero a Jehová porque los israelitas eran uno con El. Dios se radicó en medio de Su pueblo. El puso en medio de ellos Su misma persona, Su gloria, Su autoridad y Su poder.
Hechos 15:14 dice: “Dios visitó … a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para Su nombre”. Este es el cuadro descrito en el Nuevo Testamento, donde la iglesia constituye el pueblo de Dios, y en ella se encuentran el testimonio, la obra y la voluntad de Dios.
La meta de Dios es obtener un grupo de personas para Sí, las cuales declararán: “Pertenecemos a Jehová; somos del Señor”. Es por esto que la Biblia da tanto énfasis a la confesión que la persona hace de Cristo. El Señor dijo: “Todo aquel que se confiese en Mí delante de los hombres, también el Hijo del Hombre se confesará en él delante de los ángeles de Dios; mas el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios” (Lc. 12:8-9). El Señor quiere obtener personas que confiesen Su nombre. Muchas veces, confesar a Cristo no es necesariamente predicar el evangelio, sino declarar: “¡Pertenezco al Señor! ¡Pertenezco a Dios!” Este es el testimonio de Dios. De este modo Dios obtendrá algo. El desea obtener un grupo de personas que declaren: “Pertenecemos a Dios, y El es nuestro único interés”.
“Serán benditas en ti todas las familias de la tierra”
Dios también le dijo a Abraham: “Serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3), lo cual muestra que Dios no se olvidó de las naciones. Dios no bendice a las naciones de la tierra directamente, sino por medio de Abraham. Dios escogió a un hombre, y éste llegó a ser un vaso. De este hombre nació una familia, a partir de la cual surgió una nación, y mediante esta nación fueron benditas todas las familias de la tierra. Dios no bendice a las naciones directamente, sino que actúa en un solo hombre primero, y por medio de él bendice a todas las familias de la tierra. Dios depositó toda Su gracia, poder y autoridad en este hombre, y luego por medio de él impartió todo ello a todos los hombres. Este es el principio aplicado en la elección de Abraham, y sigue en vigencia aún hoy. Por consiguiente, lo más importante para Dios es escoger Su vaso. Sin duda alguna, los que son escogidos como vasos deben conocerle. La bendición para las familias de la tierra dependía completamente de Abraham. En otras palabras, el propósito eterno de Dios y Su plan están ligados a los hombres que El escoge. La firmeza o el fracaso de los escogidos de Dios determinan el éxito o el fracaso del propósito de Dios y de Su plan.
Esta es la razón por la cual Abraham tuvo que pasar por tantas experiencias y recibir tanto de parte de Dios antes de poder impartir a otros lo que él había recibido. Con razón Abraham tuvo que pasar por tantas pruebas y confrontar tantos problemas. Sólo de este modo otros podrían recibir ayuda y beneficio. Abraham conocía a Dios; por tanto, él es el padre de los que creen. Aquellos que tienen fe son hijos de Abraham (Gá. 3:7), pues son engendrados por él. Sabemos que todas las obras espirituales se basan en el principio de “engendrar”, no en el principio de “predicar”; los hijos se engendran; no se producen por la predicación. Para que Dios recupere al hombre, éste debe creer. Solamente los que creen serán justificados. ¿Qué hace Dios? Primero conduce al hombre a creer para que sea un creyente, y de éste muchos más son engendrados.
Debemos recordar que es inútil predicar sin engendrar. La predicación sólo comunica doctrinas, las cuales son transmitidas de boca en boca. Después de dar la vuelta al mundo y regresar al que las profirió, seguirán siendo doctrinas y nada más. ¿De qué le sirve a alguien predicar celosamente la doctrina de la salvación, si él mismo no conoce a Dios ni ha sido engendrado por El? Pero si una persona da testimonio de su salvación y de cómo conoció a Dios, aunque no predique, otros podrán palpar algo verdadero. Sólo esta clase de persona engendrará a otros. El principio de la obra de Dios es hacer algo en una persona primero y luego engendrar a otros por medio de ella. La obra de Dios está en la esfera de la vida, y cuando El siembra la semilla de vida en una persona, la semilla crece. Pablo les dijo a los corintios: “No escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos amados … pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” (1 Co. 4:14-15). En la obra espiritual, engendrar es un principio crucial. El principio fundamental de la obra espiritual es engendrar, no predicar.
