Watchman Nee La lectura de la Biblia

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LA LECTURA DE LA BIBLIA

LA LECTURA DE LA BIBLIA

Lectura bíblica: 2 Ti. 3:15-17; Sal. 119:9-11, 15, 105, 140, 148

LA IMPORTANCIA DE LEER LA BIBLIA

Todos los creyentes deben leer la Biblia porque “toda la Escritura es dada por el aliento de Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti. 3:16). La Biblia nos muestra las muchas cosas que Dios ha hecho por nosotros y la forma cómo El ha guiado a los hombres en el pasado. Si queremos conocer las riquezas y la vastedad de la provisión de Dios para nosotros y si queremos saber lo que Dios quiere de los hombres paso por paso, debemos leer la Biblia.

Las palabras que Dios dirige al hombre en la actualidad se basan en lo que El ya dijo. El raras veces dice lo que no haya expresado en la Biblia. Aunque una persona haya avanzado mucho en su caminar espiritual, la revelación que reciba de Dios se basará en lo que El hizo constar en la Biblia. Por lo tanto, lo que Dios enuncia hoy es simplemente una repetición de Su Palabra. Es muy difícil que una persona reciba la revelación de Dios si desconoce lo que Dios ha dicho en el pasado.

Más aún, si Dios desea hablar por medio de nosotros, El lo hará basándose en lo que El expresó antes; pero si no sabemos lo que El ha dicho, no le podremos servir, porque El no puede expresarse en nosotros.

Esta es la razón por la cual necesitamos que la palabra de Dios more en nosotros ricamente, ya que así conoceremos la manera en que El ha hablado en el pasado y oiremos lo que profiera hoy, y lo transmitiremos a otros.

La Biblia es un gran libro, una obra monumental. En el transcurso de nuestra vida sólo llegamos a tocar una pequeña parte de sus riquezas. Es imposible que una persona la entienda si no dedica un tiempo prudencial a estudiarla. Los creyentes jóvenes deben laborar en la Palabra de Dios para que cuando crezcan puedan recibir la nutrición que ella proporciona para abastecer a otros con las riquezas que ella contiene.

Todo aquel que quiera conocer a Dios debe estudiar Su Palabra con seriedad; todos los creyentes deben comprender la importancia de leer la Biblia desde el comienzo de su vida cristiana.

II. PRINCIPIOS ÚTILES EN LA LECTURA DE LA BIBLIA

Existen cuatro principios básicos que son útiles para leer la Biblia; ellos son: (1) descubrir los hechos, (2) memorizar y recitar los versículos, (3) analizar, ordenar y comparar y (4) recibir la iluminación de Dios.

Debemos seguir esta secuencia cuando leamos la Biblia. No podemos saltar del tercer punto al primero ni viceversa. Primero, descubrimos los hechos que constan en la Biblia. En segundo lugar, los memorizamos y los estudiamos con exactitud. No podemos darnos el lujo de pasar por alto ninguna porción, porque si lo hacemos, la ganancia será muy poca. Tercero, debemos analizar, ordenar y comparar los hechos. Después de esto, estaremos en la posición adecuada para avanzar al cuarto paso, que consiste en recibir la iluminación de Dios.

La Biblia contiene muchos hechos de carácter espiritual. Cuando los ojos de nuestro interior están cerrados, no podemos ver tales hechos, pero cuando los velos son quitados de nuestros ojos y descubrimos los hechos, la mitad de la luz contenida en la Palabra de Dios estará a nuestra disposición. La luz de Dios es Su resplandor en los hechos que constan en Su Palabra. El descubrimiento de estos hechos es la mitad de nuestra labor al leer la Biblia y debe preceder a nuestro estudio de la misma.

Por ejemplo, la ley de la gravedad es un hecho. Esta existía mucho antes de que naciese Isaac Newton; pero por miles de años nadie la había descubierto. Un día Newton, al ver que una manzana le cayó encima mientras yacía debajo de un árbol, descubrió la ley de la gravedad. La existencia de los hechos es incuestionable; lo que nos es muy cierto es el descubrimiento de los mismos.

