Watchman Nee Libro Book cap.10 El ministerio de la palabra de Dios
LA BASE DEL MINISTERIO
SECCIÓN TRES
EL MINISTERIO
CAPÍTULO DIEZ
LA BASE DEL MINISTERIO
Ya discutimos los temas de la persona, el ministro y la Palabra del Señor. Dirijamos ahora nuestra atención al ministerio en sí.
Dijimos que el mensaje de Dios, expresado por el ministerio de la palabra del Antiguo Testamento al igual que por el ministerio de la palabra del Nuevo Testamento, contiene elementos humanos. Pero existe un peligro: si la persona no tiene oídos ni lengua de “sabios” (Is. 50:4), se proyectará a sí misma al anunciar la Palabra de Dios. Si no ha sido disciplinada ni amoldada por la obra del Espíritu Santo, le será fácil inyectar sus propios pensamientos y sentimientos en la palabra de Dios. Cuando esto ocurre, la palabra de Dios es contaminada por el hombre. ¡Qué peligro tan grande muestra esta situación! Por tanto, a fin de que el ministerio de la Palabra sea puro, Dios tiene que obrar en la persona; el hombre exterior debe ser quebrantado. El ministro de la palabra de Dios tiene que estar bajo una restricción severa y bajo la disciplina divina. Si la persona no está bajo el control de Dios, perjudicará la palabra de Dios.
Necesitamos que el Espíritu Santo no sólo efectúe en nosotros una obra de quebrantamiento, sino también de constitución. El Espíritu Santo no sólo debe disciplinarnos por medio de la cruz para eliminar en nosotros todo elemento indeseable, sino que Dios tiene que forjar la vida del Señor Jesús en nosotros. En el caso de Pablo, el Espíritu Santo forjó a Cristo en él, de manera que al cambiarle la constitución dejó de ser lo que era antes de su regeneración. El cambio que experimentó Pablo no ocurrió en su carne, sino que fue el resultado de lo que el Espíritu Santo forjó en él. Cuando Pablo hablaba, el Espíritu de Dios hablaba. El se mantenía en un plano superior; tan elevado que sus palabras se convirtieron en las del Señor. El dijo: “…Mando, no yo, sino el Señor” (1 Co. 7:10). En esto consiste el ministerio. He aquí un hombre que era ministro de la Palabra. Sus elementos humanos habían sido completamente quebrantados por el Señor a tal grado que al añadirlos a la palabra de Dios, no la contaminaban. No sólo no la dañaban sino que la perfeccionaban. La palabra de Dios seguía siendo la palabra de Dios. El Espíritu Santo puede obrar en una persona de tal manera que cuando ella se pone de pie para hablar, otros perciben que es el Señor el que habla. Vemos aquí a una persona a quien se le había dado completa libertad de expresar sus propias palabras. No obstante, debido a que el Espíritu Santo había hecho una obra de constitución tan profunda en él, cuando hablaba, Dios hablaba, cuando juzgaba, Dios juzgaba, cuando aprobaba o desaprobaba, Dios aprobaba o desaprobaba. Este es el resultado de la obra profunda que el Espíritu Santo hace en una persona.
Anteriormente hablamos de la Palabra de Dios y vimos que hay dos asuntos cruciales con relación a ella. En primer lugar, vimos que todas las revelaciones tienen su base en revelaciones anteriores. La proclamación de la Palabra en el Nuevo Testamento se basa en la proclamación de la Palabra en el Antiguo Testamento. El ministerio de la Palabra hoy se basa en el ministerio de la Palabra expresado antes. Todas las revelaciones que Dios da ahora, están basadas en las revelaciones que dio en el Antiguo Testamento y en el Nuevo. Por consiguiente, la Biblia es la base de todo mensaje. Dios no agrega nada nuevo o independiente; El habla por medio de lo que ya comunicó y comunica Su luz mediante la luz que ya dio. El no da una luz independiente ni trae revelaciones independientes, sino que da Sus revelaciones mediante las que ya fueron dadas. En segundo lugar, vimos que para ser un ministro de la Palabra, el hombre no puede basar su mensaje exclusivamente en la Palabra de Dios, es decir en la Biblia sola. La persona tiene que tocar a Cristo de manera fundamental por lo menos una vez. Debe tener una revelación fundamental para ejercer el ministerio de la Palabra. Estas dos afirmaciones no se contradicen. El ministerio de hoy se basa en el ministerio de la Palabra del pasado. El Nuevo Testamento se apoya en el Antiguo. Además todos los ministros de la Palabra necesitan primero tener un encuentro con el Señor independientemente de la Escritura y recibir la revelación de Cristo, a fin de poder usar la Escritura como base para el ministerio. No debemos olvidar esto. Uno no debe suponer que puede hablar por Dios sólo porque tiene una Biblia y la puede usar. La persona necesita recibir una revelación fundamental de parte de Dios a fin de poder servir como ministro de las palabras de la Biblia. Debe tener un encuentro fundamental con Cristo para poder citar las Escrituras.