Que Dios abra nuestros ojos para que veamos cuán inútil es predicar algo que nosotros mismos no tenemos. Si tenemos la semilla, tenemos el crecimiento. Sin la semilla no puede haber crecimiento. La obra de Dios gira en torno a la vida; no es una doctrina vacía. Una vez que usted pase por la senda que Dios le ha demarcado, tendrá la capacidad de engendrar. De no ser así, no será de ninguna utilidad. A fin de bendecir a todas las familias de la tierra, Dios primero tuvo que obrar en Abraham. A fin de tener un grupo de creyentes, Dios primero obtuvo uno. Abraham fue el primero que creyó. Luego muchos creyentes fueron engendrados por medio de él. Todas las familias de la tierra son bendecidas no por escuchar un sermón, sino por recibir una vida. Dios obró primero en Abraham, y luego por medio de él extendió Su obra a mucha gente. Un día, cuando descienda la ciudad que Abraham esperaba con anhelo, la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios (He. 11:10), todas las familias de la tierra serán plenamente bendecidas, y el plan eterno de Dios será consumado. La obra de redención comenzó en los días de Abraham. Dios hizo una obra en él a fin de hacerlo un vaso, pero el fin de dicha obra no era Abraham solo. Por medio de Abraham Dios llegó a otros.
LOS DOS LLAMADOS QUE DIOS HACE A ABRAHAM
Ahora veamos cómo fue llamado Abraham a seguir a Dios. Al leer Josué 24, encontramos que Abraham nació en una familia que adoraba ídolos. Así que, es interesante notar que la obra de restauración comenzó con Abraham. Dios escogió intencionalmente a tal persona. Esto nos muestra que “no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Ro. 9:16). Abraham nunca habría pensado que Dios lo llamaría, pues no tenía nada de que jactarse. Era un hombre común que no se diferenciaba de los demás. No fue Abraham mismo el que se hizo diferente de los demás; fue Dios quien lo llamó y lo hizo diferente. Por eso necesitamos conocer la providencia de Dios. Si Dios quiere hacer algo, lo hará. Abraham era igual que todos los demás; no había un motivo particular para que Dios lo escogiera; no obstante, lo escogió. La primera lección que Abraham tuvo que aprender fue la de saber que Dios es el que lo inicia todo. Dios llamó a Abraham dos veces. Veamos cómo lo llamó la primera vez, y cómo respondió él al llamamiento de Dios.
El primer llamamiento: en Ur
El primer llamamiento ocurrió en Mesopotamia, en Ur de Caldea. Esteban dijo: “El Dios de la gloria apareció a nuestro Padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán” (Hch. 7:2). Vemos que Dios llamó a Abraham antes de que saliera de Ur. El propio Dios de la gloria apareció a Abraham y lo llamó a salir de su tierra, su parentela y la casa de su padre, y a ir a una tierra que El le mostraría. ¿Creyó Abraham? Hebreos 11 nos dice que sí. Una vez que el hombre ve la gloria de Dios, le es imposible no creer. Abraham era un hombre común, igual a nosotros. El creyó porque el Dios de la gloria se le apareció. Dios fue la razón y la causa de su fe. Fue Dios quien inició y quien le hizo creer.
