El nuevo pacto 1952 PDF cap.8 Watchman Nee Audiolibro Book

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LAS CARACTERISTICAS DEL NUEVO PACTO 3: CONOCIMIENTO INTERIOR

CAPÍTULO OCHO

LAS CARACTERÍSTICAS

DEL CONTENIDO DEL NUEVO PACTO

III. EL CONOCIMIENTO INTERIOR

Acerca de las características del contenido del nuevo pacto, ya mencionamos dos aspectos principales. Ciertamente, Dios es propicio a nuestras injusticias y no se acuerda más de nuestros pecados. Ésta es la gracia de Dios dada a nosotros en el nuevo pacto; no obstante, es simplemente el procedimiento por el cual Dios alcanza Su propósito eterno. También es verdad que Dios llega a ser nuestro Dios y nosotros llegamos a ser Su pueblo en la ley de vida. Sin embargo, el nuevo pacto no concluye allí, sino que añade: “Ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos” (He. 8:11). Esto se refiere a un conocimiento más profundo de Dios, es decir, conocer a Dios mismo. Por medio del Espíritu, Dios está llevando a Sus redimidos al punto más alto, es decir, a que lleguen a conocerle. El hecho de que Dios imparta Sus leyes en nuestra mente y las escriba sobre nuestros corazones es simplemente un procedimiento por el cual Dios alcanza Su propósito más profundo, que es, conocer a Dios mismo. Si bien es cierto que tener comunión con Dios es algo que de por sí cumple un fin, al mismo tiempo nuestra comunión con Dios es el procedimiento que Él utiliza para lograr un propósito más profundo: que nosotros conozcamos a Dios mismo. Sabemos que el propósito de Dios es constituirnos consigo mismo a fin de que Él se mezcle completamente con nosotros. Así pues, la característica del nuevo pacto es que el hombre pueda conocer a Dios mismo en la ley de vida y de esta manera cumplir el propósito de Dios.

Oseas 4:6 dice: “Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento”. La falta de conocimiento mencionada en este versículo se refiere a la falta de conocer a Dios mismo. Los hijos de Israel fueron desobedientes al grado que fueron destruidos; esto se debió principalmente al hecho de que no conocían a Dios. Pero, alabado sea Dios, el nuevo pacto tiene esta característica: todo aquel que tiene la vida eterna también conoce a Dios (Jn. 17:3). Hoy en día, la vida eterna cumple la función de conocer a Dios. La característica del nuevo pacto es que Dios nos da revelación y dirección en la ley de vida; Él nos permite adorarle, servirle y tener comunión con Él, a fin de que podamos seguir adelante paso a paso y conocerle más y más. Ahora debemos ver cómo en esta ley de vida podemos conocer a Dios sin que ninguna persona nos enseñe.

LA ENSEÑANZA DE LA UNCIÓN

Hebreos 8:11 dice: “Ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos”. En el texto original, la frase “ninguno enseñará” es muy enfática, refiriéndose a que “de ninguna manera nadie enseñará”. Lo que se menciona aquí coincide con lo dicho en 1 Juan 2:27: “La unción que vosotros recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; pero como Su unción os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, así como ella os ha enseñado, permaneced en Él”.

La razón por la que una persona que tiene la vida de Dios no necesita en absoluto de la enseñanza de otros es porque tiene la unción del Señor que permanece en ella, y ésta le enseña todas las cosas. Éste es un asunto muy práctico. Cuando la Palabra de Dios dice “ninguno”, significa exactamente eso: “ninguno”. La unción del Señor siempre permanece en nosotros. Parece que cuanto mayor es la gracia, más difícil es que creamos; por tanto, la Palabra de Dios dice que esta unción “es verdadera” y luego dice que “no es mentira”. No debemos dudar de la Palabra de Dios simplemente porque nuestra condición espiritual es anormal; lo que Dios dice concuerda con lo que Él cumple. Debemos creer la Palabra de Dios, y también debemos dar gracias a Dios y alabarle.

Para entender correctamente la enseñanza de la unción, necesitamos abarcar las tres funciones del espíritu humano. Hemos dicho anteriormente, que el espíritu del hombre está compuesto de tres partes o funciones, a saber: intuición, comunión y conciencia. Consideremos cada una de ellas.

El espíritu posee la función de la comunión

Es un hecho que cuando fuimos regenerados, nuestro espíritu fue vivificado. Tener un espíritu vivificado es el primer paso para que pueda haber comunión entre Dios y el hombre. Sabemos además que cuando fuimos regenerados el Espíritu Santo vino a morar en nosotros. También sabemos que Dios es Espíritu, y que por esta razón el que le adora debe adorarle en Espíritu y con veracidad. El Espíritu Santo guía al hombre en su espíritu y lo lleva a adorar a Dios y a tener comunión con Dios. Esto muestra la función de la comunión que le corresponde a nuestro espíritu humano.

El espíritu posee la función de la conciencia

Cuando fuimos regenerados, nuestra conciencia fue vivificada. La sangre del Señor Jesús purifica la conciencia, la limpia y hace que tenga un sentir muy agudo. En nuestra conciencia el Espíritu Santo testifica de nuestro comportamiento y nuestro andar. Romanos 8:16 dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu”. Romanos 9:1 dice: “Mi conciencia da testimonio conmigo en el Espíritu Santo”. En 1 Corintios 5:3 se revela que es el espíritu el que juzga, y en 2 Corintios 1:12 dice que nuestra conciencia da testimonio. Todo esto indica que el espíritu posee la función de la conciencia.

Si estamos mal, el Espíritu Santo nos condenará mediante nuestra conciencia. Debemos prestar atención a este hecho: lo que la conciencia condena, Dios también condena. No es posible que la conciencia condene algo y, sin embargo, que Dios lo justifique. Si nuestra conciencia dice que estamos equivocados, entonces estamos equivocados. Puesto que hemos errado, debemos arrepentirnos, confesar y ser limpiados con la sangre preciosa del Señor (1 Jn. 1:9). Si nuestra conciencia es pura y sin ofensa (2 Ti. 1:3; Hch. 24:16), entonces podemos servir a Dios con confianza y sin temor.

El espíritu posee la función de la intuición

Tal como el cuerpo posee ciertos sentidos, el espíritu del hombre también tiene sus sentidos. El sentido del espíritu humano está en la parte más profunda del hombre. Mateo 26:41 nos dice que “el espíritu está dispuesto”. Marcos 2:8 dice: “Conociendo en Su espíritu”. Marcos 8:12 dice que Él estaba “gimiendo profundamente en Su espíritu”. Juan 11:33 dice: “Se indignó en su espíritu”. Hechos 17:16 dice: “Su espíritu fue provocado”. Hechos 18:25 dice: “Siendo ferviente de espíritu”; en Hechos 19:21: “Se propuso en espíritu”; y en Hechos 20:22: “Ligado yo en espíritu”. Luego en 1 Corintios 16:18 dice: “Confortaron mi espíritu”, y en 2 Corintios 7:13 dice: “Su espíritu recibió refrigerio”. Todos estos ejemplos muestran la función de la intuición del espíritu. (Sería correcto decir que los sentidos del espíritu son tantos como los del alma. Por esta razón necesitamos aprender a discernir lo que es del espíritu y lo que es del alma. Solamente cuando hemos pasado por una obra más profunda de la cruz y del Espíritu Santo que podremos conocer lo que es del espíritu y lo que es del alma).

A la intuición la llamamos el sentido del espíritu porque proviene directamente del espíritu. En general, los sentimientos de una persona se manifiestan como una reacción a factores externos, tales como personas, cosas o acontecimientos. Si algo nos causa alegría, nos alegramos; si es algo que causa tristeza, nos sentimos tristes. Esos sentimientos tienen sus causas; por tanto, no les llamamos “intuición”. La intuición de la que hablamos aquí es el sentir que surge directamente desde el interior del hombre, sin que aparentemente haya causa alguna. Por ejemplo, puede ser que nos dispongamos a hacer algo, porque tenemos una razón válida para hacerlo. Nos gustaría hacerlo, así que decidimos realizarlo. Sin embargo, por cierta razón desconocida, tenemos un sentir inexplicable dentro de nosotros, un sentir muy pesado y depresivo. Parece que algo dentro de nosotros se opone a lo que teníamos en mente, a lo que sentíamos en nuestras emociones, o a lo que habíamos decido en nuestra voluntad. Parece que algo por dentro nos dice que no debemos hacerlo. Ésta es la manera en que la intuición nos prohíbe hacer algo.

He aquí otro ejemplo. Quizás tengamos el sentir de que debemos hacer algo para lo cual no hay ninguna razón. Además de que no hay ninguna razón, es contrario a lo que deseamos, y no estamos dispuestos a hacerlo. Sin embargo, al mismo tiempo, por algún motivo que desconocemos, sentimos algo que nos insta, nos compele y nos alienta a hacerlo. Si lo hacemos, nos sentimos muy cómodos. Ésta es la manera en que la intuición nos impulsa a hacer algo.

La unción se halla en la intuición del espíritu

La intuición es el lugar donde la unción nos enseña. El apóstol Juan nos dice: “La unción que vosotros recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; pero como Su unción os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, así como ella os ha enseñado, permaneced en Él” (1 Jn. 2:27). Este versículo muestra claramente cómo la unción del Espíritu Santo nos enseña. El Espíritu Santo mora en nuestro espíritu, y la unción se realiza en la intuición del espíritu.