TODA REVELACIÓN PRODUCE UNA OCASIÓN PARA MINISTRAR
Al hablar del ministerio, debemos comprender que existen dos clases de revelaciones. La primera es una revelación básica que se recibe una sola vez. La otra es una revelación detallada y gradual. La revelación acerca de Cristo que recibimos es básica. Pablo recibió esta revelación. Al recibirla, encontraremos lo que ya vimos del Señor cuando abramos la Biblia. Esta clase de descubrimiento se basa en la visión y el conocimiento iniciales acerca del Señor. Primero tenemos que postrarnos delante de El y reconocer que nada de lo que sabíamos antes puede permanecer ante Su presencia. Incluso nuestro arduo servicio a Dios, igual que los esfuerzos de Saulo, tiene que ser excluido. Debemos recordar que Saulo cayó en tierra. El no cayó debido a sus pecados; su caída estaba relacionada con su obra. El no se había descarriado, pues estaba lleno de celo. Este era un hombre que conocía la ley, era versado en el Antiguo Testamento y tenía más celo que los demás fariseos, a tal grado que podía centrar su actividad en un solo fin. Cuando determinó perseguir a la iglesia, hizo todo lo que estaba a su alcance por destruirla. Debido a que pensaba que así servía a Dios, se entregó a ello incondicionalmente. Aunque estaba engañado, su celo era auténtico. Cuando fue iluminado y cayó a tierra, comprendió que perseguía al Señor, en lugar de servirle.
Muchas personas, pese a que son salvas, están tan ciegas como lo estaba Saulo con relación a su obra y servicio; piensan que sirven a Dios. Pero un día el Señor hace resplandecer Su luz sobre ellas, y claman desde su interior: “¿Señor, qué quieres que yo haga?” Me temo que muchas personas nunca han hecho esta pregunta en toda su vida y nunca han sido conmovidas por el Espíritu Santo ni una sola vez para llamar a Jesús “Señor”. La manera en que muchos dicen “Señor” es semejante a la de las personas mencionadas en Mateo 7:21, quienes no invocaban al Señor Jesús según 1 Corintios 12:3. Este es el caso en que una persona confiesa por primera vez a Jesús de Nazaret como Señor. Por primera vez, dice: “¿Qué haré, Señor?” (Hch. 22:10). Pablo había hecho muchas cosas en el pasado. Pero aquí él pregunta: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Esto implica que estaba descendiendo de su obra, de su celo y de su propia justicia. El recibió una revelación básica, y la Biblia llegó a ser un libro nuevo y abierto para él.
Muchas personas sólo pueden leer la Biblia con un maestro al lado; sólo pueden entenderla apoyadas en libros de consulta. No tienen el entendimiento de la Biblia que viene como resultado de un encuentro con el Señor. Lo asombroso es que cuando alguien se encuentra con el Señor y es iluminado, la Biblia inmediatamente se convierte en un libro nuevo para él. Un hermano dijo en cierta ocasión: “Cuando el Señor hace resplandecer Su luz sobre mí, lo que recibo en un instante es suficiente para predicar por todo un mes”. Esa es la voz de la experiencia. Necesitamos tener la revelación básica con la cual el Señor deja una profunda impresión en nosotros. Tal revelación nos guiará a muchas otras revelaciones que harán que abramos nuestro ser a la Palabra de Dios. Al recibir la revelación básica, nuestra lectura de la Biblia se convierte en un descubrimiento. Encontraremos que Dios nos habla en muchos pasajes. Un pasaje nos ayudará a conocer al Señor, y otro nos aclarará cosas relacionadas con El. Día tras día y pasaje tras pasaje, acumularemos muchas revelaciones. Al servir a los demás con esta clase de revelación, tenemos un ministerio.
