Rebecca Brown Libro Book cap.1 Preparémonos para la guerra
¡VETE DE LA CIUDAD!
Capítulo 1
¡Vete de la ciudad!
El oscuro pasillo estaba en silencio excepto por el suave siseo de la suela de hule de las dos figuras vestidas de blanco al caminar con preocupación hacia el cuarto de guardia. Una de las figuras, Rebecca, percibía cierta pesadez en el ambiente y un aire de presagio. De repente, su compañero volvió y, tomándola por los hombros con dedos de acero, hizo que se detuvieran abruptamente. La tensión vibraba en él aire mientras los dos se miraban. Rebecca notó con sorpresa un miedo paralizante en el rostro del otro médico.
-Rebecca -le dijo, en carrasposo susurro que denotaba urgencia, -¡tienes que perderte de esta ciudad esta semana! Di que tu mamá enfermó de repente, o que murió… cualquier cosa. Pero ¡tienes que irte de aquí, porque en ello te va la vida!
-Pero, Tim, sabes que esta semana estoy de guardia cada tercera noche. No puedo irme. ¿Por qué tengo que irme?
-Tienes que creerme: si te quedas te matan. No puedes pasar aquí el resto de la Semana Santa. No me atrevo a decir más.
-Ah, ya sé. Creo que estuviste en el concilio de La Hermandad. Soy uno de los que van a sacrificar en la Misa Negra de este año. ¿No es eso? Tú sabes que no puedo irme, que Elaine está demasiado enferma para sacarla del hospital. y no voy a dejarla sola.
-Sí, lo sé. A ella la van a matar también aquí en el hospital. Lo de ella será relativamente fácil, pero lo tuyo…
-Escúchame, Tim. Gracias por arriesgar tu vida al decirme esto, pero no puedo irme…
-¡Rebecca, no seas. tonta! ¡Nada podrá salvarte si te quedas!
-Pues, mira que sí. Mi Señor puede guardarme. ¿No comprendes, Tim? Estás equivocado de dueño. ¡Satanás te destruirá! Jesucristo te ama tanto que murió por ti.
Entrégate a Jesucristo.
-¡Qué va! ¡Nadie sale vivo de esto!
-Pues, Elaine sí. Y ahí la tienes.
El rostro de Tim se endureció a medida que se erguía y adoptaba una gélida expresión.
-Sí, mira a Elaine. ¡No le queda nada! Lo ha perdido todo y probablemente muera. Yo tengo mucho invertido, una carrera, una familia, mucho. ¡No voy a perderlo todo! Si persistes, Rebecca, vas a perder tu carrera y todo lo que tienes. No seas estúpida. Estás tirando por la borda todo él fruto de tu duro trabajo. ¡Es estúpido lo que haces!
-La sabiduría de Dios es necedad para los hombres, Tim. ¿De qué nos sirve granjearnos el mundo entero y terminar en las llamas del infierno eterno? ¡Tienes que entender que Satanás te odia y quiere destruirte!
-Bueno, pero no creo que tu Jesús ha hecho muy buen papel en cuanto a Elaine. Desde que dejó a Satanás, no solo lo ha perdido todo, sino que ya lleva seis meses en el hospital, y a ti te van a echar pronto de aquí si sigues luchando por mantenerla viva. Usa el sentido común, Rebecca. Sabes bien que aquí te han favorecido mucho. Puedes hacer una brillante carrera y hasta llegar a ser famosa. ¡De veras que no te entiendo!
-Lo siento. Sé que no puedes entenderme. Pero voy a seguir orando para que un día puedas, y para que no olvides nuestra conversación de esta noche. Recuerda, Tim, cuando las cosas no te vayan bien, Jesucristo te ama. Satanás te odia: no es más que un mentiroso.
El rostro y la voz de Tiro se tornaron fríos y airados.
-No hay más que hablar. Morirás porque quieres. No podrás decir que no te lo advertí.
