La vida cristiana normal de la iglesia cap. 6 Watchman Nee PDF

La vida cristiana normal de la iglesia capitulo 6 Watchman Nee PDF

LA OBRA Y LAS IGLESIAS

CAPÍTULO SEIS 

LA OBRA Y LAS IGLESIAS LOS APÓSTOLES Y LAS IGLESIAS 

Con respecto a la iglesia universal, Dios primeramente la produjo y después puso apóstoles que le ministraron a ella (1 Co. 12:28), pero con respecto a las iglesias locales, el orden fue completamente diferente. El nombramiento de apóstoles precedió la fundación de las iglesias locales. Nuestro Señor primeramente comisionó a los doce apóstoles, y después llegó a existir la iglesia en Jerusalén. El Espíritu Santo primero llamó a dos apóstoles —Pablo y Bernabé— a la obra, y después surgieron varias iglesias en diferentes lugares. Así que está claro que el ministerio apostólico precede la existencia de las iglesias locales, y por lo tanto es obvio que la obra de los apóstoles no pertenece a las iglesias locales. Como ya hemos observado, el Espíritu Santo dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. El servicio que siguió al apartamiento de los apóstoles, y que generalmente llamamos sus viajes misioneros, el Espíritu Santo lo nombró: “la obra”. “La obra” era el objeto del llamamiento del Espíritu, y todo lo que fue realizado por Pablo y sus asociados en los días y años subsecuentes, todo por lo que ellos eran responsables, estaba incluido en el término: “la obra”. (Este término es utilizado en un sentido específico en el presente libro, y se relaciona con todo lo que está incluido en los esfuerzos misioneros de los apóstoles). Puesto que las iglesias son el resultado de la obra, seguramente no pueden en manera alguna incluirla. Si hemos de entender la mente de Dios con relación a Su obra, entonces debemos diferenciar claramente entre la obra y las iglesias. Estas dos son completamente distintas en las Escrituras, y debemos evitar confundirlas; de otra manera cometeremos errores serios y se estorbará la realización de los propósitos de Dios. La palabra “iglesias” aparece con frecuencia en las Escrituras, así que ha sido fácil llegar a un entendimiento claro de su significado y contenido, pero el vocablo “obra” no es utilizado frecuentemente en la acepción específica en la que se emplea aquí, con el resultado de que le hemos hecho poco caso. Pero el Espíritu ha usado la expresión en una forma inclusiva para tratar todo lo relacionado con el propósito del llamamiento apostólico. Quedémonos entonces con el término que el Espíritu ha decidido emplear. Se ha repetido muchas veces, pero indiquémoslo otra vez, que las iglesias son locales, y que nada fuera de la localidad debe interferir con ellas, ni deben ellas interferir con ninguna cosa más allá de esa esfera. Los asuntos de la iglesia deben ser administrados por hombres locales quienes han sido nombrados ancianos a causa de su madurez espiritual comparativa. Puesto que la obra de los apóstoles es la de predicar el evangelio y fundar iglesias, no la de asumir responsabilidades en las iglesias ya fundadas, su cargo no es un puesto en la iglesia. Si ellos van a trabajar en un lugar donde no existe una iglesia, entonces deben procurar fundar una por medio de la proclamación del evangelio; pero si ya existe una, entonces su obra debe ser distinta de ella. En la voluntad de Dios la iglesia y la obra siguen dos trayectorias distintas. La obra pertenece a los apóstoles, mientras que las iglesias pertenecen a los creyentes locales. Los apóstoles son responsables de la obra en cierto lugar, y la iglesia es responsable de todos los hijos de Dios allí. En cuanto a la comunión de la iglesia, los apóstoles se consideran a sí mismos como hermanos de todos los creyentes en la ciudad, pero en cuanto a la obra, se consideran a sí mismos como su personal, y mantienen una distinción entre ellos y la iglesia. Como miembros del Cuerpo los apóstoles se reúnen para edificación mutua con todos los demás miembros en la localidad; pero como miembros ministrantes del Cuerpo, su ministerio específico los constituye un grupo de obreros distinto de la iglesia. Es erróneo que los apóstoles interfieran con los asuntos de la iglesia, pero es igualmente erróneo que la iglesia intervenga en los asuntos de la obra. Los apóstoles administran la obra; los ancianos administran la iglesia. Es lógico pues, que debemos entender claramente nuestro llamamiento. ¿Nos ha llamado Dios para ser ancianos o para ser apóstoles? Si ancianos, entonces nuestra responsabilidad está limitada a los asuntos locales; si apóstoles, entonces nuestra responsabilidad es extra-local. Si ancianos, entonces nuestra esfera es la iglesia; si apóstoles, entonces nuestra esfera se halla más allá de la iglesia, en la obra. La razón por la cual Dios llamó a los apóstoles, y les encomendó la obra a ellos, es que El deseaba conservar el carácter local de la iglesia. Si alguna iglesia ejerce control sobre la obra en otra localidad, de inmediato se convierte en extra-local, y así pierde su característica específica como iglesia. La responsabilidad de la obra en diferentes lugares es encomendada a los apóstoles, cuya esfera se extiende más allá de la localidad. La responsabilidad de la iglesia es encomendada a los ancianos, cuya esfera está restringida a la localidad. Un anciano efesio es un anciano en Efeso, pero cesa de ser un anciano cuando va a Filipos. El oficio de anciano está limitado a la localidad. Cuando Pablo estaba en Mileto, deseaba ver a los miembros representantes de la iglesia en Efeso, así que envió por los ancianos de Efeso. Pero no se le envió llamamiento al apóstol de Efeso, por la sencilla razón de que no lo había. Los apóstoles pertenecen a diferentes lugares, no a un solo sitio, mientras que la esfera de los ancianos es estrictamente local, por lo cual ellos no tienen responsabilidad oficial más allá de la localidad en que viven. Siempre que la iglesia trata de controlar la obra, pierde su carácter local. Siempre que un apóstol intenta controlar una iglesia, pierde su carácter extra-local. Ha surgido mucha confusión porque se ha perdido de vista la línea divina de demarcación entre las iglesias y la obra. 

