Watchman Nee Libro Book cap.18 El hombre espiritual

Watchman nee Libro Book cap.18 El hombre espiritual

LA ORACIÓN Y LA GUERRA ESPIRITUAL

CUARTA SECCIÓN

CAPÍTULO CUATRO

LA ORACIÓN Y LA GUERRA ESPIRITUAL

LA ORACIÓN ESPIRITUAL

Todas las oraciones deben ser espirituales. Una oración que no es espiritual no es oración y no obtendrá resultados. Si hoy día todas las oraciones que se ofrecen en la tierra fueran espirituales, los creyentes tendrían muchos logros espirituales. Sin embargo, ¡las oraciones carnales son numerosas! Nuestra propia voluntad en la oración hace que ésta sea inútil. Hoy día muchos creyentes toman la oración como una herramienta para llevar a cabo sus propósitos. Si tuvieran más conocimiento, se darían cuenta de que la oración consiste sencillamente en que el hombre le exprese la voluntad de Dios a El. La carne debe ser crucificada no importa dónde se encuentre; ni siquiera en la oración debemos permitir que la carne se infiltre. La obra de Dios excluye cualquier posibilidad de mezcla con ideas humanas. Aun cuando el motivo sea bueno y la acción traiga beneficio al hombre, Dios no permitirá que iniciemos nada que le obligue a El obedecer la dirección del hombre. Los creyentes únicamente tienen derecho a hacer lo que Dios les diga que hagan. No tienen derecho de decirle a Dios lo que Él debe hacer. Además de obedecer la dirección de Dios, los creyentes no pueden contribuir en nada a Su obra. Dios no participará en ninguna obra que sea iniciada por la voluntad del hombre, no importa cuánto ore éste por ellas; la voluntad del hombre sólo hará que las oraciones sean carnales.

Cuando el creyente verdaderamente participa de la esfera espiritual, comprende cuán vacío está, y que no tiene nada de vida para dar a otros ni con qué hacer frente al enemigo. Espontáneamente toma a Dios como su provisión, y la oración llega a ser indispensable para él. La verdadera oración expresa el vacío del que ora y las riquezas de Aquel que la responde. Si la carne nunca ha sido quebrantada por la cruz hasta el grado en que el hombre llegue a estar vacío, entonces, ¿qué propósito tiene su oración?

La oración espiritual no procede de la carne; no es algo que el creyente piense ni algo que desee o decida hacer, sino algo que él practica según la voluntad de Dios. La oración espiritual se ofrece en el espíritu, lo cual significa que la persona primero descubre con su intuición cuál es la voluntad de Dios, y luego ora por ella. “Con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu, y para ello velando con toda perseverancia y petición por todos los santos” (Efesios. 6:18). Este es un mandamiento bíblico. Si nuestra oración no se efectúa en el espíritu, entonces está en la carne. No debemos empezar a hablar tan pronto acudimos a Dios, sino que primero debemos pedir que El nos revele lo que desea que sepamos, y que nos muestre cómo orar. Repetidas veces hemos tratado de pedir por cosas que nosotros queremos, ¿por qué no oramos ahora por lo que El desea? En la oración no hay lugar para la carne; en ella no expresamos lo que nosotros queremos, sino lo que Dios desea. Los que no son espirituales no harán oraciones espirituales genuinas.

Toda oración espiritual se origina en Dios. El nos indica lo que debemos pedir; nos revela una necesidad y hace que sintamos cierta urgencia al respecto en nuestra intuición. Dicha urgencia o comisión es nuestro llamamiento a orar. Pero muchas veces, por negligencia descuidamos esos sentimientos casi imperceptibles de nuestra intuición. Nunca debemos orar por otra cosa que no sea la comisión que nuestra intuición detecta. Cualquier oración que no se inicie en la intuición o que no sea inspirada por ésta, se origina en nosotros mismos y es de la carne.

Si los creyentes desean que sus oraciones sean eficaces en la esfera espiritual y que no sean carnales, deben confesar su debilidad y reconocer que no saben cómo orar (Romanos. 8:26); deben pedirle al Espíritu Santo que les enseñe a orar y presentar dicha oración según la instrucción del Espíritu Santo. Si Dios da las palabras para predicar, sin duda dará las palabras para orar, ya que la necesidad de orar es tan intensa como la de predicar. Para poder expresar esa oración mediante la operación del Espíritu Santo en nuestro espíritu, debemos reconocer nuestra debilidad e impotencia. En la obra es inútil poner nuestra confianza en la carne, y lo mismo se aplica en la oración, pues es inútil confiar en la carne.