La unción del Señor nos enseña todas las cosas. Esto indica que el Espíritu Santo nos enseña en la intuición del espíritu y hace que tengamos cierto sentir en nuestro espíritu, como cuando se le aplica ungüento a una persona, y éste le produce cierta sensación en el cuerpo. Cuando hay tal sentir en nuestro espíritu, sabemos lo que el Espíritu Santo nos dice. Necesitamos ver cuál es la diferencia entre conocer y entender. Conocemos en nuestro espíritu, pero entendemos con nuestra mente. Primero se nos da a conocer algo en la intuición del espíritu, y luego nuestra mente es alumbrada para que entendamos lo que conocemos en nuestra intuición. Es en la intuición del espíritu que conocemos la intención del Espíritu Santo, pero es en la mente del alma que entendemos como nos guía el Espíritu Santo.

La unción opera por sí misma y no necesita de ninguna ayuda humana; expresa su propia intención de manera independiente. Opera por sí misma en nuestro espíritu, permitiendo que conozcamos su intención por medio de la intuición. A este conocimiento que nos transmite la intuición es lo que la Biblia llama revelación. La revelación significa que el Espíritu Santo nos muestra la verdadera condición de algo en nuestro espíritu para que la entendamos con claridad. Esta clase de conocimiento es más profundo que la facultad de entender algo con nuestra mente. Debido a que la unción del Señor permanece en nosotros y nos enseña todas las cosas, no necesitamos la enseñanza de los demás en absoluto. La unción nos enseña todas las cosas por medio de la función que realiza la intuición.

El Espíritu Santo se expresa por medio de la intuición del espíritu. La intuición es la capacidad innata de conocer que significa lo que es el mover del Espíritu Santo. Por esta razón, si deseamos hacer la voluntad de Dios, no es necesario preguntarle a otros, ni tampoco es necesario preguntarnos a nosotros mismos; sólo necesitamos seguir la dirección de la intuición. La unción del Señor nos enseña todas las cosas; no hay un caso o una cosa que no nos lo enseñe. Por tanto, nuestra única responsabilidad es recibir la enseñanza de la unción.

Algunos ejemplos

Una vez un hermano relató la siguiente historia. Se trataba de un cristiano que antes de ser salvo bebía mucho. Además, tenía un amigo que también bebía en exceso. Posteriormente, los dos fueron salvos. Un día el menor de ellos invitó al mayor a cenar, y había servido vino sobre la mesa. El mayor dijo: “Puesto que hemos sido salvos, quizás no debemos beber vino”. El más joven respondió: “No importa si sólo tomamos un poco porque es vino de Timoteo, lo cual es algo permitido por las Escrituras”. Luego, le preguntaron a un ministro de la Palabra lo siguiente: “¿Después de que alguien es salvo, puede beber vino de Timoteo?”. El ministro les respondió que él llevaba laborando más de diez años y que nunca había oído hablar del vino de Timoteo. Después de unos días, ellos le fueron a decir al ministro que ya no bebían vino de Timoteo. Cuando él les preguntó si alguien les había dado alguna enseñanza al respecto, ellos dijeron: “No”. Les preguntó si las Escrituras les habían enseñado algo, a lo cual respondieron otra vez que no. Ellos dijeron: “De hecho, las Escrituras dicen que Timoteo tenía que usar un poco de vino, pero nosotros no bebemos, porque hay algo dentro de nosotros que nos lo prohíbe”. Hermanos y hermanas, esta prohibición interior es la prohibición que procede de la ley de vida. La ley de vida es viviente y poderosa, y esta ley no les permitía beber. Debido a que la ley de vida puede hablarnos, obrar en nosotros y darnos un sentir, nosotros debemos respetarla.

Un siervo de Dios dijo que, en cierta ocasión, un hermano vino a verle y le preguntó si debería hacer cierta cosa. Y el siervo de Dios le preguntó: “¿Y tú lo sabes interiormente?”. Cuando se le preguntó esto, inmediatamente contestó: “Lo sé”. Algunos días después volvió para preguntar acerca de otra cosa, y otra vez el siervo de Dios le preguntó: “¿Y tú lo sabes interiormente?”. A esto él respondió: “Oh, sí lo sé, lo sé”. Vino una tercera vez, y la tercera vez le hizo la misma pregunta, y él inmediatamente respondió que sí lo sabía. Aunque en aquel entonces el siervo de Dios no lo expresó verbalmente, se dijo en su corazón: “¿Por qué necesitas tomar el camino más largo? Hay algo dentro de ti que te enseña todas las cosas, y es verdadero y no es mentira”. Ésta es la ley de vida que nos enseña lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer.

El problema, por tanto, es si estamos dispuestos a obedecer esta ley que está dentro de nosotros. La pregunta es, si nuestro corazón se ha vuelto completamente a Dios o no. Si nuestro corazón se vuelve completamente a Dios, entonces no necesitamos que otros nos enseñen, porque hay algo en nosotros que es viviente y verdadero, lo cual nos enseñará todo. Esto es algo que todos los hijos de Dios experimentan, algunos más que otros, pero todos, al menos de algún modo, hemos experimentado esta ley de vida dentro de nosotros. Esta ley verdaderamente se mueve en nosotros y nos habla, y no necesita de la enseñanza del hombre.

He aquí otro ejemplo. Había un hermano cristiano a quien le gustaba dar hospitalidad a los creyentes, especialmente a los ministros. Si él se encontraba con un ministro, lo invitaba a cenar o le daba algún obsequio. En una ocasión, él estaba escuchando la predicación de un ministro en cierto lugar, pero lo que este hombre predicaba no correspondía con las Escrituras, porque no confesaba que Jesucristo había venido en carne. Mientras este hermano le escuchaba, por una parte se sentía incómodo, pero, por otra, según su costumbre, él deseaba saludar al ministro y hablarle un poco. Estaba a punto de saludarle cuando percibió algo en su interior que se lo prohibía. Titubeó por un minuto, pero finalmente se dio por vencido y se fue a casa. Este cristiano ignoraba que en 2 Juan 7-10 dice que algunos se llaman ministros de Cristo y, sin embargo, no confiesan que Jesucristo vino en carne. Él no sabía que a tales personas no se las debe saludar ni invitarlas a nuestra casa, pero la vida dentro de él le dijo exactamente eso. Esto significa que, si bien no es necesario en absoluto que otros nos enseñen, aun así podemos saber. Ésta es la característica del nuevo pacto.

¿Por qué entonces las Escrituras nos hablan de enseñanza?

Sin duda alguien hará la siguiente pregunta: ¿Por qué entonces las Escrituras hablan en muchos lugares acerca de enseñanzas? Por ejemplo, Pablo dijo: “Por esto mismo os he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Señor, el cual os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño en todas partes, en todas las iglesias” (1 Co. 4:17). Él también dijo: “Pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi mente, para instruir también a otros” (14:19). Hay muchos otros pasajes que también hablan de enseñanza, como Colosenses 1:28; 2:22; 3:16; 1 Timoteo 2:7; 3:2; 4:11, 13; 5:17; y 2 Timoteo 2:2, 24; 3:16. ¿Cómo se explican tales pasajes? Para responder a esta pregunta debemos comenzar desde nuestra experiencia y después ver lo que dicen las Escrituras.

El hablar ha estado ocurriendo primeramente en nuestro interior

La unción del Señor en verdad nos está enseñando interiormente. La dificultad radica en que no podemos oír. Hermanos y hermanas, debemos darnos cuenta de lo débiles que somos. Somos tan débiles que continuamos sin escuchar a Dios, aunque nos haya hablado una, dos, cinco, diez veces y hasta veinte veces. A veces oímos, pero fingimos no haberlo oído. Sí entendemos, pero fingimos que no hemos entendido. Nuestra debilidad más grande delante de Dios está en el asunto de escuchar. El Señor dijo: “El que tiene oído, oiga” (Ap. 2:7a). En cada una de las siete epístolas de Apocalipsis se repite: “El que tiene oído, oiga”. Las Escrituras consideran que escuchar es un asunto de gran importancia.

Cuando los discípulos le preguntaron al Señor Jesús la razón por la qué le hablaba a las personas en parábolas, les respondió: “Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden” (Mt. 13:13). El Señor Jesús también citó Isaías 6:9-10 diciendo: “De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis. Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos han oído pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y Yo los sane” (Mt. 13:14-15). Estos versículos nos muestran que el problema no se debe a que no haya algo en el hombre que le enseñe o le hable interiormente, sino que el hombre a propósito no oye.

Así pues, muchas veces el problema no es que Dios no haya hablado o que no le hable al hombre interiormente, sino que el hombre se rehúsa a oír. Dios nos habla una vez, dos veces, cinco veces e incluso diez veces; sin embargo, aun así no oímos. Puesto que no queremos oír, no podemos oír. Puesto que no oímos, simplemente dejamos de oír. Job 33:14 dice: “Aunque lo cierto es quede una u otra manera habla Dios, / pero el hombre no lo entiende”. Ésta es exactamente la situación de algunos de los hijos de Dios.

