Watchman Nee Libro Book Confesion y restitucion
CONFESIÓN Y RESTITUCIÓN
CONFESIÓN Y RESTITUCIÓN
Lectura bíblica: Lv. 6:1-7; Mt. 5:23-26
I. UNA CONCIENCIA SIN OFENSA
Después de que creemos en el Señor, debemos desarrollar el hábito de confesar y restituir. Si hemos ofendido a alguien o hemos cometido una falta contra otro, debemos aprender a confesar y a compensar por el daño. Por una parte, debemos confesar la ofensa a Dios, y por otra, debemos confesarla al hombre y reparar el daño. Si un hombre no se confiesa ante el Señor, y no pide perdón ni hace restitución al hombre, su conciencia fácilmente se endurecerá. Una vez que la conciencia se endurece, se crea un problema serio y fundamental: se hace difícil que la luz de Dios brille en el hombre. Una persona debe desarrollar el hábito de confesar y de hacer restitución a fin de mantener una conciencia sensible delante del Señor.
Un obrero del Señor solía preguntarle a otros: “¿Cuándo fue la última vez que usted confesó su ofensa a otro?” Si ha transcurrido un largo tiempo desde su última confesión, debe haber algún problema en la conciencia de la persona. Con frecuencia ofendemos a otros. Si una persona ha ofendido a alguien y no tiene ningún remordimiento, su conciencia debe de estar enferma o es anormal. El tiempo transcurrido desde su última confesión indica si existe un problema entre usted y Dios. Si ha pasado un largo período, falta luz en su espíritu. Si el tiempo es corto, es decir, si recientemente ha confesado su falta, su conciencia sigue siendo sensible. A fin de vivir bajo la luz de Dios, necesitamos de una conciencia sensible, y para que ésta permanezca sensible, necesitamos condenar al pecado continuamente. Necesitamos confesarnos ante Dios, y también necesitamos confesar al hombre la ofensa y reparar el daño.
Si hemos ofendido a Dios, y la ofensa no tiene nada que ver con el hombre, no necesitamos confesar nada al hombre. No debemos excedernos en nada. Si los pecados de un hermano o una hermana no están relacionados con el hombre, y sólo ofendieron a Dios, él o ella sólo necesita confesarlos a Dios; y no tiene necesidad alguna de confesarlos al hombre. Espero que presten mucha atención a este principio.
¿Qué clase de pecados ofenden al hombre? ¿Cómo debe uno disculparse o pagar a otra persona cuando la ha ofendido o ha cometido alguna falta contra ella? A fin de entender esto claramente, necesitamos estudiar cuidadosamente dos porciones de las Escrituras.
II. LA OFRENDA POR LOS PECADOS EN LEVÍTICO 6
La ofrenda por los pecados tiene dos aspectos: uno se revela en Levítico 5 y el otro en Levítico 6. El capítulo cinco nos dice que debemos confesarnos ante Dios y ofrecer sacrificios por el perdón de nuestros pecados. El capítulo seis nos dice que no es suficiente que ofrezcamos un sacrificio si materialmente hemos ofendido a una persona; necesitamos también restituir algo a la parte ofendida. El capítulo seis dice que si hemos ofendido a alguien en cosas materiales, debemos arreglar el asunto con los hombres. Por supuesto, necesitamos confesar también a Dios y pedirle perdón. Pero resolver el asunto sólo ante Dios no es suficiente. No podemos pedirle a Dios que nos perdone en nombre de aquellos a quienes ofendimos.
¿Cómo debemos arreglar el asunto con el hombre? Miremos la ofrenda por los pecados descrita en Levítico 6.
A. Algunos pecados son transgresiones contra el hombre
Levítico 6:2-7 dice: “Cuando una persona pecare e hiciese prevaricación contra Jehová, y negare a su prójimo lo encomendado o dejado en su mano, o bien robare o calumniare a su prójimo, o habiendo hallado lo perdido después lo negare, y jurare en falso; en alguna de todas aquellas cosas en que suele pecar el hombre, entonces habiendo pecado y ofendido, restituirá aquello que robó, o si el daño de la calumnia, o el depósito que se le encomendó, o lo perdido que halló, o todo aquello sobre que hubiere jurado falsamente, lo restituirá por entero a aquel a quien pertenece, y añadirá a ello la quinta parte, en el día de su expiación. Y para expiación de su culpa traerá a Jehová un carnero sin defecto de los rebaños, conforme a tu estimación, y lo dará al sacerdote para la expiación. Y el sacerdote hará expiación por él delante de Jehová, y obtendrá perdón de cualquiera de todas en que suele ofender”. Una persona que haya ofendido a alguien o transgredido contra alguien en cosas materiales debe arreglar el asunto con los hombres antes de ser perdonado. Si no resuelve el asunto con los hombres, no será perdonado.
