La vida cristiana normal de la iglesia cap. 2 Watchman Nee PDF

La vida cristiana normal de la iglesia capitulo 2 Watchman Nee PDF

LA SEPARACION Y MOVIMIENTOS DE LOS APOSTOLES

CAPÍTULO DOS 

LA SEPARACIÓN Y LOS MOVIMIENTOS DE LOS APÓSTOLES ANTIOQUIA

LA IGLESIA MODELO 

La iglesia en Antioquía es la iglesia modelo mostrada en la Palabra de Dios porque fue la primera en ser constituida después de la fundación de la iglesia relacionada con los judíos y de la iglesia relacionada con los gentiles. En el capítulo dos de Hechos vemos la iglesia relacionada con los judíos establecida en Jerusalén, y en el capítulo diez vemos la iglesia relacionada con los gentiles establecida en la casa de Cornelio. Fue justamente después del establecimiento de estas iglesias que la iglesia en Antioquía fue fundada. En su etapa de transición la iglesia en Jerusalén no estaba completamente libre del judaísmo, pero la iglesia en Antioquía desde el mismo comienzo estaba absolutamente clara en cuanto a la basa fundamental de la iglesia y se mantuvo firmemente sobre tal base. No es insignificante que “a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía” (Hch. 11:26). Fue allí donde las características peculiares del cristiano y de la iglesia cristiana fueron manifestadas claramente por primera vez, y por esta razón puede ser considerada la iglesia modelo para esta dispensación. Sus profetas y maestros eran profetas modelo y maestros modelo, y los apóstoles que envió fueron apóstoles modelos. No solamente los hombres enviados son ejemplo para nosotros, sino que también la forma de su envío es nuestro ejemplo. Puesto que el primer envío de los apóstoles por el Espíritu Santo del cual se hace mención fue desde Antioquía, bien haremos en mirar cuidadosamente los detalles de tal envío. Desde que se completó el Nuevo Testamento el Espíritu Santo ha llamado a muchos de los hijos de Dios a servirle por todo el mundo, pero, hablando con propiedad, ninguno de ellos puede ser considerado como nuestro ejemplo. Siempre debemos considerar la primera acción del Espíritu Santo en cualquier dirección determinada a fin de descubrir Su modelo de acción para nosotros en esa dirección particular. Así que para ver cuál ejemplo debe seguir hoy la iglesia al enviar apóstoles, examinemos cuidadosamente el primer envío de obreros del cual se hace mención desde la primera iglesia establecida puramente sobre el terreno de la iglesia. 