Por ejemplo, la Biblia tal vez mencione algo en algunos lugares, pero no en otros; en cierto pasaje aparece algo, y en otros no. En cierto lugar se expresa algo de una manera, mientras que en otro lugar se dice de otra. La misma palabra se puede usar en algún lugar en plural y en otro en singular. En algunas partes, la Biblia hace énfasis en el nombre del Señor, mientras que en otras se hace en el nombre del hombre. La cronología se menciona en algunos lugares, pero en otros se deja a un lado por completo. Todos éstos son hechos.

Una persona que lee la Biblia eficazmente es, sin duda, cuidadosa ante Dios. No puede ser descuidada ni torpe ya que ni una jota ni una tilde se pueden omitir de la Palabra de Dios. En el momento en que la Palabra de Dios se abre a uno, uno debe saber cuál es el énfasis que presenta. Muchas personas son descuidadas, y oyen y leen la Palabra sin prestar mucha atención y, por ende, no ven el énfasis de la Palabra de Dios y no ven cuán profunda es. Lo primero que tiene que hacer una persona es descubrir los hechos y luego memorizar, ordenar y comparar. Sólo entonces recibirá la luz del Señor y recibirá la provisión con la cual abastecer a otros y el cuidado con el cual atender a los demás.

Usemos un ejemplo sencillo. Si leemos la Biblia cuidadosamente, encontraremos en el Nuevo Testamento las expresiones en el Señor, en Cristo, en Cristo Jesús, pero nunca vemos: en Jesús ni en Jesucristo; hallamos la expresión en Cristo Jesús, mas no en Jesucristo. Estos son hechos y debemos memorizar y tomar nota de cada uno de ellos. Examine el pasaje donde dice en el Señor, y el contexto donde aparece en Cristo Jesús. Si memorizamos estos pasajes, los podremos comparar. ¿Por que dice en Cristo Jesús en vez de en Jesús? ¿Por qué consta en el Nuevo Testamento en Cristo Jesús y no en Jesucristo? ¿Por qué la Biblia nunca dice en Jesús ni en Jesucristo? ¿Por qué es esto? Cuando escudriñamos y comparamos las Escrituras de esta forma y buscamos la iluminación de Dios, hacemos descubrimientos.

Cuando llega la luz, todo se esclarece. Jesús es el nombre dado al Señor mientras estaba en la tierra, Cristo es el nombre con que Dios lo designó al ungirlo después de la resurrección. Recuerde que en Hechos 2 dice que Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al leer Romanos encontramos las palabras Cristo Jesús lo cual quiere decir que el Cristo de hoy es el mismo Jesús que estuvo en la tierra; Su nombre ahora es Cristo Jesús. Antes de Su resurrección se le llama Jesucristo, lo cual denota que Jesús llegaría a ser Cristo. Jesús es el nombre con el que se le conoció mientras vivió en la tierra como hombre. Existe una diferencia entre la expresión que da a entender que Cristo era antes Jesús y la que muestra que Jesús llegaría a ser el Cristo. Es más, no podemos estar en Jesús, pero sí en Cristo; podemos estar en el Señor y en Cristo Jesús, mas no en Jesucristo. Mientras el Señor estaba en la tierra, no podíamos estar en El, porque si hubiéramos estado, habríamos tomado parte en Su muerte en la cruz y en Su redención, lo cual es totalmente contrario a la verdad. Nosotros no tenemos parte en Su encarnación ni en Su nacimiento en Belén. El era el Hijo unigénito de Dios, y nosotros no tenemos parte en ese aspecto.

¿Cómo podemos estar en Cristo? En 1 Corintios 1:30 dice: “Mas por El [Dios] estáis vosotros en Cristo Jesús”. No dice en Jesús. Después de que el Señor Jesús murió y resucitó, fuimos unidos a El en Su resurrección. Mediante Su muerte y resurrección Dios lo hizo el Cristo y nos unió a El por el Espíritu. Nosotros recibimos Su vida cuando El resucitó; por lo tanto, la regeneración no proviene de la encarnación sino de la resurrección. Ahora podemos ver esto claramente.