Aquellos que tienen problemas en su mente, los que son subjetivos, los que son obstinados y actúan conforme a su manera, y los que son conservadores, son personas que no oyen fácilmente. Así que, cada vez que no oigamos la voz de Dios y no tengamos la enseñanza de la unción, necesitamos percatarnos de que algo está mal con nosotros; debemos de tener algún problema. La dificultad nunca proviene del lado de Dios, sino siempre de nuestro lado. Pero alabado sea el Señor, porque Él en Su paciencia continúa hablándole al hombre. Job 33:15-16 dice: “Por sueños, en visión nocturna, / cuando el sueño cae sobre los hombres, / cuando se duermen en el lecho, entonces se revela él al oído del hombre / y le confirma su instrucción”. Si no le oímos, Él incluso usará visiones y sueños a fin de enseñarnos. Por tanto, no es cuestión de que Dios no nos haya dicho nada; antes bien, Dios nos habla mucho. La dificultad yace en que el hombre no escucha mucho.

Se nos repite externamente

Cuando leemos las Epístolas del Nuevo Testamento, nos damos cuenta que muchas de las enseñanzas se repiten. Se han repetido debido a algunas dificultades que existían en la iglesia. En las Epístolas del Nuevo Testamento con frecuencia encontramos la frase: “¿O ignoráis?”. Tal frase aparece en Romanos 6:3, 16; 1 Corintios 3:16; 5:6; 6:2-3, 9, 15-16, 19; y Jacobo 4:4. “O ignoráis” significa que aunque habíamos oído algo y lo sabíamos interiormente, no le hicimos caso; sencillamente lo pasamos por alto. Por tanto, Dios dice a través de las Escrituras: “¿O ignoráis?”. Las Escrituras no reemplazan el hablar de la unción interior, sino que simplemente repiten lo que la unción ya dijo. Puesto que espiritualmente estamos enfermos y somos anormales, y dado que hacemos caso omiso de lo que se nos enseña interiormente, el Señor, por medio de Su siervo, usa las palabras de las Escrituras, repitiendo externamente lo que la unción interior ya nos había hablado. La unción del Señor nos enseña las cosas internamente, así que debemos comenzar a oír lo que está dentro de nosotros. Debemos ver que la enseñanza interior y la enseñanza externa, se benefician entre sí. La enseñanza externa; sin embargo, no debe sustituir la interior. El hablar que percibimos interiormente es viviente y es de vida. Ésta es la característica del nuevo pacto. Todos los que pertenecen a Dios deben prestar atención a este asunto.

Aquí debemos decir algunas palabras a los hermanos y hermanas a manera de recordatorio. Cuando ayudamos a otros, nunca debemos darles los “Diez Mandamientos”. Tampoco debemos enseñarles subjetivamente para que hagan esto o dejen de hacer aquello. No debemos hablarles sobre la voluntad de Dios a individuos de la manera en que lo hicieron los profetas en el Antiguo Testamento. La razón es que en el Nuevo Testamento los profetas son exclusivamente para la iglesia y no para individuos. Un profeta de la época del Nuevo Testamento sólo puede indicar cuál es la voluntad que Dios ordenó como un principio a seguir; no debe indicar cuál es la voluntad de Dios para el individuo. Todos nosotros, los que pertenecemos a Dios, debemos aprender a recibir la enseñanza de la unción internamente; de lo contrario, no es el nuevo pacto. De este modo sólo debemos confirmar lo que Dios ya ha hablado en el hombre. Lo único que podemos hacer es repetir lo que Dios nos ha enseñado interiormente. Ir más allá de esto sería ir por encima del nuevo pacto. Por otra parte, debemos recibir humildemente la enseñanza de los que nos enseñan en el Señor. Sin embargo, la enseñanza que recibimos también tiene que ser la enseñanza de la unción que está dentro de nosotros; de lo contrario, no es el nuevo pacto. Debemos recordar que la letra mata; sólo el Espíritu vivifica (2 Co. 3:6).

La mente debe ser renovada

La unción del Señor permanece en la intuición de nuestro espíritu y nos enseña todas las cosas, pero a veces nuestra mente no puede entender el sentir que está en nuestro espíritu. Por esta razón es necesario que nuestra mente sea renovada. Sólo así podremos entender lo que nos está enseñando la unción. Romanos 12:2 nos muestra que primero la mente debe ser renovada y transformada, y luego nosotros podremos comprobar cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable y lo perfecto. Colosenses 1:9 nos muestra que primero debemos tener un entendimiento espiritual y entonces, seremos llenos del pleno conocimiento de la voluntad de Dios. Por tanto, la renovación de la mente es esencial. Si nuestra mente no es renovada, no podremos conocer ni entender la enseñanza de la unción. Por otra parte, si nuestra mente no es renovada, consideraremos aquellos pensamientos repentinos que llegan a nuestra mente como relámpagos como si fueran el guiar del Señor para nosotros. También estimaremos como la voluntad del Señor aquellas ideas infundadas y las teorías vanas. Consideraremos las visiones y los sueños que carecen de sentido y de valor como las palabras que el Señor nos ha dado y como la revelación que Él nos ha mostrado. Todo esto nos perjudica y no es provechoso.

Admitimos y creemos que el Señor a veces abre nuestros oídos valiéndose de visiones y sueños, como se menciona en Job 33:15-16, pero no aceptamos ni creemos que los pensamientos confusos, o visiones y sueños que carecen de sentido y de valor, provengan del Señor. Por tanto, a fin de entender la enseñanza de la unción es crucial que nuestra mente sea renovada. Ahora la pregunta es: ¿Cómo puede ser renovada la mente? Tito 3:5 habla de la renovación que efectúa el Espíritu Santo. Romanos 12:1-2 expresa claramente que primero debemos presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo y entonces podemos ser transformados por medio de la renovación de nuestra mente. Con esto vemos que la renovación de la mente se basa en la consagración. Efesios 4:22-23 nos muestra que a fin de ser renovados en el espíritu de nuestra mente, primero debemos, en nuestra experiencia, despojarnos del viejo hombre con respecto a nuestra pasada manera de vivir. Esto muestra que la renovación de nuestra mente se efectúa a través de la cruz. Efesios 4:23 dice: “Os renováis en el espíritu de vuestra mente”. Es claro, por tanto, que el proceso de renovación empieza a partir de nuestro espíritu y luego se extiende a la mente. Dijimos anteriormente que la obra del Espíritu Santo empieza desde el centro y se extiende a la circunferencia. Si existe un problema en el corazón, que es la parte más profunda del hombre, y no es confrontado, entonces es imposible que su mente sea renovada. Por tanto, el Espíritu Santo primero renueva el espíritu de la mente y después renueva la mente.

En resumen, debido a que somos constreñidos por Dios, presentamos nuestros cuerpos en sacrificio vivo. Después, el Espíritu Santo, por medio de la cruz, nos lleva a la experiencia en la cual ejercitamos nuestra voluntad para despojarnos del viejo hombre con su pasada manera de vivir, de tal modo que Su vida logre entrar más plenamente en nuestro ser a fin de que nuestro espíritu sea renovado y nuestra mente también sea renovada. La renovación es una obra prolongada y continua del Espíritu Santo. Cuando llegamos a este punto, necesitamos dar gracias a Dios y alabarle, pues todo es obra de Su gracia. No tenemos nada más que hacer excepto recibir Su gracia, alabarle y darle gracias. Repetimos, la unción del Señor está en nosotros, enseñándonos todas las cosas. Éste es un asunto verdadero y definitivo. La ley de vida que está en nosotros no necesita la enseñanza de ningún hombre. Esto no es una exageración; las Escrituras lo han dicho así. Por otra parte, necesitamos estar prevenidos para no ser engañados y caer en extremos. Necesitamos corroborar el sentir que hay en nuestro interior con las palabras de las Escrituras.

Comprobar nuestro sentir interior mediante las Escrituras

El Espíritu Santo es el Espíritu de realidad (Jn. 14:17). Él nos guía a toda la realidad (16:13). Por tanto, si nuestro sentir interior proviene del Espíritu Santo, este sentir debe corresponder con lo que dicen las Escrituras. Si nuestro sentir interior no corresponde con las palabras de las Escrituras, ese sentir es inexacto. Sabemos que el sentir interior es viviente, y también sabemos que las Escrituras por fuera son exactas. Si únicamente contamos con las palabras de las Escrituras, en ellas encontraremos exactitud y seguridad, pero no encontraremos vida. Por otra parte, si únicamente tenemos el sentir interior, éste puede ser viviente, pero no es exacto, viviente ni seguro. Nuestra experiencia debe ser como un tren cuyo poder se halla dentro de la locomotora y cuyas vías están por fuera. Si solamente están los rieles por fuera, y la locomotora carece de poder, el tren no se moverá; por otra parte, si sólo cuenta con el poder de la locomotora y por fuera no hay rieles, el tren correrá sin control y tendrá un accidente. Las Escrituras nos muestran que cuando los israelitas salieron de Egipto, tenían como guía una columna de nube por el día y una columna de fuego por la noche. Cuando nuestra condición espiritual es normal, andaremos a plena luz del día, pero nuestra condición espiritual no siempre es así. Las Escrituras también nos dicen que la Palabra de Dios es lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino (Sal. 119:105). Si no hubiera noche, la lámpara y la lumbrera no serían necesarias. Cuando resplandecemos interiormente, nuestro sentir interior es claro y seguro, pero cuando estamos internamente en tinieblas, nuestro sentir interior es vago e incierto. Entonces, debemos usar las palabras de las Escrituras para verificar nuestro sentir interior.

La vida más la verdad es igual al poder verdadero. La vida y la verdad producen una fuerza segura. Necesitamos andar sobre el camino seguro de la vida y la verdad. Cada acción, cada pensamiento y cada decisión deben ser verificados con las palabras de las Escrituras, a fin de que podamos avanzar sin descarriarnos.

