Frank de Viola Libro Book cap.6 Iglesia Reconfigurada
RECONFIGURACIÓN DE LA UNIDAD DE LA IGLESIA
Capítulo 6
RECONFIGURACIÓN DE LA UNIDAD DE LA IGLESIA
El Nuevo Testamento contiene instrucciones completas no solo acerca de lo que debemos creer, sino también de lo que debemos hacer y sobre cómo hacerlo. Cualquier desviación de esas instrucciones constituye una negación del Señorío de Cristo. Digo que la respuesta es simple pero no fácil, porque requiere que obedezcamos a Dios antes que a los hombres, y eso nos acarreará la ira de una mayoría religiosa. No es una cuestión de saber lo que hay que hacer; eso lo podemos descubrir fácilmente en las Escrituras. Es cuestión de si tenemos o no el coraje para hacerlo.
—A. W. Tozer
El que come de todo no debe menospreciar al que no come ciertas cosas, y el que no come de todo no debe condenar al que lo hace, pues Dios lo ha aceptado […] Por tanto, aceptense mutuamente, así como Cristo los aceptó a ustedes para gloria de Dios.
–Pablo de Tarso en Romanos 14:3; 15:7
La iglesia es el cuerpo de Jesucristo ( 1 Corintios 12: 12, 27). Más específicamente, la iglesia es el cuerpo de Cristo en una localidad dada. Correctamente entendida, una iglesia local incluye a todos los miembros del Cuerpo de Cristo de ese lugar en particular.
Siguiendo esa línea de pensamientos, Pablo le escribe a la iglesia en Roma exhortando a los cristianos: “Acéptense mutuamente, así como Cristo los aceptó ustedes” (Romanos 15: 7). Según Pablo, la iglesia está formada por todos aquellos a los que Dios ha aceptado. Y quien quiera sea aquel al que Dios acepta, nosotros no lo podemos rechazar. Nuestra aceptación de otros no los hace miembros de la Iglesia. nosotros los aceptamos porque ellos ya son miembros de la iglesia. Nosotros los aceptamos porque ellos ya son miembros. Por lo tanto, si Dios te ha aceptado, entonces tú perteneces a la iglesia y yo debo aceptarte.
La conclusión de esto es que todos los cristianos que viven en nuestra ciudad deberían ser considerados miembros de la casa de Dios. Y deberían estar dispuestos a tener comunión con nosotros. ¿Por qué? Porque compartimos la misma vida que cualquier otro creyente.
La mayoría de los cristianos estaría de acuerdo con el principio que acabo de señalar. Sin embargo, su práctica es un asunto totalmente distinto. El problema hoy es que multitud de cristianos no han hecho de la aceptación de Dios la base para su comunión. Han agregado o quitado algo a ese estándar básico. No son pocas las iglesias contemporáneas que han ensanchado o disminuido el fundamento bíblico para la unidad cristiana, que es el cuerpo de Cristo. Permítanme desarrollar esto.
Supongamos que un grupo de cristiano se encuentra de manera regular en nuestra ciudad. Se llaman a ellos mismos la “Primera Iglesia Comunitaria Presbicarisbautista”. Preguntamos acerca de cómo puede alguien hacerse miembro de ella, y rápidamente nos entregan su declaración de fe, que enumera todas las creencias teológicas de la iglesia. Muchas de las doctrinas que aparecen en esa lista van bastante más allá del fundamento esencial de la fe que distingue a los genuinos cristianos (tales como la fe en Jesucristo, su obra salvadora, su resurrección corporal y otras cosas).
Al continuar asistiendo a la “Primera Presbicarisbautista” pronto descubrimos que para ser plenamente aceptados por sus miembros, debemos sostener su misma perspectiva con respecto a los dones espirituales. También debemos adherirnos a su visión acerca de la elección y la Segunda Venida de Cristo. Si sucede que estamos en desacuerdo con ellos en cualquiera de estos puntos, nos harán sentir que sería mejor que asistiéramos a otro lugar.
¿Ven cuál es el problema? En tanto que la “Primera Presbicarisbautista” declara ser una iglesia, no cumple con los puntos de referencia bíblicos que indican lo que es una iglesia. Consciente o inconscientemente, ha menoscabado las bases bíblicas requeridas para la comunión, que son tan solo estar en el cuerpo de Cristo. El Nuevo Testamento utiliza un término que describe a tales grupos. Es la palabra secta.