EL LLAMAMIENTO DEL ESPÍRITU SANTO 

En los primeros dos versículos de Hechos 13 leemos: “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. Notemos unos cuantos datos aquí. Había una iglesia local en Antioquía, había ciertos profetas y maestros quienes eran ministros en esa iglesia, y fue de entre ellos que el Espíritu Santo separó a dos para otra esfera de servicio. Bernabé y Saulo eran dos ministros del Señor ya ocupados en el ministerio cuando llegó el llamamiento del Espíritu. El Espíritu Santo envía a otras partes solamente a aquellos que ya están equipados para la obra y que están llevando responsabilidad en donde están, no a aquellos que entierran sus talentos y no se ocupan de las necesidades locales mientras sueñan en algún día futuro cuando les llegue el llamamiento a un servicio especial. Bernabé y Saulo tomaban la carga de la situación local cuando el Espíritu puso sobre ellos la carga de otros lugares. Sus manos estaban llenas de la obra local cuando El les envió a trabajar más lejos. Notemos primeramente que el Espíritu Santo escoge apóstoles de entre los profetas y maestros. “Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. Estos profetas y maestros ministraban con todo el corazón al Señor, tanto que cuando la ocasión lo demandaba pasaban por alto hasta las legítimas demandas de su cuerpo físico y ayunaban. Lo que ocupaba los pensamientos de esos profetas y maestros en Antioquía era el ministerio al Señor, no el trabajo para El. Su dedicación era para el Señor mismo, no para Su servicio. Nadie puede verdaderamente trabajar para el Señor si no ha aprendido primeramente a ministrarle a El. Fue mientras Bernabé y Saulo le ministraban al Señor que se oyó la voz del Espíritu llamándolos a un servicio especial. Fue al llamamiento divino al que respondieron, no a la voz de la necesidad humana. No habían oído informes acerca de caníbales ni de salvajes en busca de cabezas humanas; sus compasiones no habían sido movidas por cuentos lúgubres de matrimonios de niños, ni de vendajes de los pies, ni de fumadores de opio. No habían oído ninguna voz salvo la voz del Espíritu; no habían visto ninguna demanda excepto la demanda de Cristo. No se había hecho apelación alguna a su heroísmo natural o a su amor a las aventuras. Ellos conocían un solo ruego, el ruego de su Señor. Fue el Señorío de Cristo el que reclamó su servicio, y fue solamente en la autoridad de El que ellos salieron. Su llamamiento fue un llamamiento espiritual. En él no entró ningún factor natural. Fue el Espíritu Santo quien dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. Toda obra espiritual debe empezar con el llamamiento del Espíritu. Toda obra divina debe ser iniciada divinamente. El plan concebido para la obra puede ser magnífico, la razón adecuada, la necesidad urgente, y el hombre escogido para realizarla puede ser sumamente apropiado; pero si el Espíritu Santo no ha dicho: “Apartadme a ese hombre para la obra a que lo he llamado”, él nunca podrá ser un apóstol. Puede ser profeta o maestro, pero no es apóstol. Desde los tiempos antiguos todos los verdaderos apóstoles eran separados por el Espíritu Santo para la obra a la cual El les llamaba y hoy en día es igualmente cierto que todos los verdaderos apóstoles deben ser apartados por El para la obra. Dios desea el servicio de Sus hijos, pero El hace conscriptos; no desea voluntarios. La obra es Suya, y El es el único que puede originarla legítimamente. La intención humana, por muy buena que sea, nunca puede tomar el lugar de la iniciativa divina. Los deseos fervorosos por la salvación de los pecadores o por la edificación de los santos nunca calificarán a un hombre para la obra de Dios. Un requisito, y solamente uno, es necesario: Dios debe enviarlo. Fue el Espíritu Santo quien dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. Solamente el llamamiento divino puede habilitar para el oficio apostólico. En los gobiernos terrenales no puede haber servicio donde no se haya comisionado, y lo mismo es válido en el gobierno de Dios. La tragedia en la obra cristiana hoy es que muchos obreros sencillamente han ido, no han sido enviados. Es la comisión divina lo que constituye el llamamiento a la obra divina. El deseo personal, las persuasiones amistosas, el consejo de personas mayores que uno, y la urgencia de la oportunidad, todos éstos son factores en el plano natural, y nunca pueden tomar el lugar de un llamamiento espiritual. Eso es algo que debe ser grabado en el espíritu humano por el Espíritu de Dios. Cuando Bernabé y Saulo fueron enviados, el Espíritu primeramente los llamó, y luego los hermanos confirmaron el llamamiento. Los hermanos pueden decir que usted tiene un llamamiento, y las circunstancias parecerán indicarlo, pero la pregunta es, ¿ha oído usted mismo el llamamiento? Si es usted el que ha de ir, entonces usted es el que tiene que oír primero la voz del Espíritu. No nos atrevemos a desatender la opinión de los hermanos, pero su opinión no es sustituto alguno de un llamamiento personal de Dios. Aun si ellos están seguros de que tenemos un llamamiento, y en esa misma seguridad un grupo del pueblo de Dios nos envía alegremente a la obra, si no tenemos nosotros mismos una palabra clara de Dios en nuestro corazón, sobre la base del nuevo pacto, entonces vamos como mensajeros de hombres y no como apóstoles de Dios. Si Dios desea el servicio de algún hijo Suyo, El mismo lo llamará a servirle, y El mismo lo enviará. El primer requisito en la obra divina es un llamamiento divino. Todo depende de esto. Un llamamiento divino le da a Dios Su lugar legítimo, porque lo reconoce a El como quien originó la obra. Donde no hay llamamiento de Dios, la obra emprendida no es de origen divino, y no tiene valor espiritual. La obra divina debe ser comenzada divinamente. Un obrero puede ser llamado directamente por el Espíritu, o indirectamente mediante la lectura de la Palabra, por medio de la predicación, o por las circunstancias; pero cualquiera que sea el medio que Dios utilice para hacer que Su voluntad sea dada a conocer al hombre, Su voz debe ser la que se escucha a través de todas las otras voces; El debe ser el que hable, sin importar el instrumento utilizado para hacer el llamamiento. Nunca debemos ser independientes de los otros miembros del Cuerpo, pero tampoco debemos olvidar que recibimos todas nuestras órdenes de la Cabeza; así que debemos tener cuidado en preservar nuestra independencia espiritual aun mientras cultivamos un espíritu de dependencia mutua entre los miembros. Es erróneo rechazar la opinión de otros obreros bajo el pretexto de hacer la voluntad de Dios, pero a la vez es incorrecto aceptar sus opiniones como un sustituto para las instrucciones directas del Espíritu de Dios. 

