Watchman Nee Libro Book cap.12 Los hechos, la fe y nuestra experiencia

Watchman Nee Libro Book cap.12 Los hechos, la fe y nuestra experiencia

VIVIR POR FE Y EL RECORRIDO NECESARIO

CAPÍTULO DOCE

VIVIR POR FE Y EL RECORRIDO NECESARIO PARA TOMAR POSESIÓN DE UNA VERDAD

Lectura bíblica: He. 10:38

Hace dos semanas hice referencia a muchos versículos con respecto a vivir por fe. Hoy día, sólo citaré un versículo. Hoy seguiremos tratando el asunto de vivir por fe, el cual comenzamos a abordar hace dos semanas. Ya vimos en qué consiste vivir por fe y no trataremos este aspecto nuevamente; sin embargo, es necesario añadir algunas palabras al último mensaje antes de tratar el tema que corresponde al día de hoy. No he de hablar en un orden determinado, sino que simplemente hablaré sobre varios aspectos, un poquito aquí y otro poquito allá.

Hace dos semanas hablé de la vida fluctuante que experimentan algunos creyentes; en ella, el creyente fluctúa entre el gozo y la aridez. Esta clase de persona sufre constantes altibajos en su vida cristiana. Después de una de las reuniones, algunos hermanos me hicieron preguntas acerca de la intensidad de tales experiencias. Ellos no podían entender por qué el gozo se vuelve cada vez menos intenso, mientras que la aridez se hace cada vez más intensa, y por qué al final no hay diferencia entre ambos. Con respecto a esto, debo dar más detalles hoy. Al usar el término intensidad, lo hice dándole a éste un significado especial. Una cosa es la intensidad real, mientras que otra cosa es la intensidad de nuestros sentimientos. La intensidad del gozo a la que hice referencia la última vez, se refiere a la intensidad de nuestros sentimientos. Esta es la intensidad que disminuye cada vez más; pero con aquello que es real sucede lo opuesto, es decir, su intensidad va en aumento. Con respecto a la aridez, el proceso es semejante: en realidad, la sequedad que experimentamos aumenta en intensidad, mientras que el sentimiento de aridez se hace cada vez menos intenso. El gozo al que hice referencia en el último mensaje alude al sentimiento de gozo; es esta sensación la que disminuye en intensidad. En cambio, al referirme a la aridez, me refería a la aridez como experiencia real y concreta, la cual ciertamente aumenta en intensidad. En cuanto a la duración de ambos, los períodos de gozo se hacen cada vez más breves, mientras que los períodos de sequedad son cada vez más prolongados. Con respecto a nuestros sentimientos, la sensación de gozo se hace cada vez menos intensa, mientras que, con respecto a la realidad que experimentamos, la intensidad de la aridez es cada vez mayor. Finalmente, uno no se siente ni gozoso ni seco.

¿Por qué no son dignos de confianza nuestros sentimientos? Nuestros sentimientos no son confiables porque el Dios en quien confiamos no ha cambiado, la obra del Señor no ha cambiado y la obra del Espíritu Santo tampoco ha sufrido variación alguna. No importa cuánto fluctúen nuestros sentimientos, no afectarán ninguna de estas cosas. Esto fue todo lo que dije en el mensaje anterior. Esta es sólo una de las razones por las que nuestros sentimientos no son dignos de confianza. Hoy les daré otra razón. Si bien las cosas que dependen de Dios no han cambiado, debemos preguntarnos si nuestro ser ha sufrido cambio en algún aspecto.

Por ejemplo, probablemente hayamos perdido el gusto por la lectura de la Biblia, quizás hayamos dejado de orar intensamente o tal vez sintamos que nuestra obra carece de poder. Ya no nos sentimos tan emocionados como antes y pensamos que quizás hayamos caído o fracasado en algo. Pero mi pregunta es la siguiente: ¿Cuál es nuestra motivación? Si nuestra motivación ha cambiado, no tengo nada que decir al respecto, pues en realidad habremos fracasado. Pero si nuestra motivación no ha sufrido variación alguna, no hemos caído. Si nuestro corazón sigue siendo recto, entonces lo que tenemos que hacer es vivir por fe; no debemos preocuparnos por nuestros sentimientos.