RESPONSABILIDAD ESPIRITUAL Y OFICIAL 

De la misma manera que los apóstoles tienen responsabilidad espiritual pero no oficial en cuanto a la iglesia, así los ancianos, y toda la iglesia, tienen responsabilidad espiritual pero no oficial respecto a la obra. Es de encomiarse que una iglesia local procure ayudar en la obra; pero no tiene ninguna obligación oficial de hacerlo. Si los miembros de la iglesia son espirituales, no pueden evitar considerar la obra de Dios como su obra; en tal caso, considerarán que es un gozo ayudar en cualquier modo. Reconocerán que mientras la responsabilidad oficial de la obra recae sobre los apóstoles, la responsabilidad espiritual es compartida por todos los hijos de Dios, y en consecuencia por ellos también. Hay una gran diferencia entre la responsabilidad espiritual y la oficial. En la cuestión de responsabilidad oficial hay ciertos deberes prescritos, y uno está equivocado si falla en cumplirlos. Pero en el asunto de responsabilidad espiritual no hay obligaciones legales. Por tanto, cualquier negligencia de responsabilidad no se registra como una falla oficial, pero sí marca un bajo nivel espiritual. Desde un punto de vista oficial, la responsabilidad de la obra recae sobre los apóstoles. Si carecen de la ayuda necesaria, no pueden ellos demandarla; pero si la iglesia es espiritual, sus miembros verán el significado del Cuerpo y ayudarán de buena gana en la obra y darán hacia la obra. Si la iglesia falla en la responsabilidad espiritual, los apóstoles podrán tener dificultades que no deberían tener, y la iglesia sufrirá espiritualmente. Por otra parte, la responsabilidad de la iglesia recae oficialmente sobre los ancianos; por tanto, los apóstoles no deberían tomar sobre sí el hacer algo directamente allí. Ellos pueden y deben ayudar a la iglesia por medio de sus consejos y exhortaciones. Si los creyentes locales son espirituales, ellos de buena voluntad recibirán dicha ayuda, pero si no son espirituales, y en consecuencia, rechazan la ayuda propuesta por los apóstoles, su falta es espiritual y no oficial, y los apóstoles no tienen opción alguna sino dejarlos a sus propios recursos. La iglesia no está incluida en la esfera de la obra, por lo tanto está fuera de la esfera de su autoridad. De nuevo repetimos, las iglesias son locales, intensamente locales; la obra es extra-local, y siempre extra-local.

