El Evangelio de Dios | Watchman Nee | 12 de 26 | LA MANERA DE SER SALVO NO ES POR LA CONFESIÓN NI POR LA ORACIÓN

El Evangelio de Dios | Watchman nee

LA MANERA DE SER SALVO NO ES POR LA CONFESIÓN NI POR LA ORACIÓN

CAPÍTULO DOCE

LA MANERA DE SER SALVO: NO ES POR LA CONFESIÓN NI POR LA ORACIÓN

En las noches anteriores vimos que la manera en que una persona puede ser salva no es guardar la ley, las buenas obras, ni el arrepentimiento. Aquí, debo poner en claro un punto; esto es, solamente estamos discutiendo el camino de la salvación, no la condición para la salvación. Esto se debe al hecho de que simplemente no existen condiciones para que un hombre sea salvo. Dios ha cumplido todos los requisitos. La pregunta delante de nosotros esta noche es: ¿Cuál es la manera de ser salvos? No estamos tratando con el asunto de la condición, porque eso implica que uno tiene que obrar para su salvación.

LA MANERA DE SER SALVO NO ES POR LA CONFESIÓN

Esta noche vamos a considerar la cuarta cosa que “no es”. Gracias a Dios que en los últimos años El se ha movido en muchos lugares para hacer que mucha gente se dé cuenta en su conciencia de lo que es el pecado, y así ve su necesidad de que el Señor Jesús sea su Salvador. Sin embargo, sin tener el entendimiento de la Biblia, a menudo ellos agregan sus propias palabras a las de las Escrituras. Al hacer eso, inventan diferentes maneras de ser salvos, tales como guardar la ley, las buenas obras, el arrepentimiento, y así sucesivamente. Hoy día, el método popular es la confesión de los pecados. Existen aquellos que defienden que uno es salvo por la confesión, que es necesario que un hombre no solamente se arrepienta, sino que confiese sus pecados. En una ocasión escuché decir a alguien que era muy utilizado por el Señor, que cuando Jesús murió, El pegó sobre la cruz pedazos de papel sobre los cuales estaban escritos nuestros pecados. Dijo que cuando recibamos al Señor Jesús como nuestro Salvador debemos confesar nuestros pecados ya sea delante de Dios o delante de los hombres. Una vez que se hace una confesión con respecto a cierto pecado, el registro de ese pecado sería quitado de la cruz. Cada confesión adicional removería otra hoja de papel. Con el tiempo, usted sería salvo cuando hubiera terminado de confesar todos sus pecados y todas las hojas de papel hubieran sido quitadas. Lo que este hombre predicó no era el evangelio de Dios ni el del Nuevo Testamento; él había traído un evangelio humano que asume que a menos que una persona haga confesión delante de los hombres y de Dios, sus pecados no serían quitados de la cruz. El fracasó completamente en darse cuenta de lo que el Señor Jesús logró.

Todavía me acuerdo del caso de un hermano un poco inculto de Kuling que estuvo en Shanghái hace unas semanas. El es un electricista que hace instalaciones eléctricas. Casi no sabía leer y escribir hasta hace unos pocos días. Hasta hace no mucho tiempo él podía identificar solamente unas cuantas letras. Era incapaz de reconocer la mayoría de las palabras en un versículo de la Biblia y necesitaba pedir ayuda siete u ocho veces para leer un sólo versículo. En una ocasión me dijo: “Fui a escuchar un sermón de una persona muy famosa. Este hombre dice que debemos confesar nuestros pecados en público y que así cada pecado que confesemos será clavado en la cruz. Si no confesamos nuestros pecados abiertamente para crucificarlos no podemos ser salvos. Dijo que debemos creer en la palabra de la cruz, y que si no clavamos nuestros pecados en la cruz mediante la confesión, no hay manera de que seamos salvos, porque eso significa que no confiamos en la cruz. Después de su sermón, el orador hizo preguntas al auditorio para ver si había cosas que no habían sido claras para ellos”.

“Sr. Nee”, continuó el hermano: “Soy inculto. Si me hubiera parado en la reunión para leer un versículo de las Escrituras, la gente probablemente hubiera tenido que corregirme siete u ocho veces. Sin embargo, cuánto más escuché al hombre hablar, más sentí que algo me trituraba. Sentí que el Espíritu Santo no me dejaría ir a menos que me parara. Pero realmente no supe qué decir. Finalmente, ¡me levanté de mi silla! ¡El orador estaba allí en la plataforma y yo estaba parado en mi silla! Le pregunté: „Señor, de acuerdo a su discurso, ¿somos salvos por nuestra propia cruz o mediante la cruz de Cristo?‟, y me senté. Sr. Nee, ¿puede decirme si hice la pregunta correcta?”

Le dije al hermano que ni un doctor en divinidad ni un obispo de parroquia tenía esa clase de claridad. Esta es la pregunta clave: ¿Somos salvos mediante nuestra propia cruz o la cruz de Cristo? ¿Me salva la cruz de Cristo o mi propia cruz? Sin duda ese sermón fue una palabra de la cruz, pero, ¿qué cruz era? Cuando Pablo dijo: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a Este crucificado” (1 Co. 2:2), él no aludió a Cristo y una cruz sino a Cristo y Su cruz. Queridos amigos, no somos salvos mediante nuestras propias obras, sino mediante la cruz de Cristo. Sin embargo, el hombre piensa que son iguales a la confesión de pecados y las obras e intenta ser salvo mediante tal confesión. Esta es la razón por la cual esta noche debemos considerar lo que la Biblia dice con respecto a la confesión. Debemos escudriñar las Escrituras completamente para encontrar la posición adecuada que debemos tomar en este asunto.