Es así como se lee y estudia la Biblia. Primero, descubrimos los hechos; luego los memorizamos, los ordenamos y los comparamos; después oramos al Señor y esperamos en El, y finalmente recibimos Su iluminación y una nueva visión. Estos son los cuatro principios que usamos al leer la Biblia. No podemos pasar por alto ninguno de ellos.

Permítanme darles otro ejemplo. Noten lo que se dice acerca de la venida del Espíritu Santo en Juan 14 y 15. Al leer estos pasajes, debemos prestar mucha atención a la promesa del Señor Jesús y descubrir si hay hechos especiales.

Leemos en Juan 14:16-20: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis; porque Yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. ¿Qué hechos descubrimos aquí? Las primeras oraciones hablan de “el Padre” y “el Espíritu” pero más tarde cambia a “Yo”. Este cambio en el pronombre presenta un hecho; de tercera persona pasa a primera persona.

De acuerdo con estos cuatro principios, ¿cómo debemos abordar este pasaje? Primero, debemos descubrir los hechos. En este caso, el hecho es que el pronombre pasa de El a Yo; segundo, debemos tener presente este hecho; tercero, debemos analizar el hecho de que aquí hay dos Consoladores. El Señor dice: “Yo rogaré al Padre, y El [el Padre] os dará otro Consolador. La palabra otro significa que ya había uno. Así que “El [el Padre] os dará otro Consolador” significa que debe de existir un primer Consolador.

Lo primero que debemos analizar es que el Señor habla de dos Consoladores. Les dice a los discípulos que ellos ya tienen un Consolador, y que El les va a dar otro. ¿Qué clase de Consolador es el segundo? “Que esté con vosotros para siempre” ¿Quién es este Consolador? El Señor Jesús dijo que el mundo no le conoce, pero que ellos sí. ¿Por qué? “Porque permanece con vosotros”. El estaba con ellos permanentemente. El mundo no le puede recibir, pues ni siquiera le ha visto. Pero los discípulos le habían visto y le conocían porque estaba con ellos todo el tiempo.

El Señor les dijo: “Porque permanece con vosotros, y estará en vosotros”. Después de estas palabras, el pronombre El ya no se usa, porque en la oración siguiente El dice: “No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros”. Al estudiar estos pasajes, encontramos que El es Yo, y Yo es El. En otras palabras, mientras el Señor Jesús estuvo en la tierra, El era el Consolador, el Espíritu Santo estaba en el Señor, y el Señor era el Consolador, El y el Espíritu Santo eran uno solo. Por esta razón, El dijo que los discípulos le habían visto y le conocían, y que El estaba con ellos.

¿Qué sucedió, entonces? El Señor les dijo que otro Consolador vendría después de que El muriera y resucitara. Les dijo que volvería a ellos y que Dios les daría el Espíritu Santo. pero ¿cómo se logró esto? El mismo Señor volvió a ellos nuevamente en el Espíritu Santo; no los dejó huérfanos. Por un breve tiempo no lo vieron, pero luego le volvieron a ver. Ahora El permanecería con ellos. El versículo 17 dice: “Estará en vosotros”. Más adelante, en el versículo 20 leemos: “Yo en vosotros”. Por consiguiente, el Yo de la segunda sección es el El de la primera. Si notamos el cambio de los pronombres, podemos ver la diferencia de los dos Consoladores. La primera sección se refiere al Espíritu Santo en Cristo, y la segunda a Cristo en el Espíritu Santo. El se refiere al Espíritu Santo en Cristo, y Yo, a Cristo en el Espíritu Santo. ¿Quién es el Espíritu Santo? Es el Señor presentado en otra forma. El Hijo está en el Padre en otra forma; de la misma manera, El Espíritu Santo es el Hijo de otra forma. Lo que se da en realidad, es un cambio de forma.

En este ejemplo vemos que el primer principio básico al leer la Biblia es descubrir los hechos. Si no lo hacemos, no podemos recibir ninguna luz de Dios. Lo importante no es cuántas veces lee uno la Biblia, sino descubrir los hechos que contiene cuando la leamos.

