Watchman Nee Libro Book cap. 2 Como estudiar la biblia sección 1

Watchman Nee Libro Book cap. 2 Como estudiar la biblia sección 1

TRES ASPECTOS DEL ESPÍRITU SANTO

CAPÍTULO DOS

TRES ASPECTOS DEL ESPÍRITU SANTO

Para estudiar la Biblia, necesitamos familiarizarnos con tres aspectos del Espíritu Santo, especialmente para estudiar el Nuevo Testamento, el cual tiene una estrecha relación con dichos aspectos.

Primero, el Espíritu Santo desea que entremos en Sus pensamientos. Para entender las palabras del Espíritu Santo, debemos dirigir nuestros pensamientos a los Suyos. Esto es particularmente necesario en el caso de las epístolas. Tenemos que familiarizarnos con los pensamientos del Espíritu Santo para poder entender Sus escritos.

Segundo, el Espíritu Santo dejó constancia de muchos hechos en la Biblia. Tenemos que penetrar en estos hechos básicos. Si no lo hacemos, no podremos entender la Palabra de Dios. El Espíritu Santo tiene que abrirnos todos los hechos narrados en los cuatro evangelios y en los Hechos.

Tercero, cuando leemos la Palabra de Dios, el Espíritu Santo nos guía a tocar el espíritu. En muchas ocasiones, no es suficiente conocer los pensamientos; debemos entrar en el espíritu que los genera. No solamente debemos conocer los hechos, sino también entrar en el espíritu que los produce. Podemos encontrar ejemplos de esto en los evangelios, en el libro de Hechos y en las epístolas.

El lector de la Biblia debe entrar en estos tres aspectos. Sin embargo, solamente quienes han sido adiestrados y disciplinados pueden verdaderamente conocerlos. No debemos considerar estos aspectos como métodos para estudiar la Biblia, ya que se relacionan con la persona que lee la Biblia. La persona debe pasar por un adiestramiento básico, que es precisamente de lo que queremos hablar.

Examinemos cómo podemos tener parte en estos tres aspectos.

I. LOS PENSAMIENTOS DEL ESPÍRITU SANTO

Al escribir las Escrituras, el Espíritu Santo tenía un propósito y un pensamiento definido. El lector de la Biblia no solamente tiene que conocer las palabras y memorizarlas, sino que también debe percibir el propósito específico que el Espíritu Santo tenía al escribir cierto libro. Lo primero que deseamos tratar acerca del estudio de la Biblia no es su interpretación, sino conocer la intención del Espíritu Santo en el momento en que escribió el libro que vamos a leer. Tenemos que recordar que el valor de las palabras no reside en las palabras mismas sino en su significado. El Señor les dijo a los saduceos: “Erráis, por no conocer las Escrituras” (Mt. 22:29). Los saduceos leían la Palabra de Dios, pero no la entendían. Cuando leemos la Palabra de Dios, debemos hallar la causa por la cual el Espíritu habló. Esto nos guía a otro punto: Nuestra mente necesita bastante disciplina.

A. Fundimos nuestros pensamientos con los del Espíritu Santo

El lector de la Biblia debe ser objetivo; no debe confiar en su propia mente. El Espíritu Santo tiene Su pensamiento, y en éste deben entrar nuestros pensamientos y fundirse en él. Cuando el Espíritu Santo piensa de cierta manera, nosotros también tenemos que pensar de la misma manera. Ambos debemos fluir como dos corrientes de un río: el Espíritu Santo es la corriente principal, y nosotros somos la corriente secundaria. El Espíritu Santo es como un gran río, mientras que nosotros somos como un arrolluelo. El arroyo tiene que unirse al río. Cuando el río fluye hacia el oriente, el arroyo también fluye hacia el oriente. El arroyo puede ser pequeño, pero si fluye con el río, llega al océano.

Algunos pasajes bíblicos giran en torno a hechos, mientras que otros se centran en el espíritu o en los pensamientos. Los pasajes que enfocan pensamientos también tienen espíritu y hechos. Aquellos cuyo enfoque está en los hechos incluyen espíritu y pensamientos. Los pasajes que se centran está en el espíritu contienen además hechos y pensamientos. Cuando examinamos los pensamientos del Espíritu Santo, debemos ser objetivos; todo nuestro ser debe seguir los pensamientos que El comunica. Sin embargo, algunos no pueden hacer esto o sólo pueden estar ligados al Espíritu Santo por diez minutos, después de los cuales sus pensamientos empiezan a vagar. Este tipo de personas no pueden leer la Biblia como se debe. El requisito para que una persona pueda leer la Biblia es que su mismo ser sea afectado.

Es cierto que al leer la Biblia uno necesita usar la mente. Pero, ésta debe seguir la misma línea, corriente y dirección de la mente del Espíritu Santo. Dondequiera que el Espíritu vaya, uno debe seguirlo. Podemos hallar el pensamiento del Espíritu Santo en una oración, en un pasaje, en un capítulo o en un libro. La mente de uno tiene que estar sintonizada con el Espíritu Santo y procurar hallar lo que El dice en un pasaje, lo que El piensa, y cuáles son las ideas principales y secundarias. La primera pregunta que debemos hacernos cuando leemos una porción de las Escrituras es ¿cuál es la intención del Espíritu al escribirla? Si no sabemos cuál es la intención del Espíritu Santo en esa porción, es muy probable que cometamos errores cuando la citemos más tarde; es posible que tergiversemos lo que el Espíritu Santo quiere decir. No es suficiente leer la letra, recordar las palabras, ni memorizar el pasaje ni estudiar el significado de una manera aislada. Cuando leemos la Biblia, debemos percibir la intención que tenía el Espíritu cuando escribió un pasaje dado. Es decir, debemos detectar los pensamientos de Pablo, de Pedro y de los demás escritores en el momento que el Espíritu Santo habló por medio de ellos. Nuestros pensamientos deben concordar con los pensamientos del Espíritu para poder entender la Biblia.

Se cuenta de un creyente que viajó por las cuarenta y dos estaciones por las que pasaron los israelitas desde Egipto hasta Palestina. Donde los israelitas fueron, él fue. Donde dieron un rodeo, el lo dio. El hizo todo el viaje de esta manera. Más tarde, relató en un libro el viaje. El no escogió su propio camino, sino el que Moisés tomó. Esta es la manera en que debemos leer la Biblia. No debemos determinar la dirección por nosotros mismos; tenemos que ir por donde el Espíritu va. Pablo bajó a Jerusalén, y nosotros debemos ir con él a Jerusalén. El sentía y pensaba de cierta manera, y nosotros debemos sentir y pensar de la misma manera. No debemos seguir nuestro propio rumbo, sino la dirección de los escritores de la Biblia, es decir, la dirección del Espíritu. El pensamiento de los lectores de las Escrituras debe concordar con el de los escritores, pues éstos fueron inspirados por el Espíritu Santo a pensar de cierta manera. Si nuestros pensamientos pueden seguir de cerca lo que el Espíritu tenía en el momento de escribirse el pasaje, entenderemos lo que la Biblia dice.

B. “El Tronco” y “las Ramas”

Algunos pasajes de la Biblia contienen un tema específico, mientras que otros son palabras explicativas; algunas son de vital importancia, mientras que otras tienen una función secundaria. Algunas son como el tronco de un árbol, y otras son como las ramas. No debemos seguir las ramas y perder de vista el tronco. Y tampoco debemos prestar atención exclusivamente al tronco olvidándonos de las ramas. Debemos encontrar lo que el Espíritu Santo dice en un pasaje, cómo lo expresa, de cuántas cosas habla y cuánto se extiende para alcanzar su meta. Nuestra mente debe seguir estas cosas paso a paso. Tenemos que llegar a la mente del Espíritu Santo. El Espíritu tiene un tema y también tiene las palabras que lo desarrollan. A veces estamos hablando y a mitad de nuestra conversación, nos desviamos del tema para explicar algo. Estas son “las ramas”. Las ramas no se extienden sin límite. De igual modo, el Espíritu puede salirse del tema con una explicación que use cinco o seis versículos, pero siempre regresa al “tronco”. No nos debemos quedar en las explicaciones; debemos seguir el Espíritu Santo y regresar al tema. Muchas de las epístolas están estructuradas de tal manera que las palabras explicativas se intercalan en el tema de los pasajes. Debemos diferenciar entre “el tronco” y “las ramas” a fin de entender lo que leemos. No debemos apresurarnos en nuestra lectura. Cuando el Espíritu Santo da un viraje, nosotros tenemos que ir con El, y cuando vuelve al tema, nosotros también debemos regresar. Tenemos que ser muy sensibles y cuidadosos para no poner nuestra confianza en nosotros mismos ni en nuestra carne. Esta es la manera de sincronizarnos con los pensamientos del Espíritu Santo.

Hay “troncos” y “ramas” en la Biblia y, en conjunto, forman una unidad. Por ejemplo: cuando Pablo escribió el libro de Romanos, no tenía la intención de darnos solamente 3:23, 6:23 y 8:1. Todo el libro contiene una idea unificada; es una entidad completa. No aparecen fragmentos por ninguna parte. No debemos tomar ciertos versículos fuera de contexto para después explicarlos. Está bien que tomemos prestado algún versículo, pero debemos diferenciar entre tomar prestado y dar una interpretación del mismo. Aun cuando tomamos prestado un versículo para cualquier otro uso, tenemos que entender el contexto, de no ser así, caeremos en el error de tomar las ideas fuera de su contexto.