La confesión en la Biblia

Primeramente permítanme decir unas pocas palabras para que no piensen ustedes que no creo en la confesión o en la restitución. Los cristianos deben confesar sus pecados y hacer restitución. Admito que esas son verdades mencionadas en la Biblia, y como tales, deben ser aplicadas. Sin embargo, debo agregar que la Biblia nunca considera que la confesión sea el camino de la salvación. Si pensamos que podemos ser salvos mediante la confesión, entonces la solución al problema de nuestros pecados todavía no ha sido resuelto. Estamos asumiendo que existe otro método de redención aparte de la cruz de Cristo. Incluso podemos suponer que podemos tratar con nuestros propios pecados delante de Dios y del hombre sin la cruz de Cristo.

1 Juan 1:9

Vayamos a un versículo que muchos aman mencionar, es decir, 1 Juan 1:9, que dice: “Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. Existen algunos quienes basados en este versículo establecen que la confesión es de hecho un requisito para la salvación. Sin embargo, debo llamar su atención a algunos puntos en este versículo. Primero, lo que aquí se menciona definitivamente no es una confesión pública. En 1 Juan 1:9 se trata con nuestro problema delante de Dios cuando dice: “Si confesamos nuestros pecados”. Esto es diferente de la práctica actual de la confesión abierta delante de los hombres. En 1 Juan 1:9 no se dice nada con respecto a la confesión abierta.

Segundo, el pronombre plural en este versículo no es el mismo pronombre utilizado en los libros de Romanos y Gálatas porque no tiene nada que ver con los judíos. La Epístola de 1 Juan también es diferente del Evangelio de Juan. El Evangelio de Juan nos muestra cómo un incrédulo puede obtener la vida, mientras que su epístola nos dice cómo uno que tiene vida prueba delante de los hombres que de verdad posee esa vida. Su Evangelio nos revela la manera de recibir la vida, mientras que su epístola nos dice cómo uno que posee tal vida demuestra lo que posee. Así que, en términos apropiados, el pronombre plural en este versículo no se refiere a los pecadores, sino a los creyentes. El Evangelio de Juan describe la manera en que un pecador es justificado por Dios, pero 1 Juan indica cómo un cristiano puede restaurar su comunión con Dios. Aquí, la Palabra no narra cómo el mundo puede creer en Jesús para tener vida eterna. Al contrario, indica cómo una persona que tiene vida eterna y es hijo de Dios, puede ser perdonada y limpiada de su injusticia cuando fracasa. Por lo tanto, este versículo se refiere solamente a los creyentes, aquellos que han sido salvos y justificados, quienes poseen vida eterna.

Recuerde que mientras que una persona incrédula es perdonada de sus pecados mediante la fe, una que es salva es perdonada mediante la confesión de sus pecados. Los pecadores son perdonados al creer en el Señor, y los cristianos son perdonados al confesar sus pecados delante de su Padre. En 1 Juan 1:9 no se trata con los pecados de un pecador sino con los pecados de un creyente, no con los pecados cometidos antes de que alguien se salve, sino con aquellos cometidos después de que uno ha sido salvo. En consecuencia, este versículo no tiene nada que ver con nuestro tema presente.

Sin embargo, yo no diría que este versículo solamente puede ser aplicado a los cristianos. Más bien, admitiría que uno puede tomar prestado muchos versículos de las Escrituras y utilizarlos para que la gente se salve. Recientemente, una hermana me dijo que una señora fue salva por medio de leer la frase: “La semilla es la palabra de Dios” (Lc. 8:11). No sé cómo puede suceder esto. Cuando por primera vez prediqué el evangelio, estaba convencido de que el evangelio debía ser predicado con Escrituras claras acerca del evangelio para lograr que la gente se salvara. Sin embargo, he aprendido por mucha experiencia en los años recientes, y lo digo reverentemente, que muchos verdaderamente son salvos mediante versículos raros. No podemos imaginarnos cómo versículos tan raros, puedan salvar a las personas. No estoy insistiendo en que ningún pecador puede ser salvo mediante 1 Juan 1:9. Estoy diciendo que cuando Juan fue movido por el Espíritu Santo a escribir su epístola, en su mente él se estaba refiriendo, en este versículo, a los cristianos y no a los pecadores. El originalmente tuvo la intención de que fueran versículos para cristianos. Aunque alguien temporalmente pueda pedir prestada esta palabra y aplicarla a un pecador, él no debe seguir usándola. Hablando con propiedad, tal versículo se refiere a los cristianos y no implica que uno debe confesar sus pecados públicamente y hacer restitución a otros a fin de ser perdonado.

Mateo 3:5 y 6

Sin embargo, existen otros dos versículos que parecen ser aún más obvios que 1 Juan 1:9. Son Mateo 3:5 y 6, que dicen: “Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la región de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados”. Se nos dice que cuando la gente escuchó el testimonio de Juan y se dio cuenta de su propia pecaminosidad, fueron a Juan para ser bautizados por él y confesaban sus pecados mientras eran bautizados. De nuevo, deben notar unos pocos asuntos en estos versículos. Primero, ninguno de los dos versículos indican que las personas tomaron la confesión como su camino para la salvación. Ellos no intentaron obtener la salvación mediante la confesión. Se nos dice meramente que cuando ellos escucharon la predicación de arrepentimiento de Juan, fueron movidos por el Espíritu para ser bautizados y para confesar sus pecados. De hecho, ellos estaban viendo al mismo Señor quien iba a pasar por la muerte y la resurrección, y en quien ellos esperaron para su salvación. Aunque Juan bautizó, sus manos realmente estaban

guiándolos al Señor Jesús quien estaba entre ellos. Fue él quien dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Los bautismos de la iglesia, y el bautismo de Juan el Bautista, se refieren al Cristo que murió y resucitó. Juan rápidamente admitió lo indigno que era al declarar: “Es necesario que El crezca, pero que yo mengüe” (Jn. 3:30), y que la gente no debía creer en él sino en el que vendría. Aunque él preparó el camino, él no era el camino; el camino era el que vendría, a quien él señalaba.

