Watchman Nee Libro Book cap.7 El misterio de Cristo

Watchman Nee Libro Book cap.7 El misterio de Cristo

LA UNCIÓN DEL CUERPO

CAPÍTULO SIETE

LA UNCIÓN DEL CUERPO

Lectura bíblica: 1 Jn. 2:27; Lc. 3:22; 4:18; Ef. 4:1-10; 30-32; Sal. 133

La Biblia nos muestra que la unción de Dios sólo se da a quien satisface totalmente el corazón de Dios, a saber: Su Hijo, Cristo. Si tal es el caso, ¿por qué, entonces, el Cuerpo recibe la unción? El salmo 133 nos dice que el buen óleo se vertió sobre la cabeza de Aarón y descendió por la barba hasta el borde de sus vestiduras. Cuando un hombre es ungido, el óleo se le derrama sobre la cabeza, no sobre todo el cuerpo. Pero al verterse el óleo, éste desciende y fluye por todo el cuerpo. Puesto que la Cabeza es Cristo, el Ungido, también el Cuerpo es Cristo. Cristo es el Ungido de Dios. La iglesia es Su Cuerpo. Cuando Cristo fue ungido, todo el Cuerpo fue ungido juntamente con El. Cristo es el gran Ungido, mientras que nosotros los miembros somos los pequeños ungidos. En todo caso, no somos ungidos aparte de El; fuimos ungidos en Su Cuerpo, es decir, en Cristo, cuando El fue ungido. Es imposible que seamos ungidos solos, porque la Biblia [hablando del aceite de la unción] dice: “Sobre carne de hombre no será derramado” (Ex. 30:32). De modo que somos ungidos en Cristo.

LA CONDICIÓN PARA SER UNGIDOS ES QUE EL HOMBRE NATURAL SEA SEPULTADO

Lucas 3:22 nos dice lo que sucedió después de que el Señor fue bautizado en el río Jordán. “Y descendió el Espíritu Santo sobre El en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres Mi Hijo, el Amado; en Ti me he complacido”. Lucas 4:18 dice: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, por cuanto me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres”. En estos versículos vemos que el Señor fue ungido con el Espíritu Santo en el río Jordán cuando salió de las aguas del bautismo. Génesis 8 cuenta que después del diluvio, Noé abrió la ventana del arca y envió una paloma. Sin embargo, la paloma no encontró lugar dónde reposar porque toda la tierra estaba llena de agua; así que regresó al arca. (El paso del arca de Noé a través del diluvio tipifica el bautismo.) En el momento del bautismo de Cristo, el Espíritu descendió sobre El como una paloma. Esto indica que en el momento del bautismo, Cristo recibió la unción del Espíritu Santo. De la misma manera, cuando fuimos bautizados, también nosotros recibimos la unción del Espíritu.

El bautismo indica que todo lo que pertenece al viejo hombre natural queda sepultado. El hecho de que la unción venga después del bautismo, indica que para poder recibir la unción del Espíritu, nuestra carne primeramente debe ser sepultada. Sólo aquello que sea del Señor podrá levantarse después del bautismo, puesto que lo que pertenece a los creyentes sólo sirve para ser sepultado. Todo lo que puede salir del sepulcro tiene que salir en resurrección, y resucita porque contiene a Cristo. Cuando somos bautizados en Cristo, pasamos juntamente con El por la muerte, la sepultura y la resurrección. Por lo tanto, cuando El fue ungido, también nosotros fuimos ungidos. Fuimos crucificados, sepultados, resucitados y ungidos juntamente con El.

LA FUNCIÓN DE LA UNCIÓN

La unción tiene tanto valor porque la gracia puede fluir por medio de la unción desde la Cabeza y extenderse por todo el Cuerpo. La función de la unción es mantener la unidad entre la Cabeza y el Cuerpo, y entre todos los miembros. La unción es la operación del Espíritu Santo en el hombre. La relación entre el Espíritu Santo, Cristo y la iglesia, se puede comparar con el sistema nervioso del cuerpo humano. Los nervios dirigen y coordinan todos los miembros del cuerpo. La Cabeza se comunica con todos los miembros y coordina sus movimientos mediante los nervios, y por medio de éstos los miembros se relacionan mutuamente. Todos los miembros del cuerpo actúan según lo ordenen los nervios. Someterse a los nervios es someterse a la cabeza. De igual forma, en el Cuerpo espiritual, el Espíritu lleva a todos los miembros los pensamientos de la Cabeza. Como miembros del Cuerpo de Cristo, tenemos que rendirnos a la autoridad del Espíritu Santo. Cuando nos rendimos a la autoridad del Espíritu Santo, nos rendimos a la Cabeza. Cada vez que contristamos al Espíritu, entorpecemos nuestra relación con la Cabeza. Por lo tanto, al rendirnos al Espíritu nos asimos a la Cabeza.