Las personas son aceptadas por Dios debido a que se han arrepentido y confiado en el Señor Jesucristo. Repito, si una persona pertenece al Señor, es parte del cuerpo de Cristo. Y sobre esa base solamente es que debemos aceptarlos para tener comunión.
Si un grupo de cristianos demanda algo más que la aceptación que hace una persona de Cristo para admitirla en la comunión, entonces ese grupo no es una iglesia en el sentido bíblico de la palabra. Se trata de una secta. (La excepción la constituye el que un cristiano esté pecando voluntariamente y se rehúse a arrepentirse). Lo repito: Todos aquellos a los que Dios ha recibido forman parte del cuerpo de Cristo.
EL PROBLEMA DEL SECTARISMO
Consideremos el significado de la palabra secta tal como aparece en las Escrituras. La palabra griega traducida por secta es hairesis. Aparece usada 9 veces en el Nuevo Testamento, y ha sido traducida como “secta”, “partido”, “facción” y “herejía”.
Una secta es una división o un cisma. Se refiere a un cuerpo de personas que han elegido separarse de un todo mayor para seguir sus propios principios. El ejemplo clásico del pecado del sectarismo es el que encontramos en la primera carta de Pablo a los Corintios:
Digo esto, hermanos míos, porque algunos de la familia de Cloe me han informado que hay rivalidades entre ustedes. Me refiero a que unos dicen: “Yo sigo a Pablo”; otros afirman: “Yo, a Apolos”; otros: “Yo, a Cefas”; Y otros: “Yo, a Cristo”. ¡Cómo! ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O es que fueron bautizados en el nombre de Pablo? (1 Corintios 1: 11- 13)
Según el pensamiento de Dios, la iglesia de Corinto incluía a todos los cristianos que vivían en la ciudad de Corinto (1 Corintios 1: 2). Sin embargo, algunos estaban trazando un círculo alrededor de ellos mismos que era más pequeño que el cuerpo de Cristo en Corinto.
En lugar de hacer del cuerpo de Cristo el fundamento para la unidad cristiana, algunos en Corinto hacían de su obrero apostólico favorito el fundamento para la comunión. Con una severidad amorosa, Pablo reprendió a la iglesia por su espíritu sectario, condenándolo como una obra de la carne ( 1 Corintios 3: 3- 4; Gálatas 5: 19- 20; Judas 19).
Si no le hubieran prestado atención a la represión de Pablo, habrían surgido cuatro diferentes sectas en Corinto, todas ellas declarándose iglesias: “ la iglesia de Pedro”, “la iglesia de Apolos”, “ la iglesia de Pablo” y “ la Iglesia de Cristo”. ( Este último grupo probablemente declarará: “Somos los únicos que seguimos a Cristo. No necesitamos que nos ayuden obreros apostólicos como Pablo, Pedro o Apolos. Solo necesitamos a Jesús. Somos de Cristo”).
Por favor, comprendan. Cada vez que un grupo de cristiano socava el fundamento bíblico para la comunión al excluir a aquellos a los que Dios ha aceptado, sea explícita o implícitamente, se constituye en una secta. Puede tener un cartel en su edificio que diga “iglesia”. Puede haberse constituido con un “ status de iglesia”. Pero está por debajo de lo que es una definición bíblica de iglesia. ¿ Cuál es la razón? Sus miembros están tomando una postura sectaria.
Eso no significa que los miembros de una secta no pertenezcan al cuerpo de Cristo. En la mayoría de los casos sí pertenecen. Pero eso indica que la institución que han construido para representar a la iglesia está por debajo de las especificaciones.
Dicho esto, señalo que los cristianos nunca deberían unirse a las sectas, porque ellas son inherentemente divisivas. Y Dios no es su dueño. Pero decirlo lisa y llanamente, la única iglesia que nosotros como creyentes podemos reivindicar es aquella a la que Jesucristo dió inicio: su cuerpo es una expresión local. Y el cuerpo recibe y acepta todos los que han confiado en Jesús. En tanto que no son pocos los cristianos que han reducido el ámbito del cuerpo de Cristo, otros lo han ensanchado. En un intento por ser absolutamente incluyentes, esos grupos han buscado ser uno con los incrédulos. Pero esta clase de unidad es ajena a la Biblia. Porque solo aquellos a los que Cristo ha aceptado pertenecen a su cuerpo. Y solo ellos conforman su iglesia.
