La vida cristiana normal de la iglesia capitulo 5 Watchman Nee PDF
LA BASE DE UNIÓN Y DIVISIÓN
CAPÍTULO CINCO
LA BASE DE UNIÓN Y DIVISIÓN LA FORMACIÓN DE IGLESIAS LOCALES
En el capítulo anterior observamos que la palabra “iglesia” fue mencionada solamente dos veces en los Evangelios; se usa con frecuencia en Hechos, pero en este libro nunca se nos dice de un modo claro cómo se formaba una iglesia. El capítulo dos del libro de Hechos habla de la salvación de aproximadamente tres mil hombres y el cuarto capítulo, de otros cinco mil; pero nada se dice de cómo estos creyentes llegaban a formar una iglesia. Sin una sola palabra de explicación, el capítulo siguiente se refiere a ellos como la iglesia: “Y vino gran temor sobre toda la iglesia” (5:11). Aquí las Escrituras llaman a los hijos de Dios “la iglesia”, sin siquiera mencionar cómo llegó a existir la iglesia. En Hechos 8:1, inmediatamente después de la muerte de Esteban, la palabra “iglesia” se emplea otra vez, y la relación en este caso es más clara que antes. “En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén”. En este pasaje es obvio que los creyentes en Jerusalén son la iglesia en Jerusalén. Así sabemos ya lo que es la iglesia. Se compone de todos los salvos en una localidad dada. Más tarde, en el transcurso del primer viaje misionero de los apóstoles, mucha gente fue salva en distintos lugares por medio de la predicación del evangelio. No se menciona cómo ellos llegaban a formar iglesias, pero en Hechos 14:23 se dice de Pablo y Bernabé que “constituyeron ancianos en cada iglesia”. Los grupos de creyentes en estos diferentes lugares son llamados iglesias, sin ninguna explicación de cómo llegaron a ser iglesias. Ellos eran grupos de creyentes, por eso simplemente eran iglesias. Cuando varias personas en algún lugar eran salvas, espontáneamente llegaban a ser la iglesia en ese lugar. Sin introducción ni explicación alguna, la Palabra de Dios nos presenta tal grupo de creyentes como una iglesia. El método bíblico de fundar una iglesia es simplemente la predicación del evangelio, ninguna otra cosa es necesaria ni permitida. Si la gente oye el evangelio y recibe al Señor como su Salvador, entonces ellos son una iglesia; no hay necesidad de más procedimientos para llegar a ser una iglesia. Si en un lugar alguien cree en el Señor, se da por sentado que él es un constituyente de la iglesia en ese lugar; no hay ningún otro paso necesario para hacerlo un constituyente. No se requiere de él un ingreso subsecuente. Si él pertenece al Señor, ya pertenece a la iglesia en esa localidad; y puesto que él ya pertenece a la iglesia, este hecho no puede estar sujeto a ninguna condición. Si antes de reconocer a un creyente como miembro de la iglesia insistimos en que se incorpore a nosotros o en que renuncie a su conexión con otro lugar, entonces “nuestra iglesia” definitivamente no es una de las iglesias de Dios. Si imponemos alguna condición a la afiliación de un creyente en la localidad, adoptamos de inmediato una posición que no es bíblica, porque su calidad de miembro de la iglesia local sólo está condicionada a que sea un creyente que reside en esa localidad. Todos los salvos que pertenecen al lugar donde vivimos, pertenecen a la misma iglesia que nosotros. Al decir iglesia, me refiero a una iglesia bíblica, y no a una organización hecha por el hombre. Una iglesia local es una iglesia que incluye a todos los hijos de Dios que vivan en una localidad determinada. Notemos bien que nuestra base para recibir a alguien en la iglesia es el hecho de que el Señor ya lo recibió. “Recibid al débil en la fe…porque Dios le ha recibido” (Ro. 14:1, 3). “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió” (15:7). Recibir a alguien es meramente reconocer que el Señor ya lo ha recibido. El hecho de que lo recibamos no lo hace miembro de la iglesia; más bien, lo recibimos debido a que él ya es un miembro. Si él pertenece al Señor, está en la iglesia. Si no pertenece al Señor, no está en la iglesia. Si pedimos algo más que su aceptación por parte del Señor antes de admitirlo a la comunión, entonces no somos una iglesia en absoluto, sino sólo una secta.
DENTRO Y FUERA DEL CÍRCULO
En cualquier lugar donde el evangelio ha sido proclamado y la gente ha creído en el Señor, ellos son la iglesia en aquel lugar, y son nuestros hermanos. En los días de los apóstoles la cuestión de pertenecer o no pertenecer a una iglesia era sencilla en extremo. Pero las cosas no son tan sencillas en nuestros días, debido a que el asunto se ha complicado por causa de las muchas autodenominadas iglesias que excluyen a aquellos que deberían estar en la iglesia e incluyen a aquellos que deberían estar fuera. ¿Qué clase de persona puede ser considerada correctamente como miembro de la iglesia? ¿Cuál es el requerimiento mínimo en el cual podemos insistir para la admisión a la comunión de la iglesia? A menos que los requisitos para hacerse miembro de la iglesia estén claramente definidos, siempre habrá el riesgo de excluir de la iglesia a los que de verdad pertenecen a ella e incluir a los que no. Antes de proceder a descubrir quién realmente pertenece a una iglesia local y quién no, primeramente averigüemos quién pertenece a la iglesia universal y quién no, puesto que la condición para hacerse miembro de una iglesia es esencialmente la misma para la iglesia. Cuando sepamos qué clase de personas pertenecen a la iglesia, entonces sabremos también qué clase de personas pertenecen a una iglesia. ¿Cómo podemos saber quién es un cristiano y quién no? “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Ro. 8:9). De acuerdo con la Palabra de Dios, toda persona en cuyo corazón habita Cristo por Su Espíritu es un verdadero cristiano. Los cristianos pueden ser distintos unos de otros en mil maneras, pero en este asunto fundamental no hay diferencia entre ellos: todos y cada uno tienen el Espíritu de Cristo morando dentro de ellos. Si queremos saber quién pertenece al Señor, sólo tenemos que determinar si tiene el Espíritu de Cristo o no. Quienquiera que tenga el Espíritu de Cristo, está dentro del círculo de la iglesia, y quienquiera que no tenga el Espíritu de Cristo está fuera del círculo. El que participa del Espíritu de Dios forma parte integral de la iglesia de Dios; cualquiera que no participe del Espíritu de Dios no tiene parte en la iglesia. En la iglesia universal es así; en la iglesia local también es así. “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Co. 13:5). Hay una línea subjetiva de demarcación entre la iglesia y el mundo; todos los que están dentro de esa línea son salvos, y todos los que están fuera de ella, están perdidos. Esta linea de demarcación es el Espíritu de Cristo que mora en nosotros.
