Watchman Nee Libro Book La disciplina del Espíritu Santo
LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU SANTO
LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU SANTO
Lectura bíblica: Ro. 8:28; Mt. 10:29-31; Jer. 48:11; Gn. 47:7-10
Creímos en el Señor y recibimos una vida nueva; sin embargo, antes de creer en el Señor habíamos adquirido muchos hábitos. Los rasgos característicos de nuestro carácter ya eran parte de nosotros antes de que creyéramos en el Señor. Esos hábitos, esos rasgos y ese carácter han venido a ser un estorbo para que se exprese la vida nueva. Esta es la razón por la cual muchas personas no son afectadas por la vida nueva que recibimos ni experimentan al Señor cuando se relacionan con nosotros. Por lo general, sólo perciben nuestra antigua persona. Tal vez seamos muy inteligentes, o tal vez muy cariñosos, pero estas características no son regeneradas. Podemos conocer a alguien que es muy amable o muy activo. Pero esa amabilidad o esa diligencia no son regeneradas. Todos esos rasgos son un obstáculo para que los demás perciban al Señor.
Desde que fuimos salvos, el Señor ha estado haciendo dos cosas en nosotros. Por una parte, está desarraigando nuestros viejos hábitos y nuestro carácter. Esta es la única manera en que Cristo puede expresar libremente Su vida en nosotros. Si el Señor no hiciera esto, Su vida sería detenida por nuestra vida natural. Por otra parte, el Espíritu Santo forja en nosotros poco a poco una nueva naturaleza y un nuevo carácter, con una nueva vida y nuevas costumbres. El Señor no solamente derriba lo antiguo, sino que también establece lo nuevo. No solamente derriba, sino que también edifica en nosotros. Estos son los dos aspectos de la obra que el Señor hace en nosotros después de salvarnos.
I. DIOS LLEVA A CABO LA OBRA
Muchos creyentes descubren que su persona necesita ser demolida. No obstante, son demasiado inteligentes y tratan de usar medios artificiales para derribar la naturaleza vieja, su carácter y sus antiguos hábitos. Pero lo primero que Dios derribará serán nuestros medios artificiales. Hermanos y hermanas, es inútil y contraproducente valerse de la energía humana para tratar de derribar todo aquello que somos por naturaleza. Debemos comprender desde el principio que todo lo viejo se debe demoler. Sin embargo, no lo podemos hacer por nosotros mismos. Los esfuerzos del hombre por derribarse a sí mismo solamente producirán un adorno exterior y se convertirán en un estorbo para el crecimiento de la vida espiritual. No necesitamos demolernos a nosotros mismos; Dios se encargará de hacerlo.
Tengamos presente que Dios desea hacer esto y lo hará. No tenemos que inventar nada para quebrantarnos a nosotros mismos. Dios desea que dejemos este trabajo en Sus manos. Este concepto fundamental debe quedar profundamente impreso en nosotros. Dios trabajará en nosotros si El tiene misericordia de nosotros. Dios dispondrá un ambiente que demuela nuestro hombre exterior. Dios sabe cuánto necesita éste ser demolido, y conoce nuestros puntos férreos y nuestra obstinación. Puede ser que en muchas áreas reaccionemos con demasiada rapidez o con demasiada lentitud; posiblemente seamos demasiado flexibles o demasiado estrictos. Sólo Dios conoce nuestra necesidad y nadie más, ni siquiera nosotros mismos. Sólo El nos conoce completamente. Debemos permitir que El haga la obra.
Para poder entender la obra de quebrantamiento y de constitución en nosotros, nos referiremos a ella con la expresión la disciplina del Espíritu Santo. Aunque las circunstancias en su totalidad son dispuestas por Dios, es el Espíritu Santo quien las aplica a nuestro ser. Dios dispone el ambiente que nos rodea, pero el Espíritu Santo nos lo aplica. A esta conversión de eventos externos en experiencias internas, es a lo que llamamos la disciplina del Espíritu Santo. En realidad, Dios dispone nuestras circunstancias por medio del Espíritu Santo. El no ordena nuestras vidas directamente, sino por medio del Espíritu Santo. La dispensación o era que se extiende desde la ascensión del Señor hasta Su venida, es la dispensación del Espíritu Santo. En ella la obra de Dios se lleva acabo por obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo dispone nuestras circunstancias y provee la guía interior para los hijos de Dios. Hay algunos pasajes en el libro de Hechos que dicen que el Espíritu Santo indicó, impidió y prohibió. A esta disposición de las circunstancias por el Espíritu Santo y al impulso interior de detenernos y prohibirnos ciertas cosas, la llamamos “la disciplina del Espíritu Santo”. Esto significa que el Espíritu Santo nos disciplina en todo lo que experimentamos.
