Watchman Nee Libro Book cap.2 El nuevo pacto 1931

Watchman Nee Libro Book cap.2 El nuevo pacto 1931

EL NUEVO PACTO 2

CAPÍTULO DOS

EL NUEVO PACTO (2)

Lectura bíblica Mt. 26:28

Anteriormente hablé acerca de la diferencia que existe entre una promesa y un hecho. Sin embargo, quisiera añadir algo al respecto.

Una promesa es lo que Dios afirma antes de que se realice, y un hecho es lo que El declara después de que se ha llevado a cabo. Una promesa muestra la intención de Dios antes de realizarla, pero un hecho es Su declaración después de haber consumado el hecho. Esta es la diferencia entre la promesa de Dios y Su acción.

Debemos tener presente que para que se cumplan las promesas de Dios es necesario que los creyentes las reciban por la fe, pero los hechos y los actos que Dios ha realizado, además de recibirlos por fe, debemos aplicarlos contando con que ya se efectuaron. Una vez que Dios da algo, no es necesario volver a pedirlo; sólo tenemos que aplicar lo que Dios ya nos dio.

Examinaremos con más detenimiento la diferencia entre las promesas de Dios y Sus hechos. Cuando leamos la Biblia, debemos preguntarnos si lo que leemos es una promesa o un hecho. Si es una promesa, debemos pedirla con fe para recibirla. Si se trata de un hecho, no es necesario pedirlo; lo que tenemos que hacer es aplicarlo y experimentarlo por fe.

Esto es todo lo que diré al respecto. Pasemos ahora a examinar la diferencia que hay entre un pacto con juramento dado por Dios y Sus promesas y hechos. Ya vimos que lo dicho por Dios en cuanto a la gracia incluye tres aspectos: las promesas, los hechos y los pactos. Dediquemos nuestra atención a los pactos.

Toda persona que ha sido instruida por la gracia, debe alabar a Dios por haber establecido Sus pactos con el hombre. Si nunca hemos afrontado dificultades, no conocemos lo maravilloso y precioso que es el pacto de Dios. ¿Por qué razón Dios hace pactos con el hombre? ¿Acaso no basta con Sus promesas? Indiscutiblemente las promesas de Dios son valiosas, pero si nunca hemos experimentado pobreza ni sufrimientos ni enfermedades ni peligros, no las podemos apreciar. Si somos pobres, las promesas de Dios nos proveerán lo necesario; entonces nos daremos cuenta de que ellas son el maná de los cielos y los manantiales en el desierto. Si nos enfermamos gravemente y no tenemos quién nos ayude, las promesas de Dios estarán allí y nos sanarán. Cuando estamos en peligro y sufriendo, los mensajeros de Dios velan por nosotros, ministrándonos y confortándonos de acuerdo con Su palabra. Entonces entenderemos que las promesas de Dios son tan dulces como la miel, tan refrescantes como el agua y como una roca que nos brinda su sombra en tierra árida. Amparados por ellas, no corremos peligro, somos reanimados y hallamos reposo. A menos que pasemos por tribulaciones, sufrimientos y peligros, nunca conoceremos lo valiosas y reconfortantes que son estas promesas.

Las promesas de Dios son invaluables, pero Sus hechos están más disponibles que ellas. Dios no solamente nos dio promesas, las cuales se cumplirán; sino también hechos, los cuales ya se efectuaron. En la actualidad, Dios no sólo nos da promesas y hechos, sino que también pacta con nosotros. Dios se complace más en hacer un pacto con nosotros, que en prometernos algo o en realizarlo a nuestro favor. Cuando Dios establece un pacto con nosotros, se compromete a Sí mismo. Un pacto limita a Dios y lo constriñe a darnos lo que El es.

¿Quién establece los pactos con el hombre? Dios. ¿Sabe usted lo que es un pacto? Es un acuerdo legal estipulado dentro de la justicia y el derecho. Al hacer un pacto se terminan las especulaciones y anhelos personales, y no se depende de la gracia, porque éste se ejecuta con base en la justicia y la rectitud. Supongamos que me comprometo personalmente a darle cinco dólares a un hermano cada mañana. Independientemente del motivo por el que lo haga, puesto que hice un pacto y lo firmé, sería injusto y deshonesto, me contradiría y sería infiel a mi propia palabra si no lo cumplo. Además, esto rebajaría inmediatamente mi moral. Hacer esto sería actuar en contra de la ley y la justicia. ¿Se da cuenta de que cuando Dios pacta con el hombre, se restringe a Sí mismo? Dios puede tratar al hombre como a El le plazca. Puede ser bondadoso, o puede ser severo; protegerlo hoy y al día siguiente abandonarlo. Si Dios no estuviera atado por un pacto, podría actuar con libertad y de acuerdo a Su propia voluntad. Si El no hubiera hecho un pacto, actuaría libremente y podría elegir entre hacer algo o no hacerlo. Pero dado que hizo un pacto, está atado y tiene que actuar según El mismo lo dispuso. ¡Aleluya! Dios se comprometió por este pacto. Dios sacrificó Sus deseos y Su libertad por causa de este convenio. Hermanos, ¿se dan cuenta de que ésta es la máxima expresión de la gracia? Esto no es sólo la promesa de Dios de proveernos abundantemente alimento y abrigo, o de librarnos de peligros y sufrimientos; ni tampoco es sólo la manifestación de los hechos que Dios realizó para que podamos aplicarlos. Consiste en que Dios mismo toma nuestra posición e interpone un pacto que debe cumplir. Aunque El no quisiera, tendría que cumplirlo, porque no puede deshacer el pacto. ¡Qué maravilloso es ver que Dios haya ratificado Sus pactos con nosotros!

