La vida cristiana normal de la iglesia capitulo 1 Watchman Nee PDF
LOS APOSTOLES
CAPÍTULO UNO
LOS APÓSTOLES
Dios es un Dios de obras. Nuestro Señor dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja”. Y El tiene un propósito definido y dirige todas Sus obras hacia la realización de este propósito. El es el Dios “que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. Pero Dios no hace todas las cosas directamente por Sí mismo. El trabaja a través de Sus siervos. Entre éstos, los apóstoles son los más importantes. Vayamos a la Palabra de Dios para ver qué enseña en cuanto a los apóstoles.
EL PRIMER APÓSTOL
En el cumplimiento del tiempo, Dios envió a Su Hijo al mundo a hacer Su obra. El es conocido como el Cristo de Dios, es decir, “el Ungido”. El término “Hijo” se refiere a Su Persona; el nombre “Cristo” se refiere a Su oficio. El era el Hijo de Dios, pero fue enviado para ser el Cristo de Dios. “Cristo” es el nombre ministerial del Hijo de Dios. Nuestro Señor no vino a la tierra ni fue a la cruz por Su propia iniciativa; El fue ungido y apartado por Dios para la obra. El no se autodesignó, sino fue enviado. Con frecuencia, a lo largo del Evangelio de Juan, le encontramos refiriéndose a Dios, no como “Dios”, ni como “el Padre”, sino como “El que me envió”. El tomó la posición de enviado. Si esto es cierto en el caso del Hijo de Dios, ¿cuánto más se debe aplicar a Sus siervos? Si se esperaba que ni siquiera el Hijo tomara alguna iniciativa en la obra de Dios, ¿acaso es de esperarse que nosotros sí lo hagamos? El primer principio que debemos notar en la obra de Dios es que todos Sus obreros son enviados. Si no hay comisión divina, no puede haber obra divina. Las Escrituras tienen un nombre especial para un enviado, a saber, un apóstol. El significado de la palabra griega es “el enviado”. El Señor mismo es el primer Apóstol porque El es el primero que fue enviado especialmente por Dios; por tanto, la Palabra se refiere a El como “el Apóstol” (He. 3:1).
LOS DOCE
Mientras nuestro Señor cumplía Su ministerio apostólico en la tierra, El estaba consciente todo el tiempo de que Su vida en la carne estaba limitada. Por lo tanto, aun mientras llevaba a cabo la obra que el Padre le había confiado, El estaba preparando un grupo de hombres para que la continuaran después de Su partida. A estos hombres también se les llamó apóstoles. No eran voluntarios; eran enviados. Por mucho que lo enfaticemos, nunca será demasiado decir que toda la obra divina es por comisión, no por elección propia. ¿De entre quiénes escogió nuestro Señor a estos apóstoles? Ellos fueron escogidos de entre Sus discípulos. Todos aquellos que fueron enviados por el Señor ya eran discípulos. No todos los discípulos son necesariamente apóstoles, pero todos los apóstoles sí son discípulos; no todos los discípulos son escogidos para la obra, pero aquellos que son escogidos, siempre son elegidos de entre los discípulos del Señor. Así que un apóstol debe tener dos llamamientos: en primer lugar debe ser llamado a ser discípulo, y en segundo lugar, debe ser llamado a ser apóstol. Su primer llamamiento es de entre los hijos de este mundo para ser un seguidor del Señor. Su segundo llamamiento es de entre los seguidores del Señor para ser un enviado del Señor. Aquellos apóstoles que nuestro Señor escogió durante Su ministerio terrenal ocupan un lugar especial en la Escritura y también en el propósito de Dios, porque estuvieron con el Hijo de Dios mientras vivió en la carne. Ellos no fueron llamados simplemente apóstoles; fueron llamados “los doce apóstoles”. Ocupan un lugar especial en la Palabra de Dios y en el plan de Dios. Nuestro Señor dijo a Pedro que un día se sentarían “en tronos juzgando a las doce tribus de Israel” (Lc. 22:30). El Apóstol tiene Su trono, y los doce apóstoles tendrán sus tronos también. Este privilegio no les es otorgado a otros apóstoles. Cuando Judas perdió su oficio y Dios dirigió a los once restantes a que escogieran uno para completar el número, leemos que echaron suertes y que la suerte cayó sobre Matías, “y fue contado con los once apóstoles” (Hch. 1:26). En el capítulo siguiente encontramos al Espíritu Santo inspirando al escritor de Hechos a decir: “Pedro, poniéndose en pie con los once” (Hch. 2:14), lo cual muestra que el Espíritu Santo reconoció a Matías como uno de los doce. Aquí vemos que el número de estos apóstoles era un número fijo; Dios no quería más de doce, ni tendría menos. En el libro de Apocalipsis encontramos que la posición final que ellos ocuparán es, de nuevo, una posición especial: “Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero” (Ap. 21:14). Aun en el nuevo cielo y la nueva tierra los doce gozan de un lugar de privilegio peculiar, que no es asignado a ningún otro obrero de Dios.