Tras decir esto dio media vuelta y caminó apresuradamente hacia su cuarto de guardia. Cerró la puerta con calculada lentitud. Rebecca miró su reloj de muñeca. Las cuatro de la mañana. Suspiró. En dos horas tendría que estar despierta para comenzar el nuevo día… si no la llamaban otra vez.
La conversación con Tim la había sacudido más de lo que había deseado. El hablaba bien en serio, lo sabía. Su vida estaba en peligro. Tim, médico compañero suyo en el hospital donde estaba haciendo su internado, era también un satanista de alto rango. Lo de aquella noche lo confirmaba. No hubiera podido saber que Rebecca iba a ser una de las víctimas en los sacrificios a menos que fuera miembro del concilio, que es el cuerpo que rige el enorme y poderoso capítulo local. Sabía por experiencia que su vida no valía un comino. Y sus comentarios en cuanto a Elaine habían tocado incómodamente de cerca sus propios preocupados pensamientos de los últimos días. ¿Por qué no habían obtenido victoria en lo referente a Elaine? Elaine casi no había salido del hospital desde su final liberación casi un año atrás, y a la sazón estaba muy grave. La batalla había sido incesante y ambas estaban cansadas y desalentadas. ¿Estaba siendo una tonta?
Entró en su propio cuarto de guardia y, bañada en lágrimas, se tiró de rodillas sobre el frío y duro piso junto a la estrecha cama. «Señor», gritó, «¿estoy dentro de tu voluntad?»
Mientras vertía sus dudas y temores ante el Señor, en su mente se arremolinaba el recuerdo de los últimos acontecimientos de su vida: la conversión de Elaine, persona que ocupaba una de las más altas posiciones dentro del satanismo en los Estados Unidos, y las terrible ocho semanas de batalla con los demonios que moraban en ella hasta la última y total liberación. Elaine y ella pensaban que las tribulaciones iban a quedar atrás después de la liberación total. Cuán equivocadas estaban. Al parecer la batalla apenas comenzaba. Constantemente estaban asediadas por demonios, espíritus humanos y personas físicas que las atacaban desde cualquier ángulo. Elaine estaba siempre enferma y en los últimos seis meses había estado grave en el hospital.
«¿Terminará todo de esta manera?» se preguntaba.
Padre, ¿es tu voluntad que entreguemos la vida ahora?
De repente el Espíritu Santo le habló con claridad:
«Hija, recuerda el pacto».
¡El pacto! ¿Qué había olvidado del pacto? El Padre había tenido todo esto en Sus planes meses atrás. No en balde la batalla había sido tan dura. Rebecca se levantó y se sentó en el borde de la cama, sonriente, y se secó las lágrimas. Se sintió inundada de paz, de esa paz que sólo Jesucristo puede dar.
Sus pensamientos volaron a aquella trascendental noche seis meses atrás. Toda la terquedad de Elaine parecía conjugarse aquel fin de semana. El Señor le había hablado a Rebecca un viernes por la noche, y le había dicho que le había ordenado a Elaine que hiciera un pacto con El para protegerlas de un inminente ataque de los satanistas locales. Elaine no había querido, pues insistía tercamente que podía luchar y protegerse a ella y a Rebecca. Todo el orgullo y la terquedad cultivados durante los 17 años en que había servido a Satanás estaban intactos.
Rebecca abordó a Elaine en cuanto a esto aquella tarde durante la cena. Se sentaron en el sofá de la sala a discutir él asunto. .
-Elaine, el Padre me dijo hoy que te ordenó unirte a mí en un pacto con El que nos protegería de un inminente ataque de los satanistas locales. Dice que no quisiste. ¿Es cierto?
-Sí, porque es un insulto. Yo puedo pelear y protegernos. Conozco bien a nuestro enemigo. Después de pasar 17 años sirviéndole, ¡tengo que conocerlo! No soy una debilucha que huye para que Dios la proteja.
