Watchman Nee Libro Book cap.1 Los hechos, la fe y nuestra experiencia

Watchman Nee Libro Book cap.1 Los hechos, la fe y nuestra experiencia

LOS HECHOS, LA FE Y NUESTRA EXPERIENCIA

CAPÍTULO UNO

LOS HECHOS, LA FE Y NUESTRA EXPERIENCIA

En la era presente de la gracia, todo se efectúa “por gracia” (Ef. 2:8). Que todo sea efectuado por gracia significa que todo es realizado por Dios. El hombre no necesita hacer nada para ser salvo, puesto que, “al que obra no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda” (Ro. 4:4). Debido a que Dios se relaciona con el hombre conforme a la gracia, hay ciertos hechos que debemos reconocer.

LOS HECHOS

Dios ya lo hizo todo a favor del hombre. Debido a que todo ya ha sido realizado, existen ciertos “hechos”, ciertos logros divinos. Y ya que existen tales hechos o realidades vigentes, no es necesario que el hombre haga nada, pues la obra realizada por Dios es completa.

Sin embargo, la gracia de Dios es justa. Por ello, juntamente con los “hechos”, existe la necesidad de la cooperación humana. ¿Qué clase de cooperación es ésta? No consiste en agregar algo a lo que Dios ya realizó, sino en hacer que el hombre tome conciencia de que todo lo que Dios ha efectuado, es real, o sea, que es un hecho. En esto consiste la fe.

LA FE

La fe consiste en reconocer que todo lo que Dios ha dicho y hecho, es una realidad. La fe consiste en aceptar los hechos, esto es, en reconocerlos como hechos.

La fe es un “hacer efectivo” algo. Uso la expresión “hacer efectivo” en el sentido de hacer efectivo un cheque en el banco. Supongamos que alguien le da a usted un cheque. Que el banco tiene el dinero es un hecho. Hacer efectivo ese cheque implica reconocer el hecho de que el banco posee la suma especificada en el cheque. Así pues, se requiere de fe para “hacer efectivo” el cheque. Con fe, uno puede hacer efectivo el cheque y tener el dinero en mano para usarlo. Ahora bien, gastar el dinero equivale a “experimentarlo”. Que contamos con dinero en el banco es un “hecho”, hacer efectivo el cheque representa “la fe”, y “nuestra experiencia” equivale a gastar ese dinero. Según la gracia de Dios, todas las cosas realizadas por Dios en beneficio nuestro, son hechos consumados. No obstante, el hombre aún necesita experimentar estos hechos.

NUESTRA EXPERIENCIA

Experimentar la gracia de Dios consiste en reclamar por fe todos los hechos que Dios ha realizado en beneficio del hombre. Estos hechos ya han sido efectuados por Dios. Así pues, lo que el hombre necesita es fe. Los hechos le corresponden a Dios, mientras que la experiencia le corresponde al hombre. Por tanto, la fe no es sino los hechos divinos convirtiéndose en experiencias humanas. Por tanto, lo que la Biblia nos muestra es simplemente: “los hechos, la fe y nuestra experiencia”.

RESUMEN

Sabemos que el Señor Jesús es el Verbo hecho carne. El es la consumación de todas las virtudes divinas y la suma total de todas las perfecciones. La vida que El llevó es la que Dios mismo llevó, ya que El es Dios. Cristo efectuó nuestra salvación en la cruz. Todos los que aceptan al Señor Jesús sinceramente como su Señor y Salvador, en el momento en que creen, son aceptados por Dios de la misma manera en que El aceptó al Señor Jesús. En ese instante, todas las virtudes divinas y todos los logros del Señor Jesús son impartidos en el creyente. A los ojos de Dios y delante de El, los creyentes son iguales que el Señor Jesús. Es decir, que al ver a cada cristiano, Dios ve a Cristo. Por el hecho de estar unidos a Cristo, los cristianos poseen todo lo que el Señor ha realizado y logrado. Este es el “hecho” que Dios ha otorgado en posesión a los cristianos; este “hecho” fue realizado por Cristo en beneficio de ellos. Este hecho consiste en que, por la unión que existe entre Cristo y Sus creyentes, todo aquello que pertenece a Cristo, ahora pertenece también a los creyentes. Esto fue realizado única y exclusivamente por Dios mismo, y los creyentes no tienen ninguna participación en la realización de tal hecho.