Pablo era una persona que sabía descubrir los hechos. Noten lo que dice en Gálatas 3. El vio en Génesis que Dios bendeciría a las naciones mediante la simiente de Abraham y que usó la palabra simiente en singular, no en plural, refiriéndose a Cristo. Primero, Pablo descubrió este hecho. El vio que las naciones serían bendecidas mediante la simiente de Abraham, y vio que esta simiente única era Cristo. Si la palabra hubiera estado en plural, se habría referido a los muchos hijos de Abraham, es decir, los judíos, y el significado sería completamente diferente. Pablo leyó la Escritura detenidamente y descubrió hechos.

Hay muchos hechos en la Biblia. La riqueza que una persona tenga de la Palabra de Dios depende de cuántos hechos haya descubierto, porque cuanto más descubra, más rica será, y si no puede descubrir ningún hecho y lee la Biblia de una manera rápida y sin prestar atención, no entenderá mucho.

Al leer la Biblia, debemos descubrir los hechos y luego memorizarlos, analizarlos y compararlos. Por último, debemos arrodillarnos ante Dios y pedirle luz.

III. LAS DIFERENTES MANERAS DE LEER LA BIBLIA

Debemos leer la Biblia en dos ocasiones diferentes en el día y debemos tener dos ejemplares, uno para cada ocasión. La primera lectura puede hacerse en la mañana, y la otra en la tarde, o ambas pueden hacerse de madrugada. Estas dos lecturas deben estar separadas por algún lapso. En la mañana o en la primera sesión de la lectura en la madrugada, debemos meditar, alabar al Señor y orar mientras leemos la Biblia, combinando nuestra lectura con meditación, alabanza y oración. En este período recibimos el alimento espiritual y nuestro espíritu es fortalecido. No lea mucho durante esta sesión. Tres o cuatro versículos son suficientes, pero en la tarde, o la segunda sesión de la lectura matutina se debe pasar más tiempo porque leemos con el propósito de estudiar la Palabra de Dios.

Si es posible, debemos tener dos Biblias porque la que se usa en la mañana, o en el primer período de lectura no debe tener marcas ni notas escritas (excepto, tal vez fechas, a las cuales aludiremos más adelante). La Biblia que usamos en el segundo período de lectura puede contener todo lo que nos haya llamado la atención, ya sea tomando notas, poniendo algún símbolo o subrayando los versículos. La Biblia que use en el primer período puede contener las fechas en las cuales encontramos algún versículo en particular, decidimos algo con el Señor o tuvimos alguna experiencia especial. Debemos anotar la fecha al lado del versículo porque ese día tuvimos un encuentro con Dios. No escriba otra cosa que no sea fechas. La Biblia que usamos en el segundo período la estudiamos y debemos escribir todos los hechos espirituales que descubramos y la luz que hayamos recibido. Procedamos entonces a describir la manera en que debemos leer la Biblia durante estos dos períodos.

A. En la primera sesión meditamos en la Palabra de Dios

En cuanto a la meditación de la Palabra, creo que la mejor manera para describirla es citar lo que George Müller dijo:

Al Señor le ha placido recientemente enseñarme una verdad sin mediación del hombre hasta donde sé, cuyo beneficio nunca he perdido; aún hoy, mientras preparo la quinta edición de esta publicación, veo que han pasado más de catorce años. Esto es lo que vi. Entendí que lo primero y más importante que debo tener cada día es hallar gozo para mi alma en el Señor. Debía preocuparme día a día por alegrar mi alma y mantener mi hombre interior nutrido, no por cuánto debía servir al Señor ni cómo debía glorificarle. No podría presentar la verdad a los incrédulos, beneficiar a los creyentes, aliviar a los afligidos ni comportarme como hijo de Dios en este mundo si no tuviese gozo en el Señor y si mi hombre interior no fuese nutrido y fortalecido, pues no tendría el debido espíritu. Antes de esto, yo solía entregarme a la oración después de levantarme en la madrugada, pero ahora he descubierto que lo más importante es leer la Palabra de Dios y meditarla para que mi corazón sea confortado, fortalecido, instruido, reprendido y amonestado. De este modo, al meditar la Palabra de Dios, mi corazón es conducido a tener comunión con el Señor.