Si nuestra mente está adiestrada, será lo suficientemente diestra para sustentar la luz. La luz viene como un relámpago, y tenemos que atraparla y sostenerla. Si nuestra mente no está adiestrada para unirse a la mente del Espíritu Santo, no tendremos el pensamiento necesario para capturar y sostener la luz cuando nos llegue en forma de revelación. Esta es la razón por la cual nuestra mente tiene que ser adiestrada; tiene que ser objetiva y obediente a la guía del Espíritu Santo. El Espíritu Santo tiene Su propia manera de expresarse. Por ejemplo: Romanos 1 y 2 hablan del pecado del hombre; el capítulo tres habla de la redención; el capítulo cuatro, de la fe; el capítulo cinco, del pecador; el capítulo seis, de la muerte del pecador; el capítulo siete, de las dos leyes; y el capítulo ocho, del Espíritu Santo. En los capítulos del nueve al doce nos da algunos ejemplos. El capítulo doce habla de los cristianos y de la iglesia, y finalmente, los capítulos trece y dieciséis hablan de la conducta de una persona salva. Cuando leemos dicho libro, tenemos que entender la intención del Espíritu Santo al hablar esas palabras. En cada sección el Espíritu tiene ideas principales. Primero, El habla del pecado del hombre y luego de la solución al pecado y del cumplimiento de la justicia de Dios. Después pasa a hablar de la fe y de lo que estorba a la fe: las obras del hombre. Pero el hombre tiene otro problema además de su pecado: su persona. Por consiguiente, en el capítulo seis el Espíritu habla de la crucifixión del pecador (el hombre viejo). La solución al pecado del hombre radica en la fe de que el Señor murió por él, mientras que la solución al problema del hombre mismo se halla en la fe en que él murió con el Señor. En los capítulos del nueve al once, se habla de la nación de Israel como un ejemplo de la gracia de Dios y de la fe. Luego, el capítulo doce menciona la condición de un cristiano consagrado. Del capítulo uno al dieciséis, podemos identificar “los troncos” claramente. Pablo fue muy claro al expresar su sentir en estos puntos. También están “las ramas”, algunas de las cuales se ven en la primera sección. Al abordar el tema del pecado, el Espíritu Santo se desvía para hablar de los gentiles y luego de los judíos, y luego regresa a la idea principal. Cuando leemos la Biblia, debemos seguir muy de cerca la idea del Espíritu Santo.

c. Dos clases de adiestramiento

Hay dos maneras de adiestrar nuestra mente. Primero, podemos aislar el tema de las palabras explicativas. No es mala idea recorrer todo el Nuevo Testamento y poner paréntesis alrededor de pasajes que el Espíritu incluye a modo de explicación. Lo contenido entre paréntesis son “las ramas”, y lo que queda fuera es “el tronco”. Si saltamos los versículos que dejamos entre paréntesis y leemos el resto, veremos la idea principal en los diferentes pasajes.

Hagamos esto con el libro de Romanos. Romanos 1:1 dice: “Pablo, esclavo de Cristo Jesús, apóstol llamado, apartado para el evangelio de Dios”. Esto es obviamente la introducción a dicho libro. Los versículos del 2 al 4 dicen: “Que El había prometido antes por medio de Sus profetas en las Santas Escrituras, acerca de Su Hijo, que era del linaje de David según la carne, que fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, Jesucristo nuestro Señor”. Esta es una explicación del evangelio. Por consiguiente, estos versículos son “ramas” que se pueden poner entre paréntesis. El versículo 5 dice: “Y por quien hemos recibido la gracia y el apostolado para la obediencia de la fe entre los gentiles por causa de Su nombre”. Esto de nuevo es el tema del texto. Si seguimos así hasta finalizar Romanos, extraeremos los versículos que constituyen la idea principal del texto. Podemos subrayar el tema con un color, y las explicaciones con otro. Como primer paso, no tenemos que leer las explicaciones. Primero leemos el tema y después las explicaciones. En primer lugar, debemos encontrar la idea principal que expresa el Espíritu Santo, y luego debemos incluir paulatinamente las explicaciones. ¿Qué es este evangelio? Es algo que fue “prometido antes por medio de Sus profetas en las santas Escrituras”. Dios prometió el evangelio y luego envió al Señor Jesús a cumplirlo. El cumplimiento del evangelio consta de dos partes. Primero, lo que corresponde a la carne, y luego, lo que corresponde al espíritu. La primera parte está ligada a la vida del Señor en la tierra como hijo de María. La segunda parte se relaciona con Su vida en los cielos como Hijo de Dios. Los cuatro evangelios abarcan lo que de El se relaciona con la carne, mientras que las epístolas abarcan lo relacionado con el Espíritu. Cuando leemos este pasaje, debemos pasar directamente del versículo 1 al 5 y dejar los versículos del 2 al 4 para más tarde. Siempre debemos prestar atención al tema primero, y luego a las explicaciones. Debemos leer toda la Biblia de esta manera. Todo siervo de Dios debe diferenciar entre el tema de cada libro y las porciones explicativas. Este es el primer paso.

¿Qué beneficio podemos obtener cuando damos este primer paso? Esto nos capacita para conocer en qué medida se relaciona la enseñanza de un pasaje con el tema principal y qué parte es una explicación. Cuando servimos como ministros de la Palabra, nuestras palabras deben tener un tema central y también explicaciones. Aunque nuestra función como ministros de la Palabra no es tan perfecta y profunda como la de los primeros apóstoles, el principio sigue siendo el mismo. Una vez que diferenciemos entre el tema y las explicaciones, nos daremos cuenta, para nuestra sorpresa, de que la Biblia provee suficientes explicaciones, tanto en cantidad como en profundidad; adoraremos al Señor por la absoluta perfección de Su Palabra; descubriremos también que tan pronto nos excedemos ligeramente en el uso de explicaciones o ejemplos, todo nuestro mensaje se debilita. Debemos prestar atención a la manera en que la Biblia da explicaciones. No debemos explicar demasiado. Solamente debemos aclarar pasajes que no sean fáciles de entender. Las explicaciones se dan con el propósito de facilitar la comprensión, pero no debemos excedernos en su uso. Algunos oradores carecen de explicaciones, lo cual confunde a los oyentes; otros dan explicaciones tan largas que echan a perder el mensaje. Debemos observar el balance perfecto de la Palabra. Aprendamos a separar el tema de las explicaciones. Para hacer esto, tenemos que ser objetivos. Si nos volvemos subjetivos, erraremos.

En segundo lugar, debemos tratar de repetir el pasaje con nuestras propias palabras y escribirlo de nuevo con palabras que nosotros podamos entender. Por ejemplo: Romanos 1:1, 5 y 6 son versículos que expresan el tema y fueron redactados por Pablo. Después de que entendemos lo que Pablo dijo, debemos tratar de expresarlo con nuestras propias palabras. Al principio sólo debemos trabajar con el tema principal; no tenemos que dedicarle mucho tiempo a las explicaciones contenidas en los paréntesis. Este ejercicio es similar a nuestra experiencia como estudiantes. Los maestros nos cuentan una historia y nosotros la escribimos con nuestras propias palabras. Tenemos que saber de qué se trata la narración para poderla escribir. Para realizar este ejercicio debemos ser objetivos y entender el significado de la Biblia, y así no le agregaremos nuestras propias palabras. Tenemos que adiestrarnos a fin de seguir los pensamientos del Espíritu Santo. Debemos conformar nuestros pensamientos a los del Espíritu Santo.

Es muy posible que cometamos errores al repetir el texto con nuestras palabras, ante lo cual, lo que debemos hacer es corregirlos la próxima vez. Si cometemos errores de nuevo, debemos corregirlos otra vez. Cuanto más nos corrijamos, más exactos llegaremos a ser. Si aprendemos esta lección, nos será fácil entender la Palabra de Dios. Lo más importante es hacernos a un lado. Si nos volvemos orgullosos o subjetivos estamos acabados. Tenemos que aprender a ser objetivos, mansos y humildes. Es fácil para una mente mansa y humilde seguir la mente del Espíritu. Los lectores de la Biblia necesitan aprender esta lección.

II. ENTREMOS EN LOS HECHOS NARRADOS POR EL ESPÍRITU SANTO

A. La impresión que dejan los hechos

Cuando leemos la Biblia, el Espíritu Santo requiere que tengamos una impresión definida de los hechos. No toda la Biblia consta de enseñanzas; gran parte de ella se compone de hechos y relatos. El Espíritu Santo desea que los hechos, las historias y los relatos produzcan cierta impresión en nosotros. Una vez que obtengamos por el Espíritu Santo una impresión de esos hechos, le será fácil comunicarnos la palabra de Dios. Si los hechos no producen una impresión en nosotros, la Palabra de Dios no permanecerá en nosotros ni producirá el efecto apropiado.

La impresión a la que nos referimos no es estar informados en general de las narraciones, sino a una visión de los puntos característicos que dejan una impresión duradera en la mente. Cada evento en la Biblia tiene sus características. Si no entendemos estas características, no podremos entender la Palabra de Dios. Cuando leemos un contrato, no es suficiente verificar si tiene la firma o no; debemos verificar de quién es la firma. La impresión de la que hablamos no es una impresión general, sino una impresión específica. Cuando descubrimos la característica especial, podemos saber lo que Dios desea decir en el texto. Es posible que una persona pueda recordar y transmitir un relato bíblico sin notar su carácter especial. Esto muestra que no entiende la Palabra de Dios. El Nuevo Testamento consta de los cuatro evangelios, Hechos, las epístolas y Apocalipsis. Para penetrar en las epístolas tenemos que entrar en el pensamiento del Espíritu Santo. Sin embargo, en los cuatro evangelios y en Hechos, además de abrir nuestro corazón al Espíritu de Dios, tenemos que permitirle que nos deje una profunda impresión con los hechos. Tenemos que descubrir la diferencia entre ciertos hechos y tenemos que detectar las características específicas que presentan esos hechos.

Una impresión es semejante a una fotografía. La cámara usa una película plástica delgada, cubierta de cierto material químico llamado bromuro de plata. Hace unas décadas, esta película solamente podía contener decenas de millares de partículas de bromuro de plata por centímetro cuadrado. Esta es la causa por la cual las fotografías que se producían en ese entonces no eran muy nítidas, pues tenían una apariencia granular. Más tarde, la película fue mejorada, y ese granulado desapareció. La imagen es ahora más clara porque cada pulgada cuadrada de la película puede contener millones de partículas de bromuro de plata. De la misma manera, cuanto más fina sea nuestra constitución interior, mejor impresión tendremos. Si nuestro corazón y nuestro espíritu están abiertos a Dios, y si somos sensibles, el destello de hechos que el Espíritu Santo ponga delante de nosotros va a generar una profunda impresión en nosotros. Si somos sensibles y flexibles, veremos dos cosas: primero, localizaremos el énfasis de la Palabra de Dios y el enfoque de Su revelación, y en segundo lugar, sabremos qué es lo que Dios desea comunicar con los hechos. Así podremos diferenciar entre diferentes hechos.

Una persona tosca nunca verá los puntos finos de la Biblia. Un hombre debe ser blando, y sus sentimientos deben ser muy sensibles para que la Palabra de Dios pueda dejar una impresión clara en él. No solamente vislumbrará el panorama completo, sino que también recibirá una impresión exacta de los puntos más específicos y de los delineamientos, y tendrá certeza de cada aspecto delicado e intrínseco que contienen los hechos.

B. La necesidad de ser sensibles

Muchas persona que leen la Biblia procuran hallar los aspectos específicos y finos que contiene. Sin embargo, sin sentimientos finos y tiernos, no se pueden percibir aquellos aspectos tiernos. Examinemos los cuatro evangelios y el libro de Hechos. Estos cinco libros son una crónica de Jesús y revelan más hechos acerca de El que las epístolas. Necesitamos tener impresiones específicas y finas de los hechos relacionados con el Señor Jesús. Estudiemos otros ejemplos.