Sin embargo, no solamente debemos orar con el espíritu, sino también con la mente (1 Corintios. 14:15). Al orar, el espíritu y la mente deben cooperar. El creyente recibe en su espíritu la respuesta a la oración, y su mente entiende lo que ha recibido. El espíritu recibe la comisión de orar, y la mente eleva la oración palabra por palabra. Después de esta cooperación entre el espíritu y la mente, la oración del creyente puede ser perfeccionada. Muchas veces las oraciones son únicamente el ejercicio de la mente, y no son inspiradas en el espíritu. Cuando sucede esto, los creyentes se convierten en el origen de su oración. La oración genuina debe originarse en el trono de Dios y debe ser percibida en el espíritu de los creyentes, conocida por su mente y proferida por el poder del Espíritu Santo. La oración y el espíritu humano son inseparables.

Si el creyente quiere orar en el espíritu, primero debe aprender a andar en el espíritu. No es posible andar durante el día según la carne y a la hora de orar hacerlo en el espíritu. La manera en que se ora no puede ser diferente de la manera en que se vive. La condición espiritual de muchos nos muestra que no son aptos para orar. La calidad de la oración de una persona se determina por la manera en que vive. ¿Cómo puede una persona carnal hacer una oración espiritual? A veces una persona espiritual no hace una oración espiritual, ya que si no está alerta, puede caer en la carne. Pero si una persona espiritual continuamente ora en el espíritu, su oración mantendrá su espíritu y su mente en armonía con Dios. La oración es un ejercicio de nuestro espíritu, y éste es fortalecido mediante tal ejercicio. Si nos volvemos negligentes en la oración, nuestro espíritu se secará. Nada puede substituir la oración; ni siquiera la obra puede substituirla. Muchos de nosotros no empleamos suficiente tiempo orando porque estamos muy ocupados en la obra. Debido a esto, no logramos echar fuera los demonios. La oración nos permite vencer al enemigo primero en nuestro interior, antes de enfrentarnos con él externamente. Todo aquel que combate en sus rodillas al enemigo, cuando se levanta y se enfrenta con él cara a cara, lo derrotará. Por medio de este ejercicio, el hombre espiritual gradualmente llegará a ser fuerte.

Si el creyente ora continuamente en el Espíritu Santo, su espíritu se desarrollará, tendrá una percepción aguda en los asuntos espirituales, y todo su estupor espiritual se terminará.

La necesidad actual del creyente espiritual es detectar los sentidos que hay en su espíritu. Debe saber cómo ataca el enemigo, qué le ha revelado Dios, y luego expresar mediante su oración, una por una, las cosas que ha entendido. El creyente debe darse cuenta rápidamente de cualquier movimiento en su espíritu para lograr en la oración lo que Dios quiere que logre. La oración es una especie de labor. La experiencia de los hijos de Dios demuestra que la oración logra más resultados que ninguna otra labor. También, la oración es una especie de combate, ya que es un arma en nuestra guerra contra el enemigo (Efesios. 6:18). Unicamente las oraciones que son hechas en el espíritu son eficaces.

Las oraciones hechas en el espíritu son el medio más eficaz para atacar al enemigo y resistir sus estratagemas. La oración puede destruir y edificar. Puede destruir todo lo que pertenece al pecado y a Satanás y puede edificar todo lo que pertenece a Dios. Por lo tanto, la oración es la parte más crucial en nuestra obra y en nuestro combate espiritual. Tanto el éxito de la obra espiritual como la victoria en la batalla dependen de la oración. Si el creyente fracasa en la oración, fracasa en todo.

LA GUERRA ESPIRITUAL

Por lo general, cuando el creyente no ha experimentado el bautismo en el Espíritu Santo es como el siervo de Eliseo, que no entendía las realidades de la esfera espiritual (2 Reyes. 6:15 al 17). Aunque tal vez haya recibido enseñanzas bíblicas y algunas instrucciones, únicamente las entiende con su intelecto, sin ninguna revelación en su espíritu. La intuición que tiene el creyente en el espíritu se agudiza después de que experimenta el bautismo del Espíritu Santo y en su espíritu se abrirá ante él todo un mundo espiritual. También cuando experimenta dicho bautismo, el creyente tiene contacto con el poder sobrenatural de Dios, y conoce a Dios de una manera personal.