Cuando empecé a meditar en el Nuevo Testamento bien temprano en la mañana, lo primero que hacía después de pedirle al Señor que bendijera Su preciosa Palabra, era meditar en ella buscando en cada versículo obtener bendición no con miras a ministrar en público la Palabra, ni con el fin de predicar lo que recibía, sino con el fin de alimentar mi alma. Después de algunos minutos mi alma era conducida a confesar los pecados, a dar gracias, a interceder o a suplicar y esto me conducía no exactamente a la oración sino a la meditación, aunque me volvía inmediatamente a la oración y me encontraba por momentos confesando mis faltas o intercediendo o haciendo súplicas o dando gracias. Pasaba luego a otro versículo mezclando todo con oración por mí o por otros a medida que leía la Palabra de Dios, pero siempre teniendo en cuenta que el objetivo de mi meditación era alimentar mi alma. Como resultado surgía la confesión, el agradecimiento, la súplica o la intercesión, mezclada con mi meditación, y mi hombre interior casi siempre era en gran manera nutrido y fortalecido. Para cuando iba a desayunar, con raras excepciones, estaba en paz y mi corazón estaba alegre. El Señor estaba satisfecho de comunicarse conmigo. Poco después o más adelante encontraba que me había convertido en proveedor de alimento para otros, aunque no por causa del ministerio público de la palabra que recibía en mi meditación sino por el provecho que recibía mi hombre interior…

Inclusive ahora, desde que Dios me enseñó esto, es muy claro para mí que lo primero que un hijo de Dios debe hacer cada mañana es procurarse alimento para su hombre interior. Así como el hombre exterior no puede trabajar por mucho tiempo sin alimento y debemos alimentarlo, asimismo lo primero que debemos hacer en la mañana es alimentar nuestro hombre interior. Debemos tomar el alimento con ese propósito; pero ¿cuál es el alimento para el hombre interior? No es la oración s ino la Palabra de Dios, y tampoco es la simple lectura de la Palabra que pasa por nuestras mentes como el agua por la tubería, sino el entendimiento y la profundización de lo que leemos y la retención de la misma en nuestro corazón. Cuando oramos, hablamos con Dios. Para que la oración persista requiere cierta medida de esfuerzo o deseo sincero, y la mejor manera de valernos del alma es permitir que el hombre interior sea nutrido al meditar en la Palabra de Dios. Es allí donde nos encontramos con nuestro Padre, quien nos habla, nos anima, nos conforta, nos instruye, nos hace humildes y nos reprueba. Por consiguiente, podemos meditar con la bendición de Dios, porque aunque somos débiles espiritualmente, cuanto más débiles seamos más necesitamos la meditación para ser fortalecidos en nuestro hombre interior. Si nos damos a la oración sin haber tenido tiempo de meditar, es muy posible que nuestra mente divague. Hago hincapié en este asunto porque sé cuán grande es el beneficio y el refrigerio espirituales que he obtenido, y con todo amor y solemnidad suplico a mis hermanos que mediten en este asunto. Por la bendición de Dios, gracias a esto he recibido de Dios la ayuda y fortaleza que me permiten pasar en paz por pruebas mayores que las que había experimentado antes. Ahora, después de 14 años, con el temor de Dios, me atrevo a recomendarlo.

¡Qué gran diferencia se ve durante el día en el servicio, las pruebas y las tentaciones cuando el alma es reconfortada y recibe gozo en la madrugada de cuando carece de preparación espiritual! (George Müller, Autobiografía de George Müller, “Una vida de confianza”, 1861, reimpreso en 1981, pp. 206-210.)

B. La lectura general durante la segunda sesión

Una persona que recientemente ha recibido al Señor, por lo menos durante los primeros meses de su vida cristiana, no debe dedicarse al estudio profundo de la Biblia, ya que primero debe familiarizarse con ella en forma global. Más bien puede dedicar unos cuantos meses a leerla de una manera general, y más adelante puede empezar a estudiarla seriamente.

