Watchman Nee Libro Book cap.15 El ministerio de la palabra de Dios
LA PALABRA Y NUESTRAS EMOCIONES
CAPÍTULO QUINCE
LA PALABRA Y NUESTROS SENTIMIENTOS
En los capítulos anteriores dijimos que el ministro de la Palabra necesita cuatro cosas. Dos de ellas, la luz y las palabras internas, pertenecen a Dios, mientras que las otras dos, los pensamientos y la memoria, pertenecen al ministro. Antes de que el ministro de la Palabra pueda anunciar el mensaje divino, necesita tener dos cosas a su disposición: sus propios pensamientos y su memoria. Pero esto no es todo. Mientras habla, también necesita otras dos cosas: los sentimientos apropiados y un espíritu apropiado.
NUESTROS SENTIMIENTOS COMUNICAN EL ESPÍRITU
Al leer la Biblia, encontramos una característica sobresaliente en todos sus escritores: los sentimientos de ellos no fueron obstáculo para ministrar la Palabra. Al hablar, ellos expresaban sus sentimientos. Debemos comprender que nuestros sentimientos afectan la manera en que liberamos nuestro espíritu. Si una persona no puede expresar sus sentimientos, su espíritu no puede ser liberado. La liberación del espíritu del hombre tiene muy poco que ver con la voluntad o con la mente, pero sí tiene un estrecho vínculo con los sentimientos. El espíritu se expresa principalmente por medio de nuestros sentimientos. Cuando nuestros sentimientos se vuelven un obstáculo, el espíritu es bloqueado. Cuando nuestros sentimientos son fríos, secos o apagados, el espíritu también lo es.
¿Por qué confunden tan frecuentemente los hijos de Dios el espíritu con los sentimientos? Por lo general, pueden distinguir entre el espíritu y la voluntad, y entre el espíritu y la mente, porque existe una gran diferencia entre ellos. Pero no es fácil discernir entre el espíritu y los sentimientos. Es fácil confundirlos porque el espíritu no fluye independientemente de ellos; cuando fluye, lleva consigo los sentimientos. El espíritu no se expresa por medio de la mente ni de la voluntad sino de los sentimientos. Es por esta razón que a muchas personas se les hace difícil ver la diferencia entre el espíritu y los sentimientos. Aunque son totalmente diferentes, el espíritu se expresa por medio de los sentimientos. La bombilla eléctrica expresa la electricidad; las dos cosas no se pueden separar pese a que la electricidad y la bombilla son dos cosas diferentes. Del mismo modo, el espíritu y los sentimientos son dos cosas diferentes, pero aquél se expresa por medio de éste, y por eso no los podemos separar. Esto no significa que el espíritu sea los sentimientos ni que los sentimientos sean el espíritu. Para aquellos que nunca han aprendido las lecciones espirituales, el espíritu y los sentimientos son la misma cosa. Es como aquellas personas que piensan que la electricidad y la bombilla son lo mismo. En realidad, la electricidad y la bombilla son dos cosas completamente diferentes. Cuando el ministro de la Palabra predica, su espíritu tiene que brotar. Pero la liberación del espíritu está muy relacionada con los sentimientos. Si sus sentimientos no son rectos, su espíritu no puede fluir. La electricidad generada en la central eléctrica podrá ser muy potente, pero sin la bombilla, no habrá ninguna luz. Del mismo modo, no importa cuán maravilloso sea nuestro espíritu, éste queda confinado si nuestros sentimientos son deficientes. El espíritu es liberado por medio de nuestros sentimientos. Para que el espíritu del ministro de la Palabra pueda brotar, debe contar con sentimientos adecuados mediante los cuales se pueda expresar. Si los sentimientos no obedecen al espíritu o no siguen sus instrucciones, el espíritu es bloqueado. Así que para que el espíritu pueda salir, la persona debe contar con sentimientos rectos. Ahora examinemos qué son sentimientos apropiados o rectos.
