Watchman Nee Libro Book cap.1 El nuevo pacto 1931

Watchman Nee Libro Book cap.1 El nuevo pacto 1931

EL NUEVO PACTO 1

CAPÍTULO UNO

EL NUEVO PACTO (1)

(Los siguientes mensajes sobre el nuevo pacto fueron dados por el hermano Nee en la segunda conferencia acerca de los vencedores, en octubre de 1931. Posteriormente se publicó un libro bajo el título El nuevo pacto, el cual es una versión ampliada de estos mensajes).

Lectura bíblica: Mt. 26:28

Quisiera hablarles acerca de la gracia de Dios y cómo ésta se manifiesta en el nuevo pacto. Muchas personas no entienden lo que significa el nuevo pacto y, como consecuencia, éste no ejerce ningún poder sobre ellos. Con motivo de esta conferencia he pedido a Dios que me dé el mensaje que debo compartir. Desde el principio he tenido el sentir de hablar sobre el nuevo pacto, y este sentir ha ido creciendo. Este mensaje sobre el nuevo pacto comunica la verdad central que el Señor nos ha confiado.

El creyente, aunque tenga poco tiempo de haberse convertido, debe saber por experiencia lo que es el nuevo pacto. Desafortunadamente, entre diez creyentes, posiblemente sólo uno lo sepa. El nuevo pacto es la base de lo que Dios hace. Nuestros pecados son perdonados con base en este pacto. Obedecemos a Dios y somos un testimonio apropiado, porque contamos con este pacto. Agradecemos a Dios porque este pacto no es nuestro, sino de El. Nuestros pecados son perdonados, obedecemos a Dios, testificamos, llevamos a cabo lo que El nos encomendó y descansamos, debido al pacto que El estableció.

Si un sastre no sabe utilizar las tijeras ni las agujas con habilidad, o aun peor, si no sabe nada acerca de ellas, no es sastre. Un carpintero que no sepa usar el serrucho ni el formón, no es carpintero; y un cocinero que no sepa cómo preparar platillos, no es cocinero. De la misma manera, si un cristiano no conoce el nuevo pacto por experiencia, no puede llevar a cabo el propósito de Dios.

Es reconfortante saber que aunque la enseñanza del nuevo pacto es una verdad que no tienen en cuenta, no la rechazan del todo. Muchas verdades son correctas, y aún así encuentran oposición. Hay muchas otras que se entienden, pero no les prestan la debida atención. No obstante, a pesar de que el nuevo pacto es una verdad fácil de olvidar, no es rechazada por los hombres.

La Biblia está formada por el Antiguo Testamento y el Nuevo. Sin embargo, hablando con propiedad, la Biblia no debe ser denominada como el Antiguo y Nuevo Testamentos, pues estos términos fueron inventados por los reformadores protestantes. Originalmente la Biblia no estaba dividida así, puesto que el Nuevo Testamento está comprendido en el Antiguo Testamento, y el Antiguo, en el Nuevo. El Señor Jesús llamaba a la Biblia: “La Escritura”. Siempre decía: “Como dice la escritura…” Nosotros, acostumbrados al uso común, la llamamos el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Aunque esta terminología no es muy acertada, los reformadores nos dejaron algo de luz para distinguir entre el antiguo pacto y el nuevo.

Un inglés conocido como “el alma más tierna del mundo”, distinguido por las cartas que escribía, en una ocasión escribió una que decía:

“Satanás tiene el agua, pero yo tengo el fuego. Si combatiéramos en el aire, el agua y el fuego chocarían con gran estruendo, pero yo no temería, porque el fuego es de Cristo; y si pongo el fuego en Sus manos, El mantendrá las brasas ardiendo”.

Esto se relaciona con Cristo, y se basa en Su pacto. El autor no rogó ni oró, ni luchó ni se esforzó; sólo confió y no tuvo temor ni aun cuando el combate era como truenos. El sabía muy bien que Cristo se encargaría de mantener el fuego ardiendo. Este hermano sabía lo que era un pacto.