LA UNIDAD DEL ESPÍRITU
La iglesia de Dios incluye un gran número de creyentes, que han vivido en diferentes épocas y que están esparcidos por diferentes lugares por toda la tierra. ¿Cómo es que todos han sido unidos en una sola iglesia universal? Con tales diferencias de edad, posición social, educación, origen, puntos de vista y temperamento, ¿cómo pudo toda esta gente convertirse en una sola iglesia? ¿Cuál es el secreto de la unidad de los santos? ¿Cómo ha causado la fe cristiana que esta gente, con todas sus diferencias, sea en verdad una unidad? No es por medio de tener una gran convención y ponerse de acuerdo en ser uno que los cristianos se unen. La unidad cristiana no es producto humano; su origen es puramente divino. Esta poderosa y misteriosa unidad es sembrada en los corazones de todos los creyentes en el momento que reciben al Señor. Es “la unidad del Espíritu” (Ef. 4:3). El Espíritu que mora en el corazón de cada creyente es un solo Espíritu; por tanto, El hace que todos aquellos en quienes El habita sean uno, así como El mismo es uno. Los cristianos pueden ser distintos unos de otros en formas innumerables, pero todos los cristianos de todas las épocas, con sus incontables disimilitudes, tienen esta única paridad fundamental: el Espíritu de Dios mora en cada uno de ellos. Este es el secreto de la unidad de los creyentes y éste es el secreto de su separación del mundo. La razón por la cual existe la unidad cristiana y por la cual existe la separación cristiana es una sola. Es esta unidad inherente lo que hace uno a todos los creyentes, y es esta unidad inherente lo que explica la imposibilidad de división entre los creyentes, salvo por razones geográficas. Aquellos que no tienen esto son extraños; quienes lo tienen son nuestros hermanos. Si usted tiene el Espíritu de Cristo y yo tengo el Espíritu de Cristo, entonces ambos pertenecemos a la misma iglesia. No hay necesidad de ser unidos; estamos unidos por el único Espíritu que reside en nosotros dos. Pablo rogó a todos los creyentes que fueran solícitos “en guardar la unidad del Espíritu” (Ef. 4:3); él no nos exhortó a tener la unidad, sino simplemente a guardarla. Ya la tenemos, porque es obvio que no podemos conservar lo que no tenemos. Dios nunca nos dijo que nos hiciéramos uno con otros creyentes; ya somos uno. Así que no necesitamos crear la unidad; sólo necesitamos mantenerla. Nosotros no podemos producir esta unidad, puesto que por el Espíritu somos uno en Cristo, y no podemos quebrantarla, porque es un hecho eterno en Cristo; pero sí podemos destruir los efectos de ella, de manera que su expresión en la iglesia se pierda. ¡Qué lamentable! No sólo hemos fallado en guardar esta preciosa unidad, sino que de hecho hemos destruido sus frutos, a tal grado que hay poca evidencia externa de unidad entre los hijos de Dios. ¿Cómo hemos de determinar quiénes son nuestros hermanos y co-miembros en la iglesia de Dios? No por medio de averiguar si tienen los mismos criterios doctrinales que nosotros, ni por medio de enterarnos si han tenido las mismas experiencias espirituales; ni por medio de inquirir si sus costumbres, manera de vivir, ocupaciones y preferencias corresponden con las nuestras. Simplemente preguntamos: “¿Mora en ellos el Espíritu de Dios o no?” No podemos insistir en unidad de opiniones ni en unidad de experiencia ni en ninguna otra unidad entre los creyentes, sino en la unidad del Espíritu. Esta unidad sí puede existir y siempre debe existir entre los hijos de Dios. Todos aquellos que tienen esta unidad están en la iglesia. ¿No les ha ocurrido a veces en sus viajes, al conocer a un extranjero en un barco o en un tren, que después de un corto tiempo de conversación ha encontrado que de su corazón brota un amor puro para con él? Aquel brote espontáneo de amor fue causado por el mismo Espíritu que mora en ambos corazones. Tal unidad interna y espiritual trasciende toda diferencia racial, social y nacional. ¿Cómo podemos saber si una persona tiene o no esta unidad del Espíritu? En el versículo que sigue inmediatamente a la exhortación de Pablo de guardar la unidad del Espíritu, él explica lo que tienen en común quienes poseen esta unidad. No podemos esperar que los creyentes sean iguales en todo, pero hay siete cosas que todos los verdaderos creyentes comparten, y por la existencia o ausencia de éstas podemos saber si una persona tiene la unidad del Espíritu o no. Muchas otras cosas son de gran importancia, pero estas siete son vitales. Son indispensables para la comunión espiritual y son al mismo tiempo el mínimo y el máximo de requisitos que se puede exigir a cualquier persona que profese ser un co-creyente.
SIETE FACTORES DE LA UNIDAD ESPIRITUAL
“Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Ef. 4:4-6). Una persona se constituye en miembro de la iglesia con base en que ya posee la unidad del Espíritu, y este hecho dará por resultado que sea uno con todos los creyentes en los siete puntos anteriormente mencionados. Ellos son los siete elementos de la unidad del Espíritu, que es la herencia común de todos los hijos de Dios. Al trazar una línea de demarcación entre aquellos que pertenecen a la iglesia y aquellos que no, no debemos exigir más que estos siete puntos para no excluir a ninguno que pertenezca a la familia de Dios; y no nos atrevemos a pedir nada menos, para no incluir a ninguno que no pertenezca a la familia divina. Todos aquellos en quienes se encuentren estos siete puntos pertenecen a la iglesia; quienes carecen de alguno de ellos no pertenecen a la iglesia.
(1) UN CUERPO.
La cuestión de la unidad comienza con el asunto de ser miembro del Cuerpo de Cristo. La esfera de nuestra comunión es la esfera del Cuerpo. Aquellos que están fuera de esa esfera no tienen relación espiritual con nosotros, pero quienes están dentro de esa esfera están todos en comunión con nosotros. No podemos hacer selección de comunión en el Cuerpo, aceptando a unos miembros y rechazando a otros. Todos somos parte de un solo Cuerpo, y nada puede separarnos de él, ni unos de otros. Cualquiera que haya recibido a Cristo pertenece al Cuerpo, y él y nosotros somos uno. Si no queremos extender la comunión a alguien, debemos primeramente asegurarnos de que no pertenece al Cuerpo; si pertenece, no tenemos ninguna razón para rechazarlo (excepto por razones disciplinarias como se expone claramente en la Palabra de Dios).
(2) UN ESPÍRITU.
Si alguno busca comunión con nosotros, por más que pueda discrepar de nosotros en experiencia o en visión, siempre que tenga el mismo Espíritu que nosotros, tiene derecho a ser recibido como hermano. Si él ha recibido el Espíritu de Cristo, y nosotros hemos recibido el Espíritu de Cristo, entonces somos uno en el Señor, y nada debe dividirnos.
(3) UNA ESPERANZA.
Esta esperanza, que es común a todos los hijos de Dios, no es una esperanza general, sino la esperanza de nuestro llamamiento, es decir, la esperanza de nuestro llamamiento como cristianos. ¿Cuál es nuestra esperanza como cristianos? Esperamos estar con el Señor por siempre en la gloria. No hay una sola alma que pertenezca verdaderamente al Señor, en cuyo corazón no anide esta esperanza, porque tener a Cristo en nosotros es tener “la esperanza de gloria” en nosotros (Col. 1:27). Si alguien afirma ser del Señor, mas no tiene esperanza del cielo ni de gloria, su declaración es simplemente vacía. Todos los que comparten esta esperanza son uno, y puesto que tenemos esta esperanza de estar juntos en la gloria por toda la eternidad, ¿cómo podemos ser divididos ahora en el tiempo? Si hemos de compartir el mismo futuro, ¿no deberíamos acaso compartir con gusto el mismo presente?
