Frank de Viola Libro Book cap.2 Iglesia Reconfigurada

Frank de Viola Libro Book cap.2 Iglesia Reconfigurada

RECONFIGURACIÓN DE LA REUNÓN DE LA IGLESIA

Capítulo 2

RECONFIGURACIÓN DE LA REUNIÓN DE LA IGLESIA 

Algunas instituciones se les permite crecer hasta volverse tan antiguas y venerables que la idea de descartarlas resulta impensable y sacrílega. 

–F.F Bruce 

Toda la preocupación de la teología de la Reforma consistió en justificar la reestructuración de la iglesia organizada sin sacudir sus fundamentos.

— John Howard Yoder

Es cosa corriente para los cristianos hablar acerca de “ ir a la iglesia”. Para ellos, esto implica asistir a un servicio religioso (de la iglesia). 

Resulta interesante que, ni “ ir a la iglesia”  ni “ servicios de la Iglesia” sean expresiones que encontremos en el Nuevo Testamento. Ambas hicieron su aparición mucho después de la muerte de los apóstoles. La razón es simple: los cristianos primitivos no habían elaborado ningún concepto semejante. No visualisaban a la iglesia como un lugar al que se pudiera ir. Ni tampoco consideraban sus encuentros cómo “ servicios”. 

A leer el Nuevo Testamento con una mirada que intenta comprender la manera en que los cristianos primitivos se encontraban, se hace claro que tenían básicamente cuatro tipos de reuniones. Ellas eran: 

  • Encuentros apostólicos. Estás eran reuniones especiales en las que los obreros apostólicos le predicaban a una audiencia interactiva. La meta era plantar una iglesia desde cero o alentar a alguna ya existente. Los doce apóstoles se llevaban a cabo estas reuniones en los atrios del templo en la época del nacimiento de la iglesia en Jerusalén ( hechos 5: 40- 42). Pablo llevó a cabo el mismo tipo de reuniones en la escuela de Tirano cuando estableció la iglesia en Éfeso ( Hechos 19: 9- 10;  20: 27, 31). Las reuniones apostólicas muestran dos características principales. Una es que el obrero apostólico lleva a cabo la mayor parte del ministerio. La otra es que esas reuniones nunca son fijas y permanentes. Son temporales y apuntan a metas de largo alcance. Es decir, a equipar a un cuerpo local de creyentes para que funcionen bajo la conducción de Jesucristo sin la presencia de una cabeza humana (Efesios 4: 11- 16; 1 Corintios 14: 26). Por esa razón, un apóstol siempre acaba dejando a la Iglesia para que esta funcione por sí sola. 
  • Reuniones evangelísticas. Durante el primer siglo, la evangelización por lo general tenía lugar fuera del ámbito de los encuentros regulares de la iglesia. Los apóstoles predicaban el evangelio en aquellos lugares que eran frecuentados por los no creyentes. La sinagoga ( en lo que se refería a los judíos)  y el mercado ( en relación con los gentiles)  estaban entre los lugares favoritos para evangelizar ( Hechos  14: 1;  17: 1- 33;  18: 4,  19). Los encuentros evangelísticos  eran planeados para el establecimiento de una nueva iglesia o para llevar a un crecimiento numérico a una iglesia ya existente. Esas reuniones se llevaban a cabo “ por temporadas”. No constituían un programa permanente de la iglesia. El viaje de Felipe a Samaria es un ejemplo en cuanto a este tipo de reuniones ( Hechos 8: 5ss).
  • Reuniones para la toma de decisiones. En ocasiones una iglesia necesitaba reunirse para tomar alguna decisión importante. La reunión llevada  acabo en Jerusalén que se describe en Hechos 15  era de este tipo. La característica principal de ese encuentro era que todos participaban del proceso de toma de decisiones,  y los apóstoles y ancianos jugaban allí un rol de ayudadores. (Véase el capítulo 10 para más detalles.) 
  • Reuniones de la iglesia. Esos eran los encuentros regulares de la iglesia. Serían el equivalente del primer siglo a nuestros “ servicios de la iglesia”  del domingo a la mañana. Sin embargo, eran radicalmente distintos. 

La reunión de la iglesia del primer siglo contaba con una asistencia principalmente formada por creyentes. El contexto de 1 Corintios del 11 al 14 lo hace claro. Aunque a veces había incrédulos presentes,  ellos no marcaban el enfoque de la reunión. (En 1  corintios 14:23- 25,  Pablo menciona como al pasar la presencia de no creyentes en la reunión.)

A diferencia de las prácticas de hoy,  esa no era una reunión en la que el pastor predicaba un sermón que todos los demás escuchaban pasivamente. La noción de un “ servicio de la iglesia”  estilo auditorio,  enfocado en el sermón y dirigido desde el púlpito hacia las bancas, les era ajena  en los cristianos primitivos. 

EDIFICACIÓN MUTUA

En el día de hoy, el “ servicio eclesiástico”  semanal apunta a la adoración, a escuchar un sermón, y en algunos casos a la evangelización. Pero en la iglesia del primer siglo el propósito rector de las reuniones de la iglesia era muy diferente. La finalidad era la edificación mutua. Consideremos los siguientes textos:

¿Qué concluimos, hermanos? Que cuando se reúnan, cada uno puede tener un himno, una enseñanza, una revelación, un mensaje en lenguas, o una interpretación. Todo esto debe hacerse para la edificación de la iglesia ( 1 Corintios 14:26).

Preocupémonos los unos por los otros,  a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, cómo acostumbran hacerlo algunos,  si no animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca (Hebreos 10:24-25). 