Recibir a incrédulos como miembros de la familia es convertir a la iglesia en algo terrenal y humano ( 1 Corintios 5: 6; Gálatas 2: 4; 2 Timoteo 3: 6; 2 Pedro 2: 1; Judas 4, 12). Por supuesto, eso no significa que los cristianos les prohíban a los no creyentes asistir a sus encuentros. No se los deberíamos prohibir ( 1 Corintios 14: 23- 24). Pero sí implica que no los aceptemos como nuestros hermanos. La unidad de la iglesia, entonces, se limita al cuerpo de Cristo. Y no se le puede dar una dimensión mayor o menor que la del cuerpo.
CÓMO FUE QUE PERDIMOS EL RUMBO
Resulta interesante que los cristianos del primer siglo no podían concebir el hecho de tener más de una iglesia en una ciudad. Por esa razón, cada vez que los autores del Nuevo Testamento se refieren a una iglesia en particular, la identifican por el nombre de la ciudad ( Hechos 8: 1; 13: 1; 18: 22; Romanos 16: 1; 1 Tesalonicenses 1: 1; 1 Corintios 1: 2; Apocalipsis 2: 1; 8, 12, 18; 3: 1, 7, 14).
Si hubiéramos vivido en la ciudad de Jerusalén en el año 40 d. C, nos habríamos considerado parte de la Iglesia de Jerusalén, aunque nos reuniéramos en una casa con 20 creyentes ( Hechos 2: 46). También tendríamos una conexión espiritual con el resto de la iglesia de la ciudad. Y nos habríamos reunido con ellos periódicamente ( Hechos 15: 4ss).
Hoy la situación es muy diferente. Existen cientos de “ iglesias” en la misma ciudad. Cada una toma un nombre distinto para distinguirse de las demás.
Una pregunta importante que raramente nos hacemos es: ¿De qué manera se produjo esta división?¿ Cómo fue que los cristianos pasaron de considerarse parte de la única iglesia de la ciudad a ser una cantidad incontable de sectas dentro de esa misma ciudad?
Creo que la división de la iglesia cristiana tiene sus raíces en la evolución de una distinción de clases entre el clero y el laicado. La distinción comenzó a cristalizarse alrededor del tercer siglo. Fue el surgimiento de este sistema jerárquico, qué desgarro violentamente el sacerdocio de todos los creyentes en dos clases, una clerical y la otra laica, lo que produjo la primera gran división conocida dentro del cuerpo de Cristo.
Una vez que se marcó esa línea defectuosa entre el clero y el laicado, varios clérigos comenzaron a dividirse entre ellos sobre cuestiones teológicas. Eso engendró un movimiento auto perpetuado que ha reproducido un montón de nuevas sectas en cada generación. La característica notable de estas sectas es que la gente que está dentro de ellas se reúnen en torno a su líder favorito (o doctrina preferida) en lugar de hacerlo solo en torno a Jesucristo.
Quizá una analogía moderna nos ayude a ilustrar esta lamentable cadena de eventos. Supongamos que Bob, un mal denominado laico, se siente llamado a enseñar las escrituras. En la mayoría de las iglesias institucionales, Bob tendría que “entrar en el ministerio” y establecer una iglesia por sí mismo para cumplir con su llamado. Ni pensar en que el pastor comparta su púlpito con un laico con cierta continuidad, aún si ese laico tuviera el don de la enseñanza. ( Véase 1 Corintios 14: 26 para descubrir la insensatez de esta mentalidad).
Luego de recorrer los canales institucionales debidos, Bob se convierte en pastor. Y comienza una nueva iglesia en su vecindario. En realidad, la “ iglesia de Bob” no es nada más que una extensión de su propio ministerio ( y muy probablemente también de su propia personalidad). Además, constituye un añadido innecesario la cantidad interminable de sectas que ya existen en esa ciudad, todas las cuales compiten entre ellas por reclutar miembros.
Esta es la raíz del problema: La iglesia institucional a la que asistía no le permitió ejercer libremente su don de enseñanza en los encuentros de la iglesia. Por lo tanto, él no vio otra alternativa más que comenzar una congregación propia. ( De paso, creo que muchas, si no la mayoría de las iglesias modernas existen para proveerle al pastor una plataforma a través de la cual ejercer su don de enseñanza).