En cierta ocasión, Hudson Taylor acudió a uno de sus más antiguos colaboradores, el señor Frost, diciéndole: “Me siento muy afligido. No soy el mismo que llegó por primera vez a China. Cuando recién llegué a China, mi alma ardía al ver a tantos hombres que no habían sido salvos. Día y noche oraba de todo corazón para que Dios enviara obreros de Inglaterra y Estados Unidos. Por años, he sentido amor por las almas de estos hombres, he orado con todo mi ser y he laborado diligentemente. Pero hay una cosa que se ha desvanecido: ya no siento el mismo entusiasmo como al inicio; estoy perdido. ¿Qué debo hacer?”. Cuando el señor Frost escuchó esta declaración, pensó: “Esto es terrible. El señor Taylor es el líder de la Misión al interior de China. Si él está perdido, esto es verdaderamente terrible”. Así que se dedicó a orar acerca de esto durante dos semanas. En su oración, el señor Frost le pedía a Dios que le mostrara cómo ayudar al señor Taylor. Cierto día, Dios le mostró la manera más clara de hacerlo, así que él buscó al señor Hudson Taylor para preguntarle: “Cuando dejó Inglaterra para venir a China, ¿se consagró usted a Dios?”. El señor Taylor le contestó: “Sí, por supuesto. En aquella ocasión me consagré a Dios”. Entonces el señor Frost le preguntó: “Durante estos últimos años, ¿se ha retractado en algún aspecto de esa consagración?”. El contestó: “No”. También le preguntó: “¿Ha disminuido su amor por las almas?”. El nuevamente respondió: “No”. “¿Ha cambiado su amor por el Señor?”. Nuevamente su respuesta fue: “No”. “¿Se ha enredado con el mundo?”. “No”, fue la respuesta una vez más. “¿Ha menguado su labor con respecto a salvar almas?”. “No”, le contestó el señor Hudson. Entonces el señor Frost le dijo: “Si todo esto es verdad, ¿por qué entonces habrían de preocuparle sus sentimientos? ¿Qué podrían hacer sus sentimientos?”. Este aparente fracaso del señor Hudson Taylor le enseñó una lección al señor Frost, a saber, que no deben importarnos nuestros sentimientos siempre y cuando sea recta la intención de nuestro corazón.

En realidad, no importa si no sentimos deseos de leer la Biblia o si ella no despierta en nosotros interés alguno. Lo que verdaderamente importa es nuestra motivación. ¿Nos hemos propuesto leer la Biblia? Si es así, entonces no importa si nos sentimos aburridos después de leer tres o cinco oraciones. Además, lo que importa es si hemos decidido orar o no. Si no estábamos dispuestos a orar, ¿por qué estamos arrodillados entonces? Una cosa es que sintamos deseos de orar, y otra muy distinta que hayamos decidido orar.

Tal vez cuando testificamos a otros, nos sentimos muy mal después de haberles hablado algunas palabras. Que nos guste o no testificar del Señor es una cosa, y es otra muy distinta el que nos hayamos propuesto hacerlo. ¿Ha cambiado nuestro anhelo por testificar a los demás? ¿Amamos al mundo ahora? ¿Acaso nuestro amor por Dios ha cambiado? Si nuestra motivación no ha cambiado, no importa cómo nos sintamos. Recuerden que la vida fluctuante sólo ocurre en el ámbito de nuestros sentimientos. Pero en lo que respecta a nuestro ser, sólo existe una línea fija, la cual no asciende ni desciende. El verdadero fracaso ocurre cuando nuestro ser interior sufre un cambio o cuando cambian nuestras motivaciones. Si nuestras motivaciones han variado, entonces ciertamente habremos caído o nos habremos degradado. Incluso después de esto, si nos volvemos a levantar, tendremos una recuperación real. Pero si no nos levantamos, realmente no nos recuperaremos. Es decir, que esta clase de recuperación no tiene nada que ver con lo que comúnmente conocemos como altibajos o fluctuaciones en nuestra vida diaria.

Ahora quisiera hablar con respecto a vivir por fe y cómo se manifiesta esto en nuestra experiencia espiritual. Muchos cristianos aún consideran que, en cuanto a su experiencia espiritual, es un serio problema tener que enfrentarse con altibajos. Por ejemplo, cuando escuchan por primera vez acerca de una determinada verdad, se alegran mucho. Pero después que pasan dos o tres días, o dos o tres meses, les parece haber perdido dicha verdad. Tal parece que aquello que recibieron, se ha desvanecido y se ha perdido; obviamente, ellos consideran que esto es muy lamentable. Por este motivo, muchos buenos hermanos suelen preguntar cuál es el curso apropiado que nuestra experiencia espiritual debe seguir. En otras palabras, ellos quieren saber cómo avanzar y progresar espiritualmente. Es acerca de esto que quisiera hablarles.