LA ENSEÑANZA DE LA UNCIÓN

En la Biblia se usan muchos símbolos para representar al Espíritu Santo, como por ejemplo el viento, el agua de vida y el fuego. Al mismo tiempo, el Espíritu también es vida, poder, etc. Sin embargo, 1 Juan 2:27 es un versículo particularmente hermoso en su descripción del Espíritu Santo como unción. La unción es la enseñanza del Espíritu Santo. El Espíritu nos enseña por medio de la unción. Jamás podremos conocer la voluntad de Dios estudiando y analizando los puntos a favor y en contra de algún tema. Sólo podemos conocer la voluntad de Dios por medio de la unción. El Espíritu Santo es quien nos da a conocer la mente de Cristo. No tenemos que preguntarnos constantemente: “¿Es ésta la voluntad de Dios?” porque “nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Co. 2:16). Cuando la Cabeza desea que uno de los miembros actúe, se lo comunica por medio de la unción, y a medida que nosotros nos rendimos a la unción, la vida fluye libremente desde la Cabeza. Cuando nos resistimos a la unción, entorpecemos la relación que tenemos con la Cabeza, y el fluir de vida se detiene. Muchos creyentes no perciben la dirección del Señor porque no están sometidos a la Cabeza. La unción no viene directamente sobre el Cuerpo, sino sobre la Cabeza. Los creyentes sólo pueden recibir la unción que fluye desde la Cabeza y se extiende por el Cuerpo, cuando están directamente sometidos a la Cabeza.

La unción es muy fina y apacible. La enseñanza del Espíritu Santo no es tosca ni brusca. No sopla sobre nosotros como el viento ni nos quema como el fuego, sino que como el aceite, nos unge. Es así como el Espíritu nos enseña. Dondequiera que esté el aceite, allí estará Dios actuando. Su obra no depende de palabras ni de interpretaciones bíblicas ni de razonamientos ni de juicios respecto a lo bueno y lo malo, etc. Dios actúa y nos dirige en nuestro interior por medio de una especie de sentir de vida interno. Este sentir es la unción del Espíritu. La Cabeza no se vale de medios externos ni físicos para gobernar el Cuerpo. “La vida era la luz de los hombres” (Jn. 1:4). Si procuramos conocer la voluntad de Dios, no la hallaremos preguntándonos: “¿Es esto bueno o malo?”, sino: “¿Me dirige la vida con respecto a esto?” Si nos sentimos muertos por dentro, entonces no tenemos la unción; y si obramos sin la unción, lo hacemos sin la autoridad de la Cabeza. Por ejemplo, es posible que deseemos visitar a alguien, pero interiormente nos sentimos fríos e indiferentes. En lo que respecta a doctrinas y sentimientos humanos, o a principios bíblicos, deberíamos visitarlo. Pero cuanto más nos proponemos ir a visitarlo, más fríos nos sentimos. Esto indica que el Espíritu nos dice que no vayamos. En otra ocasión, quizás visitemos a alguien y sintamos como si estuviéramos bajo una hermosa unción; todo es apacible y agradable. Esta es la enseñanza que proviene de la unción del Espíritu. Cuanto más nos movamos con esta unción, más fuertes seremos, y tendremos un “amen” más firme en nuestro interior.

La enseñanza de la unción del Espíritu no tiene nada que ver con lo bueno y lo malo ni con lo que se debe o no se debe hacer ni con lo que es cierto o falso. Es un sentir de vida interno. Muchas personas siguen actuando según el principio del árbol de la ciencia del bien y el mal, el árbol del que Adán comió. Esto es andar conforme al principio del bien y el mal; sin embargo, la obra de Dios en Cristo es un asunto de vida y de la unción del Espíritu. Donde está la unción, allí hay vida. Mientras uno tenga la unción y la vida, todo es correcto y concuerda con el deseo de Dios. Aquellos que son versados y conocen muy bien las doctrinas de la Biblia, no necesariamente están más familiarizados con la manera en que Dios obra. Algunas veces un hermano o una hermana del campo puede saber más acerca de la manera en que obra el Señor. Quizás no tengan conocimiento, pero tienen vida. Si Dios no obrara así, sería injusto. Los campesinos iletrados estarían perdidos por no tener un conocimiento intelectual y no tendrían posibilidad de conocer la voluntad de Dios. Pero nuestro Dios no hace acepción de personas. Sea que tengamos el conocimiento intelectual o seamos eruditos o no muy versados, la enseñanza de la unción aún permanece en nosotros. Mientras andemos según la unción interior del Espíritu, sabremos cuál es la voluntad de Dios, y conoceremos la manera en que Dios obra.