SEPARACIÓN DE OBREROS 

Efectivamente, fue el Espíritu Santo quien llamó a Bernabé y a Saulo, pero El dijo a los otros profetas y maestros lo mismo que a ellos: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. El Espíritu Santo habló directamente a los apóstoles, pero también habló indirectamente por medio de los profetas y maestros. Lo que se dijo en privado a los dos fue confirmado públicamente mediante los otros tres. Todos los apóstoles deben tener una revelación personal de la voluntad de Dios, pero hacer que esto sea la única base para su salida no es suficiente. Por un lado, la opinión de otros, por muy espirituales y experimentados que sean, nunca puede ser un sustituto de un llamamiento directo de Dios. Por otro, un llamamiento personal, por muy definido que sea, requiere la confirmación de los miembros representativos del Cuerpo de Cristo en la localidad de la cual salen los obreros. Observemos que el Espíritu Santo no le dijo a la iglesia en Antioquía: “Apartadme a Bernabé y a Saulo”. Fue a los profetas y maestros a los que habló. Que Dios diera a conocer Su voluntad a toda la asamblea no hubiera sido muy práctico. Algunos de sus miembros eran maduros espiritualmente, pero otros apenas eran niñitos en Cristo. Algunos estaban dedicados de todo corazón al Señor, pero es muy dudoso que todos los miembros buscaran al Señor con tanta unicidad de propósito que pudieran diferenciar claramente entre la voluntad de Dios y las ideas de ellos mismos. Por lo tanto, Dios le habló a un grupo representativo en la iglesia, a hombres de experiencia espiritual que estaban totalmente dedicados a lo que a Dios le interesa. Y éste fue el resultado: “Habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron” (Hch. 13:3). La separación de los apóstoles por los profetas y maestros siguió al llamamiento que del Espíritu vino a ellos. El llamamiento fue personal, la separación fue corporativa, y la una no estaba completa sin la otra. Un llamamiento directo de parte de Dios, y una confirmación de ese llamamiento por los profetas y maestros al apartar a aquellos llamados, es la previsión de Dios contra obreros independientes en Su servicio. El llamamiento de un apóstol es el Espíritu Santo hablando directamente al que ha sido llamado. La separación de un apóstol es el Espíritu Santo hablando indirectamente por medio de los colaboradores de aquel que ha sido llamado. Es el Espíritu Santo quien toma la iniciativa tanto en el llamamiento como en la separación de los obreros. Por lo tanto, si los hermanos representantes de cualquier asamblea apartan a hombres para el servicio del Señor, deben preguntarse a sí mismos: “¿Estamos haciendo esto por nuestra propia iniciativa o como representantes del Espíritu de Dios?” Si actúan sin una certeza absoluta de que están actuando de parte del Espíritu Santo, entonces la separación del obrero no tiene valor espiritual. Deben poder decir de cada obrero que envían: “Fue enviado por el Espíritu Santo, no por el hombre”. Ninguna separación de obreros debe hacerse de prisa ni con ligereza. Fue por esta razón que el ayuno y la oración precedieron al envío de Bernabé y Saulo. Cuando Bernabé y Saulo fueron apartados para la obra, hubo oración y ayuno e imposición de manos. La oración y el ayuno no se hicieron meramente en vista de la necesidad inmediata de un discernimiento claro en cuanto a la voluntad de Dios, sino también en vista de la necesidad que vendría cuando de hecho los apóstoles se hubieran ido. Y la imposición de manos no fue hecha a modo de ordenación, pues Bernabé y Saulo ya habían sido ordenados por el Espíritu Santo. Aquí, como en el Antiguo Testamento, la imposición de manos era una expresión de la unidad perfecta de las dos partes representadas. Era como si los tres que enviaban a los dos enviados les dijeran: “Cuando vosotros dos, miembros del Cuerpo de Cristo, vayáis, todos los otros miembros van con vosotros. La ida de vosotros es la nuestra y la obra de vosotros es la nuestra”. La imposición de manos era un testimonio de la unidad del Cuerpo de Cristo. Significaba que los que se quedaban eran uno con los que se iban, y que estaban en pleno acuerdo con ellos; y que al irse, los que se quedaban en la base se comprometían a seguirlos continuamente con interés lleno de oración y comprensión llena de amor. En lo que concierne a todos los enviados, deben poner atención a estos dos aspectos de su separación para el servicio de Dios. Por un lado, debe haber un llamamiento directo de parte de Dios y un reconocimiento personal de ese llamamiento. Por otro, debe haber una confirmación de aquel llamamiento por los miembros representantes del Cuerpo de Cristo. Y en cuanto a todos los responsables del envío de otros, por un lado deben estar en posición de recibir la revelación del Espíritu y de discernir la mente del Señor; por otro, deben poder participar solidariamente en la experiencia de aquellos a quienes ellos, como miembros que representan al Cuerpo de Cristo, envían en el Nombre del Señor. El principio que gobernó el envío de los primeros apóstoles todavía gobierna el envío de todos los apóstoles que verdaderamente son designados por el Espíritu para la obra de Dios. 

