Watchman Nee Libro Book cap.17 La autoridad y la sumisión
LA AUTORIDAD DELEGADA DEBE ESTAR BAJO AUTORIDAD
CAPÍTULO DIECISIETE
LA AUTORIDAD DELEGADA
DEBE ESTAR BAJO AUTORIDAD
Lectura bíblica: 1ª Samuel. 24: 1-6; 26: 7-12; 2ª Samuel. 1: 5-15; 2: 1; 4: 5—5: 3; 6: 16-23; 7: 18; 15: 19-20, 24-26; 16: 5-14; 19: 9-15
En el Antiguo Testamento David fue el segundo rey que Dios estableció, y el primero fue Saúl, quien también fue puesto por Dios. David era la autoridad que Dios había designado en ese entonces; era el ungido de Dios en ese momento. Así que Dios reemplazó a Saúl, a quien había ungido él anteriormente. Pese a que el Espíritu de Dios se apartó de Saúl, éste seguía en el trono. David había sido escogido como rey, pero Saúl no había cedido el trono. ¿Qué debía hacer David? En este caso, David se sometió a la autoridad y él no estableció su propia autoridad. El fue un hombre conforme al corazón de Dios. El pudo ser una autoridad delegada porque se sometía genuinamente a la autoridad.
ESPERA QUE DIOS ESTABLEZCA SU AUTORIDAD
En 1ª Samuel 24 se relata lo sucedido en el desierto de En-gadi. Saúl perseguía a David. Cuando éste se escondió en una cueva, Saúl entró allí para hacer sus necesidades. David estaba escondido en los rincones de la cueva y cortó una punta del manto de Saúl, pero luego se turbó su corazón (versículos. 4-5). Su conciencia era muy sensible. En 1 Samuel 26 se describe otra oportunidad que tuvo David de matar a Saúl. En esta ocasión, sólo tomó la lanza y la vasija de agua que pertenecían a Saúl (versículo. 12a). David cortó una punta del manto de Saúl y se apoderó de algo. Esto le sirvió de evidencia para jactarse delante de Saúl (versículos. 17-20). Este es el comportamiento de un abogado, no de un creyente. Un abogado sólo se preocupa por los razonamientos y las evidencias. Pero un creyente sólo se preocupa por su sentir y por los hechos, no por su razonamiento ni por evidencias. David tuvo el sentir de un creyente, por lo cual se turbó por haber cortado la punta del manto de Saúl. Debemos preocuparnos sólo por los hechos, y no por formalismos. No debemos centrarnos en los procedimientos. Tanto en Shanghai como en Fuchow, he visto hermanos que sólo se preocupan por los procedimientos y las evidencias. Pero en este pasaje vemos a un hombre que se turbó por haber cortado el manto de Saúl. El creyente se preocupa por su sentir interno y no por las pruebas ni las evidencias. A la gente del mundo sólo le interesan las pruebas. Una persona puede cortar el manto de otros, tomar la lanza y la vasija de agua y jactarse de ello sin que su corazón lo censure por ello. David se sometió a la autoridad y esperó a que Dios lo estableciera como autoridad. El pudo esperar y no trató de precipitar la muerte de Saúl. Los representantes de la autoridad de Dios deben aprender a no establecer su propia autoridad y a respaldar la de aquellos que están por encima de ellos.
LA ELECCIÓN DE DIOS Y DE LA IGLESIA
En 2ª Samuel se nos dice que una persona vino a David para informarle que él había dado muerte a Saúl, pensando que sería recompensado, pero, por el contrario, David ordenó su ejecución. Aquel hombre había cometido el error de anular la autoridad de Dios (1: 10-15). Aunque él no le hizo nada a David, éste percibía que no estaba bien que el hombre hubiera puesto fin a Saúl, quien era la autoridad. David juzgó toda anulación de la autoridad.