La Biblia muestra este hecho con suma claridad. El escritor del libro de Hebreos se vale de un ejemplo particularmente sencillo para mostrarnos lo realizado por Dios en beneficio nuestro. En Hebreos 9:5-17 se usa el ejemplo de una persona que hace su testamento, para ilustrar aquello que el Señor Jesús hizo por nosotros. Un testamento es la promesa de una “herencia” para los beneficiarios del mismo. Pero antes de que ocurra la muerte del testador, dicho testamento no puede entrar en vigencia. Sin embargo, una vez que esa persona muere, los beneficiarios del testamento pueden recibir la herencia dejada por el autor de dicho testamento. El Señor Jesús as Aquel que hizo el testamento. El ha muerto y, por ende, todo cuanto nos había prometido pasa inmediatamente a estar a nuestro nombre. Este es “el hecho” que nosotros hemos recibido de El. Aun cuando no hayamos tomado posesión inmediata de la herencia, ni disfrutemos de los beneficios y el sostén que la misma provee, aún así, la herencia es ciertamente nuestra; nos pertenece, y ya está a nuestro nombre. Este es un hecho inconmovible. Ahora bien, una cosa es poseer tal herencia, y otra muy distinta es disfrutarla. El “hecho” es que poseemos tal herencia, pero el disfrute de la misma es lo que constituye nuestra “experiencia”. Podemos contar con el hecho de que esta herencia nos pertenece, no debido a nosotros mismos, sino por causa de Aquel que nos ha dejado tal legado. La posesión del hecho viene primero, y el disfrute del mismo viene después.

La enseñanza que se desprende de este ejemplo es muy sencilla. El Señor Jesús ha muerto y nos ha legado toda Su justicia, Sus virtudes divinas, Sus perfecciones, Sus victorias, Su hermosura y mucho más. Por medio de todos estos legados, somos hechos iguales a El delante de Dios, y Dios nos acepta del mismo modo que acepta al propio Señor. Esto es lo que El nos ha legado. Todas estas cosas constituyen hechos para nosotros desde el momento mismo en que llegamos a ser cristianos. En lo que a los hechos concierne, nosotros somos tan perfectos como lo es el Señor Jesús. Pero en lo que a nuestra experiencia se refiere, tal vez esto no sea así. Lo que el “hecho” representa no es otra cosa que la gracia que Dios nos dio y que El logró en beneficio nuestro por medio del Señor Jesús. Esta gracia nos ha sido dada por medio de nuestra unión con el Hijo de Dios. Es posible que tomemos conciencia del hecho de haber heredado o recibido esta herencia, pero que no tengamos la experiencia de disfrutar de dicha herencia. Existe una gran diferencia entre los hechos consumados y nuestra experiencia concreta. Son muchos los creyentes que, según los hechos, son extremadamente ricos debido a que todo lo de Dios les pertenece y que, sin embargo, en cuanto a su experiencia personal, son extremadamente pobres, porque en la práctica no hacen uso de sus riquezas ni las disfrutan. El hijo mayor mencionado en Lucas 15 es un buen ejemplo de esto. En lo que a los hechos concierne, él era el hijo al cual el padre dijo: “Tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (v. 31). Pero en lo que concierne a su experiencia, él le dijo al padre: “Nunca me has dado ni un cabrito para regocijarme con mis amigos” (v. 29). En cuanto a los hechos, él era el hijo de un hombre rico; ésta era su posición. Aún así, era posible que él no hubiera disfrutado ni siquiera de un cabrito. Esta era la condición en la que él se encontraba, es decir, ésta era su experiencia personal.