El hombre cuenta con una voluntad, que es la parte más tosca de su interior. También tiene una mente, la cual es más refinada que la voluntad, pero también es burda en cierta medida. El hombre también posee sentimientos, que son su parte más delicada. Cuando al hombre toma una decisión, tal vez sea inmutable. Aunque el hombre puede pensar, sus pensamientos no son necesariamente delicados. Pero las emociones y los sentimientos son tiernos y suaves. En el Antiguo Testamento, en particular en Cantar de cantares, las partes más delicadas del hombre son representadas por fragancias. Estas sólo pueden ser detectadas por el olfato, que es un sentido bastante sensible. En la Biblia el olfato representa los sentimientos más finos. Aunque los sentimientos del hombre son delicados, no todos ellos pueden ser usados por Dios.
El ministro de la Palabra tiene que usar sus sentimientos. Cada vez que ministra, tiene que incluir sus sentimientos en las palabras que usa. De no ser así, sus palabras estarán muertas. Antes de empezar a ministrar, él necesita la memoria y los pensamientos, pero al comenzar a hablar, debe usar sus sentimientos. Si sus sentimientos no son compatibles con lo que está diciendo, su mensaje no dará ningún resultado.
El Señor Jesús aludió a esto en uno de los ejemplos que dio a Sus discípulos, cuando dijo: “Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a los otros, diciendo: Os tocamos la flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis” (Mt. 11:16-17). Si los sentimientos de una persona son normales, bailará al oír la flauta, y llorará al oír lamentos. Es decir, el ministro de la Palabra no puede hablar de una cosa y sentir otra. Esto lo descalifica para hablar por el Señor. No podemos comunicar un mensaje de tristeza si nosotros mismos no nos sentimos tristes. Los sentimientos de los que hablamos no son fingidos. Cualquier sentimiento fingido es una imitación o una actuación. Cuando el ministro de la Palabra habla, no debe fingir, sino que debe estar lleno de sentimientos que manifiesten las palabras que anuncia. Cada frase que diga debe estar llena de sentimiento. Si las palabras son tristes, él debe sentirse triste. Cuando su espíritu está triste, también lo deben estar los sentimientos. Cuando dé un mensaje de gozo, él debe sentirse contento, pues si el espíritu está alegre, él debe expresar regocijo.
Debemos recordar que no es suficiente simplemente comunicar el mensaje, ya que el espíritu también debe ser comunicado. No obstante, cuando el espíritu es comunicado, éste transmite también nuestros sentimientos. Por lo tanto, si nuestros sentimientos no corresponden a la norma de Dios, nuestras palabras no tendrán el espíritu. Cuando nuestros sentimientos son muy ásperos, no pueden ser usados para comunicar la Palabra. Los sentimientos son la parte más sensible del hombre. Si nuestros sentimientos son ásperos e insensibles, no podremos usarlos, y nuestro mensaje no comunicará el espíritu apropiadamente. Siempre que anunciamos la Palabra, necesitamos un espíritu que la complemente. Si el espíritu no concuerda con las palabras, habrá una incompatibilidad que traerá pérdida. El resultado será simplemente un fracaso. Cuando comunicamos un mensaje específico, debemos transmitir con él un espíritu específico. En otras palabras, necesitamos el espíritu de las palabras que comunicamos. No podemos anunciar cierto mensaje si tenemos otra clase de espíritu, pues en tal caso no podemos ser ministros útiles. El espíritu que tenemos debe corresponder al mensaje que proclamamos, pues cuando el espíritu es comunicado, éste no puede expresarse por sí mismo; tiene que ser complementado por los sentimientos. Si nuestros sentimientos no pueden ser usados, o si toman una dirección diferente a la de nuestro espíritu, el espíritu no puede hacer nada. Por consiguiente, nuestro espíritu y la Palabra de Dios tienen que complementarse mutuamente, y nuestros sentimientos también tienen que complementar a la Palabra de Dios.