Dos maneras de conocer a Dios

Leamos nuevamente Hebreos 8:11: “Ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos”. Este versículo nos dice que nosotros, el pueblo de Dios en la ley de vida, podemos conocer a Dios sin ninguna enseñanza de hombre. En este versículo se usa la palabra conocer dos veces. La primera vez se dice que los hombres se enseñen unos a otros a conocer al Señor. La segunda vez se refiere a que todos, desde el menor hasta el mayor, conocerán al Señor. El primer uso de la palabra conocer se refiere al conocimiento común; el segundo uso se refiere al conocimiento de la intuición. El conocimiento común es el conocimiento objetivo o exterior, mientras que el conocimiento intuitivo es el conocimiento subjetivo o interior.

Veamos un ejemplo en cuanto a la diferencia que existe entre el conocimiento ordinario y el conocimiento intuitivo. Supongamos que tenemos frente a nosotros azúcar y sal. Ambos tienen casi el mismo aspecto. Ambos son de color blanco y son de textura fina, pero si los ponemos en nuestra boca, conoceremos cuál es el azúcar y cuál es la sal. El azúcar tiene el sabor del azúcar, y la sal sabe a sal. Aunque podamos usar nuestros ojos para distinguir el azúcar de la sal exteriormente, no es tan exacto como gustarlos con la lengua.

Sucede lo mismo con el conocimiento de Dios. El conocimiento externo sólo es un conocimiento común, pero el conocimiento interior es el conocimiento exacto. Cuando Dios nos hace probarlo a Él mismo, experimentamos una alegría inefable. En Salmos 34:8 dice: “Gustad y ved que es bueno Jehová”. ¡Qué maravilloso! ¡Podemos gustar a Dios! Hebreos 6:4-5 dice: “…Los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero”. Esto nos muestra que es necesario gustar de las cosas espirituales. Gracias a Dios que la característica del nuevo pacto es que no sólo nos permite gustar de las cosas espirituales, sino que incluso nos permite gustar a Dios mismo. ¡Qué gran bendición y qué gran gloria es eso!

Tres pasos para conocer a Dios

Según las Escrituras, el conocer a Dios puede dividirse en tres pasos. En Salmos 103:7 dice: “Sus caminos notificó a Moisés, / y a los hijos de Israel Sus obras.”. La palabra caminos en este versículo es la misma palabra que se usa en Isaías 55:8. Los israelitas sólo conocían los hechos que Dios realizó, pero Moisés conocía los caminos de Dios. Es evidente que el conocimiento que tenía Moisés de Dios era más avanzado que el que tenían los hijos de Israel. Pero el conocimiento de la intuición, al cual se hace referencia en Hebreos 8:11, es más avanzado que conocer los caminos de Dios. El conocimiento de la intuición consiste en conocer la naturaleza de Dios, en conocer a Dios mismo. Si leemos juntos estos dos versículos de las Escrituras, podemos ver que conocer a Dios es una acción que realizamos en tres pasos. En la primera etapa conocemos los hechos que Dios realizó; en la segunda etapa conocemos los caminos de Dios; y en la tercera etapa conocemos a Dios mismo. Conocer los hechos y los caminos de Dios sólo es una clase de conocimiento externo, pero conocer la naturaleza de Dios de forma interior y conocer a Dios mismo es un conocimiento más profundo y es el más valioso. Ahora veamos estos tres pasos separadamente.

Conocer los hechos de Dios

Conocer lo que Dios ha hecho significa conocer los milagros y las maravillas que Él hizo. Cuando los hijos de Israel estaban en la tierra de Egipto, por ejemplo, presenciaron las diez plagas que Dios envió (Éx. 7—11). Otro ejemplo es cuando vieron cómo Dios envió el gran viento del este, e hizo que el agua del mar Rojo se retirara en una noche, de tal modo que las aguas se dividieron y el mar se convirtió en tierra seca (14:21). Otros dos ejemplos son la manera en que los hijos de Israel obtuvieron agua viva de la roca que fue herida en el desierto (17:6), y el maná que diariamente descendía del cielo (16:35). Todos estos actos son hechos que Dios realizó. De igual manera, la alimentación de los cinco mil con cinco panes y dos pescados (Jn. 6:9-12), y los ciegos que recibieron la vista, los cojos que andaron, los leprosos que fueron limpiados, los sordos que oyeron y los muertos que fueron resucitados (Mt. 11:5), todos son hechos que Dios realizó. Hoy en día Dios ha sanado a algunas personas, o las ha protegido en contra peligros durante un viaje. Éstos son hechos que Dios ha realizado. Ahora bien, si únicamente conocemos los hechos de Dios, no se nos puede considerar como los que conocemos a Dios; esta clase de conocimiento es superficial y externo.

Conocer los caminos de Dios

Conocer los caminos de Dios significa conocer el principio mediante el cual Dios hace las cosas. Por ejemplo, cuando Abraham oró por Sodoma, él oró tomando la posición del lado de la justicia de Dios. Él sabía que Dios era un Dios justo, y Él no podría actuar en contra de Su justicia. Esto significa que Abraham conocía la manera en que Dios hace las cosas. Se puede ver otro ejemplo en el incidente donde Moisés vio la manifestación de la gloria de Jehová, y le dijo a Aarón: “Toma el incensario, pon en él fuego del altar y échale incienso; vete enseguida adonde está la congregación, y haz expiación por ellos, porque el furor ha salido de la presencia de Jehová y la mortandad ha comenzado” (Nm. 16:46). Esto significa que Moisés conocía los caminos de Dios. Él sabía que si el hombre actuaba de cierta manera, entonces Dios respondería de cierta manera.

Samuel le dijo a Saúl: “Mejor es obedecer que sacrificar; / prestar atención mejor es que la grasa de los carneros” (1 S. 15:22). Esto hace referencia a conocer los caminos de Dios. Otro ejemplo es cuando David se negó a ofrecer holocaustos que no le costaran nada (2 S. 24:24). Esto también se refiere a conocer los caminos de Dios.

Conocer a Dios mismo

Conocer la naturaleza de Dios significa conocer a Dios mismo. Se mencionó anteriormente que cada clase de vida posee sus propias características. Los peces poseen las características de los peces y las aves poseen las características de las aves. La vida de Dios también tiene su característica. Esta característica es la naturaleza de Dios, la cual consiste en bondad, justicia (Sal. 25:8; 86:5; Mt. 19:17) y santidad (Hch 3:14; 2 Co. 1:12). Esta naturaleza expresa a Dios mismo por medio de la luz. Cuando nacemos de nuevo, obtenemos la vida de Dios y recibimos la naturaleza de Dios. Al tocar Su naturaleza en nosotros, también tocamos a Dios mismo en nosotros. Esto es conocer a Dios mismo. Por ejemplo, si hemos cometido algún pecado, tendremos un sentir en nuestra conciencia que nos exige tomar medidas al respecto, y sólo si tratamos con ese pecado, podemos estar en paz. Sin embargo, en nuestro interior existe un sentir santo, un sentir que es aún más profundo que la conciencia. En lo más profundo de nosotros sentimos repugnancia y odio hacia el pecado mismo. Esta clase de odio proviene de la naturaleza santa de Dios. Cuando el hombre toca a Dios mismo, el conocimiento que tiene de la santidad de Dios excede toda expresión humana. A veces el sentir que tenemos es igual al de Job: “De oídas te conocía, / mas ahora mis ojos te ven. / Por eso me aborrezco / y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5-6).

Bajo la luz del sol brillante incluso el polvo queda al descubierto. De la misma manera, nuestro inmundicia siempre queda al descubierto ante la presencia de la santidad de Dios. No es de extrañar que cuando Pedro se encontró con el Señor mismo, cayó a los pies del Señor diciendo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lc. 5:8). Muchas veces, cuando decimos o hacemos algo, aunque nuestra conciencia no nos condena, aun así hay un sentir dentro de nosotros que nos molesta, un sentir que no dice “amén”. Éste es el sentir que proviene de la naturaleza de la vida de Dios y excede la sensibilidad de la conciencia. Si hemos aprendido esto y estamos dispuestos a obedecer, entonces en esas ocasiones podremos tocar a Dios mismo. En esas ocasiones conoceremos a Dios mismo.

Pablo les dijo a los creyentes corintios: “Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y exhortamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todas las cosas” (1 Co. 4:12-13). Esto muestra que no sólo la vida de Dios es así, sino también muestra que la naturaleza de esta vida es así. Cuando Pablo tocó la naturaleza de Dios, él tocó a Dios mismo. En ese momento él conoció a Dios mismo.

La siguiente es una historia verdadera. Había dos hermanos cristianos que eran granjeros y sembraban arroz en sus campos. Los campos estaban situados en la falda de una colina. Todos los días los hermanos tenían que bombear con sus pies el agua que llegaba a los campos, y todos los días descubrían que el granjero cuyos plantíos estaban ubicados más abajo que los suyos se valía siempre de maneras ingeniosas para hacer que el agua se desviara de los arrozales y penetrara en sus plantíos, campo abajo. Por siete u ocho días soportaron esto sin decir ni una palabra, pero no tenían gozo interior. Después, fueron a tener comunión con un hermano que era un siervo del Señor. Él les dijo: “No es suficiente que ustedes únicamente soporten la situación. Ustedes primero, deben ir al campo de aquel que les robó el agua para regarlo, y después bombeen el agua para sus propios campos”. Los dos hermanos regresaron a sus campos e hicieron tal y como él les había dicho. Fue extraño: cuanto más hacían eso, más felices se sentían. Como resultado, el que les robaba el agua fue conmovido; no sólo dejó de robarles el agua, sino que vino a disculparse con ellos. La razón por la que ellos pudieron hacer eso, y hacerlo de manera tan espontánea, se debía a que procedieron según la naturaleza de Dios. De lo contrario, si lo hubieran hecho sólo de una manera externa, interiormente aún tendrían la sensación de que estaban siendo agraviados y, más adelante, continuarían sintiéndose molestos. Sólo aquello que hacemos de acuerdo con la naturaleza de Dios nos hace sentirnos cómodos interiormente. Cuanto más hagamos las cosas de esta manera, más alabaremos a Dios y más conoceremos a Dios mismo.