Las reuniones habituales de la Iglesia previstas en las Escrituras permitían participar a cada uno de los miembros en la edificación del cuerpo de Cristo ( Efesios 4:16). No existía un liderazgo “ obvio”. Nadie ocupa un lugar central en el escenario. 

A diferencia de lo que se practica hoy, la enseñanza en las reuniones de la iglesia no era presentada por la misma persona semana tras semana. En lugar de eso, todo miembro tenía el derecho, el privilegio y la responsabilidad de ministrar durante el encuentro. El aliento mutuo constituía  el sello distintivo de estas reuniones. El “ cada uno”  era la característica más sobresaliente. 

Además, cuando los cristianos adoraban a Dios a través del canto, no limitaban sus cánticos a la dirección de un grupo de músicos profesionales. En lugar de eso, la reunión permitía que “ cada uno” condujera una canción. O, según lo decía Pablo, “ cada uno puede tener un himno” en ese encuentro ( 1 Corintios 14: 26). Hasta las mismas canciones estaban marcadas por un elemento de mutualidad. Consideremos la exhortación de Pablo: 

Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza:  instrúyanse y aconsejen se unos a otros con toda sabiduría; canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón (Colosenses 3: 16) 

Anímense unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al Señor con el corazón (Efesios 5: 19)

Otra vez, el “ unos a otros”  constituía el elemento dominante de la reunión de la iglesia primitiva. Dentro de un formato tan abierto, los cristianos componían sus propias canciones de forma regular y las cantaban en las reuniones. 

De igual manera, cada cristiano que recibía algo para compartir de parte del Espíritu Santo tenía la libertad de entregarlo a través de su don singular. “Así todos pueden profetizar por turno, para que todos reciban instrucción y aliento”, según  lo dice Pablo ( 1  Corintios 14: 31).

A medida que Pablo descorre la cortina, en 1 Corintios 11- 14, vemos que en las reuniones de la iglesia del primer siglo cada miembro desempeña un papel activo. La libertad, la apertura y la espontaneidad constituían las señales distintivas de aquellas reuniones. El “ unos a otros”  se ve como el rasgo dominante; la edificación mutua es la meta principal. 

CRISTO, EL DIRECTOR DE LAS REUNIONES QUE APARECEN EN ÉL NUEVO TESTAMENTO

Las reuniones de la iglesia mencionadas en el Nuevo Testamento dependían por entero de la conducción de Jesucristo. El era preeminente en todo sentido. Cristo constituía su centro y su perímetro. El establece el programa y dirigía lo que sucedía en ellas. Aunque su liderazgo fuera invisible a simple vista, resultaba claro que él era el agente conductor. 

En estas reuniones, el Señor Jesús se sentía libre de hablar a través de cualquiera que él escogiera y actuar en calidad de lo que él consideraba oportuno. No existía una liturgia fija que le atara las manos al señor ni lo encasillara. 

Las reuniones de la iglesia se basaban en el principio de la “ mesa redonda”. Esto significa que se alentaba a cada miembro a que funcionará y participará. Por contraste, los servicios de la Iglesia institucional se sustentan sobre el principio de “ púlpito y bancas”. Este divide a los miembros en los pocos activos y los numerosos pasivos. Por esa razón, algunas personas la llaman la “iglesia espectadora”. 

En las reuniones del primer siglo, ni el sermón ni  “el predicador” concitaban el foco de la atención. En lugar de eso, la participación congregacional constituía la regla divina. Las reuniones no eran litúrgicas, ni ritualistas, y menos sacras. Nada resultaba superficial ni mecánico. Todo emanaba de la presencia viva de Cristo. 

Las reuniones reflejaban una espontaneidad flexible en las que el Espíritu de Dios estaba al control por completo. Tenía libertad para moverse a través de cualquiera de los miembros del cuerpo a su voluntad ( 1  Corintios 14: 26, 31). Y si se le permitía conducir una reunión por entero, todo se llevaría a cabo de un modo ordenado ( 1  Corintios 14: 40). 

El Espíritu Santo guiaba de tal modo las reuniones, que si una persona recibía una nueva comprensión mientras otro estaba participando, el segundo tenía libertad de expresar su pensamiento aunque la otra persona estuviera hablando ( 1 Corintios  14: 27- 40). Una reunión así resulta impensable dentro de la Iglesia institucional de hoy. (Solo imaginémonos lo que podría suceder si uno interrumpiera al pastor con una palabra de revelación mientras él está dando su sermón.) 

En ningún lugar del Nuevo Testamento encontramos fundamento para una reunión de la iglesia dominada o dirigida por un ser humano. Ni tampoco hallamos ningún respaldo bíblico para un encuentro centrado en el púlpito y concentrado en un hombre. 

Consideremos las palabras de John Howard Yoder: 

Existen pocas constantes que se cumplan más fielmente a través de toda la sociedad humana qué es espacio singular que toda comunidad humana destina para el religioso profesional {…} Pero si preguntáramos si es que alguna parte de la literatura neotestamentaria da a entender las presunciones enumeradas, o sea, que exista algún oficio en particular  en el que descubramos que solo a un individuo, o quizás a unos pocos, se les provea el sustento, y que este oficio sea de un carácter único, debido a la ordenación, central en cuanto a la definición de la iglesia y clave para su funcionamiento,  hallaríamos que la respuesta que proviene del material bíblico es un rotundo no.  Entonces, en primer lugar, no nos preguntemos si existe un concepto claro y sólido acerca de la predicación, si no si es que en el Nuevo Testamento se menciona el oficio, o cargo, del predicador de un modo identificable e inconfundible  tal como sucede con los otros ministerios. Ni dentro del cuadro que muestra la mayor diversidad ( Corintios),  ni en los que muestran la menor diversidad ( las epístolas pastorales)  se encuentra un ministerio en particular definido en esos términos. 