Allí comienza el verdadero combate espiritual. Primero, el poder de las tinieblas se viste como un ángel de luz e imita a la Persona y la obra del Espíritu Santo. En segundo lugar, la intuición del espíritu percibe la existencia de la esfera espiritual y se percata de la realidad de Satanás y de los espíritus malignos. Después del Calvario el Señor les reveló a los apóstoles las Escrituras, mas ellos vieron la realidad de la esfera espiritual sólo después de Pentecostés. El bautismo del Espíritu es el comienzo del combate espiritual.

Cuando el creyente experimenta el bautismo del Espíritu Santo y tiene un contacto personal con Dios, su espíritu es liberado y ve la realidad de todo lo que se mueve en la esfera espiritual, entonces entra en guerra contra Satanás. (Aunque un hombre espiritual conoce la esfera espiritual, no obtiene este conocimiento de una vez por todas, sino a lo largo de muchas pruebas.) Solamente un hombre espiritual percibe la realidad del enemigo y peleará contra él (Efesios. 6:12). Esta batalla no se pelea con armas carnales (2 Corintios. 10:3 al 4), ya que es un combate espiritual. La batalla se libra entre el espíritu del hombre y el espíritu del enemigo; así que es una lucha de espíritu contra espíritu.

Si el creyente no ha llegado a este nivel espiritual, no entenderá esa batalla ni podrá librarla en el espíritu. El creyente puede luchar contra el enemigo con su espíritu cuanto éste es fortalecido por el Espíritu Santo. Solamente cuando el creyente llega a ser espiritual, ve la realidad de Satanás y de su reino, y sabe cómo luchar y atacarlo con el espíritu.

Esta batalla existe por muchas razones, la mayor de las cuales es la obstrucción y el ataque del enemigo. Satanás siempre aplica sus tácticas para atacar a los creyentes espirituales. Algunas veces los ataca en la parte emotiva y otras, en el cuerpo. También hay muchos obstáculos que el enemigo pone en la obra y en el entorno del creyente. Otra causa de la batalla espiritual es que nosotros debemos pelear por Dios. Satanás posee innumerables obras en este mundo, y ha diseñado incontables estratagemas en los aires con el propósito de oponerse a Dios. Cuando nos dedicamos a Dios peleamos con nuestra fuerza espiritual en contra de Satanás para destruir sus estratagemas y sus obras, mediante nuestra oración. Aunque a veces no sabemos qué está planeando ni que hace, de todos modos peleamos en su contra, ya que él siempre es nuestro enemigo.

Además de las razones mencionadas, peleamos contra Satanás para librarnos de sus engaños y para librar a los que han sido engañados por él (véanse la octava sección, capítulo tres, y la novena sección, capítulo cuatro). A pesar de que la intuición del creyente en su espíritu se agudiza cuando experimenta el bautismo del Espíritu Santo, esto no es suficiente para protegerle de las astucias del enemigo, ya que todavía puede ser engañado. Después de que la percepción espiritual del creyente se agudiza, necesita más conocimiento espiritual. Si no comprende la dirección del espíritu y permanece en una actitud pasiva, llegará a ser presa del enemigo. En tal circunstancia, los creyentes caen fácilmente en el error de pasar por alto la guía del espíritu, y obedecen a sus sentimientos o a experiencias irracionales, pensando que provienen de Dios. Después de que el creyente es bautizado en el Espíritu Santo, entra en una esfera sobrenatural. Si no se da cuenta de su debilidad ni reconoce que no es apto para relacionarse con lo sobrenatural, será engañado.

El espíritu del creyente puede ser afectado por dos fuentes: el Espíritu Santo y los espíritus malignos. Si el creyente piensa que su espíritu únicamente puede ser dirigido por el Espíritu Santo y que no puede ser afectado por los espíritus malignos, está muy equivocado. El creyente debe tener presente que además del Espíritu de Dios, también existe “el espíritu del mundo” (1 Corintios. 2:12). Este es el enemigo espiritual mencionado en Efesios 6:12. Si el creyente no cierra su espíritu a todo esto y lo rechaza, los espíritus malignos ocuparán su espíritu mediante engaños e imitaciones.

