Watchman Nee Libro Book cap. 13 Mensaje para Edificar a los creyentes nuevos

Watchman Nee Libro Book cap.13 Mensaje para edificar a los creyentes nuevos ​

LOS DIVERSOS TIPOS DE REUNIONES

CAPÍTULO TRECE

LOS DIVERSOS TIPOS DE REUNIONES

Lectura bíblica: Hch. 2:14, 40-42; 1 Co. 10:16-17, 21; 11:20, 23-26; 14:26-36; Mt. 18:19-20

En el mensaje anterior abordamos los principios que rigen las reuniones de la iglesia. En este mensaje trataremos acerca de la práctica de las reuniones. Según la Biblia y en términos generales, hay cinco tipos de reuniones: las reuniones en las que se predica el evangelio, la reunión en la que partimos el pan, la reunión para la oración, la reunión en la que los dones son ejercitados y la reunión en la que se predica la Palabra. La Biblia nos muestra que se practicaban estas cinco clases de reuniones en los tiempos de los apóstoles. En nuestros días, para que la iglesia sea fuerte, tiene que tener estas cinco clases de reunión. Además, debemos saber cómo reunirnos de una manera apropiada en cada una de estas reuniones. Si aprendemos esto, podremos beneficiarnos de tales reuniones.

I. LA REUNIÓN DE EVANGELIZACIÓN

En los cuatro Evangelios y en el libro de Hechos, como también al inicio de la historia de la iglesia, las reuniones de evangelización siempre tuvieron gran importancia. Después de que la iglesia se degradó, alrededor del tercer o cuarto siglo, la reunión de evangelización fue gradualmente perdiendo el lugar que ocupaba y fue reemplazada por reuniones de enseñanza. A fin de que una iglesia sea fuerte, las reuniones de evangelización deben recobrar el lugar que les corresponde.

La iglesia existe no solamente con el único propósito de edificarse a sí misma, sino también para que otros puedan conocer a Cristo. En lo que concierne a la edificación de la iglesia, el don del evangelista puede ser relegado al último lugar. Sin embargo, en cuanto la iglesia comience a expandirse, el don del evangelista se convierte en el más importante. El viaje realizado por Felipe a Samaria, tal como es relatado en Hechos 8, es prueba contundente de esto. Dios primero envía evangelistas a fin de que por medio de tales dones, Él gane personas para Sí. Por consiguiente, tenemos que desechar nuestros viejos hábitos, o sea el hábito de reunirnos únicamente para escuchar mensajes y, en lugar de ello, darle mucha importancia a las reuniones de evangelización.

Si un hermano, inmediatamente después de haber creído en el Señor, aprende a participar en la predicación del evangelio, no adoptará el hábito de sentarse en las bancas a escuchar mensajes. Más bien, adoptará también el hábito de predicar el evangelio. En las reuniones de evangelización, todos deberían laborar activamente y ninguno debe permanecer sentado en forma pasiva mostrándose indiferente por la salvación de los demás.

Las reuniones de evangelización son ocasiones en las que toda la iglesia participa. Todos y cada uno de los hermanos y hermanas tienen sus propias responsabilidades, y todos deben orar mucho antes de cada reunión. Aquellos hermanos en quienes la vida divina ha crecido más y que son más prominentes en el desarrollo de sus dones, podrán servir de oráculos para la predicación del evangelio. Los demás santos deberían orar en unanimidad intercediendo por los hermanos que han de dar el mensaje, a fin de que estos puedan impartir poderosamente el evangelio. Puede ser que haya dos o tres hermanos que hablen en una reunión, no debe haber más de tres. Si hay demasiados oradores dejarán a la audiencia confusa.

¿Cuál es la actitud que debe tener un hermano o hermana cuando asiste a una reunión de evangelización?

En primer lugar, todos deben comprender claramente que el mensaje de evangelización no va dirigido a ellos, sino a los incrédulos. Esto tal vez parezca muy obvio, pero muchos hermanos y hermanas que asisten a las reuniones de evangelización se olvidan de que el hermano que está testificando, no les está testificando a ellos, sino a los incrédulos. Uno jamás debe asistir a las reuniones como si fuera un mero espectador y mostrarse indiferente y sin disposición a colaborar. Que el mensaje sea bueno o malo, no debe ser nuestra preocupación. Nuestra meta es salvar a las personas y cooperar con la reunión.

En segundo lugar, de ser posible, todos los hermanos y hermanas deberían asistir a esta reunión. No deben pensar que, puesto que ustedes ya son salvos, ya no es necesario que asistan a la reunión de evangelización. Es cierto que ustedes ya son salvos, pero aun así pueden hacer muchas otras cosas en tales reuniones. Ustedes no participan de tales reuniones para escuchar el evangelio, sino para laborar. Ninguno debiera permanecer ocioso en las reuniones. Algunos hermanos y hermanas dicen: “Yo ya comprendo todo lo que tiene que ver con el evangelio. No necesito asistir a tales reuniones”. Pero asistir a tales reuniones no tiene nada que ver con el hecho de que usted entienda o no el evangelio. Si ustedes ya han comprendido todo lo que involucra la reunión en la que partimos el pan, ¿por qué continúan asistiendo a la misma? Ustedes tienen que asistir a las reuniones de evangelización porque es necesario que ayuden en tales reuniones. Además, es necesario que asistan a esas reuniones debido a que les corresponde a ustedes contribuir su porción a las mismas.

En tercer lugar, siempre que se celebre una reunión de evangelización, usted tiene que traer consigo algunas personas conocidas. Envíe invitaciones a sus amigos y parientes. Invítelos con varios días de antelación, incluso con una o dos semanas de anticipación. Algunas veces, Dios les dará la gracia de poder invitar diez o veinte personas a tales reuniones. Si usted puede llevar consigo tantas personas a dichas reuniones, pida a otros que le ayuden a atenderlas. Usted puede atender personalmente a tres o cuatro de ellas y puede pedir a otros que atiendan al resto. No deben traer personas a la reunión sin proveerles la debida atención.

No lleguen a las reuniones de evangelización en el último minuto. Todos aquellos que participan de esta reunión, tienen que estar bien preparados de antemano. Asegúrese de informar claramente a aquellos que usted invitó dónde estará usted esperándoles. Quizás usted deba ir a sus casas y acompañarles a la reunión. Siempre debe darse un margen de tiempo para no llegar tarde; evite por todos los medios encontrarse en la situación en que sus invitados aún no han llegado y la reunión ya ha comenzado.