La diferencia que hay entre los pactos y la gracia es similar a la diferencia entre la ley y la gracia. Por ejemplo, si durante una inundación, unos damnificados vinieran a pedirnos ayuda, la decisión de ayudarlos estaría en nuestras manos. Tendríamos la opción de ayudarlos o de no hacerlo. Tendríamos completa libertad de hacer lo que quisiéramos. Pero es muy distinto si convenimos en proveer alimento para ellos por tres meses. Darles alimento voluntariamente a estas personas es considerado gracia de nuestra parte, pero si nos comprometemos a hacerlo, entonces dicha acción se convierte en un asunto de rectitud y justicia. Sería el cumplimiento de un compromiso previo. Simplemente estaríamos cumpliendo lo que convenimos. Si no les brindáramos alimento, no sólo seríamos inmisericordes sino también injustos, pues lo que se promete debe cumplirse. Dios hizo un pacto con nosotros, y también nos hizo promesas. Si El no actuara según Sus promesas, ¿no sería infiel e injusto? Si Dios no nos promete nada, simplemente diremos que El no es bondadoso ni misericordioso con nosotros. Pero si nos promete algo y no lo cumple diremos que es injusto. ¿Quién puede decir que Dios es injusto? Dios puede limitar Su libertad, pero no puede ser injusto.

Veamos en la Biblia cómo se distinguen los pactos, los hechos y las promesas. En Hebreos 6:13-18 dice que hay dos cosas que no pueden ser cambiadas: las promesas de Dios y Su juramento. Abraham fue grandemente animado por esto. Dios hizo un pacto con Abraham, e hizo dos cosas inalterables: una promesa y un juramento. Veamos esto en más detalle.

Leamos Génesis 15:1-13. Esta porción de la Palabra muestra la promesa que Dios hizo a Abraham, de darle descendencia y una tierra. Dios le dijo: “No temas, Abraham; Yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (v. 1). Cuando Abraham oyó esto, dijo: “Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?” (v. 2). Esta respuesta de Abraham muestra que él aún no había creído en la promesa de Dios. Dios le contestó: “No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará” (v. 4). El versículo 6 dice: “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”. Presten atención a éste versículo. ¿De qué habló el Señor a Abraham? Le habló de una promesa, no de un hecho. Dios le prometió a Abraham que tendría un hijo, y que su descendencia sería numerosa. El Señor le pidió que contara las estrellas del cielo si podía, y le dijo que así de numerosa sería su descendencia. Esto por supuesto no es un hecho, sino una promesa. En aquel entonces Abraham no tenía hijos, y la promesa todavía no se cumplía; pero él la creyó, por lo cual Dios se agradó de él y lo justificó. Por lo tanto, Abraham llegó a ser un gigante de la fe.

Las promesas de Dios son inmensurables, y nuestra capacidad de contenerlas es limitada. Es posible que creamos una de las promesas que Dios nos hace, pero debido a lo pequeño de nuestra fe, no creemos las demás. Tal vez pensemos que creer una promesa es una cosa extraordinaria y que no tenemos la capacidad de recibir mayores bendiciones. Pero si creemos la primera promesa de Dios, El nos faculta para creer las demás.

Dios sacó Abraham de su tienda y le dijo que mirara los cielos y contara las estrellas, si podía, y añadió: “Así será tu descendencia”. Abraham creyó esta promesa, y como resultado, vino la segunda promesa de Dios. El versículo siete dice: “Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar ésta tierra”. Dios prometió que la simiente de Abraham sería tan numerosa como las estrellas, y que Canaán, una tierra en la que fluían leche y miel, sería dada a su descendencia. ¿Qué hizo Abraham cuando oyó esta promesa? Desafortunadamente su capacidad para recibir era muy pequeña, y en el versículo 8 respondió: “Señor Jehová, ¿en qué conoceré que la he de heredar?” Abraham dudó, pues esta promesa era demasiado grande. ¿Cómo podría saber Abraham que recibiría la tierra de Canaán por herencia? ¿Cómo podría creer tal promesa? Cuando Dios le dijo que él tendría descendencia, lo creyó, pero cuando le dijo que heredaría la tierra, Abraham dudó. Aunque podía creer en una descendencia tan numerosa como las estrellas de los cielos, dudaba que él heredaría Canaán y que su descendencia expulsaría a las siete poderosas tribus que la habitaban. Abraham podía creer que Dios le daría descendencia, pero no podía creer que además heredaría la tierra.