Entonces, ¿cómo se hicieron las confesiones? Ya que Juan no les dijo que vinieran y confesaran sus pecados, los que lo escucharon deben haberlo hecho por sí mismos. Asumamos que uno de nosotros que es un obrero acaba de testificar para el Señor, y sin ninguna clase de argumento, carga, demanda o sugerencia, la audiencia ha sido profundamente iluminada por Dios en la conciencia con respecto a sus pecados. Ellos son compelidos a levantarse y admitir que han cometido ciertos pecados en particular. A esto seguramente diría: “Amén” y “Aleluya”. Yo ofrecería alabanzas y nunca me opondría a esta clase de confesión abierta delante de los hombres. Si Juan hubiera dicho que un hombre no puede ser salvo o perdonado a menos de que confiese sus pecados, y si Juan verdaderamente animó, promovió, ordenó, e indujo a las personas a confesar sus pecados, entonces sus acciones difícilmente igualarían el registro en Mateo 3:6. Según este versículo, su audiencia confesó sus pecados por sí mismos; no fueron animados por Juan.

No crea que yo no creo en la confesión de pecados. A menudo hemos animado a los hermanos y a las hermanas a que se confiesen con otros. Sin embargo, rechazo aceptar la confesión como el medio para ser salvo. Solamente existe un medio para la salvación prescrita en las Escrituras, y ese es la fe. El antiguo Juan el Bautista nunca exhortó a nadie para que confesara sus pecados. Ni tampoco ningún Juan el Bautista moderno debe exhortar a los hombres para que hagan lo mismo. Por supuesto, si una persona después de darse cuenta de sus propios pecados, se levanta por sí misma para confesarlos, debemos permitirle hacerlo.

Tal vez hayan oído del gran avivamiento de Welsh. Tuve la ocasión de estudiar en detalle los reportes acerca de ese avivamiento. Muchos han hecho estudios sobre él. Este, el más grande de todos los avivamientos, comenzó entre los años de 1904 y 1905. Un corresponsal de un bien conocido periódico británico realmente fue a Wales en 1909 para conducir una investigación del evento. Wales no es un lugar pequeño. Los pastores de una de las ciudades le dijeron al reportero que el número de almas que habían sido salvas habían declinado a casi nada durante los dos años anteriores. Cuando el corresponsal inquirió si el avivamiento estaba en recesión, ellos respondieron: “Sí. No hay nadie alrededor de aquí que esté pidiendo ser salvo, debido a que ¡todos ya han sido salvos!” Sabiendo que el avivamiento comenzó con Evan Roberts, entonces él preguntó con respecto a su localización. Ellos respondieron: “No tenemos idea”. Cuando les preguntó acerca de la hora de su reunión, dijeron: “No sabemos”. De igual manera, cuando les preguntó con respecto a su lugar de reunión, repitieron: “No sabemos”. Parecía que ellos no sabían quién era el líder de la reunión de avivamiento que iban a tener, ni el tiempo y lugar de la reunión. Entonces el reportero les preguntó qué debería hacer él, a lo cual ellos respondieron: “Nosotros nos reunimos en cualquier lugar, a cualquier hora, aun a la medianoche o en las horas tempranas de la mañana. No sabemos dónde está Evan Roberts, pero puede aparecer en cualquier momento. Hay una reunión de avivamiento en casi cada hogar. Usted puede encontrar gente orando en diferentes casas y a diferentes horas durante la noche. Pero es difícil encontrar a Evan Roberts. Nadie sabe dónde va a estar él”. El reportero recalcó que él nunca había presenciado un avivamiento como ese en toda su vida. El estaba determinado a encontrar a Evan Roberts. Sin embargo, sus esfuerzos en las siguientes semanas fallaron y no hubo ningún resultado.

Un día, cuando alguien le dijo que Evan Roberts estaba en una capilla pequeña, el reportero se dirigió inmediatamente al lugar. El hizo notar que la reunión a la que asistió fue en extremo caos. Una madre estaba amamantando a su niño; unos pocos corrían hacia adentro y hacia afuera de la reunión como si fueran algún tipo de vendedores; otra madre consolaba a un niño que lloraba, mientras otra usaba una silla como cuna, meciendo a su niño para que se durmiera. El lugar era una confusión. Sin embargo parecía haber un elemento inexplicable y único en la atmósfera. “¿Dónde está Evan Roberts?”, preguntó el reportero. “El cuarto hombre de la tercer fila”, respondió alguien. “La Sra. Penn-Lewis también está allí. Ella está en esa fila”. Todos ellos estaban en silencio en sus asientos. De vez en cuando alguien se paraba para pedir un himno, u otro se levantaba a leer unos pocos versículos de las Escrituras. Cuando pasaron una o dos horas sin ninguna palabra de la gente, nadie se despidió. A veces alguien se levantaba para confesar sus pecados por sí solos sin ser amonestado por hacerlo.