Hay seis clases de transgresiones en contra del hombre en esos versículos:
(1) Mentir al prójimo con respecto a un depósito encomendado: significa que después de haber recibido un encargo, retiene intencionalmente el objeto o parte del mismo. Esto es mentir y es un pecado delante de Dios. No debemos mentir con respecto al depósito que nos han encomendado; debemos guardarlo fielmente. Los hijos de Dios deben guardar fielmente lo que se les confíe. Si no podemos guardar algo, no lo debemos aceptar. Una vez que lo aceptemos, debemos hacer lo posible por guardarlo. Si algo le llega a suceder al encargo por causa de nuestra negligencia, hemos transgredido contra el hombre.
(2) Mentir al prójimo con respecto a lo dejado en su mano: esto significa obrar falsamente o mentir en transacciones legales o sacar provecho por medios ilícitos, o usurpar algo que no es de uno en algún negocio. Esto es pecar delante del Señor, y debe ser confrontado severamente.
(3) Robar al prójimo: aunque es posible que esto no suceda entre los santos, de todos modos debemos mencionarlo. Nadie debe adquirir nada por medio del robo. Todo el que intente hurtar las posesiones de otros valiéndose de la posición social o del poder, comete pecado.
(4) Explotar al prójimo: es un pecado tomar ventaja alguna de otros valiéndonos de la posición o el poder que tengamos. A los ojos de Dios Sus hijos nunca deben hacer tal cosa. Esta clase de conducta debe eliminarse.
(5) Encontrar algo perdido y mentir al respecto: los nuevos creyentes deben prestar especial atención a este asunto. Muchas personas han mentido sobre las cosas que otros han perdido. Hacer desaparecer algo, reducir la cantidad o reemplazar algo bueno con algo malo, es lo mismo que mentir. Uno halla un artículo y niega haberlo encontrado; o encuentra cierta cantidad y afirma que halló menos. Algo puede estar bueno, pero usted dice que está malo, esto es mentir. Otros pierden algo y usted se aprovecha de ellos; usted los despoja buscando ganancia o beneficio a costa de ellos; esto también es pecado. Un cristiano no debe adueñarse de las posesiones de otros. Si usted ha cogido algo por equivocación, debe guardarlo bien y devolvérselo al dueño. Nunca declare que un objeto que encuentra es suyo. No está bien quedarse con artículos perdidos, pero es peor aún hurtar los bienes de otros por métodos ilícitos. No está bien adueñarse de las posesiones de los demás por medio de cualquier método injusto. Un creyente no debe hacer ninguna cosa que le beneficie a expensas de otros.
(6) Jurar en falso: es pecado jurar en falso con respecto a cualquier cosa material. Usted sabe algo, y sin embargo, dice que no lo sabe. Ha visto algo, pero lo niega y hace desaparecer objetos. Todo el que jura en falso peca.
“En alguna de todas aquellas cosas en que suele pecar el hombre”. Esto se refiere a las transgresiones causadas en contra del hombre en cuestión de posesiones. Los hijos de Dios deben aprender y recordar siempre esta lección: no deben apropiarse de lo que pertenece a otros. No se adueñe de las posesiones de otros. Quienquiera que jure en falso en cualquiera de los asuntos que acabamos de mencionar transgrediendo contra otros, peca.
Hermanos y hermanas, si hay algo deshonesto en cualquier cosa que hagan, si han adquirido algo a expensas de otros, o si han obtenido algo por uno de estos seis medios, han pecado. Debe ponerle fin a todos estos pecados.