Nosotros cometemos el mismo error con frecuencia. Creemos una de las promesas que Dios nos hace, pero no las demás. Muchas veces escogemos entre las promesas de Dios las que consideramos posibles. Algunos hermanos piensan que Dios puede suplir sus necesidades, pero no creen que Dios pueda sanar sus enfermedades; o que los sanará pero no que los protegerá ni los librará de los peligros, y así sucesivamente. Por ejemplo, cuando Elías confrontó a los profetas de Jezabel en el monte Carmelo, sinceramente creyó que Dios lo protegería del daño del enemigo, y osadamente prevaleció sobre los falsos profetas, pero después de hacer esto tuvo temor y escapó a Beerseba (1 R. 19:3).

En muchas ocasiones escogemos alguna de las promesas que Dios nos ha dado y rechazamos otras porque nos cuesta creerlas. Esto es erróneo. Si creemos lo que Dios prometió, como lo hizo Abraham, todo está bien, pero ¿qué puede hacer Dios si no creemos? El hizo promesas y no puede romperlas, pero nosotros no estamos a Su nivel; así que, El tiene que descender a nuestro nivel, para que podamos recibir Sus promesas.

Cuando Abraham creyó la primera promesa que Dios le hizo, Dios le concedió lo que le había prometido. Después, cuando le hizo la segunda promesa, Abraham dudó y no la pudo creer. ¿Qué hizo Dios para que Abraham pudiera creer? Hizo un pacto con él. Un pacto compensa lo que le falta a una promesa. Esta es la mejor forma de resolver el problema de la incredulidad. Aunque nosotros no creamos, Dios no puede cambiar lo que prometió. Nuestra incredulidad lo fuerza a hacer un pacto con nosotros para que creamos.

Cuando Abraham no creyó la segunda promesa, Dios le dijo en Génesis 15:9-10: “Tráeme una becerra de tres años, y una cabra de tres años, y un carnero de tres años, una tórtola también, y un palomino. Y tomó él todo esto, y los partió por la mitad, y puso cada mitad una enfrente de la otra; mas no partió las aves”. Para Abraham esto significaba mucho, pues ésta era la manera en que los hombres sellaban los convenios en ese entonces. Cuando una persona establecía un pacto con otra, era costumbre partir una becerra o una cabra por la mitad y colocar las mitades del sacrificio una frente a la otra. La persona que hacía el pacto, debía entonces caminar por en medio de las dos mitades del sacrificio, como una señal del pacto que hacía con la otra persona. Esto quería decir que el pacto pasaba por el corazón y los órganos vitales, y era sellado con sangre. El cuerpo de los animales se partió por la mitad, y la sangre se derramó, y luego Dios mismo pasó en medio de las dos mitades, lo cual significaba que el pacto que El había hecho, no lo podía cambiar ni dejar de cumplirse. Jehová hizo un pacto con Abraham, y le dijo: “A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates” (v. 18).

Nótese que en Génesis 15 Dios le dio a Abraham la mitad de la promesa, la cual consistía en que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas de los cielos. Después de que Abraham creyó y aceptó esta promesa, Dios le prometió la tierra. Dios no sólo le prometió familia, sino también una herencia; no sólo le prometió prole, sino también una tierra en la cual vivir. Para Abraham no fue difícil aceptar esta promesa. Si Dios no hubiera hablado, Sus palabras no se habrían cumplido. Pero como Dios declaró Su promesa, tuvo que cumplirla. Si una persona no creía en la promesa, ésta quedaba sin efecto. Es por eso que Dios tuvo que hacer un pacto con el hombre, para que éste se diera cuenta de que El cumple Su palabra. El cumplirá Su promesa porque en El no hay deslealtad. La deslealtad es pecado. Prometer algo y no cumplirlo, es injusto y no está de acuerdo con las normas morales. Dios no solamente hizo promesas y realizó hechos para que el hombre los aplicase, y no sólo dijo lo que haría por el hombre mostrándole los hechos realizados, sino que también hizo un pacto con el hombre para que éste pudiera asirse de El por medio de dicho pacto. Dios sabía que Abraham tenía muy poca fe, y que la herencia prometida era espléndida y maravillosa, a tal punto que excedía a su capacidad de creer. Por eso Dios tuvo que incrementar la fe de Abraham haciendo un pacto con él. No sólo le dio las promesas, sino que hizo un pacto para que Abraham no tuviera otra alternativa que creer. Una vez que Dios hace un pacto, sería injusto si no actuara de acuerdo a lo estipulado. En estas circunstancias, la fe tiene que incrementarse. Dios no sólo promete y actúa, sino que hace un pacto con nosotros porque sabe que tenemos poca fe. El aumenta nuestra poca fe como lo hizo con Abraham, pues desea que dependamos de Su justicia, veracidad y gloria, como lo hizo Abraham. Para nosotros tal vez no sea importante perder nuestra bendición, pero para Dios Su credibilidad es muy importante. Para que puedan entender este asunto cabalmente, permítanme leer algunos versículos en los cuales los hombres se relacionaban con Dios con base en los pactos.