REPRESENTANTES DEL MINISTERIO DEL CUERPO: INDIVIDUOS, NO IGLESIAS 

Hay una razón divina definitiva del hecho de que la obra es encomendada a apóstoles individuales y no a las iglesias locales. Pero antes de entrar en ese aspecto, examinemos la diferencia fundamental entre las actividades de una iglesia como un cuerpo y las actividades de un hermano como individuo. Puede ser correcto que un hermano (o varios hermanos) establezca un negocio, pero estaría muy mal que una iglesia lo hiciera. Sería perfectamente aceptable que uno o varios hermanos abrieran un restaurante o un hotel, pero en ninguna forma sería eso propio de una iglesia. Lo que puede ser perfectamente permisible en el caso de hermanos como individuos, no lo es necesariamente en el caso de una iglesia como una compañía. La tarea de las iglesias consiste en el cuidado mutuo de sus respectivos miembros, tales como la celebración de reuniones para partir el pan, para el ejercicio de dones espirituales, para el estudio de la Palabra, para la oración, para la comunión y para la predicación del evangelio. La obra está más allá de la esfera de cualquier iglesia como organismo corporativo; la obra es la responsabilidad de individuos, aunque no de individuos como tales. No hay precedente bíblico para que una iglesia se encargue de obras, tales como hospitales o escuelas, ni aun para cosas sobre un plano espiritual más definido, como misiones en el extranjero. Está perfectamente bien que uno o más miembros de una iglesia administren un hospital o una escuela, o que sean responsables del trabajo misionero; pero no que una iglesia en conjunto lo haga. Una iglesia existe con el propósito de proveer ayuda mutua en un lugar dado, no con el propósito de llevar la responsabilidad de la obra en sitios diferentes. En conformidad con la Palabra de Dios, toda la obra es la ocupación personal de hermanos individuales que han sido llamados y comisionados por Dios, como miembros del Cuerpo, y no es la preocupación de ninguna iglesia como un cuerpo. La responsabilidad de la obra siempre es llevada por uno o más individuos. El punto importante a notar es que el Cuerpo de Cristo en su aspecto ministerial no está representado por iglesias locales sino por individuos que son los dones que Dios ha dado a Su iglesia. La iglesia local no ha sido escogida por Dios para que represente al Cuerpo en cuanto al ministerio. Cuando Dios quiere que algunos representantes del Cuerpo expresen su ministerio, El escoge a ciertos individuos, miembros que funcionan, para que representen a ese Cuerpo. Todo el asunto queda aclarado en la última parte de 1 Corintios 12. Nunca ha sido la intención de Dios que Su obra se efectúe sobre otra base que no sea la del Cuerpo, porque en realidad es el funcionamiento natural del Cuerpo de Cristo. Es la actividad, bajo la dirección de la Cabeza, de aquellos miembros que poseen facultades especiales. Ya hemos señalado que la iglesia local representa al Cuerpo en el aspecto de vida, y los miembros que funcionan representan al Cuerpo en el aspecto de ministerio. La iglesia local está llamada a manifestar más la vida del Cuerpo, que su servicio, mientras que los apóstoles, los profetas y los maestros, como tales, están llamados a manifestar más el servicio del Cuerpo que la vida de éste. Esa es la razón por la cual Dios no encomendó la obra a ninguna iglesia local en conjunto, sino a individuos. Pero son éstos, no aquélla, quienes representan el Cuerpo, si éstos son miembros del Cuerpo que funcionan. Por lo tanto, hallamos que los dos apóstoles que salieron de Antioquía no fueron enviados a la obra por toda la iglesia sino por varios ministros en la iglesia, porque en cuanto al servicio y la obra son éstos, no aquélla, quienes representan al Cuerpo. Así que la obra es la responsabilidad de individuos que son llamados y comisionados por Dios, y no la responsabilidad de toda la iglesia. Pero entiéndase claramente que por individuos, no queremos decir individuos como tales, sino como miembros que funcionan y representan al Cuerpo. Dios nunca ha autorizado que alguien siga una línea individualista en Su obra. La contratación libre, sin la debida coordinación con otros miembros del Cuerpo, nunca ha sido una manera divina de obrar. Esto no puede enfatizarse lo suficiente; y tampoco puede hacerse el suficiente hincapié en el hecho de que en Su obra Dios utiliza a los individuos, no a las iglesias locales, para representar al Cuerpo. Por tanto, mientras que la obra es la responsabilidad de individuos, no es la tarea de un individuo cualquiera que se le ocurra ocuparse en ella, sino únicamente de aquellos que son llamados y enviados por Dios, y son equipados con dones espirituales para la tarea. Solamente aquellos que representan el ministerio del Cuerpo pueden llevar la responsabilidad oficial de la obra. La obra es emprendida por individuos, pero sólo por aquellos que representan al Cuerpo en su aspecto ministerial, porque ellos, no la iglesia en su totalidad, son responsables de la obra. No son individuos como individuos los que emprenden la obra, sino individuos como representantes del Cuerpo de Cristo. Si nuestra obra es la de un apóstol, debe distinguirse claramente de la iglesia local. Puede ser que a algunas personas les parezca sin importancia que se haga distinción entre la obra y la iglesia. Tal vez piensen que no tiene consecuencia alguna que la responsabilidad de la obra esté en manos de miembros individuales, no de toda la iglesia, y que los apóstoles sean responsables solamente de la obra, no de la iglesia; pero el principio es un principio bíblico, y su ejecución es de gran importancia y tiene efectos tremendos, como veremos dentro de poco. 

“SU PROPIA VIVIENDA ALQUILADA”