El ministerio se basa en las palabras que uno recibe de Dios. Al tener un encuentro con Cristo, podemos servir a la iglesia con el Cristo que conocemos. Para poder servir, necesitamos una revelación fresca. El ministerio requiere que veamos algo delante de Dios. Dios nos presenta algo de una manera nueva y fresca, y nosotros lo presentamos a la iglesia. Ya dijimos que existen dos clases de revelaciones. La primera es básica y se recibe una vez por todas, y la segunda es detallada y suplementaria, y se recibe repetidas veces. Si no tenemos la revelación básica, no podremos tener revelaciones continuas. Necesitamos tener la revelación básica a fin de que nuestra persona, nuestro espíritu y nuestro conocimiento del Señor y de la Biblia puedan ser útiles. Esto no significa que podamos ser ministros de la palabra inmediatamente. La revelación básica nos hace aptos para ser ministros, pero el comienzo práctico de nuestro servicio tiene que ir acompañado de las revelaciones que recibimos continuamente.
El ministerio se basa en un conocimiento y una revelación básicas. Sin embargo, cuando Dios desea que digamos algo, debemos recibir una revelación fresca pertinente a ese mensaje específico. El ministro de la Palabra de Dios no debe suponer que puede predicar simplemente por haber recibido una revelación en cierta ocasión. Cada vez que se necesite el ministerio de la Palabra y que alguien comparta algo de la Biblia, es necesaria una revelación fresca y específica. Para ejercer el ministerio necesitamos una nueva revelación cada vez que sirvamos y prediquemos. Uno no puede recibir una revelación y vivir de ella toda la vida. La revelación básica ensancha nuestra capacidad de recibir las revelaciones progresivas subsecuentes. La primera revelación trae consigo las demás. Sin la revelación básica, no pueden venir las demás. Pero aun cuando tenemos la revelación básica, necesitamos más revelaciones. Así como dependemos del Señor momento a momento para nuestra vida, nuestra obra debe seguir el mismo principio. Cada revelación produce una ocasión para ministrar; aún así, la persona necesita revelaciones múltiples para poder ministrar en las diferentes ocasiones.
Debemos recordar que cada revelación nos da la oportunidad de ejercer nuestro ministerio. Es imposible tener una revelación con la cual podamos ministrar en más de una ocasión. Una revelación sólo se aplica para que ministremos la palabra una vez. Todas las revelaciones subsiguientes se edifican sobre la primera. Sin la revelación básica, es imposible recibir revelaciones subsiguientes.
Estos asuntos básicos deben ser establecidos para poder ser un ministro de la Palabra de Dios. Las revelaciones deben ser progresivas, y cada una debe edificarse sobre la anterior. Una revelación puede sostener el ministerio una sola vez, pero no para siempre, ya que rinde su servicio una sola vez. Es inútil que una persona prepare varios sermones y luego intente usarlos cuando la ocasión así lo pida. No se trata de estar familiarizados con cierto sermón y luego predicarlo por todas partes. Debemos recordar que no anunciamos nuestras palabras sino la Palabra de Dios. Puede ser que uno conozca bien cierto mensaje y que hasta lo haya memorizado, pero a fin de ministrar la Palabra de Dios, uno tiene que recibir un mensaje de parte de El. Uno necesita revelaciones continuas a fin de ministrar continuamente. Cada revelación nos equipará para cumplir el ministerio una sola vez.
LA REVELACIÓN CULTIVA LO ESPIRITUAL
Cuando uno recibe la revelación básica por primera vez, se da cuenta de que la Biblia es un libro vivo. Quizá veamos que Cristo es nuestra santidad, teniendo en cuenta que el énfasis está en la palabra es. Cristo es nuestra santidad; el asunto no es que Cristo nos haga santos, ni que nos otorgue Su santidad, sino que El llegue a ser nuestra santidad. Nuestros ojos son abiertos para ver que nuestra santidad no es una obra sino Cristo mismo. Nuestra santidad es una persona, de la misma manera que nuestra justicia es una persona. Nuestra justicia no es la suma de cincuenta o más buenas acciones que uno hace, pues Cristo mismo es nuestra justicia. Dios hizo que Cristo fuese nuestra justicia. Nuestra justicia es una persona. Esta es una revelación básica y una gloriosa visión. El es nuestra santidad y nuestra justicia. A los dos meses de haber recibido esta revelación, es posible que surja la necesidad y tengamos que ejercer el ministerio de la Palabra. En tal caso debemos decirles a los hermanos y hermanas que Cristo es su santidad, y debemos mostrarles la diferencia que existe entre tener la santidad como una virtud y tenerla como una persona. Recordemos que no podemos depender de la revelación que recibimos hace dos meses. Debemos preguntarle al Señor nuevamente qué debemos decir. Sólo después de que el Señor nos haya mostrado la necesidad de anunciar este mismo mensaje, podremos desempeñar el ministerio de la Palabra. Cada vez que Dios desee que anunciemos este mensaje, El hará resplandecer Su luz nuevamente sobre la revelación que recibimos. Debemos ver la misma verdad nuevamente, y la debemos ver como nunca antes; debe llegar a ser nueva para nosotros. Somos iluminados interiormente y vemos lo que significa que Cristo sea nuestra santidad. Cuando esto ocurre, podemos anunciarles a los hermanos y hermanas que Cristo es la santidad.