1. Contrastes

a. Zaqueo y los dos discípulos que iban a Emaús

Al comparar Lucas 19 con Lucas 24 encontramos una marcada diferencia entre la visita del Señor a la casa de Zaqueo y Su visita a los dos discípulos que iban camino a Emaús. El expresó el deseo de ir a la casa de Zaqueo, pero en el caso de los dos discípulos, parecía que quería seguir de largo. Una persona con una percepción fina detectaría estas dos actitudes opuestas. En el caso de Zaqueo, el Señor se acercó a un vil pecador. Este no era un publicano cualquiera; era el jefe de los recaudadores de impuestos. El Señor no esperó a que él lo invitara, sino que se invitó a la casa de él. No hay duda de que Zaqueo deseaba ver al Señor, pero estaba consciente de su baja estatura y de su mala reputación, y se sentía demasiado avergonzado como para invitar al Señor. En tales circunstancias, el Señor dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que me quede en tu casa” (Lc. 19:5). Este era un pecador que no se atrevía a invitar al Señor a su casa. El Señor se invitó a Sí mismo a esa casa. El entendía a Zaqueo, pues era muy sensible. Si nuestros sentimientos son lo suficientemente tiernos, entenderemos lo que el Señor desea.

Los dos discípulos que iban camino a Emaús se habían vuelto atrás. Sus ojos estaban cubiertos por un velo, y no reconocían al Señor. El anduvo con ellos, habló con ellos y les explicó las Escrituras. Cuando estaban cerca de la aldea, El actuó como si fuera a seguir de largo (24:28). La actitud del Señor hacia los dos discípulos fue diferente a la que mostró ante Zaqueo. Este estaba frente a grandes obstáculos: se avergonzaba de su condición. El Señor fue muy tierno para con él y se invitó a entrar en su casa. Los dos discípulos que iban para Emaús ya conocían al Señor, pero se habían vuelto atrás. Aunque habían oído mucho del Señor, seguían en su camino a Emaús. Esta fue la razón por la cual el Señor actuó como si fuera a seguir Su camino. Se quedó con ellos porque se lo rogaron. En el primer caso, un hombre viene al Señor. En el otro, dos hombres están alejándose de El. En efecto, la actitud del Señor fue diferente. Tenemos que llegar a los tiernos sentimientos del Señor Jesús para percatarnos de quién es Jesús de Nazaret, a quién Dios desea revelarnos.

b. Las dos ocasiones en que Pedro se fue a pescar

En Lucas 5 Pedro había estado pescando toda la noche y no había pescado nada. No obstante el Señor Jesús le dijo: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca” (v. 4). Los pescadores echaron las redes y cogieron una gran cantidad de peces. No habían pescado nada, pero repentinamente recogieron una gran cantidad de peces. Entonces Pedro cayó de rodillas ante Jesús, y le dijo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (v. 8). En Juan 21 encontramos a Pedro y a otros discípulos pescando de nuevo. El Señor les preguntó: “Hijitos, ¿no tenéis algo de comer? Le respondieron: No. El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca” (vs. 5-6). Entonces atraparon muchos pescados. En la pesca de Lucas 5 el Señor Jesús revela Su gloria a Pedro. Cuando esta gran gloria resplandeció sobre éste, comprendió que era un pecador y que no era digno de la presencia del Señor. Cuando Pedro se fue a pescar, después de la resurrección del Señor; se tiró al mar y nadó hasta la orilla al reconocer al Señor (Jn. 21:7). Perdió todo interés en la pesca cuando reconoció al Señor. En ambos casos él tuvo la misma revelación. Pero en el primer caso, la revelación hizo que este hombre se conociera a sí mismo y le rogara al Señor que se apartara de él. En el segundo caso, la revelación condujo a este hombre que ya conocía al Señor, a una relación más íntima con El. Una vez que identificamos la diferencia entre estos dos casos, tenemos la debida impresión de los hechos. En todos estos asuntos necesitamos una sólida impresión de los hechos.

c. El Señor alimenta a los cinco mil, y María lo unge

Estos dos incidentes se narran en los cuatro evangelios: la alimentación de los cinco mil por parte del Señor y la unción del Señor por parte de María. Después de que el Señor alimentó a los cinco mil, ordenó a los discípulos que recogieran los pedazos para que nada se perdiera (Jn. 6:12). Esto es sorprendente. El Señor realizó el milagro de alimentar a una multitud; aún así les dijo a los discípulos que recogieran los pedazos que sobraron para que no se desperdiciaran. Más adelante, una mujer vino al Señor y quebró un frasco de alabastro y derramó el ungüento sobre la cabeza del Señor. Algunos discípulos dijeron: “¿Para qué se ha hecho este desperdicio de ungüento?” Pero el Señor Jesús respondió: Ella “ha hecho en Mí una buena obra” (Mr. 14:3-7). Aquí vemos un contraste entre dos cosas: la multiplicación de los panes y la unción del Señor. En un caso, nada se desperdició, mientras que en el otro, parece verse un gran derroche. Nada de lo que es producido milagrosamente se puede desperdiciar; pero el perfume que valía trescientos denarios fue derramado sin reservas sobre el Señor; no fue utilizado para alimentar a los cinco mil, sino para ser consumido por el Señor en un instante. No se recogió sino que se derramó. Era un solo frasco, y no doce cestas. Todos éstos son contrastes. Cuando el Hijo de Dios realizó el milagro, inclusive las sobras se debían recoger. Pero El no estima que es demasiado recibir la consagración de un regalo que cueste trescientos denarios. Los cuatro evangelios relatan esta historia, y en todas partes donde se predique el evangelio, se ha de recordar este caso. La consagración debe ir hasta donde el evangelio vaya. A donde quiera que el evangelio vaya, debe seguirlo una consagración incondicional. Las riquezas del evangelio deben ser las riquezas de la unción y consagración del hombre. Necesitamos ser impresionados profundamente por este hecho.

d. El juicio del Señor y el juicio de Pablo

Algunas veces es muy significativo comparar los cuatro Evangelios con los Hechos. Podemos comparar el juicio al que fue sometido el Señor y el juicio al que fue sometido Pablo. Cuando Pablo fue juzgado, dijo que era fariseo e hijo de fariseo (Hch. 23:6). Este no fue el caso del Señor Jesús. Valoramos a nuestro hermano Pablo. Pero lo mejor que el mundo puede producir no pasa de ser un hijo de hombre. Sin embargo, Jesús de Nazaret ¡es el único Hijo engendrado por Dios! Cuando lo comparamos, encontramos que uno es el único Hijo engendrado de Dios, mientras que Pablo es uno de los muchos hijos de Dios. Uno es el Señor, y el otro es el siervo; uno es el Maestro, y el otro, el discípulo. Aunque los logros de Pablo eran muchos, no podía comparase con su Señor. Sólo al ser sensibles y perspicaces, conoceremos al Señor según se describe en los evangelios y a los apóstoles según se describen en Hechos. Si no somos sensible, nada nos impresionará. Aun si el Señor desea mostrarnos algo, no podremos postrarnos delante de El y adorarlo. Un hombre descuidado trata la Biblia como si fuera un libro de narraciones sin importancia; trata de interpretarlo todo, y es difícil que el Espíritu Santo lo impresione con algo.

e. El Señor “pasó por en medio” y Pablo “fue bajado”

En cierta ocasión, el Señor Jesús leyó las Escrituras en la sinagoga de Nazaret. Cuando terminó, añadió un breve comentario, por lo cual la multitud lo llevó hasta la cumbre del monte para arrojarlo al precipicio. Sin embargo El, pasando en medio de ellos, se fue (Lc. 4:29-30). ¡Qué majestuoso y digno fue El! El no fue como Pablo que tuvo que ser bajado por un muro en una canasta (Hch. 9:25). No decimos que Pablo actuó mal; nos referimos a que hay una diferencia en naturaleza. El Señor pasó en medio de la multitud y se fue. Estas palabras: “El pasó en medio de ellos, y se fue” (Lc. 4:30), deben dejarnos una impresión. Cuando el Señor pasó en medio de quienes querían matarlo, éstos sólo pudieron observar sin hacer nada. ¡Cuán digno y noble es nuestro Señor!

2. Ejemplos de similitudes

a. Insatisfacción con respecto al Señor

Ciertas impresiones de la Biblia tienen que ser estudiadas a manera de contraste. Tal es el caso con los cinco ejemplos mencionados. Otros ejemplos muestran aspectos en común, y uno debe relacionarlos para tener un cuadro completo

1) El Señor duerme en la barca

Mateo 8:23-27 habla de la ocasión cuando Jesús cruzó el mar con los discípulos. De repente se levantó una gran tempestad en el mar. El Señor estaba dormido, y los discípulos tuvieron miedo. En el relato de Mateo los discípulos dijeron: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” Pero Marcos 4:38 dice algo más: “Maestro, ¿no te importa…?” Esto muestra que ellos se preguntaban cómo podía el Señor dormir tan tranquilamente. El Señor reprendió al viento y a las olas, y se calmaron; luego se dirigió a los discípulos y los reprendió por su poca fe. (Obsérvese el orden de los eventos que presentan Marcos y Lucas. Antes de reprender a los discípulos, el Señor reprendió al viento y a las olas). El Señor tenía base para reprender a los discípulos porque ya les había dicho que cruzaría al otro lado. No tenían que preocuparse aunque en el camino encontrasen vientos, olas o cualquier otro obstáculo. El Señor Jesús les estaba dando una lección de fe. ¿En qué estaban poniendo la fe? Debieron confiar en la palabra del Señor: “Pasemos al otro lado” (Mr. 4:35). Puesto que el Señor les había dicho que pasarían al otro lado, era imposible que ellos terminaran en el fondo del mar. Sin embargo los discípulos no tuvieron fe en lo que el Señor les dijo; por eso El los reprendió.

Nótese que nunca se ve que el Señor se disculpe con nadie. En circunstancias normales, cuanto más lecciones una persona aprende delante del Señor, más se disculpa con los demás. Cuanto más disciplinada es una persona, más descubre lo insatisfechos que están los demás con ella, y con más frecuencia se disculpa. El Señor Jesús es el único que nunca tuvo que disculparse con nadie. Tal parece que los discípulos pensaban que ellos estaban bien y que el Señor estaba mal. Los vientos y las olas eran feroces, y los discípulos iban a perecer. ¿Acaso no le importaba esto al Maestro? Pero el Señor no ofreció disculpa cuando se despertó, lo cual expresa Su gloria. El sabía que no se había sobrepasado durmiendo, y sabía que El no estaba equivocado. Cuando les dijo que cruzarían al otro lado, sin duda cruzarían al otro lado. El no decía ni una sola palabra de sobra y, por ende, no tenía que disculparse por nada. Esto demuestra la gloria de nuestro Señor.