B. Cómo restituir
Nuestra conducta debe ser recta, y nuestra conciencia debe estar libre de ofensa delante de Dios. La palabra de Dios dice: “Entonces, habiendo pecado y ofendido, restituirá aquello que robó” (v. 4). La palabra restituir es muy importante. Existen dos aspectos en la ofrenda por los pecados. Por una parte, es necesario que se restituya al hombre por lo que se le quitó. No piense que la propiciación delante de Dios basta. Usted también tiene que devolver al hombre lo que le quitó. Si no lo hace, algo está fallando. La ofrenda por el pecado, mencionada en Levítico 5, se relaciona con los pecados que no son transgresiones materiales contra el hombre. Por supuesto, en tales casos no es necesario devolver nada. Pero los pecados de los que habla el capítulo seis incluyen pérdidas materiales, en cuyo caso uno debe hacer restitución. La propiciación por medio del sacrificio no era suficiente. Uno debía restituir lo que había tomado. Es por esto que el versículo 4 dice: “Entonces, habiendo pecado y ofendido, restituirá aquello que robó”. Todo lo adquirido por medios pecaminosos debe devolverse. Se debe devolver lo que se ha tomado por medio del robo, la calumnia, la negligencia con objetos confiados, lo que uno ha encontrado y jurar en falso. Todas estas cosas se deben devolver.
¿Cómo debe una persona devolver estas cosas? “Lo restituirá por entero a aquel a quien pertenece, y añadirá a ello la quinta parte; en el día de su expiación” (v. 5). Debemos tomar en cuenta tres cosas.
En primer lugar, debemos hacer restitución completa. Es incorrecto no hacer ninguna restitución, pero es igualmente incorrecto no hacer restitución completa. Ninguno debe pensar que una disculpa es suficiente. Mientras el objeto en cuestión siga en nuestra casa, esto demuestra que todavía estamos mal; tenemos que restituirlo por completo.
En segundo lugar, Dios desea que no sólo devolvamos la cantidad completa, sino que también añadamos la quinta parte al hacerlo. ¿Por qué debemos añadir una quinta parte? Según este principio, debemos restituir abundantemente. Si hemos tomado dinero o cosas que pertenecen a otros, Dios desea que añadamos una quinta parte a la cantidad total cuando lo devolvamos. Dios no desea que sus hijos devuelvan lo mínimo. Cuando se imprimen libros se debe dejar suficiente margen en cada página. Asimismo, no debemos ser mezquinos al disculparnos con las personas ni al devolverles lo que les hayamos hurtado. Debemos ser amplios y generosos.
Algunos no añaden la quinta parte cuando hacen restitución; devuelven mucho menos de la quinta parte de lo que debían. Se disculpan diciendo: “Reconozco que en esta ocasión yo lo ofendí, pero no siempre ha sido así; al contrario, usted me ha ofendido a mí”. Esto no es una confesión, sino un ajuste de cuentas. Si debe confesar, sea generoso. No se disculpe menos de lo que debe. Cuando devuelva lo ajeno hágalo con generosidad.
Los hijos de Dios deben comportarse de una manera digna. Cuando confesamos nuestros pecados, debemos hacerlo con dignidad. Disculparse tratando de ajustar cuentas, no es la confesión de un hijo de Dios. Los hijos de Dios deben confesar todos sus pecados y añadir una quinta parte como restitución. Al confesar no debe ser renuente ni calculador. Si cuando confiesa su falta le preocupa la cantidad de dinero que debe devolver, su comportamiento no es el de un verdadero cristiano. Al confesar sus pecados, debe caminar la otra milla. Sea más generoso. No retenga nada en su confesión y procure ser amplio.
Añadir una quinta parte a nuestra confesión o restitución, nos debe recordar que ofender a otros es un problema y que no debemos hacerlo de nuevo. Cuando un nuevo creyente ofende a alguien, debe darse cuenta de que aunque por el momento haya obtenido una ganancia, al final sufrirá pérdida. Tomó cinco quintas partes, pero tiene que devolver seis. Es fácil tomar algo de alguien, pero al devolverlo, no sólo debe regresarlo todo, sino que debe añadir una quinta parte.
En tercer lugar, debemos hacer nuestra confesión y restitución lo más pronto posible. El versículo 5 dice: “Lo restituirá por entero a quien pertenece, y añadirá a ello la quinta parte, en el día de su expiación”. Si podemos devolver el objeto, o si el objeto en cuestión está todavía en nuestras manos, debemos devolverlo en el momento que nos demos cuenta de este pecado. Por lo general uno pospone este paso; pero cuanto más lo posponga, más insensible se volverá. Debemos actuar conforme a la luz que recibamos, restituyendo el mismo día. Esperamos que los hermanos y hermanas tomen un camino recto desde el mismo momento que se conviertan. Nunca debemos tomar ventaja de otros, ni ser injustos. Este es un principio básico de la vida cristiana. Este debe ser el caso desde el mismo comienzo.