¿Qué es una revelación? Es una visión de lo que Cristo es. La Biblia está llena de Cristo, y la revelación nos permite ver todo lo que se encuentra en El. Cristo es nuestra santidad; este hecho se halla en la Biblia. Pero la primera vez que lo vemos es nuevo para nosotros. Cuando alguien ve algo por revelación, aquello es absolutamente nuevo y parece que nada en el mundo es tan nuevo. Se convierte en algo que vibra con el poder de la vida y que está lleno de frescura. La revelación siempre es fresca y hace nuevas las cosas viejas.
Observemos que la revelación no sólo hace que la letra cobre vida, que las cosas viejas se vuelvan nuevas y que lo que es objetivo se convierta en algo personal; más aún, hace que aquello que ya experimentamos se renueve una vez más. Una revelación básica hace que las cosas objetivas que están en Cristo sean aplicables al hombre. Antes de que una persona reciba esta revelación básica, todo lo relacionado con Cristo es objetivo y teórico, pero cuando recibe revelación, todo ello se vuelve aplicable. Esto no significa que una vez que algo le es revelado, todo termina allí, ni que esa revelación será suficiente como suministro por el resto de su vida. Aun si ya recibimos revelación, necesitamos recibir una revelación fresca de parte de Dios cada vez que ministremos la palabra e impartamos a Cristo en los demás, a fin de que las cosas viejas puedan renovarse.
Recordemos que las cosas espirituales tienen que ser cultivadas en el ámbito de la revelación. Dios desea que todo lo pertinente a Cristo esté vivo en nosotros y que todo ello sea cultivado por medio de la revelación, pues ésta puede hacer que las cosas antiguas estén vivas continuamente en nosotros. Si la revelación está ausente, las cosas espirituales carecerán de vitalidad. Tal vez pensemos que por haber visto algo en el pasado, esta visión nos hace aptos para decir algo hoy, pero descubrimos que no logramos impartir nada. Esto mismo se aplica en cuanto a la predicación del evangelio. Es fácil recordar que el Señor es el Salvador y que nuestros pecados fueron perdonados. En ocasiones percibimos algo al predicar el evangelio, mientras que en otras, cuanto más hablamos, menos confianza tenemos; nos sentimos completamente secos. Esto claramente muestra que en el primer caso hablamos basados en la revelación, y que en el segundo lo hicimos sin ella. Sólo aquello que se mantiene en el ámbito de la revelación es vital, fresco, potente y vigoroso. Necesitamos tener presente que las cosas espirituales pierden su vitalidad en el momento en que se separan de la revelación.