Quizá la característica más sorprendente de las reuniones de la iglesia primitiva era la ausencia de un oficiante humano. Jesucristo conducía los encuentros a través de toda la comunidad de los creyentes por medio del Espíritu Santo. Un espíritu de ministración de “ unos a otros”  impregnaba toda la reunión. No llama la atención, entonces, que el Nuevo Testamento utilice la expresión  unos a otros casi sesenta veces. Cada miembro asistía a la reunión con el conocimiento de que tenía el privilegio y la responsabilidad de contribuir con algo de Cristo. (De paso, las mujeres tenían tanto el derecho como el privilegio de participar en los encuentros de la iglesia. Véanse los detalles en la nota del final).

Algunos podrían presentar una objeción, diciendo: “Pero en mi iglesia se me permite llevar a cabo algo de ministerio”. Yo pregunto: ¿Se les permite llevar adelante tal ministerio en las reuniones principales de la Iglesia cuando todos los miembros están presentes? ¿Tienen libertad para ponerse de pie en cualquier momento y transmitir un testimonio, una enseñanza, una exhortación, una canción o cualquier otra cosa que el señor haya puesto en sus corazones?  Y lo que es más importante aún, ¿ se les alienta hacerlo?

Seamos sinceros. La idea del Ministerio mutuo previsto por el Nuevo Testamento no tiene nada que ver con la mala definición del “ ministerio laico” promovido por la típica iglesia institucional. La mayor parte de las iglesias organizadas cuentan con un excedente de puestos de voluntariado a los que los “  laicos”  pueden acceder. Ocupaciones cómo cortar el césped de la casa del párroco, acomodar a la gente en las instalaciones de la iglesia, saludar a la entrada del templo, distribuir boletines, enseñar en la escuela dominical, cantar en el coro, participar del equipo de alabanza ( si se da el perfil),  pasar las diapositivas o las imágenes en PowerPoint, y cosas por el estilo. 

Pero esas ocupaciones “ ministeriales” restringidas están a años luz del ejercicio libre y abierto  de los dones espirituales al que tenía derecho todo creyente en las reuniones de la iglesia primitiva. Ejercicio que beneficiaba a toda la Iglesia cuando se reunía.

LA NECESIDAD DE UN SACERDOCIO EN FUNCIONAMIENTO

¿Y porque se reunía de esta manera la iglesia primitiva? ¿ Se trataba simplemente de una tradición cultural pasajera? Como algunos dicen, ¿ representaba eso la infancia, ignorancia e inmadurez de la iglesia primitiva? No me convence. Las reuniones de la iglesia del primer siglo están profundamente arraigadas en una teología bíblica. Convertían en real y práctica la doctrina neotestamentaria del sacerdocio de todos los creyentes, doctrina que todos los evangélicos afirman de los labios para fuera. 

¿Y cuál es esa doctrina? Según las palabras de Pedro, es la doctrina acerca de que todos los creyentes en Cristo son sacerdotes espirituales llamados a ofrecer “ sacrificios espirituales”  a su Señor. Según los dichos de Pablo, es la idea de que todos  los cristianos son miembros en funciones  del cuerpo de Cristo. 

Además, la reunión abierta y participativa mencionaba en el Nuevo Testamento es parte de nuestra naturaleza espiritual. Todo cristiano tiene un instinto espiritual propio que los lleva a reunirse con otros cristianos y compartir acerca de su Señor dentro de una atmósfera abierta, libre de los rituales y el control humano. Y a dejar salir de su corazón lo que Dios ha derramado en él. 

Consideremos los avivamientos del pasado. Sí hemos estudiado la historia de los avivamientos pasados, habremos descubierto que esos produjeron un cambio en todo el terreno de los servicios eclesiásticos tradicionales de ese tiempo. Los predicadores dejaron de dar sus sermones por meses. En lugar de ello, el pueblo de Dios se reunía y cantaba, testificando y compartiendo sobre el Señor durante horas. Esas reuniones eran espontáneas, abiertas y muy participativas. No se ejercía un control humano. 

¿Por qué sucedió así? Por qué el pueblo de Dios cedía ante su instinto espiritual y nadie podía detener la creciente marea  del Espíritu Santo que se movía  en medio de ellos. Desafortunadamente, luego las aguas de ese movimiento retrocedían, el orden de culto protestante ( de 500 años de antigüedad)  se volvía a restablecer con rapidez y las reuniones abiertas desaparecían en la mayor parte de los sitios. 

En el fondo, los encuentros de la iglesia del primer siglo eran un reflejo de ese intercambio de vida, amor y comunión que si había estado dando dentro del Dios trino desde antes de los tiempos. A través del Espíritu Santo, el Padre se derrama eternamente en el Hijo, y el Hijo se derrama eternamente en el Padre. La comunión mutua y la vida compartida que marcaron a las reuniones de la iglesia primitiva constituían una expresión terrenal de este intercambio divino. 

Agregado a eso, las reuniones de la iglesia primitiva constituían el medio ambiente creado por Dios dónde se producía el crecimiento espiritual, tanto en lo comunitario como en lo individual ( Efesios  4: 11- 16). Crecemos hacia la plenitud de Dios cuando las diferentes partes del cuerpo de Cristo nos ministran ( Efesios 3: 16- 19). Pero también crecemos cuando funcionamos ( Marcos 4: 24- 25). 

En contraste con esto, en la Iglesia institucional tradicional el alimento espiritual del presente se limita y depende muy bueno lo de la preparación académica y espiritual de una o dos personas:  el pastor y el maestro de la escuela dominical. ¿No podría ser está una de las razones por las que se da tan poca transformación dentro de la Iglesia institucional moderna? 