 La iglesia en Roma es una buena ilustración de lo anterior. Antes de que Pablo visitara a Roma, había escrito a la iglesia allí expresando un deseo intenso de verlos (Ro. 1:10, 11). Por su carta es obvio que una iglesia había sido establecida en esa ciudad antes de su llegada. Cuando de hecho llegó a Roma, la iglesia allí no le entregó la responsabilidad local a él, ni dijeron (como una iglesia hoy probablemente lo haría): “Ahora que está un apóstol entre nosotros, él debe asumir la responsabilidad y ser nuestro pastor”. En vez de eso, encontramos esta crónica asombrosa en la Palabra: “Pablo permaneció dos años enteros en su propia vivienda alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento” (Hch. 28:30-31, gr.). ¿Por qué vivió Pablo en “su propia vivienda alquilada” y predicó y enseñó desde allí y no desde la iglesia ya existente? Tal vez algunos sugieran que a causa de que él era prisionero no le hubieran dejado reunirse en la iglesia; pero habría poca diferencia entre reunirse en la iglesia y en la casa. Si le habían dado permiso para alquilar una casa y predicar y enseñar allí, ¿por qué le habrían denegado permiso para predicar y enseñar en conexión con la iglesia? Además debemos recordar que la Palabra no declara la razón por la cual Pablo alquiló una casa y predicó y enseñó allí; solamente menciona el hecho. El hecho es que sí alquiló una casa y sí predicó y enseñó allí, y ese hecho es suficiente para nosotros. Es suficiente para guiarnos. Además, Dios aclara que no tenía ninguna necesidad de hacerlo. No se le presionó en ninguna forma, pues él actuaba “abiertamente y sin impedimento”. Entonces, ¿cuál es el significado de la vivienda alquilada? Debemos recordar el ahorro divino de palabras en las Escrituras, y debemos comprender que ni el suceso ni la narración fueron accidentales. No hay lugar para ocurrencias casuales o crónicas sin importancia en la Palabra de Dios. Todo lo que está allí ha sido escrito para nuestra enseñanza, y hasta una expresión aparentemente casual puede encerrar una lección preciosa. Más aún, este libro es el libro de los Hechos de los Apóstoles, quienes se movieron bajo la dirección directa del Espíritu Santo, así que la crónica en cuestión es también uno de los hechos de los apóstoles y, por lo tanto, no es un suceso accidental sino un hecho bajo la dirección del Espíritu Santo. Aquí en dos frases cortas tenemos un principio importante, a saber: la obra apostólica y la iglesia local son muy distintas. Una iglesia ya había sido establecida en Roma; así que los miembros debían de haber tenido por lo menos un lugar de reunión, pero ellos no le solicitaron a Pablo que se tomara control de la iglesia local ni hicieron que su sitio de reunión fuera el centro de la obra de Pablo. Pablo tenía su obra en su propia vivienda alquilada, completamente apartada de la iglesia y apartada de su lugar de reunión, y él no se encargó de la responsabilidad de los asuntos de la iglesia local. Todo apóstol debe aprender a vivir en “su propia vivienda aquilada”, y trabajar con ella como su centro, dejando la responsabilidad de la iglesia local a los hermanos locales. (Nótese que esto no significa que un apóstol no irá a una iglesia local a ministrar. Véase más adelante, págs. 219-220.) La obra de Dios pertenece a los obreros, pero la iglesia de Dios pertenece a la localidad. Una obra en un cierto lugar es sólo temporal, mas una iglesia en un cierto lugar es siempre permanente. La obra es movible; la iglesia es sedentaria. Cuando Dios indica que un apóstol debe mudarse, su obra se va con él, pero la iglesia permanece. Cuando Pablo pensó en salir de Corinto, el Señor le mostró que tenía más ministerio para él en la ciudad, así que Pablo se quedó durante dieciocho meses, no permanentemente. Cuando Pablo salió de Corinto su obra se fue con él, pero la iglesia en Corinto continuó, aunque los frutos de su trabajo quedaron en la iglesia. Una iglesia no debe ser afectada por los movimientos de los obreros. Ya sean que estén presentes o ausentes, la iglesia debería avanzar firmemente. Cada uno de los obreros de Dios debe tener una línea de demarcación definida entre su obra y la iglesia en el lugar de sus labores. La obra de los apóstoles y la obra de la iglesia local se desarrollan paralelamente; no convergen. Cuando los apóstoles están trabajando en cualquier lugar, su obra se realiza lado a lado con la obra de la iglesia. Las dos nunca coinciden, tampoco puede una sustituir a la otra. Al irse de un lugar, un apóstol debería entregar todo el fruto de su labor a la iglesia local. No es la voluntad de Dios que la obra de un apóstol tome el lugar de la obra de la iglesia, tampoco que sea en alguna manera identificada con ella. El principio de que Pablo viviera en su propia casa alquilada muestra claramente que la obra de la iglesia no es afectada por la presencia o ausencia de un apóstol. Después de que Pablo llegó a Roma, la obra de la iglesia siguió como antes, aparte de él. Puesto que no dependía de él para su origen ni para su continuación, tampoco sería afectada por su partida. La obra es la obra, y la iglesia es la iglesia, y estas dos líneas nunca convergen, sino que siguen su curso paralelamente. Supongamos que vamos a Kweiyang a trabajar; ¿cuál debe ser nuestra manera de proceder? Al llegar a Kweiyang vivimos en una posada, o alquilamos un cuarto, y comenzamos a predicar el evangelio. ¿Qué haremos cuando los hombres sean salvos? Debemos alentarlos a que lean la Palabra, a que oren, a que ofrenden, a que testifiquen y a que se reúnan para comunión y ministerio. Uno de los errores trágicos de los últimos cien años de misiones extranjeras en China (¡Que Dios tenga misericordia de mí si digo algo impropiamente!) es que, después de que un obrero conducía a los hombres a Cristo, él preparaba un local y los invitaba a que fueran allí para las reuniones, en lugar de estimularlos a que se reunieran por sí mismos. Se han hecho esfuerzos para animar a los nuevos creyentes a que lean la Palabra por sí mismos, a que oren por sí mismos, a que testifiquen por sí mismos, pero nunca a que se reúnan por sí mismos. A los obreros nunca se les ocurre leer, orar, y testificar por ellos, pero no ven ningún daño en preparar las reuniones por ellos. Necesitamos mostrar a los nuevos convertidos que tales deberes como el leer, el orar, el testificar, el ofrendar, y el reunirse, son el requisito mínimo para los cristianos. Deberíamos enseñarles a que tengan sus propias reuniones, en sus propios lugares de reunión. Digámosles: “Así como nosotros no podemos leer la Palabra, ni orar ni testificar por ustedes, así tampoco podemos tomar la responsabilidad de prepararles un centro de reunión para ustedes o dirigir sus reuniones. Deben buscar un local adecuado y llevar a cabo sus propias reuniones. Sus reuniones son su responsabilidad, y el reunirse ustedes con regularidad es uno de sus mayores deberes y privilegios”. Muchos obreros consideran que sus reuniones y las reuniones de la iglesia son la misma cosa, pero no lo son (Véase el capítulo nueve). Así que tan pronto como unos pocos creyentes sean salvos debemos instruirlos a que tomen la responsabilidad completa de su propia lectura, oración y testimonio, y también de las reuniones públicas de la iglesia. Con respecto a nosotros mismos, mientras que seguimos trabajando y mantenemos nuestra obra separada de la obra de la iglesia, debemos ir y tener comunión con los creyentes en sus diversas reuniones locales. Debemos ir y partir el pan con ellos, unirnos a ellos en el ejercicio de los dones espirituales, y participar en sus reuniones de oración. Cuando no hay iglesia en el lugar al cual Dios nos ha enviado, somos sólo obreros allí; pero, tan pronto como haya una iglesia local, somos hermanos y obreros a la vez. En nuestra calidad de obreros no podemos asumir ninguna responsabilidad en la iglesia local, pero en nuestra calidad de hermanos locales podemos reunirnos con todos los miembros de la iglesia como sus co-miembros. Tan pronto como haya una iglesia local en el lugar en que laboramos, automáticamente nos convertimos en miembros. Este es el punto principal a observar en la relación entre la iglesia y la obra: el obrero debe dejar a los creyentes que principien y dirijan sus propias reuniones en su propio lugar de reunión, y luego él debe ir a ellos y tomar parte en las reuniones de ellos, y no pedirles que vengan a él y participen en las reuniones de él. De otro modo, nos convertiremos en pobladores en algún lugar y cambiaremos nuestro oficio de apóstol a pastor; y cuando al fin nos vayamos, necesitaremos encontrar un sucesor para que continúe con la obra de la iglesia. Si mantenemos la iglesia y la obra paralelas y no permitimos que las dos líneas converjan, encontraremos que no se necesitará ningún ajuste en la iglesia cuando nos vayamos, porque ella no habrá perdido a un “pastor”, sino solamente a un hermano. A menos que diferenciamos claramente en nuestras mentes entre la iglesia y la obra, mezclaremos la obra con la iglesia y la iglesia con la obra; habrá confusión en ambas direcciones, y el crecimiento de la iglesia tanto como de la obra será detenido. “Autogobierno, autosostenimiento y autopropagación” ha sido el lema de muchos obreros por años. La necesidad de tratar con estos asuntos ha surgido por la confusión entre la iglesia y la obra. En una misión, cuando son salvas las personas, los misioneros preparan un local para ellos, hacen arreglos para reuniones de oración y clases bíblicas, y algunos de ellos llegan hasta el extremo de manejar los asuntos materiales y espirituales de la iglesia. ¡La misión hace el trabajo de la iglesia local! Por lo tanto, no es sorprendente que con el transcurso del tiempo se presenten problemas relacionados con el autogobierno, el autosostenimiento y la autopropagación. Normalmente, tales problemas nunca habrían surgido si desde el comienzo se hubiera permanecido fiel a los principios que se nos han mostrado en la Palabra de Dios. Cualquier persona que tenga el suficiente deseo de ser un cristiano debe ser enseñado desde el principio cuáles son las implicaciones. Los creyentes deben orar ellos mismos, estudiar la Palabra ellos mismos, y reunirse ellos mismos, no simplemente ir a un lugar de reunión preparado por otros y sentarse a escuchar a otros predicar. Ir a los patios o al salón de la misión a escuchar la Palabra no es reunirse de manera bíblica, porque lo que se lleva a cabo está en manos de un misionero o de su misión, no en manos de la iglesia local. Es una mezcla de la obra y la iglesia. Si desde el comienzo los cristianos aprendieran a reunirse conforme a las Escrituras, muchos problemas se evitarían.