Supongamos que un creyente primero escucha acerca de cierta verdad, como por ejemplo, acerca de cómo superar nuestro mal carácter o impulsividad, o sino la verdad revelada en Romanos 6:6 acerca de la crucifixión del viejo hombre mediante la muerte del Señor, la cual anula el cuerpo de pecado para que ya no seamos más esclavos del pecado. Al escuchar esto, tal persona se pone muy contenta. Luego, va a su casa y le dice a todo el mundo que de ahora en adelante no volverá a enojarse, pues ha recibido una verdad prevaleciente. A tal persona le parece haber alcanzado la cúspide de una montaña. Quizás piense que ha llegado a la cumbre de dicha experiencia. Si es un esposo, al llegar a su hogar quizás encuentre a su esposa haciendo erradamente esto o aquello. Tal vez la primera o la segunda vez logre contener su enojo, pero posteriormente no podrá contenerse más. A causa de ello, esta persona queda confundida. Pensó que había comprendido tal verdad y que, por ende, no volvería a enojarse. Pero, he aquí, nuevamente ha dado rienda suelta a su ira. ¿Acaso esto implica que la verdad que escuchó no es digna de confianza? Tal pareciera que las circunstancias han agujereado el bote que mantenía a flote tal verdad, y que ahora esta verdad se ha desvanecido. Probablemente dicha persona le suplique a Dios que nuevamente haga real Su palabra para ella, a fin de que pueda vencer una vez más. Así, la próxima vez que tenga que enfrentar una situación problemática, tratará nuevamente de contener su ira y continuará haciendo esto hasta que, finalmente, fracase una vez más. No puede entender por qué tal verdad, que una vez le causó tanto gozo, ahora parece haberse desvanecido. Tales pruebas serán cada vez más severas hasta que dicha persona llegue a pensar que la verdad revelada en Romanos 6:6 no se aplica a ella y, por tanto, se sentirá defraudada. En tales circunstancias, esta persona no ve luz alguna, sino que sólo ve oscuridad. Cuando se sentía en la cumbre de la montaña, era capaz de hablar de cualquier tema. Pero ahora, ya no piensa que tales verdades sean la espada del Espíritu; más bien le parece que son armas de paja, completamente ineficaces en sus manos.

¿Qué significa todo esto? Esta experiencia puede compararse con descender de la cumbre de la montaña y entrar en un túnel. Supongamos que hay tres montañas, y que la montaña del medio es atravesada por un túnel. Cuando nos parezca estar en la cumbre de la primera montaña, Dios nos hará descender hasta el valle, y nos colocará en un medio en el que todo nos parecerá oscuro. Entonces, habremos entrado en el túnel de la segunda montaña. Poco después, Dios nos guiará fuera del túnel, y entonces volveremos a experimentar el gozo que sentimos al estar en la primera montaña. Sólo que entonces ya estaremos en la tercera montaña. La ley que rige nuestro progreso espiritual determina que iremos de las cumbres de las montañas a los túneles, y de los túneles a las cumbres nuevamente. Cada vez que escuchamos acerca de una verdad, creeremos poseerla. Por ejemplo, tal vez yo hable acerca de la enseñanza que el Señor Jesús impartió en los capítulos del 5 al 7 de Mateo, la cual trata acerca de la conducta que corresponde a los cristianos. Después de haber escuchado y recibido tal enseñanza, quizás usted piense que ha alcanzado la cumbre y que se encuentra en la cima del mundo. Pero debe recordar que todavía no ha tomado posesión de tal verdad. Usted nada más siente haberla alcanzado; pero, a los ojos de Dios, usted todavía no la ha alcanzado. Dios ha trazado un camino magnífico; El nos habrá de conducir desde la cumbre de la montaña hasta el valle, y hará que —con respecto a nuestra vida familiar, académica o laboral— tengamos que enfrentar diversas circunstancias. El habrá de ponernos en un lugar oscuro, de tal modo que tengamos que enfrentar una serie de pruebas. El hará que descendamos de las experiencias idealistas de la cumbre, a un túnel oscuro.