Amigos, tal obra es la obra de Dios. Esto es diferente de los sermones dados desde la plataforma con historietas muertas y con la intención de convencer a la audiencia de que o deben confesar sus pecados o no serán salvos. No estoy prohibiendo la confesión. Hay ocasiones cuando uno debe confesar sus pecados. Hay ocasiones cuando uno debe aun declarar a la multitud qué clase de persona fue uno y cómo Dios ha obrado en él. Sin embargo, ninguna de esas cosas debe ser el resultado del estímulo del sermón del predicador desde la plataforma. Algunas veces hay más que un estímulo; es como si alguien lo estuviera ordenando. Lo que se encuentra en Mateo 3:6 de cierto es una confesión pública, sin embargo, ella es el resultado espontáneo de la obra del Espíritu Santo y no el mandato de Juan. No me estoy oponiendo a la confesión abierta; me opongo meramente a ésta clase de confesión. Además, no me estoy oponiendo a la obra del Espíritu Santo; yo deseo que haya más de tales obras. Si una persona es guiada por el Espíritu para confesar sus pecados, todos tenemos que decir: “Oh Dios, gracias, te alabamos, Tú has trabajado entre nosotros”. Sin embargo, debemos oponernos a cualquier enseñanza que diga que la confesión debe ser hecha de cierta manera y a cierto grado antes de que se obtengan ciertos resultados. No podemos intercambiar la confesión por la salvación. No debemos tomar la confesión de pecados como nuestro camino de salvación.

Tenemos que notar que en la oración: “Y eran bautizados por El en el Jordán, confesando sus pecados”, el principal predicado de acuerdo al idioma original no es “confesando” sino “eran bautizados”. De esta manera, la gente era bautizada por Juan en el río Jordán, y mientras eran bautizados, también confesaban sus pecados. Podemos decir que “él habló, caminando”, puede significar que la persona estaba hablando y caminando al mismo tiempo. Tanto “hablar” como “caminar” son verbos; “hablar” es el predicado principal y “caminar” el verbo subordinado. Por lo tanto, el hombre estaba hablando, pero lo hacía mientras caminaba. Igualmente, en Mateo 3 ellos fueron bautizados en el río Jordán mientras confesaban, y eso significa que mientras eran bautizados, al mismo tiempo confesaban sus pecados. Este es el sentido original en griego. Así que, usted ve que aquí la confesión no es en lo absoluto un método, sino una acción que tomó lugar. Mientras las personas eran bautizadas, ellas estaban admitiendo que estaban equivocadas en esto y en aquello. Aquí, la escena es la obra del Espíritu Santo obrando entre ellos, más que una obra de regulación. Ellos eran bautizados y confesaban, así como nuestro ejemplo de alguien hablando y caminando al mismo tiempo. En cualquier caso, la confesión pública en este versículo, nunca ha sido considerada como el camino para ser salvo.

Hechos 19:18 y 19

Existen solamente tres lugares en el Nuevo Testamento que registran este asunto de la confesión de pecados. Ahora veremos la tercera ocasión que se encuentra en Hechos 19:18 y 19 y que dice: “Y muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus prácticas. Asimismo muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos; y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era cincuenta mil piezas de plata”. Aunque aquí solamente está la palabra “confesando”, sin mencionar “pecados”, se refiere a la misma cosa. En 1 Juan 1 dice “confesar nuestros pecados”, en Mateo 3 dice “confesaron sus pecados”, y aquí dice “confesando” y “dando cuenta de sus hechos”. Primero, confesar y divulgar sus hechos no fueron reconocidos como el camino para ser salvos. Segundo, los que confesaron y narraron sus hechos no eran pecadores sino creyentes, gente que es de Cristo. Esto puede compararse a algunos hermanos y hermanas parados en las reuniones para dar un testimonio reconociendo lo que han hecho en tiempos pasados. También puede ser comparado a algunos que testifican a la hora de ser bautizados de cosas que hicieron en el pasado. De ninguna manera somos salvos mediante esta clase de confesión. Algunos han creído y han llegado a ser del Señor. Ahora ellos confiesan su historia pasada. Admiten que fueron malvados. Ya no temen decirle a los santos que han sido cambiados de barro fangoso a roca sólida. Cuando los efesios quemaron sus libros de magia, ellos estaban haciendo una demostración abierta de que aunque ellos habían practicado esas cosas, ahora pertenecían al Señor. Tercero, “Y muchos de los que habían creído venían”. No todos venían. No todas las personas salvas necesitan confesar en las reuniones. Esto es debido a que el Espíritu Santo se mueve fuertemente para impulsar a la gente para que se levante a hacer públicas sus prácticas para que puedan glorificar a Dios mostrando el grado de salvación que Dios ha logrado en ellos. Amigos, ustedes pueden descubrir mediante estas tres porciones de la Palabra que el camino de la salvación es la fe y no una confesión pública.

Estas son las tres porciones del Nuevo Testamento donde la confesión de pecados es tratada específicamente. Hay otro lugar en Santiago 5:16, donde se menciona la confesión de las ofensas de unos hacia otros, más que la confesión de pecados. Santiago nos dice que cuando un hermano o hermana está enfermo, los ancianos de la iglesia deben ser llamados para orar sobre la persona enferma y ungirla. Si está involucrada alguna ofensa, debe haber una confesión y un perdón mutuos. Este es un asunto diferente de nuestro tema de hoy. Hemos visto todas las Escrituras en el Nuevo Testamento concernientes a la confesión de pecados. ¿Ve usted cuál es el camino para ser salvo? Es la fe y no la confesión de pecados.