En Salmos 143:1 dice: “Oh Jehová, oye mi oración, escucha mis ruegos; respóndeme por tu verdad, por tu justicia”. David no pidió a Dios que le contestara por Su misericordia ni por Su benignidad ni por Su gracia, sino por Su verdad y Su justicia. He escuchado a muchas personas pedir que Dios les conteste por Su misericordia y amor, y según Su voluntad. Pero la oración de David fue diferente. El no pidió que Dios le concediera Su gracia, ni que lo bendijera con Su misericordia y benignidad. Su oración fue muy particular, le pidió que le contestara por Su justicia y fidelidad, es decir, según Su justicia y fidelidad. Solamente aquellos que entienden esto saben cómo orar para recibir respuestas a sus peticiones. A veces pedimos que Dios nos conceda gracia y misericordia, y que cumpla Su voluntad; pero tales oraciones carecen de peso. Si no contáramos con las promesas de Dios y Su Palabra, estaría bien orar de esta manera, pero puesto que Dios nos dio Sus promesas y Su palabra, orar así muestra incredulidad y viene a ser un pecado.

Debemos orar pidiendo que Dios haga Su voluntad, pero tenemos que ser cuidadosos cuando oremos de esta manera porque muchas veces oramos así por ignorancia o por incredulidad. Cuando oramos por un enfermo, pedimos que Dios haga Su voluntad en esta persona. Aparentemente, ésta es una buena oración, pero puede ser una señal de pereza espiritual, pues no dedicamos tiempo buscando la voluntad de Dios para orar de acuerdo a ella; así que oramos sin conocimiento. Cuando oramos por alguien que está enfermo, pedimos que Dios lo sane pronto; pero cuando la enfermedad llega a ser muy seria o crítica, cambiamos el tono, y pedimos que se haga la voluntad de Dios. En realidad, la oración que tienen en su corazón dice: “Dios, Tú no has contestado mi oración, así que no oraré más por sanidad. Esta persona está gravemente enferma, y no hay posibilidad de que se mejore; lo único que pido es que se haga Tu voluntad, y que le permitas morir en paz”. ¿Qué clase de oración es ésta? Es una oración sin convicción y sin fe.

¿Piensa usted que Dios nos cuida solamente según la gracia? Sí lo hace, pero la gracia es sólo el fluir, mientras que la justicia es el canal. Dios no se relaciona con el hombre por la gracia solamente, sino también por la justicia. Su rica gracia se nos infunde por Su justicia. “La gracia reina por la justicia” (Ro. 5:21). Dios no sólo ha hecho promesas, sino que también ha hecho un pacto con nosotros. Es por eso que no puede anular Su pacto. Uno puede decirle a Dios: “Por ese pacto que has establecido, te ruego que cumplas Tu palabra según Tu justicia”. Si Dios no cumpliera lo que Su pacto dice, yo reverentemente diría que Dios es injusto, lo cual, por supuesto, nunca sucederá. Me temo que algunos piensan que lo que estoy diciendo va demasiado lejos. Posiblemente piensen que este evangelio es demasiado fácil para ser verdad. Muchos piensan que Dios actúa según Su voluntad y Su beneplácito, pero con respecto a nuestra redención, El no actúa según Su voluntad ni Su beneplácito. El conoce nuestra debilidad y sabe que nuestra fe no está al nivel de Su promesa; por eso convirtió Su promesa en un pacto, para que nosotros pudiéramos tener la confianza de pararnos sobre Su terreno, asirnos de Su palabra y pedirle que cumpla Su promesa de acuerdo con Su justicia. Con respecto a nuestra redención, no le pedimos a Dios que cambie de opinión, ni que nos conceda misericordia, aunque en ocasiones tal vez oremos así. Si queremos recibir las promesas que Dios nos ha dado, es correcto pedir de esta manera, pero si la promesa es un pacto, lo único que debemos que hacer es creerlo y aplicarlo por fe.