De esta manera, la distinción entre el clero y el laicado se ha convertido en el semillero para la interminable producción de incontables cismas dentro del cuerpo de Cristo. Porque cuando a las personas dotadas no se les permite cumplir el llamado que Dios les ha hecho, se sienten obligadas a comenzar con sus propias iglesias, aunque Dios nunca los haya llamado a hacer semejante cosa.
Esa situación no solo ha engendrado numerosas sectas, sino que ha obligado a miles de cristianos dotados a cumplir con un perfil de tarea que el Nuevo Testamento no prevé en ningún sitio: la moderna función pastoral. ( Véase el capítulo 9).
Contrastemos el panorama mencionado más arriba con la forma en que se llevaban a cabo las cosas durante el primer siglo. Si Bob hubiera sido miembro de una iglesia del primer siglo, no habría habido necesidad de que se hubiera aventurado a comenzar por su propia cuenta una institución que Dios nunca habría aprobado. Como miembro de una iglesia orgánica, Bob habría tenido la libertad de funcionar libremente dentro de su don de enseñanza. ( Véase el capítulo 2). La Iglesia tomaría las decisiones por consenso, así que Bob tendría derecho a hacer oír su voz en cuanto a todas las determinaciones de la iglesia. (Véase capítulo 10).
Bob solo habría dejado la iglesia bajo una de estas cinco condiciones: (1) si se hubiera rehusado a dejar de cometer un pecado manifiesto que había sido corregido por la iglesia, (2) si se hubiera trasladado a otra ciudad, (3) si hubiera tenido la ambición de comenzar un ministerio propio de forma independiente, (4) si la iglesia a la que pertenecía hubiera dejado de ser una auténtica ekklesia para convertirse en una organización comercial o una secta, o (5) si Dios lo hubiera llamado aún labor genuinamente apostólica, en cuyo caso la iglesia no lo habría enviado. Tengamos en cuenta que los apóstoles del primer ciclo no fueron enviados a edificar sus propias franquicias espirituales. Ellos establecieron iglesias orgánicas en las que ninguno de los mismos estaba presente.
En suma, el sectarismo moderno encuentra sus raíces en la distinción de clases entre el clero y el laicado. En este sentido, Diótrefes (al que Juan describió como que amaba tener “la preeminencia”) no es el único en la historia de los hombres hambrientos por ocupar el centro del escenario de la iglesia ( 3 Juan 9- 10). Lamentablemente, Diótrefes todavía le sigue prohibiendo a los miembros del cuerpo de Cristo que ministren dentro de la casa del Señor.
UNIDAD A TRAVÉS DE LA ORGANIZACIÓN
La mayor parte de los cristianos está de acuerdo en que la iglesia se encuentra gravemente dividida en nuestros días. Los miembros del cuerpo de nuestro Señor han sido masacrados, fragmentados, cortados en trozos y hecho pedacitos al convertirlos en denominaciones, movimientos y organizaciones paraeclesiales.
Al ver el problema del sectarismo, algunos se han propuesto la unidad organizacional cómo solución. Este estilo de unidad prevé que todas las diversas corrientes dentro de la cristiandad trabajen juntas y se relacionen entre ellas bajo la bandera de una asociación unificada. Este tipo de ecumenismo, sin embargo, normalmente se expresa sólo en los niveles más altos. Los pastores de las distintas iglesias se encuentran con regularidad y forman una especie de “asociación de ministros”.
En tanto que una expresión de tal de unidad es buena, resulta inadecuada. Solo toca un segmento del cuerpo de Cristo ( al clero), pero fracasa en llegar a la raíz del problema del sectarismo. Por esa razón, en cierta manera es como tomarse de las manos a través de la cerca.
Aunque es un paso noble el aceptar aquellos que forman parte de tradiciones cristianas distintas, al hacerlo no se llega lo suficientemente lejos. Las denominaciones son divisiones establecidas por los hombres. Son organizaciones que se encuentran en torno a un denominador común que no es el Señor Jesucristo. Como tales, las denominaciones socavan los principios bíblicos y fragmentan el cuerpo de Cristo. Por esa razón, la iglesia primitiva no sabía nada de denominaciones. A mí me parece, entonces, que el ideal de Dios sería que se derribará la “cerca” por completo.
El único fundamento para la comunión cristiana es el cuerpo de Cristo, y nada más. El cuerpo de Cristo, y nada menos. El cuerpo de Cristo solamente. Por esta causa, el profesor de teología sistemática John Frame dice que la Biblia “requiere la abolición del denominacionalismo”. Frame aún consideró titular a uno de sus libros La maldición del denominacionalismo.