Debemos entender claramente la diferencia que existe entre los hechos y nuestra experiencia. Se trata de dos aspectos que difieren entre sí. En el primer caso, se trata de lo que Dios ha logrado en beneficio nuestro; es la posición que Dios nos ha dado. En el segundo caso, se trata de lo que nosotros practicamos; es nuestro disfrute de aquello que Dios nos dio. En la actualidad, los creyentes tienden a caer en uno de los dos extremos. Algunos (en realidad, la mayoría) no conocen las riquezas que poseen en el Señor Jesús. Ellos no saben que todo cuanto el Señor Jesús ha logrado ya les pertenece. Así pues, ellos hacen planes e idean estratagemas a fin de obtener la gracia. Ellos procuran realizar toda clase de obras justas por sus propios esfuerzos a fin de cumplir con lo que Dios exige, y así satisfacer las inclinaciones propias de su nueva vida. Hay otros (y no son pocos) que creen entender muy bien lo que es la gracia de Dios. Ellos piensan que el Señor Jesús ya los ha exaltado a una posición incomparable. Así que, ellos se sienten satisfechos y no les interesa poner en práctica, en términos de su propia experiencia, la gracia que recibieron del Señor Jesús. Ambas clases de personas están equivocadas. Aquellos que sólo se fijan en su propia experiencia y olvidan los hechos, están bajo la obligación de la ley. Y aquellos que sólo prestan atención a los hechos y menosprecian su experiencia personal, toman la gracia como una excusa para vivir desenfrenadamente. Por una parte, un cristiano debe comprender, por medio de las Escrituras, cuán elevada es su posición en el Señor Jesús; por otra, debe examinar a la luz de Dios si su andar diario corresponde o no a la gracia de su llamamiento.

Dios nos ha puesto en la posición más elevada. Debido a nuestra unión con el Señor Jesús, poseemos todo cuanto el Señor logró y todas Sus victorias son nuestras. De hecho, ésta es nuestra posición. Ahora, el asunto es cómo experimentar todo lo que el Señor Jesús ha logrado así como todas Sus victorias. Entre el hecho y nuestra experiencia, es decir, antes de que el hecho pase a formar parte de nuestra experiencia, antes de que los logros de Dios formen parte de nuestra práctica diaria, es necesario un paso más: el paso de la fe.

Este paso, el paso de la fe, no es otra cosa que hacer uso de la herencia o administrarla. El Señor nos ha legado un testamento. El ha muerto y ahora ese testamento ha entrado en vigencia. Por tanto, no deberíamos mantener más una actitud indiferente ni despreocupada. En lugar de ello, deberíamos hacer uso de la herencia que hemos recibido, a fin de que disfrutemos, o experimentemos, la bendición de nuestra herencia. Ya somos hijos de Dios. Así que, todo lo que Dios posee es ahora nuestro (1 Co. 3:21-23). No debemos ser como el hijo mayor en la parábola, quien había recibido en vano las promesas, pues no las había disfrutado. Debido a su insensatez e incredulidad, él no se había apropiado de ninguna de las promesas, ni tampoco había hecho uso de las mismas. Por consiguiente, no tenía nada. Si él hubiera pedido, haciendo uso de su derecho como hijo, habría obtenido no sólo un cabrito, ¡sino miles de ellos!

Lo que necesitamos ahora es hacer uso, por fe, de todo lo que Dios nos ha prometido; debemos hacer efectivo por la fe todo lo que Dios ha preparado para nosotros en el Señor Jesús. La persona que ha de recibir una herencia tiene que hacer dos cosas para poder disfrutar y experimentar dicha herencia. Primero, tiene que creer que existe tal herencia. Segundo, tiene que disponerse de todo corazón a administrar dicha herencia. Por supuesto, si alguien no cree que exista tal herencia, no se dispondrá para administrarla. Por tanto, nosotros primero debemos reconocer que verdaderamente Dios hizo que el Señor Jesús fuera nuestra “sabiduría: justicia y santificación y redención” (1 Co. 1:30) y debemos reconocer que todos las victorias y logros obtenidos por el Señor son nuestras victorias y nuestros logros. No creer esto, no sólo nos impediría tener jamás experiencias espirituales, sino que además, ¡estaríamos pecando contra Dios y dudando de Su obra! Segundo, los que son del mundo administran una herencia valiéndose de sus propias fuerzas físicas. Pero nosotros debemos administrar nuestra herencia espiritual con nuestras fuerzas espirituales, esto es, con nuestra fe. Puesto que esta herencia espiritual ya es nuestra, debemos dar un paso más por medio de la fe y “hacer efectiva” nuestra herencia en el Señor Jesús, es decir, hacer uso de ella y administrarla.