Cuando el creyente es totalmente espiritual, será afectado por el mundo sobrenatural. En este caso, es muy importante que conozca la diferencia entre lo espiritual y lo sobrenatural. Confundir estas dos cosas ha guiado a muchos a ser engañados por Satanás. Las experiencias espirituales son experiencias que tienen su origen en el espíritu del creyente, mientras que las experiencias sobrenaturales no provienen necesariamente de allí. Algunas veces son experimentadas por los sentidos del cuerpo, y otras veces se perciben en el alma. Los creyentes nunca deben considerar las experiencias sobrenaturales como espirituales; deben estudiarlas y descubrir si provienen de sus sentidos externos o del espíritu. Lo que proviene del exterior puede ser sobrenatural, más no espiritual.

Los creyentes nunca deben aceptar nada sobrenatural sin examinarlo primero. Aparte de Dios, Satanás también puede producir cosas sobrenaturales. El creyente debe determinar el origen de cualquier sensación, apariencia o manifestación. Debe poner en práctica lo que se enseña en 1 Juan 4:1. Los esfuerzos de Satanás por engañar son más de lo que el creyente puede imaginarse. Si el creyente está dispuesto a humillarse y a reconocer la posibilidad de ser engañado, será guardado del engaño. Debido a los ardides del enemigo, la lucha espiritual es inevitable. En la batalla espiritual, si el creyente no utiliza su espíritu para iniciar el ataque, el enemigo atacará y anulará su poder espiritual. El combate espiritual se libra entre el espíritu del creyente y los espíritus malignos del enemigo. Si el creyente es engañado, debe luchar por librarse del engaño; si ya fue librado, debe luchar para obtener la liberación de otros, para cubrirse a sí mismo y a otros de los ataques del enemigo, y para oponerse activa e intensamente a toda la obra y el plan de Satanás.

Esta guerra es una lucha entre espíritus; por eso requiere fortaleza espiritual. El creyente debe saber cómo luchar contra el enemigo mediante su espíritu. Si su espíritu no está activo en él, no sabrá cómo ataca el enemigo ni cómo desea Dios que luche. Si anda según el espíritu, aprenderá a laborar orando sin cesar en su espíritu, y de este modo se enfrentará al enemigo. Cada vez que el espíritu del creyente participa en esta lucha, se hace más fuerte. Si el creyente conoce la ley del espíritu, podrá ver que no sólo vence al pecado, sino también a Satanás.

El aspecto más crucial de la batalla espiritual es el de ser lleno de poder y recibir fortaleza. Vemos esto en la enseñanza del apóstol con respecto a la lucha espiritual. El dijo: “Por lo demás, fortaleceos en el Señor, y en el poder de Su fuerza” (Efesios. 6:10), y luego mencionó la lucha espiritual (vs. 11 al 18). Pero, ¿cómo podemos ser fortalecidos? La respuesta del apóstol se encuentra en Efesios 3:16: “El ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. Esto es absolutamente necesario. El hombre interior, el espíritu, es el centro del hombre. Si el espíritu del creyente se debilita, todo su ser se debilita. Una vez que el espíritu se debilita, surge el temor, y el creyente no puede permanecer en pie en los días malos. Los creyentes necesitan un espíritu fuerte. El poder de las tinieblas está dirigido hacia el espíritu humano. Si el creyente no sabe de qué se trata la batalla, no podrá resistir en su espíritu a los principados y poderes de las tinieblas.

Muchos creyentes se regocijan en su espíritu únicamente cuando todo marcha sobre ruedas. Pero cuando llega la batalla, se confunden, temen, se entristecen y se deprimen; no entienden por qué fracasan. Pero el creyente, para poder vencer, debe conocer la meta que Satanás tiene en la batalla, la cual es sacarlo de la posición que tiene en ascensión, suprimiéndolo en su espíritu a fin apoderarse de esa posición. En la batalla espiritual, la posición desempeña un papel muy importante. Si el espíritu del creyente es oprimido, inmediatamente pierde su posición de ascensión. Por lo tanto, el creyente siempre debe mantener un espíritu fuerte y no ceder ningún terreno al enemigo.

Cuando el creyente se da cuenta de que Dios envió al Espíritu Santo para fortalecer su espíritu, comprende la necesidad de pelear contra el enemigo. Mediante la lucha y la oración, su espíritu es fortalecido gradualmente. Así como quienes pelean físicamente desarrollan sus músculos para combatir, asimismo el poder espiritual de los creyentes se incrementa cuando luchan contra el enemigo. Los espíritus malignos atacan con el propósito de suprimir al espíritu de los creyentes e infligir sufrimiento al alma. Si el creyente percibe el engaño del enemigo, no se rendirá en ningún momento, sino que resistirá, y con ello, sus emociones serán protegidas. Resistir al enemigo en el espíritu lo obliga a ponerse a la defensiva y neutraliza sus ataques.