LOS APÓSTOLES EN LOS TIEMPOS BÍBLICOS
El Señor como apóstol era único, y los doce, como apóstoles, también eran singulares; pero ni el Apóstol ni los doce apóstoles podían permanecer en la tierra para siempre. Al partir nuestro Señor, El dejó a los doce para que continuaran Su obra. Ahora que los doce han partido, ¿quiénes están aquí para continuarla? El Señor se ha ido, pero el Espíritu ha venido. El Espíritu Santo ha llegado para asumir toda la responsabilidad de la obra de Dios en la tierra. El Hijo estaba obrando para el Padre; el Espíritu está obrando para el Hijo. El Hijo vino para realizar la voluntad del Padre; el Espíritu ha venido para realizar la voluntad del Hijo. El Hijo vino para glorificar al Padre; el Espíritu ha venido para glorificar al Hijo. El Padre nombró a Cristo para que fuera el Apóstol; el Hijo, mientras estaba en la tierra, nombró a los doce para que fueran apóstoles. Ahora el Hijo ha regresado al Padre, y el Espíritu está en la tierra designando hombres para que sean apóstoles. Los apóstoles nombrados por el Espíritu Santo no pueden sumarse a las filas de los que fueron nombrados por el Hijo; con todo y eso, son apóstoles. Es posible ver claramente que los apóstoles mencionados en Efesios 4 no son los doce originales, porque aquéllos fueron nombrados cuando el Señor todavía estaba en la tierra, mientras que el nombramiento de éstos al apostolado data después de la ascensión del Señor; ellos eran los dones que el Señor Jesús dio a Su iglesia después de Su glorificación. Los doce apóstoles de entonces eran los seguidores personales del Señor Jesús, pero los apóstoles de ahora son ministros para la edificación del Cuerpo de Cristo. Debemos diferenciar claramente entre los apóstoles que fueron testigos de la resurrección de Cristo (Hch. 1:22, 26), y los apóstoles que son ministros para la edificación del Cuerpo de Cristo, porque el Cuerpo de Cristo no existía antes de la cruz. Sin duda, más tarde los doce recibieron la comisión de Efesios; pero los doce, como tales, eran muy distintos de los apóstoles mencionados en Efesios. Es evidente, por tanto, que Dios tiene otros apóstoles además de los doce originales. Inmediatamente después del derramamiento del Espíritu, vemos a los doce apóstoles continuando la obra. Hasta el capítulo doce de Hechos se les ve como los obreros principales; pero al comienzo del capitulo trece vemos al Espíritu Santo empezando a manifestarse como el Agente de Cristo y el Señor de la iglesia. En ese capítulo se nos dice que en Antioquía, cuando ciertos profetas y maestros estaban ministrando al Señor y ayunando, el Espíritu Santo dijo: “Apartadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hch. 13:2, gr.). “Ya” es el tiempo en que el Espíritu empieza a enviar hombres. En ese momento dos nuevos obreros fueron comisionados por el Espíritu Santo. Después de que el Espíritu envió a estos dos, ¿cómo se les designaba? Cuando Bernabé y Pablo estaban trabajando en Iconio, “la gente de la ciudad estaba dividida: unos estaban con los judíos, y otros con los apóstoles” (Hch. 14:4). Los dos que fueron enviados en el capítulo trece son llamados apóstoles en el capítulo catorce, donde la designación “los apóstoles” (v. 14) es utilizada con referencia a “Bernabé y Pablo”, lo que prueba concluyentemente que los dos hombres comisionados por el Espíritu Santo también eran apóstoles. Ellos no estaban entre los doce; con eso y todo, eran apóstoles. Entonces, ¿quiénes son apóstoles? Los apóstoles son los obreros de Dios, enviados por el Espíritu Santo para efectuar la obra a la cual El los ha llamado. La responsabilidad de la obra está en sus manos. Hablando en términos más amplios, todos los creyentes son responsables de la obra de Dios, pero los apóstoles son un grupo de personas apartadas especialmente para la obra. En un sentido