¿Era grande la fe de Abraham desde el comienzo? No. ¿Qué hizo después de oír el llamado de Dios? “Y tomó Taré a Abram su hijo, y a Lot hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai su nuera, mujer de Abram su hijo, y salió con ellos de Ur de los caldeos, para ir a la tierra de Canaán; y vinieron hasta Harán, y se quedaron allí” (Gn. 11:31). Hechos 7:2 dice que Abraham oyó el llamado en Mesopotamia. Hebreos 11:8 dice que Abraham creyó. El incidente de Génesis 11:31 ocurrió después del que se menciona en Hechos 7:2 y Hebreos 11:8. Tengamos en cuenta lo que aquí leemos: “Y tomó Taré a Abram su hijo, y a Lot hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai su nuera, mujer de Abram su hijo, y salió con ellos de Ur de los caldeos”. Esta fue la primera expresión de la fe de Abraham; él no era mejor que nosotros. Dios le dijo que saliera de su tierra. ¿Obedeció Abraham? Sí, él salió, pero Dios dijo que también dejara su parentela. ¿Hizo esto? Lo hizo a medias; Lot lo acompañó. Dios le dijo que saliera de la casa de su padre, pero Abraham se llevó consigo la casa de su padre. La salida de Abraham no fue su propia decisión, sino la de su padre: “Y tomó Taré a Abram su hijo”. No sabemos por qué Taré estuvo dispuesto a salir de Ur. Es posible que Abraham le haya dicho: “Dios me llamó, tengo que irme”. Quizás Taré lo acompañó debido a que lo quería, aunque no podemos afirmar con certeza que ése haya sido el caso. Lo que sí podemos decir es que la persona que no recibió el llamamiento fue quien tomó la iniciativa, mientras que quien fue llamado sólo se limitó a seguir. Tal vez alguien diga: “¿No es mejor que toda la familia sea salva?” Estamos de acuerdo en que fue bueno que toda la familia fuera salva. Pero el llamamiento que se le hizo a Abraham no se relacionaba con la salvación sino con el ministerio. El llamamiento de Noé a entrar en el arca se relacionaba con la salvación, pero el llamamiento de Abraham a entrar en Canaán fue un asunto de ministerio, pues cumplía el plan de Dios. Esta es la diferencia entre Abraham y Noé. Era correcto que Noé trajera consigo toda su familia al arca, pero era erróneo que Abraham trajera consigo la casa de su padre a Canaán. Si algún miembro de nuestra familia no es salvo, es correcto conducirlo a la salvación, pero si Dios nos ha llamado a ser ministros y vasos Suyos, no podemos traer con nosotros personas que no tengan el llamado.
El comienzo de Abraham fue común; él fue llamado y simplemente creyó, aunque su fe no era excepcional. Estaba dispuesto a seguir, pero no a comprometerse plenamente. Quería obedecer, pues no estaba tranquilo si no lo hacía. Deseaba salir de Ur, pero no salió por completo de allí. El no era diferente a nosotros. Por esta razón, ninguno de nosotros debe sentirse desanimado ni pensar que es incapaz. Necesitamos saber que nuestra esperanza reposa en Dios.
¿Qué pasó después de que Abraham siguió a su padre y ambos emprendieron el camino? Se detuvieron a mitad de camino. Dios quería que fuera a Canaán, pero él se detuvo en Harán y moró ahí. No comprendía que Dios tenía que hacer una obra completa en él antes de llegar a ser Su vaso. No entendía con claridad la comisión ni el ministerio que Dios tenía para él, ni sabía por qué tenía que pagar un precio tan grande. Esto también se aplica a nosotros. Debido a que no conocemos la intención de Dios, nos preguntamos: “¿Por qué me trata Dios así? ¿Por qué no me trata como a Noé? Si Noé permaneció con su familia, ¿por qué tengo yo que dejar la casa de mi padre?”. Tenemos que recordar que un vaso ordinario cuesta muy poco, mientras que un vaso fino tiene un alto precio. Dios quería que Abraham fuera un vaso de honra, así que las exigencias sobre él eran mayores. No debemos entender mal la manera en que Dios nos trata. No sabemos cómo nos va a usar Dios. Todas las experiencias que tenemos nos sirven para nuestro beneficio. Nunca debemos decir: “Si otros pueden hacer esto y aquello, ¿por qué no puedo yo hacer lo mismo?” Recordemos que Dios trata a cada persona de manera específica porque El quiere usar a esa persona de manera específica. Nuestra utilidad viene de nuestro adiestramiento específico. Por consiguiente, no debemos estar descontentos ni ser desobedientes. Resistirse a la mano de Dios o poner en tela de juicio lo que Dios hace es lo más insensato.
La obra que Dios hizo en Abraham muestra lo que Dios se proponía con él; sin embargo, Abraham no lo comprendió. El no sabía por qué Dios deseaba que él abandonara su tierra, su parentela y la casa de su padre. Solamente se alejó una corta distancia de su tierra. Aunque debía separarse de su parentela, se llevó consigo a Lot. Quería irse de la casa de su padre, pero le fue muy difícil y terminó por llevarla consigo. El no vio su ministerio ni comprendió lo que Dios estaba haciendo. Como resultado, sus días en Harán fueron un desperdicio, un retraso, y no trajeron ningún provecho.