(4) UN SEÑOR.
Hay un solo Señor, el Señor Jesús, y todos los que reconocen que Dios ha hecho a Jesús de Nazaret Señor y Cristo, son uno en El. Si alguno confiesa que Jesús es el Señor, entonces su Señor es nuestro Señor, y puesto que servimos al mismo Señor, nada en absoluto puede separarnos.
(5) UNA FE.
La fe de la que aquí se habla es la fe, no nuestras creencias en relación con la interpretación de las Escrituras, sino la fe por medio de la cual hemos sido salvos, que es la posesión común de todos los creyentes; es decir, la fe de que Jesús es el Hijo de Dios (quien murió por la salvación de los pecadores y ahora vive para dar vida a los muertos). Todo aquel que carece de esta fe vital no pertenece al Señor, pero los que sí la poseen son del Señor. Los hijos de Dios pueden seguir muchas distintas corrientes de interpretación bíblica, pero en relación a esta fe fundamental ellos son uno. Aquellos quienes carecen de esta fe no tienen parte en la familia de Dios, pero a los que la poseen, los reconocemos como nuestros hermanos en el Señor.
(6) UN BAUTISMO.
¿Es por inmersión o por aspersión? ¿Es unitario o triuno? Hay varias formas de bautismo aceptadas por los hijos de Dios, por tanto, si permitimos que la forma del bautismo sea la línea divisoria entre quienes pertenecen a la iglesia y quienes no, excluiremos de nuestra comunión a muchos verdaderos cristianos. Hay hijos de Dios, que incluso creen que no es necesario un bautismo material, pero puesto que son hijos de Dios, no nos atrevemos por esa causa a excluirlos de nuestra comunión. ¿Cuál, entonces, es el significado del único bautismo mencionado en este pasaje? Pablo esclarece el asunto en su primera carta a los Corintios. “¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1:13). El énfasis no recae en la forma del bautismo, sino en el nombre en el cual somos bautizados. La cuestión primordial no es si uno es rociado o sumergido, sumergido una o tres veces, bautizado literalmente o en forma espiritual; lo importante es esto: ¿En qué nombre ha sido usted bautizado? Si ha sido bautizado en el nombre del Señor esto lo capacita para ser un miembro en la iglesia. Si alguien es bautizado en el nombre del Señor, yo le recibo con gusto como a hermano, cualquiera que sea el modo de su bautismo. Pero esto no implica que no sea importante si somos rociados o sumergidos, o si nuestro bautismo es espiritual o literal. La Palabra de Dios enseña que el bautismo es literal, y que es por inmersión, pero lo importante aquí es que la forma del bautismo no es la base de nuestra comunión, sino el nombre en el cual somos bautizados. Todos los que son bautizados en el nombre del Señor son uno en El.
(7) UN DIOS.
¿Creemos en el mismo Dios personal y sobrenatural, y creemos que El es nuestro Padre? Si es así, entonces pertenecemos a una sola familia, y no hay razón adecuada para estar divididos. Los siete puntos mencionados anteriormente son los siete factores de esa divina unidad que es la posesión de todos los miembros de la familia divina, y constituyen la única prueba de la confesión cristiana. Ellos son la posesión de todo cristiano verdadero, sin importar el lugar ni la época a los cuales pertenezca. Como un lazo de siete cuerdas la unidad del Espíritu une a todos los creyentes del mundo entero; y por muy distintas que sean sus caracteres o circunstancias, si tienen estas siete expresiones de una unidad interna, nada en absoluto los puede separar. Si imponemos alguna condición para tener comunión, además de estas siete — que no son sino el resultado de la única vida espiritual— entonces somos culpables de sectarismo, porque estamos haciendo una división entre aquellos que evidentemente son hijos de Dios. Si aplicamos cualquier prueba fuera de estas siete, como el bautismo por inmersión, o ciertas interpretaciones acerca de la profecía, o una corriente especial de enseñanza sobre la santidad, o una experiencia pentecostal, o el renunciar a una iglesia denominacional, entonces estamos imponiendo otras condiciones que las estipuladas en la Palabra de Dios. Todos los que tienen estos siete puntos en común con nosotros son nuestros hermanos, cualquiera que sea su experiencia espiritual, sus puntos de vista doctrinales, o sus afiliaciones con las autodenominadas iglesias. Nuestra unidad no se basa en nuestra apreciación de la verdad acerca de nuestra unidad, ni en nuestro éxodo de lo que se opondría a nuestra unidad, sino en el hecho mismo de nuestra unidad, que es hecho real en nuestra experiencia por el Espíritu de Cristo, que mora en nosotros.
IGLESIAS LOCALES
Lo que es verdad de la iglesia universal, también es verdad de una iglesia local. La iglesia universal incluye a todos aquellos que tienen la unidad del Espíritu. La iglesia local incluye a todos aquellos que, en una localidad dada, tienen la unidad del Espíritu. La iglesia de Dios y las iglesias de Dios no se diferencian en naturaleza, sino sólo en alcance. Aquélla se compone de todos aquellos en el universo entero en quienes mora el Espíritu de Dios; ésta consiste de todos aquellos en una localidad en quienes mora el Espíritu. Cualquiera que desee pertenecer a una iglesia en cierta localidad debe satisfacer dos requisitos: debe ser un hijo de Dios y debe vivir en esa misma localidad. Ser miembro de la iglesia de Dios se estipula sólo por el hecho de ser hijo de Dios, pero ser miembro de una iglesia de Dios se estipula en primer lugar por el hecho de ser hijo de Dios y en segundo lugar por el hecho de vivir en cierta localidad. En naturaleza, la iglesia es indivisible como Dios mismo es indivisible. Por tanto, la división de la iglesia en iglesias no es una división en naturaleza, vida, ni esencia, sino solamente en gobierno, organización y administración. Debido a que la iglesia terrenal se compone de un gran número de individuos, es indispensable una cierta medida de organización. Es físicamente imposible que todo el pueblo de Dios, disperso por todo el mundo, viva y se reúna en un solo lugar; y es por esa única razón que la iglesia de Dios está dividida en iglesias. Debemos comprender claramente que la naturaleza de todas las iglesias locales es la misma en todo el mundo. No es el caso que los constituyentes de una iglesia local sean de una clase y los constituyentes de otra iglesia local sean de otra. En su naturaleza no hay diferencia alguna. La única