Conocer a Dios en nuestra intuición

Conocer a Dios mismo es la bendición más grande y la gloria más grande del nuevo pacto. No podemos conocer a Dios mismo por medio de la carne, sino sólo por medio de la intuición. Veamos lo que dicen las Escrituras acerca de conocer a Dios en nuestra intuición. Juan 17:3 dice: “Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo”. Este versículo nos dice que todo aquel que tiene vida eterna conoce a Dios y al Señor Jesús. Es decir, cuando un hombre recibe la vida eterna, él recibe la habilidad de conocer a Dios en la intuición, lo cual no tenía antes. Esta vida eterna tiene una función que le permite al hombre conocer a Dios. Conocemos a Dios, Aquel que ha sido dado a conocer por nosotros, por medio de la vida interior. No somos como aquella gente de Atenas que, usando la razón y la inferencia, adoraban a un Dios desconocido (Hch. 17:23). Por tanto, si alguien dice que tiene vida eterna pero nunca ha conocido a Dios, entonces su afirmación de que tiene vida eterna es dudosa; sólo es de la letra. En un sentido más estricto, esta clase de persona no tiene vida eterna. Si deseamos conocer a Dios, debemos primero tener vida eterna.

En 1 Corintios 2:11-12 dice: “Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Pero nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha dado por Su gracia”. Este versículo nos dice que es el Espíritu Santo, quien está en nuestro espíritu, el que nos permite conocer las cosas de Dios. Las cosas de Dios no se pueden conocer por medio de la mente del hombre; el hombre no puede entenderlas por medio de sus razonamientos, ni puede comprenderlas con su propia sabiduría. Por tanto, las Escrituras dicen: “El hombre anímico no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son necedad, y no las puede entender” (2:14).

Efesios 1:17-18 dice: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de Él, para que, alumbrados los ojos de vuestro corazón, sepáis…”. Estos versículos nos dicen que el apóstol oró por los creyentes de Éfeso que habían sido regenerados, para que recibieran un espíritu de sabiduría y de revelación, y para que tuvieran el pleno conocimiento de Dios en su intuición. Es difícil decir si este espíritu de sabiduría y de revelación es una función que había estado velada en el espíritu del creyente, y la cual sería sacada a la luz por Dios mediante la oración, o si el Espíritu Santo hace que el creyente reciba de nuevo sabiduría y revelación en su espíritu por medio de la oración; en cualquier caso, este espíritu de sabiduría y de revelación permite que el creyente reciba el pleno conocimiento de Dios. Nuestra intuición necesita sabiduría y revelación. Necesitamos sabiduría para distinguir lo que proviene de Dios y lo que proviene de nosotros mismos. Necesitamos sabiduría para conocer a los falsos apóstoles y los falsos ángeles de luz (2 Co. 11:13-14). Cuando Dios nos da sabiduría, no se la transmite a nuestra mente sino a nuestro espíritu. Dios quiere que haya sabiduría en nuestra intuición, y es por medio de la intuición que Él desea guiarnos en el camino de la sabiduría. Para conocer verdaderamente a Dios , necesitamos revelación. El espíritu de revelación significa que Dios se mueve en nuestro espíritu y capacita a nuestra intuición conocer lo que Dios se ha propuesto y conocer Su mover. Es sólo al recibir la revelación en nuestro espíritu que podemos tener el pleno conocimiento de Dios.

Cuando Dios nos da el espíritu de sabiduría y de revelación, Él no solamente nos hace aptos para tener el pleno conocimiento de Él en nuestra intuición, sino que también alumbra los ojos de nuestro corazón. Aquí los ojos de nuestro corazón se refiere a nuestro entendimiento, es decir, nuestra dianoia, como se menciona en Efesios 4:18, la cual es sencillamente la facultad de percepción y entendimiento. En Efesios 1:17-18 se mencionan dos conocimientos. El primero es el conocimiento que proviene de la intuición, mientras que el segundo es el conocimiento o entendimiento que proviene de la mente. El espíritu de revelación se encuentra en la parte más profunda de nuestro ser. Dios se revela a Sí mismo en nuestro espíritu a fin de que mediante la intuición podamos tener el pleno conocimiento de Él. Este conocimiento únicamente se percibe en la intuición: sólo el hombre interior tiene este conocimiento; el hombre exterior no lo tiene. Nuestro espíritu aún necesita alumbrar nuestra mente y llenarla de luz, a fin de que nuestra mente pueda entender la intención del espíritu, y de este modo nuestro hombre exterior también reciba ese conocimiento. Por tanto, la revelación se recibe primero en el espíritu, y luego llega a la mente. La revelación acontece en la intuición del espíritu, mientras que la iluminación ocurre en la mente del alma. En la intuición, conocemos las cosas al percibirlas; mientras que en la mente las entendemos al verlas. Así que, Dios nos da el espíritu de sabiduría y de revelación, a fin de que verdaderamente podamos conocerle y entenderle.

Colosenses 1:9-10 dice: “Que seáis llenos del pleno conocimiento de Su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo por el pleno conocimiento de Dios”. Este pasaje nos muestra que necesitamos tener sabiduría e inteligencia espiritual a fin de conocer la voluntad de Dios, para hacer las cosas que le son agradables y para tener el pleno conocimiento de Él. Hemos visto que es Dios quien nos da la sabiduría espiritual en nuestro espíritu, pero al mismo tiempo debemos también tener el entendimiento espiritual para entender la revelación que Dios nos da en la intuición de nuestro espíritu. Por una parte, la intuición del espíritu nos permite conocer el mover de Dios y, por otra, el entendimiento espiritual nos permite conocer el significado de este mover que percibimos en nuestro espíritu. Si en todas las cosas buscamos la voluntad de Dios en nuestro espíritu, el resultado será que conoceremos a Dios más y más. Creceremos por el pleno conocimiento de Dios. Esto hará que nuestra intuición crezca indefinidamente. El crecimiento de la intuición es simplemente el crecimiento de la vida en nosotros. Cuanto más crece la vida, más seremos ocupados por Dios. Por tanto, debemos cooperar con el mover de la ley de vida y entrenar a nuestro espíritu a fin de conocer a Dios de una manera más profunda. Lo que necesitamos es el pleno conocimiento de Él. Debemos pedirle a Dios que nos dé un espíritu de sabiduría y de revelación, y que nos dé inteligencia espiritual a fin de que día a día crezcamos mediante el pleno conocimiento de Dios.

Mateo 5:8 dice: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios”. Aquí vemos otra vez el asunto del corazón. Si nuestro corazón es puro y no es de doble ánimo, como se menciona en Jacobo 4:8, veremos a Dios. Si nuestro corazón desea y codicia otras cosas aparte de Dios mismo, tendremos un velo en nuestro interior; entonces nuestra percepción de Dios será algo borrosa. Por tanto, siempre que nos sintamos nublados internamente, lo más importante que debemos hacer es pedirle a Dios que nos muestre si nuestro corazón es puro o no.

El Señor Jesús dijo: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn. 14:23). Este versículo nos dice que si amamos y obedecemos al Señor, Dios hará morada con nosotros. Dios nos dará el sentir de Su presencia. Esto corresponde con 1 Juan 2:27 donde se nos dice que debemos permanecer en el Señor según la enseñanza de la unción. Esto significa que cuando andamos según la enseñanza de la unción, guardamos la palabra del Señor; entonces permanecemos en el Señor y Dios hará morada con nosotros. Esta obediencia es un resultado de nuestro amor hacia Dios, y no de la coerción de los demás.

El hermano Lawrence dijo que si nuestro corazón ha de conocer a Dios en cualquier medida, sólo lo podremos hacer por medio del amor. Él también dijo que los placeres del corazón del hombre son diferentes de sus sentimientos. La manera apropiada de canalizar los sentimientos es el amor, y el objeto del amor es Dios. Por tanto, debemos cantar:

Lo que tú, hombre, ames,

Eso llegarás a ser:

Dios, si a Dios amas,

Polvo, si al polvo amas.

Hazte a un lado, Dios entrará;

Ve a la muerte, Él vivirá;

Deja de ser, y Él será;

Espera, y Él todo dará.

Oh, cruz de Cristo, te tomaré

    En mi corazón la guardaré,

Entonces, a mi yo moriré

    Y en Tu vida me levantaré.

Para llegar a Tu Dios,

La ruta del amor la más corta es;

Pero la del conocimiento

A nada te conducirá.

Saca el mundo de tu corazón,

Y lleno del amor de Dios será

Y tan santo como Él.