Hablando de la naturaleza normativa del ministerio de cada uno de los miembros del Cuerpo de Cristo, John Howard Yoder señala: “Es conclusión ineludible que la multiplicidad de ministerios no tiene que ver con un mero  adiaphoron,  con el actuar hacia fuera, ni se trata de algo casual de poco significado, sino que es una obra específica de gracia y un estándar a seguir por la iglesia”. Por supuesto que los cristianos pueden y deben funcionar fuera del ámbito de las reuniones de la iglesia. Pero los encuentros de la iglesia han sido designados especialmente para que cada creyente exprese a Cristo a través de su don ( 1 Corintios 11-14; Hebreos  10: 24- 25). Desgraciadamente, la Iglesia institucional en general desplaza la solidaridad del “ unos a otros” exclusivamente hacia la periferia de los servicios de la iglesia. Y eso retarda el crecimiento espiritual de la comunidad de los creyentes. 

La Reforma recobró la verdad del sacerdocio de todos los creyentes. Pero fracaso en cuanto a restaurar las prácticas orgánicas que  encarnaban esa enseñanza. La perspectiva de la Reforma en cuanto al sacerdocio de todos los creyentes era individualista y no comunitaria. Se restringía a la soteriología ( la salvación) pero no se incluía a la eclesiología ( la iglesia). Los reformadores reivindicaron el terreno de un sacerdocio de los creyentes, pero fallaron en ocupar ese terreno. En una iglesia protestante típica, la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes no llega a ser más que una verdad estéril. Sería mejor describirla como el “sacerdocio de algunos creyentes”.

Para ser  veraces, existen muy pocas cosas más propicias para una cultura de la vida espiritual que las reuniones abiertas y participativas, tal como se las describe en el Nuevo Testamento. Dios estableció las reuniones abiertas y participativas para encarnar la gloriosa realidad de expresar a Cristo a través de un sacerdocio utilizado a pleno. 

El escritor de Hebreos demuestra ampliamente que la participación de unos y otros en el cuerpo resulta vital para la formación espiritual de todos los miembros. El enseña que la exhortación mutua constituye el  antídoto  divino para prevenir la apostasía,  el  requerimiento  divino para asegurar la perseverancia,  y el  medio  divino para cultivar la vida espiritual individual:

Cuídense, hermanos, de que ninguno de ustedes tenga un corazón pecaminoso e incrédulo  que los haga apartarse del Dios vivo. Más bien, mientras dure ese “ hoy”, anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado (Hebreos 3: 12- 13). 

Aquí se nos dice que la exhortación mutua es el remedio para un corazón endurecido e incrédulo y una mente engañosa. De igual manera, el Nuevo Testamento presenta a la exhortación mutua como la salvaguardia divina en contra del pecado deliberado: 

Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y en las buenas sobras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, si no animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora qué vemos que aquel día se acerca. Si después de recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente… (Hebreos 10:  24- 26). 

En tanto que una gran cantidad de clérigos han usado comúnmente  este texto para subrayar la importancia de “ asistir a la iglesia”, han  ignorado tranquilamente el resto del pasaje. El pasaje dice que la  exhortación mutua (no escuchar un sermón dado desde el púlpito)  es el propósito principal del encuentro de la iglesia. Y la exhortación mutua es el elemento ordenado por Dios para disuadirnos del pecado voluntario. 

Según mi opinión personal, al ignorar la enseñanza total de este pasaje asumimos un gran riesgo. Por una simple razón: Nuestra prosperidad espiritual gira en torno a las reuniones comunitarias donde el funcionamiento de cada uno de los miembros es determinante. 

MANIFESTEMOS A JESUCRISTO EN SU PLENITUD

El término griego para iglesia es ekklesia, el que literalmente significa “ asamblea”. Esto se corresponde muy bien con el pensamiento dominante de las cartas de Pablo con respecto a que la iglesia es la expresión  corporativa de Cristo ( 1  Corintios 12: 1-27;  Efesios 1:  22- 23;  4: 1- 16). 

Desde la perspectiva humana, el propósito de las reuniones de la iglesia es la edificación mutua. Pero desde la perspectiva de Dios, el propósito de los encuentros es expresar a su hijo glorioso y volverlo visible. (La iglesia es el cuerpo y Cristo la cabeza. El propósito del cuerpo de alguien es expresar la vida que hay dentro). 

Dicho de otra forma, nos reunimos para que el Señor Jesús pueda manifestarse en su plenitud. Y cuando eso sucede, el cuerpo se edifica. 

Notemos que la única manera en que Cristo puede ser expresado adecuadamente es cuando  cada  miembro de la iglesia proporciona aquel aspecto del Señor que él mismo ha recibido. No nos equivoquemos: el Señor Jesús no puede ser revelado plenamente a través de un solo miembro. Es demasiado rico como para eso ( Efesios 3: 8).

Así que si la mano no funciona en los encuentros, Cristo no será manifestado en plenitud. Del mismo modo, si los ojos no logran funcionar, el Señor se verá limitado en su revelación de sí mismo. Por otro lado, cuando cada miembro de una asamblea local funciona en la reunión, se ve a Cristo. Se visibiliza. ¿Por qué? Porque él está  reunido con nosotros y en medio de nosotros. 

Consideremos la analogía de un rompecabezas. Cuando cada pieza del rompecabezas se posiciona adecuadamente en relación con las otras, el rompecabezas queda armado, reunido.¿Cuál es el efecto neto de esto? Que vemos el cuadro completo. Lo mismo sucede con Cristo y su iglesia.