El señor A. M. Toplady (autor del himno “La roca de los siglos fue herida por mí”) tuvo tuberculosis por más de diez años. Cuando estaba muy enfermo, escribió un himno, el cual dice en una de sus estrofas:

Cuán dulce es descansar en la fidelidad del Señor

    Pues Su amor es maravilloso.

Cuán dulce es hallar reposo en Su pacto de gracia

    Pues es digno de toda confianza.

Lamentablemente muchos no saben cómo vivir confiando en la fidelidad y en el pacto del Señor. Podemos saber que la gracia del Señor es suficiente para nosotros, y que Su amor puede satisfacer nuestros corazones; sin embargo, hay cosas como la fidelidad de Dios y Su pacto de las cuales nada sabemos. Por lo tanto, quisiera hablar sobre este pacto. El hermano A. M. Toplady, nos muestra que no sólo descansamos en el amor de Dios, sino también en Su pacto.

¿QUÉ ES UN PACTO?

Todos sabemos que la Biblia es la Palabra de Dios. La Palabra de Dios nos revela que la gracia contiene tres cosas: promesas, hechos y pactos. También mandamientos, enseñanzas, leyes y declaraciones. Pero en lo que se refiere a su Palabra, la gracia consta de las tres primeras. Veamos el siguiente diagrama:

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Para saber qué es un pacto necesitamos conocer la diferencia que existe entre una promesa y un hecho consumado. También necesitamos saber qué tienen en común estos dos. Después de conocer lo que significa un pacto, comprenderemos lo que es el nuevo pacto. La Palabra de Dios tiene dos aspectos: uno es la confianza que deposita en el hombre, y el otro es la responsabilidad que le da.

¿QUÉ ES LA GRACIA?

La gracia es lo que Dios nos da sin que se lo pidamos. Si Dios requiere algo de nosotros, esto lleva consigo enseñanzas, mandamientos, leyes, entre otras cosas. Esto no es la gracia. La gracia está presente cuando Dios nos da algo, desea darnos algo o hace algo por nosotros. La Palabra de Dios define la gracia en tres aspectos: (1) Las promesas que Dios nos da, (2) los hechos que El realizó para nosotros y (3) los pactos que El establece con nosotros, los cuales llevará a cabo

A. Las promesas de Dios

Una promesa es muy diferente a un hecho. También existen diferencias entre una promesa, un hecho y un pacto. Una promesa se relaciona con el futuro, y un hecho, con el pasado. Una promesa es algo que se realizará en el futuro, mientras que un hecho es algo efectuado. Una promesa es lo que Dios hará por el hombre, mientras que un hecho es lo que ya hizo por él. Una promesa es condicional; en cambio un hecho es lo que Dios lleva a cabo por su misericordia. El sabe que no tenemos ni el poder ni la capacidad para seguir adelante, y por eso mediante la Biblia nos prometió cumplir tales promesas, las cuales llegan a ser hechos aun antes de llevarlos a cabo.

Permítanme darles un ejemplo que muestra la diferencia que existe entre una promesa y un hecho. Supongamos que usted es muy pobre. Un amigo suyo, al ver su situación, le dice que en tres días le enviará a un sirviente que le entregará mil dólares. ¿Qué es esto? Esto es una promesa. ¿Qué es entonces un hecho? El hecho consiste en que su amigo, al ver su pobreza, deposita la cantidad de dinero en una cuenta bancaria a nombre suyo, para que en el momento en que usted necesite el dinero, pueda usarlo. Este es un hecho. Una promesa es algo que se hará en el futuro, mientras que un hecho es algo que ya se cumplió, una acción que no requiere que uno le añada nada. En la Biblia podemos encontrar muchos ejemplos de estas dos palabras. Hay millares de promesas en la Biblia, y también muchos hechos. Si Dios dice que hará algo, y lo cumple, ésa es una promesa cumplida, y si dice que hizo algo, esto es un hecho. Las promesas de Dios tienen condiciones. Cuando nosotros cumplimos las condiciones, recibimos las promesas. Pero los hechos de Dios ya se realizaron; no es necesario cumplir ninguna condición; lo único que nos queda por hacer es creer en el hecho.

“Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra” (Ef. 6:2-3). Dios nos promete que nos irá bien y que viviremos una largos años sobre la tierra. ¿Significa esto que a todos les irá bien y que todos tendrán larga vida sobre la tierra? No. Esta promesa es sólo para aquellos que honran a sus padres. Como podemos ver, hay una condición. La mayoría de las promesas tienen condiciones. A Dios le place que a los hombres les vaya bien y que tengan larga vida; sin embargo, no a todos les va bien, ni todos viven largo tiempo porque no todos cumplen las condiciones. Si usted no cumple la condición, no recibirá esta promesa. La Biblia contiene algunas promesas que tienen condiciones y otras que no. Es posible que no se cumpla una promesa condicional. Con esto no digo que Dios no sea fiel, sino que para recibir el cumplimiento de la promesa uno tiene que cumplir la condición.

“Bendito sea Jehová, que ha dado paz a su pueblo Israel, conforme a todo lo que él había dicho; ninguna palabra de todas sus promesas que expresó por Moisés su siervo, ha faltado” (1 R. 8:56).

En 2 Crónicas dice: “Confírmese pues, ahora, oh Jehová Dios, tu palabra dada a David mi padre…” (2 Cr. 1:9).

Otro versículo dice lo siguiente: “Conforme al número de los días, de los cuarenta días en que reconocisteis la tierra, llevaréis vuestras iniquidades cuarenta años, un año por cada día; y conoceréis mi castigo” (Nm. 14:34). Según el idioma original, la expresión “micastigo” se puede traducir: “que olvidé mi promesa”.

En Romanos leemos: “Porque no por medio de la ley fue hecha a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por medio de la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa” (Ro. 4:13-14). Este versículo dice que si un hombre guarda la ley, existe la posibilidad de que la promesa se anule.

Y en Hebreos dice: “Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron la promesa” (He. 11:39).

Con base en estos versículos, podemos ver muchos principios relacionados con las promesas. (1) Una promesa requiere que uno ruegue a Dios que la cumpla; también requiere oración y petición para que ésta se haga realidad en uno. No sólo vemos esto en la Biblia, sino también en nuestra experiencia. Un creyente no recibe las promesas de Dios si no ora. (2) Una promesa no sólo requiere que pidamos a Dios que se realice, sino que también debemos cumplir con las condiciones requeridas. Si no se cumplen las condiciones, la promesa se anula. ¿Por qué razón los dos millones de israelitas que salieron de Egipto no pudieron entrar a Canaán? y ¿por qué sólo después de muchos años entraron sólo dos israelitas vivos (Josué y Caleb) y dos israelitas muertos (Jacob y José)? Dios los dejó vagar por el desierto durante cuarenta años, debido a que le desobedecieron en Cades-barnea. Esto demuestra que Dios anuló Su promesa. Sobre esta base, vemos que una promesa requiere oración. Si no somos fieles a la promesa y no cumplimos las condiciones, dicha promesa queda sin efecto. Dios cumple Su promesa cuando las condiciones son satisfechas. (3) No sólo el pecado puede anular las promesas de Dios. En Romanos 4 dice que cuando actuamos con nuestra energía natural e independientes de Dios, la promesa se anula. (4) Existe otro grupo de personas que aunque han orado y no han pecado ni han hecho nada apoyados en su energía natural ni aparte de Dios, y no hacen otra cosa que procurar el bien o guardar la ley, ellos aún permanecen sin recibir la promesa. Esto se debe a que su tiempo aún no ha llegado. Ellos tienen que esperar algún tiempo hasta recibir la promesa.