CON RESPECTO A LA PRACTICA DE LA CONFESIÓN

Permítame decir unas cuantas palabras con respecto a la práctica de la confesión de los pecados. Todos sabemos a quién hemos ofendido y defraudado antes de que fuéramos salvos. Después de ser salvos, nos sentimos tristes en nuestro corazón y quisimos confesar delante de esas mismas personas. Esto es algo que debemos hacer. Dios nos manda, aun nos compele a hacerlo. Esto es algo enseñado en las Escrituras. Habiendo visto la justicia de Dios y la gloria en Su presencia, ahora comprendemos que es injusto estar en deuda con otros. ¿Qué haremos? Rehusamos ser personas injustas. Incluso nos decimos a nosotros mismos: “Soy salvo. Seré un hombre justo. Trataré a fondo con todas las áreas en las cuales he sido injusto e incorrecto con otros para que me perdonen”. No hay problema con sus pecados que han sido perdonados delante de Dios, pero debe hacer una confesión a los hombres de sus ofensas para con ellos. Tal confesión y restitución no constituyen en lo absoluto la manera de ser salvo. Usted no necesita hacer confesiones y restituciones para que pueda ser salvo. Como una persona salva y justa, usted está meramente pidiendo perdón a la gente que ha ofendido.

El ladrón sobre la cruz debe haber robado a muchos y pecado en contra de muchos. Sin embargo, no tuvo la oportunidad de confesar y recompensar a nadie, debido a que en la cruz, difícilmente se podía mover. El no era capaz de devolver ninguna de las cosas que había robado a otros. Sin embargo, sin ninguna confesión o restitución, de todas maneras pudo ser salvo. El Señor Jesús le dijo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43). Podemos considerar a este ladrón como la primera persona salva en el Nuevo Testamento. El fue el primero en ser salvo después de la muerte del Señor. Por lo tanto, el problema no es el de la confesión. El ladrón sobre la cruz, aunque fue privado de la oportunidad de hacer restitución, fue salvo. Si él hubiera vivido, debiera haber hecho restitución por causa de la justicia. El asunto de su salvación fue resuelto sobre la cruz en un instante. La confesión es algo que sigue a la salvación. El ya era salvo en la cruz; su salvación no se debió a ninguna clase de confesión o restitución. Si en alguna ocasión posterior él confesara sus pecados de nuevo, esto no lo salvaría más. Aquí se nos muestra claramente que la salvación viene por la fe, mientras que la confesión es una expresión espontánea de la vida cristiana. Debido a que ahora conocemos a nuestro Dios justo, deseamos limpiar el problema de nuestros pecados delante de los hombres. Nuestra salvación es totalmente un asunto entre nosotros y el Señor Jesús; eso es resuelto solamente mediante El.

Aquí existen tres cosas de las cuales debemos estar claros. Primero, confesamos nuestros pecados delante de Dios, juzgándonos a nosotros mismos, arrepintiéndonos, y reconociendo que somos pecadores. Todo esto es hecho delante de Dios. Esto hace que tengamos fe y recibamos al Señor Jesús como nuestro Salvador. Segundo, después que somos salvos, llegamos a estar conscientes de nuestras ofensas hacia otros y deseamos resolverlas. Deseamos restituir y confesar delante de aquellos a quienes hemos defraudado para que podamos vivir una vida justa sobre la tierra. Tercero, después de ser salvos, mientras el Espíritu Santo trabaja en nosotros, queremos decirle a otros qué clase de pecadores éramos y cuántos pecados cometimos. Podemos hacer esto durante nuestro bautismo, y podemos hacerlo después del bautismo.

No sé si usted está claro o no. Nunca considere la confesión de los pecados tan altamente. Debemos ponerla en el lugar que esté de acuerdo a las Escrituras. Ya que la Biblia nunca considera la confesión de pecados como la manera de ser salvo, tampoco nosotros debemos considerarla así. Gracias a Dios que es el Señor Jesús quien me salvó. No me salvé a mí mismo. Gracias a Dios que es la cruz de Cristo la que me salvó. No soy salvo mediante mi propia cruz; la cruz de Cristo hizo la obra salvadora.

LA MANERA DE SER SALVO NO ES POR LA ORACIÓN

Ahora venimos a la quinta cosa que “no es”. Hay muchas personas que agregarían otra condición a la salvación. No agregarían guardar la ley, o tener una buena conducta, ni arrepentirse o confesar. Ellos dicen que una persona debe orar a fin de ser salvo. Ellos basan su afirmación en Romanos 10: “Porque todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo” (v. 13). Como resultado, algunos creen que deben suplicar a Dios para poder ser salvos. En varias ocasiones conocí personas que querían ser salvas. Decían: “Diariamente, le ruego a Dios que me salve, y todavía no sé cuando lo hará. He estado orando por tres meses sin recibir ninguna sensación interior. Y simplemente no sé si a Dios le parecerá apropiado salvarme”. También he conocido a otros que dijeron: “Estoy esperando que el Espíritu Santo venga y me haga arrodillarme para pedirle a Jesús que me salve. No soy salvo todavía. Debo esperar que el Espíritu me inspire a orar para poder ser salvo”. Por esta razón, necesitamos ver si el hombre necesita o no orar para poder ser salvo.