Hoy al ministrar la Palabra, no debemos depender de nuestra memoria. No debemos pensar que tenemos libertad de repetir las mismas cosas simplemente porque nuestras experiencias pasadas y lo que dijimos en el pasado permanece intacto en nuestra mente. Aunque aquello produjo resultados la primera vez, no funciona en esta ocasión. Tal vez repitamos lo mismo, pero luego sentimos que algo estuvo mal, que lo que dijimos no estuvo bien. De hecho, nos sentimos lejos de lo que estábamos hablando y no tocamos el meollo del asunto. La revelación es muy diferente a la enseñanza. El hombre por lo general tiene el concepto erróneo de que debe enseñar. Tenemos que ver que la doctrina y la enseñanza son inútiles por sí solas. No pensemos que lo único que importa es hablar. Puede ser que hablemos y que otros aprecien nuestro mensaje, pero en realidad nosotros somos nuestro propio juez, ya que en nuestro interior sabemos que algo está mal. Tengamos presente que muchas personas reciben ayuda sin saber lo que sucede en verdad. No debemos felicitarnos a nosotros mismos simplemente porque otros hayan recibido ayuda. Puede ser que algunos digan que recibieron ayuda, pero en realidad no han recibido nada. Nosotros sabemos en nuestro interior si nuestras palabras fueron equilibradas o se desviaron, si fueron viejas o nuevas, muertas o llenas de vida. Si al hablar contamos con la revelación del Señor, y la misericordia de Dios está sobre nosotros, tocaremos la realidad y no tendremos la sensación de habernos desviado. Iremos al grano, y lo que digamos estará lleno de vida para nosotros. Mientras tengamos la certeza de que lo que comunicamos está vivo, todo está bien. Recordemos siempre que necesitamos una revelación fresca de parte de Dios cada vez que ministramos la Palabra. En esto consiste tener el ministerio de la Palabra.
En 1 Corintios se habla de profetizar. Todos los profetas pueden profetizar y hablar, pero “si algo le es revelado a otro que está sentado, calle el primero” (v. 30). Supongamos que hay un grupo de profetas y uno de ellos tiene un mensaje que dar. Mientras habla, otro profeta recibe una revelación. Este le dice a aquél: “Hermano, permíteme hablar”. El primero debe permitírselo, porque la revelación del segundo es más fresca; la vida y el poder de éste son más intensos. Es por eso que se le debe permitir hablar. Aunque todos son profetas, el último en recibir revelación es el más lleno de vida. Es posible que ese día en particular, nadie más tenga nada que decir; sólo este hermano conoce dicha palabra porque él tiene la revelación. Por tanto, los demás deben permitir que quien tiene la revelación se ponga de pie y hable. Nuestro servicio en el ministerio de la Palabra está basado en las revelaciones que recibimos continuamente. Si éste no es el caso, no podemos servir como ministros de la Palabra.
No debemos suponer que un mensaje que en una ocasión comunicó la palabra de Dios, la contendrá luego, ni que un mensaje que en una ocasión trajo arrepentimiento siempre lo traerá. Esto es imposible. Comunicar el mismo mensaje y de la misma manera no garantiza que se producirá el mismo resultado. Sólo la misma unción producirá el mismo resultado. Sólo la misma revelación producirá la misma luz. Las mismas palabras no producirán la misma luz. ¡Cuán fácil es que algo espiritual muera en uno! Lo espiritual fácilmente se vuelve tan muerto en uno como el agua cuando se estanca. Comunicar el mismo mensaje que se dio tres años antes no significa que se tenga la misma luz de aquel entonces. Hoy necesitamos recibir la misma revelación que tuvimos en ese entonces, pues sólo así podemos predicar el mismo mensaje que predicamos en aquella ocasión. El ministerio no depende de las palabras que hayamos usado en el pasado, sino de la revelación que recibimos en el presente.
El mayor problema que tiene la iglesia hoy es que muchas personas piensan que tienen muchos mensajes para dar. Piensan que si repiten el mismo mensaje, obtendrán el mismo resultado, lo cual es imposible. Es un error garrafal prestar más atención a las doctrinas que a las revelaciones. Aun si una persona anunciara con propiedad los mensajes que comunicaron Pablo y Juan, no tendría los mismos resultados, mucho menos si proclama sus propios mensajes. Sólo la misma revelación producirá el mismo resultado; repetir las mismas palabras no lo logrará. Por tanto, el ministerio de la Palabra de Dios no depende de las palabras sino de la revelación. Nosotros no servimos con base en la Palabra sino en la revelación. Debemos recordar que el ministerio de la Palabra de Dios es el ministerio de la palabra revelada. Necesitamos ver la diferencia entre la doctrina y la revelación. Lo que Dios dijo ayer es doctrina; lo que dice hoy es revelación. Lo que nosotros recordamos es doctrina; lo que vemos es revelación.