LOS RESULTADOS DE LA OBRA 

Cuando un siervo de Dios llega a un lugar nuevo, su primera tarea debe ser fundar una iglesia local, a menos que ya haya una en existencia, en cuyo caso su única preocupación debe ser ayudar a la iglesia. La única meta de la obra en un lugar dado es la edificación de la iglesia allí. Todo el fruto del trabajo de un obrero debe destinarse al crecimiento de la iglesia. La obra en un lugar dado existe para la iglesia solamente, no para sí misma. La meta del apóstol es edificar la iglesia, no edificar su obra ni edificar el grupo que lo haya enviado. ¿En qué estriba el fracaso de las misiones hoy en día? Ellos retienen los resultados de su obra en sus propias manos. En otras palabras, han tomado a sus convertidos como miembros de su misión o de su iglesia-misión en lugar de edificarlos en las iglesias locales, o entregarlos a ellas. El resultado es que la misión sigue extendiéndose y se convierte en una organización imponente, pero casi no se encuentran iglesias locales. Y puesto que no hay iglesias locales, la misión tiene que enviar obreros a diferentes lugares como “pastores” de los varios grupos de cristianos. Así que la iglesia no es iglesia y la obra no es obra, sino que ambos son una mezcolanza de las dos. No parece haber autorización bíblica para formar grupos de obreros en misiones; sin embargo, considerar una misión como un grupo apostólico no es totalmente antibíblico, pero aumentar las misiones sus propias organizaciones en vez de establecer las iglesias locales, sí es categóricamente antibíblico. 