En el Antiguo Testamento podemos ver otro ejemplo de la relación que existe entre los hechos, la fe y nuestra experiencia. Vemos este ejemplo en la historia de los israelitas que ingresaron en Canaán. En tiempos antiguos, Dios prometió la tierra de Canaán a los israelitas. El dijo esto a Abraham, a Isaac, a Jacob e incluso a las decenas de millares de personas que salieron de Egipto. Según Dios, la tierra ya les había sido otorgada a los israelitas. Dios les prometió combatir a favor de ellos y les aseguró que vencerían a todos sus enemigos. Era un hecho que Dios ya les había dado a los israelitas tanto el territorio de Canaán como los pueblos que en él habitaban. Si bien este hecho era una realidad, los israelitas aún no lo experimentaban. En cuanto al hecho en sí, la tierra ya les pertenecía; pero en cuanto a su experiencia, ellos aún no poseían ni un solo centímetro de aquel territorio. Es por eso que tuvieron que disponerse a subir y tomar “posesión de ella”, pues podían afirmar: “Más podremos nosotros que ellos” (Nm. 13:30). Sin embargo, debido a su incredulidad, y a pesar del hecho de que Dios ya les había dado la tierra, en términos de su experiencia ellos no fueron capaces de poseerla. Después de otra generación, Dios dijo a Josué: “Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie” (Jos. 1:3). Ellos habrían de poseer, con la planta de sus pies, la tierra que Dios les había dado por heredad. Finalmente, ellos subieron y heredaron la tierra.

Esto nos muestra el secreto para dar sustantividad a la perfección de Cristo. Dios ya nos ha dado todo lo que Cristo “es”, lo que Cristo “tiene” y lo que Cristo “ha realizado”; todo esto ya nos pertenece. Ahora, lo que nosotros tenemos que hacer es experimentar todo lo que El es, lo que El posee y lo que El ha realizado. No hay otra forma de experimentar esto sino comprobando que la tierra de Canaán ciertamente es buena; si cada centímetro de la tierra de Dios es hecho real para nosotros al ser pisada por la planta de nuestros pies, entonces verdaderamente estaremos heredando la tierra que Dios nos dio. Es Dios el que da; nosotros creemos y recibimos. Estos son los hechos, la fe y nuestra experiencia.

DEFINICIONES

Los hechos

Podemos considerar como hechos las promesas de Dios, la redención que El efectuó, las obras realizadas por El y los dones que El otorga gratuitamente.

La fe

La fe se refiere a la manera en que el hombre cree en Dios, confía en Su obra y en Su redención, y reclama las promesas de Dios para sí. La fe, pues, es cierta acción y actitud por medio de la cual los hechos realizados por Dios, vienen a formar parte de la experiencia del hombre.

La experiencia

La experiencia es el vivir apropiado de los creyentes, el cual ellos obtienen al creer en Dios. La experiencia es la expresión de la vida de Cristo, practicada por los creyentes en su vida diaria. Así, la experiencia consiste en que todas las victorias de Cristo y Sus logros llegan a ser reales para nosotros en nuestro vivir. La experiencia es la aplicación concreta, la manifestación y nuestra vivencia cotidiana de los hechos divinos. Todas las historias registradas en la Biblia que relatan las vidas de los santos, pertenecen a esta categoría.