LOS SENTIMIENTOS Y LA PALABRA SON COMUNICADOS JUNTAMENTE
Cuando el ministro de la Palabra predica, no es suficiente que comunique palabras solamente. Si no hace frente a los obstáculos ya mencionados, no pasará nada, aunque tenga la luz, los pensamientos, la palabra interna, la memoria y el mensaje adecuado; todo ello será en vano. Si nuestros sentimientos son diferentes del que contiene el mensaje que Dios da, se crea un gran problema. No debemos tratar de identificarnos con el sentir de la Biblia de un modo superficial, sino que debemos hablar usando nuestros sentimientos cuando anunciamos con nuestro ser interno las palabras de la Biblia. La Palabra de Dios lleva consigo los sentimientos de Dios, y El espera que nosotros tengamos los mismos sentimientos. Cuando hablamos, nuestros sentimientos y nuestras palabras tienen que concordar. Nuestros sentimientos deben reflejarse en nuestras palabras. Sólo entonces dejaremos un impacto en los oyentes. En otras palabras, cuando nuestros sentimientos son comunicados con nuestras palabras, el Espíritu Santo toca a otras personas por medio de nuestros sentimientos.
¿En dónde radica el problema hoy? En que algunos cuentan con la revelación y la palabra, pero no tienen el fruto. ¿Cómo es posible que esto suceda? Esto se debe a que ellos no liberan su espíritu, y su espíritu no es liberado porque sus sentimientos tampoco lo son. Debido a ello, el Espíritu Santo no encuentra un canal por el cual comunicarse. Por tanto, aun cuando tenemos la luz y el debido mensaje, seremos infructuosos si nuestros sentimientos no están presentes. Debemos recordar que los sentimientos son necesarios para comunicar el mensaje. Necesitamos tener la luz, los pensamientos, la palabra interna, la memoria y las palabras adecuadas. Pero al proclamar la palabra, también necesitamos los sentimientos. El Espíritu Santo usa nuestros sentimientos para tocar a las personas. Tratar de tocar a otros solamente con nuestros sentimientos es una actividad externa y sólo transmite muerte; no es el ministerio de la Palabra. Si podemos llegar a otros con nuestros sentimientos, es porque tanto nuestro espíritu como el Espíritu Santo obran juntamente. En otras palabras, nuestros sentimientos tienen que concordar con nuestras palabras a fin de que ambos sean comunicados con intensidad. Sólo entonces operará en otros el Espíritu Santo al ministrarse la Palabra. Es un gran estorbo si el primer obstáculo que encontramos en nuestro mensaje somos nosotros mismos.
Hay hermanos que cuando se disponen a hablar, la primera barrera que afrontan al transmitir su carga es su propia persona. Ellos hacen lo posible por comunicar lo que desean, pero se enfrentan con el problema de que sus palabras no parecen ir muy lejos. Hay barreras que les impiden comunicar las palabras fácilmente. El mensaje no halla un canal apropiado. El mayor obstáculo son ellos mismos. Mientras hablan del amor del Señor, ellos no sienten dicho amor en absoluto. No se trata de si conocen o no el amor del Señor; lo que importa es si lo sienten. Puede ser que un hermano haya visto lo horrendo que es el pecado, pero cuando se dispone a hablar al respecto, quizá no esté consciente de lo pecaminoso que es el pecado. Sus palabras y sus sentimientos no concuerdan. Ello se debe a que no cuenta con los sentimientos apropiados. Si un hermano va a hablar acerca del dolor que uno experimenta al arrepentirse, pero él mismo no lo siente, sus palabras no llegarán a los oyentes. Si él mismo no se siente mal, su audiencia tampoco se sentirá mal. Si ministramos la Palabra a los demás es porque ellos no tienen el sentimiento ni los pensamientos ni la luz. Nosotros vimos lo pecaminoso que es el pecado, pero ellos no. Si queremos que ellos lo vean, nosotros debemos sentir lo que decimos, pues sólo entonces los afectaremos y les podremos transmitir nuestro mensaje con el sentimiento apropiado. Debemos tocar sus sentimientos y hablarles hasta que ellos vean lo mismo que nosotros. Si carecemos de sentimientos o si nuestros sentimientos no son útiles, los sentimientos de los demás no serán tocados. Las palabras de Jorge Whitefield eran muy convincentes cuando él hablaba del infierno. En ocasiones las personas que lo oían se asían a las columnas del edificio donde estaban por temor de deslizarse y caer en el infierno. Su mensaje acerca del infierno estaba cargado de sentimientos. Aquello era como si el infierno se abriera frente a los pecadores. Debido a que él hablaba con tales sentimientos, su espíritu, juntamente con el Espíritu Santo, acompañaban las palabras. Es por eso que las personas eran tan conmovidas que se asían a las columnas del edificio por temor a caer en el infierno.