Más tarde murió su padre, pero aún no estuvo dispuesto a separarse de su sobrino, y lo llevó consigo. Taré fue un obstáculo para Abraham sólo mientras vivía, pero Lot llegó a ser una carga para el pueblo de Dios, incluso después de su muerte. Debido a las acciones de Lot, se produjeron dos hijos. Uno fue Moab, padre de los moabitas, y el otro fue Ben-ammi, padre de los amonitas. Con el tiempo, tanto los moabitas como los amonitas fueron un problema para los israelitas.
El segundo llamamiento, en Harán
En Génesis 12 Dios llamó a Abraham por segunda vez. La primera vez lo llamó estando en Ur, mientras que la segunda fue en Harán. Dios dijo: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (vs. 1-3). Este llamamiento fue el mismo que Dios le había hecho originalmente. El escuchó este llamado una vez más en Harán. El primero lo condujo a la mitad del camino; el segundo lo llevó hasta Canaán. ¡Debemos darle gracias al Señor incesantemente porque El nunca desiste! ¡La persistencia de Dios es maravillosa! Nosotros llegamos a ser cristianos por Su persistencia, no por nuestra capacidad de asirnos a El. Si dependiera de nosotros, ya nos habríamos soltado de El hace mucho tiempo. Abraham pudo llegar a Canaán por la persistencia de Dios. Nosotros podemos ser cristianos porque Dios nos sostiene. Gracias al Señor que El es un Dios que no nos suelta.
En la aparición de Dios a Abraham y en el llamado que le hace, vemos que El es un Dios que nunca es derrotado. ¡Dios es el Dios de la gloria! Desde la caída de Adán hasta cuando Dios se le apareció a Abraham, la Biblia narra muchas de las ocasiones en que Dios habló al hombre, pero no dice que se apareciera a ninguno. La primera vez que la Biblia cuenta que Dios se le apareció a un hombre fue el caso de Abraham en Mesopotamia. Por esta razón, decimos que la obra de restauración de Dios comenzó con Abraham. Antes de esto, Dios nunca se le había aparecido al hombre. Pero en esta ocasión, El se apareció a Abraham. A pesar de que ya habían pasado dos mil años de historia desde que el hombre había caído, y a pesar de que desde el punto de vista humano, Dios aparentemente había fallado, Su aparición nos dice que en realidad ése no era el caso. ¡No se había apartado de Su meta, pues el Dios de la gloria se apareció a Abraham! ¡Dios es el Dios de la gloria! El es el Alfa y la Omega. ¡El sigue siendo el Dios de la gloria! Nada puede ser más estable que el Dios de la gloria, y nada puede durar más que Su gloria. Desde Adán hasta Abraham pasaron dos mil años, no veinte ni doscientos. Aunque Dios no se le apareció al hombre durante un largo tiempo, El no había fallado, pues El es el Dios de la gloria.
El Dios de la gloria apareció a Abraham y le dijo lo que debía hacer. Abraham no sólo recibió la aparición de Dios sino que le fue confiada la voluntad de Dios. El sabía lo que Dios quería que hiciera. Dios le dijo: “Vete … a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande … y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Dios habló de esta manera a Abraham para mostrarle que a pesar de dos mil años de fracasos humanos y a pesar de la multitud de los pecados del hombre, El venía para recuperarlo, para iniciar una obra de restauración por medio de él.
Abraham oyó el primer llamamiento de Dios y creyó. En consecuencia, salió de Ur de Caldea. Sin embargo, siguió a su padre y permaneció en Harán; sólo avanzó hasta la mitad del camino. Es muy difícil olvidar nuestra historia de salvación, pero es fácil olvidar la visión de nuestro llamado al ministerio. Nos es fácil hacer a un lado nuestro llamamiento. En el momento que llegamos a estar ligeramente ocupados con nuestro servicio a Dios, fácilmente olvidamos nuestro ministerio y el propósito de Dios. Abraham olvidó que Dios lo había llamado. Así que necesitaba que Dios le hablara otra vez, y le volvió a decir lo mismo que le había dicho en Harán. Gracias al Señor que El nos habla una y otra vez para que sepamos sin ambigüedades lo que El desea.
Abraham oyó el llamamiento. La fe que había sido depositada en él la primera vez que fue llamado revivió. Su fe fue recobrada, y pudo continuar su camino.