-Elaine, ¡no puedes desobedecer al Señor!
-¿Y por qué no? Cuando Satanás me ordenaba algo que yo no quería hacer, no lo hacía. Dios me está insultando. ¿Por qué tengo que pedirle que nos proteja si yo puedo luchar también?
-Pero, Elena, Satanás no es Dios. Satanás es simplemente un ser creado. ¡Dios es Dios! ¡Uno no puede desobedecer a Dios!
La discusión continuó. Rebecca se sentía cada vez más molesta y Elaine se ponía cada vez más terca. De pronto, la habitación se lleno de una luz brillante y una figura vestida de blanco resplandeciente apareció en la sala con una espada desenvainada en la mano. Era alto, muy alto. Su cabeza casi tocaba el cielo raso. Irradiaba poder, y su apariencia era fiera. Su piel era bronceada, y la espada que esgrimía brillaba con una luz blanca y pura. Rebecca iba a hablar pero la interrumpió:
-¡Cálmate, mujer! Soy un siervo del Dios Altísimo, Jesucristo de Nazaret, el que nació de una virgen, anduvo en la carne en esta tierra por 33 años, y murió en la cruz por tus pecados. Este Jesús que ahora se sienta a la diestra del Padre es mi Señor. Dios el Padre me ha enviado a matar a esta mujer rebelde y desobediente. Ha enojado a Dios. En su declaración respecto a la identificación de Jesucristo como su Señor, el ángel demostró la veracidad de su propia identidad. Fue en base a esto que Rebecca lo aceptó como un ángel del Señor. Esto concuerda con el pasaje que dice: «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas son salidos en el mundo. En esto conoced el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo es venido en carne es de Dios» 1 Juan 4:1-2). Los demonios tratan de presentarse como «ángeles de luz» (2 Corintios 11:14). Es muy importante hacer esta prueba que Dios señaló a todo espíritu.
Rebecca se sentó boquiabierta mientras Elaine se levantaba de un salto. Su cuerpo de 1.60 metros se hacía más y más pequeño ante el enorme ángel, pero eso no la detuvo. Sacudiendo los puños le dijo:
-¡A ver, gigantón! ¡Atrévete!
Horrorizada, Rebecca saltó del sofá hacia Elaine. La tomó por el cuello y la haló hacia el sofá.
-¡Elaine, basta! Siéntate aquí y ten la boca cerrada aunque sea un momento.
Y apartándose de Elaine y el ángel, se postró con el rostro en el piso mientras aquella la observaba boquiabierta:
-Padre -gritó Rebecca-, tú eres un Dios de justicia y misericordia. Te suplico en el nombre de Jesucristo tu Hijo que tu ira caiga sobre mí y no sobre Elaine. Tú eres absolutamente justo, tienes motivos suficientes para mandar juicio sobre tu sierva Elaine. Pero, Padre, te ruego que consideres esto. Si matas a Elaine, Satanás y sus siervos dirán que tu diestra es demasiado corta para sacar alguien del reino de Satanás. Por favor, Padre, oye la petición de tu sierva: que tu ira caiga sobre mí y no mates a Elaine.
El ángel enfundó la espada.
-Levántate, mujer. Tu petición ha sido oída y concedida -le dijo, y desapareció.
Mientras Rebecca se levantaba lentamente, Elaine preguntó:
-¿Qué es eso? ¿Por qué se fue tan repentinamente? Y ¿qué querías decir con eso de que la ira de Dios cayera sobre ti y no sobre mí?
Rebecca buscó una Biblia.
-Permíteme mostrarte algo, Elaine.
«Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría el infringir.» 1 Samuel 115:23
-Mira este versículo que tienes delante, Elaine:
«Ciertamente, el obedecer es mejor que los sacrificios …» 1 Samuel 15:22
La rebelión es pecado. Dios no tolera la rebelión de sus siervos. Cada vez que te rebelas contra Dios estás pecando tanto como si volvieras a practicar la brujería.