Dios está atado por Su pacto y limitó Su voluntad, Su libertad y Su deseo. El es fiel y justo. Leamos 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. ¿Han visto qué claro es este versículo? Hemos dicho que una persona que ora así, no es como el publicano que oraba en el templo, el cual pidió a Dios que tuviera misericordia de él, pues era un pecador. Esta oración pide que Dios perdone los pecados y limpie de toda injusticia según Su justicia y fidelidad. Si Dios no hubiera prometido el perdón de pecados, tendríamos que orar para que El tuviera misericordia de nosotros los pecadores. Pero como en la Biblia se nos ha prometido el perdón de pecados, no tenemos que orar pidiendo que Dios nos conceda misericordia; tenemos que asirnos de ello por fe. Dios nos ha concedido que Sus palabras sean nuestras, así que podemos echar mano de ellas y exigirle que perdone nuestros pecados y nos limpie de nuestras injusticias conforme a Su justicia y fidelidad. Si El no nos perdonara ni nos limpiara, sería injusto, porque el Señor Jesús murió en la cruz por nosotros, derramó Su sangre preciosa y pagó por nuestros pecados, de tal forma que Su muerte llegó a ser la nuestra. Cuando El derramó Su sangre y recibió el castigo, fue como si nosotros mismos hubiéramos sido juzgados y castigados ahí. Ya que el Señor murió, y puesto Dios aceptó el sacrificio de la muerte del Señor; Dios tiene que perdonar nuestros pecados y limpiarnos de nuestras injusticias según Su fidelidad y Su justicia.

Dios tiene que perdonar nuestros pecados porque si no lo hace sería injusto. Aun si no quisiera perdonar nuestros pecados, tendría que hacerlo. El no sólo nos dio la promesa de la gracia, sino que debe cumplir dicho pacto. Sí el Señor no hubiese muerto en la cruz, Dios tendría la opción de no perdonarnos, pero puesto que la crucifixión se efectuó; está obligado a perdonarnos, no solamente por Su promesa, sino por el pacto que estableció con nosotros. La gracia de Dios es tal que estableció un pacto con nosotros, para que creamos en El. Si a pesar de esto, no creemos en Su pacto, El no puede hacer nada más, pues ya hizo todo lo que estaba de Su parte. Si no hubiera hecho un pacto con relación al perdón de pecados, podría no perdonarnos. Pero como lo hizo y como nosotros recibimos dicho pacto; sería infiel si no nos perdonara. Ser desleal es mentir, y mentir es inmoral y pecaminoso. Es un pecado pensar que Dios pudiera actuar de esta manera. Dios estableció un pacto con nosotros, y lo debe cumplir. Le damos gracias a Dios por limitarse y por actuar sobre la base del compromiso adquirido en el pacto. Dios no actuará a capricho, pues tiene que cumplir Su pacto de una manera justa. El Señor Jesús nos redimió, derramó Su sangre y fue crucificado por nosotros. Sobre esta base. Dios tiene que perdonar nuestros pecados, pues no puede ser injusto.

Quisiera que entendiéramos que la base en la que nos apoyamos es muy especial y que somos diferentes a los hombres comunes. Si Dios no hubiera hecho un pacto con nosotros, ni no nos hubiera prometido nada, tendría la libertad tanto de perdonarnos como de no hacerlo; en tal caso el perdón y la purificación dependerían de Su estado de ánimo. Dios podría actuar según le pareciera, pero El se limitó y se ató por un pacto y no puede tomar ninguna decisión que lo transgreda. Dios hizo esto con el propósito de que nosotros pudiéramos acudir a El con confianza y decirle: “Señor, por Tu fidelidad y justicia perdona mis pecados y límpiame de mis injusticias”. Para El es justo perdonarnos. Desafortunadamente muchos oran sin fe, y sus oraciones son una señal de incredulidad. No estoy menospreciando la oración, pues ella es de vital importancia para el cristiano; pero lamentablemente las oraciones de muchos están tan llenas de incredulidad como las de los discípulos cuando clamaban al Señor en la barca pidiendo ayuda. Cuando el Señor iba con Sus discípulos en una barca y una gran tormenta los azotaba al punto que la nave estaba a punto de hundirse, el Señor estaba en la popa profundamente dormido. Los discípulos muy alarmados lo despertaron diciéndole: “¡Maestro … perecemos!” (Mr. 4:38). ¿Qué les respondió el Señor? El no los alabó por ser fervientes en la oración, sino que les dijo: “¿Cómo no tenéis fe?” (v. 40). El Señor los reprendió por su falta de fe. El había dicho: “Pasemos al otro lado” (v. 35). Pero ellos lo olvidaron. Si el Señor no les hubiera dicho esto, sus oraciones habrían sido justificadas. Puesto que El les había dicho esto, debían tener la certeza de que llegarían. Muchos creyentes piensan que cuanto más oran, más valiosas son sus oraciones, y cuanto más desesperados, mejor. Pero lamento decirles que esa clase de ruegos sólo deja ver la incredulidad de los que oran y su ignorancia en cuanto a la realidad de las promesas y del pacto que Dios ha concertado con ellos. Tal vez una de las principales razones por las que nuestras oraciones no son contestadas es que no hemos visto el pacto que Dios hizo con nosotros. ¿Por qué razón se manifiesta el poder de Dios tan débilmente? Quizá la causa sea que no nos hemos asido de lo que Dios ya nos dio. En vez de ello, creemos que Dios se acerca a nosotros porque quiere o por razones que no entendemos. Si queremos ser vencedores, tenemos que aferrarnos de lo que Dios nos prometió. Después de orar, o cuando estamos de acuerdo con la oración de otros, decimos “amén”. ¿Qué significa esta palabra? Pensamos que amén significa: cúmplase. Pero el señor Gordon explica que decir amén no es desear que lo que pedimos se cumpla, sino declarar con toda seguridad que lo que pedimos se cumplirá, sin dudar ni por un instante. Si piensa que Dios cuida de usted por Su misericordia y Su bondad, y si procura que El escuche sus oraciones sobre esta base, no tendrá la certeza que serán escuchadas. Si El no se complace en usted, ¿qué haría? Si tal fuera el caso usted no podría hacer nada. Con esto no estoy diciendo que no se debe orar así. Hay momentos en los que se puede orar de esta manera. Dios se acerca a nosotros por Su justicia y Su fidelidad. La gracia está escondida en la justicia y la fidelidad de Dios. El se acerca a nosotros por un convenio. Desde el momento en que el Señor Jesús murió en la cruz, la comunicación de Dios con nosotros se ha basado en el pacto que El estableció con nosotros. El no hará nada aparte de este pacto. Hoy muchos creyentes no comprenden la promesa de Dios, ni lo que El ya hizo, ni Su palabra. Ruegan desesperadamente de acuerdo a lo que sienten, pero no reciben nada porque carecen de fe. Que podamos orar menos y creer más. Cuando en lugar de orar creamos, nos daremos cuenta de que todo está bien. Entonces comprenderemos que no recibimos por la gracia sola, sino por la gracia que contiene la justicia.