El aspecto más importante de la batalla espiritual es resistir, y la mejor defensa es el ataque. La resistencia que el creyente ofrece en la batalla espiritual no es llevada a cabo únicamente por su fuerza de voluntad, sino mediante el ejercicio del poder espiritual. Resistir significa librarse del poder opresor. Si desbaratamos los planes del enemigo mediante el espíritu, lo derrotaremos. Si el creyente no resiste al enemigo y le permite atacar, o si el enemigo ataca sin encontrar oposición, el espíritu del creyente es oprimido y se hunde, y le es difícil recobrar la trascendencia aun después de varios días. Un espíritu que no resiste al enemigo es oprimido con frecuencia.

Resistir al enemigo debe basarse en la Palabra de Dios, la cual es la espada del Espíritu. Cuando el creyente recibe la Palabra de Dios, ésta llega a ser espíritu y vida para él. Hasta ese momento sólo puede usarla como arma de defensa. El creyente que mora en los lugares celestiales sabe utilizarla con eficacia para destruir todas las mentiras del enemigo. En la actualidad, esta batalla se está librando en la esfera espiritual. Aunque los ojos físicos no la pueden ver, todos los que se esfuerzan por avanzar en su espíritu, conocen y confirman esta clase de batalla. Los que están engañados y atados por el enemigo, deben ser librados. Aparte de estar atado por el pecado y la injusticia, la esclavitud más común del creyente se relaciona con experiencias sobrenaturales. Los creyentes aceptan estas experiencias sin desconfiar, ya que son maravillosas y producen en ellos sentimientos placenteros. No se dan cuenta que esas experiencias únicamente hacen que el creyente se enorgullezca; no ayudan a la santidad ni a la justicia en vida ni producen frutos permanentes. Cuando los espíritus malignos logran hacer su obra, se apoderan de cierto terreno en los creyentes y empiezan a avanzar hasta hacerlos andar según la carne.

Los que están atados no pueden librar a otros. Sólo cuando ellos han sido librados de la autoridad de las tinieblas, pueden ganar la batalla para libertar a otros. Hoy día los creyentes están más conscientes de la importancia de la experiencia personal del bautismo del Espíritu Santo, pero el peligro yace precisamente ahí. Temo que a medida que pasen los días, aumentará el número de personas poseídas por los espíritus malignos en proporción al número de las que han experimentado el bautismo en el Espíritu Santo. La necesidad de hoy es que un grupo de creyentes vencedores sepan cómo pelear y libertar a los demás de los engaños del enemigo. Si en la iglesia de Dios nadie sabe andar según el espíritu ni usar su espíritu para pelear en contra del enemigo, ¡la iglesia será derrotada! ¡Que el Señor levante hombres a quienes El pueda usar!

PRECAUCIONES PARA LA BATALLA ESPIRITUAL

En la vida del creyente, cada nivel trae consigo sus propios riesgos. La nueva vida incesantemente pelea en contra de todo lo que sea contrario a ella. Mientras los santos viven en la esfera del cuerpo, esta nueva vida pelea en contra de los pecados; mientras viven en la esfera del alma, pelea en contra de la vida natural; finalmente, mientras viven en la esfera del espíritu, dicha vida pelea contra los principados y potestades. Cuando el creyente llega a ser espiritual, los espíritus malignos lanzan ataques en contra de su espíritu. Por ser una batalla del espíritu contra los espíritus, la llamamos “la batalla espiritual”. Sin embargo, el creyente que no es espiritual no correrá tal peligro. El creyente no debe pensar que al llegar a la esfera espiritual, todo está bien y ya no tiene que luchar más. Debemos darnos cuenta de que el creyente pasa toda la vida en el campo de batalla. No podemos abandonar las armas hasta el día en que comparezcamos ante el Señor. Si uno es carnal, encontrará peligros y conflictos en la esfera de la carne, pero si es espiritual, enfrentará peligros y luchas espirituales. En el desierto los israelitas únicamente pelearon contra los amalecitas, pero después de entrar en Canaán, empezaron a pelear contra las siete tribus que habitaban la tierra. Si el creyente no es espiritual, Satanás y los espíritus malignos no atacarán su espíritu; pero cuando llegue a ser espiritual, recibirá todo tipo de ataques de parte de él.