particular, la responsabilidad de la obra recae sobre ellos. Ahora podemos ver la enseñanza de las Escrituras en cuanto a los apóstoles. Dios designó a Su Hijo para que fuera el Apóstol; Cristo designó a Sus discípulos para que fueran los doce apóstoles; y el Espíritu Santo nombró a un grupo de hombres (además de los doce) para que fueran los apóstoles edificadores del Cuerpo. El primer Apóstol es único; hay solamente uno. Los doce apóstoles también pertenecen a un grupo único en su género; no hay más que doce. Pero hay otra categoría de apóstoles, escogidos por el Espíritu Santo, y mientras prosiga la edificación de la iglesia y continúe la presencia del Espíritu Santo en la tierra, la selección y el envío de esta categoría de apóstoles continuará también. En la Palabra de Dios encontramos a muchos otros apóstoles además de Bernabé y Pablo. Hay muchos que pertenecen a esta nueva categoría, quienes han sido escogidos y enviados por el Espíritu de Dios. En 1 Corintios 4:9 leemos: “Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros”. ¿A quiénes se refieren las palabras “nosotros los apóstoles”? El pronombre “nosotros” implica que había, por lo menos, otro apóstol además del escritor. Si estudiamos el contexto, notamos que Apolos estaba con Pablo cuando él escribió (v. 6), y además que Sóstenes fue un coescritor de la epístola. Así que parece claro que “nosotros” aquí se refiere a Apolos o a Sóstenes, o a ambos. Entonces, es lógico concluir que uno de los dos, o ambos, deben de haber sido apóstoles. Romanos 16:7 dice: “Saludad a Andrónico y a Junias, mis parientes y mis compañeros de prisiones, los cuales son muy estimados entre los apóstoles”. La cláusula “los cuales son muy estimados entre los apóstoles” no quiere decir que fueron tenidos como notables por los apóstoles, sino más bien que entre los apóstoles ellos eran notables. Aquí tenemos no solamente otros dos apóstoles, sino otros dos apóstoles notables. Primera Tesalonicenses 2:6 dice: “Podíamos seros carga como apóstoles de Cristo”. “Podíamos” aquí se refiere claramente a los escritores de la carta a Tesalónica, es decir, a Pablo, Silvano y Timoteo (1:1), lo que indica que los dos jóvenes colaboradores de Pablo también eran apóstoles. Primera Corintios 15:5-7 dice: “Apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez…Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles”. Además de los doce apóstoles había un grupo conocido como “todos los apóstoles”. Es obvio, entonces, que además de los doce había otros apóstoles. Pablo nunca afirmó ser el último apóstol y que después de él no habría otros. Leamos cuidadosamente lo que dijo: “Y al último de todos…me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol” (1 Co. 15:8-9). Notemos cómo usó Pablo las palabras “último” y “más pequeño”. El no dijo que era el último apóstol; dijo solamente que era el apóstol más pequeño. Si hubiera sido el último, no habría posibilidad de que hubiera otros posteriores a él, pero él sólo era el más pequeño. En el libro de Apocalipsis se dice de la iglesia en Efeso: “Has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos” (2:2). Parece claro de este versículo que las iglesias primitivas esperaban tener otros apóstoles además de los doce originales, porque cuando se escribió el libro de Apocalipsis, Juan era el único sobreviviente de los doce, y para ese entonces, incluso Pablo ya había sido hecho mártir. Si habrían de ser sólo doce apóstoles, y Juan era el único que quedaba, entonces nadie hubiera sido lo suficientemente necio para tratar de hacerse pasar por apóstol, y nadie hubiera sido tan tonto como para dejarse engañar, y ¿por qué hubiera existido la necesidad de probarlos? Si Juan hubiera sido el único apóstol, ¡entonces la prueba habría sido verdaderamente sencilla! ¡Cualquiera que no fuese Juan, no era apóstol!