Si alguien es descuidado en las palabras, no estará consciente de cuánto lo limitan sus sentimientos. No comprenderá que sus palabras son vanas y que lo que anuncia es infructuoso. Si tomamos en serio el asunto de ser ministros de la Palabra y de hablar a la audiencia, descubriremos que nuestros sentimientos a menudo son inútiles, pues veremos cuánto nos estorban. Esta primera barrera ciertamente nos detiene. Es posible que necesitemos proclamar un mensaje severo, pero cuanto más hablamos, más débiles nos sentimos, pues nuestros sentimientos no están a la par de nuestro mensaje. Nuestras palabras son estrictas, pero nuestros sentimientos no. Cuanto más hablamos, menos se percibe la seriedad del asunto. Nuestros sentimientos no logran expresar lo que expresan nuestras palabras, y lo único que hacemos es levantar la voz. Hay muchos hermanos que lo único que saben hacer es gritar; sin embargo, sus gritos no están dirigidos a los demás sino a ellos mismos. Cuando hacen esto, los demás perciben que carecen de sentimientos. Hay personas que cuando hablan usan la mitad de su energía luchando internamente, debido a que sus sentimientos son muy limitados. Tienen que hablar hasta producir en ellos mismos los sentimientos, hasta que asciendan a cierto nivel, a fin de transmitir el mensaje. Las palabras que deberían ser dirigidas a los demás son dirigidas al ministro primero debido a que él mismo es un obstáculo a su propio mensaje. Es un problema bastante serio el que muchas personas experimentan cuando, al empezar a predicar la Palabra, descubren que ellos mismos son un impedimento. Aunque desean anunciar la Palabra de Dios, no tienen el debido sentimiento. Sus sentimientos y sus palabras no se complementan y, en consecuencia, su mensaje no halla salida.
Debemos ver que el ministro de la Palabra necesita que sus sentimientos concuerden con su mensaje, pues de lo contrario, no es apto para dicho ministerio, ya que no puede expresar eficazmente sus palabras; ellas quedarán encerradas dentro de él. Esto es muy delicado. El problema yace principalmente ahí. Tenemos un mensaje, pero nuestros sentimientos discrepan con él. Aunque estamos conscientes de la seriedad de lo que debemos comunicar, nuestros sentimientos no están a ese nivel. Al comunicar el mensaje, nuestros sentimientos deben ir con él. Pero descubrimos que nuestros sentimientos están ausentes. Si una persona predica sin sentir lo que está diciendo, nadie le creerá, y su mensaje será inútil aunque grite con todas sus fuerzas. Mientras habla, sus palabras no llevan consigo el debido sentimiento. De hecho, es posible que tenga la sensación de que lo que está haciendo es extraño y le parezca que está haciendo algo artificial. ¿Cómo es posible que otros crean un mensaje de esa índole? Sólo podemos esperar que otros crean nuestras palabras si nosotros mismos las creemos y les imprimimos el debido sentimiento. Si al hablar nos sentimos fríos e insensibles y nos damos cuenta de que nuestros sentimientos en realidad no van a la par de nuestras palabras, podemos estar seguros de que no estamos comunicando nuestro espíritu ni el Espíritu Santo, y nuestro mensaje no tendrá ningún poder.
DEBEMOS CULTIVAR LA SENSIBILIDAD
No sólo debemos aplicar nuestros sentimientos, sino que también debemos tomar el camino correcto para expresar sentimientos que correspondan al mensaje y, por ende, sean útiles. Esto nos lleva a examinar nuestra experiencia básica, la cual es el quebrantamiento de nuestro hombre exterior. Cuando hablamos del ministro como persona, prestamos mucha atención al quebrantamiento del hombre exterior. Si el hombre exterior no es quebrantado, la Palabra del Señor no puede ser comunicada, ya que en ese caso, el Señor no podrá usarlo. Tenemos que recalcar esto. Debemos ver cómo quebranta el Señor nuestro hombre exterior y cómo prepara nuestros sentimientos para el ministerio de la Palabra.