No debemos pensar que es suficiente con disculparnos y restituir lo que pertenece a otros.. El asunto no concluye ahí: “Y para la expiación de su culpa traerá a Jehová un carnero sin defecto de los rebaños, conforme a tu estimación, y lo dará al sacerdote para la expiación” (v. 6). Después de haber confesado y restituido por el pecado, debemos acudir a Dios y buscar Su perdón. La ofrenda de la expiación, descrita en el capítulo cinco, se relaciona con Dios y con la pérdida de posesiones materiales. Pero el capítulo seis trata de la transgresión contra el hombre. Por consiguiente, antes de ir a Dios a pedirle perdón por los pecados, se debe resolver el problema con el hombre. Si el problema con el hombre no se ha solucionado, no podemos ir ante Dios a pedirle perdón. ¿Qué sucede después que se han solucionado estos dos aspectos? “El sacerdote hará expiación por él delante de Jehová, y obtendrá perdón de cualquiera de todas las cosas en que suele ofender” (v. 7). Esto es lo que el Señor desea. Quien haya transgredido contra el hombre en cuanto a las posesiones materiales, debe hacer lo posible por restituir lo hurtado. Después de hacer esto podrá acercarse a Dios a pedirle perdón por medio de la sangre del Señor.
Este es un asunto muy serio. Si nos descuidamos, tomaremos ventaja de los demás y pecaremos contra ellos. Los hijos de Dios deben recordar esto siempre; deben devolver lo que pertenece a otros y pedirle perdón a Dios.
III. LO QUE NOS ENSEÑA MATEO 5
Examinemos ahora Mateo 5. Este capítulo es diferente de Levítico 6, el cual trata de las transgresiones contra el hombre con respecto a posesiones materiales. Mateo 5 va más allá de lo material.
Mateo 5:23-26 dice: “Por tanto, si estás presentando tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte a buenas con tu adversario cuanto antes, mientras estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo: De ningún modo saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante”. Los cuadrantes de los que aquí se habla no es algo material; es una alusión al principio de carecer de algo.
El Señor dice: “Por tanto, si estás presentando tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti…” Esto se refiere específicamente a la contiendas que hay entre los hijos de Dios. Si usted está presentando una ofrenda ante el altar, es decir, si le está ofreciendo algo a Dios, y se acuerda de que su hermano tiene algo contra usted, esta memoria es la voz de Dios. El Espíritu Santo con frecuencia le recuerda cosas que han pasado. Cuando esto suceda, no haga este recuerdo a un lado, creyendo que no tiene importancia. Tan pronto recuerde algo, debe atender a ello con diligencia.
Si recuerda que su hermano tiene algo contra usted, esto quiere decir que usted ha pecado contra él, no necesariamente en cuestión de posesiones, sino tal vez siendo injusto con él. El énfasis aquí no está en asuntos materiales, sino en lo que ha hecho que otros estén en su contra. Un nuevo creyente debe comprender que si ofende a alguien y no le pide perdón, se verá en problemas tan pronto como la parte ofendida mencione su nombre y gima delante de Dios. Dios no aceptara su ofrenda ni su oración. No hagamos que un hermano o hermana gima delante de Dios por causa nuestra, porque tan pronto gima, nos veremos en una situación difícil delante de Dios. Si hemos hecho algo malo, o si hemos ofendido o lastimado a alguien, la parte ofendida ni siquiera necesita acusarnos delante de Dios. Todo lo que necesita decir es: “¡Oh! Fulano de tal…” o, simplemente: “Oh”, para que Dios rechace nuestra ofrenda. Si hacemos que otros giman ante Dios por causa nuestra, nuestra espiritualidad y nuestras ofrendas a Dios serán anuladas.
Si usted está presentando una ofrenda ante el altar y se acuerda de que su hermano tiene algo contra usted o tiene algún motivo para gemir por causa suya, posponga su ofrenda. Si desea ofrecer algo a Dios reconcíliese primero con su hermano, y entonces venga y presente su ofrenda. Dios desea la ofrenda, pero usted primero debe reconciliarse con los que ha ofendido. Aquellos que no se reconcilian con los hombres, no pueden presentar su ofrenda a Dios. Uno debe “dejar la ofrenda delante del altar, e ir a reconcíliarse primero con el hermano, y entonces puede presentar su ofrenda”. ¿Pueden ver lo que tiene que hacer? Debe ir primero y reconciliarse con el hermano. ¿Qué significa esto? Significa disipar el enojo del hermano. Posiblemente necesite disculparse o devolver algo, pero lo más importante es satisfacer al hermano. No es un asunto de añadir la quinta o la décima parte; sino de reconciliarse. Reconciliarse es satisfacer las exigencias del ofendido.