Primero, tal persona busca ser salva mediante la oración y el ruego debido a que es completamente ignorante del amor y la gracia de Dios. Piensa que Dios odia al hombre, y por lo tanto debe orar para que Dios cambie de pensamiento para que lo salve. Se entrega a la oración sin saber cuánto tiene que orar para que Dios lo escuche. ¿Recuerdan cómo Elías retó a los profetas de Baal en el monte Carmelo? El los retó diciéndoles que le pidieran a su dios que enviara fuego del cielo. Los profetas “clamaban a grandes voces, y se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos” (1 R. 18:29). Ellos suponían que Baal los escucharía si ellos causaban más dolor sobre sus propios cuerpos. Hoy día, existen aquellos que también piensan que si traen angustia sobre ellos mismos y ruegan lo suficiente ante Dios, El tendrá compasión de ellos. Esta clase de personas nunca ha visto el evangelio. Debido a que nunca han visto a Dios en la luz del evangelio, creen que su súplica delante de Dios volverá el corazón de Dios hacia ellos. Realmente no hay necesidad de que Dios vuelva Su corazón. Hace mucho que su corazón se ha vuelto hacia nosotros. Nosotros somos los que necesitamos volver nuestro corazón porque lo rechazamos y nos hemos opuesto a El, y no creímos en El.

En 2 Corintios 5:19 se dice: “En Cristo Dios estaba reconciliando consigo al mundo”. Dios no trató mal al hombre; es el hombre quien trató mal a Dios. Nunca ha habido necesidad de que Dios se reconcilie con el hombre. Más bien, es el hombre quien tiene que reconciliarse con Dios porque es el hombre quien ha fallado totalmente. El problema no se encuentra en Dios, sino en el hombre.

Todos los que desean entender el evangelio deben saber que Dios es amor y que El ama al mundo. El no tiene problemas con nosotros, y nosotros no necesitamos suplicarle.

Segundo, el hombre piensa que debe orar y suplicar para poder ser salvo porque él simplemente no se da cuenta de que el Señor Jesús ha venido; El murió y resucitó, todos los problemas del pecado están resueltos y todos los obstáculos para obtener la salvación han sido quitados. No solamente ha venido el Señor Jesús, sino también el Espíritu Santo. El vino para hacer manifiesto en el hombre lo que Dios y el Señor Jesús habían logrado. Muchos pecadores oran por su salvación como si ellos estuvieran pidiendo al Señor Jesús que muriera por ellos de nuevo. No se dan cuenta de que El ha terminado completamente la obra de la redención. Puesto que El ya terminó Su obra, no existe en lo absoluto una razón para que nosotros le supliquemos. Hoy es el tiempo de acciones de gracias y alabanzas; no es el tiempo para suplicar y hacer peticiones. Supongamos que sus padres le han comprado algo que usted les pidió. Quizás, con sinceridad, se inclinen delante de ellos agradeciéndoles. Ciertamente no se arrodillaría ni les pediría que te dieran el artículo diciendo: “Por favor, dénme esto porque lo necesito”. No tiene sentido que continúe pidiendo después de que sus padres ya le han dado el artículo. Hoy día, Dios no está hablando con respecto a la severidad de sus pecados. Si así fuera, entonces podría haber una razón para que usted suplicara. Más bien, ahora Dios está diciendo que El gratuitamente le ha dado a Su Hijo. Sería extraño si alguien le da a usted algo y usted todavía sigue pidiendo en vez de darle las gracias. Si usted conoce el corazón de Dios, y si usted está claro con respecto a la obra del Señor Jesús, nunca intentaría ser salvo mediante la oración. La oración no tiene lugar en este asunto. Es mejor que se arrodille para agradecerle a Dios.

En una ocasión después de compartir el evangelio con un hombre, le pregunté que si creía. El contestó que sí. Cuando le dije: “Vamos a arrodillarnos”, él me preguntó que si íbamos a orar. Le dije: “No”. El me preguntó: “¿Entonces qué propósito tiene?” Le respondí: “Simplemente para informarle al Señor Jesús”. No hay necesidad de pedirle a Jesús que muera de nuevo, ni de pedirle a Dios que nos ame, o que nos sea propicio, o que nos perdone. El Señor ya llevó nuestros pecados en la cruz. Ahora, nuestra única necesidad es hacerle saber diciéndole: “He creído al Hijo de Dios y he recibido la cruz de Cristo. Oh Dios, gracias”. ¿No es esto fácil? Sí. Recibir la salvación es un asunto fácil. Por supuesto, no fue una cosa fácil que Dios llevará a cabo la salvación; le tomó a Dios cuatro mil años para lograrla. Después de que el hombre cayó, le tomó a Dios cuatro mil años hacer que el hombre se diera cuenta de sus pecados. Entonces El hizo que Su Hijo naciera de una mujer y que fuera colgado sobre la cruz para ser juzgado por el pecado. Al final, El también envió el Espíritu Santo. Solamente después de que Dios ha hecho tal obra y empleado tanto esfuerzo, nosotros podemos recibir la salvación de una manera tan fácil. El ha pagado el gran precio de lograrlo todo. Ahora si usted ha creído y recibido, todo lo que necesita hacer es decir: “Gracias”. Esta es la manera de ser salvo. Aquí no hay lugar para la oración.

Entonces, ¿por qué Romanos 10 toca el asunto de la oración? Romanos 10:5 al 7 dice: “Porque acerca de la justicia que procede de la ley Moisés escribe así: „El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas‟. Pero la justicia que procede de la fe habla así: „No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?‟ (esto es, para traer abajo a Cristo); o, „¿quién descenderá al abismo?‟ (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos)”. Aquí se mencionan dos clases de justicia. Una es la justicia que procede de la ley, y la otra, la justicia que procede de la fe. La justicia que procede de la ley resulta de la obra de uno delante de Dios, y la justicia que procede de la fe es lograda en nosotros por medio de nuestra fe en el Señor Jesucristo. La primera está íntimamente relacionada con nosotros, y la última, con Cristo.