Dios disciplina al hombre al disponer toda clase de circunstancias que lo abofeteen. Esto naturalmente es doloroso y produce heridas. Cuando una persona recibe heridas, sus sentimientos son lastimados y se vuelven más tiernos que antes. Los sentimientos del hombre constituyen la parte más tierna de su hombre exterior; ésta parte es más tierna que su voluntad y que su mente. Pero aun así esa ternura no es suficiente para Dios. No es lo suficientemente delicada para satisfacer lo que exige la Palabra de Dios. Para que la Palabra de Dios pueda ser comunicada por medio de nosotros, tenemos que ser extremadamente sensibles a ella, ya que a fin de usarnos como ministros de Su Palabra, nuestros sentimientos tienen que corresponder al sentimiento que ella conlleva. El sentimiento del ministro de la Palabra debe estar a la par de lo que ministra; por eso tiene que ser equipado con los sentimientos que la Palabra exige. Los sentimientos necesarios para anunciar la Palabra deben ser lo suficientemente cultivados. El que proclama la Palabra debe estar consciente de que al comunicar la Palabra de Dios, su persona también es comunicada, ya que de no ser así, la palabra no tendrá impacto en otros ni en él.
Cuando uno pasa por la disciplina de Dios, se da cuenta de cuán burdos son sus sentimientos delante de El. Aunque los sentimientos son la parte más tierna de una persona, son toscos e inútiles para Dios. Si nuestros sentimientos no son lo suficientemente delicados cuando la palabra de Dios es comunicada por nuestra boca, encontraremos que parte de lo que decimos está lleno de sentimientos, mientras que otra parte carece de ellos. Cuando un artista pinta, tiene que mezclar muy bien los colores, ya que de lo contrario, algunas áreas quedarán en blanco. Si los matices están bien mezclados, la superficie de la obra será cubierta uniformemente. Esto también se aplica a los ministros de la Palabra. Aquellos cuyos sentimientos son burdos errarán el blanco en ocho de cada diez frases, pero los que tengan sentimientos afinados complementaran cada palabra con sus sentimientos. En la Biblia la vida del Señor es representada por la flor de harina. Esto significa que nuestro Señor tenía sentimientos muy sensibles. Es terrible cuando los hermanos predican sin sentir lo que anuncian, pues en tales circunstancias, sus sentimientos son inútiles, y no pueden complementar sus palabras por falta de sensibilidad. Tengamos presente que los sentimientos que no han sido refinados impiden que la palabra de Dios sea comunicada.
Necesitamos que el Señor actúe en nosotros hasta que nuestros sentimientos sean delicados y tiernos. Tenemos que ser quebrantados para que nuestros sentimientos sean sensibles delante del Señor. En la Biblia encontramos que el escritor no sólo está lleno de la experiencia de vida y de los pensamientos del Espíritu Santo, sino también de los sentimientos espirituales. Los ministros de la Palabra que encontramos en la Biblia comunicaban sus palabras con mucho sentimiento. Hoy al servir como ministros de la Palabra, debemos hacer lo mismo. Si nuestros sentimientos no complementan nuestro mensaje, la audiencia no lo recibirá. Si la mano de Dios no nos toca ni quebranta nuestro hombre exterior, nuestros sentimientos no serán tiernos ni tendremos ninguna herida ni dolor. Si somos sensibles en cierto asunto, esto indica que tenemos una herida o un dolor en relación con ese asunto. Los granos de trigo tienen que ser molidos hasta ser harina fina. Cuanto más heridas y dolor experimentamos, más sensibles nos volvemos. Cuando se aplica presión, el grano se multiplica y llega a ser tres, cinco, siete o cien granos. No debemos esperar tener sentimientos delicados si no hemos sufrido ni sangrado por haber experimentado la disciplina de Dios.