diferencia está en las localidades que determinan sus respectivos límites. La iglesia es indivisible; así que en naturaleza las iglesias también son indivisibles. Sólo en la esfera externa existe la posibilidad de dividirlas. Las limitaciones físicas hacen que las divisiones geográficas sean inevitables, pero la unidad espiritual de los creyentes sobrepasa toda barrera de espacio. La localidad es la base divinamente designada para la división de la iglesia, porque es la única división inevitable. Entre los creyentes del mundo entero, todas las barreras se pueden evitar menos ésta. En tanto que los creyentes permanezcan en la carne, no pueden existir separados de los lugares donde residen; así que las iglesias que son constituidas de tales creyentes están necesariamente limitadas por el lugar donde moran. Las distinciones geográficas son naturales, no arbitrarias, y es simplemente debido a que las limitaciones físicas de los hijos de Dios hacen que las divisiones geográficas sean inevitables, que Dios ha ordenado que Su iglesia se divida en iglesias sobre la base de la localidad. Esta división es bíblica y todas las demás divisiones son carnales. Cualquier otra división de los hijos de Dios además de la geográfica, implica no simplemente una división de esfera, sino una división de naturaleza. La división local es la única división que no afecta la vida de la iglesia. La mayoría de los creyentes de hoy están tan extremadamente ciegos con respecto a la base bíblica de una iglesia que si uno pregunta a otro: “¿A cuál iglesia pertenece usted?” Lo primero en que piensa quien es interrogado es la corriente específica de enseñanza que él aprueba, o el grupo de personas con el cual tiene comunión especial, o cómo se diferencia de otros su grupo de cristianos, o quizás el nombre que lleve aquel grupo especial, o la forma de organización que han adoptado; en síntesis, pensará cualquier otra cosa que el lugar en el cual vive. Pocos contestarían con: “Pertenezco a la iglesia en Efeso”, o “Pertenezco a la iglesia en Shangai”, o “Pertenezco a la iglesia en Los Angeles”. Es el hecho de que estamos en Cristo lo que nos separa del mundo, y el hecho de estar en cierta localidad, lo que nos separa de otros creyentes. Es sólo porque residimos en un lugar diferente que pertenecemos a una iglesia diferente. La única razón por la cual no pertenezco a la misma iglesia que otros creyentes es que no vivo en el mismo lugar geográfico que ellos. Si deseo estar en la misma iglesia, entonces debo cambiar mi domicilio al mismo lugar. Si, por otro lado, deseo estar en una iglesia diferente de la de aquellos en mi localidad, entonces la única solución a mi problema es mudarme a una localidad diferente. Lo único que justifica la división entre creyentes es la diferencia de localidad.
SIETE BASES DE DIVISIÓN PROHIBIDAS
Por el lado positivo, acabamos de ver la base ordenada por Dios conforme a la cual Su iglesia se divide. Ahora por el lado negativo, veremos sobre qué base la iglesia no debe dividirse.
(1) LÍDERES ESPIRITUALES.
“Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1 Co. 1:12). Aquí Pablo señala la carnalidad de los creyentes corintios al intentar dividir la iglesia de Dios en Corinto, la cual, por el ordenamiento divino, era indivisible, siendo ya la más pequeña unidad bíblica sobre la que cualquier iglesia podía ser establecida. Ellos procuraron dividir la iglesia sobre la base de unos pocos líderes que habían sido usados en medio de ellos especialmente por Dios. Cefas era un celoso ministro del evangelio, Pablo era un hombre que había sufrido mucho por amor de su Señor, y Apolos era uno a quien Dios ciertamente usaba en Su servicio; pero aunque los tres habían sido indiscutiblemente reconocidos por Dios en Corinto, Dios no podía permitir nunca que la iglesia allí los hiciera base de división. El ordenó que Su iglesia fuese dividida sobre la base de localidades, no de personas. Era correcto tener una iglesia en Corinto y una iglesia en Efeso, y era legitimo tener diversas iglesias en Galacia y varias en Macedonia, puesto que la diferencia de localidad justificaba la división en estas varias iglesias. Y también era bueno que los creyentes estimaran a aquellos líderes que Dios había usado entre ellos, pero hubiera sido totalmente erróneo dividir las iglesias según los líderes respectivos de los cuales habían recibido ayuda. Pablo, Cefas y Apolos eran siervos fieles de Dios que no dejaban que ningún espíritu partidista los separara; eran sus seguidores los culpables de la separación. El culto a los héroes es una tendencia de la naturaleza humana que se deleita en mostrar preferencia por aquellos que atraen sus gustos. A causa de que muchos de los hijos de Dios saben poco o nada del poder de la cruz para contender con la carne, esta tendencia de rendir culto a un hombre se ha expresado frecuentemente en la iglesia de Dios, y ha causado en consecuencia muchos estragos. Está en conformidad con la voluntad de Dios que aprendamos de los hombres espirituales y que saquemos provecho de su dirección, pero es del todo contrario a Su voluntad que dividamos la iglesia según los hombres que admiramos. La única base bíblica para la formación de una iglesia es la diferencia de localidad, no la diferencia de líderes.
(2) INSTRUMENTOS DE SALVACIÓN.
Los líderes espirituales no son razón adecuada para dividir la iglesia, y tampoco lo son los instrumentos usados por Dios en nuestra salvación. Algunos de los creyentes corintios se proclamaron ser “de Cefas”, otros “de Pablo” y otros “de Apolos”. Ellos atribuían que el principio de su historia espiritual se remontaba a estos hombres, y por esto pensaban ellos que pertenecían a tales hombres. Es natural y común que las personas que han sido salvas por medio de un obrero o de una sociedad consideren que pertenecen a tal obrero o sociedad. Es asimismo natural y común que un individuo o una misión por cuyos medios la gente ha sido salva, considere que los que han sido salvos le pertenecen. Es natural, pero no espiritual. Es común, pero aun así, contrario a la voluntad de Dios. ¡Qué lástima! Muchos siervos de Dios todavía no se han dado cuenta de que son siervos de la iglesia local, y no amos de una “iglesia” privada. Las iglesias se dividen sobre la base geográfica, no sobre la base de los instrumentos de nuestra salvación.
(3) ANTISECTARISMO.