Todas las enseñanzas, verdades y sentimientos que usted recibió la primera vez, irán junto con usted al túnel. Entonces usted le dirá a Dios: “¡Oh Dios! No me es posible aferrarme a Tus verdades. Haz que la verdad se aferre de mí”. Cuando escuchamos una verdad por primera vez, pensamos haber tomado posesión de ella y creemos haber aprehendido gran parte de ella. Nos esforzamos al máximo por aferrarnos a tal verdad, comprenderla y ponerla en práctica. Después que decidimos actuar conforme a dicha verdad, Dios nos pondrá a prueba en medios muy diversos, tales como la familia o la escuela. Dios permitirá que los miembros de nuestra familia nos inquieten, que nuestros colegas nos causen problemas y que muchas otras cosas nos sucedan. Entonces veremos cómo aquella verdad de la que una vez nos aferramos, ahora se ha vuelto como de paja y parece haber sido llevada por el viento. Sentiremos que nuestras armas nos han sido confiscadas y que todo se ha perdido. Llegaremos a pensar que Romanos 6:6 no puede aplicarse a nosotros y que, lentamente, hemos dejado de asirnos a tal verdad. Finalmente, nos rendiremos por completo. Esto le dará la oportunidad a Dios de asirnos con Su verdad. No pensemos que esta experiencia “de túnel” habrá de durar sólo dos o tres días, o dos o tres meses; algunas veces suele prolongarse por tres o cinco años. Por lo menos puede prolongarse por uno o dos años.

Mientras experimentamos tales pruebas, tal vez pensemos que todo está perdido. Después de uno o dos días, uno o dos meses, o incluso uno o dos años, habremos olvidado completamente dicha verdad y no estaremos ya asidos de ella. Entonces, Dios nos recordará de aquella verdad que escuchamos una vez, de esa verdad que un tiempo nos llenó de emoción haciéndonos sentir en la cumbre de la montaña. Entonces, una voz nos dirá: “¿Acaso no dice Romanos 6:6 que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo para que el cuerpo de pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos?”. Para entonces Dios ya nos habrá conducido a un punto en el que podemos depositar nuestra fe en dicha verdad. Al comienzo, quizás nos preguntemos: “¿Será esto real? Quizás aún no lo he recibido. Tal vez no lo he comprendido todavía”. Ya no nos atrevemos a ser tan osados como la primera vez, y procuraremos actuar con calma, como si nada hubiera sucedido. Pero en nuestro ser surgirá nuevamente este versículo para recordarnos tal realidad. Entonces, poco a poco, Dios nos recordará que se trata de la palabra de Dios. Entonces nosotros responderemos: “Si bien yo fracaso, la palabra de Dios permanece firme”. Finalmente descubriremos que sí podemos creer en ello. Habremos salido del túnel que atraviesa la segunda montaña y arribado a la cumbre de la tercera montaña. Esta experiencia no producirá los mismos sentimientos que tuvimos en la primera cumbre. Sin la experiencia del túnel, no habríamos podido alcanzar la experiencia de la tercera cumbre. Las tinieblas quedaron atrás, pero las dificultades y pruebas subsisten. No obstante, hemos vencido. La verdad de la que tomamos posesión esta vez, realmente es nuestra. Cuando estábamos en la primera cumbre, aquella verdad que recibimos existía solamente en el ámbito de nuestros sentimientos. Por ello, Dios tiene que despojarnos de la confianza propia que nos embargaba en la primera cumbre. Así, El nos está liberando de llevar una vida inmersa en nuestros sentimientos, para introducirnos en el ámbito de vivir por fe.

La secuencia en la que Dios nos transmite Sus verdades es la siguiente: primero El nos muestra cierta verdad por medio de Sus siervos, por medio de algún libro, o quizás concediéndonos un entendimiento directo al leer la Biblia. Después de darnos tal verdad, El comienza a operar en nuestro ser para crear en nosotros una sensación de que necesitamos dicha verdad. Para ello, El hará que suceda algo en nuestro entorno o habrá de utilizar otros medios. Finalmente descubriremos que, a menos que experimentemos la liberación que trae esta verdad específica, no podremos seguir adelante. Al comienzo, quizás pensemos que por haber comprendido dicha verdad, ésta puede salvarnos. Solamente cuando atravesamos alguna prueba nos damos cuenta que tal verdad aún no nos pertenece. Después de esto, gradualmente olvidamos dicha verdad. Pero en medio de nuestro olvido y oscuridad, el Señor comenzará a operar. Sin que nos demos cuenta, El comenzará a hacer que dicha verdad empiece a formar parte de nuestro ser. Así, cuando salgamos del túnel, descubriremos que aquella verdad que olvidamos durante las horas de oscuridad, ahora nos pertenece.