Después de que Saúl murió, David le preguntó a Dios a cuál ciudad debería ir. En aquel tiempo el palacio estaba en Gabaa. ¿Quiénes de entre los israelitas no conocían a David? Tan pronto como David supo de la muerte de Saúl, él pudo haber ido a la capital con sus guerreros. Desde la perspectiva humana, él debió apresurarse a ir a Gabaa con su ejército; ése era el momento oportuno. ¿Cómo podría dejar pasarlo? Por sentido común, debió ir a Gabaa. Ya se había sometido lo suficiente. Todo el pueblo sabía que él era un guerrero. Pero él actuó de manera extraña. Le preguntó a Dios, quien le contestó que fuera a Hebrón (2: 1), una ciudad pequeña e insignificante. Algunos vinieron de Judá para ungirle como rey de Judá. Esto nos muestra que David no trató de apoderarse de la autoridad, sino que permitió que estos varones de Dios lo ungieran (versículo. 4). Cuando Samuel lo ungió, fue una señal de que Dios lo había escogido. Cuando los varones lo ungieron, fue una señal que el pueblo de Dios (un tipo de la iglesia) lo había escogido. David no rechazó la unción de los varones de Judá. No dijo: “Puesto que Dios me ungió ¿qué necesidad tengo de que ellos me unjan?” Hay diferencia entre ser ungido por Dios y ser ungido por el pueblo. La autoridad delegada no debe ser elegida por Dios solamente, sino también por la iglesia. Nadie puede imponer su autoridad sobre otros; si Dios lo escogió debe esperar a que los hijos de Dios hagan su elección.
David no fue a Gabaa, sino que esperó que el pueblo de Dios viniera a él a Hebrón. El esperó siete años y seis meses, lo cual no es un tiempo corto. Pero él no tenía prisa. Jamás he visto una persona llena de su yo y en busca de su propia gloria, que haya sido escogida por Dios como autoridad. Dios ungió a David como rey no sólo de Judá sino de toda la nación de Israel. Sin embargo, mientras el pueblo no lo reconoció como tal, él no dio ningún paso. Cuando sólo la casa de Judá lo ungió, él estuvo satisfecho con ser rey de Judá. El no tenía ninguna prisa; podía esperar.
Después de siete años y medio, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón y hablaron con David diciendo: “Henos aquí, hueso tuyo y carne tuya somos. Y aun antes de ahora, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú quien sacabas a Israel a la guerra, y lo volvías a traer. Además Jehová te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás príncipe sobre Israel” (5: 1-2). La tribu de Judá lo reconoció como rey en Hebrón primero. Después de siete años y medio, los ancianos de las tribus de Israel lo ungieron como rey, y luego él reinó en Jerusalén por treinta y tres años. David no se nombró a sí mismo como autoridad. Tampoco se impuso sobre los demás. La autoridad es delegada por Dios y ungida por el hombre. Un hombre no debe proclamarse a sí mismo como rey, y no es nombrado solamente por Dios para ser rey. Primero, Dios lo escoge, y luego el pueblo lo reconoce. David fue un verdadero rey. En el Nuevo Testamento, cuando se habla de David, se le llama “el rey David” (Mateo. 1:6), pero a Salomón no se le llama rey. El Nuevo Testamento da un reconocimiento especial al reinado de David porque él no confió en sí mismo. El tuvo la unción de Dios y esperó la unción del pueblo, es decir, de la iglesia.
No sólo necesitamos la unción del Señor sino también la de la iglesia para asumir alguna autoridad entre los hijos de Dios. David esperó desde sus treinta años hasta los treinta y siete, y no dudó. Tampoco dijo: “¿Qué pasará si los hijos de Israel no me ungen?” El fue humilde al permanecer bajo la mano de Dios. Todo el que conoce a Dios puede esperar y no necesita mover un dedo para ayudarse a sí mismo. Si estamos en la condición apropiada, Dios nos reconocerá como Sus representante, y la iglesia también nos reconocerá como tales. Espero que tengamos la unción de Dios y también la de la iglesia. No debemos pelear ni tratar de defender nuestra autoridad; no debemos dejar lugar alguno para la carne. Nadie debe proclamar: “Yo soy la autoridad delegada por Dios, y ustedes deben obedecerme”. Primero debemos tener un ministerio espiritual delante del Señor y esperar el tiempo de Dios antes de poder servirlo entre Sus hijos.
SI UNA PERSONA ES AUTORIDAD, SUSTENTA LA MISMA
David esperó en Hebrón siete años y medio, porque Is-boset, el hijo de Saúl, continuó siendo rey en Mahanaim después de la muerte de Saúl (2ª Samuel. 2: 8-9) hasta que fue asesinado por Baana y Recab, los cuales tomaron su cabeza y se la llevaron a David en Hebrón, pensando que le traían buenas noticias a David. Pero éste los hizo ejecutar (4: 5-12); es decir, juzgó a los rebeldes. Esto nos muestra que una persona que verdaderamente es una autoridad, vela por la misma. No podemos establecer nuestra autoridad a expensas de la de otros. Cuanto menos uno se considere que es la autoridad, más Dios le dará autoridad. Cuando una persona se rebela contra la autoridad, uno debe juzgarla, aunque no se rebele contra la autoridad de uno. Cuando David hizo esto, obtuvo el favor del pueblo de Dios. En 2ª Samuel 5 dice que las once tribus enviaron hombres para buscar a David. El hombre que conoce la autoridad de Dios es sumiso a la autoridad y es apto para ser una autoridad. No debemos juzgar a nadie sólo porque haya ofendido nuestra autoridad. Debemos esperar que los hijos de Dios nos unjan como autoridad. Antes que los hijos de Dios nos unjan, no debemos quejarnos ni murmurar.