No sólo los maestros bíblicos sino todos los creyentes deben conocer la relación que existe entre los hechos, la fe y la experiencia. De otro modo, estarán confundidos no sólo respecto a sus propias vidas cotidianas, sino también en cuanto a lo que enseñan. Aún más, al leer la Biblia, habrán de encontrar muchas contradicciones y desacuerdos aparentes.

Temo que hasta aquí no les he presentado las enseñanzas bíblicas claramente. Por eso, quiero mostrarles como evidencias de todo lo dicho hasta este punto, algunas de las más importantes verdades en la Biblia.

Los cristianos hemos creído en la muerte vicaria del Señor Jesús y hemos experimentado Su obra redentora. La redención es una experiencia reservada para los pecadores; nosotros los cristianos ya fuimos redimidos. Para nosotros, la redención es una experiencia que pertenece al pasado. Pareciera incluso que ya no necesitamos hablar más al respecto. Sin embargo, a fin de ilustrar mejor la relación que hay entre los hechos, la fe y nuestra experiencia, así como para mostrar la vigencia de estos tres elementos y la importancia que ellos revisten, primero usaré como ejemplo una experiencia que nosotros ya hemos tenido.

LA REDENCIÓN

La redención es una verdad de gran importancia, por lo cual debemos entenderla cabalmente. La redención, efectuada por el Señor Jesús, es vigente para todo el mundo. Contamos con los siguientes versículos para comprobar esto:

“¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! (Jn. 1:29).

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito…” (Jn. 3:16).

“Y El mismo es la propiciación … por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:2).

“El cual se dio a Sí mismo en rescate por todos” (1 Ti. 2:6).

“…Es el Salvador de todos los hombres” (1 Ti. 4:10).

Al leer estos versículos, comprendemos que Jesús efectuó la redención para todo el mundo. Así que, todos los hombres pueden ser salvos, puesto que la redención efectuada por Jesús es un hecho consumado.

Sin embargo, la Biblia afirma que no todos en el mundo son salvos. Si una persona no ha entendido claramente la enseñanza con respecto a la “fe”, podría pensar que aunque alguien crea o no en la muerte vicaria del Señor, de todos modos es salvo. A esta persona podría parecerle que ya que Jesús murió por todo el mundo, los hombres ya no tienen que morir, y por lo tanto, no hay necesidad de preocuparnos por si una persona cree o no en el Señor. Esto puede parecer bastante lógico, pero en realidad no es razonable, pues implicaría que todos los pecadores quedan absueltos de toda responsabilidad. Y si éste fuera el caso, ya no habría necesidad de que los creyentes predicaran el evangelio.

Si bien la Biblia afirma que Cristo murió por todo el mundo, también proclama que sólo aquellos que creen, serán salvos. Los siguientes versículos dan testimonio de esto:

“Para que todo aquel que en El cree…” (Jn. 3:15).

“El que en El cree… pero el que no cree…” (Jn. 3:18).

Cree en el Señor Jesús…” (Hch. 16:31).

“…Por medio de la fe de Jesucristo para todos los que creen” (Ro. 3:22).

“…Justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro. 3:26).

“…Vuestros pecados os han sido perdonados por causa de Su nombre” (1 Jn. 2:12).

Podríamos citar muchos otros pasajes, pero los mencionados arriba son suficientes para demostrar que el hombre tiene que creer. Esto quiere decir que si bien Cristo murió por todos los hombres, aún es necesario que ellos apliquen la muerte de Cristo y la tomen como su propia muerte. De otra manera, no habría vínculo alguno entre ellos y la muerte de Cristo. Si bien las Escrituras dicen: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito”, la Biblia no se detiene allí, sino que añade: “Para que todo aquel que en El cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. En 1 Timoteo 4:10 dice: “…El Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres”. Dios envió a Su Hijo al mundo para morir por todos los hombres. Por tanto, El puede ser el Salvador de todos los hombres. El es el “Salvador … mayormente de los que creen”. Esto hace referencia a aquellos que han creído.