¿Cómo se cumple en nosotros la promesa de Dios? Cada vez que encontramos una promesa en la Palabra de Dios, debemos dedicar cierto tiempo orando hasta que el Espíritu de Dios se incremente en nuestro interior, y tengamos la profunda convicción de que tal promesa es para nosotros. Cuando una promesa no tiene condiciones, podemos recibirla de inmediato valiéndonos de nuestra fe considerándola nuestra, creyendo que Dios obrará según lo prometido. Puesto que El lo prometió, lo cumplirá. El cumplirá en nosotros lo que prometió. Entonces podremos alabarle y agradecerle, basados en esta fe. Si una promesa tiene una condición, tenemos que cumplirla, obedecerla y proceder según lo requerido. Después debemos acudir a Dios en oración y pedirle que cumpla Su promesa en nosotros, por Su fidelidad y Su justicia. Debemos orar hasta que la fe inunde nuestro ser. Cuando esto suceda, no necesitaremos orar más, pues sabremos que Dios escuchó nuestra oración, y por esto lo alabamos y le damos gracias. Pronto veremos que todas las promesas de Dios se cumplen en nosotros.

B. Los hechos

En la Biblia encontramos muchos hechos que ya se han cumplido. Un hecho es una obra efectuada. Decirlo de esta manera puede ayudarnos a entenderlo más fácilmente. ¿Qué es un hecho? La muerte de Jesucristo en la cruz es un hecho, así como la venida del Espíritu Santo. ¿Son éstas promesas? Siendo exactos, ya dejaron de serlo. Eran promesas en el Antiguo Testamento, pero se convirtieron en hechos. Dios prometió en el Antiguo Testamento que el Señor Jesús nacería de una mujer, bajo la ley, y que redimiría a los hombres que se encontraban bajo esa ley. Tal promesa ya se cumplió. Algunas de las promesas del Antiguo Testamento ya son hechos consumados. ¿Podemos arrodillarnos ante Dios y pedirle que envíe al Señor Jesús a morir por nosotros y a redimirnos de nuevo? ¡Por supuesto que no! No obstante, he escuchado a muchos orar de esta manera. Salomón oró para que Dios cumpliera y realizara en él lo que había prometido a David, pero no le pidió que lo hiciera rey, pues ya lo era. No tiene sentido pedir algo que ya es un hecho. La crucifixión del Señor Jesús se cumplió una vez y para siempre. Lo mismo sucede con el advenimiento del Espíritu Santo; no necesitamos orar ni suplicar para que se lleve a cabo.

La Biblia nos muestra que en Cristo ya se cumplieron muchas otras cosas que se relacionan con la vida y la piedad, las cuales han llegado a ser hechos. En cuanto a las promesas de Dios, tenemos que orar. Si no lo hacemos, las perderemos, ya que Dios no tomará la iniciativa para cumplirlas. ¿Quiere decir esto que si no oramos, Dios no cumplirá en nosotros Sus hechos? ¿Qué diremos de lo que el Señor Jesús ya logró? Un hecho es un hecho, y no necesitamos pedir ni suplicarle a Dios que lo realice. Lo único que tenemos que hacer es creer. La Palabra de Dios nos muestra que inclusive un pecador moribundo puede ser regenerado y salvo inmediatamente, si cree en la Palabra de Dios y acepta Sus hechos. Esto es posible gracias a que la obra redentora de Cristo ya se efectuó. En la Biblia Dios no nos pide que hagamos algo con respecto a lo que El considera un hecho efectuado. Sencillamente debemos creer.

Una promesa es muy diferente, pues puede aplazarse; mientras que un hecho, no. No podemos recibir los hechos de Dios y al mismo tiempo decir que Dios nos concede lo que deseamos sólo después de mucho tiempo. No podemos impedir lo que Dios ya realizó y nos concedió en Cristo. Dios mismo no puede aplazar Sus hechos ni demorarse en dárnoslos. Cualquier demora o retraso sería una contradicción del hecho.