En cuarto lugar, después de haber traído su invitado a la reunión, cuide de él durante la reunión.

A. Debemos sentarnos junto a nuestros invitados

Un incrédulo no sabe dónde sentarse cuando viene a nuestro salón de reuniones. Usted tiene que conducirle a su asiento. Si los ujieres han acordado algo de antemano, usted debe cooperar con ellos. Si usted trae a alguien a la reunión, tiene que sentarse a su lado. Si usted trajo dos personas, siéntese en medio de ellas. Si trajo tres o cuatro, siéntese con uno o dos a cada lado. No trate de atender a más de cuatro personas a la vez, con cuatro personas usted estará muy ocupado. Si usted trae más personas, pida a los otros hermanos o hermanas que les atiendan. Mantenga un máximo de dos invitados sentados a cada uno de sus lados. Dónde nos sentamos es muy importante. En la reunión, tenemos que sentarnos al lado de los invitados.

B. Debemos ayudar a nuestros invitados

a encontrar los versículos e himnos

y explicarles ciertos términos

Hay muchas cosas que debemos hacer mientras estamos sentados con nuestros invitados. Tenemos que ayudarlos a encontrar los versículos cada vez que se citan las Escrituras durante el mensaje. Si el orador menciona alguna palabra o término que requiere ser explicado, usted deberá explicárselo a su invitado en voz baja. Tienen que suplir lo que el orador omita. Deben hacerlo en voz muy baja pero clara. Cierta vez, un hermano comenzó a predicar el evangelio a una audiencia muy numerosa diciendo: “Todos ustedes conocen el relato de los israelitas que salieron de Egipto”. Entonces, otro hermano se le acercó para decirle: “Esta gente no sabe quiénes son los israelitas ni saben nada acerca de Egipto”. Esto nos muestra que es mejor que el orador evite utilizar palabras o términos que los incrédulos no pueden comprender. Al mismo tiempo, los hermanos y hermanas que están entre la audiencia deben subsanar cualquier omisión. Si surge alguna situación parecida, ellos deberían inmediatamente explicarles a sus invitados de la manera más sencilla posible que los israelitas son los judíos, que Egipto es un país y que los israelitas fueron esclavos en Egipto pero que, posteriormente, dejaron Egipto. Expliquen estas cosas a sus invitados de la manera más simple posible.

Ustedes también tienen que buscarles a sus amigos los himnos que se van a cantar. Muchos himnos tienen un coro que debe repetirse, ustedes tienen que ayudar a sus invitados a repetir tales líneas.

C. Debemos tomar en cuenta la manera

en que responden nuestros invitados

y debemos orar por ellos

Tienen que permanecer alertas en presencia del Señor con respecto a la manera en que responden sus invitados. Si usted percibe que, mientras el mensaje es predicado, la reacción de la persona sentada a su lado no es favorable, usted podría orar en secreto diciendo: “Señor, ablanda su corazón”. Si usted siente que tiene una actitud de arrogancia, podría orar diciendo: “Señor, quebranta su soberbia”. En realidad, el éxito de una reunión de evangelización que la iglesia lleva a cabo, depende de la condición espiritual en que se encuentren todos los hermanos y hermanas. Si todos los hermanos y hermanas asisten a la reunión de evangelización, y si todos participan en la labor, el evangelio se encontrará con un camino muy amplio a través del cual podrá propagarse. Ustedes tienen que estar muy atentos a las reacciones de sus invitados y observar cómo responden al mensaje. Estos son invitados suyos y son ustedes quienes conocen mejor su condición. Ustedes deben observarlos atentamente y tienen que orar por ellos diciendo: “Señor, conmueve su corazón y dale entendimiento. Señor, tócalo. Despójalo de su soberbia para que pueda oírte y recibir Tu palabra”. A veces, ustedes quizás sientan que los hermanos en el púlpito debieran decir ciertas cosas y abordar ciertos temas. Entonces, puede orar diciendo: “Señor, haz que nuestro hermano aborde este tema a fin de responder a la necesidad de este hombre”. Muchas veces, el hermano que habla desde el púlpito dirá exactamente aquello por lo cual ustedes oraron, como si él hubiese escuchado su petición. Es muy importante que ustedes cuiden de aquellos que están sentados a su lado por medio de orar por ellos.

D. Debemos ayudar a nuestros invitados

a recibir al Señor

Una vez que sienten que sus invitados han sido conmovidos por el mensaje, ustedes deben ayudarles a recibir al Señor. Mediante su oración, ustedes deben facilitar que la palabra del Señor entre en sus corazones. Ustedes tienen que hacer que la palabra de Dios llegue a ellos y capture su corazón al orar diciendo: “Señor, haz que él escuche Tu palabra. Señor, que esta palabra cause gran impacto en él. Señor, haz que esta palabra resplandezca en su ser para que pueda ver”.

Cuando el orador comienza a “recoger la red”, esto es, cuando empieza a hacer un llamado, debemos alentar a nuestros invitados a responder diciéndoles: “Te suplico que no pierdas esta oportunidad. Espero que puedas recibir al Señor”. Tenemos que animarles cuando veamos que vacilan aun cuando fueron conmovidos. Puesto que Satanás se está esforzando al máximo por detenerlos, sería equivocado de nuestra parte cohibirnos y no darles el empujón que necesitan. Satanás opera en el corazón del hombre a fin de impedirles que reciban al Señor, mientras que nosotros tratamos de animarles a que reciban al Señor de todo corazón. En las reuniones de evangelización, debemos ayudar a nuestros invitados a recibir la salvación. Si el hermano que está predicando desde el púlpito invita a las personas a que reciban al Señor, tenemos que observar atentamente las reacciones de nuestros invitados. Si han sido conmovidos de alguna manera, tenemos que cumplir nuestra parte y decirles: “Deben creer en el Señor y recibirle ahora mismo. Si no lo hacen, sufrirán en la eternidad”. El tono de nuestra voz debe ser serio y solemne. Esto habrá de tener un efecto en ellos.