Cuando nos acercamos a ciertos hermanos, sabemos que la obra del Señor no es lo suficientemente profunda en ellos. Si un hermano ha sido disciplinado, ha aprendido a andar rectamente hasta cierto punto, ha mejorado bastante en su conducta y ha progresado en el estudio de las Escrituras y en otras áreas, pero sus sentimientos no manifiestan sensibilidad, tal hermano carece de algo delante del Señor, y hay partes en él que Dios no puede usar. No importa cuánto mejore el comportamiento de la persona ni cuánta luz vea en su espíritu, si carece de sentimientos queda claro que el adiestramiento que ha recibido es superficial. Cuando una persona toca la obra de la cruz del Señor, toda su persona es quebrantada. Su voluntad deja de ser obstinada; su mentalidad arrogante es subyugada, y sus sentimientos se vuelven más delicados. El Señor puede quebrantar la voluntad de una persona con un gran resplandor de Su luz, aunque ésta piense que es astuta e ingeniosa. Sin embargo, los sentimientos no pueden ser quebrantados sólo con un resplandor. La ternura de una persona es el resultado de haber pasado por la disciplina de Dios muchas veces, pues los sentimientos sólo se ablandan cuando ella ha pasado por ciertas circunstancias. Si somos desordenados en ciertos asuntos, el Señor dispondrá las circunstancias para quebrantarnos. Después de pasar por una adversidad, vendrá otra. Una y otra vez seremos molidos y triturados como granos en un molino. Finalmente, seremos pulverizados hasta convertirnos en flor de harina.
Necesitamos un espíritu que responda debidamente a la disciplina. ¿Cómo es este espíritu? Ya que el espíritu se expresa por medio de los sentimientos, un espíritu que recibe debidamente la disciplina está consciente de haber sido quebrantado. El Señor desea que vivamos en un espíritu quebrantado; El desea que tengamos sentimientos delicados y tiernos, los cuales no son innatos, sino que los adquirimos al ser quebrantados. El Señor quiere que vivamos con un espíritu quebrantado. Debemos ser tan quebrantados por el Señor, que la sensación de Su disciplina permanezca fresca en nosotros, y que Su disciplina esté presente en nuestra memoria. El Señor tiene que operar en nosotros a tal grado que nuestros sentimientos estén llenos de temor y temblor, para que ya no nos atrevamos a ser descuidados o negligentes. Cada vez que Dios obra en nosotros, nos disciplina y nos quebranta, nuestros sentimientos se vuelven más vivos y más sensibles. Esta es la lección más profunda con relación al quebrantamiento del hombre exterior. El quebrantamiento de los sentimientos tal vez no sea tan drástico como el de la voluntad o como el de la mente, pero es mucho más profundo.
Si nos mantenemos en un espíritu dispuesto a ser disciplinado cuando hay una herida en nosotros, sentimos el dolor, el cual espontáneamente nos hace temer; nuestros sentimientos llegan a ser más sensibles por el dolor. Al ser disciplinados repetidas veces, podemos expresar una alegría genuina cuando nuestro corazón está alegre y una tristeza verdadera cuando nuestro corazón se siente afligido. Cuando la palabra de Dios venga a nosotros una vez más, tendremos el sentimiento que ella trae consigo, y nuestros sentimientos lo expresarán. Esto es glorioso. El propósito de la disciplina es hacernos compatibles con la palabra de Dios. Cuando El nos vuelve a hablar o a expresar Su deseo, nuestros sentimientos corresponderán a los Suyos. El Señor nos disciplina y nos prueba repetidas veces hasta que tenemos una herida y una cicatriz en nuestro ser. Antes éramos toscos e insensibles, pero después de ser disciplinados, nuestros sentimientos comienzan a ser sensibles. Tan pronto como viene a nosotros la palabra de Dios, sentimos algo, y si El actúa, somos sensibles a ello. Por lo menos durante el período inmediato a haber experimentado la disciplina respondemos a la palabra de Dios. Al aumentar Su disciplina, somos quebrantados, y nuestros sentimientos llegan al nivel de Su norma. El ministro de la palabra tiene que estar al nivel de la palabra de Dios, por lo menos en lo que a sus sentimientos se refiere. Después de pasar por la disciplina que se relaciona con nuestros sentimientos, descubrimos algo interesante: no sólo anunciamos la palabra de Dios, sino que también la sentimos.