CARECE DE AUTORIDAD ANTE DIOS
En 2 Samuel 6 dice que cuando David regresó el arca a la ciudad de David, siendo ya rey de toda la nación de Israel, él danzó delante del arca con todo su poder. Cuando Mical, la hija de Saúl, vio esto, ella lo menospreció (veersículos. 14-16). Ella pensó que debido a que David era el rey, debía santificarse ante los ojos de los israelitas. Es cierto que un rey no debe ser una persona descontrolada. Pero David no estaba equivocado en lo que había visto. El vio que no tenía ninguna autoridad delante de Dios, que él era pobre e insignificante. El error de Mical fue el mismo que había cometido su padre. Saúl guardó lo mejor del ganado y de las ovejas, pero desobedeció la orden de Dios; por eso Dios lo rechazó. A pesar de eso, trató de vindicarse pidiéndole a Samuel que lo recomendara delante del pueblo de Israel (1ª Samuel. 15: 1-30). La actitud de Mical fue diferente a la de David, y Dios juzgó a Mical, a raíz de lo cual no pudo tener descendencia hasta el día de su muerte (2ª Samuel. 6: 23). Esto significa que Dios cortó la continuación de tal persona; es decir, no permitió que se reprodujera.
Cuando David se presentó delante del Señor, sintió que él era tan pobre como cualquier otro y no se consideró más que los demás. La autoridad delegada debe considerarse pobre y humilde como los demás del pueblo de Dios. No debe exaltarse a sí misma ni tratar de mantener su autoridad delante de los hombres. En el trono, David era el rey, pero delante del arca, él era igual a todos los hijos de Israel. Todos eran el pueblo de Dios y, por ende, eran iguales. Mical quería mantener su posición, por lo cual quería que David fuera rey aun delante de Dios. Ella no pudo tolerar el comportamiento de David y le dijo: “¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel!” (versículo. 20). Pero Dios aprobó lo que hizo David y rechazó la actitud de Mical. Cuando Moisés se presentó delante de Jehová, él era igual al pueblo de Israel, y cuando David se acercó a Jehová, también era uno más del pueblo. Podemos ser autoridad en la iglesia, pero cuando nos acercamos al Señor, somos iguales a los demás. Así que, la base y la llave de la persona que es autoridad es permanecer al mismo nivel de todos los hermanos cuando se acerca al Señor.
NO ESTÁ CONSCIENTE DE SER UNA AUTORIDAD
Me agrada mucho una cláusula que se halla en 2ª Samuel 7: 18: “Entró el rey David y se puso delante de Jehová”. Como el templo no había sido edificado todavía, el arca estaba en el tabernáculo, y David se sentaba en el suelo. Dios hizo un pacto con David, y éste ofreció una oración maravillosa, en la cual podemos tocar un espíritu dócil y sensible. Antes de que David fuera rey, era un guerrero, y nadie podía prevalecer frente a él. Ahora que era rey y que su nación había llegado a ser fuerte, él era lo suficientemente humilde para sentarse en el suelo frente al arca. He ahí una persona que se mantuvo humilde. El podía orar con mucha sencillez. Este es un cuadro de lo que es la autoridad delegada.
Mical, quien había nacido en el palacio, se preocupaba por la pompa y la majestad, igual que su padre. Ella no se daba cuenta de la diferencia entre ser un enviado del Señor y entrar en Su presencia. Cuando el hombre es enviado por el Señor, tiene cierto grado de autoridad al hablar o actuar de parte de Dios, pero cuando entra en la presencia del Señor, debe postrarse ante los pies del Señor y tener presente su propia condición. David era un rey escogido por el Señor; a él se le había dado la autoridad de Dios. Aparte de Saúl, fue el primer rey que Dios escogió. Cristo no sólo es descendiente de Abraham, sino también de David. El último hombre cuyo nombre se menciona en toda la Biblia es el nombre de David (Apocalipsis. 22: 16). Pero lo asombroso es que a pesar de que él era un rey, no estaba consciente de su posición. El sabía que no era nada a los ojos del Señor. Si una persona está siempre consciente de su autoridad, no es apta para ser autoridad, ya que para ser autoridad debe conocerse a sí misma. Si una persona es una autoridad, deja de estar consciente de su autoridad. La autoridad delegada por Dios debe tener la ignorancia bienaventurada de ser una autoridad sin estar consciente de ella.