2) El toque de una mujer que tenía un flujo de sangre

En Marcos 5 tenemos el caso de una mujer que tenía un flujo de sangre. Ella se acercó para tocar al Señor Jesús. Aquí encontramos el mismo principio. Cuando la mujer tocó al Señor, El se volvió y preguntó quién lo había tocado. Los discípulos le dijeron: “Ves que la multitud te aprieta, y dices ¿Quién me ha tocado?” (v. 31). Se lo dijeron con un tono de reproche. El Señor no dijo: “Lo siento; discúlpenme por hacer una pregunta necia”. El miró alrededor para ver quién lo había tocado. En realidad, El estaba diciendo: “Alguien me tocó, pero vosotros ni cuenta os dais. Vuestros ojos están en los que empujan, pero Mis ojos están en el que me tocó”. Si vemos las cosas exteriormente, el Señor parecía estar equivocado; parecía que la actitud de los discípulos era justificable. Pero en realidad ellos estaban errados, no el Señor. El jamás se tuvo que disculpar con nadie. Esto es lo más asombroso, y nuestro corazón no puede hacer otra cosa que adorarlo.

3) La muerte de Lázaro

En Juan 11 encontramos otro ejemplo del descontento del hombre para con el Señor. Marta le dijo al Señor: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto” (v. 21). Ella culpaba al Señor por haber llegado tarde. Ella decía dentro de sí: “Envié a preguntar por Ti hace mucho tiempo. ¿Por qué no viniste pronto? Ahora, por haberte tardado, mi hermano ha muerto y está enterrado”. La expresión “si hubieras estado aquí” expresa el descontento de Marta. Aparentemente, las palabras de Marta eran válidas. Pero, en realidad, el Señor había actuado deliberadamente. Se quedó intencionalmente otros dos días donde estaba (v. 6), aunque ante el hombre, esto fue una tardanza. Nuestro Señor nunca tuvo que disculparse con nadie, porque nunca actuó mal. Nosotros nos disculpamos porque constantemente actuamos mal. Si no ofrecemos disculpas, somos arrogantes. Cuanto más humildes y mansos seamos, más pediremos que nos perdonen. Aunque nuestro Señor es humilde y manso, El nunca se disculpa, porque nunca obra mal. Cuando no estamos satisfechos con El, nuestra infelicidad no hace que El se sienta culpable, porque El sabe lo que está haciendo.

En el Nuevo Testamento podemos encontrar muchos casos como éstos. Cuando leemos la Biblia tenemos que aprender a aplicar el principio de relacionar todos los pasajes que hablan de temas afines. En el ejemplo anterior descubrimos un hecho glorioso: el Señor nunca se retracta de lo que dice; El nunca va a desandar lo andado. ¡Esto es glorioso! ¿Qué era más glorioso para Lázaro, ser sanado o ser resucitado? El Señor sabía que para Lázaro era más glorioso ser resucitado. Si creemos, veremos la gloria de Dios.

b. Intentan enseñarle al Señor

1) “Este ungüento podía … haberse dado a los pobres”

Algunas veces los hombres no solamente están descontentos con el Señor, sino que también tratan de enseñarle. Los discípulos le dijeron: “¿Para qué se ha hecho este desperdicio de ungüento? Porque este ungüento podía haberse vendido por más de trescientos denarios, y haberse dado a los pobres” (Mr. 14:4-5). Ellos estaban tratando de enseñarle al Señor. Los discípulos pensaron en otro uso para el ungüento: venderlo y darlo a los pobres. Pero el Señor sabía lo que María estaba haciendo. El dijo que ella estaba haciendo una buena obra. El Señor nunca hace algo ni dice algo de lo que no esté seguro. No necesita que nadie lo corrija. Solamente un insensato puede tratar de corregir al Señor o enseñarle.

2) “¡Dios tenga compasión de Ti!”

Cuando el Señor les indicó a los discípulos que El tenía que subir a Jerusalén, Pedro dijo: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor!” ¿Qué dijo el Señor? El dijo: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!” (Mt. 16:21-23). Pedro quería enseñarle al Señor, lo cual era una insensatez que puso en evidencia su propia necedad.

3) “Qué clase de mujer es ésta”

En otra ocasión el Señor Jesús comía en la casa de Simón el fariseo, y una mujer se inclinó a los pies del Señor llorando, regando Sus pies con sus lágrimas, y enjugándolos con sus cabellos. Simón pensó: “Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca” (Lc. 7:39). Notemos la actitud de Simón. El parecía decir: “Mira qué clase de mujer es ésta. ¿Cómo puedes permitir que se acerque a tus pies?” Aunque Simón no profirió palabra, el Señor sabía lo que estaba pensando y le habló de varias clases de perdón. Es como si le hubiese dicho: “Simón, tú no me lavaste los pies, porque has experimentado poco perdón. Esta mujer ha experimentado mucho perdón y por eso ha lavado Mis pies con sus lágrimas”. Cuando recibimos esta impresión nos damos cuenta de cuán insensato es el hombre que trata de darle consejos al Señor. Además, conocemos un Jesús de Nazaret que no conocíamos antes.

c. Al Señor le agrada que le pidan grandes favores

Al estudiar los evangelios cuidadosamente, vemos que el Señor se complacía en que los hombres le pidieran grandes favores. Cuanto más grande era la petición, más se alegraba el Señor en complacerlos.

1) “Si quieres, puedes limpiarme”

Examinemos la historia del leproso de Marcos 1. Según los preceptos judíos, una persona que tuviese lepra no podía tener ningún contacto con los demás. Cualquiera que se acercara a un leproso se contaminaba (Lv. 13—14). En este caso, un leproso vino a ver al Señor Jesús. El mismo hecho de venir al Señor Jesús era un acto bastante osado. Debemos tener una profunda impresión de este hecho. Tan pronto como un leproso apareciera en la escena, nosotros probablemente habríamos reaccionado. A menos que un hombre esté listo a sacrificarse y entregarlo todo, se alejaría ante la cercanía de un leproso y diría: “¡Me perjudica tu presencia! No puedo tocarte. ¿Por qué te me acercas?” Cuando el leproso se le acercó al Señor, no preguntó si el Señor podía limpiarlo, sino que dijo: “Si quieres, puedes limpiarme” (Mr. 1:40). Esta fue una afirmación penetrante. ¡El puso toda la carga en el Señor! La respuesta dependía de si el Señor quería o no. Esta no fue una oración común; fue una aseveración que ponía a prueba el corazón del Señor. El Señor simplemente pudo haber dicho: “Sé limpio”, y el leproso hubiera quedado limpio. Pero El no solamente dijo eso, sino que se identificó con la condición del leproso. Tocó al leproso con Su mano y le dijo: “¡Quiero, sé limpio!” (v. 41). Si el leproso no hubiera sido limpio, el Señor se habría contaminado. ¡Qué arriesgado fue este acto! Debemos percibir la debida impresión de la historia para entender la escena. El Señor estaba listo a ponerse en la situación del leproso. El unió Su santidad y Su pureza con el leproso: o los dos eran limpios o los dos se contaminaban. Los dos tenían que salir del campamento, o los dos regresaban al mismo. El Señor estaba dispuesto a arriesgar, ¡y que gran riesgo fue éste!

2) Una abertura en el techo

Marcos 2 narra el caso de un paralítico que, cargado por cuatro hombres, es traído al Señor Jesús. No pudiéndolo acercar al Señor por causa de la multitud, destecharon la azotea del lugar donde Jesús estaba y después bajaron al paralítico (vs. 3-4). Tenemos que ser impresionados con esta escena. Mucha gente rodeaba al Señor, quien estaba muy ocupado. Pero repentinamente, ¡otro grupo bajaba del techo a un paralítico! Démonos cuenta de que el Señor no solamente estaba ocupado, sino que también estaba hablando en un lugar prestado. Cuando destecharon la azotea, sin duda tuvo que repararse después. ¡Que problema tan grande! Sin embargo, el Señor no les dijo: “No vuelvan a hacer eso”. El estaba contento de que alguien tuviera tanta desesperación por acercarse a El. Parecía ser que cuanto mayor la exigencia, más le complacía. Esto nos muestra qué clase de persona es el Señor. Si no tenemos una impresión clara de lo que el Señor ha hecho, ¿cómo podemos decir que lo conocemos?

3) “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”

Cuando el Señor iba de paso, Bartimeo clamó: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” (Mr. 10:47). Muchos lo reprendieron y trataron de callarlo. Pero él clamaba mucho más. El Señor Jesús no era particularmente amigo de alborotos y conmociones. Mateo 12:19 dice: “No contenderá, ni voceará, ni nadie oirá en las calles Su voz”. Así era el Señor Jesús. Pero se encontró a un hombre que clamaba a gran voz y que deseaba que el Señor tuviera misericordia de él y lo sanara. El Señor se alegra cuando le pedimos grandes prodigios a El. El quiere que los hombres expresen sus peticiones sin reservas. El se alegra dando gracia sin medida.

4) “También los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”

La historia de la mujer cananea nos presenta este principio. El pan se da a los hijos. Sin embargo ella dijo: “Sí, Señor; también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (Mt. 15:27). Ella no tenía derecho a hacer esta petición. Pero al Señor le agrada que le pidan de esta manera. El no sólo le concedió lo que pidió y curó a su hija, sino que además la elogió por su gran fe. Podemos encontrar muchos ejemplos como éste en los evangelios. Si nos formamos la impresión adecuada de estas cosas, conoceremos el corazón del Señor.

5) “¡Creo, ayuda mi incredulidad!”

Después de que el Señor bajó del monte de la transfiguración, un hombre trajo a su hijo, el cual tenía un espíritu inmundo. El Señor reprendió a este hombre (Mr. 9:14-29). El no reprendió al leproso que vino a El, ni reprendió al paralítico cuyos amigos lo habían bajado por la azotea de la casa donde él estaba. Todos ellos fueron osados; sin embargo el Señor estaba complacido con lo que hicieron. Pero en este caso, el padre primero trajo su hijo enfermo a los discípulos. Cuando éstos no lo pudieron sanar, lo trajo al Señor. El Señor le preguntó al padre: “¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?” El contestó: “Desde niño. Y muchas veces lo ha echado en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros, y ayúdanos”. El vino al Señor buscando sanidad, pero no estaba seguro si el Señor podía sanar. El dijo: “Si puedes hacer algo”. El señor tomó sus palabras y replicó: “Si puedes”, a lo cual añadió: “Todo es posible para el que cree”. El Señor parecía decir: “¿Por qué preguntas si yo puedo? ¡Debes de darte cuenta de que todo le es posible al que cree! Lo importante no es si yo puedo, sino si tú crees”. Visualicemos la escena de ese momento. El hombre vino sin entusiasmo; acudió al Señor, pero no tenía fe. El no estaba seguro de que el Señor pudiera curar. Cuando rogaba pidiendo misericordia, agregó las palabras: “Si puedes”. El Señor lo reprendió severamente por estas palabras. A El no le agrada que los hombres le pidan poco. El no teme que los hombres le digan: “Tienes que hacerlo quieras o no quieras”. Pero el padre no dijo eso. Lo que en realidad estaba diciendo era: “Si puedes hacerlo, hazlo, y si no, ¿qué se le va a hacer?” Tus discípulos no lo pudieron hacer. No te voy a obligar a hacer nada si Tú tampoco lo puedes hacer”. El Señor lo reprendió diciéndole: “En cuanto a eso de: Si puedes. Todo es posible para el que cree” (v. 23). Cuando el Señor Jesús dijo esto, el padre “clamó diciendo: ¡Creo, ayuda mi incredulidad!” (v. 24). Al ser reprendido y ver su error fue, se volvió y creyó. El puso toda la responsabilidad en el Señor. ¡Este es un cuadro hermoso! Cuanto más grande es la petición del hombre, más complacido estará el Señor. Debemos ser personas sensibles y permitir que el Señor imprima esto en nosotros. Una vez que lo comprendemos, vemos que los evangelios están llenos de la gloria del Señor.

d. Ejemplos aislados

1) “¿Quién es mi prójimo?”