La redención y el advenimiento del Espíritu Santo no son los únicos hechos que ya han acaecido; muchas otras cosas que a diario intentamos resolver y no logramos cumplir son hechos. Con respecto a este punto, vemos en Efesios 2:1-10: “Y vosotros estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, del espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros nos conducíamos en otro tiempo en las concupiscencias de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás; pero Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor con que nos amó, aún estando nosotros muertos en delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvos), y juntamente con El nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las superabundantes riquezas de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia habéis sido salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos Su obra maestra, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. Aún estando nosotros muertos en delitos, nos dio vida juntamente con Cristo … y juntamente con El nos resucitó y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús”.

Hermanos y hermanas, en los versículos 5 y 6, la palabra “juntamente” se usa tres veces. ¿Son estas palabras promesas de Dios o hechos? Dios no dijo que para resucitar y ascender, debemos hacer lo bueno y vencer al mundo. Cuando El resucitó a Cristo, nos resucitó a nosotros juntamente con El, y cuando hizo que Cristo ascendiera, también a nosotros nos hizo ascender. Todos éstos son hechos cumplidos. ¿Puede acaso alguno de nosotros pedirle a Dios que lo resucite y le permita ascender con Cristo? ¡De ninguna manera! No es necesario. Si usted ya se unió a Cristo, ya resucitó y ascendió. No hay que pedir tales cosas. Si solamente fuera una promesa, tendríamos que orar, pero dado que es un hecho, no es necesario hacerlo. Debemos prestar atención a esto. Muchos no ven la diferencia que existe entre las promesas de Dios y los hechos; piensan que deben pedir para poder obtener algo que ya es un hecho. Y ¿cuál es el resultado de esto? El resultado es que cuanto más oran, más pierden su fe. Esa oración debilita la fe. Lo único que tenemos que hacer es aplicar los hechos de Dios; no necesitamos pedirlos, sino sólo aplicarlos.

Dios nos muestra que los hechos que El realizó a nuestro favor ya se cumplieron; y no necesitamos orar al respecto. Nosotros morimos, resucitamos y ascendimos juntamente con Cristo. Esto ya sucedió. No pidamos que Dios nos dé una vida resucitada y ascendida. Si hacemos esto, Dios nos responderá: “Vosotros ya tenéis esta vida”. Los creyentes ya recibieron una vida resucitada y ascendida. Si pensamos que sólo pidiéndola podemos obtenerla, ponemos de manifiesto que aún no conocemos las obras que Dios ya realizó. Una promesa es algo que Dios nos dará en el futuro, mientras que un hecho es algo que ya nos dio. Una promesa es la palabra que Dios nos da cuando estamos en dificultades, y oramos pidiéndole que nos ayude. Si nos asimos de tales promesas, El nos ayudará. Los hechos son todo aquello que pertenece a la vida y a la piedad y que Dios ya nos entregó en Cristo. Estas son obras que Dios ya realizó y nos dio, y por las cuales no necesitamos orar. Lo único que tenemos que hacer es aplicarlas. ¡Aleluya! Estos hechos gloriosos ya se realizaron y son nuestros.

Cuando leemos la Biblia, es muy importante determinar cuáles son las promesas de Dios y cuáles son Sus hechos. Cada vez que leamos acerca de la gracia de Dios y de las obras que El hizo por nosotros, debemos preguntarnos si esto es una promesa o un hecho. Si es una promesa, debemos cumplir sus condiciones y orar mucho, hasta que Dios nos dé la certeza de que esa promesa es nuestra. Entonces tendremos fe, pues creeremos que Dios escuchó nuestras oraciones, y espontáneamente lo alabaremos. Aunque la promesa de Dios no se cumpliera inmediatamente, diríamos por fe que ya es nuestra.