Esta disciplina no solamente nos guía, sino que también cambia nuestro carácter, lo cual no solamente incluye nuestra manera de actuar sino también nuestra personalidad. Tenemos una nueva vida dentro de nosotros; el espíritu de Dios mora en nosotros. El sabe lo que necesitamos y conoce la clase de experiencia que más nos conviene. La disciplina del Espíritu Santo se entiende como la obra que Dios lleva a cabo en la debida circunstancia por medio del Espíritu Santo, a fin de suplir nuestra necesidad, quebrantarnos y constituirnos. Así que, la disciplina del Espíritu Santo quebranta nuestro carácter, elimina nuestros hábitos naturales y nos constituye del Espíritu Santo en madurez y en dulzura.
Dios ha preparado todas nuestras circunstancias, pues aun nuestros cabellos están contados. Si un gorrión no cae a tierra sin el consentimiento del Padre, ¿cuánto más no estará nuestro ambiente bajo Su control? Una palabra áspera, un gesto hostil, una desgracia, un deseo insatisfecho, la repentina pérdida de la salud, una partida inesperada de un ser querido. Todo ello es regulado por el Padre. Sea alegría, aflicción, salud, enfermedad, gozo o dolor, todo lo que aparece en nuestro camino está aprobado por el Padre. Dios prepara todo lo que nos rodea con el propósito de quebrantar nuestro carácter viejo y reconstruirnos con uno nuevo. Dios hace todos los arreglos necesarios, sin que nosotros lo sepamos; así somos quebrantados, y el Espíritu Santo es forjado en nuestro ser para que adquiramos un carácter compatible con el de Dios. Este carácter divino se expresará día tras día en nosotros.
Tan pronto como creemos en el Señor, debemos estar seguros acerca de ciertos asuntos. Primero, necesitamos ser derribados, y luego reconstruidos. Segundo, nosotros no hacemos el trabajo de demolición ni de construcción; Dios lo prepara todo para demolernos y edificarnos.
II. COMO DISPONE DIOS TODAS LAS COSAS
¿Cómo toma Dios las medidas necesarias para nuestro bien?
Todos tenemos diferentes naturalezas, caracteres, estilos de vida y costumbres. Por esta razón, todos necesitamos una clase diferente de quebrantamiento. Hay tantas clases de disciplina como individuos. Cada persona es puesta en situaciones muy específicas. Dos cónyuges pueden tener una relación muy estrecha; aún así, Dios dispondrá ambientes diferentes para cada uno de ellos. Lo mismo sucede entre padre e hijo, y entre madre e hija. Al valerse de nuestras circunstancias, Dios nos asigna la disciplina a cada uno de nosotros según nuestra necesidad individual.
Todo lo que Dios nos asigna nos sirve de adiestramiento. Romanos 8:28 dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados”. Todo no se limita a cien mil cosas ni a un millón. No podemos determinar cuán grande es el número. Todo es arreglado por Dios para nuestro bien.
Por consiguiente, nada nos viene por casualidad. Las coincidencias no existen para nosotros. Todas las cosas son preparadas por Dios. Desde nuestro punto de vista, nuestras experiencias parecen confusas y desconcertantes y no vemos el propósito que yace detrás de todas ellas. Tal vez ni entendamos lo que significan; pero la Palabra de Dios dice que todas las cosas cooperan para nuestro bien. No sabemos que beneficio nos traerá cada situación. Tampoco sabemos cuántas cosas nos esperan ni qué provecho nos traerán. Lo que sí sabemos es que todo obra para nuestro bien. Todo lo que nos suceda nos traerá beneficio. Tengamos presente que lo que Dios ha dispuesto tiene como fin producir santidad en nuestro carácter. Nosotros no forjamos esta santidad en nosotros mismos; es Dios quien produce un carácter santo en nosotros valiéndose de nuestro entorno.