El fin más alto de la reunión de la iglesia, entonces, es volver visible al Cristo invisible a través de su cuerpo. Dicho de otra manera, nos reunimos para volver a encontrarnos con el Señor Jesucristo sobre la tierra. Cuando eso sucede, Cristo no solo se glorifica en sus santos, y no solo cada miembro resulta edificado, sino que se registra algo en las esferas invisibles: ¡Avergonzamos a los poderes y principados de los lugares celestiales! 

Pablo nos dice que la multiforme sabiduría de Dios se hace conocida a través de la iglesia a las fuerzas espirituales de maldad en los lugares celestiales. A través de las reuniones abiertas y participativas, la iglesia les demuestra a las otras esferas que Jesucristo, la encarnación de la sabiduría de Dios, está lo suficientemente vivo como para conducir a una raza caída que alguna vez le perteneció al enemigo de Dios. Eso le trae gran gloria a Dios. Y constituye un aspecto central de su propósito eterno. Pablo lo expresa de esta manera:

Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios ( 1 Corintios 1: 24) 

El fin de todo esto es que la sabiduría de Dios, en toda su diversidad, se de a conocer ahora, por medio de la Iglesia, a los poderes y autoridades en las regiones celestiales, conforme a su eterno propósito realizado en Cristo Jesús nuestro Señor ( Efesios 3: 10- 11)

Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes,  contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales ( Efesios 6: 12) 

Las reuniones abiertas y  participativas no excluyen la idea de un planteamiento. Ni tienen que resultar desordenadas. En 1 Corintios 14,  Pablo formula una cantidad de pautas amplias  destinadas a mantener las reuniones fluyendo dentro de un estilo ordenado. 

Según el pensamiento de Pablo, no existe tensión entre una reunión  abierta y participativa y una reunión  ordenada  que edifique a la iglesia. El orden de la reunión es del tipo orgánico. Como su producto de que cada miembro procure edificar al conjunto. 

En lo que se refiere al contenido, aquellas reuniones se centraban en Cristo. Cada palabra que se compartía arrojaba luz sobre él. Cada canción entonada le traía gloria. Cada oración que se elevaba lo evidenciaba. Todas las flechas apuntaban hacia él. Mientras experimentaban la vida de Cristo que los habitaba durante la semana, estos cristianos primitivos se encontraban para compartir sus vivencias unos con otros. 

En relación a esto, las reuniones de la iglesia primitiva servían a modo de “ punto de venta”. Eran el escenario, o la jurisdicción,  en que el exceso y hasta el desborde de la vida espiritual se compartía y se liberaba hacia afuera. 

¿Alguna vez has recibido una revelación con respecto al Señor, o tuviste un encuentro con el que te lleno espiritualmente hay punto en que sentiste que ibas a explotar si no lo compartías con otros? Si es así, simplemente imagina a una iglesia entera experimentando lo mismo. En ello reside uno de los rasgos centrales de los encuentros de la iglesia: permitir que la vida espiritual se exprese libremente en cualquier espacio en el que todos puedan ser bendecidos. Del mismo modo en que los miembros del Dios trino desinteresadamente vierten su vida el uno en el otro, también los miembros de la iglesia han de hacer lo mismo en sus encuentros.

En este sentido, participar en una iglesia de las del Nuevo Testamento significaba más que simplemente recibir. A diferencia de las prácticas populares de hoy en día, los cristianos primitivos no  asistían a “ servicios” para recibir una clase de parte de los especialistas religiosos a los que se denomina “ el clero”. Se encontraban para  servir a sus hermanos y hermanas,  ministrandoles algo de la vida del Señor. Al hacerlo, buscaban edificar a la iglesia ( Romanos 12:1-8;  1 Corintios 14: 26; Hebreos 10: 24- 25). 

LA CUESTIÓN DE LA FUERZA SUSTENTACIÓN

En la típica institución eclesial, la maquinaria religiosa del programa de la iglesia es la fuerza que alimenta e impulsa el servicio eclesial. Por lo tanto, si alguna vez el Espíritu de Dios abandonara una típica iglesia institucional, su ausencia pasaría desapercibida.

El programa seguiría adelante “ lo mismo que siempre”. El programa de culto no se vería afectado. La liturgia continuaría marchando sin interrupciones. Se predicaria el sermón y se cantaría la doxología. Como el Sansón de la antigüedad, la congregación seguiría adelante con su programa religioso, sin saber “ que el Señor lo había abandonado” ( Jueces 16: 20).

En contraste con esto, la única fuerza sustentadora de las reuniones de la iglesia primitiva era la vida del Espíritu Santo. Los cristianos primitivos no eran clericales, ni litúrgicos, ni estaban ceñidos a un programa, ni se mostraban ritualistas. Descansaban por completo en la vida espiritual de cada uno de sus miembros, en forma individual, para que se mantuviera existiendo la iglesia y para que sus encuentros fueran de calidad. 

De manera que, si la vida espiritual de la iglesia estaba en un punto bajo, todos lo notarían durante el encuentro. No podrían pasar por alto el escalofrío que les producía el silencio. Lo que es más, si el Espíritu de Dios abandonaba definitivamente las reuniones, la iglesia colapsaría en forma total.

Dicho sencillamente, la iglesia del primer siglo no conocía otra influencia sustentadora más que la vida del Espíritu Santo. No confiaban en un sistema dirigido por el clero, planificado humanamente, e impulsado desde lo institucional para preservar su empuje. 

El Tabernáculo de Moisés constituye un espejo perfecto de aquellas iglesias que se mantienen en pie en base a una institución más que por la presencia de Dios. Cuando la presencia de Dios abandonó la tienda sagrada, esta se convirtió en nada más que una estructura vacía a la que acompañaba una apariencia exterior impresionante. Aunque la gloria del Señor se había alejado, los adoradores continuaron ofreciendo sus sacrificios en un tabernáculo vacío, sin darse cuenta jamás de que Dios no estaba allí (1 Crónicas 16: 39- 40; 2 Crónicas 1: 3-5; Jeremías 7: 12-14). 