LA EXPRESIÓN DEL CUERPO 

¿Sobre qué base apartaron estos profetas y maestros a algunos hombres para que fueran apóstoles, y a quiénes representaban estos profetas y maestros? ¿Por qué ellos, y no toda la iglesia, separaron a esos obreros? ¿Cuál es el significado de tal separación, y cuál es el requisito necesario de parte de aquellos que asumen responsabilidad en el asunto? La primera cosa que debemos comprender es que Dios ha incorporado a todos Sus hijos en un solo Cuerpo. El no reconoce ninguna división de Su pueblo en varias “iglesias” y misiones. El ha planeado que todos los que son de El vivan una vida corporativa, la vida de un cuerpo entre cuyos muchos miembros hay consideración mutua, amor mutuo, y entendimiento mutuo. Además El tiene el propósito de que no sólo la vida, sino también el ministerio de Sus hijos se base en el principio del Cuerpo, de modo que sea un asunto de asistencia mutua, edificación mutua, y servicio mutuo, es decir, para que sea la actividad de los muchos miembros de un cuerpo. Hay dos aspectos del Cuerpo de Cristo: la vida y el ministerio. La primera mitad de Efesios 4 habla del Cuerpo con relación a su ministerio; la segunda mitad habla del Cuerpo con relación a su vida. “De quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (v. 16). Aquí es la obra la que está bajo consideración. Pero en el versículo 25 lo considerado es claramente la vida: “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros”. En el capítulo doce de Romanos vemos cómo los miembros deben preocuparse los unos por los otros, así que, de nuevo, el pensamiento es la manifestación de la vida única. Pero en el capítulo doce de 1 Corintios vemos cómo los miembros deben servir el uno al otro, así que el pensamiento en ese pasaje es la manifestación del ministerio único. Cuando hablamos del único Cuerpo, enfatizamos la unidad de la vida de todos los hijos de Dios. Cuando hablamos de sus muchos miembros, enfatizamos la diversidad de las funciones en esa unidad. La característica de lo anterior es vida; la característica de lo posterior es trabajo. En un cuerpo físico los miembros difieren unos de otros; con todo, funcionan como uno porque comparten una sola vida y tienen la edificación de todo el cuerpo como su única meta. Debido a que el Cuerpo de Cristo tiene estos dos aspectos distintos —la vida y el ministerio— tiene en consecuencia dos diferentes manifestaciones externas. La iglesia en una localidad es usada para expresar la vida del Cuerpo, y los dones en la iglesia son usados para expresar el ministerio de sus miembros. En otras palabras, cada iglesia local debe mantenerse sobre el fundamento del Cuerpo, considerándose a sí misma una expresión de la unidad de la vida del Cuerpo, y de ningún modo debe admitir división, puesto que existe como la manifestación de una vida indivisible. Los diferentes ministros de la iglesia deben asimismo mantenerse sobre la base del Cuerpo, considerándose a sí mismos una expresión de la unidad de sus diversos ministerios. La comunión y la cooperación perfectas deben caracterizar todas sus actividades, porque aunque sus funciones sean variadas, sus ministerios en verdad son uno. Ninguna iglesia local debe dividirse en diferentes sectas, ni debe afiliarse con otras iglesias bajo una denominación, apartándose así de la base del Cuerpo, y ningún grupo de ministros debe unirse para formar una unidad separada, manteniéndose sobre otra base que la del Cuerpo. Toda la obra debe ser ejecutada por ellos como miembros del Cuerpo, y no como miembros de una organización que existe aparte de éste. Un obrero puede emplear sus dones como funcionario de una organización, pero al hacerlo, él se aparta del principio fundamental del Cuerpo. Una lectura superficial de Efesios 4:11-12 podría llevarnos a concluir que los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros funcionaban fuera del Cuerpo, porque fueron dados por el Señor a Su iglesia para edificación de ésta (v. 12). Pero el versículo 16 aclara que no están fuera del Cuerpo para edificarlo; ellos buscan edificarlo desde el interior. Ellos mismos son parte del Cuerpo, y es sólo al tomar su lugar correspondiente en él, como miembros ministrantes, que todo el Cuerpo es edificado. Que las iglesias son la expresión local del Cuerpo de Cristo es un hecho establecido, de manera que no necesitamos ahondar en eso ahora; sin embargo, se requiere alguna explicación sobre los ministros dotados a quienes Dios ha puesto en la iglesia como la expresión del ministerio del Cuerpo. En 1 Corintios 12 Pablo claramente trata la cuestión del servicio cristiano. El compara los obreros a diferentes miembros de un cuerpo y muestra que cada miembro tiene su utilidad específica, y que todos sirven al cuerpo como pertenecientes a él y no distintos de él. En el versículo 27 escribe: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”; y en el siguiente versículo dice: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas”. Un estudio de estos dos versículos aclara que los ministros dotados que se mencionan en el versículo 28 son los miembros mencionados en el versículo 27, y que la iglesia que se menciona en el versículo 28 es el Cuerpo mencionado en el versículo 27; por lo tanto, lo que los ministros son para la iglesia, es lo que los miembros son para el Cuerpo. Ellos ocupan su posición en el Cuerpo por causa de sus funciones (el “oído” y el “olfato” del versículo 17). Los ministros dotados son los miembros del Cuerpo que funcionan, y todas sus operaciones las llevan a cabo como miembros. Ellos son para la iglesia lo que las manos, los pies, la boca, y la cabeza son para el cuerpo físico. Los siervos de Dios no ministran a la iglesia como si estuvieran aparte de ella, sino como sus miembros. Ellos están en el Cuerpo, sirviéndole por el uso de las facultades que ellos, como miembros, poseen. Una iglesia en cualquier localidad es una expresión de la vida única del Cuerpo, mientras que sus ministros son la expresión de la diferencia y a la vez de la unidad de su ministerio. El capítulo doce de 1 Corintios trata el tema del Cuerpo de Cristo, no en el aspecto de su vida sino en el aspecto de su obra. Todo el capítulo se ocupa del asunto del ministerio, y en él se habla de aquel ministerio como el funcionamiento de los diferentes miembros, de lo cual es evidente que en el pensamiento de Dios todo el ministerio se basa en el principio del Cuerpo. El ministerio es la expresión práctica del Cuerpo, una expresión de la diversidad en unidad de sus varios miembros. Por lo tanto, vemos que cuando se expresa el aspecto de vida del Cuerpo de Cristo, allí se tiene una iglesia local; y cuando se expresa el aspecto de la obra, allí se tiene una manifestación de los dones que Dios ha dado a Su iglesia. Al leer 1 Corintios 12:28, uno no puede dejar de sorprenderse por la notable diferencia entre la descripción de los primeros tres dones y los cinco restantes. Pablo, bajo la inspiración del Espíritu, toma especial cuidado al enumerarlos: “primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros”. Los primeros tres están numerados específicamente, pero no el resto; y son