Un ejemplo servirá para explicar la forma en que todas las cosas cooperan para nuestro bien. En Hangchow hay muchos tejedores de seda. Al tejer se usan muchos hilos y colores. Si miramos la tela por el revés, parece un caos. Una persona que no sepa de tejidos quedaría perplejo, pues no sabría cuál es el estampado que se ve por el otro lado de la tela. Al dar vuelta a la tela, se verán en ella hermosos motivos de flores, montañas y ríos. No se ve nada definido cuando se está tejiendo la tela; sólo se ven hilos rojos y verdes que van y vienen. De igual modo, nuestra experiencia va de un lugar a otro aparentemente sin rumbo. No sabemos qué diseño tiene Dios en mente. Pero todo “hilo” que Dios usa, toda disciplina de Sus manos tiene una función. Cada color tiene su propósito, pues el diseño es preparado de antemano. Dios dispone nuestras circunstancias con el fin de forjar Su santidad en nuestro carácter. Todo encuentro tiene significado, y es posible que no lo entendamos hoy, pero un día lo entenderemos. Algunas situaciones no se ven muy bien en el presente, pero más adelante, cuando miremos hacia atrás, entenderemos por qué el Señor hizo esto y qué se proponía cuando lo hizo.
III. NUESTRA ACTITUD
¿Cuál debe ser nuestra actitud cuando afrontamos estas cosas?
Romanos 8:28 dice: “A los que aman a Dios todas las cosas cooperan para bien”. En otras palabras, cuando Dios trabaja, es posible que recibamos el bien, pero también es posible que no. Esto se relaciona estrechamente con nuestra actitud. Nuestra actitud determina incluso cuán pronto recibiremos el bien. Si nuestra actitud es correcta, recibiremos el bien inmediatamente. Si amamos a Dios, todo lo que procede de la voluntad de Dios cooperará para nuestro bien. Si un hombre afirma que no tiene preferencias, que no pide nada para sí mismo y que solamente desea lo que Dios le dé, sólo tiene un deseo en su corazón: amar a Dios. Si ama al Señor con sinceridad, todas las cosas que lo rodean cooperarán para su bien, no importa cuán confusas parezcan.
Cuando algo nos sucede, y no tenemos el amor de Dios en nosotros; cuando anhelamos y buscamos cosas para nosotros, o cuando procuramos intereses privados aparte de Dios, el bien que Dios ha reservado para nosotros no llega. Somos muy buenos para quejarnos, contender, murmurar y protestar. Hermanos y hermanas, tengan presente que aunque todas las cosas cooperen para bien, no recibiremos el bien inmediatamente si no amamos sinceramente a Dios. Muchos hijos de Dios han afrontado muchos problemas, pero no se han beneficiado de ello. Experimentan mucha disciplina, y Dios los pone en circunstancias difíciles, pero ellos no cosechan ninguna riqueza. Esto se debe a que tienen otras metas aparte de Dios. Sus corazones no son dóciles ante Dios. No sienten el amor de Dios ni tampoco lo aman. Tienen una actitud equivocada. En consecuencia, tal vez sufran mucho, pero nada permanece en sus espíritus.
Que Dios tenga misericordia de nosotros para que aprendamos a amarlo con el corazón tan pronto seamos salvos. No es problema tener poco conocimiento, porque el conocimiento de Dios reside en el amor, no en el conocimiento mismo. Si un hombre ama a Dios, lo conocerá aunque carezca de la teoría. Pero si sabe mucho acerca de Dios, mas no le ama con el corazón, el conocimiento no le servirá. Hay un excelente verso en nuestro himnario: “Para llegar a Dios, el amor es el camino más corto” (Hymns [Himnos] #477). Si un hombre ama a Dios, todo lo que enfrente redundará en su propio bien.
Nuestro corazón debe amar a Dios; debemos conocer Su mano y humillarnos ante ella. Si no vemos Su mano, el hombre nos distraerá, y pensaremos que los demás están mal y que nos traicionaron. Creeremos que todos nuestros parientes, cercanos y lejanos, están equivocados. Cuando condenamos a todo el mundo, nos desanimaremos y desilusionaremos, y nada redundará en nuestro bien. Cuando decimos que todos los hermanos y las hermanas de la iglesia están mal, y que nada está bien, no sacamos ninguna ganancia; sólo nos enojamos y criticamos. Si recordamos lo que el Señor Jesús dijo, que “ni uno de ellos [los pajarillos] cae a tierra sin vuestro Padre” (Mt. 10:29). Si nos damos cuenta de que todo proviene de Dios, nos humillaremos bajo Su mano y recibiremos el bien.