EL SIGNIFICADO DEL APOSTOLADO
Puesto que el significado de la palabra “apóstol” es “el enviado”, el significado del apostolado está bien claro, es decir, el oficio del enviado. Los apóstoles no son primordialmente hombres que tienen dones especiales; son hombres que tienen una comisión especial. Todo aquel que es enviado por Dios es un apóstol. Muchos de los que son llamados por Dios no son tan dotados como Pablo, pero si han recibido una comisión de parte de Dios, son en verdad tan apóstoles como lo era él. Los apóstoles fueron hombres dotados, pero su apostolado no se basaba en sus dones, sino en su comisión. Desde luego, Dios no enviará a uno que no esté equipado, pero el equipo no constituye el apostolado. Si Dios quisiera enviar a un hombre totalmente desprovisto de equipo, ese hombre sería tan apóstol como uno completamente equipado, puesto que el apostolado no se basa en la capacidad humana sino en la comisión divina. Es inútil que alguna persona tome el oficio de apóstol sencillamente porque cree que tiene los dones o capacidad necesarios. Se requiere más que un simple don o habilidad para constituir a los hombres apóstoles; se requiere nada menos que a Dios mismo, Su voluntad y Su llamamiento. Ningún hombre puede alcanzar el apostolado por cualidades naturales o de otra índole; Dios tiene que hacerle apóstol si alguna vez ha de serlo. Si un hombre llega a ser de algún valor espiritual o no, y si su obra sirve a un fin espiritual o no, depende del envío de Dios. Ser “un hombre enviado por Dios” debe ser la característica principal de nuestra entrada a Su servicio y de todos nuestros movimientos subsecuentes. Vayamos a las Escrituras. En Lucas 11:49 leemos: “Les enviaré profetas y apóstoles; y de ellos, a unos matarán y a otros perseguirán”. Desde Génesis hasta Malaquías no encontramos a ninguno que fuera explícitamente llamado apóstol; sin embargo, los hombres aquí mencionados como apóstoles vivieron en el período de tiempo entre Abel y Zacarías (v. 51). Así que, queda claro que aun en los tiempos del Antiguo Testamento Dios tuvo Sus apóstoles. Nuestro Señor dijo: “El siervo no es mayor que su señor, ni el apóstol [griego] es mayor que el que le envió” (Jn. 13:16). Aquí tenemos una definición de la palabra “apóstol”. Implica ser enviado, eso es todo, y en eso consiste todo. Por muy buenas que sean las intenciones humanas, nunca pueden tomar el lugar de la comisión divina. Hoy en día aquellos que han sido enviados por el Señor a predicar el evangelio y a establecer iglesias se llaman a sí mismos misioneros, no apóstoles; pero la palabra “misionero” significa exactamente la misma cosa que “apóstol”, es decir, “el enviado”. Es la forma latina del equivalente griego, apóstolos. Puesto que el significado de las dos palabras es precisamente el mismo, no veo la razón por la cual los verdaderos enviados de hoy prefieren llamarse misioneros en vez de apóstoles.
LOS APÓSTOLES Y EL MINISTERIO
“Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:7-13). Hay muchos ministerios relacionados con el servicio de Dios, pero El ha escogido a varios hombres para un ministerio especial, esto es, el ministerio de la Palabra para la edificación del Cuerpo de Cristo. Puesto que ese ministerio es distinto de los otros, nos referimos a él como “el ministerio”. Este ministerio ha sido confiado a un grupo de personas de las cuales los apóstoles son los principales. No es un ministerio de un solo hombre, ni tampoco de “todos los hombres”, sino que es un ministerio basado en los dones del Espíritu Santo y en un conocimiento práctico del Señor. Los apóstoles, profetas, evangelistas y pastores y maestros son los dones que nuestro Señor ha dado a Su iglesia para que sirvan en el ministerio. Hablando con propiedad, los pastores y maestros son un solo don, no dos, porque la enseñanza y el pastoreo están íntimamente ligados. En la lista de dones, los apóstoles, los profetas y los evangelistas son mencionados separadamente, mientras que los pastores y maestros figuran juntos. Además, los primeros tres están precedidos por las palabras “unos” y “otros”, mientras que “otros” está anexa a pastores y maestros juntamente, así: “unos apóstoles”, “otros profetas”, “otros evangelistas”, y “otros pastores y maestros”, no “otros pastores y otros maestros”. El hecho de que las palabras “unos” y “otros” sean utilizadas solamente cuatro veces en total en esta lista indica que únicamente hay cuatro tipos de personas en cuestión. Los pastores y maestros son dos en uno. El pastoreo y la enseñanza pueden ser considerados como un solo ministerio, porque aquellos que enseñan también tienen que pastorear, y los que pastorean también deben enseñar. Los dos tipos de trabajo están relacionados. Más aún, en el Nuevo Testamento no se encuentra en ninguna otra parte la palabra “pastor” aplicada a persona alguna, pero el vocablo “maestro” es utilizado en otras cuatro ocasiones. En otras partes en el Nuevo Testamento encontramos referencia a un apóstol (por ejemplo, Pablo), y a un profeta (por ejemplo, Agabo), y a un evangelista (por ejemplo, Felipe), y a un maestro (por ejemplo, Manaén), pero en ninguna parte en la Palabra de Dios encontramos que se mencione a alguien como pastor. Esto confirma el hecho de que los pastores y los maestros son una sola categoría de hombres. Los maestros son hombres que han recibido el don de enseñar. Este no es un don milagroso, sino un don de gracia, lo cual explica el hecho de su omisión en la