Lo que sentimos es lo que expresamos. Pedro “alzó la voz” cuando habló en Pentecostés (Hch. 2:14), debido a que sentía algo intenso. Me temo que algunos entre nosotros nunca hemos alzado la voz cuando compartimos. La única explicación que podemos dar a esto es que nuestros sentimientos no son lo suficientemente intensos. Pedro anunció la palabra con bastante sentimiento, y debido a esa intensidad pudo alzar la voz. La palabra de Dios tiene sentimientos, y las palabras que la comunican no son como las de una grabadora. La palabra de Dios es expresada por medio de sentimientos intensos que responden a ella. Pablo exhortó a la iglesia que estaba en Corinto “con muchas lágrimas” (2 Co. 2:4). Me temo que muchas personas nunca han derramado lágrimas cuando dan sus mensajes debido a que sus sentimientos están muy limitados. Alzar la voz o derramar lágrimas no tienen mucho significado por sí solas. Pero si una persona nunca ha alzado la voz ni derramado lágrimas, algo le falta. No hay ningún mérito especial en alzar la voz ni en derramar lágrimas. Pero indiscutiblemente algo le falta a alguien que nunca ha alzado la voz ni derramado lágrimas; sus sentimientos nunca han sido quebrantados por el Señor. Si los sentimientos de una persona han sido finamente molidos, ella se podrá regocijar cuando la Palabra de Dios así lo requiera y llorar cuando la Palabra lo exija. Esto no será una acción fingida. No debemos tratar de producir esto. Si se trata de una imitación, una persona con experiencia reconocerá fácilmente la farsa y la imitación. Jamás debemos ser artificiales, pues esto corrompe la palabra de Dios. Debemos contar con los debidos sentimientos. Necesitamos los mismos sentimientos que contiene la Palabra. El gozo y la tristeza son sentimientos opuestos. Cuando la Biblia habla del gozo, la reacción apropiada es regocijarse, y cuando habla de la tristeza, la reacción apropiada es afligirse. Hay personas que durante toda su vida están tan atadas que siempre son indiferentes; no bailan cuando oyen la flauta, ni se afligen cuando escuchan lamentos. Sus sentimientos no están al nivel de la necesidad y constituyen un estorbo a la palabra de Dios.
¿Por qué muchas personas tienen sentimientos que no pueden ser usados? ¿Por qué el Señor las hace pasar por tantas experiencias? La razón es que la raíz de los sentimientos yace en la persona misma. El problema de los sentimientos es diferente a los problemas de la voluntad y la mente, ya que las personas se vuelven el centro de sus propios sentimientos. Muchas personas gastan todos sus sentimientos en ellas mismas. En tal caso, no tienen sentimientos para los demás. Hay hermanos que son fríos e insensibles para todo; da la impresión que todo les es indiferente. Pero no lo son para con ellos mismos. Cierto hermano puede ser rudo con los demás hermanos, pero si alguien es rudo con él, se ofende inmediatamente. Tal hermano ha gastado todos sus sentimientos en sí mismo. El se ama a sí mismo y se preocupa por sí mismo. Cuando sufre, siente el dolor, y cuando tiene problemas, llora, pero no tiene sentimientos en absoluto para con los demás. Hermanos, si el Señor no conquista nuestros sentimientos por completo, seremos inútiles en el ministerio de la Palabra. El Señor a menudo pone Su mano sobre nosotros por medio de la disciplina del Espíritu Santo con el propósito de que nuestros sentimientos se vuelvan hacia los demás. Necesitamos dirigir nuestros sentimientos al servicio del ministerio de la Palabra. No tenemos tiempo para gastarlos en nosotros mismos. Nuestros sentimientos deben ser tiernos constantemente. Si se agotan, pierden su utilidad. Muchas personas están obsesionadas consigo mismas; piensan que son el centro del universo. Todos sus sentimientos giran en torno a ellas mismas. Dios tiene que librarlas de su cascarón. No contamos con un surtido ilimitado de sentimientos. Si los agotamos, no podremos ser ministros de la Palabra de Dios. Dios tiene que disciplinarnos y quebrantarnos hasta que dejemos de usar nuestros sentimientos en nosotros mismos y éstos se vuelvan tiernos. El fundamento de los sentimientos tiernos yace en ser libres del egocentrismo. El Señor tiene que derribar nuestros sentimientos para que seamos libres de tal actitud. Cuanto más somos molidos y cuanto más finos nos volvemos, más útiles serán nuestros sentimientos.