Algunos cristianos piensan que son lo suficientemente perspicaces como para decir: “Yo soy de Cefas”, “yo soy de Pablo”, o “yo soy de Apolos”. Ellos dicen: “Yo soy de Cristo.” Tales cristianos menosprecian a los otros como sectarios, y sobre esa base comienzan otra comunidad. Su actitud es: “Usted es sectario; yo soy antisectario. Ustedes rinden culto a los héroes; nosotros adoramos sólo al Señor”. Pero la Palabra de Dios no condena solamente a quienes dicen: “Yo soy de Cefas”, “yo soy de Pablo”, o “yo soy de Apolos”. Igualmente, con la misma determinación y claridad, denuncia a quienes dicen: “Yo soy de Cristo”. No es un error considerar que uno pertenece solamente a Cristo. Es correcto y aun esencial. Ni está errado repudiar todo cisma entre los hijos de Dios; es muy recomendable. Dios no condena esta clase de cristianos por ninguna de estas dos cosas; los condena por el mismo pecado que ellos condenan en otros: su sectarismo. Como protesta contra la división entre los hijos de Dios, muchos creyentes procuran dividir a aquellos que no dividen de quienes sí dividen; y ¡nunca se les ocurre que ellos mismos son divisivos! Su base de división puede ser más plausible que la de otros que se dividen a causa de las diferencias doctrinales o preferencias personales por ciertos líderes, pero el hecho sigue siendo que ellos están dividiendo a los hijos de Dios. Aun cuando repudian los cismas en otros, ellos mismos son cismáticos. Cuando usted dice: “Yo soy de Cristo”, ¿da usted a entender que otros no lo son? Es perfectamente legítimo que usted diga: “Yo soy de Cristo”, si su frase indica simplemente a quién pertenece usted; pero si indica: “Yo no soy sectario; yo tengo una posición muy diferente a la de ustedes los sectarios”, entonces establece una diferencia entre usted y los otros cristianos. El pensamiento mismo de hacer distinción entre los hijos de Dios tiene su origen en la naturaleza carnal del hombre, y es sectario. Si vemos a otros creyentes como sectarios y nos consideramos a nosotros como no sectarios, inmediatamente estamos haciendo diferencias entre el pueblo de Dios, manisfestando así un espíritu divisivo aun en el mismo hecho de condenar la división. No importa el medio por el cual hacemos distinción entre los miembros de la familia de Dios —aun si es con el pretexto de Cristo mismo— somos culpables de cisma en el Cuerpo. Entonces, ¿qué es lo correcto? Toda exclusividad es un error. Toda inclusividad (de los verdaderos hijos de Dios) es correcta. Las denominaciones no son bíblicas y no debemos tomar parte en ellas, pero si adoptamos una actitud de crítica y pensamos: “Ellos son denominacionalistas; yo no soy denominacionalista, ellos pertenecen a sectas, yo pertenezco sólo a Cristo”, tal diferenciación es definitivamente sectaria. Sí, alabo a Dios porque soy de Cristo, pero mi comunión no es simplemente con aquellos que dicen: “Yo soy de Cristo”, sino con todos los que de hecho son de Cristo. Lo que es de suma importancia no es la confesión, sino el hecho. Aunque dicen los otros creyentes que son de Pablo, de Cefas y de Apolos, aun así el hecho es que son de Cristo. No me preocupa mucho lo que ellos dicen, pero sí me importa mucho lo que ellos son. Yo no pregunto si son denominacionalistas o no, sectarios o no. Yo sólo pregunto: “¿Son ellos de Cristo?” Si son de Cristo, entonces son mis hermanos. Nuestra posición personal debería ser no-denominacionalista, pero la base de nuestra comunión no es el no-denominacionalismo. Nosotros mismos deberíamos ser no-sectarios, pero no nos atrevemos a insistir en el nosectarismo como una condición de comunión. Nuestra única base de comunión es Cristo. Nuestra comunión debe ser con todos los creyentes de la localidad, no meramente con todos los creyentes no-sectarios en esa localidad. Ellos pueden hacer diferencias denominacionales, pero nosotros no debemos imponer requisitos no denominacionales. No nos atrevemos a diferenciarnos de ellos por el simple hecho de que hagan diferencia entre ellos y los demás. Ellos son hijos de Dios, y no dejan de serlo sólo por el hecho de diferenciar entre ellos mismos y otros hijos de Dios. Su denominacionalismo o sectarismo resultará en limitaciones severas impuestas al Señor en cuanto a Su propósito e intención para con ellos, y esto significará que nunca irán más allá de cierta medida de crecimiento y plenitud espirituales. Es posible que haya bendición, pero plenitud del propósito divino, nunca. Todos los creyentes que viven en la misma localidad pertenecen a la misma iglesia. Este es un principio inmutable. No nos atrevemos a alterar la frase: “todos los creyentes en una localidad”, por: “todos los creyentes nodenominacionales en una localidad”. Si hacemos que el no-denominacionalismo o el no-sectarismo sea el límite de nuestra iglesia en vez de la localidad, entonces perdemos nuestra posición como la iglesia en cierta localidad y nos convertimos en una secta. No queremos una iglesia denominacional, y tampoco queremos una iglesia interdenominacional, ni siquiera una iglesia nodenominacional, sino simplemente una iglesia local. La diferencia entre una iglesia local y una iglesia no-denominacional es tan grande como la diferencia entre los cielos y la tierra. Una iglesia local es no-denominacional, sin embargo, una iglesia no-denominacional es denominacional. “La iglesia en Corinto” es bíblica pero “la iglesia de aquellos que dicen „Yo soy de Cristo‟ en Corinto” no es bíblica. Nuestra obra es positiva y constructiva, no negativa ni destructiva. Queremos establecer iglesias, no destruir las denominaciones. La naturaleza humana tiende a irse a los extremos; es muy fácil que nosotros mismos seamos no-denominacionalistas y que lo demandemos de parte de otros; o en el otro extremo, que toleremos el denominacionalismo en otros, y poco a poco lleguemos a ser denominacionalistas. Nosotros debemos ser nodenominacionalistas, pero no debemos exigir el no-denominacionalismo en otros cristianos como base para nuestra comunión. Por tanto, si llegamos a un lugar donde no se conoce a Cristo, debemos predicar el evangelio, ganar almas para el Señor y fundar una iglesia local. Si llegamos a un lugar donde ya hay cristianos, pero esos creyentes se separan a sí mismos en “iglesias” denominacionales, basados en diferentes factores, nuestra tarea es la misma que en el otro lugar: debemos predicar el evangelio, conducir los hombres al Señor, y hacer de ellos una iglesia sobre la base bíblica de localidad. Durante todo este proceso, debemos mantener una actitud de inclusividad, no de exclusividad, hacia los creyentes que están en las diferentes sectas, porque ellos, como nosotros, son hijos de Dios, y viven en la misma localidad; por tanto, pertenecen a la misma iglesia que nosotros. En cuanto a nosotros, no podemos unirnos a ninguna secta ni permanecer en alguna, porque nuestro vínculo con la iglesia sólo puede ser sobre el principio de localidad; pero en cuanto a otros, no debemos hacer que el salirse de una secta sea la condición de comunión con aquellos creyentes que están en una. Esto hará que la base de nuestra iglesia sea el no-denominacionalismo en vez de la localidad. Entendamos claramente este punto: una iglesia no-denominacional no es una iglesia local. Hay una gran diferencia entre las dos. Una iglesia local es no-denominacional, es positiva y es inclusiva; en cambio, una iglesia no-denominacional no es una iglesia local, es negativa y es exclusiva. Entendamos claramente nuestra posición. No estamos tratando de establecer iglesias no-denominacionales sino iglesias locales. Procuramos hacer un trabajo positivo. Si los creyentes pueden ser llevados a comprender lo que es una iglesia local —la expresión del Cuerpo de Cristo en una localidad— ciertamente no permanecerán en ninguna secta. Por otra parte, es posible que vean todos los perjuicios del sectarismo y lo abandonen, sin saber aun lo que es una iglesia local. A aquellos entre quienes Dios se ha placido en usarnos debemos ayudarles a entender claramente la verdad con referencia a las iglesias locales y a no hacer hincapié en el asunto de las denominaciones. Ellos deben darse cuenta de que siempre que usen el término “nosotros” con relación a los hijos de Dios, deben incluir a todos los hijos de Dios, no simplemente a aquellos que se reúnen con ellos. Si cuando decimos “nuestros hermanos” no incluimos a todos los hijos de Dios, sino sólo a los que se reúnen continuamente con nosotros, entonces somos cismáticos. No justifico el sectarismo y no creo que debamos pertenecer a ninguna secta, pero no nos corresponde a nosotros hacer que la gente salga de las sectas. Si llevar la gente a un conocimiento real del Señor y del poder de Su cruz llega a ser nuestro principal objetivo, entonces ellos se entregarán alegremente a El y aprenderán a andar en el Espíritu, repudiando las cosas de la carne. Encontraremos que no habrá necesidad de dar énfasis a la cuestión de las denominaciones, porque el Espíritu mismo los alumbrará. Si un creyente no ha aprendido el camino de la cruz ni a andar en el Espíritu, ¿qué provecho habría en que saliera de una secta?