¿Qué es un pacto? Es un compromiso, una “atadura”, una pérdida de la libertad propia. Cuando Dios hace un pacto con el hombre, aun si después se arrepintiera de haberlo hecho, me atrevo a decir que ya no lo puede modificar. No hay manera de cambiarlo. ¡Aleluya! Dios está comprometido por ese pacto de tal manera que nunca perderemos la bendición de tal convenio. No tiene importancia si por el momento no sabemos lo que es el nuevo pacto, ni todo lo que éste incluye. Tan pronto entendemos que Dios hizo un pacto con nosotros, somos bendecidos.

¡Qué extraordinario que Dios haya querido hacer un pacto con nosotros y que podamos tomarle la palabra! Los hombres siempre temen ser “atrapados” por otros en sus propias palabras. Pero con Dios no es así; de hecho, a El le agrada ver que le tomemos la palabra. Examinemos la historia de Abraham ahora que entendemos la diferencia que existe entre un pacto y una promesa. Dios le dio a Abraham una promesa, y viendo que él no la creía, le ordenó que partiera un sacrificio por la mitad; cuando Abraham hizo esto, El pasó por en medio de aquel sacrificio. Esto convirtió Su promesa en un pacto inmutable; y Abraham creyó. Un pacto es una promesa cuyo cumplimiento El garantiza con base en Su fidelidad, veracidad y la más elevada moralidad. Si la fidelidad y la rectitud de Dios fallaran, Dios mismo fallaría, ya que Dios y Su pacto van juntos. Si Dios fallara, Su pacto quedaría sin efecto. Pero como Dios es inconmovible, Su pacto también lo es. Si dijésemos que el pacto se puede anular, estaríamos diciendo que Dios mismo puede ser anulado. Decir esto es una blasfemia. ¡Que Dios nos libre de caer en semejante incredulidad y blasfemia!

El sacrificio que se usó en el pacto de esta narración es muy significativo. Una becerra representa la paciencia de Cristo, Su vida de sufrimientos, y a Cristo como la ofrenda de paz. La cabra representa lo fructífero que es Cristo y lo representa a El como la ofrenda por el pecado. El carnero representa a Cristo como el vencedor poderoso, quien es inmolado, y también representa a Cristo como holocausto. Las dos aves simbolizan a Cristo, el cual es de los cielos; la tórtola simboliza la vida de sufrimientos de Cristo, y el palomino representa Su vida de fe por medio de la cual El diariamente buscó la dirección de Dios para Su vida. Esto nos muestra que el pacto que Dios hizo con nosotros en Cristo es tan firme como un sello; y es eternamente inmutable. El pacto que Dios hizo con nosotros fue llevado a cabo mediante la obra de Cristo y en El. Dios no solamente prometió la salvación, sino que también efectuó la redención. No solamente existe la promesa, sino también el cumplimiento. Este pacto es firme como la obra de Cristo.