Muchos creyentes identifican el gozo intenso y el entusiasmo con el hecho de tener poder. Pero tengo que decirles que nuestros sentimientos, llenos de entusiasmo, nos impiden llevar una vida de fe. Por tanto, Dios tiene que despojarnos de todo cuanto hayamos recibido mediante nuestros sentimientos, hasta que queden únicamente Dios y Su palabra. Entonces, El hará que creamos en Sus verdades calmadamente; no habrá entusiasmo ni sentimientos extraordinarios. Creemos, más bien, de una manera “fría”. Cuando logramos esto, somos llevados nuevamente a la cumbre de la montaña. Experimentaremos gozo nuevamente, pero este gozo es diferente del gozo que tuvimos la primera vez. Nuestro primer gozo carecía de fundamento, pero el gozo ahora tiene un fundamento sólido. Esta vez, Dios ha logrado que experimentemos una verdadera victoria, diferente de aquella primera victoria idealista, porque ahora hemos pasado por el túnel.

Es importante recordar que cuando un creyente desea obtener cierta experiencia espiritual, tiene que pasar primero por la prueba del túnel antes de que realmente posea algo. Cuando usted recibe una verdad nueva, está muy contento. Pero tiene que ser cuidadoso, porque inmediatamente después de esto hay un túnel aguardándolo. Si no se ha dado cuenta de este hecho y en lugar de ello comienza a dudar de la fidelidad de la Palabra de Dios, entonces correrá peligro. Muchos cristianos, debido a que no conocen este principio, nunca salen del túnel. El objetivo de Dios es despojarnos de los sentimientos externos y de todas nuestras “muletillas”, de modo que Su palabra nos posea y seamos fortalecidos por medio de la fe. Hermanos, antes de que tomemos posesión de una verdad, es imprescindible que pasemos por el túnel. Sólo después de haber tenido tal experiencia, la experiencia del túnel, habremos poseído dicha verdad. Los sentimientos que tuvimos en la primera cumbre no son dignos de confianza. Sólo después de pasar por el túnel hemos de poseer la verdad. Esto se cumple con cualquier clase de verdad que queramos hacer nuestra.

Al principio, escuchamos una verdad y la recibimos con gozo. En esta etapa intervienen los maestros, pues ellos comparten tal verdad con nosotros. Pero no pensemos que simplemente por haber escuchado y comprendido tal exposición, dicha verdad ya nos pertenece. Dios tiene que llevarnos de la cumbre al valle y, después, al túnel, antes de que nuevamente podamos ascender a la tercera cumbre. Entonces, tal verdad nos pertenecerá. Hay un peligro en particular con los predicadores. Si ellos alcanzan la primera cumbre, generalmente piensan que han tomado posesión de la verdad y se dedican a proclamarla a los cuatro vientos; y aquellos que los escuchan también piensan haber adquirido dicha verdad. Pero cuando Dios los baja al valle y los conduce al interior del túnel, piensan que lo que escucharon estaba equivocado. En realidad, el error radica en los propios predicadores, pues cuando alcanzan la primera cumbre no deberían apresurarse a compartirlo, ya que todo tiene que ser introducido en el túnel. No podemos determinar el tiempo que tendremos que pasar dentro del túnel; puede ser un tiempo breve o muy prolongado. Pero esa verdad nos pertenecerá sólo después de salir del túnel. Después de haber pasado por esta experiencia, comprenderemos lo que dicha verdad significa realmente. Dios nos conduce por este camino a fin de mostrarnos que el justo vive por la fe y no por sus sentimientos. Al ser introducidos en el túnel, comprendemos que lo único que nos permitirá avanzar es la Palabra de Dios. Los sentimientos no tienen validez; sólo la Palabra de Dios cuenta. Una vez que hayamos atravesado el túnel, tal verdad será nuestra. Cuando Dios nos introduce en el túnel, pensamos haber perdido la verdad. Pero en realidad, Dios está haciendo que esa verdad, recibida sólo en nuestra parte emotiva, llegue a ser una experiencia real en nosotros por medio de la prueba del túnel. En otras palabras, cuando estamos en el túnel, realmente llegamos a poseer dicha verdad.