Si usted ha pecado contra su hermano, y él está molesto y piensa que usted actuó injustamente, y si usted ha hecho que clame a Dios, la comunión espiritual entre usted y Dios se interrumpe; todas sus perspectivas espirituales se acaban. Posiblemente no piense que está en tinieblas, y crea que tiene la razón, pero la ofrenda que presenta ante el altar, carece de significado. No podrá pedirle ni darle nada a Dios. No podrá ofrecerle nada a El, y mucho menos recibir respuesta. Puede haber ofrecido absolutamente todo en el altar, pero Dios no se complacerá en ello. Por tanto, antes de venir al altar de Dios, debe reconciliarse primero con su hermano y satisfacer lo que le exige. Aprenda a satisfacer tanto los justos requisitos de Dios como los de su hermano. Sólo entonces, podrá presentar su ofrenda a Dios. Esto es un asunto muy serio.
Debemos cuidarnos de ofender a los demás, particularmente a los hermanos, porque si ofendemos a un hermano, caeremos de inmediato bajo el juicio de Dios, y no será fácil ser restaurados. El versículo 25 dice: “Ponte a buenas con tu adversario cuanto antes, mientras estás con él en el camino”. Si hemos sido injustos con un hermano, éste no tiene paz delante de Dios. El Señor nos habla en términos humanos y nos muestra que nuestro hermano es como el demandante en un tribunal. La expresión “mientras estás con él”, en el camino es maravillosa. Hoy todavía estamos en el camino. Nuestro hermano no ha muerto y nosotros tampoco. El está en el camino, y nosotros también. Tenemos que ponernos a bien con él cuanto antes. Un día nosotros no estaremos en el camino o nuestro hermano no estará. No sabemos quién se irá primero, pero cuando eso suceda ya no podremos hacer nada. Mientras estemos todavía en el camino, tenemos la oportunidad de hablar y de pedir perdón. Debemos reconciliarnos cuanto antes. La puerta de la salvación no estará abierta para siempre. Lo mismo sucede con la puerta de la confesión entre los hermanos. Muchos hermanos lamentan haber perdido la oportunidad de confesar sus ofensas unos a los otros; sobre todo cuando la parte ofendida ya no está en el camino. Si le hemos causado alguna ofensa a los hombres, debemos aprovechar cualquier oportunidad que tengamos para reconciliarnos cuanto antes con ellos mientras aún estemos en el camino, porque no sabemos si ellos o nosotros todavía estaremos aquí mañana. Por tanto, tenemos que ponernos a bien con nuestro hermano mientras aún estemos en el camino. Una vez que una de las dos partes no esté, nada se podrá arreglar.
¡Tenemos que ver cuán serio es este asunto! No podemos ser negligentes ni indiferentes. Mientras dura el día, ¡póngase a bien con su hermano cuanto antes! Si usted sabe que un hermano tiene una queja contra usted, debe resolver el asunto y pedir perdón, no sea que después no tenga la oportunidad de reconciliarse.
Después de esto, el Señor utiliza de nuevo términos humanos diciendo: “No sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo: De ningún modo saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante”. No entraremos en la interpretación bíblica en cuanto al pago del último cuadrante. Simplemente, hacemos notar la práctica de pagar hasta el último cuadrante. Tenemos que asegurarnos que este asunto se resuelva debidamente, o no se solucionará. El Señor no habla aquí de un juicio futuro ni de ser echado en una prisión física. Lo que el Señor quiere es que nos reconciliemos hoy, que paguemos todos los cuadrantes hoy, y que no lo dejemos para después. Tenemos que hacer esto mientras aún estamos en el camino. No debemos posponer el asunto esperando que después se resuelva. No es sabio dejar el asunto para el futuro.
Los hijos de Dios deben aprender muy bien esta lección. Debemos hacer restitución y confesar nuestros pecados cuando todavía sea tiempo. Debemos compensar y disculparnos con frecuencia. No debemos permitir que un hermano o una hermana tenga ninguna queja contra nosotros. Si nuestra conciencia está limpia, y no hemos agraviado a nadie, podemos estar en paz, pero si hemos ofendido a alguien, tenemos que confesar nuestro pecado. No debe haber ningún reproche en nuestra conducta ni debemos pensar que los demás están equivocados y que nosotros tenemos la razón. No se deben pasar por alto las quejas de los demás ni tratar de justificar las acciones de uno.