(4) DIFERENCIAS DOCTRINALES.
En el griego la palabra traducida “herejías” en Gálatas 5:20 no necesariamente conlleva la idea de error, sino de división con base en la doctrina. El Nuevo Testamento Interlineal lo traduce como “sectas”, mientras Darby en su Nueva Traducción en inglés lo pone como “escuelas de opinión”. El pensamiento completo aquí no se relaciona con la diferencia entre la verdad y el error, sino con la división basada en la doctrina. Mis enseñanzas pueden ser correctas o estar equivocadas, pero si las hago causa de división, entonces soy culpable de la “herejía” aquí mencionada. Dios prohíbe cualquier división basada en asuntos doctrinales. Algunos creen que el arrebatamiento será antes de la gran tribulación; otros, que será después de la gran tribulación. Algunos creen que todos los santos entrarán al reino, otros que sólo una porción de ellos entrará. Algunos creen que el bautismo es por inmersión; otros, que es por aspersión. Unos creen que las manifestaciones sobrenaturales son un acompañamiento necesario al bautismo del Espíritu Santo, mientras que otros no. Ninguno de estos pareceres doctrinales constituye una base bíblica para separar a los hijos de Dios. Aunque algunos pueden estar en lo cierto y otros equivocados, Dios no autoriza ninguna división por causa de diferencias relativas a tales creencias. (Por supuesto, no estamos hablando aquí de los cimientos de la fe, las doctrinas esenciales acerca de las Personas divinas, la fe en Cristo, la Expiación, etc., sino de asuntos secundarios). Si un grupo de creyentes se ha separado de una iglesia local debido a su celo por cierta enseñanza que es conforme a la Palabra de Dios, la nueva “iglesia” que ellos establecen tal vez tendrá más enseñanza bíblica, pero nunca podrá ser una iglesia bíblica. Introducir un error a la iglesia es carnal, pero dividir una iglesia por causa de un error, también puede ser carnal. Es la carnalidad lo que muchas veces destruye la unidad de la iglesia en un lugar. Si deseamos mantener una posición bíblica, entonces debemos asegurarnos que las iglesias que fundemos en varios lugares sólo representen localidades, no doctrinas. Si nuestra “iglesia” no está separada de otros hijos de Dios únicamente sobre el terreno de localidad, sino que es partidaria de la propagación de cierta doctrina en particular, entonces indudablemente somos una secta, no importa cuán verdadera sea nuestra enseñanza de la Palabra de Dios. El propósito de Dios es que una iglesia debe representar a los hijos de Dios que viven en una localidad, y no alguna verdad específica allí. Una iglesia de Dios en algún sitio abarca a todos los hijos de Dios que están en ese lugar, no únicamente a quienes tienen los mismos pareceres doctrinales. Si llegamos a un lugar donde una iglesia ya ha sido establecida claramente sobre la base de localidad, y descubrimos que sus miembros mantienen opiniones que no consideramos bíblicas, o si consideran ellos que nuestras opiniones no son bíblicas, si rechazamos reconocerlos como la iglesia de Dios en aquella localidad y nos abstenemos de tener comunión con ellos, nosotros somos divisivos. La cuestión no es si ellos están de acuerdo con nuestra presentación de la verdad, sino si se mantienen sobre el claro terreno de la iglesia. Si determinamos en nuestros corazones preservar el carácter local de las iglesias de Dios, no podemos dejar de encontrar problemas en nuestra obra. A menos que la cruz opere poderosamente, cuán incontables posibilidades de fricción habrá si incluimos en una iglesia a todos los creyentes en la localidad con todos sus pareceres variados. Cómo le gustaría a la carne incluir solamente a quienes tienen las mismas opiniones que nosotros y excluir a todos aquellos cuyas opiniones difieren de las nuestras. Tener constante e íntima asociación con la gente cuya interpretación de las Escrituras no se ajuste con la nuestra, es difícil para la carne, pero bueno para el espíritu. Dios no usa la división para resolver el problema; El usa la cruz. El desea que nos sometamos a la cruz, para que, por medio de las mismas dificultades de la situación, la mansedumbre, la paciencia y el amor de Cristo puedan ser profundamente forjados en nuestras vidas. Bajo las circunstancias, si no conocemos la cruz, probablemente discutiremos, perderemos nuestra paciencia, y finalmente tomaremos nuestro propio camino. Podemos tener puntos de vista correctos, pero Dios nos está dando la oportunidad de mostrar una actitud correcta. Podemos creer acertadamente, pero Dios nos está probando para ver si amamos acertadamente. Es fácil tener una mente con mucha enseñanza bíblica almacenada y al mismo tiempo poseer un corazón desprovisto de amor verdadero. Aquellos que no están de acuerdo con nosotros serán un medio en la mano de Dios para probar si tenemos experiencia espiritual o sólo conocimiento bíblico, para probar si las verdades que proclamamos son cuestión de vida en nosotros o mera teoría. Romanos 14 nos enseña cómo tratar con quienes tienen opiniones distintas a las nuestras. ¿Qué haríamos si en nuestra iglesia hubiera vegetarianos y sabatistas? Indudablemente, consideraríamos casi intolerable que en la misma iglesia algunos de los creyentes guardaran el día del Señor y otros el sábado, y que unos comieran carne libremente, mientras que otros fueran vegetarianos estrictos. Esa era exactamente la situación que Pablo estaba afrontando. Notemos sus conclusiones. “Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones” (v. 1). “¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme” (v. 4). “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros; sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano” (v. 13). ¡Oh que haya tolerancia cristiana! ¡Que haya grandeza de corazón! ¡Qué lastima! Muchos de los hijos de Dios son tan celosos de sus queridas doctrinas que inmediatamente clasifican como herejes, y tratan como tales, a todos aquellos cuya interpretación de las Escrituras difiere de la de ellos. Dios quiere que andemos en amor hacia todos los que sostienen puntos de vista contrarios a los puntos de vista que nos son queridos (v. 15). Esto no significa que todos los miembros de una iglesia puedan tener cualquier punto de vista que les plazca, lo que significa es que la solución al problema de las diferencias doctrinales no estriba en formar partidos separados en consonancia con los diferentes puntos de vista que sostienen, sino en andar en amor hacia aquellos cuyo parecer difiere del nuestro. Por medio de enseñar con paciencia tal vez todavía podamos ayudar a todos con el fin de que lleguen a “la unidad de la fe” (Ef. 4:13). Mientras esperamos pacientemente en el Señor, quizás El les conceda la gracia a otros para que cambien sus puntos de vista, o tal vez El nos dé la gracia de ver que no somos tan buenos maestros como pensábamos. Nada prueba tanto la espiritualidad de un maestro como la oposición a su enseñanza. Los maestros deben aprender humildad, y asimismo todos los otros creyentes. Cuando éstos reconozcan su posición en el Cuerpo, sabrán que no es dado a todos determinar asuntos de doctrina. Deben aprender a sujetarse a aquellos que han sido provistos por Dios para el ministerio específico de enseñar a Su pueblo. Dones y experiencias espirituales son necesarios para la enseñanza espiritual; consecuentemente, no todos pueden enseñar. “Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:2-4). Cuando las iglesias hayan tomado a pecho lo que escribió Pablo a la iglesia en Filipos, entonces será totalmente posible tener una sola iglesia en una localidad sin fricción alguna entre sus muchos miembros.