Por favor, recuerden el siguiente principio: cuando esté procurando que alguien sea salvo, no analicen si esta persona será salva o no. No analicen si tal persona ha sido predestinada por Dios o no. Debemos centrar nuestras mentes y corazones en que ellos reciban la salvación. Tenemos que conducirlos al Señor y no dejarlos ir hasta que sean salvos.

E. Debemos ayudarlos

a que nos den sus datos personales

Después de la reunión, ayuden a sus invitados a dejar registrados sus datos personales, si así se les ha pedido. Ayúdenles por si no saben cómo registrarse o no saben escribir. Si alguno le pregunta por qué es necesario que dejen sus nombres, dígales: “Queremos que nos dejen sus nombres a fin de poder ir a visitarlos”. Escriban sus direcciones claramente. Registren la zona, la calle y el número de sus domicilios de tal modo que otras personas puedan encontrarlos si desearan visitarlos.

F. Debemos guiarlos en oración

Hasta ahora usted ha estado ayudando a sus invitados, pero su labor no ha concluido todavía, pues aún tiene que guiarlos a orar con usted. Si usted no puede hacer esto personalmente, pídales a los hermanos y hermanas que le ayuden en esta tarea. Jamás sea descuidado. Labore en beneficio de sus invitados hasta que sienta paz de enviarlos a casa.

G. Debemos visitarles, junto con otros santos, hasta que sean salvos

Una vez que sus amigos hayan retornado a casa, ustedes deben visitarles. La primera vez que les visiten, deben ir acompañado de uno o dos hermanos o hermanas. Esto forma parte de su labor. Si es la iglesia la que ha preparado la visita, usted debe acompañar a los hermanos y hermanas que irán a la casa de su amigo para conversar con él. Con ciertas personas, no es suficiente conque escuchen el evangelio una sola vez. Ustedes tienen que invitarlos una segunda, o una tercera vez, hasta que finalmente sean salvos.

Quiera el Señor ayudarnos a tomar el camino del recobro. Deberíamos darle a la reunión de evangelización la debida importancia. En esta reunión, todos los hermanos y hermanas tienen su propia función que cumplir. Todos están llenos de vida y ninguno está ocioso, todos son muy activos. Una vez que tal atmósfera sea prevaleciente, la iglesia experimentará un cambio radical y las reuniones de evangelización se convertirán en reuniones en las que toda la iglesia labora.

Si el número de santos que componen una determinada iglesia local es reducido y la estructura de la reunión es muy sencilla, uno no tiene que ceñirse a todo lo detallado previamente. Pero, en principio, todos los hermanos y hermanas deberían darle mucha importancia a las reuniones de evangelización. Todos somos responsables y todos debemos estar activamente involucrados en el avance del evangelio y, en unanimidad, conducir a las personas a ser salvas.

II. LA REUNIÓN DEL PARTIMIENTO DEL PAN

En 1 Corintios 10 y 11, la Biblia menciona dos cosas con respecto a la reunión en la que partimos el pan. Al hablar del pan en 1 Corintios 11:24, Pablo se refiere al cuerpo físico del Señor al decir: “Y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Esto es Mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí”. El cuerpo de Cristo fue entregado por nosotros. Mediante ello, nuestros pecados fueron perdonados y nosotros obtuvimos vida. El pensamiento fundamental de este versículo es que debemos recordar al Señor. En 1 Corintios 10:17 se nos provee una perspectiva distinta. Allí dice: “Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un Cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan”. En el capítulo 11, el pan alude al cuerpo físico del Señor; mientras que en el capítulo 10, el pan hace referencia a nosotros. En otras palabras, el capítulo 11 enfatiza que recordamos al Señor, mientras que el capítulo 10 recalca la comunión que disfrutamos entre los hijos de Dios.

Por tanto, podemos contemplar dos aspectos significativos con respecto a la reunión del partimiento del pan. Uno concierne a los cielos: nosotros recordamos al Señor. Mientras que el otro se centra en el pan que está sobre la mesa, el cual representa para nosotros, los hijos de Dios, la comunión que tenemos los unos con los otros. Todos y cada uno de nosotros tenemos parte en este pan. Todos formamos parte de este único pan. Usted ha recibido al Señor y yo también. Esto nos da derecho a disfrutar de la misma comunión en el Señor. Por tanto, el partimiento del pan quiere decir que nosotros venimos al Señor para tener comunión con Él y que nos reunimos para disfrutar de la comunión con los hijos de Dios.

Toda reunión en la que partimos el pan debe dividirse en dos secciones, porque nuestra salvación se compone de dos partes. En la primera parte de nuestra salvación, nosotros nos percatamos de que éramos pecadores cuyo destino era el juicio y la muerte, pero el Señor tuvo misericordia de nosotros. Él vino a esta tierra y murió por nosotros. El Señor nos salvó y derramó Su sangre a fin de perdonarnos. Nuestros pecados nos fueron perdonados en cuanto aceptamos la sangre del Señor Jesús. En esto consiste la primera parte de nuestra salvación. Pero nuestra salvación no acaba allí. Después de haber sido salvos, el Señor Jesús llega a ser nuestro y nosotros llegamos a ser Suyos. Él nos lleva al Padre y hace de Su Padre también nuestro Padre. En nuestro interior, el Espíritu Santo también nos enseña a clamar: “¡Abba, Padre!” (Ro. 8:14-16). En esto consiste la segunda parte de nuestra salvación. En otras palabras, la primera sección de la salvación tiene que ver con el Señor, mientras que la segunda parte tiene que ver con el Padre. En la primera parte de nuestra salvación, somos perdonados y, en la segunda, somos aceptados por Dios. Cuando somos salvos, entramos en una relación con el Señor; esta es la primera parte de nuestra salvación. En la segunda parte, llegamos a relacionarnos con Dios. Cuando nos acercamos al Señor, lo hacemos desde nuestra posición de pecadores; y es por medio de Él que venimos al Padre. En primer lugar, conocemos al Señor y, después, conocemos al Padre. Es por eso que la Biblia dice: “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre” (1 Jn. 2:23). La salvación está relacionada con el Hijo, con el Señor, y también se relaciona con el Padre, o sea que tiene que ver con Dios. Nadie puede venir al Padre si no es por medio del Hijo. Primero tenemos que acudir al Señor. Tenemos que ir a la cruz para recibir el perdón y para que el Justo ocupe el lugar que le correspondía a los injustos, antes de que el Señor nos pueda llevar al Padre. Por tanto, no es al Padre a quien acudimos para recibir la salvación, sino más bien, acudimos al Hijo para obtener la salvación. Sólo entonces podremos acudir al Padre. En primer lugar, somos perdonados, y después, somos aceptos. Tenemos que comprender esto con toda claridad.