DOS LÍNEAS DE TRABAJO 

Un apóstol debería ir y laborar en un lugar dado si la iglesia local lo invita, o si él mismo ha recibido una revelación del Señor para trabajar allí. En este caso, si hay una iglesia en la localidad, puede escribirle, avisándole de su llegada, así como Pablo notificó a las iglesias en Corinto y en Roma. Estas son las dos lineas que controlan la obra de un apóstol: necesita tener, o bien, una revelación directa de la voluntad de Dios o una revelación indirecta por medio de la invitación de una iglesia. A dondequiera que vaya un apóstol, debe aprender a llevar su propia responsabilidad, teniendo su propia casa alquilada. Puede ser correcto que trabaje en un lugar, viviendo como huésped de la iglesia local, pero no sería correcto importunarles aprovechándose su hospitalidad por un período largo. Si un obrero espera quedarse algún tiempo en un lugar, entonces debe tener su propio centro de trabajo, y no sólo debe llevar sus propias responsabilidades personales, sino también todas las responsabilidades inherentes a la obra. Una iglesia local debe asumir toda la responsabilidad de su propia obra, y así debe hacerlo el obrero por la suya. La iglesia como tal no debe tomar parte en ningún expendio financiero con respecto a la obra; sólo el obrero es responsable por todos los gastos incurridos, y debe aprender desde el principio mismo de su ministerio a depender del Señor para la suministración a sus necesidades. Desde luego, si la iglesia es espiritual, sus miembros reconocerán su responsabilidad espiritual y estarán dispuestos a ayudar en forma material para que la obra de Dios pueda proseguir, pero el obrero no debe dar nada por sentado, y debe asumir toda la carga financiera para que sea manifiesto que la iglesia y la obra son totalmente distintas. Cuando un apóstol llega a un lugar donde ya existe una iglesia local, nunca debe olvidar que él no tiene ninguna autoridad eclesiástica. Si él deseara trabajar en un lugar en donde la iglesia local no desea que esté, todo lo que él puede hacer es irse a otra parte. La iglesia tiene plena autoridad para recibir o rechazar a un obrero. Aunque el obrero de que se trata haya sido usado por Dios para fundar la misma iglesia que lo desecha, no por eso puede reclamar autoridad alguna en la iglesia. Si él sabe, sin lugar a dudas, que Dios lo ha llevado a laborar en ese sitio, mas la iglesia local se rehusa a recibirlo, aunque ellos persistan en su actitud, él debe obedecer el mandato de Dios e ir y trabajar allí a pesar de ellos. Pero no debe reunir creyentes a su derredor, ni formar una iglesia aparte por ningún motivo. Sólo puede haber una iglesia en un lugar. Si él forma un grupo de creyentes aparte, donde ya existe una iglesia local, estará formando una secta y no iglesia. Las iglesias son fundadas con base en la localidad, no con base en si recibe o no a un cierto apóstol. Aun si la iglesia local rehusara recibirlo, y su obra tuviera que efectuarse sin el apoyo y cooperación de ella, o quizá incluso a pesar de su oposición, aún así todos los resultados de sus labores deben ser para el beneficio de esa iglesia. A pesar de su actitud hacia el apóstol como persona, todos los frutos de sus labores deben ser contribuidos a esa iglesia. La meta exclusiva de toda obra para Dios es el crecimiento y la edificación de las iglesias locales. Si le dan la bienvenida al obrero, el resultado de su trabajo será para ellas; si lo rechazan, será para ellas de todas maneras. Necesitamos experiencias espirituales más profundas y luz espiritual más clara si hemos de ser obreros aceptables a Dios y a Su iglesia. Si deseamos vencer las dificultades, tenemos que aprender a vencer por la espiritualidad, no por la autoridad oficial. Si somos espirituales, nos sometemos a la autoridad de las iglesias locales. Es la falta de sumisión de parte de los siervos de Dios la responsable por la formación de numerosas sectas. Muchas de las llamadas iglesias han sido establecidas porque los obreros han sido rechazados por las iglesias y han congregado grupos de personas alrededor de ellos, los cuales los han apoyado a ellos y a las doctrinas que enseñaron. Tal procedimiento es sectario. Si en verdad somos dirigidos por Dios, ciertamente podemos confiar en que Dios nos abrirá las puertas. Si una iglesia nos recibe, alabemos al Señor; si no, esperemos confiadamente en que El quite el cerrojo de las puertas cerradas. Muchos siervos de Dios confían en que El les abrirá las verdades espirituales, pero no pueden confiar en que El abra las puertas para la recepción de esas verdades. Tienen fe para creer que Dios les dará la luz, pero no tienen fe para creer que El también les dará las llaves para abrir los corazones humanos para que reciban la luz que El ha dado. Así que recurren a métodos carnales y la consecuencia es que se produce mucha división entre los hijos de Dios. Si Dios mismo no quita los obstáculos en nuestras circunstancias, entonces debemos permanecer quietos en donde estamos, y no recurrir a medios naturales, los que con toda seguridad causarán estragos en la iglesia de Dios.