En el relato del buen samaritano en Lucas 10, debemos centrar nuestra atención en las palabras del Señor. El interprete de la ley preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?” (v. 29). La respuesta del Señor se basó en algo completamente diferente. El versículo 27 dice: “Amarás … a tu prójimo como a ti mismo”. La expresión como a ti mismo se refiere al interprete de la ley, y el prójimo debe ser otro. En realidad, el Señor le estaba diciendo: “Si tú amas a tu prójimo como a ti mismo, puedes tener vida eterna”. El versículo 29 dice: “Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?” El pensó que el Señor Jesús le estaba pidiendo que amara a los demás, y quería saber con exactitud quiénes eran los demás. El Señor le respondió con el relato del buen samaritano, y al final, le preguntó: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que se hizo el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” El interprete de la ley contestó: “El que usó de misericordia con él”. Jesús le dijo: “Ve, y haz tú lo mismo” (vs. 36-37). El interprete de la ley preguntó quién era su prójimo, y el Señor Jesús le respondió preguntándole quién era el prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones. En otras palabras, el interprete de la ley era el que había caído en manos de ladrones. El que le mostró misericordia fue su prójimo. El prójimo no es ningún hombre, sino el Salvador. El Señor le mostró al interprete de la ley que el prójimo es el Señor mismo. El dijo: “Ve, y haz tú lo mismo”. Esto quiere decir que el interprete de la ley tenía que hacer lo posible por amar al samaritano. Mucha gente ha distorsionado esta parábola. Piensan que el Señor desea que ellos sean el samaritano. No se dan cuenta de que ellos no pueden ir a la cruz para perdonar pecados, y que no pueden ser levantados para enviar el Espíritu Santo. Solamente El tiene el vino y el aceite. Solamente El tiene lo mejor, el mesón y el denario. Nosotros no somos el samaritano. Habría sido incorrecto pedirle al hombre que cayó en manos de los ladrones que fuera el samaritano. El prójimo al que el Señor se refería era el samaritano. Eso significa que el Señor vino para ser nuestro prójimo. El vino para salvarnos y proveernos lo mejor: el vino, que significa perdón; el aceite, que significa vida; el mesón, que representa la iglesia; y el denario, que significa el don y la gracia. El nos da estas cosas hasta que regrese. Cuando el Señor nos dice que amemos al samaritano, nos está diciendo que lo amemos a El. Tenemos que aprender a percibir los detalles de este pasaje. Esta es la manera de leer las narraciones de la Biblia.

2) La dignidad y la gloria del Señor

Cuando los hombres buscaban al Señor en el huerto de Getsemaní para apresarlo, El “se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy … [ellos] retrocedieron y cayeron a tierra” (Jn. 18:4-6). El Señor solamente hizo una afirmación, y ellos retrocedieron y cayeron a tierra. ¡Qué inmensa gloria encontramos aquí!

Nuestro Señor oró en el huerto de Getsemaní, pero no pidió nada en el tribunal ni delante del sumo sacerdote ni delante del magistrado. El está sobre todas las cosas, pues es el Señor. A pesar de todo, fue juzgado. ¿Quién en verdad estaba siendo juzgado? El sumo sacerdote era el que estaba perturbado, el que tropezaba en sus palabras. Nuestro Señor permaneció calmado. Cuando compareció ante el magistrado, era éste el que estaba nervioso y no sabía qué preguntar. El Señor ni siquiera se tomó la molestia de contestar las preguntas. Jesús de Nazaret es Dios. Aunque fue llevado a juicio, no perdió ni Su dignidad ni Su honor.

En Getsemaní les dijo a Sus discípulos que velaran con El (Mt. 26:38), pero no les pidió que suplicaran por El. Pablo necesitó que los hermanos que estaban en Roma oraran por él (Ro. 15:30), pero el Señor no necesitaba que nadie orara por El. El es el Hijo de Dios, y no necesita que nadie haga súplicas por El. Les pidió a los discípulos que oraran porque no quería que ellos entraran en tentación (Mt. 26:41); les pidió que oraran por ellos mismos. Podemos observar de nuevo la dignidad y la honra del Señor.

En la tierra El vivió en la pobreza; sin embargo a nadie le pidió dinero prestado. El oró a Dios en el huerto, pero no le imploró a nadie en el tribunal. ¿A quién podríamos comparar el Hijo de Dios? El trono es glorioso, pero la gloria del juicio y de la cruz es aún mayor. Tenemos que adorarlo y decirle: “¡Tú eres el Señor! ¡Tú eres Dios!”

3) El Señor se esconde

El Señor siempre se esconde; a El no le gusta la fama. Después de sanar al leproso, le encargó que no se lo dijera a nadie (Mt. 8:4). Después de expulsar una legión de demonios, le mandó al que había estado poseído que volviera a su casa y refiriera lo que Dios había hecho por él (Lc. 8:39). Después de abrir los ojos de dos ciegos, les ordenó que no se lo dijeran a nadie (Mt. 9:30). Cuando Dios le reveló a Pedro que El era el Cristo, el Señor les mandó a los discípulos que no lo dijeran a nadie (16:20). En el monte de la transfiguración, El era el único que resplandecía en gloria. Sin embargo, cuando bajó del monte, les encargó a Sus discípulos que no dijeran a los demás lo que habían visto (17:9). Encontramos un caso similar en Juan 7. Los propios hermanos del Señor no creían en El. Ellos le dijeron: “Sal de aquí, y vete a Judea … Porque nadie hace algo en secreto si procura ser conocido abiertamente. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo” (vs. 3-4). Sus hermanos dijeron esto porque aun ellos no creían en El. Pero El les respondió: “Mi tiempo aún no ha llegado” (v. 6). Después de que sus hermanos subieron, El también subió a la fiesta, aunque no para realizar milagros, sino para enseñar. Aquí vemos la gloria del Señor. Todo aquel que está ávido de atención para sí mismo procura presentar sus obras ante los hombres. Pero el Señor nunca ostentó delante de los hombres. Los evangelios están llenos de casos similares. El hacía Sus obras delante de los hombres sólo cuando era absolutamente necesario; no le agradaba decirles a los demás quién era El. Aún después de que realizó el milagro en el ciego, no le dijo inmediatamente quién era El. Retuvo esta revelación hasta que el hombre hubo recibido más esclarecimiento (Jn. 9). ¡Cuánto necesitamos conocer al Señor!

C. Impresiones que dejan las lecciones

Para entender la historia tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, necesitamos tener la impresión correcta, y para esto, tenemos que ser personas sensibles. Esta es la razón por la cual tenemos que aprender las debidas lecciones delante del Señor. Si una persona tiene poco discernimiento, no puede apreciar la dignidad del Señor Jesús cuando lee los evangelios. Pero si es quebrantada aunque sea un poquito, conocerá el significado de la dignidad, y cuando lea de nuevo la Biblia, apreciará más la dignidad del Señor Jesús. Si uno no conoce el significado de la dignidad y de la gloria, ¿cómo puede formarse una impresión de la dignidad y la gloria del Señor? Tenemos que recibir las lecciones apropiadas de parte del Señor, y Su naturaleza nos tiene que ser añadida diariamente. De esta manera, nuestra comprensión de la palabra de Dios será más exacta y tendremos impresiones más profundas y cada día entenderemos más la Palabra. Debemos recordar el principio de que al que tenga se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo poco que tiene le será quitado (Mt. 13:12). No debemos pasar por alto nuestras lecciones, porque si lo hacemos perderemos aun lo poco que tenemos.

III. ENTREMOS EN EL ESPÍRITU DE LAS ESCRITURAS

Para estudiar la Biblia, debemos familiarizarnos con los pensamientos del Espíritu Santo y con Sus hechos. Además, debemos penetrar en el espíritu de las Escrituras.

A. El espíritu que se halla detrás de las palabras

El Espíritu de Dios guió a los hombres a escribir las Escrituras, y ya sea en historia o en doctrina, cada pasaje tiene su propio espíritu. El Espíritu Santo se expresa por medio del espíritu del hombre. Cuando decimos que el Espíritu Santo se regocija, el Espíritu Santo no lo hace en Sí mismo, sino por medio del espíritu del hombre. De la misma manera, cuando decimos que el Espíritu Santo se aflige, no lo hace solo, sino dentro del espíritu del hombre. Por lo tanto, cuando el Espíritu Santo entra en el espíritu del hombre, se amolda a la condición del espíritu del hombre. Podemos decir que la condición del espíritu del hombre es la condición del Espíritu Santo. Cuando el Espíritu de Dios relata la historia, narra los hechos históricos, aunque no los hechos solos; también captura cierto espíritu. Podemos decir que ciertos sentimientos y condiciones del Espíritu están impregnadas en cada pasaje de la Palabra. Según esto, en las epístolas, el Espíritu Santo no sólo comunica doctrinas e ideas, pues detrás de cada pasaje yace Su propio sentimiento. La Biblia no es simplemente un libro que consta de hechos y doctrinas. En la superficie están las palabras; debajo de éstas están los pensamientos, y detrás de las ideas está el espíritu. Si sólo tocamos las palabras, nuestra lectura es demasiado superficial. Si nos formamos una impresión apropiada y entramos en las ideas que hay detrás de las palabras, llegaremos a lo profundo de la palabra. Aun así, si permanecemos en esta esfera, todavía nuestro entendimiento es muy limitado. Detrás de cada palabra de Dios hay cierto espíritu. El sentimiento del Espíritu Santo y la condición de los escritores gobiernan estos escritos. Cada vez que estudiemos la Biblia, tenemos que tocar el espíritu que está detrás de la palabra.