(Hymns, #477)

Ciertamente la manera más apropiada de canalizar los sentimientos es el amor. El amor no es renuente. Amamos a Dios porque Él nos amó primero (1 Jn. 4:19). Cuanto más le amemos, más nos acercaremos a Él, y cuanto más nos acerquemos a Él, más le conoceremos. Cuanto más le conocemos, más le amamos y más le deseamos.

Los santos de antaño escribieron en el libro de los Salmos: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, / así clama por Ti, Dios, el alma mía.” (Sal. 42:1). Así desean a Dios aquellos que le han gustado. Uno de los hijos del Señor dijo que Dios nos ha dado un corazón tan grande que sólo Él lo puede llenar. Quizás pensamos que nuestro corazón es pequeño, pero aquellos que han gustado de Dios testifican que el corazón es tan grande que nada lo puede llenar excepto Dios mismo; sólo Dios puede llenar nuestro corazón. ¿Hermanos y hermanas, cuánto anhela su corazón a Dios?

La expresión exterior de Dios

Expresar a Dios exteriormente no puede exceder nuestro conocimiento interior. El grado en que conozcamos a Dios interiormente determina el grado en que lo expresemos a Él exteriormente. Es decir, la expresión exterior resulta del conocimiento interior. Ahora consideremos algunos aspectos diferentes de este asunto.

La expresión en el denuedo y el discernimiento

El apóstol Pablo dijo: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por Su gracia, revelar a Su Hijo en mí, para que yo le anunciase como evangelio entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo” (Gá. 1:15-17). Esto muestra que la razón por la que Pablo tenía el denuedo para predicar el evangelio a las naciones era debido a que el conocimiento que tenía del Hijo de Dios lo había obtenido por revelación. Esta clase de conocimiento no se puede obtener por medio de la carne.

Cuando una persona conoce a Cristo en sí misma, también conocerá al Cristo que está en otros. Esto es lo que Pablo pensaba cuando dijo: “De aquí en adelante a nadie conocemos según la carne” (2 Co. 5:16). A los que conocen al hombre según la carne, les es muy difícil recibir el suministro de vida por parte del hombre. Los defectos en la apariencia del hombre les afectan fácilmente. Si otros tienen alguna imperfección, ellos la usan como una razón para criticarlos y juzgarlos, y también se convierte en un elemento para alimentar su propio orgullo. Por tanto, si una persona puede conocer o no al Cristo que está en otros, dependerá de si conoce a Cristo en ella misma. Pablo continuó diciendo: “Aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así” (v. 16). El apóstol Juan dijo: “Todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; y éste es el espíritu del anticristo […] Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Jn. 4:3-4). Los que verdaderamente conocen a Dios pueden discernir quiénes son los falsos apóstoles (2 Co. 11:13; Ap. 2:2), los falsos profetas (Mt. 24:11), los falsos hermanos (2 Co. 11:26; Gá. 2:4) y los falsos ángeles de luz (2 Co. 11:13-15). Siempre que somos engañados se debe a que no conocemos a los hombres según Cristo, quien está en nosotros. Los que realmente conocen a Dios tienen la osadía de declarar: “¡Mayor es el que mora en nosotros, que el espíritu del anticristo!”.

La expresión en el temor de Dios

Una persona que realmente conoce a Dios, no sólo tiene el denuedo de dar testimonio, sino que no le teme al espíritu del anticristo, más bien teme a Dios. Por ejemplo Pablo, al realizar su obra, tomó ciertas medidas que fueron, muchas veces, prohibidas por Dios (Hch. 16:6-7). Él temía a Dios. Vemos otro ejemplo del temor que le tenía Pablo a Dios en Hechos 23:3-5, tan pronto como se le recordó que estaba reprendiendo al sumo sacerdote, él se ablandó. Esto indica que él temía a Dios.

Los que realmente conocen a Dios se ciñen los lomos de su mente (1 P. 1:13). No hay nada frívolo en sus palabras, actitud y acciones. La razón por la que están ceñidos no es porque tienen cierta fuerza, sino porque la vida que está en ellos los restringe y los limita. Ellos no sólo son así delante de otros, pues incluso cuando están solos se mantienen ceñidos. Siempre que sus palabras y sus acciones no corresponden con la vida que está en ellos, esas palabras y acciones les serán prohibidas. Además, cuando tienen contacto con Dios, ellos se ablandan.

Los que son sueltos externamente, primero son flojos internamente. Los que son sueltos, no tienen restricción, los que permanecen iguales después de ser salvos, los que son descuidados en lo que dicen y en lo que hacen, son cristianos que no temen a Dios. Aquellos que actúan de una manera delante de las personas y de otra a sus espaldas, que son de una manera en el púlpito y de otra manera en su diario vivir, son los que no tienen temor a Dios.

Temerle a Dios significa que en cualquier lugar, en cualquier momento, en cualquier actividad, no nos atrevemos a ser sueltos; interiormente mantenemos una actitud de temer a Dios. Por tanto, si alguien afirma que le pertenece a Dios, pero sus palabras y sus acciones no indican en lo más mínimo que le teme a Dios, tendríamos una preocupación genuina por esa persona. Tememos por él, porque llegará el día en que verá el rostro de Dios, pese a que hoy día no conoce a Dios en su consciencia. Hermanos y hermanas, si éste es su caso, entonces usted necesita oír la palabra de Dios: “Ahora, hijitos, permaneced en Él, para que cuando Él se manifieste, tengamos confianza, y en Su venida no nos alejemos de Él avergonzados” (1 Jn. 2:28).

Cuando consideramos el hecho de que un día veremos el rostro del Señor, ¿nos sentimos internamente con confianza? En el futuro, cuando todo esté al descubierto delante del Señor, ¿habrá algo de lo cual nos sentiremos avergonzados?

La expresión en la adoración

No hay nadie que realmente conozca a Dios, y que aún no adore a Dios. El hermano Lawrence dijo: “Adorar a Dios con veracidad es reconocer que Él es lo que es, y que nosotros somos lo que de hecho somos. Adorarle con veracidad es reconocer con sinceridad de corazón lo que Dios es en verdad; es decir, que Él es infinitamente perfecto, digno de infinita adoración e infinitamente apartado del pecado, y así también reconocemos todos Sus atributos divinos. El hombre se guía muy poco por la razón, y no emplea toda su capacidad para rendirle a este gran Dios la adoración que le corresponde”.

Esto indica que únicamente la persona que realmente conoce a Dios puede adorar a Dios con veracidad. Por ejemplo, aunque el conocimiento de Dios que tuvo Jacob cuando estaba en Bet-el le hizo temer a Dios, eso sólo fue una especie de conocimiento externo. Por esta razón el voto que él hizo tenía ciertas condiciones y se relacionaba a sus propios intereses (Gn. 28:16-22). Sin embargo, cuando Jacob llegó a Peniel (32:24-32), el conocimiento que tenía de Dios era muy diferente.

Hermanos y hermanas, decimos con frecuencia que necesitamos adorar a Dios. ¿Pero cuán profundamente hemos conocido a Dios? Realmente nuestro yo ha caido postrado al suelo?

La expresión en la piedad

Los que realmente conocen a Dios expresarán a Dios. En esto consiste una vida piadosa. La piedad en sí misma es un gran misterio. Desde el tiempo en que Dios se manifestó en la carne (1 Ti. 3:16), este gran misterio ha sido revelado. ¡Oh, Jesús el Nazareno era Dios manifestado en la carne! Esta Persona gloriosa, quien es tanto Dios como hombre, ha manifestado la vida de Dios, la cual es santa y gloriosa. Hoy, esta vida está en nosotros y también será manifestada por medio de nosotros. El propósito que tiene la ley de vida de Dios que actúa en nosotros es cumplir con este requisito. Sabemos que la piedad no es cierta clase de mortificación, sino más bien un sentir de vida. La piedad es la naturaleza de la vida de Dios. Por tanto, cuando el apóstol Pablo dijo que los que pertenecen al Señor deben seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la mansedumbre, él incluyó la piedad (1 Ti. 6:11).

Cuando fuimos regenerados, Dios, según Su poder divino, nos concedió todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad (2 P. 1:3). Además, la piedad tiene la promesa de esta vida presente y de la venidera (1 Ti. 4:8). Sabemos que lo que el Señor nos promete es la vida eterna (1 Jn. 2:25; Tit. 1:2). Cuando creemos en el Hijo de Dios, recibimos la vida eterna (1 Jn. 5:13). Sin embargo, para expresar en nuestro vivir esta vida eterna hoy, para expresar la vida eterna en nuestros pensamientos, palabras, actitud y acciones, depende del poder con el que esta vida se mueve dentro de nosotros. Por tanto, el apóstol Pablo dijo: “Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen” (1 Ti. 4:10).

Dentro de nosotros ya tenemos la vida piadosa de Dios, pero a fin de manifestar la naturaleza de esta vida, necesitamos ejercitarnos para la piedad (v. 7). Sabemos que temer a Dios es algo que tiene que ver con nuestra actitud. Esto significa que tememos que nuestro yo esté presente en cualquier cosa que hagamos. Tememos pecar contra Dios. Por otra parte, la piedad significa que permitimos que Dios se manifieste en todo lo que hacemos. Ejercitarnos para la piedad, por el lado negativo, significa renunciar a toda impiedad (Tit. 2:12), a las cosas que no se conforman a Dios. Por el lado positivo, necesitamos permitir que Dios se manifieste en todo. Esta clase de piedad no denota cierta clase de penitencia. Ni es cuestión de cerrar las puertas e ignorarlo todo, sino que es un asunto de permanecer en el Señor según la enseñanza de la unción, y aprender a permitir que la ley de vida haga manifestar la naturaleza de la vida de Dios en nuestra vida diaria (1 Ti. 2:2). Ejercitarnos para la piedad de esta manera es más provechoso que el ejercicio corporal.