Sabemos que el ministerio profético tiene aplicación para hoy y para el futuro, mas no incluye el pasado. El ministerio de los profetas revela el deseo que Dios tiene para hoy y para el futuro. Es por esto que la Biblia llama a estos hombres videntes o profetas. Un profeta es un vidente, uno que ve. En el Antiguo Testamento muchos de estos hombres dieron profecías, pero otros no dieron mensajes proféticos en realidad, sino que proclamaron la voluntad de Dios para sus contemporáneos. Cuando Natán fue a David, predijo algo acerca de la futura esposa y los futuros hijos de éste, pero principalmente expresó el pensamiento y el deseo de Dios con respecto a ciertas cosas que acontecían en esos días (cfr. 2 S. 12:7-15). En el Antiguo Testamento la expresión más elevada del ministerio de la Palabra de Dios era la profecía y la predicación de los profetas. Si alguien quiere ser ministro de la Palabra de Dios y desea tener el ministerio más elevado, tiene que saber lo que Dios desea hoy y lo que desea para el futuro. Debe contar con la revelación actual de Dios. No puede quedarse en las palabras antiguas ni siquiera en mensajes recientes. Lo único que pueden hacer muchas personas es asirse a lo que vieron en años o días pasados, pues no tienen una revelación actual; por lo tanto, no pueden ser ministros de la Palabra.
DOS ESFERAS DIFERENTES
Debemos comprender que existen dos esferas diferentes. Una de ellas es la doctrina, en la cual el hombre sólo necesita transmitir a los demás lo que aprendió en sus estudios, en los libros y oyendo a los expositores de la Biblia. Lo único que se necesita es un poco de trabajo, preparación y elocuencia. La otra esfera es la revelación, en la cual la persona no puede hacer nada a menos que reciba revelación de parte de Dios. Necesitamos ver que en el ministerio de la Palabra de Dios, la persona que no tiene revelación de Dios es incompetente. Si Dios no le habla, es imposible hacer que algo salga de nuestra boca. Si no nos da Su revelación, no sabemos qué hacer. Una vez que Dios nos da revelación, tenemos el ministerio; si no nos la da, no lo tenemos. Nuestro ministerio está basado en las revelaciones específicas. Tenemos que estar unidos a Dios en esta esfera. Necesitamos acudir al Señor, pues si no lo hacemos, no podemos estar frente a los hombres para predicar. En la otra esfera podemos usar lo que memorizamos, aprendimos o hablamos el mes anterior o la semana pasada. Allí la persona puede actuar; puede recurrir a sus métodos. Todo lo que necesita es la memoria, la preparación y la elocuencia. Pero en la esfera de la revelación, nadie puede ser ministro de la Palabra a menos que Dios actúe. Todos los que han aprendido esta lección pueden discernir esto. Dondequiera que van, saben en qué esfera se encuentra una persona cuando habla.
Algunos hermanos cometen el error fundamental de pensar que la elocuencia y la inteligencia son requisitos para dar un buen mensaje; piensan que la predicación depende exclusivamente de la elocuencia. Pero la Biblia nos muestra que la predicación depende de la revelación que recibamos del Señor. La predicación que no contiene revelación sólo nutre la mente del hombre; puede estimular sus pensamientos, pero no provee revelación.
Nuestra preocupación debe ser que si no tenemos primero la revelación básica, no podremos recibir las revelaciones subsiguientes. Quienes no cuentan con la revelación básica, tampoco tienen las revelaciones subsiguientes. Incluso si enseñan muchas doctrinas a los demás, no pueden transmitirles revelación. Nosotros sólo podemos producir el fruto de la esfera en la que estemos. Puede ser que un oyente que tenga buena memoria pueda retener un mensaje por varios días, pero después se le olvidará y no le quedará nada. Puede ser que alguien oiga nuestros mensajes, pero nuestras palabras no hacen que el hombre esté consciente del pecado, de la carne ni del hombre natural. Las palabras de cierta esfera sólo pueden producir el fruto de esa misma esfera. El fruto de la esfera externa no consiste sino en una colección de palabras, doctrinas y exposiciones. Los sermones que se propagan en esta esfera sólo producen los frutos de esta esfera. Pero la otra esfera es diferente. Cuando alguien que recibió la primera revelación y sigue recibiendo revelaciones continuamente habla, imparte revelación. Sólo la revelación puede producir más revelación, y sólo la luz puede producir más luz. Solamente la Palabra de Dios hace que el Espíritu Santo obre en el hombre. El conocimiento sólo engendra más conocimiento, y la doctrina, más doctrina. De la misma manera, la revelación engendra más revelación.