Hay un vínculo inseparable entre la palabra y el espíritu. El ministerio de la palabra es la liberación del espíritu. Todo aquel que desea ser ministro de la palabra tiene que liberar su espíritu. Si no puede liberar su espíritu, no puede ser ministro de la palabra. Más aún, el espíritu debe ser recto. Es necesario tener un espíritu recto para tener el ministerio de la palabra. Nosotros como ministros de la palabra fracasamos con frecuencia porque el espíritu no se compagina con las palabras que expresamos. Aunque no hay nada malo en lo que decimos, algo está mal en nuestro espíritu. Las palabras que expresamos son fuertes, pero el espíritu débil. Sin embargo, quienes ministran la palabra en la Biblia no tenían este problema. Sus espíritus eran compatibles con el contenido de sus escritos. Detrás de cada pasaje y de cada libro, hay un espíritu apropiado; este espíritu está impregnado de la palabra. Para ejercer el ministerio de la palabra, necesitamos la palabra que está en la superficie, y el espíritu que respalda la palabra. Para recibir el ministerio de la Palabra, también necesitamos tocar el espíritu que está implícito en ella. Cuando estudiamos la Biblia, nuestro propósito es recibir el ministerio de la Palabra, y por eso debemos tocar el espíritu que la caracteriza. De no ser así, nuestro entendimiento de la Biblia será muy superficial. Extraeremos algunas doctrinas y hechos, pero no encontraremos nutrición espiritual. Si para nosotros la Palabra de Dios solamente consta de impresiones y pensamientos, no puede convertirse en nuestra comida. La Palabra de Dios debe volverse espíritu a fin de que pueda ser nuestra comida, de la cual participamos sólo cuando tocamos el espíritu que es inherente a la Palabra. La esencia de la Biblia es espíritu. Si no tocamos el espíritu que tiene un pasaje, no hemos tocado dicho pasaje. Cuando leemos la Biblia, debemos tocar el espíritu específico que está detrás de cada porción de la Palabra.

B. Cómo tocar el espíritu que yace detrás de la Palabra

¿Cómo podemos tocar el espíritu que está detrás de la Palabra? Quisiéramos destacar que esto sólo se puede llevar a cabo por la disciplina del Espíritu Santo, no por el esfuerzo del hombre. La disciplina del Espíritu Santo indica que el Espíritu de Dios reemplaza las obras del hombre. El Espíritu de Dios dispone las circunstancias y actúa en nosotros hasta que nuestro espíritu llega a ser compatible con el de las Escrituras. Aunque los dos espíritus no son idénticos, deben tener caracteres afines. Sólo entonces tocaremos el espíritu que se halla detrás de la Palabra, pues cuando ambos están al mismo nivel, podemos tocar lo que yace detrás de la Palabra. Podemos llegar a la cumbre más elevada en el estudio de las Escrituras cuando nuestro espíritu armoniza con el espíritu de los escritores de la Biblia. Cuando esto sucede, tocamos el contenido espiritual de la Palabra.

El espíritu que yace detrás de la Palabra es un espíritu muy específico y definido; no está escondido detrás de ella de una manera vaga. El Espíritu Santo primero amolda los escritores de la Biblia; después los sella con Su aprobación, y por último los usa como amanuenses de las Escrituras. El espíritu de ellos era perfecto, y por medio de sus espíritus el Espíritu Santo escribió las palabras que constituyeron la Biblia. Es decir, la inspiración del Espíritu Santo no solamente incluye las palabras que escribieron los hombres, sino también la preparación de esos hombres para que fueran vasos útiles. Ya que estos vasos fueron llenos del Espíritu, pudieron escribir lo que escribieron. Por tanto, el espíritu de la Biblia es perfecto, dinámico, infalible y exacto. El Espíritu Santo actuó en el espíritu de los escritores y puso Su marca de aprobación y satisfacción en ellos. El concluyó que estos hombres no iban a restringir ni limitar Su libertad; El podía expresar sus intenciones libremente. Ni siquiera su más ligero aliento ha sido inhibido por tales hombres. Podemos decir que la Biblia es el mismísimo aliento del Espíritu Santo. Comunica el espíritu de los hombres, pero cuando se expresa, lleva consigo el mismo aliento del Espíritu Santo. El tiene absoluta libertad en estos hombres, de tal modo que sus espíritus se confunden con El, y la manifestación de sus espíritus es casi la misma que la Suya. Los escritores de la Biblia fueron guiados de esta manera por el Espíritu Santo al escribirla. Cuando leemos las Escrituras, nuestro espíritu también debe ser guiado por el Espíritu Santo a armonizar con el espíritu de quienes fueron ungidos para escribirla. Esta es la única manera en que podemos tocar el espíritu que se halla detrás de la Palabra de Dios. El estudio de la Biblia no es simplemente un examen de las palabras de la Biblia ni sólo el entendimiento de su significado. El Señor tiene que guiarnos a que nuestro espíritu llegue a ser uno con el espíritu de la Palabra.

La Biblia consta de palabras escritas, no de sonidos. Con excepción de algunos salmos que usan la palabra selah, no hay otra indicación en toda la Biblia que diga si debemos leerla en voz alta o en voz baja. Sin embargo, cuando la leemos, debemos saber algo de la forma en que se escribió. Si no podemos distinguir entre las porciones “intensas” y las porciones “suaves”, ¿cómo podremos distinguir la condición del espíritu?

Muchos pasajes bíblicos son palabras de súplica. Son un ruego de un predicador del evangelio cuando llama a los hombres a creer en el Señor. El predicador implora porque sabe de los sufrimientos de los pecadores y ve el peligro de sus caminos delante del Señor. Les implora porque está lleno de la compasión del Señor y porque desea que los pecadores se vuelvan al Señor; sabe que cierto pasaje de las Escrituras es una súplica porque percibe las palabras, la compasión, y la comprensión que contiene para con los pecadores. Si lee este pasaje sin los sentimientos que están detrás, le será muy difícil poder entenderlo.

Algunos pasajes de la Biblia son amonestaciones; si uno no ha sido quebrantado por el Señor, no sabrá lo que significan cuando las lea ni conocerá el significado de la reprensión que se hace bajo la presión del espíritu; sólo sabrá reprender cuando esté enojado. No se percatará de que el espíritu que sustenta las palabras puede ser diferente aun cuando las palabras de reprensión sean las mismas.

Debemos aprender a tocar el espíritu de la Biblia con nuestro espíritu. Para adiestrar nuestro espíritu, el Espíritu Santo dispone todas nuestras circunstancias. Debemos darnos cuenta de que el mejor y más importante adiestramiento en nuestra vida proviene de la disciplina del Espíritu Santo, la cual se halla en Sus manos, no en las nuestras. El nos aplica esta disciplina gradualmente. Cuando somos disciplinados continuamente, nuestro espíritu es templado hasta tener la condición apropiada. Nuestro espíritu es ajustado por todos lados; recibe un pequeño golpe aquí, un poco de gozo allá; un poco de paciencia aquí y una pequeña privación allí. En consecuencia, nuestro espíritu es templado y encaja exactamente en el pasaje que estemos leyendo. Cuando nuestro espíritu es llevado a una condición apropiada, las palabras serán transparentes y claras para nosotros, aun cuando los pensamientos que gobiernan las palabras no hayan cambiado en lo absoluto. Cuando hablamos de ellas, tal vez salgan las mismas palabras, y los pensamientos en que se apoyan pueden ser los mismos; sin embargo, empezaremos a saber de qué hablamos y a tener convicción en lo que decimos. Este no es el resultado de la claridad de ideas o palabras, sino de la claridad en el espíritu. Esto es más profundo que las palabras y las ideas. Es tan profundo que lo único que podemos decir es que no tenemos dudas, que todo se nos ha vuelto transparente. Esto es lo que sucede cuando el Espíritu de Dios acopla nuestro espíritu al espíritu de Su Palabra.

Tocar el espíritu de la Biblia no depende de métodos, sino de si la persona ha sido quebrantada por el Señor. Si nuestro espíritu no ha sido traído a la armonía con el espíritu de los escritores de la Biblia, cuando mucho llegaremos a ser maestros, mas no profetas. Lo máximo que podemos hacer es hablar de las doctrinas, sin poder tocar el espíritu. Si nuestra persona no ha sido disciplinada por Dios, y si El no ha operado en nosotros sistemáticamente, cuando nos acerquemos a la Palabra estaremos cubiertos con un velo. No importa cuán arduamente tratemos, estaremos a gran distancia de ella. Nuestro espíritu debe ser adiestrado. Debemos permitir que Dios sea severo con nosotros. Es posible que durante los primeros años de nuestra vida cristiana, entendamos algunas doctrinas y hechos, pero no es fácil tocar el espíritu. Si nuestro espíritu no está preparado, no lo podemos utilizar. Necesitamos cierto tiempo, por lo menos algunos años, para que el Señor ajuste nuestro espíritu, lo temple y lo quebrante. Una vez que el espíritu es quebrantado, le será fácil al Espíritu Santo llevarnos a una armonía con la condición de las Escrituras. De hecho, se requieren muchos años [de quebrantamiento] para que nuestro espíritu sea compatible con el espíritu de la Biblia. La sabiduría del hombre no tiene ninguna utilidad en este caso; nos puede ayudar a entender la Palabra más pronto, pero no nos ayudará a tocar el espíritu de la misma. No importa cuán creativa sea nuestra imaginación o cuán perspicaces seamos, no podemos entrar en el espíritu de la Palabra. Solamente el Espíritu Santo puede conducir nuestro espíritu a la armonía con el espíritu de la Biblia, y sólo entonces podemos entrar en el espíritu de un pasaje bíblico.

C. Pasamos de la medida de compatibilidad al crecimiento en capacidad

El Espíritu Santo hace que nuestro espíritu sea compatible con el espíritu de la Biblia. Es decir, ambos llegan a tener la misma calidad, mas no la misma capacidad. El Espíritu del Señor Jesús es infinitamente mayor que nuestro espíritu. ¡El es el Hijo unigénito de Dios! La uniformidad en calidad significa que tenemos una pequeña participación en el espíritu que El posee. Ambos son iguales en categoría, pero no en grado. Sin embargo, la disciplina del Espíritu Santo puede llevarnos más lejos, de una simple compatibilidad cualitativa de nuestro espíritu con el espíritu de la Biblia a un verdadero incremento de la capacidad en nuestro espíritu. El Señor ensancha con Su Espíritu la capacidad de nuestro espíritu. Esto requiere un proceso, como el de la alimentación, que se lleva a cabo continuamente. Hoy el Señor nos administra algo; mañana nos da más. A medida que esa suministración aumenta, se incrementa también la capacidad de nuestro espíritu. Tan pronto como empezamos a entender la Biblia, comenzamos el proceso de alimentación, y a medida de que nos alimentamos, nuestra capacidad aumenta. El punto de partida del entendimiento que tengamos de la Biblia es la uniformidad de calidad de los espíritus, mientras que la consumación de dicho entendimiento es el ensanchamiento de la capacidad de nuestro espíritu.