(5) DIFERENCIAS RACIALES.
“Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dió a beber de un mismo Espíritu” (1 Co. 12:13). Los judíos han tenido siempre el más fuerte prejuicio racial de todos los pueblos. Ellos consideraban a las otras naciones como inmundas, y les estaba prohibido aun comer con ellas. Pero en su carta a los corintios, Pablo puso muy en claro que en la iglesia tanto el judío como el gentil son uno. Todas las distinciones en Adán han sido eliminadas en Cristo. Una “iglesia” racial no tiene ningún reconocimiento en la Palabra de Dios. Ser miembro de una iglesia está determinado por el lugar de residencia, no por la raza. Actualmente, en las grandes ciudades cosmopolitas del mundo hay iglesias para los blancos e iglesias para los negros, iglesias para los europeos e iglesias para los asiáticos. Estas han surgido por la falta de entender que los límites de una iglesia son una ciudad. Dios no permite que exista ninguna división entre Sus hijos basada en la diferencia de color, costumbres, o manera de vivir. No importa la raza a la que pertenezcan, si ellos residen en la misma localidad, pertenecen a la misma iglesia. Dios ha puesto creyentes de diferentes razas en una sola localidad para que, trascendiendo todas las diferencias externas, ellos, en una sola iglesia, exhiban la vida misma y el Espíritu mismo de Su Hijo. Todo lo que nos viene por naturaleza es vencido por la gracia. Todo lo que era nuestro en Adán ha sido excluido en Cristo. El meollo del asunto es éste: ¿son todas las diferencias carnales eliminadas en Cristo o hay todavía lugar para la carne en la iglesia? ¿Son nuestros recursos en Cristo suficientes para vencer toda barrera natural? Recordemos que la iglesia en una localidad dada incluye a todos los creyentes que viven allí y excluye a quienes viven en otra parte.
(6) DIFERENCIAS NACIONALES.
Los judíos y los gentiles representan tanto distinciones nacionales como raciales, pero en la iglesia de Dios no hay judío ni griego. En ella no hay distinción racial, ni tampoco distinción nacional. Todos los creyentes que viven en un solo lugar, no importa cuál sea su nacionalidad, pertenecen a la única iglesia. En el campo natural hay una diferencia entre chinos, franceses, ingleses y estadounidenses, pero en el campo espiritual no la hay. Si un creyente chino vive en Nanking, pertenece a la iglesia en Nanking. Si un creyente francés vive en Nanking, él también pertenece a la iglesia en Nanking. Lo mismo es válido para los británicos, los estadounidenses, y todas las otras nacionalidades, siempre que hayan nacido de nuevo. La Palabra de Dios reconoce la iglesia en Roma, la iglesia en Efeso, y la iglesia en Tesalónica, pero no reconoce la iglesia judía ni la iglesia china ni la iglesia anglicana. La razón por la cual los nombres de las ciudades aparecen en las Escrituras en conexión con las iglesias de Dios es que la diferencia del lugar del domicilio es la única diferencia reconocida por Dios entre Sus hijos. Su vida es una esencialmente, y por eso, indivisible; pero el lugar en el cual esa vida se vive, ineludiblemente variará en tanto que moren en la carne. Dado que todas las iglesias son locales, si un creyente, cualquiera que sea su nacionalidad, se muda de un lugar a otro, inmediatamente viene a ser miembro de la iglesia en ese lugar y no tiene lazos con la iglesia de su lugar de residencia anterior. Uno no puede vivir en un lugar y ser miembro de una iglesia en otro lugar. No hay extraterritorialidad en cuanto a las iglesias de Dios. Tan pronto se excede el límite de la ciudad, se excede el límite de la iglesia. Si un hermano chino se muda de Nanking a Hankow, viene a ser miembro de la iglesia en Hankow. De igual manera, un hermano británico que venga de Londres a Hankow, inmediatamente es miembro de la iglesia en Hankow. Un cambio de residencia necesariamente implica un cambio de iglesia, mientras que el origen nacional no tiene importancia en cuanto a ser miembro de la iglesia. Nuestros colaboradores que se han ido de China a las Islas del Mar Meridional deben tener cuidado de no formar allá una iglesia China de Ultramar. Es posible tener una Cámara de Comercio China de Ultramar, o un Colegio Chino de Ultramar, o un Club Chino de Ultramar. Todo lo que usted quiera puede ser Chino de Ultramar, pero no una iglesia. ¡Una iglesia es siempre local! Si uno va a cualquier ciudad en un país extranjero, entonces se sobrentiende que pertenece a la iglesia en esa ciudad. Las iglesias de Dios no tienen nada de chino. Cuán glorioso sería si los salvos en cada ciudad pasaran por alto toda diferencia natural y sólo consideraran su unidad espiritual. “Somos los que creen en Cristo en tal o cual lugar” es la confesión más excelente que podría decir un grupo de cristianos. El hecho de que Cristo esté en usted o no, determina si usted pertenece a la iglesia; el lugar donde usted vive determina a cual iglesia específica pertenece. La pregunta propuesta por Dios al mundo es: “¿Pertenecen a Cristo?” La pregunta propuesta por Dios a los creyentes es: “¿Dónde viven?” La cuestión formulada no es nacionalidad sino localidad. Las iglesias de Dios se edifican sobre el principio fundamental de la ciudad, no sobre un fundamento nacional. El concepto común de una iglesia autóctona, mientras que en algunos aspectos es muy correcto, está fundamentalmente equivocado en el punto más esencial. Puesto que el método divino de dividir la iglesia es conforme a la localidad, no a la nacionalidad, entonces toda diferenciación entre países cristianos y paganos va en contra del pensamiento de Dios. La iglesia de Dios no conoce judío ni griego; así que no conoce nativo ni extranjero, países paganos ni países cristianos. Las Escrituras hacen diferencia entre ciudades, no entre países cristianos y paganos. Si hemos de estar en completo acuerdo con la mente de Dios, no deberíamos hacer diferencia alguna entre la iglesia china y la extranjera, entre los obreros chinos y los extranjeros, o entre los fondos chinos y los extranjeros. La idea de la iglesia autóctona es que los nativos de un país debían gobernarse a sí mismos, sostenerse a sí mismos, y propagarse por sí mismos, mientras que la intención de Dios es que los creyentes en una ciudad —sean naturales o extranjeros— deberían gobernarse a sí mismos, sostenerse a sí mismos, y propagarse por sí mismos. Tome, por ejemplo, a Pekín. La teoría de la iglesia autóctona hace distinción entre chinos y extranjeros en Pekín, mientras que la Palabra de Dios hace distinción entre los creyentes que están en Pekín —sean chinos o extranjeros— y los creyentes en otras ciudades. Es por eso que en la Escritura leemos de las iglesias de los gentiles, pero nunca de la iglesia de los gentiles. El intento de formar de todos los creyentes chinos una sola iglesia muestra una falta de entendimiento con relación a la base divina sobre la cual se forman las iglesias.