Debido a que el enemigo presta gran atención a nuestro espíritu, es necesario que los creyentes espirituales mantengan su propio espíritu en un estado normal y que constantemente lo ejerciten. Sin embargo, deben tener cuidado con las sensaciones físicas; cualquier fenómeno natural o sobrenatural necesita ser discernido cuidadosamente. La mente de los creyentes debe mantenerse en una paz perfecta, sin perturbación alguna; sus sentidos físicos también deben mantenerse en equilibrio, sin ser estimulados; deben rechazar todo lo que haga que su espíritu pierda la paz, y deben negarse y oponerse a cualquier falsedad, y anhelar con todo el corazón andar según el espíritu y no según el alma; de lo contrario, perderán terreno en la batalla espiritual. Además, existe otro punto que requiere toda nuestra atención: los santos no deben permitir que sus espíritus sean pasivos en la lucha espiritual.

Ya mencionamos que toda iniciativa debe provenir de nuestro espíritu y que debemos esperar hasta ser guiados por el Espíritu que mora en nuestro espíritu. No obstante, debemos tener mucho cuidado, pues de no ser así, caeremos en el error. Mientras esperamos en nuestro espíritu la acción y la dirección del Espíritu Santo, corremos el peligro de permitir que nuestro espíritu y nuestra persona caigan en un estado de pasividad. Nada da más oportunidad a Satanás para obrar que la pasividad. Por un lado, no debemos usar nuestra fuerza para hacer nada, y únicamente debemos obedecer al Espíritu Santo; pero por otro, no debemos permitir que nuestro espíritu ni ninguna otra parte de nuestro ser caiga en una rutina, ni que se abandone a la inercia. Nuestro espíritu debe gobernar toda nuestra persona activamente y asimismo cooperar con el Espíritu de Dios.

Si el espíritu cae en un estado de pasividad, el Espíritu Santo no podrá usarlo, ya que la condición bajo la cual el Espíritu Santo opera en la vida del hombre es diametralmente opuesta a la de Satanás. El Espíritu Santo requiere que el hombre coopere con El de una manera viviente y desea que el hombre labore activamente junto con El. Nunca anula la personalidad de los creyentes. Satanás, por el contrario, exige que el hombre se anule por completo a fin de tomar las riendas y hacerlo todo en su lugar. El quiere que el hombre reciba pasivamente su acción y que sea un autómata. Debemos estar alerta para no irnos a los extremos por entender erróneamente las doctrinas espirituales. No debemos temer excedernos al obedecer al Señor ni al rechazar las obras de la carne, de las cuales debemos deshacernos totalmente. Hemos dado énfasis reiteradamente en que todo lo que pertenece al hombre y proviene de él es vanidad y en que debemos hacer únicamente lo que proviene de Dios. Nada tiene valor espiritual a menos que sea hecho por el Espíritu Santo y mediante nuestro espíritu. Así que, antes de hacer algo debemos esperar la revelación de Dios en nuestro espíritu. Qué bueno sería que los creyentes vivieran según esta verdad. Sin embargo, existe el peligro de extremismos causados por equivocaciones conceptuales, según los cuales algunos creyentes piensan que no deben hacer nada y que deben poner su mente en blanco para que el Espíritu Santo piense por ellos; que no deben sentir ninguna emoción ni ningún afecto, y que el Espíritu Santo ha de depositar Sus afectos en el corazón del creyente; y que su voluntad no debe tomar ninguna decisión ya que el Espíritu Santo es el que tomará las decisiones. Aceptan todo lo que les sucede, pensando que no deben por ningún motivo usar su espíritu para cooperar con el Espíritu Santo; así que pasivamente esperan que el Espíritu Santo tome la iniciativa, y si ellos perciben cualquier movimiento, piensan que proviene del Espíritu Santo.

Esto es completamente erróneo. Dios desea ponerle fin a la actividad de nuestra carne, pero no intenta destruirnos como personas. El nunca elimina nuestra personalidad, pues Su intención no es que lleguemos a ser una máquina inerte, sino que cooperemos con El. El no desea que nos despojemos de nuestros pensamientos, nuestros afectos y nuestros juicios; al contrario, desea que pensemos, sintamos y decidamos en conformidad con lo que El piensa, siente y decide. El Espíritu Santo no reemplaza nuestros pensamientos, sentimientos ni decisiones. Tenemos que pensar, sentir y tomar decisiones en conformidad con el propósito de Dios. (Más adelante discutiremos esto en detalle.) Si nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad caen en la pasividad, y requieren que un poder externo tome su lugar, entonces el espíritu inevitablemente entrará en una condición pasiva. Cuando el creyente es incapaz de usar su propio espíritu y necesita un poder externo que lo mueva, Satanás se aprovecha de esto.