¿Qué debemos hacer si se trata de un hecho? ¿Podemos pedirle que lo cumpla de nuevo, que lo haga una realidad, o que nos lo vuelva a dar? Si usted le pidiera a Dios que lo resucitara con Cristo. El respondería que ya lo hizo. Todos los hechos que constan en la Biblia, ya se llevaron a cabo, y no se pueden efectuar de nuevo. Cuando veamos un hecho, inmediatamente usemos nuestra fe y démosle gracias a Dios, porque es un hecho, un asunto resuelto. Debemos creer que nuestra vida corresponde al hecho y empezar a vivir de acuerdo a ello. Al hacerlo mostramos nuestra fe. Dios afirma que ya resucitamos y ascendimos. No necesitamos pedir que esto se realice de nuevo. Debemos creer que en efecto ya resucitamos y ascendimos, y agradecer a Dios por esta realidad. Con respecto al mundo y a Satanás, debemos adoptar la actitud de personas resucitadas y ascendidas que no están esperando este suceso ni que esto suceda algún día, sino que tienen la certeza de haber resucitado y ascendido.

Cuando leemos la Biblia, debemos cuidadosamente identificar los hechos que Dios realizó y usar nuestra fe con respecto a cada uno de ellos; además, debemos creer que tales hechos, según la Biblia, ya se realizaron. Así, nuestra vida espiritual será mucho más rica; pero si no creemos, tenemos que admitir francamente que nuestros corazones son malignos e incrédulos. Debemos pedirle a Dios que tenga misericordia y quite de nosotros el corazón de incredulidad. Lamentablemente, aunque Dios llevó a cabo muchos hechos, nosotros no los experimentamos por nuestra falta de fe.

Podemos tomar Romanos 6:6 como ejemplo. “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El para que el cuerpo de pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos”. Este versículo habla de tres cosas: el pecado, el viejo hombre y el cuerpo de pecado. El pecado es el amo, el viejo hombre, el cual se complace en el pecado; es el yo; y nuestro cuerpo el cual practica el pecado exteriormente, es la marioneta del viejo hombre. El pecado es el amo que dirige al viejo hombre y hace que éste, a su vez, dirija el cuerpo de pecado. Por lo tanto, cuando alguien peca, no debe culpar solamente al diablo ni al pecado interior, sino al viejo hombre. Nosotros tenemos el pecado por dentro. A este pecado es a lo que llamamos comúnmente el pecado que está en nuestra naturaleza. El viejo hombre abarca todas las cosas que provienen de Adán. El viejo hombre sigue la dirección del pecado y hace que el cuerpo peque. El cuerpo es simplemente el esclavo visible. Algunos piensan que la manera de ser librados del pecado es erradicar la raíz del pecado interiormente, mientras otros creen que es suprimir exteriormente el cuerpo de pecado. Pero la manera en que Dios opera es completamente diferente a la humana; El incapacita al viejo hombre. Cuando el Señor Jesús murió en la cruz, Dios también nos crucificó ahí con El. “…Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El” (6:6). En el momento en que el Señor Jesús fue crucificado, nosotros también fuimos crucificados. Dios ya eliminó nuestro viejo hombre. En muchas ocasiones cuando hemos querido terminar con nuestro viejo hombre por nuestra cuenta, hemos descubierto que éste todavía vive. Agradecemos a Dios porque el Señor Jesús ya crucificó nuestro viejo hombre, y porque Dios puso en nosotros la vida de resurrección de Cristo. Este es nuestro nuevo hombre. El pecado no ha cambiado, ni tampoco el cuerpo de pecado. Dios clavó al viejo hombre en la cruz y puso en nosotros el nuevo hombre. Debido a que el viejo hombre fue crucificado y a que el nuevo hombre está en nosotros, tenemos nuevas esperanzas, nuevos deseos, nuevas inclinaciones y nuevos pensamientos. Aunque el pecado sigue siendo poderoso, ya no puede dirigir el cuerpo. Es como si el cuerpo hubiera quedado sin uso. En el lenguaje original la expresión “anulado” tiene el sentido de carente de uso. Cuando Dios crucificó al Señor Jesús junto con nuestro viejo hombre, el cuerpo de pecado quedó inutilizado. Puesto que el hombre viejo murió, la lengua jactanciosa, la mano precipitada y los ojos divagantes quedaron desempleados, y como resultado, ya no somos esclavos del pecado.