NO NECESITA DEFENDER SU PROPIA AUTORIDAD
En 2ª Samuel 15 se narra la rebelión de Absalón. Esta fue una rebelión doble. Por un lado, fue la rebelión de un hijo contra su padre, y por otro, fue la rebelión del pueblo contra su rey. Esta fue la rebelión más grande que afrontó David. Su hijo fue el caudillo de esta rebelión. En aquel tiempo, muchas personas estaban siguiendo a Absalón; así que David tuvo que huir de la capital. Aunque necesitaba seguidores, cuando Itai geteo quiso seguirlo, David pudo decirle: “Vuélvete y quédate con el rey” (versículo. 19). David era humilde en verdad y su espíritu era muy sensible. El no dijo: “Yo soy el rey, y todos vosotros debéis seguirme a mí”. Al contrario, le dijo a Itai: “Sigue tu propio camino, pues yo no tengo ninguna intención de que te unas a mis desgracias. Aun si decides seguir al nuevo rey, estará bien”. El estaba en medio de una tribulación, pero no pidió que lo siguieran. No es fácil conocer a una persona cuando vive en el palacio, pero cuando está en medio de las tribulaciones, se manifiesta su verdadera personalidad. Aquí David no se apresuró ni fue descuidado. El siguió siendo humilde y sumiso.
Después de atravesar el torrente de Cedrón y estando a punto de dirigirse al desierto, Sadoc el sumo sacerdote con todos los sacerdotes y levitas, quisieron ir con él y llevaron consigo el arca. Si el arca hubiera salido de la ciudad, muchos israelitas hubieron seguido el arca. La actitud de Sadoc y de los levitas era correcta, ya que cuando surge la rebelión, ellos debían retirar el arca de en medio. Pero aun en ese caso, David no dijo: “Esto está bien. No dejéis el arca con los rebeldes”. David pensó que si el arca salía de Jerusalén, muchos israelitas se confundirían. El había ascendido mucho y no permitiría que el arca fuera con él; estaba dispuesto a someterse a la disciplina de Dios. Tuvo la misma actitud que Moisés, quien también fue humilde y se sometió bajo la mano de Dios. Ambos ascendieron a una altura que estaba por encima de sus opositores. David dijo que si él hallaba gracia a los ojos del Señor, El lo haría volver nuevamente y vería el arca y su tabernáculo. Así que si no hallaba gracia a los ojos de Dios, todo sería inútil aunque se llevara consigo el arca. Por lo tanto, exhortó a Sadoc el sumo sacerdote y a los levitas a que llevaran de regreso el arca a Jerusalén (versículos. 24-26). Esto era fácil de decir, pero difícil de hacer. Eran pocas las personas que habían escapado de Jerusalén, y la ciudad estaba llena de rebeldes. Ahora él había devuelto a sus buenos amigos. ¡Cuán puro era el espíritu de David! El permaneció humilde ante el Señor, tal como lo hizo Moisés.
En el versículo 27 David le dijo a Sadoc que como él era sacerdote y vidente, debía dirigir a los sacerdotes y llevarlos de regreso junto con el arca. Con aquellas palabras la compañía se devolvió. Cuando leemos este pasaje, debemos detectar el espíritu de David. Su espíritu estaba diciendo: “¿Por qué he de pelear? Si permanezco como rey o no, es asunto del Señor. No necesito que muchos me sigan y tampoco necesito que el arca me acompañe”. El se dio cuenta de que ser autoridad depende de Dios y que uno no tiene que tratar de mantener su propia autoridad. El subió al monte de los Olivos llorando y con la cabeza cubierta (versículo. 30). ¡He ahí un hombre humilde y dócil! Esto fue lo que David hizo cuando lo ofendieron. No defendió su autoridad. Esta es la actitud apropiada de una autoridad delegada por Dios.