IV. ALGUNAS APLICACIONES PRÁCTICAS
Primeramente, la esfera de la confesión debe ser tan amplia como la esfera de la ofensa. Se debe hacer todo de acuerdo con la palabra de Dios, sin irse a extremos. No se exceda en nada. Una vez que uno se excede, queda expuesto al ataque de Satanás. Si ofende a muchas personas, debe confesar su falta a todas ellas, pero si ofende a una sola persona, entonces sólo debe confesar la ofensa a esa persona. No basta confesar a una sola persona un pecado que se ha cometido contra muchas; y confesar a muchas personas la ofensa cometida contra una sola es excederse. La esfera de la confesión depende de la extensión de la ofensa. El testimonio es otro asunto. A veces usted ha ofendido a un sólo individuo, pero al dar un testimonio a los hermanos, les cuenta lo sucedido. Eso es un asunto completamente diferente. En lo que respecta a la disculpa y la confesión, sólo debe hacerse conforme a la extensión de la ofensa. No debemos ir más allá de esa esfera. Necesitamos prestar especial atención a esto.
En segundo lugar, nuestra confesión debe ser exhaustiva. No debemos ocultar nada para proteger nuestro prestigio ni nuestros intereses. Hay, por su puesto, ocasiones cuando confesamos las ofensas por causa de los intereses y el beneficio de los demás. Nuestra confesión no debe entrar en detalles. Si nos es difícil determinar esto al tomar decisiones en situaciones complicadas, es mejor que tengamos comunión con hermanos y hermanas de experiencia para que nos ayuden a actuar correctamente.
En tercer lugar, hay ocasiones en las que no se puede restituir. Poder restituir y tener el deseo de hacerlo, son dos cosas diferentes. Si no podemos compensar el daño, por lo menos debemos estar dispuestos a hacerlo. Si uno no puede restituir inmediatamente, por lo menos debe decirle a la parte ofendida que desea devolver lo que le quitó y que lo hará en cuanto sea posible.
En cuarto lugar, la ley del Antiguo Testamento dice que si la persona a quien debemos hacer restitución ha muerto y no tiene parientes a quienes compensar el daño, debe ir a los sacerdotes que sirven a Jehová (Nm. 5:8). Según este principio, si la persona a quien debemos compensar el daño ha muerto, la indemnización del agravio se debe entregar a sus parientes. Si no tiene parientes, lo debemos dar a la iglesia. La indemnización por el daño causado se debe dar al perjudicado o a sus familiares. No debe dárselo a la iglesia a capricho. Según este principio, sólo en el caso que uno quiera confesar su pecado, pero la parte ofendida ha muerto y no hay a quien indemnizar, puede entregarlo a la iglesia.
En quinto lugar, después de confesar sus pecados necesita asegurarse de no sentirse condenado en su conciencia. Es posible que nuestra conciencia constantemente sufra condenación, después que uno se ha confesado. Debemos tener la certeza de que la sangre del Señor limpió nuestra conciencia. Su muerte nos dio una conciencia libre de ofensa delante de Dios e hizo posible que nos acerquemos a Dios. Esto es un hecho. Sin embargo, debemos ver que para estar limpios delante del hombre, necesitamos eliminar muchos pecados. Necesitamos resolver todas las ofensas relacionadas con posesiones materiales o con otros asuntos. Pero no debemos permitirle a Satanás que nos condene excesivamente sin razón.
En sexto lugar, la confesión está relacionada con la salud física. Jacobo 5:16 dice: “Confesaos, pues, vuestros pecados unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados”. Cuando confesamos nuestros pecados, Dios nos sana. Usualmente la enfermedad viene cuando hay obstáculos entre los hijos de Dios. Si confesamos nuestros pecados unos a otros, nuestra enfermedad desaparecerá.
Esperamos que los hermanos y hermanas sean diligentes en la confesión y la compensación. Esta es la manera de mantener la pureza. Si alguno ha pecado contra el hombre, debe confesar sus pecados ante Dios; y debe resolver el problema con el hombre. Sólo entonces su conciencia permanecerá limpia. Cuando la conciencia está limpia, la persona puede experimentar un progreso considerable en su búsqueda espiritual.