No basta con comunicar doctrinas ni con presentar revelaciones viejas. ¿Qué son doctrinas? Son revelaciones antiguas. Las palabras de la Biblia fueron vitales en cierta ocasión, pero no lo son necesariamente para todos hoy. Sólo las palabras que el Espíritu Santo ha reiterado son vitales al hombre. Al leer la Biblia, muchas personas sólo tocan las palabras que ésta contiene, no la Palabra que sale de la boca de Dios. Esto no es suficiente; necesitamos que el Espíritu Santo hable una segunda vez. Necesitamos que el Señor nos hable directamente además de lo que ya dijo en la Biblia. Dios tiene que hablarle directamente a una persona a fin de que ésta pueda oír Su palabra. Es posible que de cien personas que escuchen un sermón, sólo dos reciban alguna ayuda. Tal vez Dios sólo les hable a estas dos personas; las otras noventa y ocho no oirán nada. Si el Espíritu Santo no nos habla, las palabras de la Biblia sólo serán doctrinas. Recordemos que todas las revelaciones pasadas sólo son doctrinas. Aunque Dios nos habló y se nos manifestó en cierta ocasión por medio de estas palabras, si no tenemos hoy la unción del Espíritu Santo, estas mismas palabras no serán más que doctrinas y solamente producirán doctrinas, no revelación.
El problema predominante es que las doctrinas pasan de una generación a otra sin que haya revelación. Un creyente no necesariamente produce hijos creyentes. Puede ser que el Espíritu Santo regenere la primera generación y también la segunda, pero que la tercera y la cuarta no sean creyentes. Además, puede suceder que el Espíritu Santo obre en la quinta generación y la regenere. La obra de regeneración es el resultado de la operación del Espíritu Santo. Cuando un hombre engendra un hijo en la carne, sus atributos físicos pasan a la siguiente generación, pero esta transferencia no requiere la acción del Espíritu Santo. La regeneración sí requiere de la obra del Espíritu Santo. Si la obra del Espíritu Santo se detiene, no hay regeneración. Estas son dos cosas diferentes. Transmitir y preservar doctrinas por cientos o miles de años no cuesta mucho. Estas doctrinas producen más doctrinas, y el ciclo continúa. El conocimiento de una persona puede limitarse exclusivamente a las doctrinas. Mientras predica puede ser que doscientas o trescientas personas lo escuchen. Puesto que sólo tiene doctrinas, lo único que sale de él son doctrinas, las cuales pueden pasar de generación a generación. Esto es semejante a engendrar hijos en la esfera física; la persona no necesita la operación del Espíritu Santo para engendrar un hijo. Pero esto no es cierto cuando se trata de la revelación y del ministerio de la Palabra de Dios, el cual requiere la unción del Espíritu Santo cada vez que se ejerza. El Espíritu Santo tiene que operar en el hombre a fin de que éste experimente la salvación. De igual manera, se necesita la revelación del Espíritu Santo para que pueda producirse el ministerio de la Palabra. Tan pronto como el Espíritu detiene Su revelación, la palabra se convierte en doctrina. El Espíritu Santo tiene que operar para que se produzca el ministerio de la Palabra. Si falta la unción, cesan la visión y la revelación y, por ende, no puede existir el ministerio de la Palabra.
Por tanto, tenemos que decirle al Señor: “Señor, no puedo hacer nada con Tu palabra sin antes postrarme delante de Ti y tocarte como aquella mujer que te tocó a pesar de la multitud que te apretaba”. Muchas personas no se dan cuenta cuán incompetentes son en lo que a la Palabra de Dios se refiere. Muchos parecen predicadores profesionales. Pueden decir cualquier cosa; pueden predicar doctrinas, enseñanzas y verdades bíblicas. Pueden hablar cada vez que lo deseen. ¡Esto es demasiado fácil, extremadamente fácil!
El ministerio de la Palabra de Dios está totalmente fuera de nuestro alcance. Recordemos que sólo la operación del Espíritu Santo puede regenerar al hombre. Podemos pasar doctrinas a los demás, pero para poder ser ministros de la palabra, necesitamos contar con la revelación del Espíritu Santo. Tenemos que comprender que esta tarea va más allá de nuestro poder, y le pertenece solamente al Señor. En esta esfera la persona no es libre de predicar cuando quiera. El asunto no es tan sencillo. Dios quiere que haya ministros de Su Palabra en la tierra y quiere ver personas que anuncien Su palabra. Por tanto, éste es el momento de buscar Su rostro. Debemos decirle al Señor: “No puedo hacer nada. No puedo proclamar Tu palabra”. El hombre es totalmente incapaz en este aspecto. Sólo una persona insensata puede sentirse orgullosa, ya que no se da cuenta de que las cosas espirituales nada tienen que ver con el hombre ni sabe que el hombre no puede manejarlas por sí solo. Ni la elocuencia ni el talento natural ni ningún método pueden ayudarle al hombre a tocar el ministerio de la Palabra de Dios, ya que éste pertenece a una esfera diferente, la cual no tiene nada que ver con nosotros.