-Bien, bien. Pero ¿qué es eso de que la ira del Padre caiga sobre ti en vez de sobre mí?
-Bueno, estaba siguiendo el ejemplo de Moisés. Todo él tiempo que los estuvo guiando por el desierto los israelitas se estuvieron rebelando contra Dios. Lo hicieron muchas veces. Cada vez Dios determinaba destruirlos y levantar otra nación de descendientes de Moisés. Pero Moisés intercedía por ellos y le imploraba a Dios que no los destruyera. En Exodo 32, Moisés llegó a pedirle a Dios que borrara su nombre de Su libro si no perdonaba al pueblo. Creo que Números 14 resume mejor el argumento de Moisés.
«Y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿hasta cuándo no me ha de creer con todas las señales que he hecho en medio de ellos? Yo le heriré de mortandad, y lo destruiré, y a ti te pondré sobre gente grande y más fuerte que ellos. Y Moisés respondió a Jehová: Oiránlo luego los Egipcios, porque de en medio de ellos sacaste a este pueblo con tu fortaleza: y lo dirán a los habitadores de esta tierra; los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que ojo a ojo aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube y de noche en columna de fuego: Y que has hecho morir a este pueblo como a un hombre: y las gentes que hubieren oído tu fama hablarán, diciendo: Porque no pudo Jehová meter este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el desierto».
Números 14:11-16
-No te imaginas lo importante que es la obediencia, Elaine. Tienes que ser fiel al Señor para que muchos otros puedan seguir tu ejemplo y salvarse del reino de Satanás. Tu terquedad hay que quebrantarla. De otra manera no puedes servir al Señor. Aquel ángel te hubiera matado. Hablaba en serio. El Señor tiene derecho a matarte. Sé que estás acostumbrada a luchar con los demonios, pero los ángeles del Señor no son como los demonios. Uno no puede luchar contra un ángel, porque los ángeles pelean con el poder del Señor y sólo obedecen Su voluntad.
-Bueno, ¿y qué va a pasar ahora?
-No sé. Estás vivas. El ángel me dijo que mi petición había sido concedida. Tenemos que esperar en el Señor y ver.
-Claro, cómo no. Eso de esperar en el Señor es lo que me mortifica -contestó Elaine, dirigiéndose a su cuarto.
Elaine estaba acostumbrada a servir a un amo que ella podía ver y con el cual podía comunicarse directamente. Estaba acostumbrada a ver a los demonios y hablar con ellos. Además, estaba acostumbrada a hacer siempre su voluntad. Andar por fe, aceptar los mandatos de un Dios al que no podía ver, era muy diferente. Ella, como muchos otros, servía a Satanás por el poder que había recibido para hacer lo que le viniera en gana. Servir a Dios y hacer sólo Su voluntad era algo totalmente diferente, y muy difícil de aceptar.
La siguiente mañana quedaría grabada para siempre en la memoria de Rebecca. Como tenía el día libre, estaba en la cocina recogiendo los platos del desayuno. De pronto sintió que contraía la más increíble enfermedad que había padecido.
-Señor -pregunto-, ¿es esto satánico?
-No, es mi respuesta a tu petición -fue la pronta respuesta del Espíritu Santo.
A los pocos minutos estaba tan enferma que no podía mantenerse en pie. Tenía una fiebre abrasadora y estaba en agonía. Cada hueso, coyuntura y músculo del cuerpo se sacudía en agudo dolor. Respirar era una agonía. Lo único que podía hacer era contorsionarse en la cama hasta formar un tenso ovillo de dolor.
Elaine fue pronto al cuarto a buscarla. Al instante, él Señor le hizo percatarse plenamente de lo que le pasaba a Rebecca. Como cuatro horas después, Rebecca salió lo suficiente de su agonía para ver a Elaine que arrodillada junto a la cama lloraba en silencio. Rebecca pudo alcanzar a oír su callada oración: «Perdóname, Padre mío. Veo la negrura de mis pecados, y que cada vez que te desobedezco mi acción afecta a otro, y más que nada a Jesús. Dios mío, no lo merezco, pero perdóname y líbra a Rebecca de la muerte».