Desafortunadamente, una gran cantidad de creyentes hoy, en especial un creciente número de clérigos, no están dispuestos a tocar este punto tan delicado. Resulta mucho más fácil para nuestra carne permanecer en una comunión cercana con aquellas creencias que coinciden con las nuestras. Es bastante más difícil convivir con aquellos que difieren en la doctrina en cuanto a personalidad, estilo de culto, prácticas espirituales o cosas semejantes.
Aunque muchos cristianos están dispuestos a abandonar en cierta medida su zona segura, el punto más lejano al que la mayoría de nosotros se atrevería a llegar es a una expresión de unidad a medias. Como resultado, descubrimos que lo bueno con frecuencia se vuelve enemigo de lo mejor.
Esto me recuerda a los reyes de Israel que limpiaron el templo pero dejaron los lugares altos intactos. La verdadera unidad requiere que el poder de la cruz opere profundamente en nuestras vidas. Por esa razón, Pablo les señala amorosamente a los hermanos de la iglesia de Éfeso que sean “pacientes, tolerantes unos con otros en amor”. Y les manda: “Esfuércense por tener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo” (Efesios 4: 24).
Semejante exhortación tendría muy poco sentido si aquellos a los que Pablo les escribió estuvieran divididos en sectas y solo tuviesen comunión unos con otros cuando les resultará conveniente. Pero era todo lo contrario; la iglesia prevista por el Nuevo Testamento no sabía de la separación entre cristianos según bandos denominacionales, franquicias cristianas, partidismos religiosos o unidad por tribus espirituales. Tampoco sabía nada de formar alguna asociación de clérigos.
Más bien, todos los miembros del cuerpo de Cristo de una determinada localidad pertenecían a la misma Iglesia. No solo en el espíritu, si no en la expresión práctica también. Cada creyente veía a sus compañeros cristianos cómo órganos del mismo cuerpo. Ladrillos del mismo edificio. Hermanos de la misma familia. Soldados del mismo ejército. Como John W. Kennedy lo señala:
Una pila desparramada de ladrillos no constituye una casa, aunque aparenten estar unidos; un ladrillo se parece mucho a otro. Del mismo modo, una compañía dispersa de personas regeneradas en la que todas declaran estar unidas en Cristo no es una iglesia. Deben “estructurarse juntos de la manera adecuada”, cada uno haciendo su contribución desde su propio lugar dentro del edificio espiritual, y consciente del vínculo de vida y la responsabilidad mutua que los une a todos.
Cuando es este el caso, cristiano puede abandonar una secta o una organización religiosa que se llama a sí misma “iglesia”. Pero no es lo mismo salir de una iglesia que se reúne basada solamente en Cristo.
UNIDAD A TRAVÉS DE LA DOCTRINA
La unidad doctrinal es otra idea que algunos han sugerido como solución para enmendar las divisiones de la iglesia. Los cristianos que abogan por este tipo de unidad hablan mucho sobre la necesidad de una “ pureza doctrinal”. Pero hacer de la pureza doctrinal la base para la comunión generalmente acaba escindiendo aún más el cuerpo de Cristo.
Señalaré el problema en forma de pregunta: ¿Sobre qué doctrinas estamos dispuestos a dividir al cuerpo de Cristo? Si decimos “ las doctrinas de la Biblia”, eso nos llevaría a preguntarnos: ¿Cuáles doctrinas y qué interpretaciones y hechas por quiénes?
Recordemos: el arrepentimiento y la fe en Jesucristo son lo que conduce a la aceptación por parte de Dios.
Según yo observo, aquellos que enfatizan la unidad doctrinal a menudo van por la vida mostrando muchas sospechas sobre sus hermanos y hermanas en Cristo que pertenecen a otras tradiciones. Creo que el discernimiento espiritual es una de las necesidades más apremiantes entre los cristianos hoy. Y resulta fundamentalmente antibíblico y profundamente anticristiano andar por ahí estructurando a nuestros hermanos con ojos críticos.
La Biblia nos advierte acerca de aquellos que se rigen por un espíritu orgulloso y proclive a buscarlas fachas. Ese es el mismo espíritu que signa al acusador de los hermanos, el maestro divisor del cuerpo de Cristo ( Judas 16; Apocalipsis 12: 10). Si hacemos del Señor nuestra única búsqueda, él nos mostrará la falsedad cuando esta se haga presente. Pero si siempre estamos procurando oler el tufillo del error en los demás, podemos estar seguros de que no podremos escuchar al Señor cuando él hable a través de alguno de sus pequeñitos.