En Salmos 39:9 leemos: “Enmudecí, no abrí mi boca, porque tú lo hiciste”. Esta es la actitud de una persona que obedece a Dios. Puesto que Dios ha hecho algo y ha permitido que llegue a nosotros, nos humillamos y no decimos nada. No diremos: “¿Por qué a otros les sucede aquello y a mí esto?” Cuando amamos a Dios y reconocemos Su mano, no nos quejamos. Así veremos que Dios nos quebranta y nos edifica.
Algunos podrían preguntarse: “¿Hemos de aceptar también lo que venga de la mano de Satanás?” El principio fundamental es que aceptemos todo lo que Dios permite que llegue a nosotros. No obstante, debemos resistir los ataques de Satanás.
IV. QUEBRANTAMIENTO Y CONSTRUCCIÓN
El Señor hace que nos enfrentemos con muchas cosas, la mayoría de las cuales no nos agradan. Por eso la Biblia nos manda: “Regocijaos en el Señor siempre” (Fil. 4:4). Solamente en el Señor nos podemos regocijar siempre. Aparte de El, ¿qué podría traernos un regocijo constante? ¿Por qué Dios permite que lleguen a nosotros las adversidades? ¿Qué se propone al permitirnos pasar por estas cosas? Su meta es derribar nuestra vida natural. Si leemos Jeremías 48:11, podremos entender.
Jeremías 48:11 dice: “Quieto estuvo Moab desde su juventud, y sobre su sedimento ha estado reposado, y no fue vaciado de vasija en vasija, ni nunca estuvo en cautiverio; por tanto, quedó su sabor en él, y su olor no se ha cambiado”. Los moabitas eran los descendientes de Lot (Gn. 19:36-37). Estaban emparentados con Abraham pero su origen era carnal. Moab había estado quieto desde su juventud y nunca había pasado por tribulación, ni pruebas, ni azotes, ni penas ni dolor. No le había sucedido nada que le hiciera derramar lágrimas; jamás cosa alguna rompió su corazón ni estorbó su camino. A los ojos de los hombres, esto era una gran bendición. No obstante, ¿qué dijo Dios acerca de los moabitas? El dijo: “Sobre su sedimento ha estado reposado, y no fue vaciado de vasija en vasija”. El vino reposado en su sedimento denota impureza. Cuando el vino se fermenta, en la parte superior se ve un líquido limpio, y en el fondo se asienta el sedimento. Cuando se agita la vasija, el sedimento y el líquido se mezclan de nuevo. Para tener un líquido libre de sedimentos, se debe vaciar cuidadosamente el vino en otra vasija. En tiempos antiguos no había filtros, y la única manera de eliminar el sedimento era decantar el líquido, vertiéndolo en otra vasija. Originalmente el líquido y el sedimento estaban mezclados. Al pasar el líquido a otra vasija, se dejaba el sedimento. Algunas veces el sedimento se escapaba con el líquido a la otra vasija, y era necesario decantar el líquido de nuevo. Hacían esto reiteradas veces hasta que el sedimento se eliminaba por completo. Moab nunca fue trasvasado; fue como el vino asentado sobre su sedimento. No había sido librado de su “sedimento”. Por esto dice que “quedó su sabor en él”, y que “su olor no se ha cambiado”. El sabor y el olor de Moab nunca cambiaron. Su condición jamás varió. Pero a Dios no le interesa el antiguo olor. El desea cambiar el olor.
Algunos han sido creyentes por diez años, pero su sabor permanece igual que el primer día. Son como Moab, cuyo sabor permanece y cuyo olor no cambia. Algunas personas eran muy descuidadas cuando recibieron al Señor Jesús, y después de veinte años siguen siendo irresponsables. El primer día vivían en ignorancia e insensatez, y hoy continúan en la misma condición; todavía conservan el mismo sabor, y su olor no ha cambiado. Dios no desea tal cosa. El desea quitarnos nuestros viejos hábitos, y librarnos de nuestra naturaleza y carácter; quiere eliminar todo elemento indeseable de nosotros. El quiere verternos en otra vasija, y luego en otra. Después de haber sido trasvasados unas cuantas veces, nuestro “sedimento” quedará atrás, y el sabor original habrá desaparecido.