El ministro de la Palabra debe tener sentimientos finos y sensibles a fin de que Dios pueda usarlos. Recordemos que nuestras palabras serán tan ricas como lo sean nuestros sentimientos. El caudal de riquezas que se encuentra en nuestras palabras está determinado por nuestros sentimientos, ya que éstos dictan las palabras que proferimos. A veces tenemos muchas palabras, pero nuestros sentimientos no son lo suficientemente intensos para complementarlas. En tales circunstancias, nuestras palabras son atadas por nuestros sentimientos. Los ministros de la Palabra deben tener presente que la extensión de sus palabras es proporcional al quebrantamiento que han experimentado de parte de Dios. La extensión de sus palabras no puede ser mayor que la condición de su persona. Hay personas que tienen problemas con su mente; otras tienen limitaciones en sus sentimientos. Su experiencia de la obra de quebrantamiento que Dios efectúa es muy limitada. El hombre espiritual cuenta con toda clase de sentimientos. Cuanto más espiritual sea una persona, más sensible será. No piense que cuanto más espiritual se vuelva una persona, más insensible será. Cuantas más lecciones aprende uno de Dios, más ricos serán sus sentimientos. Si comparamos los sentimientos de un incrédulo con los de Pablo, será fácil ver que Pablo es superior tanto en espiritualidad como en sentimientos. Cuanto más quebrantamiento experimente una persona, más sensible será. Cuando nuestros sentimientos son enriquecidos, podemos encontrar el sentimiento que corresponde a las palabras que anunciamos. Cuando los sentimientos corresponden a las palabras, el mensaje de Dios encuentra la salida que desea. Si las palabras son expresadas pero los sentimientos se quedan encerrados, no habrá armonía entre ambos, y el mensaje no será efectivo; tendremos la sensación de que algo está mal. Quizá intentemos decir algo más y alcemos la voz, pero algo seguirá mal porque nuestros sentimientos no responderán a nuestras palabras.
Si alguien desea ser un ministro de la Palabra, tendrá que someterse a un intenso quebrantamiento. Si uno se aparta de éste, quedará imposibilitado. Necesitamos ser destruidos delante de Dios. Si no somos quebrantados, no podemos realizar ninguna obra. Si no hemos sido disciplinados, no podremos laborar. Aun si fuéramos los más sabios del mundo, seguiríamos siendo inútiles. No importa cuán astutos seamos o cuanto conocimiento tengamos. Sólo aquellos que han sido quebrantados son útiles. Este es un asunto muy delicado. Nuestras emociones y sentimientos tienen que pasar por una disciplina continua para que puedan ser útiles en nuestro mensaje. Si el Señor nos disciplina en cuanto a nuestro amor propio una o dos veces, al hablar acerca del amor propio, nuestros sentimientos espontáneamente responderán a nuestro mensaje, y no habrá ningún obstáculo. Si nuestra soberbia ha sido quebrantada, al hablar acerca de ella y acerca de cómo el Señor resiste a los soberbios, nuestros sentimientos irán a la par de nuestras palabras. Es decir, nuestros sentimientos pueden responder a nuestras palabras sólo en la medida en que hayan sido quebrantados. Nuestros sentimientos tienen que ser totalmente quebrantados a fin de que puedan servir en la comunicación de la Palabra. Esta es la única manera de prepararnos para el ministerio de la Palabra, ya que nuestros sentimientos tienen que corresponder a las palabras que anunciamos. El alcance de nuestros sentimientos determinará el alcance de lo que podemos decir. Cada vez que nuestras palabras toquen algo más elevado, nuestros sentimientos tendrán que volverse más delicados, sensibles y específicos. Que el Señor nos conceda Su gracia para que nuestros sentimientos correspondan a nuestras palabras.