Es absolutamente imposible que un hombre obtenga la justicia que procede de la ley, porque requiere que él no tenga pecado en sus pensamientos, intenciones, palabras y conducta cada año, cada hora, cada minuto y cada segundo de su vida desde que él nació. Si él quebranta uno de los puntos de la ley, él viola toda la ley. Para nosotros, esto es simplemente una propuesta sin esperanza. Debido a que no podemos tener la justicia que procede de la ley, necesitamos tener la justicia que procede de la fe. Esta justicia, como ya lo hemos mencionado, es la justicia mediante la cual Cristo fue juzgado. Debido a que Cristo ha sufrido el castigo, tenemos esta justicia por medio de la fe. Esta justicia no tiene ninguna relación con nosotros. La Escritura dice: “No digas en tu corazón, ¿Quién subirá al cielo? esto es, para traer abajo a Cristo; o ¿quién descenderá al abismo? esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos”. No hay necesidad de que hagamos esto. No hay necesidad de ascender a los cielos. Esto significa que no hay necesidad de pedirle a Cristo que venga a la tierra a morir por nosotros. Tampoco hay necesidad de descender al abismo. Esto implica que la resurrección de Cristo ahora es la base de nuestra justificación. Todo lo que queda para nosotros es creer.

El versículo 8 dice: “Mas ¿qué dice?” “Qué dice” se refiere a la palabra de Moisés. Pablo citó palabras de Moisés para mostrar que aun Moisés predicó la justificación por la fe. Esto es asombroso puesto que Moisés fue el promotor de la ley y sus requisitos. Pablo presentó a Moisés, diciendo que Moisés también habló con respecto a la justificación por la fe cuando dijo: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que proclamamos”. Pablo afirmó que las palabras de Moisés se referían a la justificación por la fe. Para entender esta cita necesitamos regresarnos a Deuteronomio 29 y 30 en él Antiguo Testamento. Allí Moisés repasó toda le ley y los mandamientos de Dios a los israelitas, al decirles que si no obedecían aquellos mandamientos y no guardaban la ley, Dios los castigaría dispersándolos entre las naciones; y que si sus corazones se acercaban a Dios durante la dispersión, la palabra estaría cerca de ellos, incluso en sus bocas y en sus corazones. Moisés estaba diciendo que el juicio de Dios estaría presente siempre que un hombre quebrantara la ley y cometiera transgresión. ¿Entonces, qué hará el hombre? Necesita recibir una justicia aparte de la ley, una que esté en su boca y en su corazón. La gracia fuera de la ley es un don para nosotros. Cuando Deuteronomio fue citado en Romanos 10, se agregó una palabra de explicación. “La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón”. Es decir, “la palabra de fe que proclamamos”. Aquí no hay ningún pensamiento de obras. La justicia que procede de la ley ha sido completamente transgredida. Cuando el pueblo fue esparcido entre las naciones de la tierra como fue predicho en Deuteronomio 30, no pudieron decir que tenían alguna obra. El asunto de la obra se terminó. La única palabra que tuvieron fue la palabra que estaba en sus bocas y en sus corazones. Anteriormente fue un asunto de obras, y el resultado fue la dispersión. Ahora ya no hay obras. Por lo tanto está relacionado con la fe.

Pablo continuó al explicar el significado de las frases “en tu boca” y “en tu corazón” en el versículo 9 diciendo: “Si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Queridos amigos, ¿dónde está su boca? Cada uno de nosotros ha traído su boca a este lugar. Ninguno la dejó en su casa. Donde esté nuestro cuerpo, allí está también nuestra boca. En el momento en que creímos en el Señor Jesús, espontáneamente lo confesamos con nuestra boca. Las primeras palabras que salieron de la boca de Pablo cuando el Señor lo enfrentó en el camino fueron: “Quién eres, Señor”. Antes, él no había creído en el Señor. Pero en este momento él creyó. Nuestra confesión de Jesús como Señor se hace espontáneamente desde nuestro corazón más bien que delante de las personas. Me maravilla pensar que una familia de campo, inculta, que nunca ha sido expuesta al evangelio anteriormente pueda decir: “Oh, Señor”, cuando escucha las buenas nuevas. Esto no puede ser una obra. Estas son expresiones espontáneas. El hecho de que uno crea en su corazón no tiene que ver con las obras. No hay necesidad de tomar ningún paso ni de gastar dinero. Uno solamente necesita decir: “Oh, Señor” allí donde él esté, y él será salvo. Lo puede decir en voz alta o en silencio. Mientras él crea que Dios ha bajado desde los cielos a Jesús y lo ha subido desde el Hades, todo estará bien. Esto comprobará que él es justificado y salvo. Nuestra confesión nunca puede tener el elemento del mérito. La confesión no es un camino que lleva a la salvación; es meramente una expresión de la salvación. Es algo muy espontáneo. Si invocamos al Señor con nuestra boca y creemos en El en nuestro corazón, seremos salvos. No hay ningún problema.