Permítanme ahora relatarles una historia a manera de ilustración. Tengo un amigo que es muy buen poeta. Un día, él visitó el taller de alfarería para ver cómo se fabricaban las piezas de cerámica. Vio a muchas personas haciendo vasijas de barro, puliéndolas y pintando en ellas flores y letras. Al final, las vasijas eran puestas en el horno donde se cocían. Mi amigo meditó acerca del dolor que las vasijas tenían que soportar en el horno y se preguntaba si tal sufrimiento era realmente necesario, puesto que una vasija que no ha pasado por el fuego tiene la misma apariencia que aquella que sí lo ha hecho. Sin embargo, internamente son muy diferentes. Una vasija que ha pasado por el fuego es capaz de contener agua y flores, mientras que aquella que no ha pasado por el fuego se disuelve al entrar en contacto con el agua. Por tanto, es imprescindible que la vasija pase por el horno. Mi amigo también notó que muchas vasijas fueron introducidas al horno, pero solamente un tercio de ellas salía del horno sin haber sufrido daño. El regresó a su casa muy impresionado por lo que había visto y luego escribió un poema basado en las palabras de Pedro acerca del “fuego de tribulación” (1 P. 4:12). En ese poema, él se describió metafóricamente como un vaso, en el cual se habían pintado flores, letras y colores. Era un vaso hermoso, pero no podía soportar el roce de una mano ni unas gotas de agua. Si no pasaba por el fuego, nada en él podía ser sólido ni firme. En realidad, no le quedaba otra opción sino entrar en el horno. Dentro del horno había quejas y llanto, pero él tenía que pasar por este sufrimiento a fin de poseer aquella belleza que perdura. En el momento preciso, él emergería del horno y, entonces, no sólo adquiriría belleza externamente, sino que, además, poseería firmeza interna. Todas las figuras y letras que habían sido grabadas en él, habían llegado a formar parte de él; todas ellas le pertenecían y no podían serle quitadas ni podían ser borradas nunca más. Ahora, él estaba listo para ser presentado delante de cualquiera, incluso delante de un rey.

Nuestra experiencia con respecto a la adquisición de una verdad es parecida a la experiencia del vaso de porcelana. Cuando las flores y las letras son pintadas en nosotros por primera vez, pensamos que todo está bien. Pero no podemos soportar que se nos toque y seríamos arruinados al ser lavados. Aún no hemos tomado plena posesión de la verdad, sino que sólo la hemos comprendido con nuestra mente y estamos emocionados al respecto. Nos regocijamos prematuramente. Debemos recordar que siempre que atravesamos alguna prueba, es con el fin de ser ayudados a poseer la verdad que hemos escuchado. Supongamos que hemos escuchado la verdad acerca de ser pacientes. Entonces, nos sobrevendrá una prueba con el fin de causarnos impaciencia. Así, la prueba a la que habremos de enfrentarnos nos pondrá en una situación completamente contraria a la verdad que hemos recibido en nuestra parte emotiva. Dios desea que pasemos por el fuego del horno. Muchos entran al horno y no vuelven a salir. Pero si pasamos por el fuego y salimos de él, lo que hayamos adquirido será firme. Entonces estaremos nuevamente en la cumbre. La verdad que habíamos recibido anteriormente era inútil; pero ahora, la verdad que poseemos es muy útil. La espada que anteriormente habíamos adquirido, no podía ser usada para pelear; pero la espada que ahora poseemos, sí puede ser usada en el combate. Anteriormente sólo teníamos una apariencia externa y agradable a la vista; pero ahora poseemos algo muy sólido en nuestro interior. Anteriormente, estábamos en la esfera de nuestra mente y emociones; pero ahora hemos adquirido algo verdadero.