marcadamente distintos en su naturaleza así como en su numeración. Ellos son hombres; el resto son cosas. Los tres dones del Señor a Su iglesia mencionados primeramente —apóstoles, profetas y maestros— son distintos de los demás. Ellos son ministros de la Palabra de Dios, y su función, la de edificar el Cuerpo de Cristo, es la función más importante en la iglesia. Ellos son los representantes del ministerio del Cuerpo. La única crónica de las Escrituras en cuanto al envío de apóstoles se encuentra en Hechos 13, y allí vemos que son los profetas y los maestros quienes los apartan para su ministerio. Las Escrituras no proporcionan precedente para la separación y el envío de hombres por uno o más individuos, ni por una misión u organización; aun el envío de obreros por una iglesia local es una cosa desconocida en la Palabra de Dios. El único ejemplo que se nos da es la separación y el envío de apóstoles por los profetas y maestros. ¿Cuál es el significado de esto? En Antioquía los profetas y maestros fueron escogidos por Dios para apartar a Bernabé y a Saulo para Su servicio, porque ellos eran los miembros ministrantes de la iglesia, y esta separación de los apóstoles era cuestión de ministerio más que de vida. Si se hubiera relacionado con la vida, y no específicamente con el servicio, entonces hubiera sido asunto de toda la iglesia local, y no simplemente de sus miembros ministrantes. Pero nótese que, aunque Bernabé y Saulo no fueron apartados para la obra por toda la iglesia, ellos fueron enviados no como representantes de unos cuantos miembros escogidos sino como representantes de todo el Cuerpo. El ser apartados por los profetas y maestros denotaba que ellos no salieron en forma individualista, ni sobre la base de organización alguna, sino sobre el fundamento del ministerio del Cuerpo. El énfasis, como hemos visto, estaba en el ministerio, no en la vida, pero era un ministerio representativo de toda la iglesia, no de una sección de ella en particular. Esto es claramente expresado por la imposición de manos. Como hemos visto, la imposición de manos habla de la unidad (Lv. 1:4), y la única unidad conocida entre los hijos de Dios es la unidad del Cuerpo de Cristo; así que, los profetas y maestros al imponer las manos sobre los apóstoles, se mantenían definitivamente sobre el fundamento del Cuerpo, actuando como sus miembros representativos. Su acción identificaba a toda la iglesia con los apóstoles, e identificaba a los apóstoles con toda la iglesia. Estos profetas y maestros no se mantuvieron sobre una base individual para enviar a los apóstoles como sus representantes personales, ni se apoyaron ellos sobre la base de alguna compañía selecta para enviarlos como representantes de esa compañía en particular; sino que se mantuvieron en el principio del Cuerpo, como sus miembros ministrantes, y apartaron a estos dos para la obra del evangelio. Por su parte los dos, siendo así apartados, salieron, no para representar a ningún individuo en particular ni a ninguna organización en especial, sino para representar al Cuerpo de Cristo, y solamente al Cuerpo de Cristo. Toda obra que es verdaderamente bíblica y verdaderamente espiritual tiene que proceder del Cuerpo y debe ministrar al Cuerpo. El Cuerpo debe ser la base sobre la cual el obrero se mantiene, y solamente ésta debe ser la esfera en la cual él obra. En dos ocasiones distintas Pablo recibió imposición de manos; primeramente cuando creyó en el Señor (Hch. 9:17), luego en la ocasión en consideración, cuando fue enviado de Antioquía. Aquélla expresó su identificación con la vida del Cuerpo; ésta, su identificación con el ministerio del Cuerpo. Aquélla lo declaró miembro del Cuerpo por haber recibido la vida de la Cabeza; ésta lo declaró miembro ministrante, que obraba no como individuo aislado, sino en relación con los otros miembros, como una parte del gran total. Al enviar de Antioquía a Bernabé y a Saulo, los profetas y maestros no representaban una “iglesia” o misión; representaban el ministerio del Cuerpo. Ellos no eran la iglesia entera; solamente eran un grupo de siervos de Dios. Ellos no llevaban ningún nombre especial, no estaban regidos por ninguna organización especial, y no estaban sujetos a reglas establecidas. Sencillamente, ellos se sometieron al control del Espíritu y apartaron a aquellos a quienes El había apartado para la obra a la cual El los había llamado. Ellos mismos no eran el Cuerpo, pero se mantenían sobre el fundamento del Cuerpo, bajo la autoridad de la Cabeza. Bajo esa autoridad, y sobre esa base, ellos apartaron hombres para ser apóstoles; y bajo esa misma autoridad, y sobre el mismo principio, otros pueden hacer lo mismo. La separación de apóstoles sobre este principio significará que los hombres enviados podrán variar, aquellos que los envían podrán ser diferentes, y la hora y el sitio de su envío podrán ser distintos también; pero, puesto que todo está bajo la dirección de la única Cabeza, y sobre la base del único Cuerpo, aún así no habrá división. Si Antioquía envía hombres sobre la base del Cuerpo, y Jerusalén manda hombres sobre la base del Cuerpo, todavía habrá unidad interna a pesar de toda la diversidad externa. Cuán maravilloso seria si no hubiera representantes de diversos cuerpos terrenales, sino únicamente representantes del Cuerpo, el Cuerpo de Cristo. Si millares de iglesias locales, con miles de profetas y maestros, enviara cada una millares de obreros diferentes, habría una diversidad externa enorme, pero con todo, aún podría haber una perfecta unidad interna si todos fueran enviados bajo la dirección de la única Cabeza y sobre el fundamento del único Cuerpo. Que Cristo es la Cabeza de la iglesia es un hecho reconocido, pero ese hecho necesita recalcarse en cuanto al ministerio así como en cuanto a la vida de la iglesia. El ministerio cristiano es el ministerio de toda la iglesia, no simplemente de una sección de ella. Debemos asegurarnos de que nuestra obra no esté sobre una base menor que el Cuerpo de Cristo. De otra manera perdemos a Cristo como Cabeza, porque Cristo no es la Cabeza de ningún sistema, misión, u organización; El es la Cabeza de la iglesia. Si pertenecemos a cualquier organización humana, entonces la autoridad divina de la Cabeza cesa de ser expresada en nuestra obra. En las Escrituras no encontramos rastro alguno de que organizaciones hechas por el hombre envíen hombres a predicar el evangelio. Solamente encontramos representantes del ministerio de la iglesia, bajo la guía del Espíritu y sobre el principio del Cuerpo, enviando a aquellos a quienes el Espíritu ya ha apartado para la obra. Si aquellas personas responsables del envío de los obreros mandaran a éstos, no como sus propios representantes o como representantes de alguna organización sino solamente como representantes del Cuerpo de Cristo, y si aquéllos enviados no se basaran en ninguna “iglesia” o misión en particular, sino únicamente sobre el principio fundamental de la iglesia, entonces no importaría de dónde vinieran los obreros o a qué lugares fuesen, siempre sería posible tener cooperación y unidad, y se evitaría mucha confusión en la obra. 