Hay una diferencia fundamental entre la obra del Espíritu Santo y la obra de un espíritu maligno. El Espíritu Santo motiva a los hombres a que ellos mismos actúen conservando su personalidad; mientras que el espíritu maligno exige que el hombre esté inactivo para poder trabajar en su lugar, haciendo que su espíritu actúe mecánicamente. Así que, la pasividad del espíritu (es decir, un estado pasivo que embarga a toda la persona) no sólo da a los espíritus malignos la oportunidad de que actúen, sino que también impide que el Espíritu Santo obre debidamente, ya que no cuenta con la cooperación del creyente. El resultado es el dominio de los espíritus malignos. Si los creyentes no son espirituales, no corren el peligro de entrar en contacto con los espíritus malignos, pero si llegan a ser espirituales, los espíritus malignos vendrán a atacarlos en el espíritu. Unicamente los creyentes espirituales están en peligro de caer en la pasividad en el espíritu, en imitaciones y en experiencias de esta índole.

Debido a la interpretación errónea de que la carne debe exterminarse, los creyentes permiten que su espíritu entre en un estado pasivo, lo cual permite que el espíritu maligno se haga pasar por el Espíritu Santo. Los creyentes piensan, por ignorancia, que cualquier movimiento de esa esfera proviene del Espíritu Santo, e inconscientemente lo reciben, olvidando que El no es el único que puede afectar su espíritu y que también los espíritus malignos pueden hacerlo. De esta manera le ceden terreno a Satanás para que los ataque y los socave gradualmente, corrompiendo su moral, su salud mental y haciéndoles padecer dolores terribles.

Esto les ha sucedido a muchos creyentes que han experimentado “el bautismo en el Espíritu Santo”. No se dan cuenta de que una vez que tienen esta clase de experiencia, quedan abiertos al mundo espiritual (donde operan tanto Dios como el diablo), donde pueden ser afectados tanto por el Espíritu Santo como por los espíritus malignos. Cuando están a punto de experimentar este bautismo, piensan que cualquier experiencia sobrenatural es el bautismo en el Espíritu Santo. Llegan a ser bautizados en el espíritu, pero debemos preguntarles en qué espíritu fueron bautizados, ¿en el Espíritu Santo o un espíritu maligno? Ambos son un “bautismo en el espíritu”. Muchos creyentes quieren experimentar el bautismo en el Espíritu Santo, pero no saben que el Espíritu Santo necesita la cooperación del espíritu de ellos, y necesita que ellos conserven su personalidad y su libre albedrío. Ignorar esto los introduce en un estado pasivo, en el que abandonan su voluntad y permiten que un poder externo los atormente y aniquile. En síntesis, llegan a ser bautizados en un espíritu maligno.

Algunos creyentes han experimentado genuinamente el bautismo en el Espíritu Santo, pero han sido engañados posteriormente debido a que no pueden distinguir entre el poder del espíritu y el del alma. Por haber tenido experiencias especiales, piensan que están bajo el control absoluto del Espíritu Santo y que no deben tomar ninguna decisión, y creen que deben permanecer en una actitud pasiva. Es así como su espíritu se sumerge en una inercia total. Satanás comienza a darles muchas sensaciones placenteras, numerosas visiones, sueños y otras experiencias sobrenaturales. No se dan cuenta de que todo eso se debe a la pasividad de su espíritu, y piensan que todo ello proviene del Espíritu Santo. Aunque tienen estas experiencias, no notan la diferencia, ni pueden distinguir entre sus propias sensaciones y las del espíritu ni entre lo sobrenatural y lo espiritual. Así que, el error de la pasividad de sus espíritus aunado a la falta de discernimiento, los hunde más y más en el engaño del enemigo.