¡La terquedad de Elaine se había quebrado! Jamás ha vuelto a rebelarse contra una orden del Señor. En respuesta a su oración, el Señor quitó su mano de Rebecca, y ésta se recuperó durante el resto del día. Al siguiente día, domingo,
Elaine escribió lo siguiente en un cuaderno:
«Padre celestial, en obediencia a tu mandato, tus siervas Rebeccay Elaine hacen un pacto contigo para que las protejas de los futuros ataques de los siervos de Satanás. Te imploramos esta protección, y te damos las gracias por ella, en el nombre de tu Hijo, Jesucristo».
Entonces escribió la fecha. Después del culto aquella mañana, ambas fueron al altar y colocaron el cuaderno ante el Señor, después de haber firmado. Lo entregaron al Señor en oración y en obediencia a Su mandato.
Sentada en la penumbra de su cuarto de guardia seis meses más tarde, Rebecca comprendió que era pensando en esta ocasión que el Señor les había pedido a Elaine y a ella que hicieran aquel pacto con El. Tembló al pensar en las consecuencia si Elaine no hubiera querido obedecer al Señor en aquella ocasión. Ahora sabía lo que tenía que hacer.
Hizo sus recorridos temprano aquella mañana y se las arregló para salir del hospital a tiempo para llegar a la iglesia donde Elaine había sido liberada. Llegó durante la última mitad del culto dominical de la mañana. Después del culto, como de costumbre, el pastor Pat dijo que si alguien deseaba orar que se acercara al altar. Rebecca tenía él cuaderno de Elaine en la mano. Fue al frente y se arrodilló, y colocó el cuaderno en el altar frente a ella. Con el rostro bañado en lágrimas oró en silencio:
-Señor, ten en cuenta a tus siervas. Tú sabes que Satanás quiere matarnos…
Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, de repente le fue permitido ver el mundo espiritual. Se vio transportada instantáneamente ante el salón del trono de Dios. Escuchó a Satanás que las pedía a ella y a Elaine.
-Te pido a tus siervas. Una me traicionó, y ambas se han propuesto servirte hasta la muerte. No les creo. Mienten, y quiero demostrártelo. Deja que mis siervos las sacrifiquen en la misa negra para que veas la superficialidad de su consagración.
«Y oí una grande voz en el cielo que decía: Ahora ha venido la salvación, y la virtud, y el reino de nuestro Dios, y el poder de su Cristo; porque el acusador de nuestros hermanos ha sido arrojado, el cual los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.»
Apocalipsis 12:10
Entonces el Señorse dirigió a Rebecca: «Mujer, ¿qué dices en cuanto a esta petición de Satanás?»
Rebecca levantó el cuaderno: «Padre, tú conoces nuestros corazones. Quiero presentarte el pacto que hicimos contigo. Elaine y yo obedecimos tu mandato al hacer este pacto, y ahora con todo respeto te lo presento en el nombre de Jesucristo tu Hijo».
Rebecca notó que estaba conteniendo el aliento por lo que le pareció un largo momento de silencio. Entonces escuchó al Padre volverse a Satanás y decirle: «Tú sabes, Satanás, que yo siempre cumplo mis pactos. Yo pacté con estas siervas que las protegeria de este ataque de tus siervos. No puedes quitarles la vida, tus siervos no pueden atacarlas. Cumpliré mi palabra. Vete de mi presencia».
Al instante Rebecca volvió a tener conciencia del mundo físico que la rodeaba. Con gozo recordó el precioso pasaje de Hebreos que dice:
«Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro». Hebreos 4:16
Dios cumplió Su palabra, y ellas estarían seguras. En él camino a su casa fue alabando al Señor.