De esta manera, el vicio de la iglesia institucional radica en que su confianza está puesta en el sistema religioso, humanamente ideado e impulsado por programas, qué sirve como andamiaje para sostener la estructura de la “ iglesia” cuando el Espíritu de Dios está ausente. Este sistema enmohecido traiciona la realidad de la Iglesia primitiva y sus asambleas, es decir que cuando la vida espontánea de Jesucristo se ha desvanecido en medio de una asamblea cristiana, está deja de operar como una iglesia en cualquiera de los sentidos bíblicos, aun cuando puede preservar las formas externas.

LA OBJECIÓN CLERICAL

En el Nuevo Testamento vemos que las reuniones de la iglesia primitiva fueron abiertas, participativas y espontáneas. Pero hoy en día muchos clérigos modernos se rehúsan a aprobar este tipo de encuentros. Con frecuencia el pensamiento clerical sobre el tema es algo así: “ Si le permitiera a mi congregación ejercer sus dones en una reunión abierta, eso se convertiría en puro caos. No tengo otra opción más que ejercer el control de los servicios; de otro modo, la gente se descontrolaría.” 

Otros han confesado: “ He intentado llevar a cabo reuniones abiertas con  mi  gente una vez. Y no funcionó.” 

Esas objeciones dejan traslucir una gran falta de comprensión acerca de la eclesiología de Dios. En primer lugar, la  noción de que un clérigo tenga la autoridad para “ permitir” o “ prohibir” a sus hermanos el funcionar en un encuentro del pueblo de Dios se fundamenta en una comprensión torcida de la autoridad. (Analizaremos este aspecto más a fondo en la segunda parte). Ningún ser humano tiene el derecho de permitir o prohibir al sacerdocio de los creyentes el ejercicio de los dones con los que han sido dotados por el Espíritu. Además,  nadie tiene el derecho a referirse al pueblo de Dios cómo “mi gente”. 

En segundo lugar, la presunción de que sí se eliminará el control clerical el resultado sería un caos delata una falta de confianza en el Espíritu Santo. También revela una falla en la confianza hacia el pueblo de Dios, algo que viola el punto de vista del Nuevo Testamento ( Romanos 15:  14; 2 Corintios 2: 3; 7:6; 8:22; Gálatas 5:10; 2 Tesalonicenses 3: 4; Filemón 21; Hebreos 6: 9).

En tercer lugar, la  idea  de que las reuniones de la iglesia se  convertirían en un tumulto dónde  vale  todo simplemente no es verdad. Pero eso depende de un ingrediente muy importante: el pueblo de Dios debe estar equipado adecuadamente para funcionar bajo la conducción de Cristo

Habiendo dicho eso, haré una observación franca: Si  un pastor decide implementar reuniones abiertas en su iglesia, puedo entender perfectamente que no funcionen. La razón es sencilla: Probablemente él no haya preparado al pueblo de Dios para funcionar bajo la conducción de Jesucristo. 

Los cristianos no se preparan a través de escuchar sermones semana tras semana, mientras permanecen mudos y sentados en un banco. En lugar de eso, se equipa el pueblo de Dios a través de obreros cristianos qué son capaces de enseñarles  cómo  desarrollar una comunión con el Señor y  cómo  funcionar dentro del marco de un grupo. Esos obreros capacitan a los santos ( Efesios 4: 11-16 ). Y entonces hacen algo que pocos pastores contemporáneos se atreverían a hacer: dejan que la iglesia funcione por sí misma ( Hechos 13- 20). 

Admito que las reuniones abiertas y participativas no siempre serán tan correctas y formales como los servicios de una iglesia tradicional que se desarrollan impecablemente  según lo que se publica en el boletín semanal de la iglesia. Sin embargo, revelan mucho más de una plenitud de Cristo que lo que cualquier planificación humana puede lograr. 

En una reunión al estilo del primer siglo habrá momentos en que algunos pueden brindar un ministerio que no sea provechoso. Esto es así particularmente durante los primeros estados de vida de una iglesia. Pero el antídoto para eso no es impedir la participación abierta. Aquellos que sobreactúan y transmiten un ministerio que no edifica necesitan ser instruidos.En la etapa fundacional, esto mayormente recae sobre las espaldas de aquellos que están dando inicio a la iglesia. Más adelante se trasladará aquellos que sean mayores y más maduros dentro de la asamblea (Véase el capítulo 9). 

Recordemos lo que sucedió cuando Pablo se enfrentó con el frenético desorden de Corinto. El apóstol no clausuró las reuniones ni les ordenó una liturgia en su lugar. Tampoco introdujo oficiantes humanos. En lugar de ello, les proveyó a sus hermanos una cantidad de pautas amplias que les facilitaron el orden y la edificación en las reuniones (  1 Corintios 14: 1).

Y aún más: Pablo tenía confianza en que la iglesia se apegaría a esas pautas. Esto establece un principio importante. Cada iglesia del primer siglo tenía a su disposición un obrero apostólico itinerante que la ayudaba a atravesar sus problemas habituales. A veces la ayuda del obrero llegaba en forma de cartas. En otras ocasiones llegaba durante las visitas personales de aquel obrero. 

Los obreros de hoy en día les proporcionan pautas similares a las iglesias que se encuentran en dificultades con sus reuniones. Y esos lineamientos han sido pensados para colocar las reuniones de nuevo en las manos del Espíritu Santo, más que bajo el dominio de personalidades fuertes. 