Así que más que buscar activamente enfocar los errores de otros cristianos, sugiero que busquemos encontrar algo de Cristo siempre que algún hermano o hermana abra su boca. Reitero, la interpretación incorrecta de la Biblia no provee un terreno como para dividir el cuerpo de Cristo. Si Jesucristo te ha aceptado, yo también debo hacerlo (a pesar de lo faltó de luz que puedas estar o de lo incorrectas que sean tus perspectivas acerca de la Biblia). Y tú también debes aceptarme a mí sobre la misma base.
Si una perfecta interpretación de la Biblia constituyera el parámetro para la comunión cristiana, ¡entonces yo no habría podido tener comunión conmigo mismo 15 años atrás! Todavía estoy aprendiendo, gracias a Dios, y mis interpretaciones de las Escrituras están madurando. Ninguno de nosotros tiene el monopolio de la verdad. Y si una persona lo cree, está engañada. Según las palabras de Pablo, “conocemos […] de manera imperfecta” ( 1 Corintios 13: 9).
En relación con eso, me debo preguntar qué sucederá cuando Jesús regrese. Puedo imaginarme a todos los cristianos que se especializaron en pasarle a los demás la doctrina perfecta cuando descubran quiénes fueron los que lograron entrar en el reino. ¡Los Ángeles andarán corriendo de un lugar al otro con sales para reanimar a muchos!
UNIDAD A TRAVÉS DE UN ORGANISMO
Si comenzamos con la comunidad trinitaria, podemos concluir que la anatomía de la unidad cristiana no es ni organizacional ni doctrinal. Es orgánica. La cuestión crucial con respecto a la comunión y a ser uno es lo que tiene que ver con la vida de Cristo.
Por lo tanto, las preguntas centrales que deben regir nuestra comunión son simplemente estás: ¿Ha aceptado Dios a esta persona? ¿La vida de Cristo reside en él o ella? ¿Este individuo ha invocado el nombre del Señor que salva ( Romanos 10: 12- 13)? ¿Es parte del cuerpo de Cristo?
La vida de Jesucristo que mora en nosotros es el único requerimiento para la unidad en el Espíritu. Y lo que resulta sorprendente es que los cristianos podemos detectar ese Espíritu que compartimos cuando nos encontramos unos con otros. Instantáneamente se da un sentido de parentesco que testifica que tenemos el mismo padre.
Con certeza, aquellos que han nacido del Espíritu vivirán de una manera coherente con ese hecho. Pero pueden no tener claridad sobre muchas cosas espirituales. Su personalidad puede estar en conflicto con la nuestra. Su estilo de rendir culto puede resultarnos desagradable. Pueden ser inmaduros y tener luchas en áreas que nosotros ya hemos superado. Pueden ser terriblemente excéntricos. Su comprensión de la Biblia puede resultar muy pobre. Pueden cometer errores que luego lamentan. Y pueden hasta sustentar algunas ideas falsas. Sin embargo, el hecho de que Cristo more en ellos nos obliga aceptarlos como miembros de la familia. No solo “de palabra ni de labios para fuera, sino con hechos y de verdad” ( 1 Juan 3:18).
RESTAUREMOS NUESTRA UNIDAD COMÚN
Hoy la expresión práctica de la unidad de la iglesia se encuentra severamente estropeada. El pueblo de Dios se ha separado en montones de congregaciones desconectadas y desunidas, todas ellas funcionando independientemente de las demás. Aunque el Señor opera a través de su pueblo sin tomar en cuenta sus divisiones, no creo que las apruebe.
Durante la era neotestamentaria, cada iglesia estaba completamente unificada. Todos los creyentes de una determinada localidad vivían como miembros de una familia. Por ejemplo, si tú y yo hubiéramos vivido en la ciudad de Jerusalén, habríamos pertenecido a la misma iglesia, aunque nos reuniéramos en diferentes hogares de la ciudad. (Resulta interesante que la iglesia primitiva siempre tomará el nombre de la ciudad. No tenían ningún otro nombre, cómo se ve en Hechos 8: 1, 13: 1, 18: 22, Romanos 16: 1 y otros).