Supongamos que un hombre tiene un temperamento terrible. No puede leer la Palabra de Dios por mucho que trate. Después de que Dios lo discipline, tendrá un poquito de paciencia, la cual no es el resultado de un esfuerzo consciente de su parte, ni es una especie de tolerancia artificial, sino el resultado espontáneo de la obra del Espíritu Santo. Después de que adquiere esta clase de espíritu, en su lectura de la Palabra de Dios será abastecido por Cristo. La Palabra de Dios llenará y enriquecerá su espíritu. Dicho hombre recibirá aún más, y su capacidad incrementará poco a poco. La disciplina del Espíritu Santo conduce primero el espíritu del hombre a cierta armonía con el espíritu de la Biblia, y en tal condición puede aumentar la capacidad de la persona. Este incremento proviene de la disciplina que aplica el Espíritu Santo valiéndose de las circunstancias y de las palabras de la Biblia. Por medio de las circunstancias El nos disciplina, y por medio de las Escrituras nos trae el suministro necesario para que nuestra capacidad aumente. Cuanto más nos ministra Su palabra, más ricos llegamos a ser. Por la suministración continua que el Espíritu Santo nos trae en la palabra, nuestra capacidad se expande continuamente.

Si nos alimentamos continuamente de la palabra, la Biblia será siempre fresca para nosotros. A los ojos del hombre, la Biblia se completó hace dieciocho o diecinueve siglos y ya no tiene nada actual para nosotros pues nos es más que un recuento de las ideas y los conceptos predominantes en el momento en que fueron escritos. En realidad, el Espíritu que estaba presente en el momento en que las escrituras se escribieron, está todavía con nosotros. Siempre que leemos la Biblia con nuestro espíritu, se vuelve un libro nuevo para nosotros. Aunque este libro históricamente fue completado hace más de diecinueve siglos, no es antiguo en absoluto, porque fue escrito en el espíritu. Nos cansamos de muchos libros después de leerlos unas pocas veces. Pero no nos cansamos de leer la Biblia ni siquiera después de leerla una docena de veces, pues se escribió en el espíritu. Si tocamos la Biblia según la letra o según nuestro intelecto, pronto será obsoleta para nosotros. Pero si la leemos con el espíritu, seguirá siendo nueva. Si hallamos insípida una porción de la Palabra, se debe a que nuestro espíritu no está activo. Cualquier pasaje bíblico que tomemos está lleno del espíritu. Si nuestro espíritu es lo suficientemente fuerte, cualquier pasaje será precioso para nosotros. Pero si no leemos la Biblia con nuestro espíritu, aun un libro tan precioso como la Epístola a los Romanos o un pasaje tan maravilloso como el sermón del monte será insípido y carente de significado. En realidad, la Biblia no carece de significado; el problema radica en que nuestro espíritu se halla en una condición caída. Si nuestro espíritu decae, la Biblia pierde su sabor para nosotros. Cuando nuestro espíritu no es fuerte, perdemos el gusto por la lectura de la Biblia. Pero cuando nuestro espíritu es fuerte, la Biblia se nos vuelve un libro fresco, recién escrito.

El espíritu de la Palabra es en verdad rico. Un hombre no puede hacer alarde de que su espíritu es fuerte ni de que cumple todos los requisitos. Solamente quienes han sido quebrantados sabrán algo de la Biblia. La medida de quebrantamiento que uno experimenta determina la medida de adiestramiento que tiene. Debido a que sólo hemos sido quebrantados en una medida limitada, permanecemos en el lugar donde empezamos y todavía somos muy ignorantes. Es necesario que seamos disciplinados por el Espíritu Santo. Cuanto más experimentamos la disciplina, más aprendemos. Al llegar a cierto punto, cuando nuestro espíritu de alguna manera se mezcle con el espíritu de la Palabra de Dios, veremos la luz. La revelación llegará, y seremos alimentados.

D. El Espíritu es muy exacto

¿Por qué nosotros valoramos mucho una porción de las Escrituras mientras que otro hermano no ve nada precioso en ella? Esto se debe a que nosotros percibimos el espíritu de esa porción, pero el hermano no. No digo que el otro hermano no tenga espíritu, sino que su espíritu no está en armonía con el espíritu de ese pasaje. Es posible que él estime mucho otra porción de la Palabra, en la que nosotros no tenemos gran interés. Estamos tan lejos de esa porción como él lo está de la nuestra. Nuestro espíritu debe ser muy sensible para poder percibir nuestras circunstancias. Cuanto más minucioso sea nuestro espíritu, más amplio será el alcance de nuestro conocimiento de la Palabra, ya que éste depende de la medida de disciplina que hayamos recibido del Espíritu Santo. Nuestros sentimientos pueden ser agudos y exactos sólo después de pasar por mucha disciplina. A medida que la disciplina aumenta, los sentimientos se agudizan. Una persona entiende cierta porción de la Palabra solamente después de pasar por cierto quebrantamiento. Por tanto, es importante que obtengamos una experiencia profunda al pasar por las adversidades. Si no somos ricos en estas experiencias, no seremos muy sensibles, y si nuestros sentimientos espirituales no son agudos, nuestro conocimiento de la Palabra será pobre.

E. Dos ejemplos

Examinemos dos ejemplos que constan en la Biblia y aprendamos de ellos a encontrar el significado de entrar en el espíritu de la Palabra.

1. La historia de Jacob

Jacob era hábil, astuto y egoísta. Se ocupaba primero de sí mismo, no de los demás. El era muy sagaz y se valía de cualquier treta para obtener lo que quería. Por eso Dios debía quebrantarlo. Cuando nació se asió al talón de su hermano y peleó con él. Sin embargo, Esaú fue el preferido de su padre, y él fue hecho a un lado. Jacob hizo lo posible por usurpar la bendición de su hermano. Pero lo que obtuvo fue que se vio obligado a andar errante. Le sirvió a Labán, quien cambió su sueldo diez veces. Quiso casarse con Raquel, pero tuvo que tomar a Lea primero. Cuando regresaba a su patria, Raquel murió, y Lea sobrevivió. Su corazón estaba apegado a algunos de sus hijos, pero particularmente a José. No obstante, José fue vendido por sus hermanos, quienes bañaron en sangre sus vestidos y le hicieron creer a Jacob que José había sido devorado por alguna fiera; así que dijo: “Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol” (Gn. 37:35). Entonces puso todas sus esperanzas en Benjamín, su hijo menor; pero éste fue llevado a Egipto. Jacob sufrió continuamente la disciplina que Dios le aplicó. Sus días fueron difíciles. Proverbios 13:15 dice: “El camino de los transgresores es duro”. Los días de Jacob estuvieron llenos de sufrimientos como resultado de su obstinación y su astucia.

No debemos pensar que la experiencia que tuvo Jacob en Peniel fue intrascendente (Gn. 32:22-32). El le pedía a Dios con insistencia que lo bendijera. Era como si le dijera: “Padre mío tienes que bendecirme. Todos tienen que bendecirme. ¡Dios, Tú también tienes que bendecirme!” El era un hombre astuto. En todo él procuraba obtener alguna ganancia. El deseaba la bendición de Dios, y Dios prometió que sería llamado Israel. Sin embargo, su bendición no vino inmediatamente, sino décadas más tarde. En Peniel Dios tocó el encaje de su muslo, y Jacob quedó cojo. Desde aquel día la obra de Dios le dio un viraje a su vida. Sin embargo, al día siguiente vemos al mismo Jacob, ya viejo, en su camino a encontrarse con su hermano Esaú. El dividió a sus hijos en grupos, calculando que así preservaría a los segundos en caso de que los primeros sufrieran una calamidad. El puso a su amado José y a Raquel en el último grupo. Todavía estaba ejerciendo su propia sabiduría. Todavía estaba urdiendo artimañas.

Pese a que Jacob era astuto, llegó a ser un hombre muy espiritual en su ancianidad. Cuando descendió a Egipto, era muy diferente de lo que era antes: “José introdujo a Jacob su padre, y lo presentó delante de Faraón; y Jacob bendijo a Faraón” (Gn. 47:7). Esta es una bella escena. Faraón era el soberano de una gran nación, sin embargo delante de Jacob, era inferior. Jacob había pasado por muchos años de lucha y finalmente estaba descansando. ¡Cuando él se puso de pié, Faraón, el monarca de un gran imperio, se inclinó! Si el Jacob de antes hubiese estado allí, probablemente habría actuado de la misma manera que lo hizo ante Labán, poniendo los ojos en las posesiones. Las posesiones de Faraón eran mucho más valiosas que las de Labán. Pero Jacob ya había sido azotado. Sus ojos ya no estaban en esas cosas, sino en las lecciones que había aprendido de Dios. Espontáneamente, se mantuvo en alto delante de Faraón: “Y dijo Faraón a Jacob: ¿Cuántos son los días de los años de tu vida? Y Jacob respondió a Faraón: Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación” (vs. 8-9). En esta escena vemos la liberación del espíritu de Jacob. El dijo: “Pocos y malos han sido los días de los años de mi vida”. Esto describe su vida. Este anciano había pasado por muchos sufrimientos, por lo cual pudo decir estas palabras. Nuestro espíritu debe penetrar en su espíritu. Un hombre que ha experimentado la obra quebrantadora de Dios nunca es arrogante. Recordemos la promesa que Dios le hizo a Abraham: “Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra” (13:16). Dios también le prometió a Isaac que multiplicaría su descendencia como las estrellas del cielo (26:4). En los días de Abraham, Dios tenía un solo descendiente, no una familia y mucho menos una nación. En los días de Jacob, éste tenía setenta personas en su familia. La promesa de Dios fue llevada a cabo en esta familia. Sin embargo Jacob no se jactaba de ello. Por el contrario dijo: “No han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación”. El pudo decir esto porque había sido golpeado y sometido. “Y Jacob bendijo a Faraón, y salió de la presencia de Faraón” (47:10). El llegó bendiciendo a Faraón, y se fue bendiciendo a Faraón. Tenía algo que dar a los demás. ¡Qué hermoso cuadro! El Jacob entrado en años había cambiado; ahora era Israel y nunca más sería el mismo. En este pasaje debemos tocar su espíritu.