Moab tuvo una vida muy cómoda, pero como resultado “su sabor quedó en él, y su olor no se ha cambiado”. Quizás nuestra vida no haya sido fácil. Tal vez no hayamos estado quietos desde la juventud y hayamos pasado por “muchas tribulaciones” como Pablo (Hch. 14:22). Si éste es el caso, tengamos presente que el Señor está eliminando nuestro sedimento y nuestro sabor original. El Señor desea librarnos de nuestro propio sabor y de nuestro olor natural. Lo viejo que hay en nosotros se debe eliminar; necesitamos que el Señor lo desarraigue. Para eso, El nos está pasando de una vasija a otra, y luego a una tercera. El permite que esto nos suceda hoy, y que aquello nos suceda mañana. El Señor nos lleva de una experiencia a otra. Cada vez que El disponga nuestras circunstancias y nos quebrante, dejaremos atrás algo de nuestro viejo sabor y olor. Poco a poco seremos purificados de nuestro viejo sabor. Cada día seremos un poco diferentes. Esta es la manera en que el Señor opera en nosotros; El derriba un poquito hoy y un poquito mañana, hasta que todo nuestro sedimento desaparezca, se pierda nuestro sabor y cambie nuestro olor.
Dios no solamente nos está quebrantando, sino que también nos está constituyendo [de Sí mismo]. Al examinar la vida de Jacob, en Génesis, podemos ver el significado de la constitución.
La vida de Jacob comenzó en un nivel bajo. El luchó con su hermano mayor, estando todavía en el vientre de su madre, procurando nacer antes que él. El era codicioso y astuto, y siempre estaba engañando a los demás. El engañó a su propio padre, a su hermano y a su tío. Pero luego él fue engañado por su tío y por sus hijos. Hizo lo que pudo para prosperar, pero al final se encontró en una terrible escasez. Podemos decir que el camino de Jacob estaba lleno de sufrimientos. Algunas personas pasan sus vidas en quietud y comodidad, pero la vida de Jacob estaba cargada de aflicciones.
Mientras padecía todo aquello, Dios lo derribaba una y otra vez. Jacob sufrió constantemente. Cada experiencia por la que pasó era un sufrimiento. Pero damos gracias a Dios porque después de pasar por tantos sufrimientos en las manos de Dios, finalmente adquirió un toque de la santidad de Dios. Vemos esto cuando él estaba en Egipto. Ahí vemos a un hombre gentil, humilde, resplandeciente y lleno de dignidad. El era tan manso y humilde que pudo pedirle a su hijo gracia y misericordia. El tenía un entendimiento tan claro que pudo comunicar profecías que ni siquiera Abraham pudo; impartió bendiciones que Isaac no pudo. El estaba tan lleno de dignidad que hasta Faraón inclinó la cabeza ante él para recibir su bendición. Esto demuestra que por el quebrantamiento que Dios llevó a cabo en Jacob, éste llegó a ser humilde y útil a Dios. ¡Jacob se volvió un hombre de Dios!
Después de años de quebrantamiento, Dios constituyó a Jacob consigo mismo. Por eso podemos ver una escena tan hermosa en el lecho de muerte de Jacob, cuando se inclinó sobre su bastón y adoró a Dios. Aunque él estaba enfermo en cama, pudo inclinarse sobre su cayado y adorar a Dios. Esto prueba que recordaba su vida de peregrino. Se esforzó por sentarse, bajó los pies de la cama, y profetizó. Después de profetizar, recogió los pies y expiró. Tuvo una muerte muy apacible. Esta es verdaderamente una escena llena de belleza.
Podemos repasar detenidamente la vida de Jacob. Cuando nació, me temo que nadie tenía un “sabor” peor que el suyo. Pero cuando partió de este mundo, aquel sabor había desaparecido totalmente. Lo que vemos es un hombre totalmente constituido de Dios.
Tengamos presente que todo lo que enfrentamos, de una manera u otra, nos puede edificar. Dios nos derriba valiéndose de toda clase de sufrimientos. Esta demolición puede ser bastante dolorosa. Pero después de pasar por esas pruebas, algo es forjado en nosotros. En otras palabras, cuando pasamos por sufrimientos, parece que estuviéramos cayendo, pero la gracia de Dios siempre nos lleva adelante. En el proceso de vencer en medio de nuestros sufrimientos, algo es forjado en nosotros. A medida que vencemos en las pruebas, algo nos va constituyendo día tras día. Por una parte, Dios nos hace pasar por adversidades y nos demuele por medio de las dificultades; por otra, algo es depositado en nosotros cuando nos levantamos de nuestras pruebas.
Damos gracias a Dios porque tenemos la disciplina del Espíritu Santo. ¡Que Dios tenga misericordia de nosotros, nos quebrante y nos constituya por medio de la disciplina del Espíritu Santo para que lleguemos a la madurez!