En la Biblia hay pactos y promesas, pero nos limitaremos a hablar del pacto que Dios hizo con Abraham y del que hizo con David. La genealogía del Señor Jesús que consta en el libro de Mateo muestra que Cristo es descendiente de Abraham y de David. Por tanto podemos considerar a ambos como representantes de los pactos que figuran en 2 Samuel 7:14-15 y Salmos 89:19-37. Samuel no relata cómo hizo Dios el pacto con David. Esto lo vemos en Salmos 89, donde se narra que Jehová envió el profeta Natán a David. El hizo un pacto con David. David quería edificar una casa para Jehová, y Jehová envió al profeta Natán para decirle: “Ciertamente no he habitado en casas desde el día en que saqué a los hijos de Israel de Egipto hasta hoy, sino que he andado en tienda y en tabernáculo … asimismo Jehová te hace saber que él te hará casa. Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente” (2 S. 7:6, 11b-16). Salmos narra lo mismo que 2 Samuel, pero deja en claro que éste era un pacto. “Y mi pacto será firme con él. Pondré su descendencia para siempre, y su trono como los días de los cielos. Si dejaren sus hijos mi ley, y no anduvieren en mis juicios, si profanaren mis estatutos, y no guardaren mis mandamientos, entonces castigaré con vara su rebelión, y con azote sus iniquidades. Mas no quitaré de él mi misericordia, ni falsearé mi verdad. No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios” (Sal. 89:28b-34). Dios dio Su palabra a los descendientes de David para que se asieran de ella. A Dios le agrada que el hombre tome Su palabra y le exija que la cumpla. El permite que Su palabra caiga en las manos del hombre para que éste haga exactamente eso.

En una ocasión una mujer cananea le pidió al Señor que sanara la enfermedad de su hija. El Señor no le contestó. La mujer le rogó fervientemente, y el Señor le dijo que El había sido enviado a buscar las ovejas perdidas de la casa de Israel y que no era bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos. El Señor comparó a esa mujer gentil con un perrillo, y a la casa de Israel con los hijos. Con esto decía a la mujer, que ella no era digna de tal bendición. La palabra del Señor era como un muro que impedía que la mujer se acercase a El. No obstante ella se aferró a la palabra del Señor y le respondió que aun los perrillos podían comer de las migajas que dejaban caer los hijos. Cuando ella dijo esto, el Señor sanó a su hija y la alabó por su fe (Mt. 15:22-28). Dios se complace en que el hombre se aferre de Su palabra y que le pida y que actúe con base en ella. Al cuidarnos, se complace en dejarnos un asidero, como lo hizo con la mujer cananea, para que lo tomemos. Pero temiendo que no podamos percatarnos de esto, nos ha dado un pacto para que creamos en El. El Espíritu Santo hizo que la mujer se aferrara de la palabra del Señor Ella se dio cuenta que lo que El dijo le daba la oportunidad de seguir hablando. En ese caso el Señor menciona la comida de los hijos, no la de los perrillos, el pan, no de las migajas. El Señor se refirió a ella como un perrillo; pero ella no protestó, sino que añadió que también los perrillos debían comer, aunque fuese solamente migajas. Ella se asió de la palabra del Señor, y le pidió que le diera las migajas. Ante este argumento, Dios tuvo que concederle lo que ella pedía ya que El es fiel y siempre deja un asidero en Su palabra para el hombre. A Dios le complace que el hombre haga uso de Su Palabra

El Señor le dijo claramente a David, que aun si sus descendientes no guardaran sus mandamientos y desobedecieran Sus leyes, El no rompería Su pacto. ¿Sabe usted cuándo fue escrito el libro de Salmos? Se escribió cuando los judíos fueron llevados cautivos a Babilonia. El pueblo pensó que Dios se había olvidado del pacto que Dios había hecho con David, en el cual prometió que confirmaría su descendencia y que establecería su trono por todas las generaciones. Pero el reino todavía no existía, y el pueblo estaba en el exilio en tierra del enemigo. ¿Dónde estaba el rey? ¿Cómo podía establecerse el reino y la casa de Israel? Observando todo esto el salmista, le dice a Dios: “Mas tú desechaste y menospreciaste a tu ungido, y te has airado con él. Rompiste el pacto de tu siervo: Has profanado su corona hasta la tierra” (vs. 38-39). El menciona primero el pacto que Dios había hecho con David y continúa hablando de la cautividad de sus compatriotas y del maltrato que éstos sufren en las manos del enemigo. En el versículo 49, menciona el pacto, e interroga a Dios: “Señor, ¿dónde están tus antiguas misericordias, que juraste a David por Tu verdad?” ¿Hemos orado alguna vez tan osadamente? Muchos ruegan a Dios como si fueran mendigos, sin comprender que Dios ha hecho un pacto con ellos. El Espíritu Santo a propósito dejó constancia de estas oraciones que exigen de Dios Sus promesas, las cuales nos muestran cuánto desea Dios que hagamos uso así de Su palabra. Cuando hacemos esto le damos gloria. Nos hemos dirigido a Dios con palabras vacilantes que provienen de un corazón maligno e incrédulo. Si dudamos al orar, ¿cómo puede Dios contestar nuestras oraciones? El problema no está en Dios, sino en nosotros. Si creemos, Dios perdonará nuestros pecados y nos limpiará de nuestras injusticias, nos llenará del Espíritu y nos dará Su vida para que podamos vivir, crecer y ser hijos obedientes conforme a Su vida nueva, llegando a ser perfectos, como Su Hijo, el Señor Jesús fue perfecto, limpio y sin mancha. ¿Es esto posible? Con Dios todo es posible; el problema está en que nosotros no creemos a Su palabra. Así como hizo un pacto con David prometiéndole Su benignidad, lo ha hecho con quienes creemos en el nombre de Su Hijo, prometiéndonos incomparables riquezas espirituales. A Dios le agrada vernos muy cerca de El, buscándolo y exigiéndole por causa de Su pacto. Le complace que asumamos esta actitud al comunicarnos con El, exigiéndole que cumpla todo lo que prometió en Su pacto. Por eso exalto y agradezco a Dios, por habernos dado “asideros” en Su palabra, con el fin de que podamos aplicarlos.