“Y vivió Jacob en la tierra de Egipto diecisiete años … Y llegaron los días de Israel para morir” (47:28-29). Observemos que cuando nació fue llamado Jacob, pero en su muerte fue llamado Israel. “Y llamó a José su hijo, y le dijo: Si he hallado ahora gracia en tus ojos, te ruego que pongas tu mano debajo de mi muslo, y harás conmigo misericordia y verdad. Te ruego que no me entierres en Egipto. Mas cuando duerma con mis padres, me llevarás de Egipto y me sepultarás en el sepulcro de ellos. Y José respondió: Haré como tú dices. E Israel dijo: Júramelo. Y José le juró. Entonces Israel se inclinó sobre la cabecera de la cama” (vs. 29-31). ¡Qué hermosa escena es ésta! Debemos tocar el espíritu que contiene este pasaje. He aquí un hombre que por naturaleza era astuto y duro, que habría hecho cualquier cosa por satisfacerse a sí mismo, y que sólo habría pedido para sí lo mejor. Sin embargo, en aquel día le dijo a su propio hijo: “Si he hallado ahora gracia en tus ojos”. ¡Qué delicadeza! “Te ruego … y harás conmigo misericordia y verdad”. El pedía misericordia y sinceridad. “Te ruego que no me entierres en Egipto”. Dios tenía un lugar para él en Canaán. Su promesa no se podía cumplir en Egipto. Aunque Dios había dispuesto que él muriera, pidió por misericordia y verdad ser enterrado en la tierra que Dios les había prometido. Jacob no dudaba de la promesa de Dios. Por el contrario, le pidió a José que jurara porque creía en Dios. Quería que José viera la solemnidad del asunto. A menos que toquemos su espíritu, no entenderemos lo que él estaba haciendo. “Entonces Israel se inclinó sobre la cabecera de la cama”. ¡Qué escena tan asombrosa!

Leamos ahora Génesis 48:2-4: “Y se le hizo saber a Jacob, diciendo: He aquí tu hijo José viene a ti. Entonces se esforzó Israel, y se sentó sobre la cama, y dijo a José: El Dios Omnipotente me apareció en Luz en la tierra de Canaán, y me bendijo, y me dijo: He aquí yo te haré crecer, y te multiplicaré, y te pondré por estirpe de naciones; y daré esta tierra a tu descendencia después de ti por heredad perpetua”. El recordaba la promesa que Dios le había hecho y sabía que Dios lo había bendecido dándole una familia de setenta personas. Dios había prometido que lo haría fructífero y lo multiplicaría, y que daría la tierra de Canaán a su descendencia.

El versículo 5 dice: “Y ahora tus dos hijos Efraín y Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto, míos son; como Rubén y Simeón, serán míos”. El puso a los dos hijos de José bajo la promesa de Dios. “Como Rubén y Simeón, serán míos”. El aceptó a los dos hijos de José como sus propios hijos. En su avanzada edad, Jacob lo veía todo claro.

El versículo 7 dice: “Porque cuando yo venía de Padanaram, se me murió Raquel en la tierra de Canaán, en el camino”. Este incidente lo conmovió muy profundamente. Aún recordaba esto en su lecho de muerte. ¡Qué delicado, maduro, y tierno es un hombre que ha pasado por la corrección de Dios! ¡Qué abundante era su depósito! El astuto Jacob había cambiado, ahora era un hombre totalmente diferente.

Los versículos del 8 al 10 dicen: “Y vio Israel los hijos de José, y dijo: ¿Quiénes son éstos? Y respondió José a su padre: Son mis hijos, que Dios me ha dado aquí. Y él dijo: Acércalos ahora a mí, y los bendeciré. Y los ojos de Israel estaban tan agravados por la vejez, que no podía ver. Les hizo, pues, acercarse a él, y él les besó y les abrazó”. Cuando Isaac estaba viejo, y sus ojos se estaban apagando, fue engañado. Cuando Jacob envejeció, sus ojos tampoco podían ver bien, pero sus ojos interiores tenían perfecta visión. Al contrario de Isaac en su vejez, que deseaba intensamente la carne de venado, Jacob estaba listo para bendecir. “Y los acercó a él, y los besó y los abrazó”. Aquí vemos el profundo afecto de un hombre anciano.

Vemos en el versículo 11: “Y dijo Israel a José: No pensaba yo ver tu rostro, y he aquí Dios me ha hecho ver también a tu descendencia”. Una vez más hallamos un espíritu al que Dios ha golpeado.

Los versículos del 12 al 14 dicen: “Entonces José los sacó de entre sus rodillas, y se inclinó a tierra. Y los tomó José a ambos, Efraín a su derecha, a la izquierda de Israel, y Manasés a su izquierda, a la derecha de Israel; y los acercó a él. Entonces Israel extendió su mano derecha, y la puso sobre la cabeza de Efraín, que era el menor, y su mano izquierda sobre la cabeza de Manasés, colocando así sus manos adrede, aunque Manasés era el primogénito”.

Los versículos del 17 al 19 dicen: “Pero viendo José que su padre ponía la mano derecha sobre la cabeza de Efraín, le causó esto disgusto … Y dijo José a su padre: No así, padre mío, porque éste es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza. Mas su padre no quiso, y dijo: Lo sé, hijo mío, lo sé”. Aunque la visión de Jacob era borrosa, su visión interior no lo era. El sabía qué deseaba Dios que hiciera. “También él vendrá a ser un pueblo, y será también engrandecido; pero su hermano menor será más grande que él, y su descendencia formará multitud de naciones”. Debemos recordar que Isaac estaba confuso cuando bendecía, pero Jacob estaba seguro de lo que hacía.

El versículo 21 dice: “Y dijo Israel a José: He aquí yo muero; pero Dios estará con vosotros, y os hará volver a la tierra de vuestros padres”. Esto es fe. ¡Cuán real y viviente es su fe! En ese entonces el futuro de ellos parecía estar en Egipto, pero Jacob dijo: “Dios estará con vosotros, y os hará volver a la tierra de vuestros padres. Y yo te he dado a ti una parte más que a tus hermanos, la cual tomé yo de mano del amorreo con mi espada y con mi arco”. ¿Quién tenía posesión de esas tierras en ese momento? Aunque no estaban en sus manos, dijo: “Te he dado a ti una parte”. En realidad lo que estaba diciendo era que aunque José estaba gobernando en Egipto, su tierra no era Egipto, sino Canaán. “Te he dado a ti una parte más que a tus hermanos”. El sabía que Efraín y Manasés eran dos personas, por lo cual José tendría una doble porción.

Génesis 49 nos da una de las más grandes profecías de la Biblia. Jacob predijo lo que le iba a ocurrir a cada uno de sus hijos y a cada una de las tribus. El bendijo por fe y en obediencia, y todo estaba claro para él.

Los versículos del 29 al 30 dicen: “Les mandó luego, y les dijo: Yo voy a ser reunido con mi pueblo. Sepultadme con mis padres en la cueva que está en el campo de Efrón el heteo, en la cueva que está en el campo de Macpela, al oriente de Mamre en la tierra de Canaán, la cual compró Abraham con el mismo campo de Efrón el heteo, para heredad de sepultura”.

El versículo 33 dice: “Y cuando acabó Jacob de dar mandamientos a sus hijos, encogió sus pies en la cama y expiró, y fue reunido con sus padres”. Cuando Jacob nació, estaba muy ocupado agarrándose del talón a su hermano. En su muerte, calmadamente encogió sus pies en la cama. No estaba apresurado ni inquieto y tampoco estaba luchando con Dios.

Debemos observar que toda la Biblia es espíritu. Cuando lo tocamos con nuestro espíritu, tocamos los detalles profundos y preciosos de la Biblia. No solamente debemos ver relatos y doctrinas en la Palabra, sino que también debemos tocar con nuestro espíritu el espíritu que yace detrás de cada porción de la Biblia.

2. Pablo se da a conocer en 2 Corintios

Entre las epístolas de Pablo, la segunda epístola a los Corintios se destaca como el libro que revela el espíritu de Pablo más que ninguna otra de sus epístolas. Otras epístolas nos hablan de las revelaciones que él recibió y de su ministerio, pero ésta nos revela su persona y nos muestra la riqueza, la pureza y la mansedumbre de su espíritu. El fue malentendido por los corintios más que por los demás. Los corintios se atrevían a hablar sin ninguna restricción acerca de Pablo. A pesar de todo, hallamos claridad y pureza en el espíritu de lo que Pablo les comunicó. Podemos decir que el espíritu de Pablo pudo liberarse más por causa de la confusión de los corintios que por las pruebas que él pasó en los últimos capítulos de Hechos. Si leemos 2 Corintios detenidamente, no solamente entenderemos los pensamientos de Pablo, sino también su espíritu. Observaremos que cuando reprendía, su espíritu no era perturbado. Solamente quienes están llenos de amor pueden reprender a otros. Si nuestro espíritu no se compagina con el que Pablo expresa en 2 Corintios, tomaremos su jactancia ante los corintios como una especie de queja. Pero tenemos que darnos cuenta de que aunque sus palabras parecen ser las mismas, el espíritu es totalmente diferente. Dos personas pueden decir la misma cosa y tener la misma intención; inclusive, pueden usar las mismas palabras; sin embargo, sus espíritus pueden ser muy diferentes.

Solamente mencionamos estos dos ejemplos. En todos los pasajes de Biblia podemos detectar el espíritu que contienen; algunos lo expresan más claramente que otros. Nosotros podemos hacer dos cosas: dejar de leer la Biblia o conducir nuestro espíritu al nivel del espíritu de la Biblia. Moisés pasó por muchas pruebas. Si no entramos en el espíritu de dichas pruebas, no entenderemos esos pasajes. El libro de los Salmos es mucho más profundo que el libro de Jeremías. Si nuestro espíritu no armoniza con el espíritu de los salmos, no los entenderemos. Lo mismo sucede con el Nuevo Testamento. Si nuestro espíritu no llega a ser compatible con el espíritu de los libros del Nuevo Testamento, no los podremos entender. Por consiguiente, tenemos que aprender algunas lecciones básicas. Tenemos que ser personas espirituales para poder leer la Biblia. Debemos consagrarnos, y no ser subjetivos, descuidados ni curiosos. Debemos tener la impresión de los hechos narrados y entrar en los pensamientos del Espíritu Santo. Además, nuestro espíritu debe estar al nivel de lo que leemos, y debemos permitir que el Señor nos quebrante, hasta el punto en que podamos identificarnos con el espíritu que se halla detrás de cada porción de la Palabra. Necesitamos esta clase de espíritu para entender la Palabra de Dios. Si no tocamos el espíritu, solo veremos la letra, y es posible que interpretemos erróneamente la Palabra de Dios o que distorsionemos el significado. Cuando un padre habla a sus hijos, éstos deben tocar el espíritu de las palabras de su padre; de lo contrario, si divulgan sus palabras, terminarán diciendo algo totalmente diferente. Hay un espíritu detrás de las palabras de la Biblia. Si pasamos por alto este espíritu, no comprenderemos el sentir ni el motivo que está detrás de las palabras, y correremos el riesgo de perder completamente el significado. Permítanme repetir: Si uno no ha sido quebrantado por el Señor, tendrá mucha dificultad para leer la Biblia. Recordemos que debemos estudiar la Palabra permitiendo que Dios quebrante nuestro ser.