La reunión del partimiento del pan tiene como finalidad recordar al Señor. Puesto que la salvación del Señor se compone de dos partes, la reunión en la que partimos el pan también deberá constar de dos partes. Antes de partir el pan, hacemos memoria del Hijo. Después de haber partido el pan, dirigimos nuestra atención al Padre. El tiempo anterior al partimiento del pan está dedicado al Señor; mientras que el período posterior al partimiento del pan está dedicado a Dios.

Cuando acudimos al Señor, descubrimos que éramos pecadores. Eramos hijos de desobediencia, hijos de ira que merecían el juicio de Dios. No había manera de que pudiéramos salvarnos a nosotros mismos. Pero, debido a que el Señor Jesús derramó Su sangre para redimirnos, ahora podemos acudir al Señor para recibir Su vida. Cuando éramos pecadores, acudimos al Señor. Cuando vimos que nuestros pecados fueron perdonados, también acudimos al Señor. Por tanto, durante la primera parte de la reunión del partimiento del pan, todos nuestros himnos, todas nuestras acciones de gracias y alabanzas, deben estar dirigidos al Señor.

Al acudir al Señor, debemos ofrecer agradecimiento y alabanzas a Él. Estrictamente hablando, no debiéramos hacer otra cosa sino ofrecer agradecimiento y alabanzas. Resulta inapropiado hacer peticiones durante esta reunión. No podemos pedir, por ejemplo, que el Señor derrame Su sangre por nosotros. Esto ya se realizó y no hay necesidad de que pidamos tal cosa. Todo lo que tenemos que hacer es alabar y darle gracias a Él. Ya sea por medio de nuestras oraciones o alabanzas, debemos únicamente dar gracias al Señor y alabarle y nada más. La acción de gracias se centra específicamente en la obra realizada por el Señor, mientras que la alabanza se centra en el Señor mismo. Le damos gracias al Señor por lo que Él realizó, y le alabamos por lo que Él es. Al comienzo abundarán más las acciones de gracias pero, poco a poco, lo alabaremos más. Al mismo tiempo que damos gracias, también le alabamos. Admiramos la obra maravillosa que Él ha realizado en beneficio nuestro y también contemplamos cuán maravilloso Salvador es Él. Después de haber elevado suficiente agradecimiento, debemos comenzar a alabarle. Cuando nuestra alabanza alcance su cumbre, entonces habrá llegado el momento de partir el pan.

La segunda parte comienza después de que hemos partido el pan. El Señor no desea que nos detengamos una vez que hemos acudido a Él. Tenemos que recibir al Señor, pero eso no es todo. Es maravilloso que fuimos recibidos por el Padre en el momento en que nosotros recibimos al Señor. Tenemos que comprender esto claramente. Por medio del evangelio, nosotros recibimos al Señor, no al Padre. La Biblia no nos dice específicamente que recibimos al Padre, sino que siempre nos dice que debemos recibir al Hijo. No obstante, nosotros somos recibidos por el Padre. Debido a que recibimos al Hijo, el Padre puede aceptarnos. Recibir al Hijo es una mitad de nuestra salvación. Cuando el Padre nos recibe, entonces nuestra salvación es completada. El Hijo es Aquel a quien recibimos; en esto consiste la primera mitad de la salvación. Dios el Padre es Aquel que nos recibe; esta es la otra mitad que completa nuestra salvación. Por tanto, después de partir el pan, acudimos al Padre. Hemos recibido al Señor y le conocemos a Él. Ahora, Él nos lleva al Padre. Esta es la segunda sección de nuestra reunión del partimiento del pan. En esta segunda sección de la reunión, debemos acercarnos a Dios y alabarle.

El salmo 22 se compone de dos secciones. La primera sección abarca del versículo 1 al 21 y relata cómo el Señor llevó nuestra vergüenza, padeció dolores y fue desamparado por el Padre. Esta primera sección se refiere a la muerte vicaria del Señor en la cruz. La segunda sección se inicia en el versículo 22 y va hasta el final del salmo. En esta sección se nos describe cómo el Señor guía en medio de la asamblea a Sus muchos “hermanos” en sus alabanzas a Dios. En otras palabras, la primera sección es nuestra conmemoración del Señor; mientras que la segunda sección consiste en que el Señor nos lleva al Padre para que le alabemos.

El día en que el Señor Jesús resucitó, le dijo a María: “Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn. 20:17). En capítulos anteriores del Evangelio de Juan, el Señor Jesús se había referido al Padre como “Mi Padre” o simplemente “Padre”. Pero aquí, Él nos dice: “A Mi Padre y a vuestro Padre”. Cuando recibimos la muerte y resurrección del Señor en nuestro ser, Su Padre llega a ser nuestro Padre. Las tres parábolas del capítulo 15 del Evangelio de Lucas nos muestran al buen Pastor y al Padre amoroso. El buen Pastor viene a buscarnos, mientras que nuestro Padre amoroso espera por nosotros en la casa. El buen Pastor deja Su hogar para venir a buscarnos, mientras que el Padre amoroso nos acepta y nos recibe en Su casa. Fuimos hallados por el buen Pastor, ahora iremos al encuentro de nuestro Padre. Por tanto, durante la segunda sección de la reunión, todos los himnos y oraciones deben estar dirigidos al Padre. Nos encontramos con el Hijo en la primera sección de la reunión del partimiento del pan, y durante la segunda sección de dicha reunión, el Señor nos lleva al Padre. El Espíritu Santo es Aquel que dirige la reunión y, en tal reunión, Él siempre nos conduce de esta forma. La dirección del Espíritu Santo no irá en contra del principio que rige nuestra salvación. Debemos aprender a obedecer la dirección del Espíritu Santo. Si se lo permitimos, el Espíritu Santo nos guiará de esta manera.