Cuando se dan esas pautas y se les presta atención, no hay necesidad de un clérigo, liturgias fijas, o servicios en base a un guión. Otra vez digo, la tendencia a rechazar las reuniones de la Iglesia al estilo de las  del primer siglo descubre una falta de confianza en el Espíritu Santo. 

Perdonen que use una ilustración personal, pero en todos los años en que he trabajado con iglesias orgánicas, ni siquiera una vez me he sentido obligado a recurrir a la liturgia, el ritual o una figura clerical determinada. Una gran parte de mi ministerio ha tenido que ver con capacitar al pueblo de Dios para funcionar. Eso incluía ayudar aquellos que participaban por demás a dar un paso atrás e infundirles valor a aquellos  que participaban muy poco para que lo hicieran con mayor frecuencia. 

En Números 11, vemos la primera aparición del clericalismo en la Biblia. Dos siervos del Señor, Eldad y Medad, recibieron el Espíritu de Dios y comenzaron a profetizar (vv. 26-27). En una reacción apresurada, un joven fanático insto a Moisés “ detenerlos” (v. 28). Moisés reprobó las palabras del joven represor, diciéndole que  todo el pueblo de Dios debería recibir el Espíritu y profetizar. 

El deseo de Moisés se cumplió en Pentecostés ( Hechos 2: 17-18). Y continúo encontrando su cumplimiento a través del primer siglo ( Hechos 2: 38- 39; 1 Corintios 14: 1, 31). Desafortunadamente, al reino de Dios no le faltan aquellos que desean detener nuevamente a Elda y Medad  para que no ministren en la casa del Señor.

CONDUCCIÓN VERSUS SEÑORÍO

La Biblia traza una cuidadosa distinción entre la conducción o jefatura de Cristo y su señorío. A través de todo el Nuevo Testamento, la conducción  de Cristo prácticamente siempre tiene en vista la relación del Señor  con su cuerpo ( Efesios 1: 22- 23;  4:15;  5:23;  Colosenses 1: 18, 2: 19). El señorío de Cristo prácticamente siempre tiene en vista su relación con sus discípulos en forma individual ( Mateo 7: 21- 22; 10: 24-  25; Lucas 6: 46).

Lo que el señorío es para el  individuo,  la conducción lo es para la  iglesia. Conducción y señorío son dos dimensiones de la misma cosa. La conducción o jefatura es el señorío llevado a la vida comunitaria del pueblo de Dios. 

Es importante captar esta distinción porque arroja luz sobre el problema de la práctica de la iglesia en el día de hoy. Es muy común que los cristianos conozcan el señorío de Cristo y sin embargo no sepan nada de su conducción. Un creyente puede someterse al señorío de Jesús en su vida personal. Puede obedecer lo que comprende en la Biblia. Puede orar con fervor. Puede vivir sacrificando su yo. Sin embargo, al mismo tiempo puede no saber nada acerca del Ministerio compartido, la sumisión mutua, la auténtica comunidad, o el testimonio conjunto. 

En el análisis final, estar sujetos a la conducción de Jesús significa responder a su voluntad con respecto a la vida y la práctica de la iglesia. Significa someternos nosotros mismos a la manera en que Dios diseño a la iglesia, y entregarnos a ese diseño. 

La sumisión a la conducción de Cristo encarna la realidad neotestamentaria de que Jesús  no solo el Señor del creyente individual, sino también la cabeza en funciones de su iglesia.

Mi amigo y mentor Stephen Kaung lo señaló de la mejor manera cuando dijo: 

La gente cree que la Palabra de Dios les muestra cómo vivir individualmente delante de el,  pero piensan que en lo que tiene que ver con su vida comunitaria, el Señor les dice: “ Queda librado a ustedes; hagan como quieran”. Y es eso lo que encontramos en el cristianismo de hoy; no existen principios rectores en cuanto a la vida corporativa; cada uno hace lo que le parece correcto ante sus propios ojos. Pero, amados hermanos y hermanas, nosotros somos salvos de forma individual, pero somos llamados comunitariamente. Hay muchas enseñanzas y ejemplos en la Palabra de Dios que reglamenta nuestra vida comunitaria, como los hay en lo referido a nuestra vida personal. 

Por esta razón, creo que el evangelicalismo ha sostenido la doctrina del sacerdocio de los creyentes de un modo solo intelectual. Pero ha fracasado en cuanto al aplicarla de una manera práctica, debido la trampa sutil de las tradiciones profundamente arraigadas. 

¿CÓMO SE VEN LAS COSAS HOY?

Durante los pasados veinte años he tenido el privilegio de asistir asientos de reuniones de la iglesia orgánica,  reuniones abiertas y participativas. Algunas de ellas fueron en extremo gloriosas. Otras fueron aceptables. Otras,  horribles. ¡Y aún de otras ni se puede hablar! 

En tanto que los “ servicios” de la iglesia institucional son en esencia impecables, las reuniones de la iglesia orgánica varían según la condición y la preparación espiritual de cada miembro. 

Allí es donde cuenta una de las tareas de un obrero apostólico. Capacitar al pueblo de Dios para funcionar todos juntos dentro de una reunión libre pero ordenada que exprese a Cristo en su plenitud.

Durante todos los años en los que he dado inicio a Iglesias orgánicas y me he reunido en ellas, he descubierto que no hay forma de explicar cabalmente la impresión que produce una reunión que se desarrolla bajo la conducción de Cristo en aquellos que nunca han visto algo cómo eso antes. Sin embargo, haré el intento de describir el cuadro de una de esas reuniones, a fin de que pueda permitirles saborear lo que una reunión gloriosa puede llegar a ser. 

Hace unos diez años una iglesia compuesta por alrededor de 25 cristianos  se reunió en una casa una noche. Yo había dedicado un año y medio administrar a Jesús a este grupo en “ reuniones apostólicas” dos veces a la semana. La meta de esa ministración era capacitar a esta nueva iglesia para que pudiera funcionar por sí misma, sin ningún liderazgo humano. 