lista de dones milagrosos en 1 Corintios 12:8-10, y su inclusión en la lista de los dones de gracia en Romanos 12. Es un don de gracia lo que capacita a sus poseedores para entender las enseñanzas de la Palabra de Dios y para discernir los propósitos de El, y así los provee de lo necesario para instruir a Su pueblo en asuntos doctrinales. En la iglesia en Antioquía había varias personas así equipadas, incluyendo a Pablo. Es por la operación de Dios que tales hombres están “puestos en la iglesia”, y su posición está próxima a los profetas. Un maestro es un individuo que ha recibido el don de enseñanza de parte de Dios, y ha sido dado por el Señor a Su iglesia para edificación de ésta. La tarea de un maestro es interpretar para otros las verdades que le han sido reveladas, guiar al pueblo de Dios al entendimiento de la Palabra, y alentarles a buscar y recibir por sí mismos revelación divina mediante las Escrituras. Su esfera de trabajo se lleva a cabo principalmente entre los hijos de Dios, aunque a veces también enseñan a los que no son salvos (1 Ti. 4:11; 6:2; 2 Ti. 2:2; Hch. 4:2-18; 5:21, 25, 28, 42). Su obra es más de interpretación que de revelación, mientras que la obra de los profetas es más de revelación que de interpretación. Ellos procuran guiar a los creyentes al entendimiento de la verdad divina, y a los incrédulos al entendimiento del evangelio. Los evangelistas también son un don que nuestro Señor ha dado a Su iglesia, pero no sabemos exactamente cuáles sean sus dones personales. La Palabra de Dios no habla de don evangelístico alguno, pero sí se refiere a Felipe como evangelista (Hch. 21:8), y Pablo en una ocasión alentó a Timoteo a hacer la obra de evangelista y a que cumpliera su ministerio (2 Ti. 4:5). Aparte de esos tres casos, el sustantivo “evangelista” no se encuentra en las Escrituras, aunque a menudo encontramos el verbo que se deriva de la misma raíz. En la Palabra de Dios el lugar de los profetas está definido con mayor claridad que el de los maestros y el de los evangelistas. La profecía es mencionada entre los dones de gracia (Ro. 12:6), y entre los dones milagrosos la encontramos de nuevo (1 Co. 12:10). Dios ha puesto profetas en la iglesia universal (1 Co. 12:28), pero también ha dado profetas para el ministerio (Ef. 4:11). Existe tanto el don de profecía como el oficio de profeta. La profecía es al mismo tiempo un don milagroso y un don de gracia. El profeta es un hombre puesto por Dios en Su iglesia para ocupar el oficio de profeta y también es un hombre dado por el Señor a Su iglesia para el ministerio. De las cuatro clases de hombres dotados que el Señor ha concedido a Su iglesia para su edificación, los apóstoles eran muy diferentes de las otras tres. La posición especial ocupada por los apóstoles es obvia a cualquier lector del Nuevo Testamento. Ellos fueron comisionados especialmente por Dios para fundar iglesias por medio de la predicación del evangelio, para traer revelación de parte de Dios a Su pueblo, para tomar decisiones en asuntos relacionados con doctrina y gobierno, y para edificar a los santos y distribuir los donativos. Tanto espiritual como geográficamente su esfera de acción era extensa. Que su posición era superior a la de los profetas y a la de los maestros está claro según la Palabra: “A unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles” (1 Co. 12:28). Los apóstoles pertenecen al ministerio, pero son muy distintos de los profetas, evangelistas y maestros, porque a diferencia de estos tres, sus dones no son lo que determina su oficio; es decir, ellos no son constituidos apóstoles por haber recibido un don apostólico. Es importante notar que el apostolado es un oficio, no un don. Un oficio es lo que uno recibe como resultado de una comisión; un don es lo que uno recibe con base en la gracia. “Yo fui constituido…apóstol” (1 Ti. 2:7). “Yo fui constituido… apóstol” (2 Ti. 1:11). Vemos aquí que los apóstoles son comisionados. El ser un apóstol no depende de haber recibido un don apostólico sino de haber recibido una comisión apostólica. Un apóstol tiene un llamamiento especial y una comisión especial. En esto se distingue de las otras tres clases de ministros, aunque haya recibido el don de profecía y sea así tanto profeta como apóstol. Su don personal le constituye profeta, pero es la comisión, no el don, lo que le constituye apóstol. Los otros ministros pertenecen al ministerio en virtud de sus dones; un apóstol pertenece al ministerio en virtud de su envío. Lo que capacita a los otros ministros es la posesión de dones; lo que capacita a un apóstol es la posesión de dones más un llamamiento y comisión especiales. Un apóstol puede ser profeta o maestro. Si ejercita su don de profecía o de enseñanza en la iglesia local, lo hace en calidad de profeta o maestro, pero cuando ejercita sus dones en varios lugares, lo hace en calidad de apóstol. El apostolado implica el ser enviado por Dios para ejercitar los dones del ministerio en diferentes lugares. En cuanto a su oficio, no importa el don personal que tenga el apóstol, pero sí es indispensable que sea enviado por Dios. Un apóstol puede ejercitar sus dones espirituales en cualquier lugar, pero no puede ejercitar sus dones apostólicos, porque un apóstol es tal por oficio, no por don. Sin embargo, los apóstoles tienen dones personales para su ministerio. “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hch. 13:1-2). Estos cinco hombres tenían los dones de profecía y de