El segundo capítulo del libro de Hebreos nos muestra que el Señor Jesús lleva muchos hijos a la gloria. Cuando Él estaba en la tierra, Él era el Hijo unigénito de Dios, Él era el Hijo único. Pero Él murió y resucitó. Ahora, le hemos recibido a Él y, en virtud de ello, hemos llegado a ser hijos de Dios. El Señor Jesús es el Hijo primogénito de Dios y nosotros somos los muchos hijos. El versículo 12 dice: “En medio de la iglesia te cantaré himnos de alabanzas”. En este sentido, la reunión que se menciona en Hebreos 2, es la reunión en la que el Hijo primogénito de Dios y Sus muchos hermanos juntos cantan alabanzas al Padre. La segunda sección de la reunión del partimiento del pan es precisamente esta clase de reunión, la reunión del Hijo primogénito de Dios junto con los muchos hijos de Dios. Debemos aprender, en esta segunda sección de la reunión, a elevar nuestro espíritu hasta la cúspide. En esta segunda sección de la reunión del partimiento del pan es el mejor momento que existe en la tierra para entonar alabanzas al Padre. Es necesario que aprendamos a elevar nuestros espíritus al máximo durante esta sección de la reunión.

Dios está entronizado “entre las alabanzas de Israel” (Sal. 22:3). Cuanto más alaba la iglesia de Dios, más toca el trono. Cuanto más alaba uno, mejor conoce el trono. Leamos juntos una estrofa de uno de nuestros himnos:

Padre, a Ti un cántico alzamos

    En comunión;

En Tu presencia todos te alabamos,

    ¡Qué bendición!

Estar en Ti, ¡qué gracia sin igual!

Que con Tu amado Hijo estamos al par.

(Himnos, #31)

Este es un buen himno. En él se percibe el sentimiento del Hijo al encabezar a los numerosos hijos en alabanza al Padre. Difícilmente encontraremos otro himno igual.

La reunión de la cual se habla en el segundo capítulo de Hebreos es la mejor de todas las reuniones. Hoy estamos aprendiendo un poquito, pero llegará el día, cuando estemos en el cielo, en donde nos reuniremos para nuestro deleite y satisfacción. Pero, antes de entrar en la gloria, debemos experimentar personalmente el hecho de que nosotros seamos dirigidos por el Hijo primogénito a cantar alabanzas al Padre y a alabarle en medio de la iglesia. Este es el punto culminante que una reunión de la iglesia puede alcanzar. Esto es algo muy glorioso.

III. LA REUNIÓN DE ORACIÓN

La reunión de evangelización y la del partimiento del pan son reuniones muy importantes. Asimismo, la reunión de oración es también una reunión de gran importancia. Cada clase de reunión tiene sus propias características y ocupa su propio lugar. La reunión de oración puede ser considerada tanto una reunión sencilla, como una reunión bastante compleja. Los nuevos creyentes necesitan aprender algunas lecciones al respecto.

A. Debemos orar en unanimidad

El requisito fundamental para que los hermanos y hermanas oren juntos es que gocen de unanimidad. En el capítulo 18 de Mateo, el Señor nos exhorta a ponernos de acuerdo, es decir, a tener unanimidad entre nosotros. La oración mencionada en el primer capítulo de Hechos era también una oración en unanimidad. Por tanto, la primera condición para llevar a cabo una reunión de oración consiste en que, entre nosotros, haya unanimidad. Nadie debe venir a una reunión de oración teniendo una mentalidad divergente. Si queremos tener una reunión de oración, tenemos que hacer nuestras peticiones en unanimidad.

“Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos” (Mt. 18:19). Estas palabras son bastante enfáticas. En el griego, la expresión que aquí se tradujo como “se ponen de acuerdo” es harmoneo, Supongamos que tres personas tocan tres instrumentos distintos: una toca el piano, otra el acordeón y la tercera toca la flauta. Si ellas tocan juntas, pero una de ellas no está en armonía; entonces, el sonido resultante será muy irritante. El Señor desea que todos nosotros oremos en armonía y no con diferentes tonadas. Si somos capaces de estar en armonía, de ponernos de acuerdo, entonces Dios llevará a cabo todo cuanto pidamos. Lo que atemos en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desatemos en la tierra, será desatado en los cielos. El requisito fundamental para ello es que estemos en armonía. Tenemos que aprender a ponernos de acuerdo en la presencia de Dios. No debiéramos orar caprichosamente mientras cada uno de nosotros sigue aferrado a sus propias ideas.

B. Al orar, debemos ser específicos

¿Cómo podemos conseguir que nuestras oraciones armonicen? Probablemente, el problema más grande con el que nos enfrentamos en nuestras reuniones de oración es que traemos muchos asuntos acerca de los cuales queremos orar. Si hay muchos asuntos en una reunión de oración, nos será imposible ponernos de acuerdo. En algunas reuniones se trata de abarcar tantos asuntos que “hay de todo como en una botica”. No encontramos tal clase de reunión en la Biblia. Lo que encontramos en la Biblia son hombres que oran por asuntos específicos. Cuando Pedro fue encarcelado, la iglesia oró fervientemente por él (Hch. 12:5). Ellos no oraron por una gran diversidad de asuntos, sino que oraron por un asunto específico. Si tenemos un asunto específico por el cual orar, entonces nos resulta fácil orar en armonía.

Es mejor orar por un solo asunto en cada reunión de oración. Tal vez podamos orar específicamente por cierto hermano o hermana, o quizás oremos específicamente por las enfermedades que aquejan a los hermanos y hermanas. En estos casos, es mejor orar ya sea por cierto hermano o hermana que se encuentra enfermo, o en general por todos los hermanos y hermanas que se encuentran enfermos. No debiéramos mencionar otros asuntos además de sus enfermedades. En otras ocasiones, tal vez oremos específicamente por aquellos hermanos y hermanas que se encuentran en necesidades o se encuentran espiritualmente débiles. Si abordamos un solo asunto, resulta más fácil para nosotros tener la unanimidad.

Si todavía queda tiempo, después de que hayamos orado exhaustivamente por determinado asunto, entonces podemos dar a conocer algún otro asunto para orar al respecto. Pero, al comienzo de nuestras oraciones, no debiéramos mencionar más de un solo asunto. Es confuso cuando se quieren abarcar demasiados asuntos a la vez. Los hermanos responsables debieran mencionar un solo asunto, de uno en uno. Pero si sobra más tiempo, después ellos pueden presentar otros asuntos por los cuales orar. Debiéramos orar por un solo asunto. La necesidad más sentida en toda reunión de oración es la de tener un asunto definido y específico por el cual orar.