Llegó el día. La iglesia iba a tener la primera reunión por su cuenta. Yo no iba a estar presente. Sin embargo, me deslice a hurtadillas dentro del salón sin que nadie lo notará y me escondí detrás de un sofá. (Sentía que de ser  visible en esa reunión podría afectar la forma de funcionar de los creyentes. Generalmente eso es lo que sucede cuando la persona que da inicio a una iglesia se encuentra presente durante sus reuniones, en especial durante los primeros años de su vida) 

Los creyentes se reunieron y comenzaron la reunión cantando. Cantaban a capella. Una hermana cristiana comenzó la reunión entonando una canción. Y todos los demás cantaron con ella. Luego uno por uno fueron elevando oraciones espontáneas. Entonces un hermano en Cristo dio comienzo a otra canción. A estas alturas, todos estaban parados. Se elevaron más oraciones. Más cánticos. Durante el canto, varias personas compartieron cortas exhortaciones en base a las letras de las canciones. No había allí ningún líder de alabanza. Todos participaban elevando alabanzas a Dios libre y espontáneamente.

Luego de cantar por un rato, todos se sentaron. Inmediatamente, una hermana se puso de pie y comenzó a compartir algo. Habló sobre la forma en que había descubierto a Cristo como el agua viva durante esa semana. Leyó unos pocos versículos de Juan 4. Cuándo comenzó a hablar sobre ese texto, otras dos hermanas la interrumpieron y compartieron perspectivas de su propia experiencia concernientes al mismo pasaje y el mismo tema. Sin embargo, lo que ellas comunicaron acerca de Cristo era diferente. 

Cuando la primera hermana terminado, se puso de pies un hermano y comenzó a hablar. También hablo del Señor como el agua de vida, pero hizo referencia a un pasaje en Apocalipsis 22. Habló durante varios minutos, y entonces una hermana se puso de pie y comenzó a agregar cosas a lo que él había comentado. Eso continúo por más de una hora. Uno por uno,  sin pausa, los hermanos y las hermanas en Cristo se pusieron de pie y compartieron su experiencia espiritual con el Señor Jesucristo. Todos los revelaron como el agua viva. 

Algunos recitaron poemas; otros entonaron canciones; otros contaron historias; otros leyeron pasajes de las Escrituras; otros elevaron oraciones. 

Al escuchar todo eso desde atrás del sofá, no pude evitar las lágrimas. Me sentí tan tocado que comencé a llorar. Esa reunión fue electrizante. Como si en esa sala un río hubiera comenzado a fluir y a derramarse sin que se pudiera detener. Podía percibir la presencia y la gracia del Señor. Lo que se había compartido era rico, pleno, vivo y vibrante. Deseaba haber tenido un bolígrafo y un bloc de papel para haber tomado nota de las cosas gloriosas que se estaban diciendo. Muchas de ellas estaban repletas de perspectivas fundamentales. Pero me limité a escuchar, muy sorprendido. 

Lo increíble fue que nadie conducía esa reunión. Ninguno lo coordinaba tampoco. (Ningún ser humano, quiero decir). Y estuvo increíblemente centrada en Cristo.

Finalmente la reunión fue disminuyendo, y alguien se puso de pie y comenzó una canción. El resto de la Iglesia se puso de pie y se unió a el. Mientras cantaban, me deslice fuera del salón. Solo una pocas personas me descubrieron. Cuando me encontré con la iglesia de la siguiente semana, les di a conocer que había estado presente. La iglesia se había preparado para ese encuentro. Se habían reunido de a dos y buscado al Señor durante la semana en preparación para la reunión. Cómo resultado se produjo una explosión conjunta de vida espiritual qué permitió ver al Señor Jesucristo a través de todos los miembros de su cuerpo. 

Por favor, comprendan que ese grupo de cristianos no podría haber llevado a cabo una reunión cómo es al principio, cuando yo comencé a trabajar con ellos. En ese tiempo, la mayoría estaba habituada a mantenerse callada y pasiva. Algunos, de una personalidad más fuerte, dominaban el tiempo en que se reunían. Pero luego de un año y medio de recibir un ministerio espiritual y práctico, estaban capacitados para conocer juntos al Señor, funcionar de un modo coordinado, abrir sus bocas y compartir al Cristo viviente de un modo ordenado. Y como resultado, el Señor fue magnificado. 

Podrían multiplicar los ejemplos de este tipo de reuniones y de ampliar la variedad que se expresa dentro de ellas. Confío, sin embargo, en que ahora ustedes ya tendrán una noción de cómo puede ser una reunión de la iglesia bajo la conducción activa del Señor en nuestros días. 

PREGUNTAS QUE DEBEMOS ENCARAR

  • Nuestros modernos servicios eclesiales, que se desarrollan mayormente alrededor de los sermones de un hombre y del programa de culto de un “equipo de alabanza”, ¿reflejan los principios centrales de la iglesia del Nuevo Testamento, o están enfrentados con ellos? Explica.
  • ¿Por qué razón las reuniones abiertas y participativas pueden haber sido buenas para los cristianos primitivos, pero hoy en día resultan de alguna manera impracticables para nosotros? Explica.
  • ¿Nuestra iglesia promueve alguna reunión en la que tengamos un espacio que nos permita compartir con nuestros hermanos y hermanas lo que Dios nos ha mostrado, dentro de un ambiente que no esté controlado ni coordinado por un ser humano? Explica.
  • ¿Son las prácticas actuales de la iglesia la expresión de una conducción completa de Jesucristo o de algún ser humano? Explica.