Después de creer, viene la experiencia. Si uno cree en los hechos divinos, ciertamente experimentará tales hechos. Tomemos en cuenta los siguientes versículos:

“El que en El cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado” (Jn. 3:18).

“El que … cree … tiene vida eterna” (Jn. 5:24).

“…Todo aquel que en El cree, no perezca, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).

“Justificados, pues, por la fe…” (Ro. 5:1).

Por tanto, cuando el hombre cree que la salvación que Dios preparó para él es un hecho, y cuando el hombre aplica dicha salvación, entonces es salvo.

MORIR JUNTAMENTE CON EL SEÑOR

Expliquemos ahora estos tres factores —los hechos, la fe y nuestra experiencia— con relación a morir juntamente con el Señor. Para los creyentes, conocer este asunto tiene tanta importancia como la que tiene para los incrédulos conocer acerca de la redención.

El hecho: Cuando Cristo murió en la cruz, El no solamente murió por los pecadores sino que, además, los pecadores murieron juntamente con El. Así pues, El no solamente murió por los pecados sino que, además, trajo la muerte a los pecadores. Es un hecho que, en Dios, los pecadores han muerto juntamente con Jesús en la cruz. Los siguientes pasajes de las Escrituras lo demuestran:

“…Uno murió por todos, por consiguiente todos murieron” (2 Co. 5:14).

“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El” (Ro. 6:6).

“…Los que hemos muerto al pecado” (Ro. 6:2).

Al leer estos versículos, podemos darnos cuenta de que, a los ojos de Dios, los creyentes ya han sido crucificados juntamente con Cristo en la cruz. Si un creyente no está consciente de este hecho, tratará de crucificarse día tras día y descubrirá que, no importa cuánto se esfuerce por morir, no lo conseguirá. ¡Qué lejos está de darse cuenta de que ya hemos muerto en Cristo! Así que, no tenemos que crucificarnos a nosotros mismos; más bien, simplemente tenemos que aplicar la muerte de Cristo por medio de la fe y contar Su muerte como la nuestra. El bautismo es la demostración y el reconocimiento de la fe, pues mediante el bautismo reconocemos y manifestamos el hecho consumado. Romanos 6:3 dice que “hemos sido bautizados en Su muerte”. Por tanto, ser “sepultados juntamente con El en Su muerte por el bautismo” (v. 4) es la demostración y el reconocimiento de nuestra aplicación, por medio de la fe, de dicha muerte.

Estamos muertos, hemos sido crucificados juntamente con El, y tanto nuestra muerte como nuestra crucifixión juntamente con El son hechos consumados; sin embargo, la Palabra de Dios nos insta, diciéndonos: “Consideraos muertos al pecado” (Ro. 6:11). Este acto de considerarnos muertos es un acto de fe. No nos consideramos muertos porque hacer esto es imposible para nosotros. Tal vez nos esforcemos día y noche por considerarnos muertos, pero ¿cómo podríamos en realidad considerarnos muertos? Cuanto más lo intentamos, más nos damos cuenta de que estamos vivos y que somos capaces de pecar, incluso que somos propensos a pecar. La única manera de lograr esto es considerarnos muertos en Cristo. La muerte de Cristo es nuestra muerte. Si creemos esto, tendremos la experiencia de morir juntamente con el Señor. En la Biblia, Pablo es un buen ejemplo de una persona que experimentó morir juntamente con el Señor. El declaró: “…La cruz … por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gá. 6:14). El también dijo: “A fin de conocerle … y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte” (Fil. 3:10) y nuevamente dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gá. 2:20). Si un creyente ha de tener la experiencia —la experiencia de vida— de morir juntamente con el Señor, no lo conseguirá valiéndose de sus propios métodos; la única manera de lograrlo es seguir el camino dispuesto por Dios, es decir, seguir el camino de los hechos, la fe y la experiencia.