Cuando escuchamos por primera vez una verdad, nos vamos a casa regocijándonos. Pero a esto le siguen las pruebas. Tenemos que pasar por el fuego. He aquí la diferencia entre los que son fieles y los que no lo son. No es suficiente pintar el vaso con colores hermosos a fin de hacerlo agradable a la vista; el vaso tiene que ser pasado por fuego y salir de allí, a fin de poder ser útil. Lo que hemos recibido en nuestra parte emotiva solamente, ante Dios carece de toda utilidad. Tenemos que pasar por el fuego y ser despojados de todo lo externo antes de poder recibir algo real. Cuando recibimos una nueva verdad y nos sentimos felices por ello, no debiéramos pensar que ya poseemos dicha verdad. En el túnel todo es oscuro y no hay luz en absoluto. Pero no por ello debemos pensar que hemos perdido la verdad que recibimos inicialmente. Antes bien, tenemos que darnos cuenta que al pasar por todo esto, verdaderamente habremos de adquirir tal verdad. Dios se ha propuesto librarnos de llevar una vida regida por nuestras emociones, y enseñarnos a vivir por fe. Hay un solo principio detrás de todo esto: que el justo vivirá por la fe y no por los sentimientos. El principio que rige toda experiencia espiritual es siempre el mismo, a saber: primero sentimos gozo en la primera cumbre, luego experimentamos el túnel, y finalmente sentimos el gozo genuino en la tercera cumbre. Después de esto, habremos obtenido algo real.

¿Por qué Dios siempre nos hace sentir gozosos en la primera cumbre, al inicio de nuestra experiencia espiritual? El tiene un propósito para ello. Si no gustamos de la verdad, no la recibiremos. Madame Guyón dijo que Dios siempre nos permite gustar del gozo que trae toda nueva verdad, de modo que nos aferremos a ella, aun mientras atravesamos el túnel. Cuando hayamos pasado la prueba y salgamos del túnel, disfrutaremos plenamente del gozo que tal verdad proporciona. Primero, recibimos un anticipo; pero después de la prueba, experimentamos un gozo pleno y sin restricciones.

Ahora podemos ver el recorrido que todo cristiano debe seguir. No es posible poseer una verdad sin pasar por la prueba del túnel. Puesto que nuestros sentimientos no son de fiar, debemos tomar la fe como único principio. Dios nos despoja de nuestros sentimientos para que tengamos la oportunidad de confiar en El. Si no somos liberados de nuestros sentimientos, no confiaremos en Dios.

Algunos hermanos han preguntado: “¿Por qué aquella verdad que creemos haber recibido en la primera cumbre —la verdad con la que fuimos impresionados en nuestra parte emotiva—, no es de fiar? ¿Por qué tenemos que pasar por la experiencia del túnel antes de que la verdad que poseemos sea confiable? ¿Qué relación tiene esto con nuestros sentimientos?”. La razón para ello es que cuando sentimos el gozo correspondiente a la primera cumbre, al comprender cierta verdad, pensamos que ya lo hemos obtenido todo y que todo es nuestro; pero en realidad, aún no poseemos nada. Dios nos pone en el túnel a fin de que la verdad en cuestión llegue a ser realmente nuestra. Cuando entramos al túnel todo está oscuro y no hayamos dónde apoyarnos. Tal parece que la Palabra de Dios no se cumple, y no sabemos por qué. Pareciera que la Palabra de Dios, Sus promesas y los hechos consumados por El, son todos ineficaces. Pareciera que fuimos engañados por nuestros sentimientos, y que ahora, según nuestros sentimientos, todo está perdido. Pero después de cierto tiempo, la verdad regresa a buscarnos. A pesar de que, conforme a nuestras circunstancias, no sentimos nada, la verdad nos parece más real y nos es más fácil depositar nuestra fe en ella. Lo que sucede es que Dios nos libera de aquello que, según nuestros propios sentimientos, pensábamos poseer y comprender; Dios hace esto a fin de que podamos poseer y comprender tal verdad. Andrew Murray dijo una vez que el Espíritu Santo nos explica la Palabra de Dios. Yo quisiera añadir algo más: únicamente el Espíritu Santo nos puede explicar la Palabra de Dios. Por ejemplo, todas las noches nos reunimos para estudiar la Biblia. Aun cuando hayamos leído cada versículo y hecho la correspondiente exposición, eso no tiene valor alguno; tenemos que olvidar estas cosas y permitir que se pierdan en el interior del túnel antes de que pueda darse un verdadero comienzo en fe. El Espíritu Santo tiene que explicarnos estas mismas cosas una segunda vez. Todo aquello que pensamos entender, lo hemos comprendido apenas en el ámbito de nuestros sentimientos. Nos falta pasar a través del túnel. Solamente la experiencia ganada en el túnel es real. Así lo determina el principio de la fe.