enseñanza, un don milagroso y uno de gracia. De esa compañía de cinco, dos fueron enviados por el Espíritu a otras partes, y quedaron tres en Antioquía. Como ya hemos visto, de ahí en adelante los dos enviados fueron llamados apóstoles. Ellos no recibieron ningún don apostólico, sino que recibieron una comisión apostólica. Sus dones era lo que les capacitaba para ser profetas y maestros, pero su comisión era lo que les capacitaba para ser apóstoles. Los tres que permanecieron en Antioquía todavía eran profetas y maestros, mas no apóstoles, sencillamente porque no habían sido enviados por el Espíritu. Los dos fueron hechos apóstoles, no porque hubieran recibido algún don además del don de profecía y enseñanza, sino porque habían recibido un oficio adicional como resultado de su comisión. Los dones de los cinco eran iguales, pero dos de ellos recibieron una comisión divina además de sus dones, y eso les capacitó para el ministerio apostólico. Entonces, ¿por qué dice la Palabra de Dios: “El mismo constituyó a unos apóstoles”? La cuestión aquí no es que el apostolado sea un don proporcionado a un apóstol, sino que es un don concedido a la iglesia; no es un don espiritual dado a un hombre, sino un hombre dotado dado a la iglesia. Efesios 4:11 no dice que el Señor dio un don apostólico a persona alguna, sino que dio hombres como apóstoles a Su iglesia. Los hombres han recibido dones de parte del Espíritu que les han capacitado para ser profetas y maestros, pero ningún hombre ha recibido jamás un don espiritual que le haya capacitado para ser apóstol. Los apóstoles son una categoría de personas que nuestro Señor ha dado como un don a Su iglesia para edificación de ésta. Los dones a que se refiere este pasaje no son los dones dados a los hombres personalmente, sino aquellos dados por el Señor a Su iglesia. Los dones mencionados aquí son los obreros dotados, los cuales el Señor de la iglesia confiere a Su iglesia para la edificación de ella. La Cabeza da a la iglesia, la cual es Su Cuerpo, determinados hombres para servir al Cuerpo y edificarlo. Debemos distinguir entre los dones dados por el Espíritu a los individuos y aquéllos otorgados por el Señor a Su iglesia. Los primeros son dados a los creyentes individualmente, los postreros son dados a los creyentes corporativamente. Los primeros son cosas y los postreros son personas. Los dones dados por el Espíritu a los individuos son su equipo para servir al Señor al profetizar, enseñar, hablar en lenguas y sanar a los enfermos; los dones dados por el Señor a Su iglesia como Cuerpo, son las personas que poseen los dones del Espíritu. “Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas” (1 Co. 12:8-10). Este pasaje nos proporciona una lista de todos los dones que el Espíritu Santo dió a los hombres, pero no incluye don apostólico alguno. “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas” (1 Co. 12:28). El primer pasaje enumera los dones dados a los individuos; el segundo enumera los dones dados a la iglesia. En el primero no hay mención de ningún don apostólico; en el segundo encontramos que los apóstoles encabezan la lista de los dones que Dios ha dado a la iglesia. No es que Dios haya dado a Su iglesia el don del apostolado, sino que El le ha dado a ella hombres que son apóstoles; y El no le ha dado los dones de profecía y de enseñanza a Su iglesia, sino que El le ha dado a ella algunos hombres como profetas y algunos como maestros. Dios ha puesto diferentes clases de obreros en Su iglesia para su edificación, y una de éstas es los apóstoles. Ellos no representan cierta clase de don; representan cierta clase de personas. La diferencia entre los apóstoles y los profetas y maestros es que los últimos dos representan dones dados por el Espíritu a individuos, y al mismo tiempo, dones dados por el Señor a Su iglesia; mientras que los apóstoles son hombres dados por el Señor a Su iglesia, pero no representan ningún don especial o personal del Espíritu. “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros” (1 Co. 12:28). ¿Qué iglesia es ésta? Es la que comprende a todos los hijos de Dios; por lo tanto, es la iglesia universal. En esta iglesia Dios ha puesto “primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros”. En 1 Corintios 14:23 leemos que “toda la iglesia se reúne en un solo lugar”. ¿Qué iglesia es ésta? Obviamente, es la iglesia local, porque la iglesia universal no puede reunirse en una sola localidad. Es en esta iglesia local donde los hermanos ejercitaban sus dones espirituales. Uno tenía salmo, otro doctrina, otro revelación, otro lengua, y otro interpretación (14:26), pero el más importante de todos éstos era el don de profecía (14:1). En el capítulo doce los apóstoles tenían primacía sobre los otros ministros, pero en el capítulo catorce son los profetas los que tienen primacía. En la iglesia universal los apóstoles son los primeros, pero en la iglesia local los profetas son los primeros. ¿Cómo es que los profetas tienen el primer lugar en la iglesia local, ya que en la iglesia universal ocupan solamente el segundo? Se debe a que en la iglesia universal la cuestión no es de dones del Espíritu dados a personas, sino de ministros que Dios ha dado como dones a la iglesia, y de éstos, los apóstoles tienen el primer lugar; pero en la iglesia local la cuestión es de dones personales del Espíritu, y de éstos, la profecía es principal, porque es el más importante. Recordemos que el apostolado no es un don personal.
