Watchman Nee Libro Book cap.5 El misterio de Cristo

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LA PROTECCIÓN, LA LIMITACIÓN Y EL MINISTERIO DEL CUERPO

CAPÍTULO CINCO

LA PROTECCIÓN, LA LIMITACIÓN

Y EL MINISTERIO DEL CUERPO

Lectura bíblica: Ef. 3:3-6; 2:15

LA PROTECCIÓN DEL CUERPO

Ya vimos que la iglesia es el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo proporciona el suministro a todos los miembros. Además, este Cuerpo también brinda protección a cada miembro. Esto es especialmente importante cuando hablamos de la guerra espiritual. Efesios es un libro que trata de manera específica el tema del Cuerpo de Cristo. En el capítulo seis vemos que la guerra espiritual se relaciona con la iglesia, no con los individuos aisladamente. No dice: “vístete”, sino “vestíos de toda la armadura de Dios”. Satanás no teme a los individuos, pero sí teme a la iglesia. “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt. 16:18). Debemos hacerle frente a Satanás sobre la base del Cuerpo. Incluso en nuestras oraciones privadas, debemos mantenernos firmes por la fe sobre la base del Cuerpo. Muchos cristianos caen delante del enemigo por estar solos. De hecho, al estar solos, invitamos los ataques de Satanás.

Debemos recordar que la armadura espiritual sólo la puede llevar la iglesia, no los individuos. El Cuerpo de Cristo se pone toda la armadura de Dios. En el Cuerpo cada miembro tiene su especialidad, y todas estas especialidades combinadas conforman la armadura de Dios en su totalidad. Si un hermano tiene fe, tiene el escudo de la fe. Si otro hermano tiene la palabra de Dios, tiene la espada del Espíritu. La armadura de Dios es la totalidad de cada una de las especialidades de los miembros. Por lo tanto, la iglesia se pone toda la armadura, no los individuos. La batalla espiritual involucra a todos los miembros; no es una batalla de individuos aislados. Un solo árbol puede ser arrasado fácilmente por un huracán, pero no es tan fácil arrasar todo un bosque. A Satanás le gusta escoger como blanco de sus ataques a aquellos que están al descubierto. El busca a las personas que están solas y aisladas de los demás. Quienes estén bajo la protección del Cuerpo serán preservados. Una de las funciones del Cuerpo de Cristo es proteger a todos los miembros. Todos necesitamos la cobertura del Cuerpo; de otra forma estaremos constantemente expuestos a los ataques del enemigo. Un individuo separado está propenso a ser engañado, así que por esta razón también necesitamos la cobertura del Cuerpo. Debemos consultar constantemente con nuestros hermanos. No sólo debemos reconocer que necesitamos al Cuerpo en un sentido general, sino que también debemos acudir a nuestros hermanos y hermanas de manera específica, y pedirles ayuda.

El Cuerpo de Cristo es una realidad, no una doctrina ni una teoría. La protección del Cuerpo también es una realidad, no una doctrina. Inmediatamente después de ser salvo, leí en la Biblia acerca de llevar la cruz. Pensaba que si memorizaba los versículos sobre dicho tema, estaría llevando la cruz, y que si los olvidaba, estaría dejando de llevar la cruz. Después descubrí que llevar la cruz no tiene nada que ver con nuestra memoria. Nuestra memoria meramente retiene la doctrina. Si las palabras del Señor son vida para nosotros, nada podrá evitar que llevemos la cruz. No importa si recordamos las palabras o no, en tanto que sean vida para nosotros, ya habrán venido a ser una ley de vida en nosotros, y no un simple precepto legal. Lo mismo se aplica al Cuerpo de Cristo; es una ley de vida. Una vez que experimentemos esta vida, estaremos bajo la operación de la ley de vida, y descubriremos que la protección del Cuerpo es una realidad y no una ley externa.