Algunos han dicho que nuestro cuerpo nos ha causado un serio daño, y que por eso debemos suprimirlo. Otros opinan que la raíz del pecado nos ha herido mucho, y que, por ende, la debemos erradicar. Pero Dios no dice eso. Dios no dirige Su acción a la raíz del pecado, ni tampoco al cuerpo del pecado, sino a nuestro hombre viejo, al cual crucificó junto con el Señor Jesús. Como resultado, el cuerpo de pecado queda inutilizado, y el pecado ya no es el amo. La raíz del pecado y el cuerpo de pecado todavía existen, y aunque la raíz del pecado todavía trata de tentarnos, el hecho de que tenemos el hombre nuevo y de que nuestro hombre viejo fue crucificado, hace posible que cada uno de nosotros experimente la victoria.

Muchos preguntan: “¿Por qué no puedo vencer el pecado?” Me temo que el problema es que únicamente conocen las promesas de Dios, no Sus hechos. Ellos tratan los hechos de Dios de la misma manera en que tratan Sus promesas. Piensan que antes de obtener la victoria sobre el pecado, necesitan recibir “una segunda bendición”, que Dios elimine la raíz del pecado. El Señor Jesús ya murió y resucitó. No obstante, muchos creen que aunque Cristo ya fue crucificado, ellos aún no lo han sido. Otros piensan que aunque Cristo resucitó, ellos todavía no. Infinidad de creyentes no entienden el hecho de que el hombre viejo ya fue crucificado, y por eso ruegan a Dios que crucifique su hombre viejo. Puesto que no comprenden que ya resucitaron, le piden a Dios que les dé la vida de resurrección. No se dan cuenta de que lo que piden es imposible, porque Dios ya lo realizó. Una vez que El lleva a cabo algo, queda establecido para siempre y no lo repite. Si no podemos distinguir entre las promesas y los hechos, no podremos avanzar en nuestra jornada espiritual, porque el primer paso de esta jornada, la victoria sobre el pecado, no lo hemos dado. Una promesa es algo que se hará, mientras que un hecho es algo que ya se realizó. Dios no tiene necesidad de realizar el hecho de nuevo.

Algunos preguntan: “Si esto es así, ¿por qué seguimos pecando? y si el hombre viejo ya fue crucificado, y tenemos el hombre nuevo, ¿por qué todavía estamos en pecado?” Esto nos lleva a hacernos una nueva pregunta.

¿Qué debemos hacer para entender los hechos que Dios ya realizó?

Muchos cometen el error de confundir los hechos de Dios con las promesas. El hombre viejo ya fue crucificado. Sin embargo algunos siguen pensando que Dios sólo prometió crucificarlo, y por eso creen que deben pedirle a Dios que crucifique el hombre viejo. Cuando pecan, piensan que su hombre viejo no ha sido crucificado, así que le vuelven a pedir a Dios que lo crucifique. Cada vez que tropiezan con tentaciones, piensan que el viejo hombre no ha sido eliminado, y de nuevo piden a Dios que le ponga fin. No alcanzan a entender que los hechos de Dios son diferentes a Sus promesas. Dios ya hizo muchas cosas, pero no promete cosas que ya realizó.

Por eso, no necesitamos pedir ni orar fervientemente, sino creer. En relación con los hechos de Dios, sencillamente debemos creer; si lo hacemos, los experimentaremos. Primero viene el hecho, luego la fe, y después la experiencia (éste es el orden que Dios estableció, y es también un principio que debemos seguir en nuestra vida espiritual). Debemos hacer lo siguiente: primero, debemos conocer los hechos de Dios, los cuales El nos revela por el Espíritu Santo. Segundo, una vez que conozcamos Sus hechos con respecto a cierto asunto, debemos asirnos de la Palabra de Dios y creerla. Los hechos de Dios lo afirman, y nosotros aceptamos que somos lo que Su palabra dice. Tercero, debemos usar la fe, darle gracias a Dios porque somos lo que El dice, y vivir de acuerdo con lo que ya somos. Cuarto, siempre que se nos presenten tentaciones y pruebas, debemos creer que la Palabra de Dios y Sus hechos son más fidedignos que lo que experimentamos. Tenemos que creer plenamente en la Palabra de Dios, y El se encargará de darnos la experiencia correspondiente. Si sólo ponemos atención a nuestra experiencia, fracasaremos. Debemos creer en los hechos de Dios. Esta es nuestra única responsabilidad. Permitamos que El se encargue de nuestra experiencia, pues ésta es Su responsabilidad.