LA ESFERA DE SU OBRA
La esfera de la obra de un apóstol es muy distinta a la de las otras tres clases de especiales. Que los profetas y los maestros ejercitan sus dones en la iglesia local se desprende de la declaración: “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros”. Uno puede encontrar profetas y maestros en la iglesia local, pero no apóstoles, porque ellos han sido llamados a ministrar en diversos lugares, mientras que el ministerio de los profetas y los maestros está circunscrito a una localidad (1 Co. 14:26, 29). En cuanto a los evangelistas, no conocemos su esfera especial, puesto que se habla muy poco de ellos en la Palabra de Dios, pero la historia de Felipe, el evangelista, arroja alguna luz sobre esta clase de ministros. Felipe dejó su propia localidad y predicó en Samaria, pero aunque allí hizo un buen trabajo, el Espíritu no cayó sobre ninguno de sus conversos. No fue sino hasta que los apóstoles llegaron de Jerusalén y les impusieron las manos que el Espíritu fue derramado. Esto parece indicar que la predicación local del evangelio es la obra de un evangelista, pero la predicación universal del evangelio es tarea de un apóstol. Esto no significa que el trabajo de un evangelista necesariamente esté restringido a un lugar, pero sí quiere decir que ésa es su esfera normal. De la misma manera, el profeta Agabo profetizó en otro lugar, pero su esfera especial de trabajo era su propia localidad.
LA EVIDENCIA DEL APOSTOLADO
¿Hay algún indicio de que uno realmente está comisionado por Dios para ser apóstol? En 1 Corintios 9:1-2, Pablo trata con nuestra pregunta al escribir a los santos en Corinto, y en su argumento es obvio que el apostolado tiene sus credenciales. “El sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor”, escribe, como si dijera: “Si Dios no me hubiera enviado a Corinto, entonces vosotros no seríais salvos hoy, y no habría iglesia en vuestra ciudad”. Si Dios ha llamado a un hombre para que sea apóstol, esto será manifiesto en el fruto de sus labores. En dondequiera que se encuentre la comisión de Dios, allí está la autoridad de Dios; en dondequiera que se encuentre la autoridad de Dios, allí está el poder de Dios, y en dondequiera que se encuentre el poder de Dios, allí se encuentran frutos espirituales. El fruto de nuestras labores prueba la validez de nuestra comisión. Y, sin embargo, debe notarse que el pensamiento de Pablo no es que el apostolado implique numerosos conversos, sino que representa valores espirituales para el Señor, porque El nunca podría enviar a alguien con un propósito menor. El Señor busca valores espirituales, y el objeto del apostolado es obtenerlos. En este caso los corintios representan estos valores. Pero, acaso no ha dicho Pablo aquí: “¿No he visto a Jesús nuestro Señor?” Entonces, ¿solamente aquellos que han visto al Señor Jesús en Sus manifestaciones de resurrección son los que están capacitados para ser apóstoles? Sigamos cuidadosamente la trama del argumento de Pablo. En el versículo 1 hace cuatro preguntas: (1) “¿No soy libre?” (2) “¿No soy apóstol?” (3) “¿No he visto a Jesús nuestro Señor?” (4) “¿No sois vosotros mi obra en el Señor?” Se suponía una respuesta afirmativa a las cuatro preguntas, porque el caso de Pablo exigía tal respuesta. Nótese que Pablo, al continuar su argumento en el segundo versículo, abandona dos de sus preguntas, y sigue con las otras dos. El abandona la primera y la tercera, y toma la segunda y la cuarta, juntándolas. Con el fin de continuar su argumento, deja a un lado “¿No soy libre?” y “¿No he visto a Jesús nuestro Señor?”, y contesta a las preguntas “¿No soy yo un apóstol?” y “¿No sois vosotros mi obra en el Señor?” Ciertamente, Pablo estaba tratando de demostrar la autenticidad de su comisión por la bendición que había acompañado sus labores, no por haber sido libre ni por haber visto al Señor. De las cuatro preguntas formuladas por Pablo, tres se refieren a su persona y una a su obra. Estas tres están en el mismo plano, y son completamente independientes la una de la otra. Pablo no estaba argumentando que porque él era libre y porque él era apóstol, por eso había visto al Señor. Ni estaba razonando que por causa de ser apóstol y porque había visto al Señor, por eso era libre. Tampoco estaba tratando de demostrar que porque era libre y había visto al Señor, por eso era apóstol. Los hechos son que era