Si yo me entretuviera con el pensamiento de hacer de mi apóstol favorito la base para la unidad y me aventurara a encontrarme con otros que tuvieran el mismo pensamiento para formar la “ iglesia de Pablo”, sería corregido de mi tendencia sectaria ( 1 Corintios 3: 3- 4).
Resulta irónico que estemos haciendo las mismas distinciones partidistas sin siquiera pestañear cuando decimos: “Soy bautista”, “Soy pentecostal”, “Soy carismático”, “Soy calvinista”, “ Soy presbiteriano”. Convenientemente olvidamos que Pablo puso a todos los corintios al mismo nivel con una fuerte reprimenda cuándo comenzaron a denominarse de esta misma manera ( 1 Corintios 1: 11- 13).
Para serles completamente sincero, el moderno sistema denominacional va en sentido contrario de la naturaleza orgánica de la iglesia de Jesucristo. Esa naturaleza se mueve hacia la completa unidad del pueblo del Señor, así como el Padre, el Hijo y el Espíritu son uno dentro de la Divinidad.
Según palabras de Leonardo Boff: “En esta vida, la iglesia vive sobre la comunión de la Trinidad; su unidad se deriva de la perichoresis (compenetración) que existe entre las tres personas divinas”. Prestemos nuevamente atención a la oración de nuestro Señor en el Evangelio de Juan:
No ruego solo por estos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Y yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí ( Juan 17: 20- 23).
Existe una diversidad unificada en el Dios trino: una pluralidad en unidad. Dios es un Ser en tres personas, todas estas son diversas, pero no están separadas.
La palabra griega koinonía (que significa comunión) nos conduce al mismo corazón de la eclesiología neotestamentaria. La koinonía refleja la diversidad unificada inherente a la Trinidad. Y es lo que caracterizaba a la iglesia del primer siglo. Tal como lo dice Kevin Giles: “Esta comunión no apunta a superar toda diversidad, sino más bien a abrazarla dentro de un creciente lazo de amor y comprensión, de un modo relacional y dinámico”. Debido a que existe una diversidad unificada dentro de la Divinidad, existe una diversidad unificada dentro de la iglesia. El denominacionalismo quebranta esta realidad espiritual. Y hace que la división del cuerpo de Cristo se vuelva aceptable.
UN EJEMPLO DE NUESTROS DÍAS
Quizá te preguntes si yo creo que el sistema denominacional va a desaparecer algún día y que los cristianos en todas partes comenzarán a expresar en forma práctica su unidad en Cristo. Desafortunadamente, no veo que un día como ese vaya a llegar durante mi vida. Pero espero que aquellos de ustedes que leen este libro apliquen el mensaje a su propia vida y actúen de acuerdo con él.
Personalmente, nunca llegué a saber hasta qué punto era posible la unidad cristiana antes de salir de la iglesia institucional. Desde entonces he tenido el privilegio de ser parte de una cantidad de iglesias orgánicas que solo estaban unidas en torno a Jesucristo.
Imaginémonos una iglesia en la que los miembros se hallan increíblemente juntos, y sin embargo no les preocupa mucho la filiación política de los demás. Imaginémonos una iglesia en la que los miembros no conocen la postura de los demás con respecto al rapto. Imaginemos una iglesia en la que los miembros ignoran las teorías de los otros con respecto al milenio, y no se preocupan por conocerlas; imaginémonos una iglesia que solo busca una cosa, que solo tiene una obsesión, una meta y un tremendo propósito: conocer y amar al Señor Jesucristo.
Esto no significa que haya tópicos diversos que sean intocables o estén más allá de una posible discusión. Pero sí implica que estos no se convertirán en un punto central para la iglesia, ni constituirán una base de división dentro del pueblo de Dios.
Permítanme contarles una historia real en este sentido. En 1992 presencie la forma en que dos grupos diferentes de cristianos se juntaron para expresar la unidad del cuerpo de Cristo. Uno de los grupos tenía un trasfondo carismático. El otro, un trasfondo como Iglesia de Cristo. ( Yo formaba parte del grupo con un bagaje carismático).
Luego de algunas pocas reuniones conjuntas, ambos grupos decidieron hacer algo humanamente imposible. Resolvimos reunirnos juntos como una sola iglesia. Poco después de tomar esa decisión, empezaron a saltar las chispas.