La base de la experiencia cristiana se halla en Romanos 6:6. Lo único que tenemos que hacer es permitir que el Espíritu de Dios nos muestre que nuestro hombre viejo está crucificado, y asirnos a Su palabra dando por sentado que estamos muertos al pecado. Entonces, debemos vivir considerándonos realmente muertos, aun cuando seamos tentados. Debemos concederle más crédito a lo que Dios realizó, que a lo que sentimos o experimentamos. Si hacemos esto, la experiencia vendrá automáticamente. Debemos observar que lo que Dios hizo no llega a ser real para nosotros por seguir este proceso, sino que lo hacemos porque lo que Dios ya hizo hizo es real.

Si nuestro hombre viejo no hubiera muerto todavía, sería correcto orar y pedir que Dios lo crucificara. Pero la crucifixión es un hecho cumplido, y si nosotros todavía pedimos que Dios la efectúe, lo único que dejamos en evidencia es que carecemos de fe. Dios permita que nuestra fe sea más fuerte ante El. Tengo que admitir que si yo no hubiera pasado por una enfermedad durante los últimos tres años, no entendería lo que es la fe. He conocido hermanos en diferentes lugares, pero pocas veces he encontrado a alguien que crea verdaderamente en Dios. ¿Qué es la fe? Es creer lo que Dios dijo. Es creer todo lo que concuerde con Su palabra. Si Dios dijo que el hombre viejo está muerto, así es. Es un hecho que nuestro hombre viejo está muerto, pues Dios le dio fin por medio de Cristo. Dios envió a Su hijo para que llevara a cabo una obra completa en nuestro favor, y nos lo reveló en la Biblia. Lo que El hizo ya se concluyó, y nosotros debemos aceptarlo con un corazón humilde, creyendo que Su palabra es veraz. Que nuestro corazón de incredulidad endurecido y maligno sea quebrantado para que reciba la gracia de Dios.

Muchos no comprenden cuán importante es la fe y piensan que la obediencia es más importante. En realidad, la fe y la obediencia tienen tanta importancia en la Biblia como en nuestra vida espiritual. La fe viene primero, y después la obediencia. Uno debe tener fe para poder obedecer. Qué desventurado es quien trata de obedecer sin creer.

Debemos tener fe porque los hechos requieren nuestra fe. La fe es la única manera en que los hechos pueden convertirse en experiencias. Los hechos efectuados por Dios sólo pueden hacerse realidad en Cristo. Puesto que los hechos llevados a cabo por Dios se experimentan en Cristo, sólo los podemos disfrutar cuando estamos en El. Cuando creemos en Cristo y estamos unidos a El, podemos experimentar los hechos que Dios realizó en El. Debemos tener presente que separados de Cristo, tales hechos dejan de ser reales, lo cual significa que únicamente son verdaderos en El. Estar en Cristo es unirse a El. Esto sucede cuando somos salvos. Aunque muchos creyentes están en Cristo, no permanecen en El ni usan la fe para mantener la posición que Dios les dio, la cual está en Cristo; y como consecuencia, no perciben los hechos de Dios.

Hermanos, la fe es muy importante. Solamente cuando creemos, estamos en Cristo; y solamente cuando permanecemos en El, los hechos de Dios llegan a ser nuestros. Qué Dios abra nuestros ojos para que veamos que en Cristo estamos muertos, ya resucitamos y ascendimos. Debemos creer que esto es una realidad en Cristo. Cuando no tenemos fe, estamos separados de El y no podemos experimentar los hechos realizados en Cristo. ¡Que Dios nos conceda esta fe!