LA UNCIÓN Y LA LEY

En el Antiguo Testamento los hombres tenían la palabra de Dios, la ley. En el Nuevo Testamento los hombres también tienen la palabra de Dios, pero si esta palabra no tiene la unción del Espíritu, también es una ley. El Señor Jesús expresaba la palabra del Señor, pero esa palabra era espíritu y vida. Los apóstoles también presentaban la palabra de Dios, y esa palabra también era espíritu y vida. Pero cuando los fariseos hablaban la palabra de Dios, la unción del Espíritu no estaba presente, y esas palabras eran leyes muertas. Muchos practican el bautismo, la imposición de manos y el cubrirse la cabeza sólo porque la Biblia así lo indica. Estas cosas son la ley para ellos. Quien actúa según la letra de la Biblia es un discípulo de Moisés, no un cristiano. El cristiano tiene la unción del Señor. En el Cuerpo de Cristo no hay ley; sólo existe la unción del Señor. Por lo tanto, para vivir en el Cuerpo de Cristo, tenemos que andar de acuerdo con la unción del Espíritu, no según la letra. Tenemos que hacerlo todo en conformidad con la unción del Espíritu. Esto es lo que significa andar según la enseñanza del Espíritu.

LA MANERA DE SER UNGIDOS

¿Cómo recibimos la unción? El salmo 133 es un pasaje clave en el Antiguo Testamento con respecto a la unción. Debemos entender que los salmos del 120 al 134 son cánticos graduales o de ascenso. Son los cánticos que los israelitas cantaban tres veces al año, cuando subían de diferentes lugares para encontrarse con el Señor en Sion, que está en Jerusalén, la morada de Dios. Aunque estos cánticos son diferentes entre sí, tienen en común el hecho de que sean cánticos graduales o de ascenso. Mientras subían, la gente no hablaba de la economía, ni de la educación, la guerra ni la política. Sus corazones estaban puestos en Sion, en Dios. Salmos 133:1 dice: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” Habitar en armonía es algo corporativo; no existe barrera ni separación. Ellos desecharon su desunión, su envidia y su odio. Esto es semejante al buen óleo derramado sobre la cabeza de Aarón, que desciende por la barba y llega hasta el borde de sus vestiduras. En esta condición ellos reciben la unción de Dios. Cuando el óleo desciende, los que están bajo la cabeza reciben la unción espontáneamente. El salmo 133 equivale a Efesios 4. Cuando estamos en el Cuerpo y somos diligentes en mantener la unidad del Espíritu, tenemos la unción del Espíritu. Todos tenemos que someternos a la Cabeza y vivir en el Cuerpo, si queremos recibir la unción. Muchos no reciben ninguna dirección por no estar en el lugar correcto. No están sujetos a la Cabeza ni se han sometido a la autoridad de la misma. Tampoco están en el Cuerpo. A fin de poder recibir la unción, primero tenemos que someternos a la Cabeza y vivir en el Cuerpo.

La comunión de los creyentes se basa en Cristo. Podemos tener comunión unos con otros porque Cristo es la vida y la Cabeza del Cuerpo. Además, el deleite que se tiene de esta comunión es el Espíritu. Cuanto más vivamos en la comunión del Cuerpo, más disfrutaremos de la unción del Espíritu. Pero existe una condición para esto: debemos permitir que la cruz ponga fin a nuestra carne y a nuestra vida natural de una manera cabal. El que un creyente pueda disfrutar esta comunión o no, depende de si su vida natural ha llegado a su fin. Nuestra carne sólo merece morir, sólo merece quedar en cenizas, ser puesta en la cruz. No podemos pensar por nuestra cuenta; no estamos calificados para sugerir nada de nosotros mismos. Debemos permitir que Cristo tenga absoluta soberanía sobre todas las cosas. Debemos permitir que El sea el Señor de una manera absoluta. Si nuestra vida natural es exterminada por la cruz y si nos sometemos a Cristo como Cabeza y vivimos la vida del Cuerpo, entonces tendremos la unción del Espíritu y disfrutaremos de la comunión del Cuerpo.