Para familiarizarse con la Biblia, la persona debe leerla en su totalidad, capítulo por capítulo, en forma consecutiva, más de una vez. Es de gran ayuda decidir cuántos capítulos del Antiguo Testamento y cuántos del Nuevo quiere uno leer cada día. La lectura no debe ser ni muy rápida ni muy lenta; debe ser continua y somera. George Müller leyó la Biblia centenares de veces durante toda su vida. Todos los que han recibido al Señor deben leerla y recordar cuántas veces la han leído completa. Uno puede escribir una carta a un hermano anciano, en la que le cuente la primera vez que terminó de leer el Nuevo Testamento. También es útil insertar una hoja en blanco en la Biblia, donde uno anote el número de veces que la ha leído. Cuando uno haya terminado de leerla la primera vez, debe anotar la fecha y el lugar. Lo mismo se puede hacer la segunda vez, la tercera y así sucesivamente. Uno debe anotar cuando termine de leer el Antiguo Testamento o el Nuevo. Espero que usted, igual que el señor Müller, lea la Biblia totalmente centenares de veces a lo largo de su vida. Si una persona desea leer la Biblia cien veces y calcula que ha de vivir cincuenta años, tendrá que leerla por lo menos dos veces al año. Vemos, entonces, por qué se necesita dedicar mucho tiempo a la lectura de la Biblia.

El principio que podemos usar para leer la Biblia es ir capítulo por capítulo repetidas veces. Los que ya tienen más experiencia deben poner mucha atención a la manera como los menos versados leen la Biblia. En ciertas ocasiones es bueno revisar las fechas que éstos anotan en sus Biblias, ver cuantos capítulos han leído por día y cuánto han avanzado cada semana. Debemos prestar atención a esta labor y no desmayar, y también debemos estimular a quienes van demasiado despacio y decirles: “Ya ha pasado medio año, ¿qué te ha impedido terminar de leer el Nuevo Testamento?”

Si una persona lee la Biblia de esta manera, en poco tiempo su conocimiento bíblico crecerá; si es posible debe memorizar uno o dos versículos cada día. Al principio uno tiene que esforzarse un poco porque tal vez sea difícil, pero más adelante verá cuán beneficioso es esto.

C. Un estudio intenso durante un tiempo designado

El primer modo de leer la Biblia, hecho con oración y meditación en la Palabra, se debe practicar continuamente por toda la vida. El segundo modo, en el cual se hace una lectura general y cierto tipo de estudio, puede empezar después de seis meses, al haberse familiarizado con la Palabra.

Todo creyente debe tener un plan definido para estudiar la Biblia, y si uno puede dedicar media hora o una hora, desarrolle dicho plan y acomódelo a su horario. La manera menos provechosa de leer la Biblia es basarse en “la inspiración”, o sea, tener una lectura no planeada u ocasional y que comienza en la página que a uno se le ocurra en el momento; en ocasiones uno lee con avidez durante diez días y luego deja de leer los siguientes diez días. Este no es un buen método y no debemos adoptarlo. Cada uno debe tener un plan específico de lectura y ser disciplinado y estricto en seguirlo.

Por lo tanto, no se exija demasiado ni determine un lapso muy extenso porque si lo hace, le será muy difícil mantenerlo, lo cual viene a ser peor que no tener ningún plan. Una vez que usted determina un método, permanezca en el mismo por cinco, diez o cincuenta años y no se detenga a los dos, tres, cinco o seis meses. Por esta razón uno debe estimar muy cuidadosamente ante el Señor el tiempo que va a dedicar al estudio. Una hora al día será suficiente. Media hora es un tiempo muy corto ya que no podrá abarcar mucho; pero si sólo dispone de media hora, también es un buen tiempo, aunque lo ideal sería una hora. Si se dispone de dos horas, aún mejor, pero normalmente no es necesario dedicar más de dos horas. No hemos visto a ningún hermano o hermana que pueda mantener un horario así por mucho tiempo.