Por un lado, en las Escrituras no existe una iglesia de los gentiles, por otro, leemos de “la iglesia de los tesalonicenses”. Es significativo que ésta es la única expresión en su género en el Nuevo Testamento. La Palabra no habla de la iglesia de los griegos (una raza o nación), sino de la iglesia de los tesalonicenses (una ciudad). No hay tal cosa en el pensamiento de Dios que se llame la iglesia de los chinos, pero sí la iglesia de los pekineses. Las Escrituras no reconocen en absoluto a la iglesia de los franceses, pero si reconoce a la iglesia de los parisienses. Un entendimiento claro con respecto a la base divina de la formación de la iglesia —de acuerdo con la diferencia de ciudades y no de países— nos salvará de la idea errónea acerca de la iglesia autóctona. En ninguna localidad debe haber distinción alguna entre cristianos chinos y extranjeros, entre obreros chinos y extranjeros o entre dinero chino y extranjero.
(7) DISTINCIONES SOCIALES.
En los días de Pablo, desde un punto de vista social, mediaba un gran abismo entre un hombre libre y un esclavo; sin embargo, ellos adoraban hombro con hombro en la misma iglesia. En nuestros días, si un peón de rickshaw y el presidente de nuestra República pertenecen ambos a Cristo y viven en el mismo lugar, entonces pertenecen a la misma iglesia. Puede haber una misión para peones de rickshaw1, [ 1 Carrito de dos ruedas halado por un hombre.] pero no puede haber jamás una iglesia para peones de rickshaw. Las distinciones sociales no son base adecuada para formar una iglesia separada. En la iglesia de Dios no hay “siervo ni libre”. En las Escrituras se mencionan por lo menos siete cosas definidas que Dios ha prohibido usar como razones para dividir Su iglesia. De hecho, estos siete puntos son solamente típicos de todas las otras razones que la mente humana puede concebir para dividir a la iglesia de Dios. Los dos milenios de la historia de la iglesia son un triste relato de las invenciones humanas que tenían como fin destruir la unidad de la iglesia.
VENCEDORES
La esfera de la iglesia es local, y la iglesia local bajo ningún pretexto debe dividirse. Naturalmente surge la pregunta: Si la vida espiritual de una iglesia local (no denominacional) es muy baja, ¿no pueden acaso algunos de los miembros más espirituales reunirse y formar otra asamblea? La respuesta de la Palabra de Dios es enfáticamente: ¡No! La Palabra de Dios sólo autoriza el establecimiento de iglesias sobre la base de localidad. Ni siquiera la falta de espiritualidad es razón adecuada para dividir la iglesia. Si los métodos locales, el gobierno y la organización están lejos de lo ideal, ni siquiera eso constituye razón para la división. Ni aun la enseñanza equivocada (con excepción de 2 Juan 9) es una base sobre la cual los que tienen más conocimiento puedan formar una iglesia separada. Debemos tomar a pecho que la diferencia de localidad es la única base válida para dividir la iglesia de Dios. Ninguna otra base es bíblica. Los que vivimos en la misma localidad no tenemos otra opción que pertenecer a la misma iglesia. Esto es algo de lo cual no se puede escapar. Si estoy inconforme con la iglesia local, la única cosa que puedo hacer es cambiar de localidad; entonces, automáticamente, cambio de iglesia. Podemos salir de una denominación, pero nunca podemos salir de una iglesia. Salir de una secta es justificable, pero salir de una iglesia, aunque sea por falta de espiritualidad, doctrina errónea, o mala organización, no es justificable en lo absoluto. Si usted sale de la iglesia local y forma una asamblea separada, puede ser que tenga mayor espiritualidad, enseñanza más pura, y mejor gobierno; pero no tiene usted la iglesia, sólo tiene una secta. En el segundo y tercer capítulos de Apocalipsis, vemos siete distintas iglesias en siete localidades diferentes. Sólo dos no fueron amonestadas sino, más bien, alabadas por el Señor. Las otras cinco fueron definitivamente censuradas. Espiritualmente, esas cinco iglesias estaban en un estado lamentable. Eran iglesias débiles y derrotadas, pero a pesar de todo eso, eran iglesias, no sectas. Espiritualmente estaban equivocadas, pero posicionalmente estaban correctas; por tanto, Dios sólo les mandó a los que estaban allí que fueran vencedores. El Señor no dijo una sola palabra acerca de dejar la iglesia. Una iglesia local es una iglesia que no se puede dejar; hay que permanecer en ella. Si usted es más espiritual que los otros miembros, entonces debe usar su influencia espiritual y su autoridad en la oración para reavivar esa iglesia. Si la iglesia no responde, usted tiene sólo dos alternativas: permanecer allí guardándose sin mancha, o cambiar su domicilio. Pero esto no se aplica a una secta. Es inútil procurar, por medio de una aplicación equivocada de estos dos capítulos, mantener en una secta a los creyentes enseñados por el Espíritu; porque las siete iglesias mencionadas son iglesias locales, no “iglesias” sectarias. Por muy débiles que estuvieran, aún se mantenían sobre la base bíblica del Cuerpo en la localidad. La Palabra de Dios nunca ha autorizado a nadie a salir de una iglesia. Todos los grupos de creyentes que toman como base para su comunión otro fundamento que el de la localidad son sectas, aun cuando se llamen a sí mismos iglesias. Está bien salir de una secta, pero jamás es correcto salir de una iglesia local. Si usted sale de una iglesia local, lo hace sin la autoridad del Señor, y se hace culpable del pecado de un cisma en el Cuerpo. Qué tragedia es cuando unos pocos miembros espirituales dejan una iglesia local y forman otra asamblea sólo porque los otros miembros son débiles e inmaduros. Esos miembros más fuertes deben permanecer en esa iglesia como vencedores, procurando ayudar a sus hermanos y hermanas más débiles y reclamando la situación allí para el Señor. Oh, qué tendencia tenemos a menospreciar a los creyentes que consideramos inferiores a nosotros, y cómo nos gozamos en asociarnos con aquellos cuya comunión congenia especialmente con nosotros. El orgullo del corazón y un goce egoísta en cosas espirituales nos hacen pasar por alto el hecho de que una iglesia en un lugar dado debe consistir de todos los hijos de Dios en ese lugar; debido a esto reducimos la comunión cristiana y hacemos selección entre los hijos de Dios. Esto es sectarismo, y es una aflicción de corazón para el Señor.