Según Hechos 1 y 2, lo ocurrido en Pentecostés se debió al poder de la oración. Nunca olviden que la cruz representa la obra efectuada por el Hijo de Dios, mientras que el Pentecostés representa la obra efectuada por los hijos de Dios. ¿Cómo se pudo realizar tal obra grandiosa? Fue por medio de la oración en unanimidad. Aprendamos a enfocar nuestras oraciones en torno a asuntos específicos y a no abarcar demasiados asuntos a la vez.

Si deseamos ser específicos en nuestras oraciones, todos los que asisten a la reunión de oración deberán venir habiéndose preparado para ella. Debiéramos esforzarnos al máximo por informar anticipadamente a los hermanos y hermanas acerca de ciertas cargas por las cuales queremos orar. Debemos hacer posible que ellos participen de tales cargas antes de venir a la reunión de oración. Primero debemos poseer cierto sentir y cierta carga, y entonces podremos reunirnos a orar.

C. Al orar, debemos ser sinceros

Otro requisito básico es que seamos sinceros al orar. Me temo que muchas de las palabras que se dicen en la reunión de oración, son dichas en vano. Son muchos los que le dan más importancia a la belleza de sus expresiones, mientras que no les importa mucho si Dios les escucha o no. Pareciera que, para tales personas, no consideran importante si Dios les escucha o no. En una reunión de oración, la mayoría de las veces, tales oraciones resultan tanto vanas como artificiales.

La oración genuina brota del deseo nacido de nuestro corazón; fluye de nuestro ser interior. Tal oración no está hecha de palabras frívolas y bonitas. Únicamente las palabras sinceras que brotan desde lo profundo de nuestro corazón pueden ser consideradas como una oración genuina. La meta de nuestras oraciones debe ser que Dios las responda y no que ellas complazcan a los hermanos y hermanas.

Si no somos sinceros en nuestras oraciones, no podemos esperar que la iglesia sea fuerte. A fin de que la iglesia sea fuerte, la reunión de oración tiene que ser fuerte. A fin de que una reunión de oración sea prevaleciente, todas las oraciones que se hagan tienen que ser genuinas; ninguna de ellas puede ser una oración artificial. Si no somos sinceros en nuestra oración, no podemos esperar que Dios nos conceda algo.

La oración no es un sermón ni un discurso. Orar es pedirle algo al Señor. En una reunión de oración, no es necesario decir mucho en presencia de Dios, como si Él no supiera nada y tuviese que ser informado de todos los detalles. No debemos presentarle un informe ni predicarle un mensaje. Oramos porque tenemos alguna necesidad y porque somos débiles. Deseamos recibir suministro y poder espirituales por medio de la oración. La cantidad de oraciones que ofrecemos con sinceridad dependerá de cuánta necesidad sintamos. Si no sentimos necesidad alguna, nuestras oraciones serán vanas.

Una razón fundamental por la cual ciertas oraciones resultan vanas es porque la persona que las ofrece está demasiada consciente de las otras personas en la reunión de oración. En cuanto prestamos atención a los demás, es fácil que abunde la vana palabrería en nuestras oraciones. Por un lado, las oraciones que ofrecemos en la reunión de oración se hacen en beneficio de toda la reunión, pero por otro, debemos orar como si estuviéramos solos delante de Dios; tenemos que orar de manera sincera y en conformidad con nuestras necesidades.

Cuanto más urgente sea nuestra necesidad, más genuina será nuestra oración. En cierta ocasión, el Señor Jesús usó el siguiente ejemplo a manera de ilustración. A la casa de un hombre le vino a visitar un conocido suyo y este hombre no tenía pan; así que tuvo que acudir a su amigo en busca de pan. Se trataba de una necesidad urgente: simplemente no tenía pan. Después de suplicarle insistentemente, consiguió que éste cediera y proveyera para su necesidad. Entonces, el Señor Jesús dijo: “Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Lc. 11:10). Si la necesidad que tenemos es urgente y pedimos apropiadamente, nos será concedido lo que hayamos pedido.

D. Nuestras oraciones deben ser breves

Las oraciones que ofrecemos deben ser sinceras y breves. Casi todas las oraciones que se mencionan en la Biblia son breves. La oración que el Señor nos enseñó, en Mateo 6, es muy concisa. Si bien la oración mencionada en Juan 17, que fue elevada por el Señor antes de partir de este mundo, es una oración bastante larga, sigue siendo mucho más breve que las oraciones de ciertos hijos de Dios en nuestros días. La oración mencionada en Hechos 4 era la oración hecha por toda la iglesia y dicha oración también fue bastante breve. La oración mencionada en Efesios 1 es una oración muy importante y, sin embargo, es muy breve. No se requiere ni cinco minutos para concluir tal oración.

Muchas de las oraciones que se ofrecen en la reunión de oración resultan vanas e ilusorias debido a que son demasiado largas. Quizás apenas dos o tres frases de dicha oración sean genuinas, mientras que el resto son frases redundantes. Sólo dos o tres frases son dirigidas a Dios, y el resto son para los hermanos y hermanas. Tales oraciones hacen que la reunión de oración parezca interminable. Los nuevos creyentes deben ignorar las largas oraciones de aquellos que llevan mucho tiempo entre nosotros; más bien deben aprender a elevar oraciones breves. No todos los hermanos y hermanas pueden hacer oraciones largas. Si continuamos haciendo oraciones largas, la iglesia será perjudicada.

En cierta ocasión, el hermano D. L. Moody reaccionó muy sabiamente ante una oración demasiado larga que estaba siendo ofrecida por cierta hermana en el curso de una reunión de oración. Mientras tal oración iba consumiendo la paciencia de toda la congregación, Moody se puso de pie y dijo: “Mientras nuestra hermana ora, cantemos el himno número tal y tal”. Una oración demasiado larga debilita la reunión de oración. Suponga que usted oró cinco minutos más de lo debido y, luego, otra persona hace lo mismo. Cuantas más personas eleven oraciones largas, más pesada e interminable será la reunión. Cierta vez, Charles Spurgeon dijo que no había nada más inapropiado que pedir perdón a Dios por nuestras deficiencias en medio de una oración demasiado larga. También Mackintosh fue muy explícito cuando dijo: “No debemos esforzarnos por torturar a los hijos de Dios con largas oraciones”. Hay muchos que azotan a los demás; no con un látigo, sino con sus largas oraciones. Cuanto más oran, más incómodos se sienten los demás. Debemos aprender a elevar oraciones breves y sinceras cada vez que nos reunimos.