En el libro Cómo estudiar la Biblia se presentan veintiocho formas diferentes de estudiarla. De ellos el estudio progresivo de la verdad a lo largo de toda la Biblia es el más difícil. Se recomienda que este método sólo se use después de muchos años. El método de seguir la trayectoria de una palabra en la Biblia es más fácil, porque se pueden estudiar metales, minerales, números, nombres propios o nombres geográficos, entre otros temas. Estos pueden considerarse estudios suplementarios, y no tenemos que dedicarles todo nuestro tiempo. También podemos hacer estudios cronológicos de la Biblia, si tenemos tiempo. Además de éstos, existen muchas otras maneras de estudiar la Biblia como por ejemplo el estudio de las profecías, los tipos, las parábolas, los milagros, las enseñanzas del Señor mientras estuvo en la tierra o se puede estudiar libro por libro. Debemos usar todos estos métodos uno por uno.

Supongamos que una persona tiene una hora diaria para estudiar la Biblia. Puede distribuir ese tiempo de la siguiente manera:

1. Los primeros veinte minutos: estudio por temas

Basándonos en la experiencia de algunas personas, una hora de estudio se puede dividir en cuatro sesiones. En la primera sesión, de veinte minutos, se pueden estudiar temas específicos como profecías, tipos, parábolas, dispensaciones, las enseñanzas del Señor cuando estuvo en la tierra o un libro en particular. Se pueden leer todos los pasajes y luego buscar los versículos que traten el mismo tema. Si se decide a estudiar libro por libro, puede seleccionar Romanos o el evangelio de Juan. Después de terminar el primer libro, continúe con el siguiente, estúdielo en detalle y examine su contenido. Si usted decide dedicar veinte minutos de su tiempo diario a esta clase de estudio, no lo extienda ni lo acorte. Debemos aprender a ser estrictos y a no ser descuidados.

2. Los siguientes veinte minutos: estudio de palabras

Los veinte minutos siguientes se pueden usar para el estudio de palabras específicas. Encontramos algunos términos especiales y significativos que se repiten a lo largo de la Biblia como por ejemplo: reconciliación, sangre, fe, gozo, paz, esperanza, amor, obediencia, justicia, redención, misericordia. Si los agrupamos y los recopilamos, podemos estudiarlos a fondo. Por ejemplo, podemos estudiar la palabra sangre. Primero debemos anotar todos los pasajes que la mencionen y analizar el significado de cada caso. ¿Qué hizo la sangre por nosotros ante Dios? ¿A qué clase de personas se aplica la sangre? ¿Qué logró la sangre en nosotros? Muchos versículos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento hablan de la sangre y los debemos analizar todos. Esto no se puede lograr en una sola ocasión; por lo tanto, no esperemos obtener resultados asombrosos el primer día. Una concordancia nos puede ahorrar mucho trabajo.

3. Los siguientes diez minutos: recopilar información

Los diez minutos que siguen los podemos dedicar a recopilar información sobre los temas que hayamos escogido. Hay muchos temas en la Biblia, como por ejemplo la creación, el hombre, el pecado, la salvación, el arrepentimiento, el Espíritu Santo, la regeneración, la santificación, la justificación, el perdón, la libertad, el Cuerpo de Cristo, la venida del Señor, el juicio, el reino de Dios, la eternidad. Uno puede escoger ciertos temas y reunir información en la Biblia misma. Cuando mucho, uno puede examinar cinco temas simultáneamente; no es recomendable escudriñar más de cinco, pues se tendrá demasiada información, lo cual hace la tarea bastante difícil. No reúna material para solo un tema, pues esto también consume demasiado tiempo. Se puede encontrar material para más de un tema en un capítulo dado. Uno puede estar estudiando sobre el Espíritu Santo pero el capítulo que está leyendo no contiene nada sobre dicho tema; sin embargo, puede encontrar otros temas en el mismo capítulo; por lo tanto, es más provechoso reunir información sobre dos, tres, cuatro o cinco temas al mismo tiempo, aunque no más de cinco.

El estudio de cada tema puede requerir cierto tiempo para completarse; cada día uno reúne más material. Se debe tomar nota de todo el material que se haya encontrado y se debe escribir las palabras principales y lo que significa cada pasaje. Es muy importante que uno sepa de qué se trata el pasaje. Supongamos que uno esté estudiando sobre el Espíritu Santo en Efesios. Al hallar la expresión “sellados con el Espíritu Santo” en 1:13, debe escribir el significado de dicha palabra. Primero debe anotar la cita, luego los términos afines y por último el significado del versículo. Debe reunir toda la información y un día, cuando vaya a abordar el tema, todo este material estará disponible para que lo aplique.