Recuerdo vívidamente aquellos días. Nos reuníamos por los hogares. Nuestras reuniones eran abiertas y participativas. Sin embargo, cada encuentro que teníamos era como caminar sobre un campo minado. En el ambiente flotaba una carga emocional altamente inflamable. La tensión de ir a un encuentro en el que la mitad del grupo estaba acostumbrado a funcionar de cierta manera (en los dones espirituales) y la otra mitad de otra manera, resultaba casi intolerable.
Podría extenderme hablando sobre los detalles de esta historia de guerra, pero les evitaré la molestia. Solo permítanme decir que pocos meses después de habernos integrado, fuimos testigos de una decisión en la iglesia. Ni nuestros más denodados esfuerzos por lograr establecer una paz preventiva ni nuestra diplomacia espiritual pudieron evitarla.
Antes del cisma, mantuvimos algunas discusiones más bien intensas con respecto a nuestras diferencias. Pero ninguna de ellas nos llevó a una resolución del asunto. La mayoría de esas discusiones se diluyeron en un bullicio. Lo único que elevaron fue la presión sanguínea.
Como consecuencia, algunos abandonaron el grupo. Pero con nuestra ropa aún chamuscada, aquellos que permanecimos juntos recibimos iluminación de parte del Señor. Se presentó una propuesta sobre la que todos estuvimos de acuerdo. Según creo, nuestra decisión demostró valer su peso en oro.
¿Cuál fue aquella decisión? Que todos colocaríamos nuestra comprensión de los dones espirituales a los pies de la cruz. Y así lo hicimos. Cada uno de nosotros estuvo de acuerdo en abandonar cualquier pensamiento o experiencia que tuviéramos con respecto al obrar del Espíritu Santo. Morimos a ello completamente. Lo entregamos. Y le pedimos al Señor que nos enseñara de nuevo como si fuéramos niños pequeños (Mateo 18: 3).
A partir de ese momento, el enfoque central pasó de lo que pensábamos que conocíamos acerca del Espíritu Santo a centrarse en el Señor Jesucristo mismo. Resolvimos ceñirnos solamente a Cristo, y pusimos nuestros ojos exclusivamente en él.
Después de alrededor de un año, sucedió algo milagroso. Los dones del Espíritu resurgieron, resucitaron de la muerte, salieron de la tumba una novedad de vida. Pero no tenían la misma apariencia de nada que hubiéramos visto dentro del movimiento carismático o pentecostal. Y con toda certeza tampoco se parecían a nada que tuviera que ver con la tradición de la Iglesia de Cristo. (Todas las cosas se ven diferentes en la resurrección).
Aquellos que nos quedamos y nos comprometimos a capear la tormenta fuimos genuinamente edificados juntos. Y yo experimenté algo de lo que solo había leído en la Biblia: pude ver dos distintos grupos de cristianos amarse los unos a otros saltando por encima de sus diferencias. El resultado tuvo que ver con lo que Pablo les había dicho a los Corintios: “Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito” (1 Corintios 1: 10). Esta experiencia, aunque nos hizo sangrar en un principio, me llevó a entender con total claridad que la unidad de la fe es más que un ideal piadoso.
La vida de una iglesia orgánica saludable no es sectaria, elitista o exclusivista. Estas iglesias se reúnen tan solo sobre una base: Cristo. Por lo tanto, si los cristianos de las iglesias orgánicas están dispuestos a ir a la cruz y se rehúsan a dividirse unos de los otros por diferencias doctrinales, Dios puede entretejer sus corazones y mentes en uno.
Esto puede requerir paciencia, tolerancia y el estar dispuestos a morir muchas veces. Pero ese es el precio del que habló Pablo para poder preservar la unidad del Espíritu: “Siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Efesios 4: 2- 3).
PREGUNTAS QUE DEBEMOS ENCARAR
- ¿Realmente tomamos en serio la oración del Señor por la unidad de su pueblo cuando nos dividimos por cuestiones de creencias teológicas, escatología, política, raza, versiones de la Biblia, educación de los hijos y cosas semejantes? ¿Puedes agregar alguna otra línea de división a esta lista?
- A la luz de 1 Corintios 1: 12- 13, ¿estás de acuerdo o en desacuerdo con la declaración de que el denominacionalismo ha convertido en aceptable la división dentro del cuerpo de Cristo? Explica.
- ¿Podemos imaginarnos una iglesia en la que cada miembro se centre solo en Cristo y no en una cantidad de cuestiones periféricas que crean cismas entre los creyentes? Explica.