Es un hecho que los creyentes han sido crucificados juntamente con Cristo en la cruz. ¿Creen ustedes en tal hecho? ¿Están dispuestos a aceptar este hecho y considerarse muertos? Si creen, tendrán la misma experiencia que Pablo tuvo en cuanto a morir juntamente con el Señor.

Todas las enseñanzas de la Biblia respecto a la manera en que Dios se relaciona con el hombre, se ajustan a este orden: los hechos, la fe y la experiencia. Todo cuanto Dios ha realizado es perfecto. La manera en que El se relaciona con el mundo es que realiza todo cuanto el mundo necesita, de tal manera que los hombres no tengan que valerse de métodos humanos sino, más bien, únicamente reciban y reclamen por fe los hechos ya consumados. Ya que ahora Dios se relaciona con el hombre por medio de la gracia, Dios no requiere ninguna obra de parte de los hombres (Ro. 4:4). Este mismo principio se aplica a verdades tan cruciales como la “santificación” y la “victoria”.

LA SANTIFICACIÓN

La santificación no es algo que nosotros realizamos. La santificación es realizada por Dios en beneficio nuestro. La Biblia dice: “…Para santificar al pueblo mediante Su propia sangre” (He. 13:12). “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (10:14). La santificación es, pues, un hecho consumado. Debido a que Jesús ha muerto, todos nosotros hemos sido santificados. No obstante, en 1 Pedro 1:16 se nos exhorta a ser “santos”. ¿Por qué se nos exhorta de esta manera? La razón para ello es que, si bien los creyentes ya han sido santificados, tal santificación es simplemente un hecho ante Dios; aún no forma parte de la experiencia cotidiana de los creyentes. A fin de ser santificados, tenemos que aplicar la santificación lograda por medio de la muerte de Jesús y hacerla nuestra. Sólo entonces habremos de llevar vidas santificadas.

LA VICTORIA SOBRE EL MUNDO

Lo mismo es cierto con respecto a la victoria sobre el mundo. Primero, tenemos la obra que Cristo realizó, la cual constituye un hecho divino. Jesús dijo: “Yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Segundo, tenemos nuestra fe, puesto que “…ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Jn. 5:4). Cuando un hombre toma la victoria de Cristo como suya, vence al mundo. Esta experiencia en vida ocurre una vez que hemos creído. Los hechos son las obras de Dios; la fe es nuestra confianza en las obras realizadas por Dios; mientras que la experiencia consiste en los hallazgos espirituales durante nuestra vida. No sólo la santificación sigue este principio, sino que muchas otras verdades centrales con respecto a la manera en la que Dios se relaciona con el hombre, también se conforman a este principio.

Todos los hechos divinos son las obras efectuadas por Dios mismo; ninguno de ellos proviene del esfuerzo humano. Los hechos divinos, tales como la santificación y la victoria, no pueden ser realizados mediante las oraciones, el trabajo, el rechazo del yo, la santidad, las donaciones caritativas ni la planificación por parte de los creyentes. Los hechos divinos son realizados únicamente por Dios. Dios ha confiado todas sus empresas a Cristo. Solamente por la fe podemos apropiarnos de estos hechos; no hay otra manera.

Veamos ahora un ejemplo para comprender la gran diferencia que existe entre los hechos divinos y la experiencia humana. Según los hechos realizados por Dios, la iglesia en Corinto había sido santificada en Cristo (1 Co. 1:2). Ella era templo del Espíritu Santo (6:19) y había sido lavada (v. 11). No obstante, en términos de su experiencia, era un completo “fracaso”, pues dichos creyentes habían agraviado y defraudado (vs. 7-8) y pecaban contra Cristo (8:12). La causa de todo esto era que ellos no habían aplicado la gracia (el hecho) que Dios les había provisto. El resultado de ello fue una gran pérdida. La posición tan elevada en la que nos encontramos no ha sido lograda por nuestro propio esfuerzo, diligencia, disciplina ni resoluciones propias. No obtenemos esta experiencia valiéndonos de nuestros propios esfuerzos. A fin de experimentar la realidad de los hechos realizados por Dios en beneficio nuestro, lo único que tenemos que hacer es ejercitar nuestra fe para reclamar lo que el Señor ha realizado por nosotros y considerarlo nuestro. La fe genuina y perfecta es aquella que diariamente reconoce las obras (los hechos) realizadas por Dios. Aquí, reclamar significa reconocer diariamente como válido todo cuanto el Señor ha realizado a nuestro favor; esto es, reconocer que todos Sus logros tienen efecto en nosotros. Entonces, cuando la tentación nos acose, viviremos estos logros como habiendo ya conseguido la posición (el hecho) en la cual el Señor nos ha colocado. Si hacemos esto, nuestra experiencia vendrá a continuación.