Nuestro Dios es digno de toda alabanza. El cumplirá lo que prometió y pactó con nosotros. Hermanos y hermanas, ¿habían visto ustedes alguna vez que Dios nos ha dado un “asa” en Su palabra a la cual aferrarnos para poder creer en El? Esta es una verdad gloriosa. Dios no solamente nos declaró Sus promesas y Sus hechos, sino que también nos dio el más grandioso asidero: Su pacto, por medio del cual podemos asirnos a El. Más adelante, examinaremos lo que este pacto incluye. Estamos viendo que Dios hizo un pacto con nosotros y que prometió cumplirlo. Los creyentes que están débiles, desalentados o fríos, deben entender que Dios hizo un pacto con ellos, y que en sus manos está el asa, para acercarse a El confiadamente, exigiéndole según lo establecido. Dios dice que todo aquel que en El crea verá realizadas estas cosas. La única razón por la que la iglesia tiene poca fuerza es que no conoce el nuevo pacto. Nos hemos olvidado del nuevo pacto.

¿Acaso no nos enseña la Biblia acerca de este nuevo pacto? Cuando leemos la Palabra, nos damos cuenta de que estamos en la era del Nuevo Testamento y vemos que el Señor Jesús al morir derramó Su sangre para establecer este nuevo pacto. Si conocemos la Biblia y el nuevo pacto, ¿por qué somos tan débiles y carecemos de poder? La razón es que la letra mata, mientras que el Espíritu vivifica. Sabemos que ésta es la era del nuevo pacto, pero no sabemos cómo relacionarnos con Dios ni cómo aplicar Sus promesas. Debemos reflexionar en lo precioso y maravilloso que es el nuevo pacto. Para recibir la bendición de este convenio, debemos tener un corazón recto ante Dios. No solamente debemos escuchar acerca de esta verdad y conocerla, sino también recibir la revelación de Dios para tener la facultad de creer. En Salmos 25:14 dice: “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer Su pacto”. No sabríamos de este pacto si el Señor no nos lo hubiera mostrado. Podemos oír hablar del pacto de Dios y con nuestra mente podemos entender algo, pero cuando regresamos a casa, seguimos igual que antes sin recibir nada, débiles y sin habernos asido de las palabras de Dios. Necesitamos que Dios nos conceda una revelación en nuestro espíritu, pero para que esto suceda primero debemos temerle. ¿Qué significa temer a Dios? Significa que aun sin estar a Su nivel, deseemos con un corazón absoluto hacer Su voluntad, siendo plenamente sumisos a El, sin buscar nada de nosotros mismos, ni andar según nuestra voluntad, no mirándonos a nosotros mismos, sino la grandeza de Dios. El lenguaje original usado en el salmo 25 presenta dos ideas paralelas o dos oraciones diferentes que comunican la misma idea. La primera oración dice que la relación íntima de Jehová es con los que le temen, y la segunda dice que a ellos hará conocer Su pacto. Aquí vemos que la comunión íntima con el Señor es Su pacto. Hoy, la comunión íntima de Dios, Su pacto está delante de nosotros. Debemos temer a Dios, exaltarlo y considerarnos como nada. De esta manera veremos el pacto de Dios, podremos inquirir asiéndonos de Su Palabra, y recibir la bendición de este nuevo pacto. Quiera Dios usar este libro para atraer y guiar al hombre a conocer Su secreto. Por un lado, tenemos que ser cuidadosos con respecto al pacto de Dios, pues éste es un terreno santo, y todo el que se acerca a Dios debe temerle; y por otro, podemos acercarnos a El confiadamente pues este pacto está lleno de gracia.