LOS MINISTERIOS ESPECÍFICOS DE LA PALABRA 

Todos los siervos de Dios están ocupados en el ministerio de la edificación del Cuerpo de Cristo, pero eso no implica que, al estar todos en el ministerio de la Palabra, todos los ministerios son iguales. Cada uno tiene una línea distinta de ministerio. Una y otra vez Dios ha levantado un nuevo testigo, o grupo de testigos, dándoles nueva luz de Su Palabra, para que ellos den un testimonio especial de El en la época y circunstancias específicas en que ellos viven. Todo ministerio así es nuevo y específico y es de gran valor para la iglesia; pero debemos tener en cuenta que si Dios entrega un ministerio específico relacionado con determinadas verdades a un hombre, éste no debe hacer su ministerio especial o su verdad específica la base para una nueva “iglesia”. Ningún siervo de Dios debe abrigar la ambición de que su verdad sea aceptada como la verdad. Si las puertas están cerradas a ella, que espere con paciencia en Dios quien la dio hasta que El abra puertas para su recepción. Ninguna “iglesia” separada debe ser formada para llevar un testimonio separado. La obra de Dios no consciente el establecimiento de una iglesia para la propagación de una escuela de enseñanza en particular. Conoce únicamente un tipo de iglesia, la iglesia local; no una iglesia sectaria, sino una iglesia neotestamentaria. Consideremos seriamente que nuestra obra es para nuestro ministerio y nuestro ministerio es para las iglesias. Ninguna iglesia debe estar bajo un ministerio específico, pero todos los ministerios deben estar bajo la iglesia. Qué estrago se ha hecho en la iglesia porque muchos de sus ministros han tratado de traer las iglesias bajo su ministerio, más bien que servir a las iglesias por su ministerio. Tan pronto como las iglesias sean sometidas a algún ministerio, cesan de ser locales y se hacen sectarias. Cuando Dios ha levantado un ministerio específico para resolver una necesidad específica en Su iglesia, ¿cuál debería ser la actitud del ministro? Siempre que una nueva verdad es proclamada, tendrá nuevos seguidores. El obrero a quien Dios ha dado nueva luz sobre Su verdad debe alentar a todos los que reciben esa verdad a engrosar las filas de la iglesia local, no a que se agrupen alrededor de él. De otra manera se hará que las iglesias sirvan al ministerio, no el ministerio a las iglesias, y las “iglesias” establecidas serán “iglesias” ministeriales, no locales. La esfera de una iglesia no es la esfera de algún ministerio, sino la esfera de la localidad. Siempre que se hace al ministerio la razón para la formación de una iglesia, allí tendrán el principio de una nueva denominación. Del estudio de la historia de la iglesia podemos ver que casi todos los ministerios nuevos han dado origen a partidarios nuevos y los partidarios nuevos han resultado en organizaciones nuevas. Es de esta manera “iglesias” ministeriales se han establecido y las denominaciones se han multiplicado. Si el Señor demora Su venida y Sus siervos permanecen fieles a El, ciertamente El levantará nuevos ministerios en la Palabra. El dará a conocer verdades específicas para satisfacer las necesidades específicas de Sus hijos. Algunos oyentes pondrán en duda las verdades, otros las desecharán, y otros las condenarán, mientras que habrá quienes respondan con gozo. ¿Cuál debe ser la actitud de los siervos de Dios? Ellos deben estar plenamente persuadidos en su propia mente de que solamente puede haber una iglesia en un lugar, y que toda verdad es para el enriquecimiento de esa iglesia. Si la iglesia recibe las verdades que proclaman los ministros de Dios, que alaben al Señor; si no, que le alaben igualmente. No se debe abrigar ningún pensamiento de formar una “iglesia” separada compuesta de los creyentes que apoyen las doctrinas especiales enfatizadas. Si en la iglesia local varias personas reciben las enseñanzas de esos ministros, entonces dichas personas deben continuar allí. Ninguna obra divisiva debe llevarse a cabo en la iglesia local. Quienes reciben la verdad pueden utilizar su enseñanza espiritual y su poder espiritual para ayudar a sus co-miembros, pero ellos no deben usar ningún método divisivo para apoyar la verdad que han abrazado. Si tenemos siempre en cuenta que las iglesias de Dios son formadas solamente sobre la base de la localidad, se evitará mucha división entre los hijos de Dios. Si Dios nos confía un ministerio especial y nos lleva a un lugar donde no existe una iglesia, nuestro primer deber es establecer una en la localidad, y luego contribuir con nuestro ministerio a ella. Podemos establecer iglesias locales y contribuir con nuestro ministerio a tales iglesias, pero no nos atrevemos establecer iglesias ministeriales. Permítaseme mostrar la relación entre varios ministerios y varias iglesias locales. Un hombre es un florista, otro un tendero. La forma más obvia para el extendimiento de sus negocios es el establecer sucursales en varios distritos. El florista abre sucursales para vender flores, y el tendero abre sucursales para vender comestibles. Esto es exactamente el caso de los diferentes ministros que tratan de establecer “iglesias” conforme a sus ministerios. El plan de Dios para Su iglesia está en una línea completamente diferente. No es que el tendero y el florista procuren cada uno abrir tantas sucursales como les sea posible a fin de vender sus productos respectivos, sino que el tendero o el florista, al llegar a cualquier lugar, abra un almacén de departamentos, y habiéndolo establecido debidamente, contribuye con sus artículos a él, y otros artesanos que lleguen después contribuirán con sus mercancías al mismo almacén. Un almacén no se especializa en una sola línea de artículos, sino que tiene existencias variadas. La intención de Dios no es que nosotros abramos sucursales de la florería o sucursales de la tienda de comestibles, o tiendas que se especialicen en otros artículos, sino que abramos almacenes. Su plan es que Sus siervos establezcan sólo una iglesia local, y luego contribuyan con sus diferentes ministerios a esa iglesia. La iglesia no está controlada por un solo ministerio, sino que es servida por todos los ministerios. Si algún grupo del pueblo de Dios está abierto a recibir sólo una verdad, entonces es una secta. Como apóstoles nuestra primera preocupación al llegar a un lugar en donde no hay iglesia es fundar una allí. Tan pronto como haya sido formada, debemos procurar servirle con cualquier ministerio que el Señor nos haya encomendado, y luego dejarla. Nos atrevemos a ejercer nuestro ministerio con fidelidad, pero, habiéndolo hecho, nos atrevemos a dejar la iglesia abierta a otros ministerios. Esta debería ser la actitud de todos los obreros de Dios. Nunca debemos abrigar la esperanza de que nuestra enseñanza sea la única aceptada por una iglesia. No debe haber ningún pensamiento de dominar una iglesia por nuestra personalidad o por nuestro ministerio; el campo debe quedar libre para todos los siervos de Dios. No hay necesidad de construir un muro de protección alrededor de nuestro rebaño particular para guardarlos contra las enseñanzas de otros. Si así lo hacemos, estamos trabajando conforme a las ideas papistas. Bien podemos confiarle a Dios que proteja nuestro ministerio, y debemos recordar que, para el perfeccionamiento de los santos, son necesarios los diversos ministerios de todos los siervos fieles de Dios. La responsabilidad local recae sobre los ancianos; ellos deben vigilar los intereses del rebaño en la cuestión de ministerios. 