Aunque actualmente no podemos experimentar la vida eterna por completo, si la experimentamos día tras día, llegará el día en que seremos completamente iguales a Él, cuando nuestro cuerpo habrá sido redimido, y disfrutaremos esta vida eterna en plenitud. Éste es el propósito eterno de Dios. Ésta es la gloria del nuevo pacto. Debemos alabar al Señor con un corazón lleno de anticipación.

También debemos darnos cuenta de que hay una cosa que es inevitable para todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús. Pablo le dijo a Timoteo: “Pero tú has seguido fielmente mi enseñanza, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, perseverancia, persecuciones, padecimientos, como los que me sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra. Estas persecuciones he sufrido…” (2 Ti. 3:10-11). Alguien puede pensar que Pablo no podía evitar tales persecuciones, puesto que era un apóstol; sin embargo, él añade: “En verdad todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (v. 12).

No sólo un apóstol no puede evitar la persecución, sino que, sin excepción, cualquier persona que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús también padecerá persecución. Si en nuestra vida diaria somos un poco complacientes, un poco condescendientes, un poco acomodadizos, un poco ingeniosos y diplomáticos, sabios para protegernos a nosotros mismos, para seguir las costumbres mundanas y mezclarnos con los demás, o si transigimos en cuanto a las verdades bíblicas y hacemos concesiones con los que no están dispuestos a pagar el precio; si tratamos de agradar a otros al costo de la verdad y no buscamos la voz interior ni obedecemos el sentir interior; entonces, aunque seamos cristianos, seremos un cristiano que no padece persecución. ¿Por qué, quién nos perseguiría si somos iguales a los demás?

No debemos pensar que esos cristianos que han padecido muchas persecuciones son los que han tenido la mala suerte de haber nacido en una época equivocada y fueron destinados a encontrarse con persecuciones. Por el contrario, el hecho es que los cristianos que no sufren persecución son los que no viven piadosamente en Cristo Jesús; de otro modo, la persecución sería inevitable. Por esta razón un creyente dijo: “Los creyentes más espirituales están llenos de cicatrices; los mártires se han colocado su corona destellando con fuego”. Pero no necesitamos temer, porque el Señor o nos dará el poder para que podamos soportar o nos librará de todos los sufrimientos (1 Co. 10:13; 2 Co. 1:8-10; 2 Ti. 3:11).

Aquí también necesitamos mencionar que ejercitarnos para la piedad, o vivir piadosamente en Cristo Jesús, es una búsqueda espiritual y un desbordamiento de la vida. Algunas manifestaciones de dicho ejercicio son normales y no se necesitan mencionar aquí, pero mencionaremos ciertas manifestaciones que se puedan considerar enfermizas y son defectos.

1. Pereza

Al parecer, algunos cristianos nacieron perezosos; a ellos no les gusta laborar ni trabajar. Usan la oración y las palabras espirituales para esconder su pereza. Un hermano nos contó de cierta hermana que no le gustaba hacer nada; ella se excusaba diciendo que no sabía cómo hacer las cosas o se excusaba alegando que no tenía la fuerza para hacerlas. Una vez alguien dispuso que ella recogiera algunas flores del jardín todos los días y las arreglara en un florero. Después de algunos días ella dejó de hacerlo, diciendo que eso no era espiritual. Ésta es una condición enfermiza. No es la piedad.

2. Rigidez

Algunos cristianos piensan que la piedad significa ser rígidos. Tal rigidez hace que parezcan artificiales. Un hermano conoció a alguien que siempre que decía algunas palabras, agachaba la cabeza o la levantaba para mirar al cielo; esta persona fingía ser piadosa. El hermano que contaba este incidente dijo que quería gritarle a esa persona diciendo: “¡Hermano, deja de hacer eso; es insensato!”. Sabemos lo que es la vida, es algo espontáneo. Es difícil que el espíritu de una persona inflexible se exprese, así que, Dios tampoco podrá expresarse en ella. Por tanto, siempre que nos ejercitemos para la piedad, debemos ser vivientes y frescos. Debe ser Dios el que se expresa en nuestras palabras y en nuestra actitud.

3. Frialdad

Mencionamos anteriormente que si vivimos piadosamente en Cristo Jesús seremos perseguidos. Esto significa que aquellos que no pecan contra Dios a fin de agradar al hombre, padecerán persecuciones. Esto no quiere decir, sin embargo, que sean negligentes en el amor y en la cortesía que deben hacia los demás.

Cierta hermana se hallaba caminando en las montañas, cuando vino otra hermana quien la saludó y le preguntó adónde iba. Ella miró al cielo y le respondió fríamente: “Voy a ver a Dios”. No debemos considerar que una piedad auto-impuesta y una actitud tan fría y cruel puedan alguna vez hacer que otros se sientan atraídos a buscar a Dios.

4. Pasividad

Algunos cristianos, que admiran a Madame de Guyón y al hermano Lawrence (quienes tenían la práctica de la presencia de Dios), procuran practicar la piedad como ellos lo hacían. Esto es algo que se debe respetar e incluso desear. Sin embargo, lamentablemente hay otros que cuando los imitan se vuelven pasivos. ¿Por qué decimos que ellos aprenden a imitarlos, pero se vuelven pasivos? Porque con frecuencia no pueden oír lo que otros les dicen. Es correcto hacer caso omiso de los chismes, pero no hacer caso a las cosas importantes que nos dicen los demás es un insulto para ellos. Los que se ejercitan en la piedad y se vuelven pasivos, no pueden entender lo que otros les dicen, ni muestran preocupación alguna por los asuntos de otros. Sin embargo, ellos consideran que están disfrutando de la presencia de Dios. Si esto fuera normal, ¿entonces cómo podía el hermano Lawrence manejar los asuntos en medio del ruido y el estruendo que había en su entorno? Si alguien le pedía un plato y él le daba una cuchara, si él no pudiera oír lo que le pidieron la primera vez ni la segunda, no sería eso una dificultad para los demás? Por tanto, debemos decir que no es normal practicar la piedad al ser pasivo.

Hermanos y hermanas, nuestro Señor es la Palabra que se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y de realidad (Jn. 1:14). Ésta es una gran revelación de lo que es la piedad. Fue Pablo quien le dijo a Timoteo que sólo la piedad para todo aprovecha (1 Ti. 4:8), es el que dijo: “¿Quién está débil, y yo no estoy débil? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no ardo?” (2 Co. 11:29). Él también trabajó con sus propias manos (1 Co. 4:12), y trabajó más abundantemente que todos los apóstoles (15:10). Oh, hermanos y hermanas, éste es nuestro ejemplo. Debemos sentir respeto por Pablo y aprender de él.

Un himno de oración

Ejercitarnos para la piedad es permitir que esta vida piadosa se exprese y se manifieste en un vivir piadoso, hasta que un día seamos completamente tal como Dios es. Hay un himno de oración que expresa esta búsqueda apropiadamente. Lo imprimimos aquí como nuestra oración.

¡Ser como Tú! Oh, Redentor mío,

Es mi oración y firme sentir;

Feliz renuncio a todo tesoro,

Ser como Cristo es mi gemir.

¡Ser como Tú! ¡Oh, ser como eres!

Puro y fiel, mi buen Redentor;

Ven con dulzura y en Tu abundancia;

Tu imagen graba en mi corazón.

¡Ser como Tú! El más compasivo,

Tierno, amoroso, perdonador,

Cuidando al débil, alzando al triste,

Buscando al pobre vil pecador.

¡Ser como Tú! Muy manso y valiente,

Crueles reproches pueda aguantar;

Pobre en espíritu, padeciendo,

Para que a otros pueda salvar.

¡Ser como Tú! Por eso yo vengo

A recibir la santa unción;

Lo que yo soy ahora te traigo;

Lo que yo tengo es Tuyo, Señor.

¡Ser como Tú! Y mientras te imploro,

Manda Tu Espíritu con amor.

Hazme un templo, digna morada,

Para que gane Tu aprobación.

(Himnos, #175)

Es necesario que Dios nos perdone y nos limpie continuamente

El poder de la vida de Dios cumplirá el propósito eterno de Dios en nosotros. Hoy día, en la tierra, tenemos la promesa de la vida de Dios que es la piedad. Esto no significa que seamos perfectos a tal punto que ya no necesitamos de la confesión, del perdón de Dios y del lavamiento de la sangre preciosa. ¡No! Debemos leer Hebreos 8:12 otra vez: “Seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados”.

En el capítulo 6 de este libro indicamos que en este versículo debemos prestar atención a la palabra porque. Ésta es muy importante debido a que demuestra el hecho de que Dios sea propicio a nuestras injusticias y que nunca más se acuerde de nuestros pecados es sólo la causa; pero, el hecho de que Dios imparta Sus leyes en nuestra mente y que las escriba sobre nuestros corazones, y que llegue a ser nuestro Dios en la ley de vida y que haga de nosotros Su pueblo en la ley de vida es para este propósito: que tengamos un conocimiento más profundo de Él. Conocer a Dios es el propósito, así que se menciona primero, pero el perdón de pecados es el procedimiento, por lo que se menciona después.