4. Los siguientes diez minutos: paráfrasis

Los últimos diez minutos se pueden usar en parafrasear la Biblia, que es un ejercicio de suma importancia. Al usar uno sus propias palabras para describir lo que contiene la Biblia, recibe una visión renovada del pasaje. Haga una paráfrasis sencilla usando palabras que otros puedan entender.

Por ejemplo, usted está estudiando Romanos capítulo por capítulo. Si un joven se le acerca y le dice que él ha leído lo que Pablo expresa en dicha epístola, pero que no la entiende, usted tiene que pensar en la manera más práctica de explicársela usando sus propias palabras. Ofrecer una paráfrasis no es dar una explicación, sino comunicar con sus propias palabras y con sencillez lo que Pablo dice. Por esta razón, uno necesita parafrasear la Biblia, relatar el pasaje con las palabras de uno. Puede comenzar con el libro de Romanos. Pablo lo escribió usando sus propias palabras, y ahora usted debe tratar de hacer lo mismo. Haga lo que pueda, con propiedad y claridad, de tal manera que tanto usted como los hermanos puedan entender cuando lo lean.

Si puede hacer una paráfrasis, verá cuánto sabe de las Escrituras. Al usar uno sus propias palabras reitera la idea de los apóstoles de modo que pueda usarse para presentar la Biblia. Por consiguiente, hacer una paráfrasis de la Biblia constituye el primer paso y exponerla, el segundo. Primero debemos aprender a expresar el texto de la Biblia con nuestras propias palabras ya que nuestra capacitación ante Dios debe llevar un orden. No tratemos de exponer la Biblia antes de aprender a parafrasearla, ya que no sería conveniente. Si no podemos parafrasear la Biblia, no podremos transmitirla. Esta es una lección básica que todos debemos aprender. Primero, narre las epístolas de Pablo con sus propias palabras y después haga lo mismo con todo el Nuevo Testamento.

Cuando haga su paráfrasis, evite usar las palabras de la Biblia, use las suyas ya que el fin de este ejercicio es aprender a expresar el significado del pasaje con palabras que estén a su alcance. Después de que haya trabajado en un libro, verá los valiosos resultados y recibirá gran beneficio. Una persona negligente no podrá parafrasear la Biblia; así que debemos orar al Señor y leer la Biblia de una manera ordenada antes de hacer una paráfrasis válida. Después de terminar un libro, revise su trabajo una o dos veces haciendo los cambios necesarios y puliendo las frases. De este modo, obtendrá una impresión más clara de dicho libro y sabrá de qué hablaban los apóstoles. Para tener una idea clara de un pasaje es necesario parafrasearlo.

Para poder parafrasear la Biblia, se la debe estudiar completamente primero y entender cada pasaje y sus implicaciones. Uno debe emplear todo su conocimiento al hacer la paráfrasis. Esto requiere un entendimiento completo del versículo ya que éste sólo puede parafrasearse cuando se tiene una claridad total del contenido. Al practicar esto diariamente, leer detalladamente y tomar notas minuciosas, se podrá hacer una paráfrasis de por lo menos una de las epístolas de Pablo, y se podrá entender lo que Pablo dijo y usar palabras propias para transmitir este mismo significado.

Acabamos de abarcar cuatro puntos: primero debemos estudiar por temas; segundo, debemos estudiar palabras específicas; tercero, debemos recopilar información, y cuarto, debemos parafrasear. Debemos practicar los veintiocho métodos a los que aludimos. Es muy importante mantener un horario definido. Debemos ceñir nuestros lomos, y ser estrictos y ordenados ante el Señor. Si decidimos estudiar una hora al día, hagámoslo. No la extendamos ni la acortemos, a menos que estemos enfermos o en vacaciones, que son las únicas excepciones. Debemos mantener este horario porque si persistimos en este ejercicio diariamente, recogeremos una buena cosecha más adelante.