INSTITUCIONES DE FE 

De lo anterior no se debe inferir que Dios no tiene otros obreros aparte de los apóstoles y los varios ministros de la Palabra. Aquellos que laboran en el ministerio de la Palabra son sólo una sección de los siervos de Dios. La obra no es el único trabajo. Dios tiene muchos siervos que están tomando la carga de diversas obras de fe, tales como escuelas, orfanatos y hospitales. Vistos de una manera superficial, su trabajo no parece tan espiritual como la obra de los apóstoles o ministros a la que acabamos de referirnos, pero en realidad sí lo es. Aunque tales obreros de fe no salen como los apóstoles ni enseñan la Palabra como los ministros especiales, con todo, son utilizados tan definidamente como los otros para fortalecer la iglesia de Dios. El orfanato de George Müller es un caso típico de una obra de fe. Ha dado como resultado la salvación de muchas almas. Surge la pregunta: “¿A dónde deben ir los frutos de una obra así?” No a una “iglesia” de orfanato, sino a la iglesia local. Una obra como ésa no es una unidad suficientemente grande como para formar una iglesia. Es la ciudad y no la institución la que es una unidad eclesiástica. No importa cuán próspera sea una obra de fe, y no importa cuántas almas sean salvas por medio de ella, ninguna iglesia puede ser formada sobre tal base; porque si hay varios obreros en una ciudad ocupados en distintos tipos de obra, entonces habría tantas iglesias como tales instituciones. El confín de una iglesia es una ciudad, no alguna institución en una ciudad. Hace varios años estuve en Tsinan. Algunos hermanos en la Universidad de Cheloo me preguntaron si yo creía que ya era tiempo que ellos comenzaran reuniones para el partimiento del pan. Les pregunté: “¿Representan ustedes a la Universidad de Cheloo o a la ciudad de Tsinan?” Ellos contestaron: “Cheloo.” “Entonces no creo que sea correcto”, contesté. Desde luego, ellos querían saber por qué, de modo que les expliqué: “La Palabra de Dios autoriza la formación de una iglesia en Tsinan, pero no en Cheloo. La esfera de Cheloo es demasiado reducida para justificar la existencia de una iglesia separada. La unidad normal bíblica para la formación de una iglesia es una ciudad, no una universidad”. Los frutos que resultan de diversas instituciones de fe no deben ser retenidos por dichas instituciones. Todos deben ser entregados a la iglesia local. Los obreros no deben argumentar que, ya que ellos han sido los medios de salvación para ciertas almas, tienen un derecho especial sobre esas almas y una responsabilidad especial para ellas, y en consecuencia les eviten unirse con los demás creyentes en la localidad. Aunque se tenga oraciones regularmente, predicación y una variedad de reuniones en relación con una institución cristiana, éstas nunca pueden servir como un sustituto para la comunión de la iglesia, y ninguna institución así, no importa cuán espiritual sea, puede ser considerada como una iglesia, puesto que no está fundada sobre la base señalada divinamente de localidad. Todos los cristianos ocupados en tareas de esta índole deben diferenciar claramente entre la iglesia y la obra, y deben darse cuenta de que cualquier esfera más reducida que una localidad no justifica la formación de una iglesia separada. No deben enorgullecerse del éxito de su obra y creer que bien serviría como una iglesia, sino que humildemente deben unirse en comunión con todos los otros miembros del Cuerpo de Cristo en el lugar en donde viven. Todos los variados ministerios dados por Dios tienen una sola meta: el establecimiento de iglesias locales. En el pensamiento de Dios solamente existe un solo grupo de personas, y todos Sus designios de gracia se centran en ese único grupo: Su iglesia. La obra no es una meta en sí, es sólo un medio para conseguir un fin. Si juzgamos nuestra obra como un fin, entonces nuestro propósito discrepa del de Dios, porque el objetivo de Dios es la Iglesia. Lo que consideramos como fin en sí mismo es sólo el medio hacia el objetivo de Dios. Hay tres cosas que debemos tener claramente en cuenta. 

(1) La obra es la preocupación especial de los obreros, no de las iglesias, y la esfera de cualquier obra no es suficientemente amplia para justificar que se le tome como una iglesia. 

(2) Todos los obreros deben ser suficientemente humildes para conservar su calidad de hermanos en la iglesia local. En la esfera de su obra ellos tienen la posición de siervos de Dios, pero en la esfera de la iglesia solamente son hermanos. En la iglesia sólo hay hijos de Dios, por lo tanto, ninguno de sus miembros es un obrero; todos son hermanos. 

(3) La meta de toda obra es el establecimiento de iglesias locales. Si hacemos que nuestra obra sea, en el pueblo de Dios, la base de una unidad separada, entonces estaremos edificando una secta, no una iglesia.