UNA AUTORIDAD DEBE TENER LA CAPACIDAD DE SOPORTAR LAS OFENSAS
El espíritu rebelde es contagioso. En 2ª Samuel 16 se narra el caso de Simei, quien salió al camino y empezó a arrojar piedras contra David y a maldecirlo acusándolo de haber derramado la sangre de la casa de Saúl. Aun los seguidores de David sufrieron por él, pues aquella acusación era completamente infundada, pues él jamás derramó sangre de la familia de Saúl. Simei podía decir que David había reinado en lugar de Saúl y que David estaba huyendo para salvar su vida, porque no todo eso era cierto; pero fue una terrible calumnia decir que David había derramado la sangre de la casa de Saúl. Con todo y eso, David no respondió, ni trató de justificarse, ni negó nada. El todavía tenía consigo a sus hombres valientes, y le habría sido fácil deshacerse de aquel hombre, pero él no lo hizo. Simei maldijo hasta que hubieron pasado. Ni los seguidores de David lo toleraron, pero David los exhortó a que no lo mataran. El dijo: “Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho” (versículo. 11). El era verdaderamente un hombre quebrantado y dócil. Había aprendido a someterse a una autoridad superior. David dijo que era Dios que le había dicho a Simei que lo maldijera. Cuando leemos este pasaje de la Biblia, debemos detectar el espíritu de David. El estaba solo y era perseguido. Por lo menos habría podido desahogar su infortunio sobre Simei y vindicarse un poco. Pero él era una persona completamente sumisa, se sometió incondicionalmente a Dios y lo aceptó todo como de Dios.
Debemos tener presente que la autoridad delegada por Dios debe ser apta para soportar las ofensas y para ser ultrajada. Si uno no tolera ninguna ofensa, no es apto para ser una autoridad. No podemos actuar como nos plazca porque se nos haya delegado autoridad. Sólo los que han aprendido a obedecer son aptos para ser una autoridad. El versículo 13 dice que Simei continuó maldiciendo a David, pero éste fue sumiso. Sólo una persona así es apta para ser una autoridad. Aquí vemos un hombre verdaderamente dócil ante el Señor. David y sus seguidores descansaron en cierto lugar bastante fatigados. Aunque Absalón se había rebelado, David mantuvo la debida actitud. Pese a que vivió en tiempos del Antiguo Testamento, él estaba lleno de la gracia del Nuevo Testamento. El había sido tan quebrantado que tenía tal espíritu. En verdad era una persona apta para ser autoridad.
APRENDE A HUMILLARSE BAJO LA MANO PODEROSA DE DIOS
En 2ª Samuel 19, después de que Absalón fue derrotado, los israelitas oyeron que David estaba sentado a la puerta de la ciudad, y cada uno huyó a su propia casa (v. 8). David no regresó con alboroto al palacio. Absalón también había sido ungido como rey. Por eso David tuvo que esperar. Las once tribus vinieron a pedirle que regresara, pero la tribu de Judá no vino con ellos. Así que envió hombres para recobrar la tribu de Judá (versículos. 9-12). David era de la tribu de Judá, y había huido de ella; por consiguiente, debía esperar que ellos le pidieran que regresara. El era la autoridad delegada por Dios, pero durante sus pruebas, aprendió a humillarse bajo la mano poderosa de Dios. No trató de establecer su propia autoridad. El aceptó sus circunstancias y fue humilde bajo la mano poderosa de Dios. El no tenía ningún afán ni peleó por sí mismo, a pesar de ser un guerrero. El pueblo de Dios fue el que peleó todas las batallas. Anteriormente, el pueblo de Dios lo había ungido como rey y para regresar a su reinado, él debía esperar que lo ungieran nuevamente.
Aquellos a quienes Dios usa para ser autoridad, deben tener el espíritu de David. No deben decir nada con el fin de justificarse. No tenemos que decir nada ni debemos actuar por nuestra cuenta. No necesitamos mover ni un dedo para probar que Dios nos escogió. Debemos confiar, esperar y humillarnos. Debemos esperar que Dios cumpla lo que prometió. Cuanto más sumisos seamos, más aprenderemos a ser una autoridad. Cuanto más nos postremos delante del Señor, más nos vindicará El. Pero si tratamos de hablar bien de nosotros, de luchar o de quejarnos, destruiremos la obra de Dios. Debemos aprender a humillarnos bajo la mano poderosa de Dios. Cuanto más tratemos de ser una autoridad, más equivocados estaremos. El camino está abierto para nosotros. En el Antiguo Testamento la mayor autoridad fue la de Moisés, y entre todos los reyes, fue David quien tuvo más autoridad. Ambos se comportaron de la misma manera conforme a su capacidad como autoridades delegadas. Debemos reconocer el espíritu de estos hombres a fin de mantener la autoridad de Dios.