Hermanos, Dios tiene que llevarnos a un punto en donde veamos la incapacidad del hombre. Nosotros no podemos engendrar ni regenerar a nadie por nuestra propia resolución. Los padres pueden engendrar hijos en la carne, pero no pueden regenerar a nadie. Según este mismo principio, nosotros podemos pasar doctrinas a los demás; podemos contarles lo que dice la Biblia, pero eso no nos constituye ministros de la Palabra de Dios. El ministro de la Palabra de Dios es producido mediante las palabras que salen de la boca de Dios. Si Dios no nos habla, es inútil presentar a los demás lo que dice la Biblia. Dios tiene que hablarnos primero a nosotros a fin de que podamos transmitir Su Palabra a los demás. Esto no depende de nosotros. Muchas personas pueden contar historias y predicar doctrinas, sin siquiera saber qué es la Palabra de Dios. Si Dios nos concede Su misericordia, podremos decirles a los demás lo que Dios nos ha dicho. De lo contrario, no podemos hacer nada. Sólo tenemos la Palabra de Dios en la medida en la que El nos la da, lo cual está totalmente fuera de nuestro control; no hay nada que podamos hacer. Sin embargo eso es lo que Dios desea hacer. El quiere producir el ministerio de la Palabra. El nos escogió para que seamos ministros de Su palabra. Nosotros no podemos serlo por nuestra cuenta. De hecho, no podemos hacer nada. Es por Su misericordia y mediante Su gracia que El nos da Su palabra para que la comuniquemos a los demás. Por consiguiente, necesitamos recibir una revelación básica de parte de Dios. Al mismo tiempo, nuestro espíritu tiene que ser disciplinado por el Señor para estar bajo Su control y tiene que ser disciplinado a tal grado que se mantenga abierto a El para recibir revelaciones frescas. El Señor tiene que disciplinarnos con respecto a nuestra persona y a nuestra obra a tal grado que nos postremos delante de El y le digamos: “Señor, haz Tu propia obra. Si no tienes misericordia de mí, yo no podré hacer nada”.
Necesitamos comprender que el ministerio se basa en la revelación de la Palabra, la cual, a su vez, está basada en la revelación acerca de Cristo. Cuando se trata de las cosas espirituales, de lo relacionado con la Palabra de Dios o con el ministerio de la misma, debemos recordar que no es posible tener un depósito para el futuro. Nadie puede jactarse de lo que tiene, y nadie debe imaginarse que puede seguir trabajando con lo que ya posee. Cada vez que acudimos a Dios, debemos vaciarnos en nuestro espíritu para ser llenos y sobreabundar una vez más. Quien esté conforme no es apto como ministro de la Palabra. El ministerio de la Palabra lleva al ministro a una condición en la cual, tan pronto como comunica la palabra, queda tan vacío como un niño recién nacido. En tal condición, el ministro entra a la presencia de Dios sin saber nada y espera que Dios lo vuelva a llenar y le dé otra infusión de la Palabra y de la revelación. Entonces él derrama la palabra de Dios y la revelación una vez más sobre otros y vuelve a quedar vacío. Necesitamos vaciarnos continuamente. Sólo al ser vaciados, podremos tener el ministerio de la Palabra. En la esfera espiritual, Dios es el que hace todas las cosas; el hombre no puede hacer nada. Nunca debemos pensar que cualquiera puede anunciar la Palabra de Dios. Tomar la Palabra de Dios y servir como ministro es una tarea que va más allá de lo que el hombre puede realizar. Esta obra pertenece a otra esfera. El Espíritu Santo tiene que actuar en nosotros específicamente en cada ocasión. Los seres humanos no podemos hacer nada. Que el Señor tenga misericordia de nosotros, y que podamos ver cuán inútil es el hombre. Que no seamos insensatos, pues cuando el hombre es orgulloso y cuando no ve las cosas espirituales básicas, se vuelve necio.