Una vez que el espíritu del creyente cae en un estado de pasividad, su conciencia espontáneamente se vuelve pasiva. Cuando esto sucede, el piensa que ahora tiene una manera más elevada para ser guiado y que será dirigido directamente por el Espíritu Santo, ya sea por medio de una voz o por medio de las Escrituras y que ya no lo guiará mediante su conciencia ni mediante el juicio de su intuición. Al no utilizar su conciencia y hacerla caer en un estado pasivo, el creyente es engañado por el enemigo en su vida diaria. Como resultado el creyente termina por obedecer a la obra de Satanás; además, debido a que no utiliza la conciencia, el Espíritu Santo tampoco utiliza la conciencia del creyente. Satanás se aprovecha de esta situación para sustituir la dirección que debería venir de la conciencia y de la intuición, con voces sobrenaturales y fenómenos similares.

A medida que la conciencia se vuelve más pasiva y es guiada por los espíritus malignos, algunos creyentes bajan su norma moral y no ven los asuntos inmorales como tales. Por el contrario, piensan que viven según un principio más elevado, lo cual les impide avanzar en la experiencia de la vida divina y en su obra. Dejan de ejercitar su intuición, con la cual captan la voluntad del Espíritu Santo, y no emplean su conciencia para distinguir entre el bien y el mal. Simplemente actúan como máquinas, siguiendo voces sobrenaturales que provienen del exterior y que ellos confunden con la voz de Dios. En tal condición, hacen caso omiso de sus razonamientos, de su conciencia y del consejo de otras personas. Llegan a ser las personas más obstinadas del mundo, y nadie los convencerá del error en que están porque creen que están en una posición más elevada que los demás. El apóstol describe a tales personas así: “Teniendo cauterizada la conciencia como con un hierro candente” (1 Timoteo. 4:2). Hay una ausencia total de cualquier sentimiento en su conciencia.

En la guerra espiritual debemos mantener nuestro espíritu activo y totalmente obediente al Espíritu Santo, y no dejarlo caer en la pasividad. De lo contrario, Satanás nos engañará. Si nuestro espíritu no está activo, aun si no es atacado por el enemigo, se mantendrá encerrado en su inercia y Satanás obstruirá todas sus funciones. En tal condición no podrá trabajar ni servir ni pelear, y será como si estuviera oprimido. Nuestro espíritu debe mantenerse activo, despierto y siempre resistiendo a Satanás, pues de no ser así, los espíritus malignos lo atacarán desde todos los ángulos.

En la guerra espiritual es importante mantener como principio que debemos atacar a Satanás constantemente. A fin de evitar las arremetidas del enemigo, debemos atacar nosotros, pues sólo así podemos prevenir sus acometidas. Los creyentes que ya entraron en la esfera espiritual verán que su espíritu cae de los cielos y se debilita, si no tienen en su espíritu diariamente la actitud de resistir a Satanás, atacándolo con oraciones en el espíritu y pidiendo a Dios que destruya todas las obras que el enemigo ha hecho por medio de los espíritus malignos. En poco tiempo estos creyentes pierden sus sentimientos y ni siquiera saben donde se halla su espíritu, lo cual es el resultado de que sus espíritus hayan caído en un estado pasivo y de que no atacan incisivamente. Los creyentes permiten sin darse cuenta que el enemigo ataque, bloquee y encierre al espíritu. Si los creyentes diariamente “liberan” su espíritu y resisten al enemigo, verán que sus espíritus llegan a ser activos y que día tras día crecen y se fortalecen.

El creyente debe deshacerse de todos los conceptos equivocados referentes a la vida espiritual. Antes de entrar en la esfera espiritual, a menudo sueña cuán dichoso sería si fuera tan espiritual como alguno de sus hermanos. Se imagina que la vida espiritual es una especie de éxtasis y de perfecta felicidad y regocijo durante todo el día. En realidad es exactamente lo opuesto. La vida espiritual no provee ninguna felicidad; al contrario, es una vida de combate diario. Si uno trata de separar la guerra espiritual de la vida espiritual, descubrirá que esa vida deja de ser espiritual. Una vida espiritual es una vida de sufrimiento, desvelos, labor, fatiga, aflicciones, angustias y conflictos. Es una vida entregada incondicionalmente al reino de Dios y que hace caso omiso de su propia felicidad. Cuando el creyente es carnal, vive para sí mismo y para su felicidad “espiritual”, pero no tiene un verdadero uso espiritual en las manos de Dios. Unicamente puede ser usado por Dios después de tomar la actitud de estar muerto al pecado y a su propia vida.

A los ojos de Dios, la vida espiritual está llena de provecho espiritual para El, pues ataca a Su enemigo. Debemos estimular nuestro celo por el Señor, y combatir constantemente en contra del enemigo sin permitir que nuestro espíritu, que es tan útil, caiga en la pasividad.