libre, era apóstol, y había visto al Señor. Estos hechos no tienen una conexión esencial el uno con el otro, y es absurdo relacionarlos. Sería igualmente razonable argüir que el apostolado de Pablo estribaba en su libertad como argüir que estaba fundado en el hecho de haber visto al Señor. Si no buscaba probar su apostolado por el hecho de que era libre, tampoco intentaba probarlo por haber visto al Señor. El apostolado no está basado en el hecho de haber visto al Señor en Sus manifestaciones de resurrección. Entonces, ¿cuál es el significado de 1 Corintios 15:5-9? “Apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez…Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos…me apareció a mí”. El objeto de este pasaje no es el de producir evidencia del apostolado, sino evidencia de la resurrección del Señor. Pablo está enumerando las diferentes personas a quienes se apareció el Señor; no está enseñando qué efecto causó Su aparición entre estas personas. Cefas y Jacobo vieron al Señor, pero ellos eran Cefas y Jacobo después de que vieron al Señor, así como eran Cefas y Jacobo antes; ellos no se convirtieron en Cefas y Jacobo por haberle visto. Lo mismo se aplica a los doce apóstoles y a los quinientos hermanos. El ver al Señor no los constituyó apóstoles. Ellos eran doce apóstoles antes de ver al Señor, y eran doce apóstoles después de haber visto al Señor. El mismo argumento se aplica en el caso de Pablo. Los hechos eran que él había visto al Señor, y que era el más pequeño de los apóstoles; pero no fue el hecho de haber visto al Señor lo que le constituyó en el más pequeño de los apóstoles. Los quinientos hermanos no eran apóstoles antes de ver al Señor, ni lo fueron después. Haber visto al Señor en Sus manifestaciones de resurrección no los constituyó apóstoles. Simplemente eran hermanos antes, y sencillamente eran hermanos después. En ninguna parte enseña la Palabra de Dios que ver al Señor es el requisito para el apostolado. Sin embargo, el apostolado tiene sus credenciales. En 2 Corintios 12:11-12, Pablo escribe: “En nada he sido menos que aquellos grandes apóstoles…Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros”. Había abundante evidencia de la autenticidad de la comisión apostólica de Pablo; además las señales de un apóstol nunca faltarán donde hay realmente un llamamiento apostólico. Del pasaje citado arriba inferimos que la evidencia del apostolado está en un poder dual: espiritual y milagroso. La paciencia es la prueba más grande del poder espiritual, y es una de las señales de un apóstol. Es la habilidad de resistir resueltamente bajo una presión continua lo que prueba la realidad de un llamamiento apostólico. Un verdadero apóstol necesita ser “fortalecido con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo” (Col. 1:11-12). Sí, se necesita nada menos que “toda fortaleza, conforme a la potencia de su gloria” para producir “toda paciencia y longanimidad; con gozo.” Pero la veracidad del apostolado de Pablo quedaba no solamente atestiguada por su inmutable paciencia bajo una presión intensa y prolongada, sino que también se evidenciaba por el poder milagroso que él poseía. El poder milagroso para cambiar las situaciones en el mundo físico es una manifestación necesaria de nuestro conocimiento de Dios en la esfera espiritual, y esto se aplica, no a tierras paganas únicamente, sino a todas las regiones. Declarar ser enviados del Dios omnipotente, y sin embargo, estar impotentes ante situaciones que desafían Su poder, es una triste contradicción. No todos los que pueden obrar milagros son apóstoles, porque los dones de sanidad y de operación de milagros son dados a miembros del Cuerpo (1 Co. 12:28) que no tienen comisión especial, pero poder milagroso lo mismo que poder espiritual es parte del equipo de todos los que tienen una verdadera comisión apostólica.
MUJERES APOSTOLES
¿Tienen las mujeres algún lugar en las filas de los apóstoles? Las Escrituras indican que sí lo tienen. No había mujeres entre los Doce enviados por el Señor, pero una mujer es mencionada entre el número de los apóstoles enviados por el Espíritu después de la ascensión del Señor. Romanos 16:7 habla de dos apóstoles notables, Andrónico y Junias, y autoridades fidedignas concuerdan en que “Junias” es el nombre de una mujer. Así que aquí tenemos a una hermana que es apóstol y como si fuera poco, una apóstol notable