SUS MOVIMIENTOS 

Después que los apóstoles fueron llamados por el Espíritu y fueron apartados para la obra por los miembros representantes del Cuerpo, ¿qué hicieron ellos? Necesitamos recordar que aquellos que los separaron, solamente expresaron identificación y acuerdo por medio de la imposición de manos; no tenían autoridad para controlar a los apóstoles. Aquellos profetas y maestros en la base de la obra no asumieron ninguna responsabilidad oficial en relación con sus movimientos, sus métodos de trabajo, ni el suministro de sus necesidades financieras. En ninguna parte de las Escrituras encontramos que los apóstoles estén bajo el control de algún individuo o de algún grupo organizado. Ellos no tenían reglamentos a los cuales tenían que ceñirse ni superior alguno que obedecer. El Espíritu Santo los llamó y ellos siguieron Su dirección y guía; sólo El era su director. En los capítulos trece y catorce de Hechos encontramos el primer registro bíblico de los movimientos misioneros. Aunque hoy en día los lugares que visitamos y las condiciones que encontramos sean sumamente diferentes de aquéllos del relato en las Escrituras, sin embargo, en principio la experiencia de los primeros apóstoles bien puede servir como ejemplo para nosotros. Veamos por un momento estos dos capítulos. “Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre. Y llegados a Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan de ayudante. Y habiendo atravesado toda la isla hasta Pafos, hallaron a cierto mago” (13:4-6). Desde el mismo comienzo, un movimiento constante caracterizó a esos enviados. Un verdadero apóstol es uno que viaja, no uno que se establece en un solo lugar. “Habiendo zarpado de Pafos, Pablo y sus compañeros arribaron a Perge de Panfilia; pero Juan, apartándose de ellos, volvió a Jerusalén. Ellos, pasando de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia; y entraron en la sinagoga un día de reposo y se sentaron” (13:13-14). (La Antioquía mencionada aquí no es la misma Antioquía de la cual salieron Bernabé y Saulo en su primer viaje misionero). Los apóstoles estaban constantemente de jira, proclamando la Palabra de Dios por dondequiera que iban, pero nada se nos dice del resultado de su trabajo hasta que llegaron a Antioquía de Pisidia. De aquí en adelante hay un desarrollo definido de la obra. “Y despedida la congregación, muchos de los judíos y de los prosélitos piadosos siguieron a Pablo y a Bernabé, quienes hablándoles, les persuadían a que perseverasen en la gracia de Dios” (13:43). Este es el resultado de un corto período de testimonio en Antioquía de Pisidia: muchos de los judíos y religiosos prosélitos creyeron. Una semana más tarde casi toda la ciudad se reunió para oír la Palabra (v. 44), pero esta respuesta entusiasta por parte del pueblo provocó a celo a los judíos, y ellos se opusieron a los apóstoles (v. 45). En este punto los apóstoles se volvieron a los gentiles (v. 46), “y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (v. 48). El sábado anterior cierta cantidad de judíos había recibido la Palabra de vida. Este sábado cierta cantidad de gentiles creyó en el Señor. Así que no mucho después de la llegada de los apóstoles a Antioquía de Pisidia encontramos allí una iglesia. Pero los apóstoles no argumentaron: “Ahora tenemos aquí un grupo de creyentes. Debemos quedarnos un tiempo para pastorearlos”. Ellos fundaron una iglesia local en Antioquía de Pisidia, pero no se quedaron para edificarla. Continuaron su viaje, predicando la palabra del Señor “por toda aquella provincia” (v. 49). El objetivo de ellos no era una ciudad, sino “toda aquella provincia”. La costumbre moderna de establecerse en un lugar a pastorear un rebaño especial no tiene precedente en la Escritura. Vino después la persecución (v. 50). Los opositores del mensaje del evangelio expulsaron a los apóstoles de sus costas, y ellos contestaron sacudiendo el polvo de sus pies (v. 51). ¡Muchos misioneros actuales no tienen ningún polvo que sacudir de sus pies! Pero aquellos que no se empolvan, carecen de la característica de un apóstol. Los primeros apóstoles nunca se establecían en hogares cómodos, ni se detenían mucho tiempo para pastorear las iglesias que fundaban. Ellos estaban constantemente viajando. Ser un apóstol significa ser un enviado, es decir, estar siempre saliendo. Un apóstol sedentario es una contradicción de términos. Un verdadero apóstol es aquel que en tiempo de persecución siempre tendrá polvo que sacudir de sus pies. ¿Qué efecto tuvo sobre la iglesia naciente esta partida temprana de los apóstoles? Había allí un grupo de nuevos creyentes, apenas niñitos en Cristo, y sus padres en la fe los desamparaban en su infancia. Argumentaron acaso: “¿Por qué se amedrentaron los apóstoles ante la persecución y nos dejaron sólos a hacerle frente a la oposición?” ¿Acaso