E. No ofrezcamos oraciones que sobrepasen nuestras oraciones personales

Otro de los principios que nos deben regir durante nuestras reuniones de oración consiste en no ofrecer oraciones que sobrepasen nuestras oraciones personales. Este principio es muy valioso. La manera en que oramos en la reunión de oración debe ser igual a la manera en que oramos en privado. Por supuesto, la oración que hacemos en una reunión es ligeramente distinta y no debiera ser exactamente igual a las oraciones que hacemos cuando estamos solos. Pero, en principio, no debemos permitir que nuestras oraciones en público sobrepasen nuestras oraciones en privado. Es decir, la manera en que oramos en la reunión debe ser semejante a la manera en que oramos en privado. No oren de cierta forma en privado y de otro modo en la reunión. De hecho, nos es difícil ofrecer oraciones artificiales en privado, pero muchas de las oraciones ofrecidas en una reunión de oración son oraciones artificiales. Si al asistir a una reunión de oración ustedes usan constantemente palabras que no usan en vuestras oraciones en privado, tales oraciones están destinadas a convertirse en oraciones artificiales.

En lo que concierne al cumplimiento de nuestras peticiones, las oraciones hechas en la reunión de oración son siempre más eficaces que las oraciones hechas en privado, debido a que Dios responde con mayor prontitud a las oraciones de la iglesia que a las oraciones privadas. Sin embargo, en nuestros días, recibimos más respuestas a las oraciones hechas en privado que a las oraciones hechas por la iglesia debido a que en la reunión de oración se ofrecen muchas oraciones falsas y vanas. En realidad, debiéramos tener más respuestas a las oraciones hechas corporativamente que a las oraciones hechas individualmente; debieran haber no sólo más respuestas, sino mucho más respuestas. Si al reunirse los hijos de Dios todos elevaran oraciones que sean sencillas, específicas y genuinas, y lo hacen en armonía; entonces, recibirán más respuestas a sus oraciones.

IV. LA REUNIÓN PARA EL EJERCICIO DE LOS DONES

En cada iglesia local encontramos dones diferentes. Dios ha concedido a ciertas localidades el don de profecía y el don de palabras de revelación y enseñanza. A veces, Él añade lenguas e interpretación de las mismas. A algunas localidades, Dios solamente les da los dones de maestros y no los dones milagrosos. Y a otras localidades, Dios da tanto los dones milagrosos como la enseñanza de la Palabra. No podemos dictarle a Dios lo que debe hacer en cada iglesia. Sin embargo, el principio que rige nuestras reuniones siempre deberá ser el mismo, a saber: que Dios desea que todos Sus hijos ejerciten sus dones en las reuniones. No podemos ejercer una función determinada si no poseemos el don correspondiente a dicha función; únicamente podremos ejercer nuestras funciones según los dones que se nos han concedido. Por este motivo, una localidad no puede insistir en hacer una reunión en la que los dones sean ejercitados, ni puede imitar a otras iglesias que sí los tengan. Tal reunión únicamente podrá ejercer su función según los dones que los hermanos de tal localidad posean. Esta es la reunión a la que se hace referencia en 1 Corintios 14. Deberíamos ceñirnos a las Escrituras al conducir esta clase de reunión dedicada al ejercicio de los diversos dones. Las hermanas deben callar (v. 34) y los hermanos deben ser restringidos (vs. 32-33). Si se profetiza, que solamente lo hagan dos o tres. Algunos pueden plantear ciertas preguntas y procurar, así, la edificación mutua así como ser iluminados por el Señor. En tales reuniones, no se debe hablar en lenguas a menos que haya la correspondiente interpretación. Las lenguas son para la edificación del individuo delante de Dios. Si al hablar en lenguas se le da la interpretación de las mismas, ello equivale a profetizar. Si solamente se habla en lenguas sin la correspondiente interpretación, la mente quedará sin fruto y la iglesia no será edificada. Es por esto que Pablo dijo: “Si no hay intérprete, calle en la iglesia” (v. 28). Él no prohibió hablar en lenguas, pero prohibió que cualquiera hablase en lenguas si ello no iba acompañado de la correspondiente interpretación. Sencillamente, en esta clase de reunión, si uno tiene salmo, tiene enseñanza, tiene revelación, tiene lengua, tiene interpretación; hágase todo para edificación.

Delante de Dios, debemos asegurarnos de recordarles a todos los hermanos que poseen el don de servir en el ministerio de la Palabra, que no se comporten pasivamente en esta reunión. Los hermanos que han recibido el don para colaborar en el ministerio de la Palabra, con frecuencia se convierten en espectadores en esta clase de reunión. Ellos se vuelven pasivos y dejan que sean los demás los que hablen. Esto es erróneo. No todos tienen la capacidad para hablar en tales reuniones. Solamente aquellos que poseen el don correspondiente pueden levantarse a hablar. No estamos de acuerdo con la práctica de que sólo una sola persona se levante a hablar, pero tampoco estamos de acuerdo conque cualquiera se levante a hablar. Así como es incorrecto dejar que una sola persona hable también es incorrecto dejar que cualquiera hable. Únicamente cuando los hermanos que poseen tal don se levanten para hablar, es cuando recibirán los demás hermanos y hermanas el debido suministro; no todos pueden hacer lo mismo. Solamente aquellos a quienes les es dada palabra pueden hablar. Aquellos a quienes no les ha sido dada palabra, deben callar. Lamentablemente, los hermanos que han recibido el don de ministrar la palabra, con frecuencia tienen la actitud equivocada con respecto a tales reuniones. Ellos creen que cualquier hermano o hermana puede levantarse a hablar en la reunión y, por ello, se mantienen sentados. En realidad, esta reunión es para que todo aquel que ha recibido un don y posee el ministerio, se levante y hable a la congregación. ¿Cómo podríamos pretender disfrutar de una buena reunión si aquellos que se supone deben ser las bocas no hablan y, en lugar de ello, esperan que las manos, las piernas y los oídos sean los que hablen? Para tales reuniones, todos los hermanos que han recibido el don respectivo, deben acudir al Señor en busca de que les sea dado algo que decir a la congregación. Una vez les sea dada palabra, ellos deben proclamarla.