Los soldados se esconden en trincheras para protegerse durante una batalla. No pueden sacar la cabeza y hacerla visible, pues esto sería peligroso. Lo mismo se aplica a nuestra batalla espiritual. Ningún miembro debe estar solo, y ningún miembro debe exponer su cabeza. Somos miembros del Cuerpo y necesitamos la protección de los demás hermanos y hermanas. Cuando Moisés alzó sus manos para orar por los israelitas, necesitó la ayuda de Aarón y Hur. Con la ayuda de ellos, los israelitas prevalecieron contra los amalecitas. Si un hombre tan fuerte como Moisés necesitó la ayuda de sus hermanos, ¿cuánto más necesitamos nosotros a nuestros hermanos? Muchos hacen cosas sin consultar ni orar con los hermanos y hermanas. Desconocen la protección que se tiene en el Cuerpo, y el resultado de esto no es otra cosa que fracaso. Todos necesitamos ver la realidad de la protección del Cuerpo, escondernos bajo dicha protección y aceptar su salvaguardia.

Esta es la diferencia entre uno que tiene la revelación del Cuerpo y uno que no la tiene: el que conoce el Cuerpo meramente como una verdad, puede buscar el consejo y la cobertura del Cuerpo, pero lo hará como una mera diplomacia, y no como un asunto de vida. Si se acuerda de esto, lo hará, pero después podrá olvidarse. El que ha visto la realidad del Cuerpo y ha entrado por experiencia en la esfera del Cuerpo, no tiene la posibilidad de olvidarse. Su manera de actuar basándose en el principio del Cuerpo es algo espontáneo, puesto que es su vida.

LA LIMITACIÓN DEL CUERPO

Si usted no es más que un creyente, puede actuar como quiera, pero si es un miembro del Cuerpo, entonces debe permitir que los demás miembros lo limiten. Es aquí donde vemos cuánto necesitamos la cruz. La cruz nos conduce al Cuerpo y opera en la esfera del Cuerpo. Si yo soy rápido y otro es lento, no debo insistir en marchar a mi propio paso; debo dejarme limitar por el miembro más lento. Si soy profeta, entonces debo dar paso al evangelista cuando se trate de predicar el evangelio a los que no son salvos. No debo sentir la necesidad de predicar simplemente porque tenga el don de profecía. “A cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo” (Ef. 4:7). Es esencial para el desarrollo del Cuerpo que cada uno de nosotros reconozca cuál es su medida y no trate de sobrepasarla. Este es un requisito básico para el crecimiento del Cuerpo.

El Cuerpo de Cristo no sólo constituye una protección para los miembros, sino también una limitación. El cristiano es un solo miembro del Cuerpo de Cristo y debe aceptar la limitación del Cuerpo. No debemos permitirnos hacer lo que queremos, sino que debemos aprender a compenetrarnos con los demás hermanos y hermanas. Ni la manera de ser del individuo ni sus peculiaridades tienen cabida en la iglesia. Cada miembro debe honrar los talentos de los demás y ser fiel usando el suyo. Además, cada miembro debe conocer su propia capacidad y no tener un concepto más elevado de sí que el que debe tener. Si todos hacen esto, no habrá envidias, ni ambición ni deseo de hacer lo que otros hacen. En 2 Corintios 10:14 Pablo dijo: “Porque no nos hemos extralimitado, como si no llegásemos hasta vosotros”. Sin embargo, muchos no han visto su propia capacidad y, como resultado, sobrepasan su límite. Aquellos que se extralimitan, pisotean a otros, los patean, los presionan y usurpan la porción de otros miembros. Si los miembros actúan así en la iglesia, algunos comenzarán a monopolizar, mientras que otros comenzarán a retraerse. Esto perjudicará a toda la iglesia. No debemos obrar de esta manera. Debemos volvernos y ocupar nuestro lugar en el Cuerpo, y dejarnos limitar por el Cuerpo. Si hacemos esto, el Cuerpo será preservado y no sufrirá daño.

EL MINISTERIO DEL CUERPO

La comunión en el Cuerpo no sólo incluye recibir ayuda de los demás miembros, sino también prestar ayuda a otros miembros. El Cuerpo funciona en mutualidad. La mutualidad caracteriza al Cuerpo. Aunque se ministre desde el púlpito, lo que se comparte nunca debe dirigirse en una sola dirección. El púlpito necesita de la ayuda de la congregación, tanto como ésta necesita de la ayuda del púlpito. Ser un mero espectador o un oidor es contrario a la vida del Cuerpo. Todos los cristianos deben participar en la reunión y suministrar algo a los demás miembros. Esta clase de suministración es el ministerio y la función de los miembros. También es la comunión que se tiene en vida. Ningún miembro debe salirse de esta comunión. Si usted detiene esta comunión, el fluir de vida se detendrá, y usted se convertirá en una carga para el Cuerpo. Si alguien piensa que no tiene que decir nada, que será aprobado y que no causará ningún problema siempre que reciba de los demás de una manera silenciosa y respetuosa, no sabe lo que es el Cuerpo de Cristo. Cada miembro debe suministrar algo al Cuerpo, tener comunión y ejercer su función en el Cuerpo. Esta es una ley que opera en el Cuerpo. En el cuerpo físico ninguno de los miembros puede dejar de funcionar sin que cause un gran perjuicio a todo el cuerpo. Esto también se aplica al Cuerpo de Cristo.