Un creyente que obtiene logros espirituales elevados, no los obtiene por sí mismo, sino que los reclama para sí. Las experiencias espirituales de los creyentes no constituyen asuntos aislados. Con esto queremos decir que hay cierta base para dichas experiencias; ninguna de estas experiencias existe por sí misma ni se desarrolla en función de sí misma. Las experiencias en la vida espiritual de los creyentes están totalmente basadas en lo que Dios ha hecho en beneficio de ellos. Estos hechos son el cimiento, la experiencia de estos hechos constituye el resultado, y el proceso requerido para lograr esto es la fe. En otras palabras, los hechos son la causa, la fe es el camino, y la experiencia es el resultado. Así pues, la experiencia de la vida espiritual de los creyentes es simplemente el resultado, el logro final. A fin de que los creyentes lleven una vida espiritual verdaderamente elevada, es indispensable que primero se haya efectuado la obra perfecta del Señor Jesús como la fuente de dicho vivir. Es absolutamente imposible que un creyente, valiéndose de sus propios esfuerzos, sea santificado, venza o muera juntamente con Cristo. La santificación, la victoria, la muerte y demás logros, son experiencias que no se producen como fruto de nuestro propio esfuerzo. Más bien, se producen: (1) al reconocer como válidas en el Señor Jesucristo nuestra santificación, victoria y muerte del yo, y (2) al practicar o aplicar estos hechos creyendo que estamos unidos al Señor Jesús en la vida divina y que, por tanto, estaremos muertos al yo y seremos santos y victoriosos, al igual que el propio Señor Jesús. El Señor Jesús ya ha experimentado todas y cada una de las realidades que nosotros hemos obtenido y que obtendremos. Así pues, reclamar los hechos por fe equivale a reconocer como nuestro todo cuanto el Señor Jesús posee, y aplicar con una actitud y conducta de fe, todo cuanto consideramos como gracia.

Acerca de esto, nunca debemos olvidar la función que desempeña el Espíritu Santo. ¿Por qué los hechos divinos pasan a formar parte de nuestra experiencia por medio de la fe? Esto se debe a la obra del Espíritu Santo. Si creemos en los hechos divinos revelados en la Biblia y los reclamamos como nuestros, el Espíritu Santo habrá de aplicar a nuestro ser todas las gracias que, en beneficio nuestro, Dios en Cristo ha realizado, haciendo que ellas sean reales para nosotros en nuestra vida diaria. De este modo, los hechos divinos llegan a ser nuestras experiencias personales. Así pues, la fe que reconoce y reclama tales hechos, abre la puerta al Espíritu Santo para que El obre y aplique en nuestras vidas todo lo que el Señor Jesús ha logrado, de modo que obtengamos las experiencias concretas. La obra del Espíritu Santo, pues, está basada en los hechos realizados por Dios. El Espíritu Santo no realiza ningún hecho en beneficio nuestro; El simplemente hace real y práctico en nuestras vidas todo lo que ya ha sido logrado. En Cristo, Dios lo hizo todo y realizó todos los hechos. Lo único que nosotros tenemos que hacer es reconocer y reclamar estos hechos, confiando en que el Espíritu Santo habrá de aplicar en nuestras vidas lo que Dios ha logrado, a fin de que tengamos tales experiencias espirituales.