les rogaron a los apóstoles que se quedaran un tiempo y cuidaran de su bienestar espiritual? ¿Acaso razonaron ellos: “Si vosotros nos dejáis ahora, seremos como ovejas sin pastor. Si ambos no os podéis quedar, con seguridad por lo menos uno puede permanecer y cuidarnos. La persecución es tan intensa que nunca la pasaremos sin vuestra ayuda”. Cuán asombroso es el relato de las Escrituras: “Y los discípulos estaban llenos de gozo, y del Espíritu Santo” (v. 52). No había lamentación entre los discípulos cuando los apóstoles se fueron, sino gran gozo. Los discípulos estaban alegres porque conocían al Señor; y bien podían regocijarse, porque la partida de los apóstoles significaba una oportunidad para que otros escucharan el evangelio. Lo que fue pérdida para ellos fue ganancia para Iconio. Aquellos creyentes no eran como los creyentes de hoy, esperando que un pastor se radique para instruirlos, resolver sus problemas, y protegerlos de aflicción. Y aquellos apóstoles no eran como los apóstoles de hoy; ellos eran pioneros, no pobladores. Ellos no esperaban hasta que los creyentes alcanzaran madurez antes de dejarlos. Se atrevían a abandonarlos en plena infancia, porque creían en el poder de la vida de Dios dentro de ellos. Pero aquellos discípulos no estaban llenos únicamente de gozo; estaban llenos del Espíritu Santo. Los apóstoles podían irse, pero el Espíritu permanecía. Si los apóstoles hubieran permanecido para pastorearlos, no hubiera importado si estuvieran llenos del Espíritu o no. Si hubieran tenido un pastor que les proporcionara luz en cuanto a todos sus problemas, hubieran sentido poca necesidad de la instrucción del Espíritu; y hubieran sentido poca necesidad del poder del Espíritu si hubieran tenido en medio de ellos a uno que tuviese toda la responsabilidad del lado espiritual de la obra mientras ellos atendían el lado secular. En las Escrituras no hay el menor indicio de que los apóstoles deben arraigarse para pastorear a aquellos a quienes ellos han conducido al Señor. Hay pastores en las Escrituras, pero ellos sencillamente son hermanos que Dios ha levantado entre los santos locales para cuidar de sus compañeros en la fe. Una de las razones por la cual tantos conversos hoy en día no están llenos del Espíritu, es que los apóstoles se domicilian en el lugar para pastorearlos y toman sobre sí la responsabilidad que pertenece al Espíritu Santo. Alabemos a Dios porque los apóstoles prosiguieron a Iconio, por cuanto “creyó una gran multitud de judíos, y asimismo de griegos” (14:1). En un corto tiempo “la gente de la ciudad estaba dividida: unos estaban con los judíos, y otros con los apóstoles” (v. 4). Los salvos obviamente eran una gran multitud puesto que su salida de entre los inconversos afectó tan profundamente al lugar que causó una división en la ciudad. Poco después de que los apóstoles salieron de Antioquía de Pisidia, se estableció una iglesia en Iconio, y aquí, como en el lugar anterior, la oposición fue intensa. Los apóstoles bien podrían haber argumentado que el dejar una gran multitud de recién nacidos en Cristo expuestos a una feroz persecución era cruel, y además, una política equivocada. Pero los apóstoles fueron fieles a su llamamiento apostólico, y partieron hacia “Listra y Derbe, ciudades de Licaonia.” (v. 6) ¿Y qué hicieron cuando llegaron a Listra? Como en los demás lugares, aquí también “predicaban el evangelio” (v. 7), y como en los demás sitios, aquí también hubo oposición y persecución (v. 19). Es difícil calcular el número de creyentes en Listra, pero, juzgando por la observación de que los discípulos rodearon a Pablo (v. 20), debe de haber sido por lo menos media docena, y quizás veintenas o hasta centenares. ¡De manera que ahora hay una iglesia en Listra! ¿Acaso se queda Pablo a pastorearlos un tiempo, o los atiende hasta que siquiera se haya apaciguado la ferocidad de la oposición? ¡No! “Al día siguiente, salió con Bernabé para Derbe” (v. 20). Y nuevamente allí la buena nueva es proclamada y se hacen muchos discípulos (v. 21). ¡Así que otra iglesia es formada! Y con la fundación de una iglesia en Derbe se cierra la primera jira misionera de los apóstoles. Repasando estos dos capítulos, notamos que un principio fundamental gobierna los movimientos de los apóstoles. Ellos viajan de lugar en lugar, de acuerdo con la dirección del Espíritu, predicando el evangelio y fundando iglesias. En ningún lado los encontramos arraigándose en algún sitio para pastorear e instruir a los conversos, o para tomar alguna responsabilidad local en las iglesias que fundan. En los días de paz los apóstoles estaban de viaje, y lo mismo acontecía en los días de persecución. “¡Id!” fue la palabra del Señor, e “¡Ir!” fue la consigna de los apóstoles. La característica sobresaliente de un enviado es que siempre está en camino. 