En la reunión de la iglesia cada miembro debe funcionar según lo guíe el Espíritu Santo. En 1 Corintios 14:26 dice: “¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene enseñanza, tiene revelación … hágase todo para edificación”. A pesar de esto, muchos vienen a la reunión como espectadores. Ellos son una carga pesada para el Cuerpo. El Señor les dijo a los fariseos que si los discípulos de El no se regocijaban y alababan al Señor con gran clamor, las piedras clamarían. No funcionar en las reuniones es anormal y no le agrada al Señor. Cada vez que usted venga a una reunión, debe entrar en la comunión. Debe haber un fluir de vida en cada miembro. Si usted no tiene esta comunión, entorpece la vida de Dios y trae muerte a la reunión. Frecuentemente he preguntado a los que vienen a la reunión del partimiento del pan, si vienen como espectadores o si vienen para tener comunión. Todos los que entorpecen la vida de Dios, no sólo traen muerte a la reunión, sino también sobre sí mismos. ¿Con qué contribuye usted a los demás miembros cuando se reúne la iglesia?

Si un miembro deja de funcionar, no sólo los demás miembros sufren pérdida, sino que también él mismo se empobrece. Yo me enriquezco abasteciendo a los demás. Cuando sacio la sed de otros, sacio mi propia sed. Es igual que la experiencia del Señor con la mujer, que se narra en Juan 4. El Señor tenía sed, pero Su sed fue saciada cuando El sació la sed espiritual de la mujer. Cuando los discípulos llegaron con la comida, el Señor les dijo: “Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis” (v. 32). El recibió Su suministro al proveer algo a la otra persona. Cada vez que tratamos de satisfacernos a nosotros mismos, quedamos con hambre. Pero cuando satisfacemos a otros, somos alimentados. Cuando llevamos las cargas de otros, nuestra propia carga se hace liviana.

Muchos se quejan de que esta o aquella reunión no estuvo buena. No se dan cuenta de la clase de actitud que ellos han traído a la reunión. Cada vez que dejamos de funcionar, impedimos que fluya la vida de Dios. Al acudir a la reunión, tenemos que abrir nuestra boca, manifestar la vida y participar en el ministerio del Cuerpo. Una vez estuve predicando en un lugar y la reunión estaba muy muerta. Pero una hermana ayudó mucho con su respuesta a mis palabras. Ella decía “amén” a lo que yo decía, y con la expresión de su rostro indicaba que estaba recibiendo mis palabras. Por su respuesta positiva, tuve más libertad y la palabra de Dios también pudo fluir libremente.

Que el Señor nos muestre que todos tenemos parte en la reunión. No es suficiente que hablemos acerca del Cuerpo; tenemos que expresar el Cuerpo en nuestro vivir. El Cuerpo de Cristo no es una doctrina, sino una realidad, una realidad vital. Dios desea que entremos en la vida del Cuerpo, y no sólo que tengamos la doctrina al respecto. Recibimos la vida del Cuerpo, no una doctrina acerca del Cuerpo. Martín Lutero no recibió la doctrina de la justificación por la fe, sino la vida de la justificación por la fe. Como consecuencia, su ministerio fue poderoso. La justificación de la cual hablaba no era una doctrina, sino una realidad en vida. En la actualidad, todos debemos recibir la revelación de la realidad del Cuerpo, y entrar en la vida del mismo. Entonces veremos que somos miembros del Cuerpo de Cristo, que necesitamos la protección y la limitación del Cuerpo, y que necesitamos funcionar en el Cuerpo y abastecer a los demás miembros a fin de que la vida pueda fluir en el Cuerpo sin ningún impedimento.