Encontramos un caso similar en Efesios 1. Primero, el versículo 5 nos dice que Dios nos escogió “predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo”, porque este es el propósito. Después, el versículo 7 menciona que “tenemos redención por Su sangre, el perdón de los delitos”, porque este es el procedimiento.

Antes de que Dios pueda darnos Su vida, Él debe perdonarnos y limpiarnos de nuestros pecados. Esto también indica que después de poseer la vida de Dios, si cometemos algún pecado y no tomamos medidas al respecto, éste impedirá el crecimiento de esta vida. Por tanto, a fin de que la vida de Dios se mueva dentro de nosotros sin impedimento, no debemos tolerar el pecado. El pecado se debe confesar a Dios y debemos obtener el perdón. También es posible que debamos confesar a otros y pedirles que nos perdonen.

No debemos pensar que podemos ejercitarnos para la piedad a tal punto que ya no necesitaremos recibir el perdón de Dios o el lavamiento de la preciosa sangre. Por el contrario, cuanto más conocemos a Dios, más nos percatamos de nuestra pobre condición y más confesamos ante Dios, procurando obtener Su perdón, y más experimentamos el lavamiento de la sangre. Esos cristianos, a quienes consideramos como los más santos, son con frecuencia los que han derramado más lágrimas delante de Dios. Porque es en la luz de Dios que vemos la luz (Sal. 36:9), y en la luz de Dios vemos nuestra verdadera condición. Nuestra carne y nuestro yo, los cuales permanecen ocultos, quedan al descubierto en la luz de Dios. En ese momento realmente le diremos a Dios: “Confesaré mi maldad / y me entristeceré por mi pecado” (Sal. 38:18). También le diremos a Dios: “¿Quién puede discernir sus propios errores? / Líbráme de los que son ocultos / Preserva también a tu siervo de las soberbias […] ¡Sean gratos lo dichos de mi boca / y la meditación de mi corazón delante de Ti, / Jehová, roca mía, y redentor mío! (19:12-14).

Un siervo de Dios una vez dio una palabra sobre 1 Juan 1, indicando que la vida necesita comunión y que también introduce la comunión, la comunión trae luz, y la luz requiere de la sangre. Aquí observamos una serie de experiencias. Si una persona tiene vida, buscará la comunión; cuando tiene comunión, verá la luz; y cuando vea la luz, buscará la sangre. Estos cuatro asuntos no sólo componen una serie; también existe entre ellos una relación de causa y efecto. La vida nos lleva a tener comunión, y la comunión nos imparte vida. La comunión causa que nosotros veamos la luz, y la luz nos introduce en una comunión más profunda. La luz nos lleva a buscar el lavamiento de la sangre, y el lavamiento de la sangre permite que veamos la luz más claramente. Estos cuatro elementos no sólo guardan una relación de causa y efecto, sino que también forman un ciclo: la vida nos trae a la comunión; la comunión hace que veamos la luz; la luz nos lleva a que recibamos el lavamiento de la sangre; y después que la sangre nos lava, recibimos más vida. Al recibir más vida, tenemos más comunión, y cuando tenemos más comunión vemos más luz; entonces al ver más luz, experimentaremos más el lavamiento de la sangre. Estos cuatro asuntos se repiten en un ciclo. Cuando experimentamos este ciclo, continuamos avanzando en vida.

Tal como un automóvil por el girar continuo de sus ruedas, así también la experiencia que tenemos de estos cuatro asuntos es como el girar de las ruedas. Cada vez que se completa un ciclo, avanzamos cierta distancia en vida. Cuando concluye otro ciclo, nos conduce un poco más adelante. A medida que pasamos un ciclo tras otro, seguimos creciendo en la vida de Dios. Si en cierto momento nos detenemos y dejamos de experimentar este ciclo, también estaremos detenidos en nuestro crecimiento en la vida de Dios. Éstas son las palabras de alguien que realmente conocía a Dios y que conocía la Palabra de Dios.

Por tanto, hermanos y hermanas, es en la ley de vida y en la intuición que conocemos a Dios. Éste es un asunto muy práctico. Para adquirir este conocimiento no requerimos de la enseñanza de otros en absoluto. Éste es el clímax del nuevo pacto. Ésta es también la gloria del nuevo pacto. ¡Aleluya! Aquí debemos alabar a Dios y adorarle.

UNA PALABRA DE CONCLUSIÓN

Hemos hablado mucho acerca de las características del nuevo pacto. Sin embargo, para realmente conocerlo y entenderlo, debemos recibir tanto la revelación como la iluminación del Espíritu Santo. Recordemos que la letra mata, mas el Espíritu vivifica (2 Co. 3:6). El Señor dijo: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha” (Jn. 6:63). Aparte del Espíritu Santo nada puede vivificar al hombre.

El nuevo pacto es una excelsa gracia; es tan rico y tan glorioso. Por lo tanto, necesitamos pedirle a Dios que nos dé fe. ¿Qué es la fe? Hebreos 11:1 dice: “Ahora bien, la fe es lo que da sustantividad a lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Ésta es la definición de la fe que encontramos en las Escrituras. ¿Qué significa “sustancia”? En el griego significa un fundamento, un cimiento o base de sustentación. Por ejemplo, si ponemos un libro sobre un estante, el estante es el que sostiene al libro. Si nos sentamos en una silla, la silla es lo que nos sirve de apoyo.

La palabra convicción tiene un sentido de comprobar, y tiene la naturaleza de un verbo. La fe sustenta las cosas que esperamos, lo cual permite que nuestro corazón halle reposo. La fe que tenemos en nuestro interior es lo que comprueba lo que no se ve, de modo que nuestro corazón puede decir “amén” a las palabras que Dios ha hablado. La fe es el fundamento o la base de sustentación que sirve de soporte a las cosas que se esperan; la fe es la prueba de lo que no se ve. En 2 Corintios 1:20 dice: “Para cuantas promesas hay de Dios, en Él está el Sí, por lo cual también a través de Él damos el Amén a Dios, para la gloria de Dios, por medio de nosotros”. Por lo tanto, no nos miramos a nosotros mismos, sino a Él, a Cristo. Su sangre es la base del nuevo pacto. Él nos ha legado toda la herencia espiritual, y Él también es el albacea del testamento, o última voluntad. ¿Qué puede ser más seguro que esto?

Dios es fiel (He. 10:23). La fidelidad de Dios es la garantía de Sus promesas, y la garantía de Su pacto (Dt. 7:9; Sal. 89:33-34). Si no creemos, ofendemos la fidelidad de Dios y lo consideramos como un mentiroso. Por tanto, cuando se nos hace difícil creer, por una parte, necesitamos condenar la incredulidad como pecado y pedirle al Señor que nos quite el corazón malo de incredulidad (He. 3:12); por otra, necesitamos poner los ojos en Jesús, el Autor y Perfeccionador de nuestra fe (12:2). Puesto que fue el Señor quien ha creado la fe inicial en nosotros (Ef. 2:8; 1 Ti. 1:14; 2 P. 1:1), creemos que Él también ha de perfeccionar esta fe. ¡Oh, el nuevo pacto es bendito y glorioso! No esperemos hasta que sea demasiado tarde para creer. Si nos hemos arrepentido y hemos derramado lágrimas tantas veces es porque somos tan pobres. Debemos admitir que hemos limitado demasiado a Dios y que nos falta mucho para alcanzar la norma del nuevo pacto.

Muchas veces, hermanos y hermanas, el problema no es que no busquemos, sino en que buscamos de la manera incorrecta. Esto es vergonzoso. Estamos demasiado afianzados a la letra y dependemos demasiado de nosotros mismos. Por esta razón nos afanamos y luchamos, pero el resultado es sólo un suspiro de dolor. El siguiente himno nos ayudará a recordar que no debemos buscar más de la manera incorrecta.

No es por que yo luche,

    Sino por que cedo,

Pues de mis labores descanso

    Las cargas caerán.

No es que me proponga

    Sino que a Ti escuche,

Para el pecado dejar,

    Y de esclavitud salir.

No es por medio de la letra,

    Sino por el Espíritu

Que aprovado seré,

    Y Tu vida de bendición compartiré.

No es por la enseñanza del hombre,

    Sino por la Santa Unción

Que impartes luz divina

    Y Tu comunión con Dios.

No es que me proponga

    Y ahora la carrera corra,

Sino es por Tu misericordia

    Que Tu gracia yo recibo.

No es por que yo sepa,

    Sino solo por la gracia

Que por sufrimientos puedo pasar

    Y a la imagen Tuya crecer.

No es por frases lindas

    Sino por Tu poder,

Que al perdido puedo conducir

    A Tu vida divina.

No es por mi inteligencia,

    Sino por Tu Espíritu Señor,

Pues solo El puede hacerme

    Que Tu palabra pueda cumplir.

(Hymns, #751)

En conclusión, ejercitemos nuestro corazón para leer dos pasajes de las Escrituras, y así expresarles algo que es nuestro profundo anhelo y el deseo de nuestro corazón. El primero es Hebreos 13:20-21 que dice: “Ahora bien, el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, en virtud de la sangre del pacto eterno, os perfeccione en toda obra buena para que hagáis Su voluntad, haciendo Él en nosotros lo que es agradable delante de Él por medio de Jesucristo; a Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”. El segundo pasaje es Efesios 3:20-21: “Ahora bien, a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos, según el poder que actúa en nosotros, a Él sea gloria en la iglesia y en Cristo Jesús, en todas las generaciones por los siglos de los siglos. Amén”.