El versículo 10 sigue para explicar el versículo 9. ¿Por qué uno es salvo cuando confiesa con su boca que Jesús es Señor y cree en su corazón que Dios le levantó de entre los muertos? “Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación”. Siempre me pregunté cómo este asunto podía ser puesto en el corazón de las personas. Hoy conocí dos personas quienes consideraron esta palabra de salvación muy lejos de ellos. Para ellos, esta palabra está más lejos que las provincias de Yunnang y Tibet; está más lejos que un país extranjero. Esta es simplemente una palabra de los cielos. Parece que la palabra de salvación está tan lejana que los elude a ellos. Sin embargo, Dios dice que el camino de la salvación no está en los cielos ni debajo de la tierra. Está muy cerca, en tu boca e incluso en tu corazón. Si tuviéramos que ascender a los cielos o descender debajo de la tierra, nos preguntaríamos cómo alguien podría ser salvo. Hoy día, la palabra está en tu boca y en tu corazón. Mientras una persona abra su boca y crea en su corazón, será salva. Dios ha preparado esta salvación tan disponible y accesible que si una persona cree en su corazón y confiesa con su boca, será salvo. La justificación aquí, es más un asunto delante de Dios que delante de los hombres. Cuando los hombres ven que usted confiesa, ellos comprenderán que usted es salvo. Cuando Dios ve que usted cree, El lo justifica. El versículo 11 dice: “Todo aquel que en El creyere, no será avergonzado”. La fe por si sola es suficiente.

Aunque la Palabra de Dios es abundantemente clara, existen todavía aquellos a quienes les gusta argumentar en contra de ella. Ellos insisten que confesar es la manera de ser salvo. Yo quiero preguntarles: “Si es así, ¿qué hará con Romanos 10:8?: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón”. Aquí dice que la palabra de fe, no la palabra de confesión. Las Escrituras dicen: “cree”. No dicen: “confiesa”. El versículo 6 dice: “La justicia que procede de la fe habla así”. El versículo 6 menciona la justicia que procede de la fe, y el versículo 8, la palabra de fe. En el versículo 9 hay una confesión y en el versículo 10 hay otra. Ambas se dan con la boca. Sin embargo, el versículo 11 no dice: “Todo el que le confiese no será avergonzado”. Más bien, dice: “Todo aquel que en El crea no será avergonzado”. Debemos reconocer el énfasis aquí. Los versículos 6, 8 y 11 mencionan “creer”, y los versículos 9 y 10 mencionan “confesar”. El versículo 9 primero dice “confesar” y después “creer”; mientras que en el versículo 10 primero está “creer” y luego “confesar”. En esta porción “creer” se usa cinco veces y “confesar” dos. Al final el orden de “confesar” y “creer” se cambia. Todo esto significa que la salvación depende de la fe y no de la confesión. La confesión resulta de la fe. Lo que uno cree en su corazón, lo dice espontáneamente con su boca. Una persona dice espontáneamente “papi” cuando ve a su papá. Donde hay fe, la confesión sigue inmediatamente.

El final del versículo 12 nos muestra que aquí la confesión es la confesión de Jesús como Señor. Esta confesión proviene de la fe. ¿Cómo se puede comprobar esto? No podemos ver esto en los versículos 1 al 11. Pero el versículo 12 dice: “Porque no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos, y es rico para con todos los que le invocan”. El versículo 13 dice: “Porque: Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo”. Invocar el nombre del Señor es equivalente a confesar al Señor Jesús en los versículos anteriores. Invocar el nombre del Señor es confesar a Jesús como Señor, decirle a El Señor y referirse a El como Señor. Tomando en cuenta el contexto de este pasaje, nos daremos cuenta que invocar es simplemente confesar.

El versículo 14 dice: “Cómo, pues, invocarán a Aquel en el cual no han creído?” Esta es una palabra maravillosa. Nos muestra que invocar procede de nuestra fe. Naturalmente, nadie puede invocar sin creer. Podemos ver que confesar con la boca resulta de la fe en el corazón. Debido a que un hombre cree en su corazón, invoca con su boca. El invoca debido a que cree ¿Ve usted el hecho? Todo resulta de la fe; la fe es el camino de la salvación. Aunque aquí se menciona la confesión con la boca, esta confesión se basa en la fe que está en el corazón. Es natural que aquellos que creen invoquen.

Creo que esta noche todos somos salvos que hemos recibido al Señor Jesús. Quiero preguntarles cómo lo recibieron. Le recibimos por la fe. ¿También oraron? La salvación se debe a la fe. La oración es la expresión de esta fe. Todos en el mundo son salvos por la fe. Sin embargo, esta fe es expresada en la oración. La fe está dentro, y la oración está afuera. Cuando usted cree en su corazón que Jesús es el Salvador, espontáneamente orará con su boca que Jesús es Señor. Todo el que cree en su corazón confesará con su boca. Pero nosotros debemos siempre recordar que confesar no representa la manera de ser salvo. Aunque la palabra dice: “todo el que invocare el nombre del Señor será salvo”, invocar no es la manera de ser salvo. Invocar proviene de la fe; esto es una acción espontánea, algo expresado delante de Dios espontáneamente.

Regresemos al versículo 12: “Porque no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos”. Yo amo esta oración: “No hay distinción”. Romanos 3:22 y 23 dice: “La justicia de Dios por medio de la fe de Jesucristo, para todos los que creen. Porque todos han pecado”. Aquí dice: “Porque no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos”. Cada uno debe invocar al Señor, confesar con su boca y creer en su corazón para que pueda ser salvo.

Que el Señor nos conceda Su gracia y nos muestre que la única manera de ser salvo en la Biblia es por la fe y nada más. La salvación no viene por fe más guardar la ley, las buenas obras, el arrepentimiento, la confesión, y la oración. Esta es la verdad bíblica. Debemos basarnos en la Biblia. La Biblia nos revela claramente que la manera de ser salvo es por la fe sola.