A SU REGRESO 

Pero surge la pregunta: ¿Cómo fueron pastoreados e instruidos estos nuevos conversos? ¿Cómo fueron establecidas las iglesias recién fundadas? Al estudiar la Palabra encontramos que la jira misionera de los apóstoles consistió en un viaje de ida y otro de regreso. En su viaje de ida su interés primordial era fundar iglesias. En su viaje de retorno su ocupación principal era edificarlas. “Y después de anunciar el evangelio a aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (14:21-22). Aquí vemos que Pablo y Bernabé regresan para hacer obra de construcción en las iglesias ya fundadas; pero como antes, en su viaje de ida, así ahora, en el de regreso, nunca se arraigan en un solo lugar. Está claro entonces que los apóstoles no se movían de lugar en lugar simplemente fundando iglesias; también hacían obra definida de construcción. El simple hecho de fundar iglesias sin establecerlas sería como dejar a los niños recién nacidos a sus propios recursos. El punto a notar aquí es que, mientras que la instrucción de los nuevos conversos y la edificación de las iglesias era una parte vital de la obra de los apóstoles, ellos no lo hacían arraigándose en un lugar, sino más bien visitando los lugares donde habían estado antes. Ni en la obra inicial de la predicación del evangelio, ni en su obra subsecuente de establecer las iglesias, se radicaban los apóstoles permanentemente en un solo lugar. Antes de irse de un sitio en donde había sido fundada una iglesia y se había realizado alguna obra de construcción, nombraban ancianos para que tomaran la responsabilidad allí (14:23). Esta es una de las partes más importantes de la obra de un apóstol. (Este asunto será considerado más a fondo en un capítulo posterior). Así trabajaron los primeros apóstoles, y la bendición del Señor reposaba sobre sus labores. Bien haremos si seguimos sus pasos, pero debemos comprender claramente que, aun cuando adoptemos métodos apostólicos, a menos que tengamos una consagración apostólica, una fe apostólica, y poder apostólico, no veremos los resultados apostólicos. No nos atrevemos a menospreciar el valor de los métodos apostólicos —son absolutamente esenciales si vamos a tener frutos apostólicos— pero no debemos pasar por alto la necesidad de la espiritualidad apostólica, y no debemos temer la persecución que recae sobre los apóstoles. 

DE REGRESO A ANTIOQUIA 

“De allí navegaron a Antioquía, desde donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían cumplido. Y habiendo llegado, y reunido a la iglesia, refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos, y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles” (14:26-27). A su regreso a Antioquía los apóstoles “refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos”. Fue desde Antioquía que salieron Pablo y Bernabé, de manera que era justo que a su retorno dieran cuenta de cómo los había tratado el Señor, a aquellos de entre los cuales habían partido. Dar informes de la obra a aquellos que verdaderamente llevan la carga con nosotros es autorizado por la Palabra de Dios. No es solamente permisible, sino necesario, que los hijos de Dios en la base de la obra sean informados de los hechos de Dios en el campo de la obra; pero bien haremos al asegurarnos de que nuestros informes no tengan carácter de propaganda. En la cuestión de informes, debemos evitar, por una parte, toda reticencia fingida así como reservas y exclusividades personales; por otra, debemos evitar cuidadosamente la intervención de cualquier interés personal. En todos los informes de la obra nuestra meta debe ser glorificar a Dios y traer enriquecimiento espiritual a todos que los comparten. Utilizar informes como medio de propaganda, con las miras a una ganancia material, es de una vileza extremada, y es indigno de todo cristiano. Cuando el motivo es el de glorificar a Dios y beneficiar a Sus hijos, pero al mismo tiempo dar a conocer las necesidades de la obra con la intención de recibir ayuda material, todavía dista mucho de ser aceptable al Señor, y es indigno de Sus siervos. Nuestra meta debe ser únicamente que Dios sea glorificado y Sus hijos bendecidos. Si hubiera esta pureza perfecta de motivo en nuestros informes, ¡cuán diferente lenguaje tendrían muchos de ellos! Cada vez que escribamos o hablemos de nuestra obra hagámonos estas preguntas: (1) ¿Estoy dando informes con el fin de obtener publicidad para mí y mi obra? (2) ¿Estoy dando informes con el doble propósito de glorificar al Señor y anunciar la obra? (3) ¿Estoy dando informes con esta sola meta, que Dios sea glorificado y Sus hijos bendecidos? ¡Que el Señor nos dé gracia para informar con motivos no mezclados y con perfecta pureza de corazón!