Tales reuniones ciertamente implican una serie de dificultades para los nuevos creyentes; pues ellos no saben si poseen ciertos dones o no. Son ajenos al ministerio de la Palabra, ya que acaban de creer en el Señor y es muy poco lo que pueden hacer. ¿Cómo podrán ellos participar en esta reunión? Espero que los que tienen más madurez entre nosotros no les ordenen callar. Debemos darles la oportunidad para que hablen. Debemos decirles: “No sabemos si eres o no un don. Es decir, no sabemos si Dios te ha concedido el ministerio de la Palabra. Por tanto, al comienzo, te ruego que seas sencillo mientras vas aprendiendo a hablar la Palabra”. Deben darles la oportunidad de hablar, pero no en exceso. Si no les permitimos hablar, estaremos enterrando sus dones. Pero si les damos demasiadas oportunidades, podríamos perjudicar la reunión. Debemos dejar que ellos hablen a la congregación, pero debemos recomendarles que sean breves y simples. Si han recibido el don para hablar, dígales: “Tal vez puedas hablar un poco más la próxima vez”. A otros, tal vez usted necesitará decirles: “Hablaste demasiado; por favor, trata de ser más breve la próxima vez”. A aquellos que han recibido tal don, debemos animarles a avanzar; mientras que a los que no han recibido tal don, en cierta manera debemos restringirles. De este modo, la reunión será prevaleciente sin necesidad de hacer callar a ningún hermano. Los nuevos creyentes deben aprender a ser humildes. Deben levantarse para hablar más seguido cuando se les aliente a hacerlo y deben hablar con menos frecuencia si se les ha aconsejado así. Deben aceptar la dirección de los hermanos que tienen más madurez.

Los hermanos responsables de la iglesia no sólo deben perfeccionar a los más avanzados, sino que constantemente deben estar buscando descubrir nuevos dones. ¿Cómo descubrimos nuevos dones? Los dones se manifiestan en la reunión por medio del ejercicio de los mismos. En esta clase de reunión, deben estar muy atentos para detectar quiénes manifiestan la marca de la operación del Señor en ellos. Tienen que discernir la condición espiritual en la que se encuentra dicha persona. Aliéntelos si necesitan aliento y restrínjalos si necesitan ser restringidos. Como consecuencia de ello, los nuevos creyentes no solamente serán ayudados, sino que ellos mismos también podrán ayudar a otros por medio de tales reuniones. Entonces, usted estará conduciendo la reunión por el camino más apropiado.

V. LA REUNIÓN DEDICADA A PREDICAR LA PALABRA

El quinto tipo de reunión quizás no sea tan crucial como las otras reuniones, pero es igualmente muy usada por Dios para impartir Su palabra a los santos. Si un apóstol visita nuestra localidad, o si en nuestra localidad residen apóstoles, maestros, profetas o ministros de la palabra, deberíamos celebrar reuniones en las que se imparte la palabra. No estamos diciendo que esta clase de reunión no tenga importancia, sino que estamos afirmando que esta clase de reunión es la más sencilla de todas. Una reunión en la que las personas se reúnen para escuchar la predicación de la Palabra es la más sencilla de las reuniones; no obstante, al igual que con las otras reuniones, hay mucho que aprender al respecto. Por ejemplo, no debemos llegar tarde a tales reuniones y causar así que otros tengan que esperarnos. Obedezcan a los ujieres y siéntense donde se les indique; no elijan su propio asiento. Si usted tiene limitaciones físicas o audiovisuales, hágalo saber a los ujieres para que ellos lo ubiquen en el lugar más apropiado. Traigan consigo sus propias Biblias e himnarios.

En cuanto al aspecto espiritual, debemos asistir a tales reuniones con un corazón abierto. Aquellos que abrigan algún prejuicio no necesitan asistir a tal reunión porque la palabra impartida no les servirá de nada. Si una persona cierra su corazón a Dios, no puede pretender recibir gracia alguna de parte de Él. Todos aquellos que atienden a la predicación de la Palabra deben darle la debida importancia a este asunto, ya que la mitad de la responsabilidad en cuanto al mensaje que se imparte le corresponde al orador, mientras que la otra mitad les corresponde a los oyentes. Es imposible que un orador pueda impartir un mensaje a aquellos cuyo corazón está cerrado o a aquellos que deliberadamente rechazan tal mensaje.

Nuestro espíritu, así como nuestro corazón, necesita estar abierto. Es importante que nuestro espíritu esté abierto en tales reuniones. Cuando un verdadero ministro de la Palabra está predicando, su espíritu está abierto. Pero si percibe otros espíritus abiertos entre la audiencia, su espíritu será fortalecido al liberarse. Si el espíritu de esta reunión es agobiante, indiferente o hermético, el espíritu del orador será como la paloma que salió del arca de Noé, la cual voló por los alrededores solamente para retornar más tarde al arca. Así pues, en la reunión debe prevalecer un espíritu abierto y, además, es necesario que el espíritu del ministro sea liberado. Cuanto más impere un espíritu abierto entre los que se reúnen, más liberado será el espíritu del profeta. Pero, si la audiencia manifiesta un espíritu cerrado, el espíritu del profeta no podrá ser liberado. Debemos aprender a ser dóciles y abrir nuestro espíritu. Dejemos que el Espíritu Santo sea liberado. No debiéramos enfrascarnos en opiniones de indiferencia y obstinación. Debemos contribuir al espíritu de la reunión en lugar de ser su impedimento. Nuestros espíritus deben permitir la liberación del espíritu del orador, en lugar de impedírselo. Si todos los hermanos y hermanas aprendieran esta lección, nuestras reuniones serían más y más prevalecientes cada vez.

Estos son los principios bíblicos a los cuales se deben conformar los distintos tipos de reuniones. Tenemos que aprender cómo comportarnos en cada una de estas cinco clases de reuniones. No debemos ser descuidados. ¡Qué Dios tenga misericordia de nosotros!